Capítulo 1
Las hojas verdes finalmente cambiaron su color a un naranja otoñal indicando el inicio de "Talay", la fiesta por el cambio de estación. Para Alderidge era más que una celebración, representaba el tratado de paz logrado con Los Alterados y el fin de más de doscientos años de guerra. Este año se celebraba el aniversario quinientos, y como si ya no fuera lo suficientemente importante, me dejaron a mí a cargo de la celebración.
Un problema más y me lanzaba desde la torre de astronomía del castillo.
Aceleré el paso por aquel pasillo escuchando el repiqueteo de mis tacones contra el mármol blanco del suelo. Iba tarde a la reunión del congreso, y sabía que nada me salvaría del sermón de mi padre.
Los guardias inclinaron levemente la cabeza cuando me acerqué a ellos y procedieron a abrir la puerta a la sala de reuniones. Alisé mi vestido y forcé una de mis ensayadas sonrisas de tranquilidad, entrando así a la sala. Los consejeros hicieron una profunda reverencia, pero mis ojos se desviaron enseguida a mi padre, sentado al final de la mesa.
—Que bueno que decide honrarnos con su presencia, princesa Blair— definitivamente no estaba feliz.
Hice una rápida reverencia hacia él antes de tomar asiento. —Disculpen la tardanza, surgieron algunos pequeños problemas.
—Si hay algo en lo que podamos ayudarla, cuenta con nosotros— Raphael, uno de los consejeros reales comentó con una sonrisa amable. Lamentablemente sabía que nadie tenía permitido ayudarme, mi padre quería que aprendiera a planificar como futura reina de Alderidge.
Y se me estaba dando fatal.
—¿Cuántas cortes han confirmado su asistencia?
—Hasta ahora hemos tenido respuesta de la Corte Escarlata, la Corte Amarilla, la Corte Naranja, y la Corte Azul, todas afirmativas.
Mi padre asintió convencido. —Bien, avísame cuando obtengas respuesta de la Corte Negra.
La Corte Negra era la representación de Los Alterados en el reino, ya que ellos no se regían por una monarquía. Vivían al sur del reino dentro de un muro perimetral de contención; siempre me había preguntado si ese muro era para protegernos de ellos, o para protegerlos de nosotros. Talay surgió como alternativa para poner fin a la guerra más sangrienta de la historia; el numeroso bando humano contra el pequeño, pero peligroso, bando de Los Alterados, seres con poderes fuera de lo común.
—Dejaré que pongas al tanto a tu madre con los detalles.
A mi madre le aburrían las reuniones del consejo, y por lo general no asistía a ellas, pero de cierta manera yo comencé a ser su representación cuando cumplí la edad necesaria para tomar decisiones respecto al reino.
—Ya puedes retirarte— inclinó la cabeza como despedida, y no contradije su palabra.
De camino a la biblioteca fui interceptada por Gelha, mi consejera personal. —Princesa Blair, la Corte Verde acaba de confirmar su asistencia— le había pedido que me tuteara cuando no estuviéramos en una situación que requiriera formalidad, pero continuaba llamándome por mi título real.
—Perfecto, solo debo repasar algunas cuestiones sobre la decoración con mi madre y tendremos resuelto otro problema más.
Soltó una pequeña risa mientras caminaba a mi lado. —Debía haberme preguntado acerca de las cortinas para el comedor.
—¿Cómo debía saber yo que tenían que ser doradas?— bufé.
—Son los colores de la corte, era algo obvio.
Alderidge contaba con nueve cortes, la Corte Verde, la Corte Azul, la Corte Escarlata, la Corte Amarilla, la Corte Naranja, la Corte Morada, la Corte Negra, la Corte Blanca, y la Corte Dorada. De esas nueve solamente ocho sobrevivieron a la guerra, y la Corte Blanca jamás volvió a levantarse de las ruinas.
Nuestra representación en las cortes era la Corte Dorada, que estaba siempre en contacto directo con mi padre y el reino.
—La fiesta es del reino, no de la Corte Dorada solamente.
Gelha saludó a los guardias apostados frente a la puerta de la biblioteca y le devolvieron el saludo abriendo las puertas de madera. —Pero la Corte Dorada es la anfitriona por ser la casa de la familia real.
La voz de mi madre no tardó en llegar a nosotras. —Pero si es la chica que eligió mal las cortinas.
Estaba sentada leyendo en uno de los sofás de la biblioteca. Al verme cerró el libro con una sonrisa divertida en los labios.
—Solo son unas cortinas, ¿Cuál es el escándalo?
—Elegiste cortinas negras, claramente la peor opción— murmuró Gelha a mi lado.
—Quería algo neutral— me defendí.
—Neutral sería un color que no representara una corte.
Solté un suspiro exasperado dejándome caer sobre los almohadones. —Gelha te regalo mi corona, encárgate tú.
Mi madre soltó una risita estirando su brazo para colocar algunos mechones de cabello castaño detrás de mi oreja. Mi padre siempre amaba comentar las similitudes que compartía con mi madre: los ojos rasgados y de un color verde pistacho, casi confundibles con un color gris verdoso; la nariz perfilada; y sobretodo el carácter, que no pasaba desapercibido. Ojalá hubiera heredado también su facilidad para preparar eventos. Carecía completamente de esa habilidad.
—Seguro encontrarás lo que buscas, cielo.
—Tengo demasiadas cosas por hacer como para estar pendiente de unas cortinas.
—Un paseo por el pueblo seguramente te ayuda a despejarte.
—Además ahí venden unas telas preciosas— sugirió Gelha.
Me incorporé. —Bien, iré a ver si encuentro algo.
Con una rápida despedida abandoné la biblioteca y subí un largo tramo de escaleras hacia la tercera planta.
Sinceramente no entendía cuál era el revuelo con unas cortinas, y sobretodo por qué tenía que encargarme yo de elegirlas. Sería futura reina de Alderidge, no futura decoradora de interiores.
Tras una veloz parada por mi habitación, para cambiarme de ropa, caminé silenciosamente por los pasillos para dirigirme a los jardines laterales del palacio. Logré llegar hasta los establos sin ser vista, pero mi plan de escabullirme fracasó por completo cuando me encontré de frente con el capitán de la guardia real.
—Alteza— hizo una reverencia.
—Capitán— sonreí rezando para que no me hiciera muchas preguntas.
—¿Dónde está su escolta?
Coloqué una capa cobriza sobre mis hombros, me daría el camuflaje necesario. —No necesito escolta, será un paseo rápido.
Se cruzó de brazos. —Sabe que no puedo dejarla ir sin escolta.
—Por favor, Kye, seré discreta— detestaba ir al pueblo con escoltas, llamaban demasiado la atención.
—Su padre me mataría si se enterara.
—¡Blair!— una voz me hizo voltear hacia las puertas del palacio.
Edan se acercó con un pequeño trote haciendo que su cabello pelirrojo se batiera con el viento. No tardó en estrecharme en sus brazos y dejar un corto beso encima de mi cabeza antes de soltarme.
—Escuché la horrible tragedia de las cortinas y vine enseguida.
—¿Acaso alguien no se enteró?— bufé.
—Ya está en todos los titulares de los periódicos— hizo un gesto con las manos como si tuviera un periódico invisible enfrente,— "La princesa Blair Fearghal jode años de tradición por elegir mal las cortinas".
—Sería una maravillosa forma de iniciar Talay.
—Capitán Evers— se dirigió a él estirando su brazo.
Kye imitó el gesto para estrechar su mano. —Lord Edan.
—¿Vas a salir?— señaló mi capa. Asentí lanzando una fugaz mirada hacia el capitán que no me dejaría partir sin un acompañante. —Iré contigo.
—La princesa no debe salir sin un escolta que pueda garantizar su seguridad.
Edan soltó una risa tranquila. —Blair no necesita escolta, iré con ella. Además, ella lleva suficientes armas encima como para abastecer un pequeño ejército.
Era verdad. Siempre cargaba en el día a día dos dagas en la cintura, una en el muslo y una espada que colgaba a mi lado. No me gustaba que mi seguridad dependiera de alguien más.
El capitán emitió un suspiro cansado y señaló con la cabeza a los caballos que estaban a unos metros de nosotros. —Que sea rápido.
Sonreí inclinando la cabeza a modo de agradecimiento y seguí a Edan hasta un majestuoso y rápido caballo negro, llamado Giller. El pelirrojo subió de un salto y me tendió su mano para ayudarme a subir al lomo detrás de él. Sin mucha dificultad tomé asiento a sus espaldas y rodeé su torso con los brazos, descansando mi barbilla sobre su hombro.
—¿Qué vamos buscando exactamente?— preguntó una vez que el caballo emprendió galopando el camino que se dirigía al bosque.
—Tela para cortinas, y una distracción de unos minutos— necesitaba descansar de los preparativos de Talay.
—¿Por qué no usas la clásica tela dorada de años anteriores?
Suspiré. —Talay es una fiesta de todas las cortes, no solo la dorada, y me gustaría encontrar algo que representara bien eso.
—No creo que a las cortes les interese que sean doradas— rió. —Sé que a la Verde no le importa.
Edan era Lord de la Corte Verde e hijo de Saun Kline, Conde de la Corte Verde. El cargo jerárquico más alto en cada corte eran Conde y Condesa, seguidos de Lord y Lady, que por lo general eran asumidos por los descendientes de los condes.
—Ya solo quiero que termine la fiesta para poder volver a mis obligaciones normales.
—Por lo menos puedes planear algo— murmuró con pesar, —A los Lords no les dan esa clase de tareas, y yo jamás llegaré a ser Conde de la Corte.
Edan tenía un hermano mayor, que por jerarquía sumiría el cargo de Conde cuando su padre se retirara. —Pero suena más lindo "Lord Edan Kline"— traté de animarlo.
Lo escuché reír levemente y soltó una de sus manos de la rienda del caballo para entrelazarla con la mía. Llevábamos siendo mejores amigos desde que tenía memoria, y no podía imaginarme un mundo sin él. Algunos años atrás creímos estar enamorados, pero no todos los amores significan una relación; nos dimos cuenta de eso después de un horriblemente torpe primer beso, y cuando la vergüenza fue demasiada, decidimos jamás cometer nuevamente una tontería tan grande como esa y continuar siendo amigos.
—Tienes razón, Conde suena como viejo.
Cuando finalmente llegamos al pueblo atamos la soga de Giller a un árbol para no perderlo, luego entrelacé mi brazo con el de Edan y nos adentramos en la multitud que recorría la calle principal. Las capas opacas nos ayudaban a mezclarnos con la gente, así no llamábamos atención no deseada. Cruzamos un pequeño puente, que pasaba sobre un río que dividía el pueblo en dos, y llegamos a los puestos de mercado que abarcaban toda la calle.
En aquel mercado vendían todo tipo de fruta, artesanías, herrería, espadas forjadas a mano, joyas y muchas cosas más, que atraían a visitantes y a los ciudadanos locales. Tuve que ser arrastrada por Edan para evitar quedarme en un puesto donde vendían unas preciosas dagas con hojas talladas.
—Primero busquemos la tela, luego te dejaré volver aquí— tiró de mí para que continuara caminando calle abajo.
—Pero mira a esas preciosidades— hice un mohín. Necesitaba ese par de dagas con llamas talladas en el metal.
—Deja de hablar de dagas como si estuvieras hablando de un par de tacones— bufó, pero las comisuras de su boca se levantaron levemente.
Una alegre melodía llegó a mis oídos indicándome que estábamos cerca de la galería, una larga calle llena de tiendas de arte, textiles, instrumentos, y pequeños restaurantes locales. Esa era mi parte favorita del pueblo.
La gente sonreía y algunos bailaban al ritmo de la música que llenaba el ambiente, Edan entrelazó su mano con la mía y tamborileo con sus dedos en el reverso de mi palma al ritmo de la canción.
Finalmente entramos a una acogedora tienda de telas, y la encargada sonrió desde el mostrador. —Bienvenidos a "Hilo Fino", ¿En qué puedo ayudarles?
—Estoy buscando una tela para Talay.
Los ojos de la encargada brillaron de emoción. —¡Oh! Me encantan las fiestas de Talay. ¿Necesita tela para un mantel?
Edan sonrió. —Para unas cortinas, muy grandes.
La chica asintió caminando entre los pasillos y la seguimos admirando la grandísima variedad de telas que había. Cuando tomó una tela dorada negué con la cabeza. —Quería una tela que reflejara a todas las cortes.
—¡Sé lo que necesitas!— sonrió. —Denme un segundo.
Desapareció velozmente detrás de una puerta y me volteé hacia el pelirrojo que examinaba con curiosidad las telas junto a nosotros.
—¿Qué haces?— reí.
—¿Crees que a tu hermana le guste esta tela?— acarició la tela dorada entre sus dedos.
Sonreí mirando los puntos brillantes sobre la tela dorada. —Adeena ama cualquier cosa que brille.
—Tenía pensado regalarle un vestido por Talay, pero no sabía qué tela le gustaría.
Estuve a punto de decirle que Adeena amaría el simple hecho de que él fuera a la fiesta con nosotras, pero al ver su dulce mirada decidí asentir. —Estoy segura de que lo amará.
—Es difícil saber qué regalarle a una niña de ocho años.
Ya yo le había comprado, en contra de la decisión de mis padres, un arco y un carjac con flechas. Ella llevaba pidiendo uno desde el año anterior, y nada me enorgullecería más que ver a mi hermana siguiendo mis pasos para convertirse en toda una guerrera.
La chica volvió un minuto después sujetando una pieza de tela que me dejó sin palabras. Era una tela blanca iridiscente, que al ser puesta en la luz reflejaba todos los colores de las Cortes, salvo el negro y Dorado, que podían ser apreciados por sutiles bordados de ondas de dichos colores que se entrelazaban entre sí.
Era perfecta.
—Es maravillosa— logré murmurar moviendo la tela para apreciar el cambio de los colores.
Edan también estaba encantado. —Con estas cortinas el Talay de este año será inolvidable.
—¿Cuántos metros necesitas?
Edan soltó una suave risa. —Seguramente todo lo que tengas en inventario.
Me quité la capucha de la capa y la encargada soltó un sonido ahogado al estudiar mi rostro. —¡Alteza!— hizo una torpe reverencia casi dejando caer la tela que sostenía.
—La tela es para las cortinas del comedor del palacio, necesitaremos muchos metros.
Sentí a Edan dar un sutil paso para acercarse más a mí. —¿Acaso la princesa no sabe cuánta tela necesita?— rió en voz baja.
—No pensé que necesitara esa información— susurré.
No necesitaba mirarlo para saber que la situación le parecía divertida. —La princesa mandará a alguien a concretar los detalles de la compra— se dirigió a la encargada que esperaba una respuesta, —Mientras tanto guarda toda la tela que tengas en inventario.
La chica asintió rápidamente. —¡Es un honor poder aportar a la decoración del palacio!
Le dediqué una sonrisa amable. —Gracias por tu tiempo.
—Espera— Edan sujetó mi brazo antes de que pudiera darme la vuelta para irme, —Yo quiero comprar aquella tela— le señaló a la chica.
—Seguro, ¿Cuánto necesita?
—Lo suficiente como para hacer un vestido para una niña aproximadamente de este tamaño— levantó la mano a nivel de su estómago, por donde le llegaba Adeena. No pude evitar sonreír enternecida.
La chica cortó un largo trozo de tela y la envolvió en un paquete de papel antes de dársela a Edan, quien le dejó unas cuantas monedas sobre el mesón antes de guardar el paquete en su capa. Nos despedimos de la chica y salimos de la tienda devuelta a la galería. Caminamos en silencio apreciando la música y cuando íbamos pasando frente a un restaurante, donde la gente estaba bailando en círculos, me detuvo.
Tomó mi cintura para acercarme a él y con la otra mano sujetó una de las mías. Solté una risa cuando comenzó a moverse al ritmo de la canción haciéndonos girar para mezclarnos con el resto de la multitud. En el palacio tomaba clases de baile desde hace años, por lo que no me costó seguirle los pasos mientras dábamos rápidas vueltas.
Edan siempre había sido un buen bailarín, y cuando bailábamos juntos era como si fuéramos uno solo, mezclados en una sinfonía mortal. Sonrió divertido cuando me levantó levemente del suelo para dar una rápida vuelta, le devolví la sonrisa. Cuando la canción terminó ambos hicimos una elegante reverencia hacia el otro, tal como nos habían enseñado en las clases de baile.
La atención del pelirrojo se desvió hacia el reloj del pueblo y abrió más los ojos al ver la hora. Tomó mi mano y nos sacó a ambos rápidamente de la multitud, logré lanzar un fugaz vistazo hacia atrás y me di cuenta de que habían pasado casi tres horas. El capitán nos mataría.
Lo seguí casi trotando hacia el final de la calle, donde estaba la entrada al bosque y Giller que comía pasto del suelo. Nos subimos en cuestión de segundos y me sujeté con fuerza de su torso cuando movió las riendas para que el caballo trotara más rápido.
Cuando logramos divisar las puntas de las torres del palacio entre los árboles redujo un poco la velocidad.
—Te dejaré junto a la fuente lateral, no tendrás problemas en escabullirte desde ahí— comentó.
—Entraré por una de las puertas de servicio, desde ahí solo debo entrar en uno de los pasadizos y caminar hasta llegar a la salida por la biblioteca.
Ya habíamos utilizado esa ruta varias veces, para entrar y salir del palacio a escondidas. Edan siempre entendía mi necesidad por escapar un rato de la realeza e ir a visitar la galería del pueblo, o pasear por el bosque y las montañas, por lo que siempre estaba dispuesto a ayudarme.
Redujo aún más la velocidad de Giller para evitar hacer ruido y nos acercamos con cautela a la fuente, que quedaba lo suficientemente alejada para que los guardias no la vieran desde sus puestos.
Dio un salto para bajar del caballo y luego me ofreció su mano, aunque sabía que no la necesitaba. —Esta es su parada, damisela.
Bajé del caballo y me acerqué a Edan lo suficiente para darle un beso en la mejilla. —Gracias, pelirrojo.
—Un placer, castaña.
Antes de que pudiera darme la vuelta para alejarme sacó el paquete de papel de su capa, junto con algunas monedas. —Por favor, llévaselo al sastre de Adeena. Dile que haga el vestido más hermoso que pueda imaginar.
Tomé ambas cosas y le dediqué una última sonrisa antes de echarme a correr hacia los muros del palacio. Tanteé con los dedos la pared de piedra hasta encontrar la ranura que escondía el pequeño botón de una compuerta oculta en el tronco de un gran árbol. Con un poco de esfuerzo abrí la compuerta y comencé a descender por las escaleras de caracol que daban a uno de los pasadizos subterráneos de los jardines del castillo.
Una pequeña lámpara iluminaba pobremente el largo pasillo que luego se dividía en múltiples caminos. Ya conocía el recorrido de memoria: un cruce a la derecha, otro a la izquierda, luego la segunda intersección a la derecha, y finalmente recto hasta conseguir la puerta de madera al final del pasillo.
Deslicé una de mis dagas por la cerradura de la puerta y luego de varios intentos por fin cedió, dando acceso a la escalera que me llevaría directo al granero junto a una de las puertas de servicio del palacio.
Tantos años de fugas del castillo me habían dado una habilidad sigilosa fuera de lo común. Sabía exactamente qué baldosas pisar para que no hicieran ruido, cuáles escalones de madera crujían, y hasta cómo caminar para que mis pisadas no fueran escuchadas. Todas esas habilidades rendían fruto en mis entrenamientos, donde pasaba por numerosas pruebas como si estuviera entrenando para un puesto de la guardia real, o de espía de la corte.
Aproveché la cercanía y le llevé la tela al sastre de Adeena para que pudiera confeccionarle el vestido, y hablé con otro de los sastres para pedirle que fuera al pueblo a comprar toda la tela necesaria para las cortinas; luego me dirigí a uno de los pasillos que contaba con un acceso oculto a la biblioteca. Empujé la pared frente a mí y la puerta disfrazada de librero se abrió, permitiendo mi entrada a la biblioteca. Como si jamás me hubiera ido.
Talay sería en unos días, y aún tenía mucho por planear. Sólo podía rezar para que no ocurrieran más problemas con los preparativos.
—Princesa— escuché su voz.
Y supe que los problemas recién estaban empezando.
¡Hola! He vueltooo. Después de mucho tiempo queriendo escribir esta historia finalmente tuve la inspiración, y un poco de tiempo, para hacerlo. Mañana mismo empiezo clases, y sé que no tendré nada de tiempo libre hasta febrero, pero en ese momento prometo actualizar todo lo que pueda.
Sé que este es apenas el primer capítulo, pero ¿qué opinan de los personajes?
Este nuevo proyecto me emociona muchísimo, y espero que les guste tanto como a mí.
No puedo esperar a que conozcan al resto de los personajes.
Con mucho amor,
Cris Hiddle
PD: Si leyeron "El precio de la libertad" se darán cuenta de que tengo algo con añadir colores a mis historias, como en las cortes y los equipos. Realmente no sé por qué lo hago, pero me gusta como suenan las cortes de colores JAJAJAJAJ
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