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Capítulo 26

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— Entonces... —murmuro, al sentarme en uno de los sofás de su casa. Él me mira.

— Entonces. —repite.

De nuevo hemos vuelto al tema principal. La gran historia. El tema del millón. Él sonríe al escucharme.

— Espera, creo que tengo algo por aquí que ayudará a que lo entiendas mejor. —dice.

Y se encamina hacia su biblioteca. Un par de minutos después, regresa con un libro pequeño de pasta verde oscura. Llega hasta quedar parado frente a mi y me lo entrega.

— Lee esto. No es muy preciso pero ayudará a saber más lo que te ha pasado. —me dice, sentándose a mi lado.

Miro el libro. No tiene título, ni autor. Es realmente pequeño, quizá cincuenta hojas. Al abrirlo me doy cuenta de que la pasta no corresponde a el libro, tal vez es sólo una parte arrancada y puesta en la pasta verde. Las primeras palabras en la página dicen lo siguiente;

[Almas gemelas: lazos de amor eterno.]

Hay alguien especial para cada uno de nosotros. A menudo, nos están destinados dos, tres y hasta cuatro seres. Pertenecen a distintas generaciones y viajan a través de los mares, del tiempo y de las inmensidades celestiales para encontrarse de nuevo con nosotros. Proceden del otro lado, del cielo. Su aspecto en ocasiones es diferente, pero nuestro corazón los reconoce, porque los ha amado en los desiertos de Egipto iluminados por la luna y en las antiguas llanuras de Mongolia. Con ellos hemos cabalgado en remotos ejércitos de guerreros y convivido en las cuevas cubiertas de arena de la Antigüedad. Estamos unidos a ellos por los vínculos de la eternidad y nunca nos abandonarán.

Es posible que nuestra mente diga:

«Yo no te conozco.»

Pero el corazón sí le conoce.

Él o ella nos cogen de la mano por primera vez y el recuerdo de ese contacto trasciende el tiempo y sacude cada uno de los átomos de nuestro ser. Nos miran a los ojos y vemos a un alma gemela a través de los siglos.

El corazón nos da un vuelco. Se nos pone la piel de gallina. En ese momento todo lo demás pierde importancia.

Puede que no nos reconozcan a pesar de que finalmente nos hayamos encontrado otra vez, aunque nosotros sí sepamos quiénes son. Sentimos el vínculo que nos une. También intuimos las posibilidades, el futuro. En cambio, él o ella no lo ve. Sus temores, su intelecto y sus problemas forman un velo que cubre los ojos de su corazón, y no nos permite que se lo retiremos. Sufrimos y nos lamentamos mientras el individuo en cuestión sigue su camino. Tal es la fragilidad del destino.

La pasión que surge del mutuo reconocimiento supera la intensidad de cualquier erupción volcánica, y se libera una tremenda energía. Podemos reconocer a nuestra alma gemela de un modo inmediato. Nos invade de repente un sentimiento de familiaridad, sentimos que ya conocemos profundamente a esta persona, a un nivel que rebasa los límites de la conciencia, con una profundidad que normalmente está reservada para los miembros más íntimos de la familia. O incluso más profundamente. De una forma intuitiva, sabemos qué decir y cuál será su reacción. Sentimos una seguridad y una confianza enormes, que no se adquieren en días, semanas o meses.

En el cielo, un lugar que no requiere del cuerpo físico, el reconocimiento del alma puede producirse a través de un conocimiento interior: una percepción de la energía, la luz o la vibración específica del ser amado. Las sientes en el corazón. Se trata de una sabiduría intuitiva y profunda, y entonces reconocemos a nuestros seres queridos de un modo completo e inmediato. Incluso pueden ayudarnos adoptando el cuerpo que tenían en la última encarnación que compartieron con nosotros. Los vemos tal como se nos aparecieron en la Tierra, a menudo con un aspecto más joven y saludable.

Pero el reconocimiento se da casi siempre de un modo lento y sutil. La conciencia se ilumina a medida que el velo se va descorriendo. No todo el mundo está preparado para percatarse al instante. Hay que esperar el momento adecuado, y la persona que se da cuenta primero tiene que ser paciente.

Quizá nuestra relación más fuerte sea con un alma gemela que no se ha encarnado en el transcurso de nuestra vida y que está velando por nosotros desde el otro lado, como un ángel de la guarda. A veces nuestra alma gemela está deseosa de encontrarnos y disponible. Es posible que él o ella se percate de la pasión y la atracción que existe entre ambos, de los lazos íntimos y sutiles que indican que nos hemos relacionado en diferentes vidas pasadas. Sin embargo, esto puede resultar perjudicial. Depende de la evolución del alma.

Si una de las dos almas está menos desarrollada y es más ignorante que la otra, la violencia, la codicia, los celos, el odio y el miedo pueden: enturbiar la relación. Tales sentimientos son nocivos hasta para el alma más evolucionada, aunque se trate de un alma gemela. Es habitual que fantaseemos con ideas
como: "yo puedo cambiarle" o "puedo ayudarle a crecer". Si la otra persona no deja que la ayudemos, si ha decidido que no quiere aprender ni evolucionar, la relación está condenada al fracaso. Tal vez surja otra oportunidad en otra vida; a no ser que la persona en cuestión tome conciencia más adelante. A veces se producen estos despertares tardíos.

En algunos casos las almas gemelas deciden no casarse mientras están encarnadas. Se las componen para encontrarse, permanecen juntas hasta que cumplen el pacto acordado y después siguen su camino.

Gracias a una mirada, un sueño, un recuerdo o un sentimiento podemos llegar a reconocer a un alma gemela. Sus manos nos rozan o sus labios nos besan, y nuestra alma recobra vida súbitamente.

El contacto que nos despierta tal vez sea el de un hijo, hermano, pariente o amigo íntimo. O puede tratarse de nuestro ser amado que, a través de los siglos, llega a nosotros y nos besa de nuevo para recordarnos que permaneceremos siempre juntos, hasta la eternidad.

Brian Weiss, “ Lazos de amor”]

[Reencarnación de almas/llama/gemelas]

Una diferencia fundamental es que cuando las almas/llamas han pactado encontrarse en una encarnación no es para un tiempo, es para no separarse más.

Es una conexión tan sumamente potente e inevitable, tan diferente a todo lo vivido (tiene que ser así porque no tenemos nada más que una) que resulta muy complicado entender qué nos está pasando, tan intensa que hasta que se coloca en su sitio se dan ciclos de corredor/cazador.

En el renacer de un alma/llama esta podría recordar sus vidas pasadas en forma de "sueños o regresiones espirituales" o incluso si durante su nueva vida ha pasado por hechos traumáticos y/o allegados directa o indirectamente con la muerte...]

Dejo de leer.

Predestinación: La leyenda del amor verdadero. El cuento de hadas que todos hemos escuchado de pequeños. Amor eterno. Vaya... Es verdad, mis sueños empezaron después del accidente con mis padres. La primera vez que me pasó, me sentí tan avergonzado, pues no sabía por qué estaba viendo eso en días tan dolorosos y obviamente, apenas tenía quince, el sexo no ocupaba un lugar importante entre mis actividades diarias.

Mi celular suena repentinamente, sobresaltandome. Lo busco en los resquicios del sofá y lo tomo. Es una llamada de, Jin. Contesto.

— ¿Que pasa?

— ¡Jimin! ¡Jimin ayúdame! —exclama desesperado.

— ¡Jin! ¿Que tienes? ¡¿Dónde estás?! —le grito. YoonGi se levanta conmigo. Y de pronto se escucha un silencio ensordecedoramente estático por la bocina de mi celular. — ¿Jin? ¡Jin!

— Te dije que tendrías noticias de mi muy pronto. —masculla, Yurah, al otro lado de la línea.

¡No puede ser!

— ¡QUÉ ES LO QUE QUIERES! —le grité furioso.

— Verte muerto nuevamente. Hagamos un trato, seguro, YoonGi está escuchando, ¿cierto? —me pregunta. Lo miro.

— Sí.

— Bien. Estoy dispuesta a negociar. Él por tu hermanucho. Sí te alejas de él por el resto de tu repugnante vida, te devuelvo a tu querido hermano. Si no lo haces... Lo matare muy lentamente... O quizá pueda darte una tercera opción, tú vida por la de tu hermano. —dice cáustica y arrogante. Dios mío... ¿Que debo hacer? — Creo que, YoonGi sabrá dónde encontrarme...

Él me quita el teléfono y le cuelga.

— ¡¿Pero qué haces?! ¡No te das cuenta que tiene a mi hermano!

— Lo sé. Pero entrando a su juego no tendrás nada que ganar. Sé dónde está, iré por él.

— ¡Encuentralo! ¡Por favor encuentralo! —le grito desesperadamente. Él me sostiene por los brazos.

— Lo voy a encontrar, te lo prometo. Quédate aquí. —me pide, mirándome fijamente.

— ¡No! Llevame contigo! ¡Yo no me puedo quedar aquí sin hacer nada! ¡Necesito buscar a Jin, es lo único que tengo!

— No pienso discutirlo, te quedarás aquí, a salvo.

— Pero...

— Basta. Dije que no. —murmura seriamente. Asiento sin opción.

— Está bien. —susurro, casi a punto de quebrarme.

Se queda mirándome un momento. Espera ver sinceridad en mis palabras. Me da un beso en la frente, me suelta y se aleja. Camino tras él hasta la puerta y en cuestión de segundos desaparece de mi vista.

Oh Dios mío... ¡Maldita, maldita bruja!

Está empeñada en destruirme, y lo peor es que lo está logrando.

Estoy tan cansado de todo esto. ¿Por qué no nos deja en paz?

Oh por favor, que no le haga daño a mi hermano. Que no le haga daño a mi hermano.

...

Abro los ojos. Me quedé dormido más tiempo de lo que me imaginé, aunque aún es de noche.

YoonGi todavía no a llegado. Tengo tanto miedo de pensar que le hayan hecho daño a mi hermano.

¡Y YO AQUÍ SIN PODER HACER NADA!

Que impotencia. ¡¿Dónde están?!

En ese momento percibo las cortinas del balcón, moviéndose y mezclándose con la brisa. Las puertas están abiertas de par en par.

¿Estaban así antes de dormirme?

Realmente, no lo recuerdo. Camino lentamente hasta el balcón y las cierro. Pero inexplicablemente, un escalofrío me recorre el cuerpo y siento que no estoy solo en la habitación. Doy vuelta rápidamente y contengo la respiración al ver una sombra oculta entre penumbras, emergiendo despacio hacia mi.

— Jimin. —la escucho susurrar.

Esa voz...

— ¿Jinnie? —murmuro.

La silueta sale completamente de la oscuridad. ¡Es él!

Corro a abrazarlo y él me abraza también. Ambos lloramos de alegría. Lo tomo del rostro y lo examino.

Sí, es él, está bien. No estoy soñando.

— Oh, Jimin... —pronuncia abrazándome de nuevo.

— Tranquilo, ya estás a salvo. Sí estás bien, ¿verdad? ¿No te hizo daño? —le pregunto angustiado.

— No, estoy bien. Todavía no puedo creerlo, Jimin. Son reales, ¿cómo puede ser? —me dice contrariado.

— Después te lo explicaré todo, ¿de acuerdo? —murmuro. Y lo miro una vez más.

Dios, gracias. Gracias por no quitármelo también.

— ¿Seguro que estás bien? —vuelvo a preguntarle. Quiero confirmarlo.

— Sí, sí. Estaba tan asustado, Jimin. Pero, YoonGi me ayudó. Él me salvó.

— ¿Dónde está él? —le pregunto lleno de felicidad y miro alrededor.

Lo cumplió. Cumplió su promesa de traer a mi hermano de vuelta conmigo. Él ríe y seca sus lágrimas.

— Está allá abajo. No quería despertarte, pero insistí y creo que pensó que sería buena idea que me vieras antes.

— Tengo que agradecerle. —dije, tomándole de las manos. Él vuelve a sonreír. Es tan bueno ver esa sonrisa. Esa que se parece a la de mamá.

— Claro, vamos. Yo primero que nadie le debo las gracias. —me dice. Y ambos salimos de la habitación.

Sin soltarnos las manos caminamos por el gran corredor y bajamos las escaleras con rumbo al salón principal. No puedo contener mi alegría.

Al llegar a éste, está vacío. No hay absolutamente nadie.

¿Qué está pasando aquí?

— ¿Dónde está? —le pregunto.

— En el infierno quizá. —murmura en tono dulce. ¿Que? Me giro despacio y miro a Jin, sin entender una palabra.

— ¿De qué estás hablando? —susurro.

— No te preocupes. Pronto, tú también lo estarás. —pronuncia. Su voz parece difuminarse, se escucha diferente.

— ¿Que le sucede a tú voz? ¿Por qué dices eso? —le cuestiono. Él se mueve a mi alrededor.

— ¿De verdad eres tan tonto, como para creer que él es para ti? —inquiere. Se acerca lentamente.

— ¿Jin...?

— Shh... —él pone su dedo en su boca y con una ligera señal, me pide escuchar algo. Pero no se oye nada. Levanta su brazo y...

— ¡Agh!

No veo nada más, sólo oscuridad.

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— Jimin~... Oh, Jimin~...

Escucho un canto llamándome. Abro de nuevo los ojos muy despacio. La mínima y tenue luz existente me lastima, me duele la cara como si me hubieran golpeado fuerte y... ¿Que?! ¿Qué es esto?! Mis muñecas están atadas con una soga. Mis manos están amarradas en lo alto de la barandilla de las escaleras. ¡No puedo soltarme! ¡Maldición!

¿Qué está pasando?! ¿Por qué estoy aquí?

Intento sacar mis manos de las ataduras, pero entre más lucho, el nudo parece hacerse más pequeño, apretando mi piel. Me cortan la circulación. ¡Ah! Comienzo a desesperarme, mis brazos se cansan por estar suspendidos.

— ¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor! ¡Auxilio!

— No gastes tus energías, hermanito. —susurra, Seokjin, bajando las escaleras tras de mi. Apenas puedo verlo con la esquina del ojo.

— Jin... ¡Jin sueltame por favor!

— Hm... nop. Te dejaré ahí. —dice, caminando al frente. ¿Que?

— ¡Jin esto no es divertido! ¡suéltame! —le grito e intento zafarme los nudos de las manos sin éxito.

— ¡YA CÁLLATE! —grita, y sorpresivamente me da una fuerte bofetada.

— ¡Que diablos te pasa! —le grité enfadado y levanto la cabeza. Él se acerca y me sujeta fuerte de las mejillas.

¡¿Que está sucediendo?!

— No. Soy. Tú. Maldito. ¡hermano! —me grita en la cara. — Mírame bien. —masculla imperiosamente.

Sus ojos comienzan lentamente a tornarse grises, casi blancos, su cabello a oscurecerse. Poco a poco su piel palidece hasta parecer un cadáver.

— Yurah... —susurro. No puede ser, otra vez me ha vuelto a engañar. La miro totalmente desorientado. Ella sonríe y suelta mi rostro con aversión.

— Muy buena mi actuación, ¿no? Digna de un premio, diría yo. —dice cínicamente.

— ¡¿QUÉ LE HICISTE?! ¡¿Dónde está mi hermano?!

— ¡Ay ya, guarda silencio! Detesto tu maldita vocecita de niño. —espeta, tomándome de la nariz. ¡Bruja! Le escupo en la cara. — ¡Cómo te atreves! —me grita. Me mira llena de ira y vuelve abofetearme. Esta vez en la otra mejilla.

¡Agh! Maldita...

Ella se hace a un lado, mientras limpia su endemoniado rostro.

— No sabes con quién te metes y todo lo que puedo hacerte. Y creeme que tengo todo el tiempo del mundo, rata. —ella sonríe. — Lamento sí pensaste que un príncipe azul vendría a salvarte.

— No te tengo miedo. —murmuro.

— Deberías. —dice arrogantemente.

— Lo mismo digo. Es sólo cuestión de minutos para que, YoonGi venga y te haga pedazos. —espeto.

— Yo no estaría tan segura, peste. —masculla desdeñosa. — Digamos, que esta vez no he venido sola. Ahora mismo, el único que debe estar hecho pedacitos en el infierno es él.

— ¡No! ¡No es cierto! —le grito.

¡No por favor no!

Son sólo alardes de su parte, no es verdad. Sólo quiere hacerme pagar por sus celos. Pero debo admitirlo... Estaba funcionando. YoonGi, ¿muerto? El sólo pensarlo, imaginarlo, el corazón se me hunde.

— ¿Por que haces esto? —le pregunto desolado. — Creí que tú también lo amabas. —ella se acerca hecha una furia.

— ¿Quieres saber por qué? ¿De verdad quieres saberlo? ¡¿QUIERES SABER POR QUÉ?! —me grita en la cara, abalanzándose sobre mí. Me jala fuertemente del flequillo para que levante la mirada hacia la suya.

— ¡Ah!

— ¡POR QUÉ TENÍAS QUE HACERTE EL APARECIDO! ¿Por qué diablos tenías que volver? ¡¿Por qué tenías que meterte entre nosotros?! Él no va a ser tuyo. ¡Prefiero verlo muerto antes que contigo! Yo le di la vida y yo puedo quitársela. —farfulla, proclamando todo su odio hacia mi.

— ¡Yo no lo decidí! —le grito también. — No fue mi culpa volver. Pero no importa lo que me hagas... No te amará jamás...

— ¡Cállate! ¡Cállate! —ella me golpea con la rodilla en el estómago. ¡Agh!

Intento encogerme para cubrirme, pero me es imposible con los brazos levantados y atados. Lo hace en repetidas ocasiones. Es demasiado fuerte. El dolor me hace arquearme y casi llorar. Aunque es más por la rabia e impotencia. Respiro entrecortadamente. Ella me sujeta el cabello otra vez, levantando mi cabeza y pone algo bajo mi cuello con su otra mano. Tardo unos segundos en darme cuenta que es una de sus uñas. Podría jurar que era un abrecartas. Intento estar inmóvil. La desliza lentamente por mi, hasta mi torso y con un rápido movimiento, me corta diagonalmente a las costillas.

— ¡Agh! —grité, desesperado de dolor.

¡Oh, maldición! ¡Maldición!

Ella parece tan tranquila, ni siquiera se inmuta al tener su mano llena de mi sangre.

— Mirate. No sabes cuánto estoy disfrutando esto, verte sufrir, como el perro sarnoso que eres. Pero no creas que he terminado. —murmura, llevándose el dedo a su boca. — Quiero verte suplicando a mis pies que tenga piedad de ti, que te mate de una vez... Y gozaré tanto al negartelo.

— Jamás te suplicaré nada. Agh... —gimoteo dolorido.

— ¡QUE NO HABLES! —vuelve a abofetearme. — ¡Cierra esa inmunda boca o tendré que meterte esto en la garganta! —grita apuntándome de nuevo.

— ¡HAZLO! Ya te dije que no te tengo miedo. —protesto furioso. El dolor es terrible.

Ella levanta un poco las cejas, quizás sorprendida por lo que le dije. Quizás nadie la había desafiado. Probablemente todos sucumbían al temor que inspiraba. Su enorme ego la hacía sentir todopoderosa. Ella me mira y puedo sentir la ira creciendo en sus ojos. Se acerca y...

—¡Agh! —ni siquiera puedo gritar. Mi respiración se dificulta con el corte en mi garganta.

No puedo...

Ella corta la soga y caigo al suelo. Mi cabeza rebota fuerte del piso. Me ahogo con mi propia sangre. Me observa, parada junto a mi. Da la vuelta, comienza a caminar, alejándose, dejándome allí tirado. Ya casi no soy consciente, mi vista se nubla y el aire no consigue entrar a mis pulmones. Mis brazos no tienen la circulación suficiente para poder moverlos y hacer presión en mi garganta. La sangre brota sin poder detenerla.

Antes de poder llegar a la puerta, se detiene en seco, saca algo del bolsillo de su pantalón, no alcanzo a ver que es. Hace algo unos segundos y levanta la cabeza hacia el techo, como si no pudiera creer algo. Da la vuelta y regresa hacia mi.

— Sí él desprecia tanto a nuestra especie como yo a ustedes... Sufrirá más con esto. —la escucho murmurar. Se inclina sobre mí y encaja sus poderosos colmillos en mi piel.
¡Agh!

Puedo sentirla, como extrae parte de la sangre que aún queda en mi torrente y no tengo la mínima fuerza para alejarla de mi.

¡Oh Dios mío! ¡Duele tanto! Mis venas arden, están secas. Puedo sentir como un líquido caliente entrar a través de mi cuello. Como el mismo hierro fundido, caliente y pesado, esparciéndose por cada una de mis terminaciones arteriales. Es insoportable. Mi cuerpo se convulsiona de dolor incesantemente. La siento retirarse y con los ojos casi en blanco, la veo marcharse lentamente.

Con gran dificultad, intento darme la vuelta hasta quedar boca abajo. Pero entonces, una fuerte sacudida en la cabeza me detiene. Es como si me taladraran el cerebro, como si me clavaran cien clavos a la vez.

¡Dios duele tanto!

No puedo más. Mis pensamientos se hunden en un torbellino de caos. Estaba acabando conmigo. ¡Por favor que esto pare! Grito y me retuerso. Puedo sentir como mi vida se diluye despacio y sólo queda oscuridad. Sólo recuerdos. Vagas imágenes de mis seres queridos..

Mis padres, Jin, Hoseok, Taehyung, Jennie, Namjoon, Tara... YoonGi.

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MIN∆BRIL

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