El Partido Contra Gryffindor
Por desgracia para el equipo de los leones (aunque esto alivió profundamente a Fred y George) Mayette Weasley ya estaba casi repuesta para el día del partido, y más decidida que nunca a jugar y ganar. Después de pasar unos días en enfermería, había tenido que soportar los susurros de sus compañeros. Sabía lo que pensaban de ella, aunque le importaba entre poco y nada, y deseaba sobre todo demostrar que se equivocaban al tacharla de débil sin tener que decir una palabra al respecto.
Sobre Tom, que tan preocupado había estado en el momento en que la encontró mal herida, parecía haberse repuesto por completo y volver a ser el mismo idiota de corazón helado de siempre. Incluso aunque se había sentido obligado a explicarle a Mayette que estaba ocupándose (como siempre en contra de su voluntad) de Ginny y de continuar con el plan, pasó alrededor de una semana hasta que volvió a sentirse normal junto a la chica, sin ningún sentimiento de culpa por no haber llegado antes. Pero esto, como era habitual, escapaba a los conocimientos de la pelirroja. Aunque era cierto que se mostraba más atento y más susceptible a cualquier cosa que tuviera relación con Lockhart, única señal que ofrecía de que le importaba lo que había pasado, según Mayette.
Sus amigos se habían vuelto un círculo cerrado, y cada vez que había clase de Defensa Contra las Artes Oscuras miraban con tanta ira contenida y veneno al profesor que incluso hubiera tenido más oportunidades de sobrevivir a la serpiente cornuda de Mayette que a ellos si las miradas matasen. Por lo demás, las cosas estaban más o menos normales, tan solo que la atosigaban con más muestras de afecto y preocupación de las que eran habituales en ellos.
En lo que a Mayette respectaba, ella solo quería regresar lo más pronto posible a su día a día, a la normalidad de Hogwarts. Guardaba el rencor para el momento en el que fuera viable ejercerlo, no le importaba demasiado cuando fuese. La venganza se sirve fría, solían decir los muggles, y ella lo corroboraba. No tenía prisa alguna por devolverle el daño al profesor, más al contrario, prefería esperar. Esperar y formarse, y aprender las maldiciones imperdonables, que bien podrían ser perdonadas si se utilizaban contra una persona como él.
En fin. Amaneció el día del partido de Slytherin contra Gryffindor, y Mayette estaba preparada y ansiosa. Deseaba fervientemente subirse a la escoba y sentir el viento en la cara mientras Draco y ella se pasaban la quaffle, intentando pasarla por los aros vigilados por Wood. Lo cierto es que Oliver jamás había sido una persona importante en su vida, pero según se acercaba el partido, lo tenía cada vez en más estima. Sería mucho más sencillo vencer al equipo de Gryffindor sin él, y Mayette deseaba francamente poder ganarle.
Se levantó pronto, casi con las primeras luces del alba, para tenerlo todo listo para el partido. No era ni de lejos el primero que jugaba, pero se sentía tan emocionada como la primera vez. Notaba ese cosquilleo que solo le producían dos cosas: probar algo nuevo y hacer pociones. Hacía mucho que no tenía una clase extra con Snape, quizá porque había estado particularmente ocupada, pero seguía presentándole al maestro todas las pociones nuevas que probaba, para que él las juzgase.
Como decía, se levantó pronto aquella mañana y repitió su rutina mañanera, muy agradecida de no seguir aquel día en la cama del hospital. Se dormía mucho mejor con la cabeza apoyada en una almohada de plumas. La muchacha se recostó en la bañera, pues había decidido desistir de darse una ducha aquella mañana. Salió pronto del baño y se vistió con la túnica negra habitual del colegio. Tom apareció, también como de costumbre, para recogerle el largo cabello rojo en algún moño o trenza que ella era incapaz de hacerse a sí misma.
—¿Tienes un minuto para hablar? —preguntó el muchacho, mientras comenzaba a desenredar la cascada pelirroja que caía desde la cabeza de la chica.
—No lo sé, ¿a ti que te parece?
—Esto es serio —se quejó él—. Intento ser sincero sobre mis sentimientos por primera vez, así que haz el favor de escucharme y no interrumpir.
—Claro —respondió la chica, poniéndose repentinamente seria.
—Maye... No se me da bien esto, jamás en la vida le he hablado sobre mí a nadie, no realmente —él se detuvo para suspirar—. No creo que nadie sepa quién es el verdadero Tom Riddle, y siempre lo he preferido así. Pero durante el último año, desde que te conocí, bueno, menos de un año, pero da igual. Desde que te conocí, he estado pensado muchísimo en mi forma de ser, sobre todo desde que tengo que aguantar a tu hermana. Y he caído en la cuenta de que ya no quiero ser así. Está bien ser reservado, pero no quiero no tener a nadie de confianza. No quiero no tener a nadie a quien contarle las cosas que me hacen daño, porque esas cosas me han matado por dentro durante demasiado tiempo. Y no quiero terminar como lo hice en mi primera oportunidad, en mi... En mi vida verdadera. Quiero algo mejor, para mí mismo y para los que me rodean.
—Tom...
—Lo siento. Ya voy al grano —él bajó la mirada—. Solo quería decirte que he estado muy preocupado por ti, más de lo que nunca lo había estado por nadie. Y he entendido que eso es porque, de alguna manera, te has colado en mi corazón. Y eso nadie había conseguido hacerlo hasta ahora. Lo que intento, con muchos rodeos y dificultades, decirte, Mayette, es que me importas mucho más de lo que me gustaría asumir. Y tengo miedo de que algo malo pueda sucederte. Y sobre todo, quiero que sepas que lamento muchísimo no haber acudido cuando me llamaste, y más para atender a la estúpida de tu hermana, que solo te difama y... Ojalá le hubieran hecho daño a ella y no a ti. Sé que es un deseo egoísta, pero...
—Tom —repitió ella—. Tranquilo. Hiciste todo lo que te pedí. Te quedaste con la petarda de mi hermana y la soportaste mucho más y mejor de lo que yo lo habría hecho nunca. Me has dado todo aquello que te he pedido sin rechistar, aunque a veces retengas información para verme enfadar. Si quieres la verdad, también te aprecio. Y sé muy bien que tienes sentimientos, no he quedado ajena a ello. No creía que el incidente te importase tanto, pero no es culpa tuya. Ahora, tengo que ir a los cambiadores. Pero te prometo que hablaremos pronto sobre el tema.
La pelirroja se levantó. Su cabello estaba fuertemente recogido en una trenza, de manera que ni un solo pelo se salía de su lugar. Se dirigió hacia la puerta, no sin antes regalarle una última sonrisa a Tom, que desapareció, viéndose obligado a regresar con Ginny. Tomó su escoba por el mango, poniendo la mano justo en el centro, y salió de la habitación rápidamente. Tenía que reunirse con su equipo en los cambiadores, y sabía bien que Flint deseaba repasar una última vez su estrategia antes de empezar el juego.
Llegó hasta los cambiadores de Slytherin en tiempo record. Fue la primera en aparecer, como siempre, y se cambió la túnica negra por el equipamiento de Quidditch. Luego se sentó a esperar a que llegasen sus compañeros.
El siguiente en entrar fue Rhaegar, que se fue al lado contrario del vestidor para cambiarse. Aún así, la muchacha desvió la mirada hacia el lado contrario al que éste estaba. No pasó mucho tiempo antes de que todos los chicos estuviesen presentes y cambiados. Y fue entonces cuando habló Flint, aclarándose la garganta.
—Me gustaría repasar la estrategia, ya lo sabéis —dijo—. Pero visto lo tarde que ha llegado uno de los nuestros —y miró mal al cazador más veterano del equipo—, me temo que eso no va a ser posible. De modo que solo tengo una cosa que deciros, chicos, y chica: Ganar o morir.
Salieron al campo. La profesora Hooch, que como siempre era el árbitro, hizo que Flint y Wood se estrechasen la mano. Ambos apretaron bastante más de lo necesario, como siempre buscando herir al otro, y esto quedaba patente en las marcas rojas que quedaban en las manos de ambos cuando se soltaban. Después del apretón "amistoso", cada uno se subió a su escoba y esperó la orden para empezar a ascender.
—Cuando toque el silbato —dijo la señora Hooch—: tres..., dos..., uno...
El silbato sonó y Mayette salió disparada hacia el aire, mucho más rápido de lo que acostumbraba a ir al principio de los partidos. Voló hasta lo más alto del campo, donde solían ir los buscadores, y tomó la quaffle nada más la soltaron, para luego bajar velozmente en dirección a los aros. Wood se dirigió a toda prisa a detenerla, pues sabía bien que era la cazadora más peligrosa de Slytherin. Pero en aquella ocasión la pelirroja no era más que una distracción, y cuando estaba a punto de chocar contra Oliver, pasó la pelota a Draco que estaba pasando casi por el aro de al lado, y salió volando de nuevo hacia las alturas.
El resto del equipo de Slytherin también coordinaba sus jugadas de manera distinta a la que hasta entonces habían utilizado. Rhaegar Malfoy, veloz como un rayo, planeaba por las alturas, incluso más alto que Mayette, siendo solo un punto para la audiencia, allá en el cielo. Miraba hacia abajo con sus potentes ojos, buscando el resplandor dorado de la Snitch. Llovía a mares, y el rubio sentía como sus prendas se calaban con el agua helada que le caía encima, pero la adrenalina le impedía pararse a pensar en ello. Era el buscador, y el resultado del partido prácticamente dependía de él.
Tenían una ventaja que les resultaba desconocida, pues había una bludger particularmente mezquina que perseguía insistentemente a Harry. Pero eso los Slytherin, al menos la mayoría de ellos, lo pasaban por alto. Quizá Draco Malfoy se diera cuenta, pero su hermano apenas veía lo que sucedía en el juego, concentrado únicamente en la función que a él le tocaba cumplir. Mayette estaba muy ocupada distrayendo al guardián y evitando la otra bludger, que sus hermanos se empeñaban en mandar contra ella.
Rhaegar descendió de las alturas, en picado hacia el suelo, y Potter lo siguió. No había visto nada y no pretendía que el buscador de Gryffindor lo siguiera. El rubio tan solo deseaba acercarse al suelo para ver mejor y librarse por unos instantes de la lluvia que arreciaba sobre su cabeza. El temporal se sentía menos cerca del suelo. Pero no pasó mucho tiempo hasta que se volvió a elevar, momento en el cuál el buscador de la casa de los leones dejó de ir tras él.
Los de Gryffindor pidieron una pausa en el mismo momento en el que Rhaegar vio la Snitch. No tenía idea de lo que estaría sucediendo abajo, solo sabía que no se podía mover para agarrar la pequeña esfera dorada, que pronto desaparecería de su vista. Suspiró, resignándose a tener que buscarla otra vez. Se tensó sobre la escoba, esperando a que sonase el silbato de la profesora para lanzarse a toda velocidad por el campo.
Y el silbato sonó. Todos se apresuraron a continuar con lo que estaban haciendo. Slytherin iba en cabeza por sesenta puntos a cero. Mayette y Draco se habían encargado de ello, con ayuda del otro buscador, un muchacho cuyo nombre la pelirroja jamás recordaba. Alguien tan insignificante que apenas sí estaba incluido en el juego de equipo. Malfoy estaba concentrado en la quaffle, y Mayette estaba segura de que más de uno estaba sorprendido de lo bien que jugaba. Ella, por su lado, distraía con tanta eficacia al guardián que era sorprendente. Pensó que quizá había sobrevalorado a Wood, pues parecía que no era lo bastante inteligente para entender que utilizaban todo el rato la misma estrategia.
Unos metros más arriba, Rhaegar perseguía la Snitch. Potter le seguía de relativamente cerca, intentando también hacerse con la pelota dorada. Pero Rhaegar, era mejor, siempre lo había sido. Se detuvo bruscamente, dejando que el Gryffindor lo sobrepasara, justo cuando agarró la Snitch. No se dio cuenta de que había cometido un error hasta que la bludger impactó contra su brazo. Sintió un dolor punzante.
A pesar de que estaba seguro de que el codo se le había astillado, Rhaegar era un Slytherin, y parte de sus obligaciones para con su casa era demostrar lo menos posible que sentía el dolor. Descendió lentamente hacia el suelo y se bajó de la escoba, utilizando para todo esto un solo brazo. El dolor le hacía morderse con fuerza el labio inferior, pero no había ningún otro signo exterior de que lo sintiera.
Sintió ganas de arrojarse sobre el buscador del equipo contrario cuando éste le hizo un pequeño gesto de burla al ver su brazo herido. Pero por lo demás, lo cierto era que Rhaegar, a pesar del dolor, se sentía genuinamente inconmovible. Se incorporó y levantó su brazo derecho con ayuda de la mano izquierda, colocándolo en su regazo. Miró a los que se acercaban a él.
Todo el equipo de Slytherin tenía sonrisas enormes plantadas en la cara. Flint estaba tan contento que incluso le dio unas palmadas en la espalda al derrotado Wood, que se había arrodillado en el suelo. Mayette Weasley era la única que no parecía feliz. Nada feliz. Rhaegar recordó que una vez le había advertido que nunca más hiciese una jugada peligrosa, pues se haría daño.
—Rhaegar —la escuchó decir, mientras bajaba de su escoba—. ¿Por qué? ¡Podrías haberte matado!
—No se ha hecho nada —lo defendió Draco—. Solo se ha roto un brazo, no es para tanto.
—¿Disculpa? —dijo Mayette, que resultó aterradora por unos instantes. A Fred y George, que miraban la escena con curiosidad, les sorprendió lo mucho que se podía asemejar la niña a su madre—. Oh, claro. Entonces, ¿te rompo un brazo? Y comprobamos si realmente no es nada.
En esos momentos, escucharon la última voz que cualquiera de los Slytherin hubiera deseado oír. Se trataba de Gilderoy Lockhart, que apareció con una sonrisa de oreja a oreja en el campo, dirigiéndose aprisa hacia el lugar donde se había sentado Rhaegar Malfoy. El muchacho lo miró con ojos muy abiertos, pues estaba seguro de que el profesor le guardaba rencor. Sabía que aquello no terminaría nada bien y trató de levantarse del suelo, aunque le salió el tiro por la culata, ya que Lockhart llegó hasta el muy pronto.
—No te incorpores, Rhaegar —le dijo—. No, será mejor que dejes el brazo en el suelo, yo te curaré.
—¡No! —gritó él, palideciendo—. Solo tengo que ir a la enfermería. Seguro que Madame Pomfrey puede arreglarlo con facilidad. No hay necesidad de que intente nada, en serio.
—Tonterías, tonterías —afirmó Lockhart, con su brillante sonrisa plantada en el rostro—. Es un sencillísimo encantamiento que he llevado a cabo miles de veces, incluso dormido. Permíteme.
—En serio, profesor, no es necesario —dijo Rhaegar, obligándose a no emitir un tono de súplica—. No pasa nada, en serio, ahora me levanto y mis compañero me acompañarán a la enfermería...
—No digas más, no es necesario molestar con minucias a Madame Pomfrey.
—¡Profesor...!
Demasiado tarde. Lockhart ya había realizado el encantamiento, y de pronto Rhaegar dejó de sentir dolor. Pero también dejó de sentir un brazo como debería sentirse un brazo. Por un desgarrador instante, el muchacho se reusó a mirar hacia su brazo. El cabello le tapaba los ojos hasta cierto punto, cosa que agradeció por primera vez. Aterrado de lo que pudiera encontrar si miraba, el muchacho llevó los ojos hacia Mayette, que se había tapado la cara con las manos.
—¿Pero es usted imbécil? —preguntó la pelirroja, con una voz muy fría, que indicaba que estaba a punto de perder el control—. Sí, debe de serlo. Porque yo no encuentro ninguna otra explicación lógica. Es decir, ¿qué se creía que hacía? ¿No le ha dicho Rhaegar que no necesita que usted lo cure? ¿Para que tenemos una enfermera? Mire, "profesor" —la chica hizo el gesto de las comillas, con una desagradable mueca en la cara—, no vuelva a acercarse a nosotros.
—Bueno, tranquilízate —dijo Hermione, saliendo en defensa del profesor—. Cualquiera puede cometer un error, y tú más que nadie. Además, ya no duele. ¿No es así?
—Pero tampoco sirve para nada —replicó Mayette, volviéndose hacia la Gryffindor con furia—. Sobre errores, tú no puedes decir nada. Yo al menos no pierdo la cabeza en situaciones de crisis, listilla. Sí, dejarte entrar a Hogwarts, eso fue un error. Con razón Salazar Slytherin os quería erradicar a vosotros los Sangre Sucia. Ahora, espero que hayas aprendido a no dar tu opinión cuando no te la han pedido.
Los del equipo de Slytherin, que estaban ocupados ayudando a Rhaegar a levantarse, rieron un poco ante las palabras de la pelirroja. La chica, después de decirle su opinión más franca a Hermione, se había quedado mucho más tranquila, ocasionando que sus ojos se volvieran de nuevo de todos los colores, dejando a un lado ser enteramente rojos. Se dirigió al castillo en compañía de los demás Slytherin charlando con cierta amabilidad, aunque el disgusto, y algo de la ira, quedaban reflejados en su rostro.
La niña se dejó caer en una silla junto a la camilla de enfermería en la que Madame Pomfrey dejó a Rhaegar. Draco fue el único que se quedó con ella en enfermería, aunque Astoria Greengras no tardó en llegar junto a su hermana y Pansy. Blaise Zabini y Theo Nott se unieron a ellos poco después, pues se enteraron con algo de retraso de lo ocurrido. Ninguno de los dos estaba en el partido, pues tenían detención con la profesora McGonagall.
Rhaegar estaba lívido, más blanco que algunos de los fantasmas de Hogwarts, y miraba a su brazo como si no terminase de procesar lo ocurrido. Pero cuando sus ojos se volvieron a sus amigos, aún aparentemente perplejo, consiguió decir con voz trémula:
—¿Como alguien, queriendo curar un hueso, ha podido hacerlo desaparecer?
—Yo creo que lo ha hecho apropósito —cuchicheó Pansy.
—Sí —asintió Daphne, torciendo el gesto—. Te mira de una manera aterradora desde que lo enfrentaste cuando... Cuando intentó hacerle eso a Maye.
—Lo esencial, Alex, es que te mantengas alejado de él —suspiró Mayette, mirando al chico en la camilla—. Esta vez ha hecho desaparecer tu brazo, pero no nos engañemos, nadie llega hasta donde él ha llegado sin tener talento aunque sea para una sola cosa —la niña bajó la voz—. Tu padre me comentó que sospecha que debe de ser bueno con los hechizos desmemorizantes. Se conocían en Hogwarts, ¿sabeís? Dice que Lockhart siempre trataba de llamar la atención haciendo cosas estúpidas e irritantes.
—Igual que ahora, entonces —replicó Draco, chascando la lengua.
—Exactamente —asintieron todos los demás, sombríos.
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