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Capítulo 3

Luego de haber echado a su madre y a Matt de la habitación, An pegó su silla junto a la cama de Lev, apoyó un codo en el borde y recostó su cabeza sobre la palma de la mano. De a ratos, cuando salía de su ensimismamiento, estiraba la mano libre para acariciar la mejilla de Lev, o su frente, o su cabello. Concentrarse en él era mucho mejor que pensar en lo que Matt había dicho.

Sin embargo, no podía evitar pensar en ello. Tenía un padre. Un padre que seguía con vida, uno que sabía sobre su existencia, aunque no había aparecido en dieciocho años, y por alguna razón que desconocía, la había dejado al cuidado de su hermano. Tal vez Matt se lo habría explicado si se lo hubiera permitido, pero la noticia de que tenía un padre que planeaba romper su alianza con Lev para evitar que ella muriera la había desquiciado por completo. Todo lo que quería era estar sola, sola con Lev y nadie más. Por fortuna, ni su madre ni Matt habían puesto resistencia cuando les ordenó que se largaran. Y desde entonces nadie había ido a molestarla.

Gracias al reloj pulsera de Lev, que estaba sobre el mueble junto a la cama, sabía que había pasado más de una hora. Justo cuando su mente volvía a reproducir las palabras de Matt, sus tripas temblaron con un gruñido, y su mirada fue a posarse sobre la bandeja con el cuenco de caldo que estaba junto al reloj y la jarra de agua. No había probado ni una cucharada y a esas alturas la sopa ya debía estar tan fría como un cubo de hielo. Apartó la vista de la comida con brusquedad, y observó a Lev. Al cabo de un segundo, se reacomodó en la silla, subió los pies al borde, elevando sus rodillas y apoyó los brazos en ellas, mientras que un reguero de gotas calientes volvía a deslizarse sobre sus mejillas hasta su mentón.

—Maldito infeliz... —murmuró, sorbiendo por la nariz, con la mirada clavada en el descolorido rostro de Lev—. Todo es tu culpa, tengo hambre y es tu culpa... Si no estuvieras muriéndote podría haber tomado esa sopa cuando todavía estaba caliente, ¡pero ahora ya está fría! ¡Debería tirártela sobre la cabeza a ver si así te despiertas de una maldita vez! —siguió refunfuñando a la vez que contenía el impulso de zarandearlo del brazo—. Maldito dragón mal hecho...

Se llevó las manos a la cara, y mientras se secaba los ojos y las mejillas captó un sutil movimiento a su derecha, sobre el mueble. Volteó y se llevó una sorpresa al ver la nube de vapor que se elevaba del cuenco de sopa. Tal vez estaba tan hambrienta que había comenzado a alucinar, ¿pero era posible imaginarse también el olor a comida caliente que se extendía por toda la habitación?

Estiró un brazo y movió la mano por encima del cuenco, luego se miró la palma humedecida por el vapor. En verdad estaba caliente, no alucinaba. An no lo pensó ni por un segundo, quizás lo había hecho Matt, aunque en ese momento no le importó en lo absoluto, bajó los pies de la silla, colocó la bandeja en su regazo, y comenzó a devorar la comida con tanta prisa que cuando acabó se llevó una mano al abdomen adolorido.

—Debiste comer más despacio.

An pegó un brinco en su silla y miró por encima del hombro hacia la entrada. Había un hombre de pie junto a la puerta, la cual ya estaba cerrada a su espalda. Eso le resultó extraño, no había oído cuando la abrieron y volvieron a cerrarla, mucho menos había oído los pasos. Le echó una rápida ojeada al hombre, cuyo parecido con Matt era sorprendente. Por un segundo pensó que se trataba de él, solo que un poco menos fornido, con cabello dorado y un par de arrugas más sobre su frente y alrededor de los ojos. Al darse cuenta de quién se trataba, An se tensó y volteó el rostro nuevamente hacia Lev.

—Desde ya te digo que no me importa quién seas, no tienes ningún derecho a decidir sobre mi vida, y si Lev muere y yo sigo aquí con vida en lugar de irme con él, entonces me cortaré la garganta con mis propias uñas de ser necesario. Créeme que lo haré —le advirtió sin dirigirle la mirada.

Oyó un largo suspiro seguido de dos pisadas.

—Lo sé, Alarik y los demás dijeron que reaccionarías de este modo. Esperaba que se equivocaran... Suicidarte sería un acto muy egoísta, ¿sabes?

Claro que lo sabía. En el fondo de su mente, ocultas por la culpa que le generaban, se reproducían las imágenes de su madre, su hermana, Sara y Matt, sus seres más queridos, todos ellos sufriendo por su pérdida. Odiaba saber que provocaría ese dolor en ellos, pero odiaba mucho más la idea de vivir sin Lev a su lado. Ya les habían arrebatado diez años, ahora que finalmente tenía la oportunidad de estar con él sin ninguna complicación de por medio, y tras descubrir lo feliz que era a su lado, An no podía ni quería imaginarse sin él. Le resultaba un millón de veces más fácil y placentero pensar en una forma de unirse a él en la muerte.

An carraspeó para deshacerse del nudo en su garganta, y parpadeó varias veces seguidas, todavía medio de espaldas al hombre del que ni siquiera sabía su nombre.

—¿Quieres hablar de egoísmo? —inquirió ella, los músculos de la mandíbula se le tensaron—. No aparecer en la vida de tu hija durante dieciocho años y dejarla al cuidado de tu hermano es egoísta, así que no me vengas a decir que soy egoísta cuando tú también lo eres.

Al cabo de unos segundos de silencio, An lo oyó caminar, y luego vio por la esquina del ojo que había tomado una silla. La colocó junto a los pies de la cama de Lev, se sentó y permaneció otro instante sin decir nada hasta que volvió a suspirar.

—Si no vas a hacer otra cosa más que suspirar entonces te puedes largar —soltó An sin molestarse en ocultar su hastío.

—Sé que parece que fui egoísta, An...

—Anayra —lo corrigió ella—. Solo mi familia y amigos me llaman An.

—Bien, Anayra entonces —aceptó él con resignación—. Yo... mi nombre es Fadrik, por si querías saberlo.

—No, no quería.

Fadrik volvió a suspirar a la vez que inclinaba su torso hacia adelante.

—Mira, sé que estás molesta, entiendo eso, pero necesito que me escuches, que me dejes explicarte el porqué no he podido estar en tu vida durante todos estos años. Debes saber que quería estar presente, quería que crecieras a mi lado, en Arben, incluso planeaba alejarte de Muirgheal en cuanto nacieras, pero...

An se giró a mirarlo con el ceño fruncido, sin estar segura de haber oído bien.

—¿Qué? ¿Cómo que planeabas robarme?

—No iba a robarte. Soy tu padre, tenía tanto derecho a criarte como esa mujer —contestó él con mucha calma, pero con mucha convicción—. Ella se fue sin siquiera decirme que estaba embarazada, solo te engendró conmigo por lo que soy, por lo que tú serías, quería usarte como su fuente de poder. Habrías estado mejor bajo mi crianza, como bien sabes, esa mujer intentó matarte cuando apenas llevabas unos minutos en este mundo.

—Ella intentó matarme y tú has estado ausente durante dieciocho años, bonitos padres me han tocado, ¿no? —dijo An con toda la intención de hacerlo sentir mal, y lo consiguió. Sin embargo, la culpa y la pena que el hombre cargaba en su mirada parecían ser tan profundas que An no fue capaz de alegrarse por ello.

—Tienes razón, Muirgheal y yo no fuimos los padres que cualquiera podría desear —admitió él—. Pero quería intentar ser un padre, un buen padre para ti, créeme, yo...

—¿Tú qué? ¿Querías intentar ser un buen padre? No parece que lo hayas intentado, no recuerdo haberte visto jamás en mi vida, aunque tal vez sí lo hice pero me borraste los recuerdos, Matt lo hizo así que supongo que tú también puedes hacerlo, ¿no?

—Puedo, sí, pero jamás manipulé tu mente, y sí, tienes razón, no pude siquiera intentar ser un padre —dijo Fadrik con expresión abatida—. Cometí un error el día que tú naciste y... —Él hizo una pequeña pausa y su mirada se desvió hacia Lev antes de volver a mirarla con el semblante serio—, debes saber que para los nuestros cometer un error no es igual que para los demás. Por lo que somos debemos obediencia absoluta a los dioses, tenemos reglas que acatar para poder seguir con vida, si las rompemos o vamos en contra de sus deseos, ellos pueden castigarnos con la muerte, y no solo la nuestra, sino con la muerte de cada miembro de la familia.

An lo observaba con los ojos entornados, no estaba segura de entender lo que decía Fadrik, pero la gravedad en el tono de su voz y el hecho de que la incluyera al decir "por lo que somos", la hizo estremecer.

—Te digo esto porque para poder entender la razón que me mantuvo alejado de ti todos estos años, primero debes saber lo que eres —continuó Fadrik—. Lo que conlleva ser un vaerkrymzeil.

—¿Vir... qué? ¿Qué no eres un brujo y un guerrero krymkhar?

—¿Brujo? No. Un krymkhar sí, un mestizo, mi padre era uno, pero mi madre era una vaerkrymzeil —explicó hablando muy despacio y sin apartar sus ojos, que eran de un azul más claro que el de Matt, de los de ella—. Era una heredera de la sangre de los dioses. Y sí, no pongas esa cara, hablo muy en serio, nuestra familia desciende de Arath, uno de los dioses. Por mis venas corre su sangre al igual que por las de Alarik, o Matt como tú lo conoces, y también por las tuyas.

—Así que me estás diciendo que por mis venas corre la sangre de un dios —murmuró An, analizando la situación. Le resultaba difícil creer en lo que ese hombre decía, aunque tenía cierta lógica. Eso explicaría que Matt, o Alarik, como él lo llamaba, fuera capaz de lavar cerebros con tanta facilidad. Eso le recordó sus fallidos intentos de utilizar su magia tras recobrar la memoria y descubrir que era una bruja, y no pudo evitar que una mueca de fastidio apareciera en su rostro—. Si eso fuera cierto debería ser capaz de hacer lo que se me dé la gana, ¿no? Pero ni siquiera soy capaz de hacer que una pluma se mueva sola. Tal vez no seas mi padre, puede que esa bruja zorra te haya engañado y se haya metido con otro.

Fadrik sacudió la cabeza de un lado a otro con actitud desaprobatoria, pero ella habría jurado que vio las comisuras de su boca curvarse levemente por un segundo, y entonces el parecido con Matt se acentuó.

—Eres mi hija, no tengo dudas de eso —aseguró él—. En cuanto a tu poder, la mayoría comenzamos a utilizarlo a los pocos meses de nacer, aunque es muy peligroso para todos, de manera que el padre o madre vaerkrymzeil anula el poder de su hijo hasta que tenga edad suficiente para entender las reglas por las que nos regimos. Sin embargo, a veces eso no ocurre, y no significa que no tenga poder, solo necesita un estímulo para despertarlo, como encontrarse a uno mismo o a un ser querido en una situación de vida o muerte, ¿entiendes? —An hizo un asentimiento con la cabeza, no muy segura—. En tu caso, poner en peligro tu vida no sirvió, pero cuando viste que la vida de Lev corría peligro... ¿No recuerdas lo que sucedió cuando Muirgheal estaba a punto de acabar con él?

An volteó a ver a Lev. Rememoró el momento en el que esa maldita mujer presionaba la hoja de la daga contra su cuello. Más allá del miedo y la desesperación que había sentido en ese instante, recordaba haber sentido algo más, algo que se encendía dentro de su ser, extendiéndose a medida que consumía toda la energía que poseía, y un segundo más tarde arrebatándole toda la fuerza de un tirón. Entonces Muirgheal había salido volando hacia atrás al igual que los guardias, y los ventanales habían estallado.

—Sí, ya me acuerdo, entonces lo de las ventanas y eso... ¿Lo hice yo?

Fadrik asintió.

—Hiciste que tu poder despertara por miedo a perder a Lev. Ya no tienes razones para quejarte por no ser capaz de hacer que una pluma se mueva sola. Puedes hacer lo que quieras, siempre que no violes las reglas que...

An dejó de oírlo a mitad de la frase y se permitió sonreír triunfal cuando una idea cruzó por su mente.

—Así que tengo la sangre de un dios... Los dioses controlan la vida y la muerte, puedo curar a Lev, ¿cierto? —preguntó entusiasmada, observando a Fadrik, pero él la miró apenado y meneó la cabeza. La alegría se le esfumó.

—No, no podemos intervenir en la salud de nadie, ya sea familiar, amigo o desconocido, está prohibido. —Su voz había adquirido un tono duro, autoritario, y An sintió que sus ganas de echarlo a patadas del cuarto regresaban—. Sé lo mucho que quieres verlo sano, pero no puedes hacerlo. Tener la sangre de un dios no nos hace dioses. Si violas una regla te arriesgas a morir, o peor, a ser castigada, y los castigos son... —Fadrik se interrumpió y una sombra de dolor cruzó su rostro—. Podrías sanar a Lev pero ser obligada a estar separada de él por años, ¿podrías soportar eso? ¿Que él esté sano pero no poder estar a su lado?

—Eso sería horrible... No... —An negó con la cabeza, como quitándose aquella posibilidad de la mente.

—Lo es, no hay nada más horrible que eso —coincidió él con amargura y la mirada perdida en el suelo.

Sonaba como alguien que había tenido que pasar por eso en carne propia. Al verlo así, An recordó lo que le había dicho hacía solo unos minutos, algo sobre haber cometido un error.

—¿Qué fue lo que hiciste? Ese error que mencionaste, el error que cometiste el día que nací.

Fadrik alzó la vista, pero en lugar de mirarla a ella dirigió su atención a Lev.

—Hice lo que tú estás queriendo hacer ahora, evité que muriera a manos de Muirgheal.

—¿Qué? ¿Tú estabas ahí? —inquirió, presa del asombro. Según lo que sabía por Leyre era que quien había salvado a Lev había sido Arleth.

—No, o sí, es algo complicado —contestó, volviendo a inclinarse hacia adelante con las manos entrelazadas sobre su regazo—. Si me concentro lo suficiente, puedo estar en cualquier parte sin estarlo físicamente, mi mente viaja, pero mi cuerpo no, y puedo verlo y oírlo todo como si estuviera allí. Suena impresionante, ¿verdad? Tú también aprenderás a hacerlo con tiempo y práctica —dijo como si él estuviera dispuesto a enseñarle, como dando por hecho que la seguiría viendo.

An no estaba segura de querer que eso fuera así, pero lo dejó pasar.

—¿Entonces ese día estabas ahí... de esa manera?

—Sí, cuando supe que Muirgheal estaba embarazada comencé a observarla de vez en cuando, quería ver que todo estuviera bien, que tú estuvieras bien —remarcó él—. Tal vez te parezca extraño, pero no sabía casi nada sobre ella, la conocí durante una visita a Bástod, a ella y a su hijo, Kier. Desde el primer momento fue muy encantadora, y todo lo que me dijo durante los cuatro meses que compartimos juntos fue que se había quedado viuda, que no tenía más familia que su hijo, y que había decidido empezar una nueva vida en Bástod porque su esposo había nacido allí y quería que su hijo se criara con sus costumbres. Le creí, por supuesto, jamás me habría imaginado que ella sabía lo que yo era y lo que eso significaba, lo que un hijo mío podría significar. —Fadrik meneó la cabeza, parecía estar reprochándose a sí mismo por haber sido tan ingenuo—. Nosotros, los de nuestra raza, debemos tener especial cuidado al escoger con quién casarnos y tener hijos. Incluso tenemos el poder de obligar a las personas a decir la verdad para evitar ser engañados de ese modo, pero desconfiar de todos es agotador, por eso la mayoría del tiempo no empleo mi poder para esas cosas, prefiero creer. Además, en ese tiempo me pareció un buen momento para casarme finalmente y tener hijos, quise creer que Muirgheal sería la indicada...

—Así que logró enamorarte y engañarte —murmuró An con cierta decepción, le habría gustado que su progenitor no hubiera sido tan imbécil.

—Sé que fui un tonto, pero como bien sabes, de los errores se aprende. Y cuando ella se marchó, decidí investigar sobre su vida, fue entonces cuando supe sobre la historia entre ella y Aitor Dreygner, sobre el asesinato del padre de él, lo ocurrido con su hermana Arleth y su amiga Yvaine, todo. Ese día, el día del nacimiento de Lev, yo estaba observando a Muirgheal como cada semana, pero me pareció extraño no verla en su hogar en Vitshtot. En vez de eso, me hallé siguiéndola por los corredores de un castillo hasta que llegó a una habitación en la que descansaban una mujer y un bebé recién nacido —contó con pesar—. En cuanto la vi sacar una daga y acercarse a la cuna del niño supe que debía intervenir. Debes saber que tenemos prohibido usar nuestro poder para dañar a las personas, podemos paralizarlos o hacerles ver y sentir cosas que no son reales, y a veces ni siquiera se nos permite hacer eso. Ese día intenté hacerlo, pero me lo prohibieron.

—¿De qué sirve tanto poder si no se nos permite usarlo como queremos? —cuestionó An molesta, ganándose una extraña mirada por parte de Fadrik.

—Es complicado, ser lo que somos no es fácil. Lo entenderás, o espero que lo entiendas, en cuanto comiences a aprender la historia de nuestra raza —dijo él. Y An no se tomó muy bien que otra vez hablara con tanta seguridad sobre ella, que diera por sentado que haría aquello, pero otra vez lo ignoró. Quería oír su versión de lo que había ocurrido el día en que Lev y ella nacieron.

—¿Qué hiciste entonces si te prohibieron hacer eso? ¿Cómo impediste que matara a Lev?

—No sé si lo sabes, pero Muirgheal estaba embarazada de seis meses en ese momento.

—Sí, eso lo sabía, el parto se le adelantó...

Fadrik meneó la cabeza.

—Yo lo adelanté —afirmó. An lo miró atónita—. Aceleré tu desarrollo, tres meses de crecimiento en unos minutos... El dolor que sintió Muirgheal fue tan devastador que no pudo hacer otra cosa que echarse al suelo y gritar —contó Fadrik con una mueca de dolor que An compartió. No pudo evitar imaginarse a algo creciendo en su vientre a esa velocidad y el cuerpo se le sacudió con un escalofrío—. Aunque en el preciso instante en el que tú comenzaste a desarrollarte, Arleth entró en la habitación. Ella ya se encontraba de camino, habría llegado a tiempo, habría detenido a su hermana... Lo que yo hice fue innecesario, claro que no lo sabía, pero... Ellos lo sabían, no me permitían intervenir porque no era necesario, y yo los desobedecí. Hice lo que creía que era lo correcto sin hacer caso de sus advertencias, y me equivoqué —añadió con la voz cargada de culpa.

—Tú lo has dicho, no podías saber lo que iba a pasar, no podías dejar que esa loca matara a un bebé delante de tus narices —espetó An, de nuevo molesta, aunque esta vez no tanto con él, sino con esas estúpidas reglas de las que hablaba, y de la devoción y confianza absoluta que los dioses parecían exigirles.

Los labios de Fadrik se curvaron en una sonrisa amarga, y cuando la miró, An captó un brillo de ternura en sus ojos.

—Es verdad, no podía dejar que eso pasara —dijo, y de repente los ojos se le pusieron vidriosos—, pero por intentar salvarlo fui castigado, y te perdí a ti. 

yyyy....

Con ustedes, queridos Alianzers (ese fue el nombre que salió elegido en las encuestas de Insta), aquí está el señor padre de nuestra bruja, ¿qué creen de él? ¿Piensan que An le dará una oportunidad o no? ¿Ustedes se la darían? 

Les recuerdo que pueden seguirme en instagram (miss.cruela) para estar al tanto sobre las actualizaciones y otras cositas sobre la historia. Y no olviden dejar su estrellita si les gustó, y comentar qué les pareció el capítulo! 

¡Muchas gracias por todo el apoyo que me brindan a mí y a la novela! 💕


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