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Capítulo 22


La garganta le apretaba de repente. Sintió toda su sangre correr heladamente por sus venas y depositarse en su cabeza, atrofiándolo aún más que la fiebre misma que sentía. Una sensación de desespero electrizó todo su cuerpo, obligándolo a abrir sus ojos completamente, adverso a lo que oía.

Por un momento pensó que era una broma... Pero al ver que el rostro de Thorin lo observaba de aquella forma, una que jamás presenció hasta ahora, la única forma en que se miran los rivales cuando saben que será trágico lo que sucederá... De esa forma lo estaba mirando, confiándole los secretos de su alma. Confiándole lo más sagrado que puede tener un hombre: El miedo. Miedo puro recorriendo sus cuerpos, advirtiéndolos de lo próximo a pasar, adrenalina corriendo por sus mentes, expectantes de la vida que ahora observaban.

Sus ideas se estaban tratando de ordenar dentro de su cabeza aún cuando sintió el primer tirón que Thorin le dio a la cadena, movimiento que lo llevó a él un poco hacia delante debido a la correa de metal que lo subordinaba desvergonzadamente. Un brote de odio comenzó a crecer a medida que los segundos pasaban; todo carecía de sentido si alguno de los dos iba a morir, de todas formas. Todo por lo que había luchado se le estaba escurriendo por los aires, por los dedos, como arena infinita tan liviana que flota en el espacio-tiempo de su mundo hecho pedazos... Y el odio seguía consumiéndolo.

Sin importarle qué tanto dolor sintiera en sus extremidades, se ayudó a sí mismo a ponerse en pie, dejando la cama, e intentar correr hacia el enano, despilfarrando desprecio en su cara, en cada una de sus facciones. Ya nada tenía sentido, si es que alguna vez lo había tenido esta locura sin nombre... Ya nada le quedaba, más que pelear.

Alcanzó a lanzarse sobre Thorin, con sus puños aprisionando los ropajes abundantes de éste, para después descargar un golpe brutal sobre su rostro. Justo cuando iba a dar el segundo, Escudo de Roble, recuperado de su sorpresa al ver que el otro aún poseía fuerzas suficientes para contrarrestarlo de tal manera, lo empujó hacia atrás velozmente, haciendo que el elfo cayera sobre sus adoloridas espaldas. Thranduil, por su parte, apoyó sus manos para incorporarse, pero antes de que lo lograra, un nuevo jalón a la cadena lo desequilibró totalmente, haciéndolo tropezar y caer de nuevo, pero esta vez de rodillas. Luego, Thorin comenzó a caminar hacia la puerta, tirando de él sin piedad, trayéndolo a rastras sobre el suelo como si se tratase de un animal rastrero que ha desobedecido a su amo.

El rey elfo soltó un quejido al notar cómo se cernía el metal en su cuello al ser jalada con tanta fuerza, ahogándolo, impidiéndole recuperarse del todo. No alcanzaba a ponerse en pie que Thorin volvía a tirar de él para ponerlo de vuelta en el suelo, mientras continuaba llevándolo fuera del cuarto, hacia quién sabe dónde.

Una vez fuera, Thranduil pudo recuperar algo de aire gracias a una leve ventisca que llegaba a sus pulmones, aliviando el aprisionamiento al que se le había sometido durante tanto tiempo. Sobre-exigiéndole a su cuerpo unos últimos esfuerzos, se hincó hacia delante con velocidad, y corrió ágilmente hacia su captor, estirando sus dedos cual garras feroces. Una vez que lo alcanzó, se lanzó de tal forma que ambos cayeron hacia delante, uno sobre el otro, en un abatimiento continuo que parecía no tener fin.

La falta de fuerza de Thranduil era un alivio para Thorin, ya que de haber contado con su estado total de bienestar, de seguro ya estaría muerto, pensó. Había tanta ferocidad recorriéndole la cara que casi no podía reconocerlo. Todo su rostro estaba transformado por el odio y el rencor que sentía hacia él, reviviendo cada pequeño acto cruel cometido en su contra en ese momento. Unos cuantos golpes lo alcanzaron, otros cuantos los pudo retener antes de que llegasen a darle de lleno.

Entretanto, los guardias advirtieron esta situación, pero era tan difícil de explicar que en realidad no sabían qué debían hacer. Finalmente, después de pensárselo mucho, decidieron ayudar a su rey, quitándole de encima a su enemigo y arrojándolo hacia atrás sin ningún cuidado. Cuando lograron reconocer de quién se trataba, sintieron helársele el cuerpo de repente, pues lo que se habían negado a creer, lo que Kili les había dicho hacía sólo momentos antes, era totalmente cierto... Su rey había sucumbido a la locura, y había mantenido cautivo al Rey del Bosque Negro... Y la bata liviana que llevaba puesta no dejaba mucho a la imaginación con respecto a los detalles que incumbían a para qué fin se lo mantenía allí.

Con un gesto de sorpresivo espanto, se echaron hacia atrás ellos también, manteniéndose al borde de una crisis moral que discutía con su deber de guardias, que era, efectivamente, proteger a su rey... Pero muy dentro de sí mismos sabían que lo que estaba aconteciendo estaba mal, fuera de lugar.

Thorin aprovechó el desconcierto tanto de Thranduil como de sus guardias reales para ponerse en pie rápidamente y continuar llevando a su delicada presa hacia donde tenía intenciones de llegar. Ya no faltaba mucho. Ya sólo un poco más.

El elfo sentía ardor en sus rodillas raspadas por la forma en que era arrastrado en el suelo cuando no alcanzaba a ponerse en pie y caía súbitamente. Las pocas fuerzas que tenía las estaba acumulando para cuando pudiera volver a arrebatar a Thorin en un nuevo ataque, por ahora sólo deseaba dejar de restregarse las rodillas, aunque intentaba todo sin mucho éxito.

Los enanos que se iban topando en el camino se quedaban petrificados, atónitos ante la situación, con el mismo choque entre moralidad y lealtad que no les dejaba más opciones que sólo observar sin encontrar algo para hacer que no demandara traicionar a su rey.

De pronto, Thorin detuvo su marcha, y entonces un leve resplandor dorado se posó en su cara, iluminándolo completamente, retorciendo su corazón en un breve momento. El rey enano observaba toda su riqueza con detenimiento, y entonces... No sintió nada. Nada podía llenar ese vacío que había en él... Nada de eso podía recompensar su pérfida existencia. Sólo...

Se dio la vuelta para llevar sus ojos azul océano hacia el elfo, quien, con los brazos temblorosos entre la debilidad y el enojo, intentaba volver a ponerse en pie. Esa figura contorneada que mentía sobre su fragilidad era todo lo que deseaba, todo lo que anhelaba tener entre sus manos. No había tesoro más grande que él, comprendió. Nunca se sintió más lleno que cuando lo tuvo retorciéndose entre su cuerpo y unas sábanas sucias, tomándolo una y otra vez, devorando su honor con cada beso, con cada caricia, con cada parte de él que se quebraba cuando lo embestía con severidad. El sudor brillante sobre su espalda, y las tiernas lágrimas sobre sus ojos. El sabor dulce de sus labios y la suavidad de su piel. Ni todo el oro del mundo podría pagarle lo que le arrebató entre unas cuantas noches de locura y placer. Y sin embargo, si no hubiese llegado al tope de su tiempo, juró ante los dioses que se quedaría junto a él por siempre, hasta que su corazón se cansase de latir y muriera abrazado a su presa con una sonrisa en sus labios, plácidamente.

Pero nada de eso iba a pasar. Todo debía terminar ahora, todo acabaría en unos pocos minutos, cuando el veneno hiciera efecto sobre alguno de los dos. Entonces, sintió otra vez su corazón oprimirse en su amplio pecho, sin remedio más que sacar toda la euforia contenida en ese momento.

Jaló de la cadena una, otra y otra vez, con una energía excesiva que obligaba a Thranduil a sobre-esforzarse para mantener el ritmo que se le exigía, casi al borde del tropiezo. Cada tirón lo llevaba un poco más cerca del enano, hasta que quedaron prácticamente a dos pasos de distancia. El elfo abrió los ojos expectantes ante el resplandor de todo el oro de Erebor, encontrándose sin aliento por unos breves segundos. Thorin aprovechó esto para empujarlo, haciéndolo caer sin piedad, golpeándose su cuerpo contra las monedas y otros objetos de valor que se encontraban allí abajo.

La cadena también cayó, siendo soltada por el enano justo antes de que comenzara a caer. Ahora ya no sentía el tirón, pero cada pequeña parte de él le dolía debido al golpe. El brillo dorado comenzaba a enceguecerlo, no sabía por qué. Tal vez había alcanzado su límite, ya que apenas pudo incorporarse, pero mantenerse así le costaba quejidos de dolor que salían uno tras otro. Se sostenía el brazo izquierdo, que estaba al borde de dislocarse, pero por suerte no lo hizo, por muy poco. Aún así, el malestar era tan grande que sólo deseaba darle fin a todo esto de una buena vez, y para siempre.

Thorin no tardó en bajar, acompañándolo en su desolado escenario, donde toda la riqueza no parecía ser más que suciedad que desataba sólo maldad en el hombre. Ante dicho "espectáculo" la voz comenzó a correr en todo el reino, juntándose de a poco cada vez más gente alrededor de los grandes salones del rey. Todos se quedaban allí, de pie, observando sin poder creer lo que sucedía... ¿Cómo era que esto había pasado? ¿Por qué Thorin se había obsesionado tanto? ¿Acaso la culpa no la tendría el mismo Thranduil? Todas esas preguntas recorrían sus mentes y el ambiente, llenándolo de un eco que pronto comenzaba a crecer.

- Mira todo este público- Comenzó a decir Thorin, acercándose a él paso a paso, mientras observaba su alrededor. – Todos han venido a presenciar en qué culmina nuestro destino, mi dulce elfo-

- Estás enfermo- Dijo entre dientes Thranduil, encadenándose a su odio plenamente. - ¡Todos ustedes están enfermos!- Exclamó después, sin soportar la presión de sus miradas que no harían nada más que observar.

Eran tan patéticos que el rey elfo casi podía sentir lástima por ellos, como los pobres seres sin conciencia que eran... Le permitirían lo que fuera a Thorin sólo porque éste era su rey; cuánta irracionalidad junta, pensó.

Entonces sucedió. Thorin llegó a él como un encomendador que venía a traerle desgracia, como el creador de pesadillas que era. Su primera reacción fue volver a arrojarse hacia él, descargando su frustración con la poca fuerza que sus golpes poseían. Sentía partírsele la cabeza, presa de la fiebre y una jaqueca repentina que no notó antes. Sus pulmones respiraban pesadamente ahora, y sentía cada vez más amena la idea de hacer un simple movimiento, hasta parpadear. Sus ojos pedían a gritos algo de sueño, algo de paz. Pero justo en el momento menos indicado.

Lentamente, fue perdiendo el control de la pelea, retorciéndose sus brazos entre en agarre de Thorin Escudo de Roble, quien ahora lo miraba profundamente a los ojos. Pronto comprendió que no podía seguir con eso, ya no. Todo su cuerpo había perdido la voluntad, y ahora era un simple muñeco de trapo que en vano intentaba zafarse de las amplias manos que lo sostenían.

- Cuán frágil te puedes demostrar, al segundo después de haber explotado de brutalidad...- Le susurró Thorin, esbozando una odiosa sonrisa. – Incluso, si quisiera podría tomarte justo aquí, justo ahora, bajo las miradas de todos ellos- Se bufó.

- ¡Te mataré, maldito!- La voz de Thranduil salía descontrolada, logrando un efecto de ahogo permanente que oprimía a su público en una extraña sensación de compasión sin sentido. - ¡Bastardo infeliz!-

Sus manos pálidas comenzaron a cernirse sobre el cuello del enano, en señal de su desesperante deseo de tomar venganza. Mas, por mucho que lo anhelara, no encontraba la energía suficiente para quebrarle el pescuezo, aún con toda la superioridad élfica que poseía... Maldiciéndose a sí mismo, continuó intentándolo hasta que una voz que volaba en el aire, acompañada por el eco de los espectadores, llegó hacia él con la fuerza de un rayo.

El sonido inconfundible de la voz de Legolas lo alcanzó en ese momento de oscuridad que atravesaba, haciéndolo desconcentrar de su objetivo, dándose la vuelta para encontrarlo en medio de tantas personas. Por suerte, no fue difícil la tarea. Éste se arrojó hacia abajo para caer livianamente sobre las monedas de oro, comenzando a correr a su encuentro.

Thorin, al verlo venir, empujó a Thranduil hacia la dirección contraria, para evitar que Legolas se lanzara sobre él. Su plan funcionó a la perfección, pues al ver que la figura de su padre caía hacia otro lado, se apresuró en su movilidad ágilmente, para lograr capturarlo y amortiguar la caída.

El leve calor que le ofrecían los brazos de Legolas le traían una sensación que no podía contener. Poco a poco, sentía sus ojos humedecerse entre el recuerdo de alguien que ya no podía recordar, que se esforzaba por no recordar, pues su simple imagen lo restregaba en la miseria de su poca suerte. Con la mirada atónita, se quedó observando el rostro de su hijo, sin responderle la interrogante que éste le hacía para saber si se encontraba bien.

Al poco tiempo, oyó también la voz de Tauriel, quien ya se aproximaba a ellos con la esperanza de poder ayudar en algo. Al verlo en tal estado de desconcierto, no pudo si no sentir rabia pura por quien era el principal y único causante de todo aquello. Casi al mismo tiempo, ambos jóvenes elfos dirigieron su mirada furiosa hacia Thorin.

Éste sólo los contemplaba. Los tres juntos parecían una efímera familia feliz, pensó. Sonreía, mostrándoles sólo burla, sintiéndose superior a ellos en muchas maneras, sin saber que pronto, su supuesta "superioridad" acabaría con la simpleza del peor de los errores.

Un tirón dentro de su pecho fue la primera señal. Luego, la pesadez del aire le indicó que sus pulmones también sentían una molestia demás particular que jamás había sentido antes, ni con el peor de los cansancios. Después, un mareo repentino le hizo perder el equilibro de sus piernas, pero cuando intentó alzar sus manos para ayudarse a estabilizarse, estas estaban entumecidas. El mareo lo abatió mortalmente, encontrándose sin fuerzas de un momento a otro, cayendo sin remedio, apenas pudiéndose sostener con sus dolorosas manos.

Tanto Legolas como Tauriel se quedaron viendo aquello sin entender qué sucedía, mientras que Thranduil veía presintiendo lo que se avecinaba. El veneno había sido tomado por el enano, no por él, y aún con lo cruel que pudiera llegar a ser, se sintió aliviado por un instante.

Por su parte, Thorin sufría la sequedad de su garganta, que le impedía hablar para pedir auxilio. Sus ojos enrojecidos se abrían amplios ante la idea de un próximo final que no esperó, pero que tenía entre sus posibilidades, y aunque su cuerpo se resistía a morir de tal forma, lo prefería a que tener que continuar viviendo sin su dulce elfo; ahora que ya comprendía que Thranduil era lo único que llenaba su vida, no tenía interés en seguir viviendo sin él. Lo mejor sería rendirse a su destino.

Lo observó por un minuto, encontrándose uno al otro en esas miradas entrecruzadas, como los eternos rivales que siempre serían. Y aunque la situación los había llevado al límite de todo esto, ambos sabían que no se arrepentían del daño que se hicieron cuando tuvieron la oportunidad, aunque Thorin ni siquiera tenía una idea de lo mucho que le había arrebatado al rey elfo con su loca actitud.

Cuando todos los enanos presentes llegaron al encuentro de Thorin, y cuando lo observó caer completamente con los ojos secos y nublados ante la muerte súbita, sólo ahí pudo encontrar la inconciencia inmediata, y cayó rendido ante un incontrolable sueño.

El eco de las exclamaciones de su hijo, que se había desesperado al pensar que a él también le pasaría lo mismo, fue lo último que oyó antes de cerrar su visión totalmente.

***

Despertó en un ambiente conocido, lo supo incluso antes de abrirlos ojos por completo, ya que el dulce aroma a madera, flores de estación y agua se filtraron por su nariz, haciéndole cosquillas. Cuánto tiempo había permanecido inconciente, no lo sabía, pero por la liviandad que sentía en sus extremidades, pudo deducir que seguramente se trató de unas cuantas semanas de recuperación.

Al recorrer el lugar en su totalidad, contempló que se encontraba ya en su cuarto, tan familiar y seguro como lo recordara... Ya nada malo podía alcanzarlo allí, pensó.

Legolas se unió al leve regocijo de su momento, sabiendo que de a poco, todo volvería a ser como era antes, aunque hubiera recuerdos que quedarían impregnados en su piel y en su mente para siempre, que lo acecharían en la soledad cuando menos se lo esperara. Que jamás olvidaría el tormento que soportó, la desvergüenza a la que se sometió para proteger a su hijo, o siquiera el condenado placer que conoció por obligación entre las manos retorcidas de su captor.

Thorin Escudo de Roble ya no existía, pero eso no le aseguraba que el dolor desaparecería con él. La tragedia había sido tal que todo el reino se enteró de lo que le aconteció, aunque sus mentes jamás podrían proyectar tanta malicia, tanta saña enfermiza, como la que él enfrentó.

Poco a poco, el tiempo transcurriría, pesándole cada vez menos la conciencia, mas, aunque la vida continuara, su mente no podría olvidar nunca, -tampoco la historia lo haría-, el pérfido plan de un cierto señor enano que se maquinó solamente para encadenarlo como un simple objeto de deseo, para satisfacer las necesidades lujuriosas de una mente destrozada por la locura y la ambición.

~ FIN~

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