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Capítulo 11

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Definitivamente, cuando estoy en sus brazos, es cuando mejor me siento. Aunque me deje machacado. Estoy realmente exhausto, después de fundirnos apasionadamente, después de nuestra plática a cerca de nuestra promesa de absoluta sinceridad sobre nuestros sentimientos. Escucho una sonrisa de su parte y me abraza más fuerte.

— ¿Machacado?

— Completamente. ¿No te importaría dejarme embarazado? —le pregunto sarcástico.

— Es imposible Jimin. Mi cuerpo es sólo un despojo de lo que un día fue. Estoy... muerto en vida, inservible. —murmura en tono serio, incluso nostálgico.

— Yo, no diría lo mismo. Si estuvieras más vivo... acabarías conmigo por completo. —él vuelve a sonreír. Amo que lo haga. — ¿Sabías que habrá un festival en el pueblo? —susurro, mientras hago figuras imaginarias en su pecho. Él reprime una sonrisa.

— He vivido aquí hace casi más de cien años Jimin. Claro que lo sé. —me dice.

~Gracias por hacerme ver como todo un tonto...~ sonríe y me besa en la frente.

— ¿Te gustaría ir conmigo?

— Vivo en secreto hace más de un siglo, ¿no crees que alguien podría darse cuenta de lo que soy? —inquiere. Sonrío para mí mismo. — ¿Qué es tan gracioso?

— ¿No me escuchaste? —él arruga su frente.

— No.

— Dije, que tal vez deberías comer muy bien antes de bajar. —murmuro, su ceño se suaviza.

— Quizás debería comenzar ahora mismo. —pronuncia girándose sobre mi, mientras me besa.

— ¿Puedo preguntarte algo? —susurro en sus labios.

— Sí eso te hace feliz. —bufa resignado.

— Quiero saber más de lo que eres. —él asiente.

— ¿Qué quieres saber?

— Como por ejemplo... ¿En realidad les afecta el ajo? —él ríe y niega con la cabeza.

— Falso. Sólo es asqueroso.

— Cierto. ¿Y el sol?

— Ese sí. Mi piel se combustiona con sólo tocar un rayo unos segundos. De ser más tiempo... Sólo quedarían cenizas.

— Wow, creí que brillarías como, Edward. —él sonríe. — Trataré de recordar no invitarte a un día de campo. ¿Y las imágenes religiosas y todo eso?

— Completamente falso.

— ¿Puedo preguntarte algo más?

— Si no queda otra. —dice serio, pero sé que está de buen humor.

— ¿Co...Cómo pasó? ¿cómo fue que tú...?

— ¿En realidad quieres saber la historia de mi vida? —pregunta. Asiento interesado. Él vuelve a suspirar resignado. — Yo... era subteniente en el escuadrón de salvación e infantería en 1898, poco antes de la gran guerra. Mi regimiento descansaba en un campamento improvisado a las afueras de Francia. Una noche fuimos atacados por el enemigo. Las balas y granadas llovían y explotaban a nuestro alrededor, las barracas fueron obsoletas, muertos por todos lados. Veinticinco hombres murieron por mi culpa. Por una mala decisión, por egoísmo. Sabía que eran demasiados y aún así los hice combatir. Tras la emboscada, los enemigos ganaron. Recuerdo estar casi inconsciente al verlos darles el tiro de gracia a cada uno de mis hombres sobrevivientes. Recuerdo ver los pasos del general al mando, caminando hacia mí, apuntándome. Realmente lo esperaba... —él suspira. — Pero no lo hizo. Supongo creyó que estaba más muerto que vivo. Poco después de su partida, perdí el conocimiento. Vagamente, entre sueños y delirios, vi algo acercándose, parecía ayuda. Revisó todos los cuerpos pero al no ver ninguna señal de vida estaba apunto de marcharse. No podía casi moverme, estaba muy mal herido, así que intenté hacer algún ruido. En ese momento dio la vuelta y su mirada se fijó en mí... Lo que sigue, ya podrás imaginarlo. El veneno quemaba mis venas como si de lava ardiendo se tratase. Fue una larga agonía hasta desfallecer. De alguna forma inexplicable, recobré la consciencia después de no sé cuánto. Supe que me había devuelto la vida, pero también me transmitió su maldición. Estaba increíblemente furioso y hambriento como jamás lo había estado. Tomé venganza de quienes nos atacaron. Y vagué hasta llegar aquí, mi hogar. Lo demás, es historia.

— ¿Eras humano entonces? —el niega. Eso... — ¿Entonces...?

— Nací en una manada. —confiesa. ¿Eso es posible?

Actualmente no es muy común escuchar de manadas. La evolución a acabado con la mayoría.

— Eres... ¿Una clase de, híbrido de ambos? ¿Compartes ambas sangres?

— ... Así es. —confirma.

¿Cómo puede ser?

La curiosidad salta dentro de mi, la duda comienza a agobiarme.

— ... Antes de convertirte... ¿Te habías, presentado? —mi voz suena un poco ahoga. Él me mira. Me examina. ¿Me mentiría?

— Si... Era un alfa. —mierda. ¿No podría haberme mentido? Ahora entiendo por qué me siento tan sometido. Todo este tiempo, se trataba de su voz de mando. Es, un alfa. — Hey... —me levanta la cara para que lo mire. — No es tan malo.

— ¿Quién era? —le pregunto, desviándome del tema. No quiero pensar en eso ahora.

— Una infrahumana llamada, Yurah.

— ¿Una mujer?

— Algo así. Su linaje era puro.

— ¿Puro?

— Qué jamás fue humana, Jimin. Nunca estuvo en esta tierra con vida. Ella me enseñó algunas cosas que debía saber.

— ¿A qué te refieres con que te enseñó?

— Me mostró como cazar... Me enseñó cómo reprimir y controlar mis impulsos. Además de mostrarme los nuevos peligros que me dañarían. Aunque ella no estuvo de acuerdo en que dejara de alimentarme de otros seres con alma.

— ¿Por qué?

— Ella los odia. En tiempos pasados acabaron con la mayoría de su credo. Ahora es respetada por todas las órdenes.

— ¿Ordenes? ¿Hay muchos?

— ... En todo el mundo. Pero cada vez somos menos. Es por eso que los odia. —dice. Eso revela muchas incógnitas. Pero...

— ¿Y sí nos odiaba, por qué te dejó vivir? —le cuestiono. Él se queda callado un largo rato.

— Estás frío, no me gusta que lo estés... —murmura mientras me cubre con la sábana. Alto ahí.

— ¿Por qué estás cambiando el tema? Sabes... por qué lo hizo, ¿cierto? —insisto. Él me mira.

— Jimin, quiero que te quedes conmigo. No quiero que vuelvas allá. —me dice seriamente sin más.

— Yoongi, ya hablamos de esto... —le reclamo.

— Sí, pero después de lo que te voy a decir, correrás peligro.

— ¿Por qué?

— ... Porque, Yurah estará buscándote.

— ¿Y a mí por qué? —le pregunto sin entender. Él se remueve incómodamente.

— Yurah me dejó vivir... Porque se enamoró de mi. —confiesa en voz baja. Mi lobo se agita, no sé si quiera seguir escuchando después de esto. Sé que me arrepentiré. — Jimin... he sido su pareja durante todo este tiempo.

— ¡¿Que?!

¡Oh demonios!

Me dejo caer en la cama y él se vuelve de su lado para mirarme. Cómo si no fuera suficiente con uno, ahora tengo que lidiar con una vampiresa furibunda y loca de celos, que por si fuera poco quiere hacerme pedacitos.

~ ¿Cuándo pensabas decírmelo? ~ Le pregunto mentalmente. Él toma mi mano y la besa.

— Por favor quédate conmigo, así podré mantenerte a salvo. —me pide, sin contestar a mi pregunta.

— Dime. —le insisto molesto.

— ¿Qué cosa? —me dice sin entender. ¿Me está tomando el pelo?

— Deja de evadir el tema. Te pregunté una cosa y no puedes responderme.

— ¿Qué preguntaste?

— ¿No me escuchaste? —él junta las cejas, su ceño se arruga nuevamente.

— No. —contesta malhumorado.

— Dije, ¿que cuando pretendías decirme que tengo tras de mí a esa tipa?

— No pensaba hacerlo. —dice tranquilamente. — Ella se había marchado hace un año, desde entonces no había vuelto a verla. Pero regresó hace unos días y le puse las cartas sobre la mesa. Le dije que no quería volver con ella y como era de esperarse, me juró que te encontraría. No quiero que corras peligro con ella allá afuera. —me pide dócilmente y acaricia mi mejilla.

— Yo no puedo, ni quiero vivir toda la vida escondiéndome. Quizás tú sí, pero yo no. No me quedaré aquí... Y no me mires así. —pronunció determinado, ante su mirada abrasiva.

— Muy bien. Tú ganas. —dice finalmente. — La única parte buena de esto es que no te conoce. No hay como saber que eres tú. Hay cientos de jóvenes allá afuera. —murmura.

Claro... ¡eso es! Me quedo pensativo un momento. ¡ELLA FUE! Seguro que sí.

Hoseok dijo; hace un año las muertes cesaron y hace un año ella se marchó. Ahora regresa y, Jeonghan aparece muerto. Es obviamente trabajo de ella. Está buscándome y sí es preciso se deshará de todos. Por dios... ¿Debería dejar que me encuentre, antes de matar a medio pueblo?

— ¿En que piensas? —me pregunta.

— En que matara a medio mundo para encontrarme. Tal vez debería darle lo que quiere. —susurro. Él me mira aterrado.

— Creo que el pasar tanto tiempo con un muerto está haciéndote alucinar falsas y desquiciadas ideas sobre el suicidio. —murmura.

— Algo debe pararla entonces. ¿Cómo es ella? —inquiero.

— ¿Para qué quieres saberlo?

— Para saber de quién debo cuidarme.

— No te serviría de nada. Ella puede alterar los pensamientos y su apariencia, hacerte creer que es diferente físicamente.

— ¿De verdad? —wow. — De cualquier forma dime como es.

— Es como de mi estatura, tez muy blanca, cabello negro, buena figura...

— ¿La típica vampiresa sexy? —interrumpo de mala gana. Él mira a otro lado, a cualquiera, menos mis ojos. ¿Está avergonzado? ¡Bueno debería! — ¿Lo es? —insisto. Él asiente distraída e indiferentemente. Genial.

— Vamos, deja de estar molesto todo el tiempo. Eres demasiado dulce para estar tan amargado. —él aspira y besa mi cuello. — O te ataré y te mantendré aquí a la fuerza. —amenaza contra mi piel.

— ¿Y quién te ha dicho que te dejare hacerlo?

— ¿Y quién está pidiendo tu permiso? —dice determinado. Sonriéndome de una forma que nunca le había visto. Una forma que llama a dos distintas emociones en mi; miedo y excitación.

— No lo harías...—le dije desafiante.

— Oh, claro que sí. —dice y se levanta rápido, sentándose sobre mi, aprisionandome.

Me sujeta por las muñecas con una mano y se inclina a recoger algo en el suelo con la otra. Se incorpora de nuevo. Joder, ha alcanzado, ¡su cinturón!

— ¿Me vas a pegar? —le pregunto aterrorizado y trago grueso. Él me mira.

— ¿Por qué haría eso? —me pregunta confundido.

— No es la primera vez. Hace tiempo dijiste que podías hacerlo sí querías.

— Era en el buen sentido. —dice con una sonrisa de ocultar algo.

— ¿En qué mundo azotar tiene un buen sentido? —susurro indignado.

— En este... —murmura, levantando muy alto mi pierna y plantándome una fuerte palmada en el trasero.

Carajo. Jadeo por la sorpresa, puesto que no dolió. Se inclina despacio, besándome con suavidad y mientras lo hace, sus manos elevan las mías por lo alto de la cabeza. Antes de que pueda darme cuenta, está atorando el pasador en la hebilla, sujetando mis muñecas a la cabecera de la cama. Tiro de ellas, pero hizo un amarre perfecto. Bueno, esto no está tan mal, de hecho es excitante. No para de besarme ni yo a él. Me jala más abajo de forma que mis brazos quedan completamente estirados. Con lentitud, quita la sábana con la que estaba cubierto mientras desciende una cadena de besos y pequeños mordiscos por mi piel, hasta mi pecho. Cuándo sus labios apenas rozaron mi pezón, me contorsiono y arqueo sobre la cama, puesto que ese minúsculo toque se proyecta en lo más profundo de mi ser. Mi respiración comienza a dificultarse mientras va bajando por mi estómago, mi vientre sube y baja al sentir sus dientes y su tibia lengua cruzar de cadera la cadera suavemente, sin prisas y sólo suspiro como loco por la excitación. Que aumenta tanto como mi deseo de tenerlo ya en mi. Toma mi pierna y comienza a besar la cara interna hacia abajo, baja hasta mi entrepierna, depositando un delicado y húmedo beso en mis testículos. ¡No rayos va a hacerlo! La sangre me quema las venas, no puedo controlar mi agitada respiración. Por un momento, la vergüenza se apodera de mi.

— No... —susurro jadeante.

Pero no se detiene. Levanta mis rodillas, separa aún más mis piernas y sus labios hacen contacto sin poderlo evitar. Y el placer inmediato es tan intenso que me hace aferrarme con todas mis fuerzas de los barrotes de la cama e inconscientemente aprieto su cabeza con mis muslos. Nunca antes había hecho aquello, no sabía que podía ser tan malditamente bueno.

— ¡Joder! Mmgh...—no puedo evitarlo más, gimo y jadeo por lo que hace.

Es incómodamente placentero. Su lengua se mueve cadenciosa y me penetra. Es insoportable. Se aleja unos segundos después, dejándome sofocado, pero su boca continúa el camino. Succiona mis testículos y sube con su lengua hasta la base de mi miembro. Me sujeta y lame despiadadamente lento hasta la punta. No resisto. Sus labios me toman, me devoran por completo. Sube por mi cuerpo alterado y ataca mi boca. Puedo sentirme en su lengua y a pesar de lo que parecería, es increíblemente excitante. Se sostiene con sus brazos, manteniéndose elevado sobre mi. Mis ojos abrumados por la necesidad, encuentran los suyos y en medio del silencio, gritan con desesperación. Me tiene jadeante y observándolo sin tocarme más.

— Arriba. —ordena con la voz ronca, su respiración imita la mía.

Subo mis rodillas y se coloca entre mis piernas. Aún sobre mi, desliza la punta de su erección de arriba abajo, con la cadencia y vaivén de sus caderas, torturándome. Estoy demasiado caliente para aguantar sus burlas. Pero entonces, se introduce lento. Oh tan malditamente lento. Haciéndome sentir su gloriosa longitud. Mi cuerpo se abre para recibirlo y gimo al sentir su invasión que me llena por completo. Tiro la cabeza hacia atrás y tiro fuerte de mis manos restringidas. Se sostiene con una mano y la otra baja hasta mi muslo, acariciándome suavemente y eleva mi pierna más alto, casi a la altura de nuestros pechos, lo que hace más profunda e intensa su llegada, y muy despacio se retira.

¡No, por favor...!

La sensación intermitente de tenerlo dentro de mi, irradia por todo mi ser. Se introduce lento, se mueve y vuelve a apartarse. Prolongando al máximo mi anhelado clímax, que me devasta por completo. Es una increíble tortura imparable. El paraíso y el limbo juntos por igual. Sé que no se detendrá, porque disfruta el verme desesperado. Me vuelve loco. Mi cuerpo está sobrecargado, quiero, necesito explotar, pero no me deja. Y es tan frustrante, que es magnífico. Gimo y me arqueo por no poder tocarme para descargarme. El placer es tan puro e intenso que estoy a punto de clavar mi uñas en las palmas de mis manos.

Su fuerza me deshace. Me tiene acalorado, jadeante y alucinado por su pasión, por sus movimientos deliberadamente lentos, que me estremecen cada poro de mi cuerpo. Mis músculos dilatados se tensan aún más, mi interior lo acepta con infinita dicha, lubricando como jamás lo había hecho, proclamando el esperado éxtasis mientras es saqueado una y otra vez. Pero no quiero que termine, no quiero culminar tan pronto sin importar cuán desesperado esté. Se inclina despacio, comienza a besar mi vientre y poco a poco va subiendo a mi pecho, cuello y boca. Sus manos suben, entrelazándose con las mías atadas, siento su peso caer.

Destraba la hebilla del cinturón. -realmente empezaban a cansarseme- Apenas me suelta, mis manos viajan a su cabello, atrayéndolo más, aferrándome a él con todas mis fuerzas mientras me sujeta ambas piernas en alto al hundirse y me besa. Como si la vida se fuese a escapar en este instante si nos separamos y juntos llegamos a nuestra liberación. Meto mi mano y me ayudó a terminar mientras lo siento regarse en mi. ¿Siempre será así de bueno? No lo sé, pero cada vez es mejor.

— Te amo. —susurra, mirándome fijamente, su respiración es forzada aún al igual que la mía. Lo miro y guardo silencio unos segundos mientras me recupero un poco.

— Tengo, algo para ti. —murmuro.

Oh, demonios, ¡que estúpido! Momento perfecto, casi mágico y tenía que arruinarlo. ¿Por qué no puedo decirle que lo amo también? No logro que salga de mi boca. Él se gira y rompe nuestra maravillosa conexión. Me levanto y recogiendo su camisa del suelo para ponérmela mientras doy tumbos hasta la salida.

¡Soy un imbécil!

Bajo las escaleras en dirección al salón principal, donde dejé mi mochila. La abro y saco la pequeña caja. Cuándo estoy apunto de volver a subir, escucho un ligero ruido que proviene de la cocina.

— ¿Hola? —mi voz es cautelosa. Camino lentamente hacia ella y veo una sombra pasar de lado al fregadero e isla. — ¡Ahh! —grito alarmado, oprimiendo la caja contra mi pecho. — Oh dios... —susurro recuperándome del susto. Es una señora, de unos sesenta años, con cabello negro y rizado que muestra algunos mechones de canas. Ella también oprime su pecho, al parecer tan asustada como yo.

— Hola... Hola, tranquilo. —susurra conciliatoria. Es robusta y pequeña, inclusive más que yo. Y por alguno motivo parece confiable. — No te haré daño, cielo.

— ¿Cómo...? ¿Quién es usted? —le pregunto. Iba a decirle, cómo entró? Pero es obvio que no forzó la entrada.

— Oh, soy Tara, Kim Tara, soy el ama de llaves del Señor Min. Mucho gusto. —dice en tono un poco formal, al extender su mano.

— Jimin, Park Jimin. —susurro aceptándola. En ese momento cualquier color en mi rostro se esfuma. ¡Sólo llevó su camisa! Le suelto la mano y me encorvo un poco agradecido de que la camisa sea larga para cubrirme algo. — Igualmente, Señora Kim.

— Sólo dime, Tara, querido. Y lamento haberte asustado. Vine a dejarle algunas cosas a Yoonie. —pronuncia mientras se acerca a una bolsa de papel en la mesa.

¿Yoonie? Rio.

— Creo que fue mutuo. —ella me sonríe y continúa en lo suyo. — Y... ¿Hace mucho que trabaja para él? —pregunto.

— Bueno, a decir verdad, no soy su ama de llaves exactamente. De hecho no le gusta que me refiera a mi misma como tal. Soy una vieja amiga que le ayuda a que esta casa no se caiga en pedazos. —murmura y me sonríe. Por alguna razón, lo hago también. Ella deja algunas frutas sobre la mesa y de repente se queda un largo rato mirándome. — ¿Estás, enterado? —me pregunta en voz baja. Al principio no entiendo a que se refiere, pero después es claro.

— Sí... Sé lo que es.

— Que bueno. Jamás lo había visto así. Seguramente por eso me ha pedido traer esto. —dice mientras levanta una manzana.

— Ah... Por cierto, debe estar esperándome. ¿le importaría si yo...?

— Oh no, anda. Ve. —dice alegre, ondeando su mano al aire y sonríe de nuevo.

Salgo de la cocina y subo las escaleras en dirección a la habitación. Al llegar lo busco con la mirada, pero no está por ningún lado.

— ¿YoonGi? —susurro y él entró tras de mi.

— ¿Dónde estabas? —murmura secándose el cabello húmedo con una toalla y otra más enrollada a la cadera. Luce genial recién bañado.

— Fui por esto. —le dije entregando la caja.

Él me sonríe extrañado y la toma. Extiendo mis brazos hasta su cuello, donde entierro mi rostro olfateando. Es muy tenue, apenas puedo distinguirlo, pero está ahí. Mezclado entre esa otra sangre insípida. Su aroma. Huele a madera de roble y lavanda. ¿Cómo pude pasarlo por alto antes? Por eso mi almohada era estrangulada entre mis brazos.

— ¿Para mi? —pregunta, juraría que suena emocionado.

— Sí. No es la gran cosa, pero esperaba que, pudiera servir cuándo no podamos, estar cerca. —susurro entre cada beso que le doy. Acaricia mi espalda y me suelta un poco para abrir la caja.

— ¿Un teléfono? —dice un tanto asombrado. Creí que lo sabría desde que llegué.

— Si. Te enseñaré si no sabes usarlo...

— Sé usarlo. —interrumpe reprimiendo una sonrisa.

— ¿En serio?

— Por supuesto. Es sólo que no tenía a quién llamar. —murmura y se agacha para besarme. Me sentí un idiota. Él se compadeció de mi. — Gracias, intentaré hacerlo a horas razonables. —le sonrío.

— Conocí a, Tara allá abajo.

— ¿Tara?

— Ajá. Es una señora muy agradable. ¿Hace mucho que trabaja para ti? —vuelvo a preguntar. Quiero confirmar.

— No lo hace. Tara es una amiga, la conocí cuando tenía doce, hace cuarenta y nueve años. Quedó huérfana muy pequeña. Al principio cuide de ella y me creía su padre. Ahora... Creo que es al revés. —dice con una sonrisa.

— ¿Ella cuida de ti como una madre?

— Algo así.

— Entonces, creo que conocí a mi suegra. —le dije riendo y abrazándolo de nuevo. Sonríe. — ¿Irás conmigo mañana?

— Tengo que pensarlo. Los tiempos han cambiado, pero quizás alguien conserve una estaca. No quiero arruinar tu primer festival.

— Hmm... —lo beso sonoramente. — Piensalo. Me gustaría verte en un lugar más... Alegre.

— ¿Estás llamando triste mi hogar?

— No... Sólo un poco lúgubre y decadente, además de viejo. —dije sarcástico.

— ¿viejo eh? —él me aprieta junto a su cuerpo, metiendo sus manos entre mi cabello. —Te mostraré lo que un viejo puede hacer. —amenaza mientras me mira. Una mano se queda en mi nuca y la otra en mi cadera. Me empuja y ambos caemos a la cama.

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MIN∆BRIL

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