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Capítulo 03

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No puedo moverme. No puedo abrir los ojos o la boca. Escucho el suave murmullo del viento arrullando mis oídos. Intento, intento despertar pero es difícil. Después de mucho tiempo, finalmente logro mover un dedo y poco a poco la mano completa. Es entonces que toda la sensibilidad regresa a mi cuerpo y me golpea de nuevo. Todo mi cuerpo está dolorido y pesado. Levanto la mano y toco mi cabeza. Me palpita de dolor, debo tener una contusión y tal vez algo de fiebre. Abro los ojos pero todo está a oscuras. Es difícil ver algo más allá de mis pesadas pestañas. Es como si un velo negro me los cubriera. Al final de lo que parece una enorme habitación interminable, la única luz existente es la de la luna filtrándose por una ventana abierta, en la que el viento ondea las cortinas. Estoy en una cama.

— Pensé que nunca despertarías, pequeño siervo. —susurra una sombra, sentada a un lado de la cama dónde estoy tumbado.

Se mueve y hace algo. Un segundo después, una pequeña llama brilla de una vela, formando una burbuja de fulgurante luz a su alrededor. Sólo así puedo verle completamente. Sí, era él. ¿Pero cómo? No podía creer que el mismo ser que me había hecho suyo en tantas ocasiones, -quizás cientas- estuviera frente a mi, observándome como a un animal herido y perdido. ¿Enloquecí realmente? ¿O está pasando en verdad...? Intento levantarme otra vez, pero noto que mi tobillo está sujeto a la cama.

— Suélteme. —logro susurrar.

— ¿Por qué? —pregunta intrigado. Como si realmente no entendiera mi petición.

¿Por qué? ¡Porque quiero irme!

— No. —pronuncia determinado.

¡Dios! ¡¿Acaso puede leer mi mente?!

— Es bueno que logres darte cuenta por ti mismo. —murmura.

Él se levanta de la silla y se sienta en la cama junto a mi. Se inclina lo suficiente para que su respiración choque con la mía invadiendo mi espacio. Me levanta las manos y las sujeta sobre mi cabeza en un rápido movimiento. ¡Oh!

— ¿Qué es lo que quieres bello siervo? ¿Por qué me has estado llamando? —pregunta agitado.

¿Llamando? ¿De qué habla?

— Sabes bien a qué me refiero. —espeta.

¿Los sueños?

Él suspira y roza mis labios con los suyos.

— Al principio quería matarte. Destrozarte sin el más mínimo pudor por desquiciarme tanto. Pero cuando te vi y te toqué, supe que lo único que quiero y necesito es tenerte. Te deseo con locura, te deseo ahora mismo. No me importa si estás adolorido, tú te lo buscaste por huir de mi... —determina.

¡¿QUE?!

Él acerca su boca, me besa fuerte y desesperadamente, poseyendola. Su mano baja colándose bajo mi camiseta, moviéndola hacia arriba, acariciando mi piel, apretando mi cintura con desespero. Gimo y cual castigo, muerde mi boca. Un ardoroso quemar se propaga atravesando mi piel desde el interior. Oh maldición... ¡A la mierda la lógica! Llevo casi tres años deseándole y por fin está aquí. Mi amante nocturno, el infractor de mi paz, ladrón de lívido. Cedo a su beso.

Él suelta mis manos y le tomó del rostro correspondiéndole lo mejor que puedo en contra del dolor. Sin soltar nuestras bocas, él se sube sobre mí, posicionándose entre mis piernas. Simplemente me dejo hacer, mis pensamientos racionales se encierran cada vez más profundo y mis deseos florecen desde mis entrañas al entrar en contacto. Mi piel arde, pidiéndole, rogándole por más. Me suelta un momento para ponerse de rodillas y me atrae con él para quedar de igual manera. Ambos frente a frente. Sujeta el cuello de mi playera y la rasga, partiéndola hasta la mitad, me saca los restos por la cabeza sin retirar su mirada de la mía, es realmente hipnótica, hechizante. Me sujeta fuerte de la nuca y vuelve a besarme antes de empujarme sobre la cama con fuerza, lo miró mientras sus delgadas y pálidas manos deshacen los botones de su camisa rápidamente. Nuestra respiración es agitada aún sin tocarnos.

Mi necesidad se desborda cada vez más, como un fuerte tirón en el interior. Sin perderme de vista un sólo momento, se inclina y comienza a besarme frenético, mientras su mano vuelve a acariciarme la cintura y avanza hasta el comienzo de mis short. La sensación piel contra piel es increíble sin la tela que antes evitaba el contacto directo. Caliente contra frío. Pasa sus dientes por mi mandíbula, mordisqueando suavemente. Tiro la cabeza hacia atrás, disfrutando de su toque y besa mi cuello, prestándole total atención a succionar mi manzana de Adán. Mis pulmones parecen estallar ante la necesidad de más aire cuándo separa mis piernas con su rodilla y su mano libre deshace el botón de mis shorts, introduciendola después muy lentamente, hasta llegar a mi suplicante erección. Su palma se acopla perfectamente a mi eje, mientras me acaricia delicada y tortuosamente, sin parar ni abandonar mi boca.

Dios, se sentía tan bien. Pero me suelta, aún contra mi gruñido de protesta. Utiliza sus manos para bajar lo que me queda de ropa, rasgando también de paso mis boxers. Mi erecto miembro rosa mi ombligo. Estoy perdido, completamente expuesto ante su mirada. Se inclina a la altura de mi pecho y sus fríos labios prácticamente me vuelven vapor con cada beso, mientras que el roce de su pecho contra mi miembro comienza a enloquecerme. Sus besos van bajando y mi cordura desapareciendo. Su mano me sujeta y sus labios hacen contacto con mi glande. Sus movimientos son apresurados. Es insoportable y tan dulce. Me derrito en sus manos sin poder evitarlo. Soy tan sensible en sus perfectas manos. Sube de nuevo, atacando mis pezones, luego mis labios, abre más mis piernas e inesperadamente, introduce su dedo en mi interior. Joder...

Me hace gritar y gemir en su boca, lo desliza dentro y fuera, enloqueciendome. No hay ni una pizca de dolor cuando introduce el segundo, o el tercero, los gira y expande dilatándome. Su otra mano sosteniéndome bajo mi hombro al tiempo que muerde el lóbulo mi oreja. Es una sobrecarga de sensaciones. Su mano sigue embistiéndome con suma facilidad, se ha dado cuenta cuán listo estoy. Vuelve a levantarse y en un dos por tres arranca los restos de su propia ropa.

Su piel... Es hermosa, inmaculada como la porcelana. Todo él es perfecto. Si tuviera más tiempo de vida, no dudaría en usarlo para poder admirarlo. Él está aquí... Está aquí para mi y eso es suficiente. En cuestión de segundos, él regresa a mi boca mientras meto mis dedos entre sus blanquecinos cabellos y se posiciona de nuevo entre mis piernas, apretándose contra mi cuerpo febril. Y sin preverlo, de un solo movimiento, me penetra fuertemente. ¡Oh!

Grito y me arqueo sobre la cama sin soltarle me abrazo a su espalda con mis uñas y entierro mi rostro en el espacio de su cuello y hombro. Mis sentidos enloquecen desbordándose y mis entrañas se contraen con tal dicha jamás imaginada.

— Agh... —gimo fuerte cuando se retira.

— Calla... —ordena suavemente, conteniendo la respiración. Las venas de su cuello punzan debido a la tensión.

Y me hace callar con sus labios. Devorándome la boca con ardor. Absorbe mis gritos en cuando vuelve a estrellarse contra mi y comienza a moverse, primero suave, lento, después más intenso y profundo. Instintivamente mi cuerpo toma posesión y subo mis piernas, enroscándolas a su cintura. Intensificando la profundidad de sus embestidas, tan crudas y salvajes, casi bestiales. Mi respiración va a la deriva.

Me siento mareado por la cantidad sofocante de feromonas nublando mis sentidos ante la excitación. La forma en que retrocede y se impacta de nuevo en mi interior es exquisita, cruel y exquisita. Imparable. Me sostengo de sus brazos para ir al encuentro de sus caderas, aguantando perfectamente cada una de sus estocadas que amenazan con destrozarme. Todo mi cuerpo gime al ritmo de tal sintonía erótica. El calor me sofoca, estoy agitado y sudoroso. Mis costillas y mi cabeza duelen, pero no me importan, sólo puedo concentrarme en sus movimientos, sus besos, nuestros jadeos mezclados, fundiéndonos al unísono.

No puedo parar de gemir y a veces gritar. Es demasiado intenso, demasiado carnal, y a la vez tan pleno. Me penetra con fuerza, alcanzando mi punto dulce y mi cuerpo tiembla estremecido al sentirle rasgar más allá del límite. Entre abro mis ojos en mi agonía y es entonces que me doy cuenta de que las sábanas y las telas de la cama son de seda roja.

¡Es exactamente mi sueño!

El de ayer en la camioneta. Es como si hubiese sido una premonición. Recordarlo, sólo me excita más. Con cada embestida mi cuerpo se eleva y araño sus brazos desesperadamente. Me empujo más hacía él para conseguir ese pedazo de cielo, o quizás infierno que me está siendo negado. Él vuelve a atender mi desatendida erección, apretando mi glande con su pulgar y en ese momento mi interior explota, manchando nuestros estómagos, sintiendo el desgarro estremecedor desde adentro, como un doloroso y placentero pellizco.

Mis extremidades se contraen  al sentir sus colmillos en mi hombro haciéndome gritar. Un grito fuerte y catártico, al punto de desmoronarme  en sus brazos de cansancio y placer. Él continúa una vez más y se corre también, haciéndome sentir una enloquecedora replica. Oh no... ¡Otra vez no! Estallo en mil pedazos y él se desploma sobre mí, todo su cuerpo, todo su peso. Perdido en mi y yo en él. Me sujeta de nuevo las muñecas mientras me besa con desespero, mordiendo mi labio inferior. Posee mi boca salvajemente. Apenas podemos respirar, me asfixia.

Por dios, ha sido fabuloso... Incluso mejor que en los sueños.

Él pone su frente sobre la mía, tratando de recuperar su agitada y errática respiración Está tan dentro de mi. Abro los ojos y está mirándome. Su rostro luce desencajado, como si no entendiera lo que acababa de hacer. Comienza a hiperventilar, me suelta y se retira de un sólo tirón.

— Agh... —gruño al sentir el vacío inmediato. Se levantó rápidamente, sin decir palabra y se mueve por la habitación como león. ¿Qué sucede?

— ¡Sucede que quiero devorarte ahora mismo! —responde a mi pregunta no hecha. ¡¿QUE?! — Tu sangre, es tan dulce... Podía olerla, pero estaba tan desesperado por tenerte que no le di importancia. Pero mi mente está más clara ahora que pude probarla tan deliberadamente, sólo quiero devorarte... Estás en celo. —él cierra sus ojos un momento, cuando vuelve a abrirlos, son turbios y salvajes. — Es exquisita. —pronunció y humedece sus labios. — Sólo puedo darte dos opciones. Dejarme beber de ti, o hacerte mío hasta que mueras. —murmura. Mi garganta se seca y sangre bombea irregularmente.

A decir verdad, preferiría la segunda...

Me levanto despacio, y me cubro con la sabana. El dolor y la pesadez a disminuido increíblemente.

— Pues... Entonces... Hazme tuyo... —mi voz se vuelve un susurro apenas audible.

Frunce el ceño y me mira con los ojos entrecerrados. Pareciera querer ver a través de mi. Luego de un par de segundos pareciera relajarse débilmente mientras que el fantasma de una sonrisa ronda su fina y bella boca. Camina de nuevo hacia la cama, levanta su mano y me toma de la barbilla, deslizando su pulgar por mi labio inferior, obligándome a mirarlo.

— Minnie, Minnie, al igual que Eva, siempre deseando probar del fruto prohibido. —se acerca a mi oído. — Muy bien, serás mío, sólo mío. —besa mi cuello. Mi cuerpo se convierte en un paquete de dinamita y es él, el detonador. Continúa besándome y chupa el lóbulo de mi oreja muy despacio. — Cuando yo quiera. —murmura burlón.

¡¿Pero qué?!

Él se aleja dejándome con las ganas encendidas. Desliza su mano hasta mi pierna, desata mi tobillo y trata de levantarme en brazos. ¡¿Que hace?!

— Tenerte así como estás ahora sólo intensifica mis ansias por beber de ti. Tenemos que lavarte. —sugiere. Recuerdo el desastre que es mi abdomen y concuerdo.

Es sólo que, él es tan delgado que no sé si pueda cargarme. Pero me quedo callado al notar que lo hace sin el menor esfuerzo.

Todo está a oscuras, no puedo ver nada. Es hasta varios metros que al fin me deposita en el suelo. Se mueve por el lugar y comienza a encender una gran cantidad de velas para después llenar una tina. Estamos en un cuarto de baño. Estoy encantado con cada acción, cubierto con una sábana y él me ofrece su mano para entrar.

— Entra, no sabes cuánto me está costando ahora mismo no destrozarte. —murmura, aunque más que una advertencia parece una súplica. — No tengas miedo de mi. —musita. Sus pupilas se contraen y no puedo dejar de verlas ni moverme.

Me hipnotizan. Y por algún extraño motivo, no lo tengo. No me siento incómodo ante su mirada y presencia. Pongo mi mano sobre la suya y él me jala hacia su cuerpo fuertemente, obligándome a mirarle de nuevo hacia arriba al tirar suavemente de mi cabello. Sus ojos me controlan. ¿Por qué, si jamás lo había permitido? ¿Por qué, si él no es un alfa? Desliza la sabana fuera de mi cuerpo, me tiene desnudo frente a él pero no aparta sus ojos de los míos.

— Entra. —ordena de nuevo y me ayuda a entrar a la tina.

El agua no está ni fría ni tibia, pero es bastante relajante. Ayuda a mi estado. Pero, mi mente está en blanco todavía. ¿Qué debería preguntar? Esto es tan extraño y rápido. No tengo idea de por qué esto está pasando. Él se sienta en la orilla de la tina y comienza a frotar mi espalda, eso, no lo esperaba. Y a todo esto... ¿Quién es él? ¿Qué nos llevó a este encuentro tan fortuito y visceral?

— Sé lo que estás pensando, Minnie. —murmura, secándome de mi mente. — Debes creerme, que también estoy desconcertado. He visto tu imagen tantas veces en mis brazos, en mi cabeza, en mis pensamientos. Has estado en ellos desde hace tantas lunas. Un tiempo realmente eterno para alguien como yo. Empezaba a creer que sólo era mi imaginación, que jamás te encontraría. —confiesa.

¿Pero cómo? No lo entiendo...

— Ni yo. Es como si tuvieras algo que me atrae... Que me llama... Que nos une.

¿Algo que nos una? ¿En qué sentido? ¿Sexual?

— Es más que eso. —contesta mi cuestionario mental. — Aunque debo aceptar que has despertado en mi esos sentimientos bestiales. No creí que aguantarías, más aún en tu primera vez. —añade en tono divertido.

¿Se burla de mi inexperiencia?

— Más bien la bendigo. Te convierte aún más mío.

— ¿Podrías dejar de invadir mi mente? —susurro. Él reprime una sonrisa.

— No puedo evitarlo, quizá tú deberías intentar hablar más.

— ¿Cómo sabes mi nombre? —es lo único que logro conectar con mi boca. Él suspira.

— Poco después de sacarte del agua, alguien te buscaba clamando tu nombre. Así lo supe.

— ¿Así que me salvaste?

— Si.

— De manera, que te debo la vida.

— Más bien, mi vida. Ahora es mía, ¿recuerdas? —me corrige.

¿Ahora soy un objeto de su propiedad?

— No eres un objeto. Eres un chico. Mí chico. —hizo énfasis en "Mí".

— ¿Y que se supone que conlleva eso exactamente?

— Que serás mío por el resto de mi vida.

— Sinceramente, no creo vivir el resto de tu vida. Eres... Un vampiro, o algo así, ¿no?

— ... ¿Qué te hace pensar eso? —pregunta sarcástico.

¿Se burla otra vez de mi? Bastardo

Me jala del cabello obligándome a mirarlo.

— Mucho cuidado con esa boquita blasfema tuya. No me costaría nada darte unos buenos azotes para quitarte lo malcriado. —pronuncia tan serio como el mismo diablo. Él me suelta.

— ¿Planeas hacerme tu esclavo?

— Quizás. —responde cortante, chasqueando con su lengua. — Basta de tanta parloteo. Termina de lavarte, ahora vengo por ti. —dijo. Él sale de la habitación un instante.

¿No era él, el que quería que hablara? ¿Debería huir ahora que puedo? Realmente, no sé por qué, pero no quiero. Comienzo a lavarme todo el cuerpo, una vez termino, me relajo recargando la cabeza en el respaldo de la tina y cierro los ojos. Cuándo vuelvo a abrirlos, él está observándome desde la puerta, tan fascinado, como si estuviera viendo la cosa más interesante de la vida. Segundos después, camina hacia una cómoda y saca una toalla blanca. Se acerca y la pone frente a mí, lo que pone fin a mi baño relajante. Me levanto y él me ayuda a salir, envolviendome en ella. Caminamos de vuelta a la habitación, él va a mis espaldas, así que me giro para verlo. Él se me queda mirando un largo rato, su ceño se arruga con preocupación. Levanta su mano y roza la herida en mi frente.

— Auh... —me quejo, y tomo su mano para quitarla. Su ceño se profundiza.

— No quiero que vuelvas a correr riesgos innecesarios. Tu vida es mía ahora y no la necesito en peligro, ¿entiendes?

— Si señor. —pronunció en un susurro. Su rostro se suaviza.

— Eso me agrada.

— ¿El que no me meta en problemas? —vacilo.

— Eso, y que tengas algo de respeto. —fanfarronea y besa mi mano al soltarle. — Lamento haberte atacado así. Mientras dormías vinieron a mi todas esas imágenes, estaba desesperado. Realmente no me pude controlar. También lamento haber destrozado tu ropa.

— ¿En serio? —él sonríe satisfecho.

— No. Pero se supone que es lo que tiene que decir uno por educación. Toma. —me dice, pasándome unos pantalones y una camisa que supongo son suyos. — Por el momento no tengo otra cosa que ofrecerte. No sabía que estarías aquí ahora. Aunque, ciertamente preferiría que te quedaras tal y como estás. —murmura. Todo el vello se me eriza ante el escrutinio de sus ojos. Mi estómago gruñe vergonzosamente y él sonríe. — Ven, debe haber algo en la cocina que puedas comer.

Luego de cambiarme. Me lleva a oscuras de la mano, sólo hay algunas velas iluminando de vez en cuando. Seguramente debe gustarle así. Me suelta un momento y mis pupilas se dilatan ante la luz cegadora que ataca mis ojos. A encendido una lámpara que pende del techo. Empezaba a creer que no tenía luz, puesto que la casa parece bastante antigua. Tal vez de a principios de 1900. Mi cabeza sigue siendo una maraña. ¿Debería preguntar algo más?

— Siéntate. Veré que puedo traerte y cuando vuelva podrás preguntarme todo lo que quieras. —dijo, para luego marcharse.

¿En algún momento me acostumbraré a que invada mi mente? Me siento y espero como me lo ha pedido. Un poco más tarde regresa con una botella de vino, unas copas y... ¿Uvas?

— Es lo mejor que pude encontrar. —susurra, encogiéndose de hombros. Los pone en la mesa y se sienta a un par de asientos de distancia. Lo cual aprecio. Su cercanía, me pone nervioso.

— Si, eres lo que eres, ¿de donde sacaste esto? —le pregunto curioso.

— Tengo a alguien que me ayuda, ahora duerme.

— ¿Otro esclavo?

— Ella. Y no, está en su casa. Pero sabes que eso no es lo que quieres preguntar.

Trago pasado antes de preguntar.

— ... ¿Quién eres? ¿Qué es lo que quieres de mi?

Él se toma su tiempo antes de contestar.

— Tu dueño. Tu amante. Un individuo que ha esperado mucho para tenerte, Minnie. Y que sólo quiere protegerte.

— Pues, me temo que estoy en desventaja... Tu sabes mi nombre, yo no sé el tuyo. —él parece pensárselo.

— Min... YoonGi. —dice secamente. Ok...

— ¿Cuántos años tienes? —él reprime una sonrisa. ¿Le parece divertida mi pregunta?

— ¿Inmortales o humanos?

— Oh... —capto, que tonto. — Ambos.

— Humanos, unos veintiséis... Inmortales... Más o menos, ciento cincuenta.

¡Por Dios... Me tiré a un anciano!

Él sonríe abiertamente, mostrando parte de sus encías. Jamás había visto una sonrisa tan hermosa y deslumbrante en algún otro hombre.

— Te he dicho que tuvieras cuidado con esa boca. —me reprende un tanto divertido.

— Yo no he dicho nada. —vacilo inocentemente, mientras bebo de la copa que él me sirvió.

— No juegues conmigo, Minnie, no te conviene. —dice en voz baja, y suena a una amenaza tan tentadora. No quiero pensar en lo que sería capaz de hacer estando enojado. Pero no quiero ser esclavo de sus órdenes tampoco.

— Claro, olvidaba que puedes leer mi mente. ¿Podrías por favor leer esto?

~Deja de llamarme, Minnie me hace sentir un bebe que es incestuoso con alguien tan viejo como tu, abuelo.~

Él vuelve a sonreír. ¡Es hermosa!

— De acuerdo. Come algo. —me ordena en tono más suave y así lo hago. Como una uva, y luego otra encantado. Tengo demasiada hambre, pero, algunas cosas revolotean mi mente todavía.

— Hace poco, dijiste, que me buscaban... —murmuró. Él inclina su cabeza a un lado y me mira con interés

— Así es.

— ¿Me permitirás regresar? —pregunto.

— No.

— ¿Por qué no...? —pregunto algo alarmado.

— Porque eres mío. —dice con fría sinceridad.

— Pero tengo familia y una vida...

— Una vida que ahora me pertenece. —vuelve a corregirme.

¿Qué puedo hacer? Piensa...

— ... ¿Y si prometo volver? —musito, sin dejar de verlo.

— ¿Lo harías? —pregunta intrigado

— ¿No confías en mí? —su ceño vuelve a arrugarse.

— Lamento si lo tomas a mal pero, en realidad no sé cuánto vale tu palabra.

¿Quiere más pruebas que el que no haya salido huyendo?

— Si... Lo haría. —él se me queda pensativo un momento. Su mirada trata de atravesarme buscando la verdad en mis palabras.

— Ven acá. —ordena con un suave movimiento de cabeza. Me levanto de la silla y doy los pocos pasos que nos separan el uno del otro. Cuándo estoy frente a él, me sujeta de la cintura y me sienta sobre su regazo. — Entonces... ¿Volverás? —su tono parece un desconsolado lamento. Mi corazón se achica.

— Sí. —le prometo. Ni siquiera yo puedo entender lo que sale de mi boca.

Él me aprieta en sus brazos y coloca su cara en mi pecho. Titubeantemente subo mi mano y la posó sobre sus cenizos cabellos, acariciándolos. Son tan suaves.

— Está bien. —concede. Levanta su cabeza y me mira fijamente, como buscando una afirmación en mi rostro.

Sus ojos brillan esperanzados mientras me examina. Pareciera querer grabar cada rasgo de mi rostro en su memoria. Le tomo del rostro con mi mano, me acerco despacio y lo beso. Largo y profundo. Él me corresponde y me levanta de sus piernas sin soltarme ni un segundo. Aumentando la pasión de su beso, con una mano hace a un lado las cosas en la mesa y me sube en ella. Eleva mis manos, apretándolas a los lados de mi cabeza y se posa sobre mi, besándome más fuerte. Vuelve a hacerse dueño de mis labios y me es imposible evitarlo, porque no quiero hacerlo. Pero entonces se detiene, puesto que ambos estamos sin respiración suficiente. Dios, me arden los labios y mi pulso ya está alterado.

— No quiero dejarte ir. —murmuró jadeante.

— Volveré, lo prometo. —susurro junto a su boca. Él vuelve a besarme una vez más y aspira fuerte.

— Sólo te advierto una cosa. De no volver, yo mismo iré a buscarte —dice en tono suave y amenazante al mismo tiempo. — Vamos, te dejaré justo donde te encontré antes que nazca el amanecer.

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MIN∆BRIL

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