Capítulo 6
Dicen que todos los Alterados obtienen sus poderes a los 10 años mediante "La transición", que es lo equivalente a una dolorosa pubertad. En mi caso tardó más en llegar, como si algo lo hubiera retrasado cuatro años más.
Recuerdo el día donde sentí la transición.
Mis sueños eran turbios, pesados, una pesadilla que llevaba azotándome semana tras semana.
Me desperté con un grito, bañada en sudor, con el camisón pegado a mi cuerpo como una segunda piel, y entonces levanté la vista; hacia la habitación destrozada. Pero lo que más me asustó no fue el desastre causado, fueron los objetos que levitaban alrededor de mi cama, estáticos a varios metros del suelo.
Solté las sábanas que había agarrado con fuerza entre mis manos, y todo cayó con rapidez al suelo, como si hubieran cortado el hilo que los suspendía en el aire.
A pesar de que no tenía mucho conocimiento sobre Los Alterados entendí que esa era la terrible etapa que atravesaban.
Ese día dije que estaba enferma, que no asistiría al desayuno y necesitaba descansar, aunque en realidad me aterraba la clase de poder que estaba comenzando a fluir por mis venas.
Durante el resto de la tarde intenté mover pequeños objetos, pero no tuve suerte. No logré ni siquiera rodarlos de lugar o levantarlos unos centímetros del suelo; creí que a lo mejor estaba alucinando o continuaba dentro de mi pesadilla. Me convencí a mi misma de que lo que había visto no era real.
Volví a sentir otro golpe de poder unas horas más tarde, y con él destrocé el espejo de mi baño cuando caí con un grito ahogado sobre la cerámica, luego de dejar la bañera. Tuve que mentir sobre el espejo, dije que había tropezado saliendo y caí contra él.
Sabía que no podía hablar con nadie de lo sucedido, no podía dejar que nadie se enterara de la bestia que dormía dentro de mí.
No me costó entender lo peligrosa que era y el blanco de grandísimo valor en el que me acababa de convertir, mucho más que una simple princesa. Una abominación de la realeza con sangre de Alterado.
Todas las noches me despertaba por la misma pesadilla: mi padre se enteraba de lo que era y me ejecutaba frente a todo el reino; cuando abría los ojos todavía podía escuchar el filo de la espada cortándome la cabeza. Luego pasaba varias horas ordenando el desastre que causaba durmiendo.
No podía contarle a nadie, ni a mi familia, ni a Edan, ni a Irene. Estaba sola.
Me propuse esconder mi magia, ignorarla, tal vez si no la usaba se iría en algún momento, pero en este caso ignorar mis problemas solo los empeoraba más. Colapsé en una reunión del consejo tras dos semanas de no utilizarla, y desperté al día siguiente en la enfermería.
Gracias a los calmantes que me suministraron mi magia no había causado estragos mientras dormía; lo último que recordaba era un intenso dolor y tratar de suprimirlo, en ese momento la magia me dejó inconsciente.
Con el paso del tiempo entendí qué era lo que me estaba ocurriendo. La magia despertaba una bestia en mí, alguien completamente distinta, la cual si no liberaba luchaba contra mí hasta agotarme por completo.
Pasaron meses hasta que por fin fui capaz de mover un pequeño broche con la mente, sin poder evitar el terrible dolor de cabeza que tuve después. El dolor se volvió rutinario, pesado, pero me acostumbré a él; siempre sintiendo aquellos pinchazos en lo profundo de mi cabeza por el uso de mi poder.
No era fácil saber el alcance de mi magia. No podía preguntarle a nadie, y en la biblioteca del palacio existían muy pocos libros sobre Alterados. Solía escabullirme en la noche para buscar libros y llevarlos a mi habitación, así no levantaría sospechas. Recuerdo que solía leer junto a la ventana, donde las luces del jardín y la luna alumbraban lo suficiente como para poder distinguir las palabras.
En uno de los capítulos hablaron sobre un Alterado cuya capacidad mental era superior al resto, un ser capaz de manipular la materia sin tocarla. "Telequinesis" fue el nombre que le dieron a mi poder. Existían muchos tipos de Alterados Telequinéticos con variaciones del mismo poder, pero al no saber mi alcance me conformaba únicamente con mover objetos con la mente.
Intenté mantener controlado mi poder, utilizándolo únicamente cuando comenzaba a sentir el cosquilleo que me avisaba que si seguía reteniéndolo vendrían los ataques. Me adentré en lo más profundo del bosque, siendo una simple figura encapuchada más que vagaba por aquellos rincones ocultos.
Practicaba moviendo ramas pequeñas y piedras, haciéndolas levitar o girar en círculos como si estuviera creando un pequeño tornado. Jamás intenté levantar cosas grandes, por miedo a abusar de mi poder y ser descubierta.
Así que drené gota a gota mi magia, hasta que el cosquilleo desaparecía.
Así hice un día de cada semana, durante meses.
El sonido de una rama crujiendo me hizo abrir los ojos de golpe. No recordaba haberme desmayado en medio de aquel bosque. Giré el rostro en dirección al sonido soltando un quejido por el esfuerzo, un gran alce me devolvía la mirada a unos metros de mi.
Me incorporé llevando las manos a mi rostro intentando adaptar mis ojos a la luz. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero el hecho de que mi padre no hubiera mandado al ejército completo a buscarme me tranquilizaba un poco.
Me dolía todo el cuerpo y la cabeza me daba punzadas; ya no sentía el cosquilleo de la magia, un indicatorio de que lo peor ya había pasado.
Devolví mi atención hacia el alce, que parecía aún estar decidiendo si yo era una posible amenaza. Me sacudí las hojas que habían quedado pegadas a mi vestido y a mi cabello.
Deslicé los dedos sobre la tierra, esforzando mi mente un poco más, y algunas ramas comenzaron a levantarse un par de centímetros del suelo. Apreté la mandíbula ante el esfuerzo, probando los límites que podía tener después de drenar mi poder.
El agotamiento me superó y no logré mantenerlas más de unos segundos.
El camino de vuelta al castillo fue otra tortura más, a cada paso que daba me gustaba más la opción de dejar que mi padre mandara a alguien a buscarme. Cuando por fin llegué evité cualquier posible interacción utilizando pasadizos y rutas alternas, hasta que llegué a mi habitación.
Me dejé caer sobre el colchón sin quitarme siquiera los zapatos y estuve a punto de cerrar los ojos cuando un carraspeo hizo desaparecer todo agotamiento de mí.
Saqué la daga oculta de mi muslo al tiempo en el que me incorporaba, observando a Cassian sentado en uno de los sofás junto a las puertas del balcón, mirándome.
La pierna de su pantalón estaba manchada de sangre, aunque sabía que ya su herida había sido tratada y estaba completamente curada.
—¿Qué coño fue eso?— preguntó sin perder la calma.
—No puedes entrar en una habitación como si fuera tuya—zanjé.
Cruzó su pierna sobre la otra apoyando el talón contra su rodilla, poniéndose cómodo en el asiento. —Te sorprendería la cantidad de habitaciones a las que he entrado sin aviso.
Todos mis sentidos se mantuvieron alerta al pensar en que él podía haber estado husmeando en mi cuarto, y rezaba que no hubiera encontrado los libros ocultos detrás de uno de los cuadros. —Solo por estar aquí te pudiera mandar a encerrar.
Una sonrisa divertida apareció en su rostro. —¿Encerrarme? ¿Crees que sería suficiente castigo por mi horrible crimen?
—Sal de mi habitación.
—¿Te asusta que esté aquí?
—Creo que estás pidiendo a gritos que te regale un viaje a la enfermería— giré la daga.
Su ceja se levantó, como si hubiera desvelado algo. —¿Qué ocultas, princesa?
Me puse de pie casi de un salto. —Que te largues.
—¿Qué te ocurrió hace unas horas? Creí que tendría que ponerme a cavar una tumba para la tutora, pero aquí estás, sin sangre en la ropa y sin un cadáver al hombro.
—No todos somos bestias como tú.
Una risa. —Estabas dispuesta a matarme a mí con tal de llegar a ella.
Cassian no sabía que realmente estaba luchando por escapar para que mi poder no hiciera acto de presencia ante él.
—Siempre estoy dispuesta a matarte a tí.
—Eso lo sé, pero esta vez era diferente— murmuró. —¿La asesinaste? ¿Tengo que cavar una tumba para cubrirte las espaldas?
Tenía que sacarlo de mi habitación pronto, no podía tenerlo husmeando por ahí.
—Salvo que quieras cavar tu propia tumba, no. Y no tengo por qué darte explicaciones.
—Soy el Lord de la Corte, princesa. Debo saber si tengo que arreglar tus desastres.
Apreté el mango de la daga con fuerza. —Y yo soy la princesa, tú trabajas para mí, no al revés. No tengo que explicar nada de lo que haga, y ciertamente no tengo que explicárselo a un Lord.
Su rostro se congeló un instante antes de volver a esa máscara de ego que siempre usaba. Se levantó y se marchó sin emitir un sonido ni una queja, pero cerrando la puerta con un poco más de fuerza que la necesaria.
Solté un suspiro colocando la daga sobre la mesa de noche y acomodándome sobre las almohadas. No podía imaginarme lo que ocurriría si Cassian averiguara lo que soy. Él no tardaría ni dos segundos en venderme al mejor apostador, y condenarme con una sola frase.
Nadie debe enterarse.
Él no debe enterarse.
¡Hola! Sé que tardé bastante en actualizar, pero estoy de vacaciones y casi no he tenido tiempo de escribir.
En este capítulo pueden ver un poquito de cómo Blair ha ido manejando la situación con sus poderes.
¿Qué les pareció el capítulo? ¿Alguna teoría?
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Cris Hiddle
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