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Capítulo 4

«Por intentar salvarlo fui castigado, y te perdí a ti».

Las palabras de Fadrik hicieron eco en su cabeza mientras intentaba encontrarles algún sentido. An parpadeó, medio confundida.

—¿Qué?

—Lo que oíste, los dioses me castigaron —respondió él, aún con el torso inclinado hacia adelante y las manos entrelazadas entre las rodillas—. Me prohibieron verte hasta que cumplieras la mayoría de edad, no podía acercarme a ti aunque quisiera... Sabían que deseaba criarte, que quería que crecieras en Arben, en las tierras de nuestra familia, y por eso me lo arrebataron. No tuve más opción que esperar...

An apartó la mirada de la de él, aún más aturdida que antes. Siempre se le había dado bien leer las miradas de la gente, le era fácil identificar cuándo alguien estaba mintiendo o era sincero. En ese momento percibía el dolor de Fadrik a través de sus ojos, de su voz, parecía ser un hombre honesto... pero aun así, no tenía idea de qué pensar o decir. Minutos antes había deseado arrojarle la bandeja con tal de que se largara, pero ahora, viéndolo tan abatido, se veía incapaz de hacer algo así.

—Sé que puede ser difícil de asimilar, y entenderé si desconfías de mi palabra pero...

—Te creo —dijo ella de golpe y, ante su gesto de sorpresa, añadió—: Tengo buen olfato para adivinar si alguien está mintiendo o diciendo la verdad, tú pareces decir la verdad.

Por primera vez desde que había entrado, Fadrik sonrió, y eso hizo que su parecido con Matt se acentuara.

—Tienes suerte, a algunos no se nos da tan bien eso —comentó en un tono más relajado y alegre, estaba claro que el hecho de que ella le creyera era algo de suma importancia para él, al punto de haber mitigado su pena—. Gracias por elegir confiar en mí, creí que necesitarías más tiempo.

—Que te crea no significa que voy a llamarte papá o que me voy a echar a tus brazos y decirte que te quiero, ¿quedó claro? —soltó An, intentando en vano no sonar muy brusca.

Para su sorpresa, Fadrik no se mostró ofendido, sino que al contrario, le dedicó una mirada comprensiva.

—Lo sé, jamás esperé que me aceptaras como tu padre de la noche a la mañana. —Se observó las manos un momento, inspiró profundo y luego volvió a mirarla—. Pero me gustaría que me dieras la oportunidad de serlo, o bueno, de intentarlo.

—¿No tenías otra opción? —cuestionó An, él parpadeó, desconcertado—. Me refiero a que... Eso de que los dioses te castigaron, ¿no podías evitar el castigo o desobedecerlos?

Él sacudió la cabeza.

—No, de haberlo hecho estaría muerto, y no solo yo, como te lo comenté antes, el error de uno puede significar la muerte de todos los miembros de la familia. —Todo rastro de comprensión o alegría se borró de su rostro al explicarle aquello—. Mi desobediencia habría puesto en peligro la vida de Alarik, y la tuya, y nuestra muerte habría significado no solo el fin de nuestra familia, sino también la extinción de nuestra raza.

—¿Qué? —La indignación de An alcanzó su máximo punto—. ¿Acabarían con miles de personas solo por el error de uno? Eso es una mierda, esas reglas son una... —An guardó silencio cuando Fadrik alzó una mano al mismo tiempo que le lanzaba una mirada de súplica para que no acabara la frase.

—En realidad, al decir que mi desobediencia podría causar la extinción de nuestra raza no me estaba refiriendo a que acabarían con miles... De hecho, jamás alcanzamos una cifra como esa, y actualmente, tú, mi hermano y yo somos los únicos vaerkrymzeil con vida.

—¿Cómo que los únicos? —An se movió en la silla, conteniendo las ganas de ponerse en pie y comenzar a caminar de un lado a otro. Todavía se sentía débil, un caldo no era suficiente para reponer energía luego de llevar tantas horas inconsciente—. ¿Cómo es posible que seamos los únicos? Eso es... ¿Me estás diciendo que si yo uso mi poder y cometo un error no solo me muero yo, sino también Matt y tú? Y con eso la extinción de la raza... Ya era bastante malo saber que la vida de Lev dependía de la mía como para sumar dos vidas más. —De pronto recordó la vez en la que Lev le dijo que darle poder a ella sería como darle gasolina y un encendedor a un pirómano. Entonces se había molestado, pero él tenía razón. Ahora más que nunca—. Hace rato dijiste que los padres anulan el poder de los bebés cuando nacen hasta que tienen edad para controlarlo, bueno, pues puedes poner a dormir mi poder otra vez, no lo quiero. No sirvo para manejar tanta responsabilidad, Matt te lo puede decir.

—An... Anayra —se corrigió deprisa—. Sé que parece una enorme responsabilidad y que suena aterrador, pero si sigues las reglas no hay nada que temer —dijo con firmeza—. Estoy al tanto de tu impulsividad, y de tu poco control sobre tu lado krymkhar, Alarik me dijo lo que puedes llegar a hacer cuando te enfureces... y si lo que te preocupa es no ser capaz de controlar el poder que tienes ahora, deja que te explique bien cómo funciona antes de volver a pedirme que lo anule, ¿de acuerdo?

An pensó en preguntarle qué era lo que Matt le había dicho exactamente, pero estaba casi cien por ciento segura de que se trataba de lo ocurrido con aquel imbécil al que le había roto el cráneo en los baños de la escuela, de modo que prefirió no tocar el tema para evitar ahondar en detalles con él. Se recostó en la silla y cruzó los brazos.

—Bien, dime cómo funciona entonces.

—Para empezar, debes saber que somos capaces de hacerlo casi todo, con solo desearlo y visualizarlo en nuestra mente... —A medida que hablaba, Fadrik extendió una mano hacia adelante con la palma apuntando hacia el techo, y algo verde comenzó a brotar en el centro de ésta. An lo observó con curiosidad, la cosa verde se transformó en un tallo que se alzó unos diez centímetros y en su punta se formó un capullo, al abrirse aparecieron minúsculos y alargados pétalos de un color amarillo vibrante. An casi sonrió al ver que se trataba de un diente de león—, somos capaces de crear vida, y también de destruir —agregó con un tono de advertencia a la vez que la flor en su mano perdía todo su color y se deshacía en un montoncito de ceniza negra sobre la palma de Fadrik—. Después de los dioses, somos los seres más poderosos de este mundo, pero nuestro poder está limitado por ellos.

—¿Esas reglas de las que hablaste antes?

Fadrik se sacudió las manos para limpiarse las cenizas e hizo un asentimiento.

—Aunque seamos capaces de hacerlo todo, no podemos hacer nada si no tenemos el permiso de nuestros dioses. Cada vez que intentamos utilizar nuestro poder, ellos lo sienten, se meten en nuestra mente para saber qué es eso que deseamos hacer. —Al oír eso, An arrugó el ceño. No le gustaba ni un poco la idea de que unos dioses violaran la privacidad de su mente. Fadrik sonrió—. Lo sé, que ellos tengan el poder de leer nuestras mentes no es agradable...

Los ojos de An se abrieron de par en par.

—¿Cómo sabes lo que estaba pensando? —inquirió con un ligero tono de enfado.

—Tranquila, no estoy leyendo tu mente, pero tienes una mirada muy expresiva, no es difícil imaginar lo que estás pensando —contestó él—. Y aunque te moleste que tu privacidad sea vulnerada de tal manera, acabas por acostumbrarte. No hay cómo evitarlo, son dioses.

—¿También nos observan todo el tiempo?

—No lo creo, al menos quiero creer que no, me hice a la idea de que solo nos vigilan cuando sienten que queremos utilizar nuestro poder... Te aconsejo que no lo pienses tanto, se hará más fácil así.

An soltó un bufido.

—Lo dudo mucho. Jamás me agradará la idea de que me lean la mente cada vez que quiera usar magia.

—Es necesario, lo hacen para saber si lo que vas a hacer está dentro de las reglas, si lo está, podrás ejercer tu poder sin problemas —le explicó—, pero si lo que deseas hacer incumple las reglas o no es de su agrado por la razón que sea, entonces recibirás una advertencia.

—¿Advertencia? ¿Cómo? ¿Los dioses te hablan?

—No, no hablan con nosotros, a menos que lo que estés a punto de hacer sea demasiado catastrófico —respondió Fadrik. An dejó caer los hombros, decepcionada. Aunque fueran unos chismosos demasiado estrictos, habría sido muy interesante oír la voz de un dios—. Su advertencia es más bien una señal física, sentirás que tu corazón se congela por una fracción de segundo, eso evita que utilices tu poder. De modo que aunque pierdas el control, y desees hacer un mal uso de ese poder, no podrías, así que no tienes nada de qué preocuparte. No tienes que renunciar a tu poder.

A media frase, An desvió su atención hacia Lev. «Sentirás que tu corazón se congela», repitió para sí misma. Pensó en la primera vez que habían cruzado el portal a Anraicht, cuando tuvieron que huir de aquel ogro al que Lev no había podido matar con su magia. Entonces él dijo que no había sido capaz, que algo frío en el pecho se lo había impedido, y ella se había enfadado, diciéndole que era una vergüenza para los de su raza. Sin embargo, lo del frío en el pecho no había sido una excusa tonta de Lev, le había ocurrido más de una vez luego de esa ocasión, ella misma fue testigo de su expresión de dolor al intentar usar su magia. Ninguno de los dos sabía la razón de ello, pero no podía tratarse de la advertencia de los dioses de la que hablaba Fadrik. Él acababa de decirle que ella, Matt y él eran los últimos de esa raza.

—Esa advertencia —comenzó a decir An—, ¿es solo para los que son como nosotros o los brujos normales también la sienten?

—No, es solo para nosotros.

—¿Y estás seguro de que tú, Matt y yo somos los últimos de esa raza?

Fadrik miró a Lev por el rabillo del ojo antes de dedicarle a ella una mirada perspicaz.

—¿Me preguntas eso por él, verdad?

—Sí, lo pregunto por él, ¿cómo lo sabes? Dices que no me lees la mente pero es difícil creerte cuando dices todo lo que estoy pensando.

—Te aseguro que no estoy leyendo tu mente. Pero sabía que pensarías en Lev cuando mencionara lo de la advertencia, sé que él ha experimentado esa sensación de frío.

—¿Y cómo es que sabes eso? —inquirió An, volviendo a desconfiar. Era imposible que lo supiera, a no ser que estuviera escarbando en su mente.

—Sentí cuando llegaste aquí a través del portal la primera vez, así que decidí observarte, y llegué a oír lo que Lev dijo cuando cenaban en casa de la bruja llamada Leyre.

—Así que estabas espiándome —le reprochó.

—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien —se excusó él—. Hacía diez años que no te veía, no pude evitarlo, verte en los retratos que Alarik me traía de ti no era lo mismo...

Aún de brazos cruzados, An se inclinó un poco hacia delante.

—¿Retratos? ¿Qué retratos?

—Tu tío venía a visitarme y a ponerme al tanto sobre ti cada dos o tres meses, también me traía retratos de ti... —Fadrik hizo una mueca y negó con la cabeza—. No, retratos no, fotografías, eso, así les llaman al otro lado. Tengo muchas fotografías de ti, no era lo mismo que verte cada día como cuando vivías aquí, pero ver cómo te transformabas en adulta a través de ellas era un consuelo... Cuanto más crecías, más cerca estaba de liberarme de mi castigo y poder traerte a este mundo —añadió con la mirada perdida, y la voz impregnada de la nostalgia que le producían esos recuerdos.

An ya no sabía cómo debía sentirse. En las ocasiones en las que pensaba en su padre, siempre se lo imaginaba como un mal hombre, alguien que había decidido abandonar a la mujer que supuestamente quería y a un bebé que tenía su sangre sin sentir la más mínima culpa. Creía que si un día tenía la oportunidad de encontrarlo lo haría pagar por haber dejado a su madre sola, estaba convencida de que lo odiaría.

Jamás se imaginó que su padre sería un hombre como el que tenía delante en esos momentos. Un hombre que le aseguraba que había querido ocuparse de su crianza desde que se había enterado de su existencia, que se preocupaba de su seguridad y bienestar. Un hombre que, al mirarla, lo hacía con el mismo cariño y ternura que An había visto en los ojos de Arleth, e incluso de Sara, y que al hablarle parecía estar pidiéndole una disculpa, aun cuando no tenía la culpa de haber sido castigado de aquella forma tan injusta por una acción tan noble como la de salvar la vida de un bebé.

—¿Sucede algo? ¿Te encuentras mal? —preguntó Fadrik, notablemente preocupado.

—No, no es eso, es solo que esto... esto no es lo que esperaba —confesó An—. Tenía una idea muy diferente de cómo sería mi padre, no era nada parecido a ti.

—¿Y no parecerme a lo que tenías en mente es algo bueno o malo? —cuestionó, mostrándose aún más preocupado que antes, parecía temer la respuesta.

Verlo así le hizo tanta gracia que An se rió entre dientes.

—Creo que es bueno, si hubieras sido igual a lo que tenía en mente, ahora ya estarías muerto —dijo como si nada, y para su sorpresa, Fadrik sonrió divertido.

—Ya veo, es un alivio que no haya ocurrido eso. No me habría gustado que acabarás encarcelada por parricidio —bromeó él, y An notó que, al igual que sucedía cuando sonreía, al usar un tono irónico su parecido con Matt era más evidente.

—¿Una celda podría detener a alguien como nosotros? —quiso saber, aunque se sintió extraña al incluirse a sí misma en aquella raza que hasta hacía pocos minutos no sabía que existía, ni siquiera podía recordar el nombre, pero de saberlo daría igual, estaba segura de que no podría pronunciarlo.

—No, a menos que los dioses así lo deseen.

An puso los ojos en blanco. Se había percatado de cómo su tono de voz cambiaba al mencionar a los dioses, se oía tan servicial como un esclavo que le teme a su amo.

—Claro, todo es como ellos lo desean —murmuró An con hastío, y prefirió cambiar de tema antes de que Fadrik le diera un sermón—. Ya me explicaste cómo supiste que Lev sentía esas advertencias, pero no lo entiendo, ¿por qué las sentía si no es como nosotros?

—Nunca mencioné que Lev no fuera como nosotros —dijo Fadrik. A ella se le aflojó la mandíbula, mientras que su cerebro iba a toda máquina. Antes de que pudiera dar con una respuesta cercana a la lógica, Fadrik continuó con su explicación—. Es cierto que tú, mi hermano y yo somos los últimos vaerkrymzeil, al menos los últimos que hemos nacido así, los últimos de nuestra familia... Aunque Lev también posee la sangre de Arath, como nosotros. Sin embargo, no nació así, no forma parte de la familia, se convirtió en uno a los ocho años, cuando tú, al realizar aquel pacto, le diste tu sangre voluntariamente.

An volteó el rostro hacia Lev. Recordó todo lo que él podía hacer, desde hacerle creer a alguien que estaba experimentando algún dolor cuando en realidad no tenía nada, hasta forzar a las personas a decir la verdad en contra de su voluntad, incluso borrar recuerdos.

—Todo ese poder... —murmuró para sí misma—. ¿Entonces todo el poder que él tiene es mío?

—Lo tiene gracias a ti, pero no es tuyo. Aún no logro entenderlo bien —aclaró Fadrik—. Es algo que nunca había ocurrido, en el pasado hubo personas que robaron la sangre de un vaerkrymzeil y se la inyectaron creyendo que así conseguirían el mismo poder, pero no les funcionó. La única explicación que encuentro para esto que ocurre con Lev es que funcionó en él porque no se robó tu sangre, sino que tú se la diste inocentemente sin saber lo que eso podría ocasionar, de hecho, ni yo sabía que algo así era posible.

An se mantuvo en silencio por unos instantes, procesando aquella nueva información. Lev se había burlado de ella en varias ocasiones por no ser capaz de usar su magia. Cuando despertara, An podría echarle en cara que de no ser por ella él no tendría ni un cuarto del poder que poseía. Sonrió al pensar en que podría molestarlo con eso de por vida.

—Entonces no quedamos tres, somos cuatro, él también cuenta, y sí es de la familia, estamos casados —aclaró An. Fadrik le echó un rápido vistazo a Lev y frunció el cejo con preocupación. Así como él le había dicho que era fácil saber lo que pensaba por sus ojos tan expresivos, An también pudo leer en los suyos, y lo que vio no le gustó nada—. Se va a despertar, así que también deberías contarlo como un vaer... lo que sea. No se va a quedar así, no morirá. Despertará, lo sé.

Fadrik suspiró, dejando caer los hombros.

—Quiero creer eso, sé lo que él significa para ti, pero nada es seguro. No sé si despertará, no sé si los dioses están bien con esto, con la idea de que un extraño haya obtenido nuestra sangre y poder —le informó, contrito—. Que Lev aún no despierte significa que deben estar decidiendo qué hacer con él, si deciden que debe morir...

«Morirá, y no habrá nada que hacer», concluyó An. El pozo oscuro y vacío en el que se había transformado su pecho pareció extenderse, y ahí, en lo más profundo de él, sintió su corazón encogiéndose otro poco.

—Si él muere, yo muero con él, ya te lo he dicho, y nada me hará cambiar de opinión —aclaró, intentando que su voz sonara lo más firme y clara posible al ver la expresión de desaprobación en el rostro de Fadrik. No iba a convencerla, y ella sabía cómo asegurarse de que no interviniera—. Me pediste que te diera la oportunidad de ser mi padre, así que bien, te la daré, pero solo si prometes que no romperás mi pacto con Lev. No importa lo que pase, me tienes que prometer que no lo romperás.

—Si acepto eso morirás con él, ¿de qué me serviría esa oportunidad entonces? —preguntó en un tono triste, y negó con la cabeza—. No puedo aceptarlo, lo siento, pero no puedo dejarte morir así. —Fadrik se puso de pie, caminó hacia la puerta y se detuvo antes de salir, sin mirarla—. Puedes odiarme por esto si quieres, pero mientras esté en mi poder, haré todo lo posible por salvarte. 

¡Holi, Alianzers!

¿Qué dicen? ¿Están con Fadrik o con An? ¿Y la creen capaz de controlar su poder? 👀

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Espero que les haya gustado el capítulo, si es así no olviden dejarme su voto o algún comentario, no cuesta nada y con eso no tienen idea de lo felices que somos los escritores 💕

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