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Capítulo 21

Las ideas de Thranduil daban vuelta en su inconciencia alrededor de él, sin poder enfocarse en nada, en nada en absoluto. Sólo veía figuras difuminadas que giraban y giraban sin sentido alguno, diciendo cosas que no comprendía del todo, hasta que caía en la cuenta de qué momento específico era lo que estaban relatando, para que luego apareciera otra figura del pasado en su lugar y volviera a confundirlo.

Todo era un caos. Su mente completa era un caos terrible. ¿Cómo había llegado hasta ahí? No tenía idea, no sabía qué le ocurría. Era como si su vida se hubiese vuelto un remolino gigante de recuerdos que quería acapararlo a toda costa para llevárselo lejos y ya jamás regresar.... O tal vez... Tal vez estaba muriendo.

Sí, eso tenía sentido. Cobraba total sentido si esa era la situación y lo que estaba viviendo era un vistazo rápido a su vivencia en este mundo, a todo lo que aconteció hasta llegar donde estaba... Hasta caer en la miseria de su más cruel momento. Pero no, no quería morir. No podía morir ahora, dejando a Legolas a su propia merced; abandonándolo con ese loco... ¡No!

Exclamó, estirando sus brazos y arrojándoles manotazos a aquellas figuras familiares que venían en su búsqueda desesperada. Los hacía desaparecer, a todas, a cuantas vinieran, pero seguían apareciendo. Y entonces, el recuerdo de una cálida mano sujetando la suya le heló la sangre hasta contenerlo en total quietud. Y la caricia en su mejilla que le producía una sensación de paz absoluta. Los latidos de su propio corazón golpeando su pecho, ahogándolo en la felicidad pasajera... Todo lo que había olvidado, volvió a él en un breve instante.

Quiso sonreírse, pero algo dentro de él le decía que no, que debía resistirse a lo que sea, debía romper el tacto de la memoria para siempre, o se perdería allí. La negrura del momento lo envolvió, debatiéndose qué era necesario hacer para tomar la decisión correcta... La verdad finalmente llegó a él: No podía abandonar a su hijo. No aún. Aún era necesario... No moriría así.

Dando un sacudón, se liberó de todo recuerdo ameno para enfocarse en salir de ahí, en despertarse al fin. Pero no fue tan fácil, no lo dejaría marcharse ileso. El remolino mental se volvió más inestable, paseándolo y arrojándolo a los dolores pasados, de una que otra guerra en la que estuvo, batallas que lo marcaron de por vida, ya sea física o mentalmente. El dolor sin nombre que conoció al morir su esposa, su padre... El dolor agónico de un candente dragón que lo envolvió en llamas.

Sí, lo recordó y vivió todo de sopetón, todo en un lapso de tiempo que le pareció un pequeño minuto apretado, que escurría su pesar sin piedad hasta hacerlo gritar del dolor. Y el cambio que se producía en su malestar lo notaba en su ropa: Primero estaba desnudo, después vestido con túnicas, después con armadura, y finalmente, desnudo otra vez. Su cabello se elevaba tratando de liberarse de su cabeza, tan fieramente que también le dolía el cuero cabelludo por tanto viento invisible que lo arrasaba dentro del remolino.

Oh, y lo vio. El grito de advertencia le llegó tarde de nuevo; lo escuchó acercarse volando hacia él, para poder observar, al darse la vuelta repentinamente, el resplandor de las llamas que lo golpearon lateralmente y alcanzaron a quemarle parte del torso, el brazo y el rostro. Se tiró al suelo, sujetándose donde las quemaduras dolían, pero tratando de convencerse de que no había sucedido en realidad, que era un mero recuerdo, que ya pasaría... Pero no, el dolor seguía estando en su cara, mayormente, y se negaba a dejarlo libre.

Sintió que los latidos de su corazón se enfurecían por temor dentro de su tórax, y de repente una esencia agridulce le inundó el olfato, extrañándolo por completo. Mientras se preguntaba qué era aquello, sintió que sus párpados ardían, y luego de eso, despertó.

Asustado por la imagen del fuego del dragón aún en su mente, trató de incorporarse apenas sus ojos se abrieron, pero algo se lo impidió. Dos fuertes y robustos brazos lo sujetaron para volver a depositarlo en la totalidad de la cama, chistándole despacio y acariciando odiosamente su frente, intentando tranquilizarlo.

Fue entonces que dirigió su mirada hacia la derecha, y el temor se posó sobre él nuevamente cuando observó a Thorin a su lado. Quiso apartarse, pero las manos en sus hombros no lo dejarían ir fácilmente.

- Shhh, shhhh, tranquilo- Repetía el enano, una y otra vez, con una expresión de bondad en su rostro que el elfo se resistía a creer. – Fue una pesadilla, ahora ya estás bien-

"Tú eres una pesadilla", quiso responder Thranduil, pero pensó que sería mejor guardárselo para sí. Lo peor de todo era que de esa pesadilla, no podía despertar... No importaba qué tanto se esforzara, cada vez que recuperaba la conciencia, esa misma pesadilla volvía a estar con él, cual maldición lanzada sólo para atormentarlo y hacerlo caer cruelmente en la desesperación.

Intentando tranquilizarse, desvió su vista hacia otros detalles, como la botella de perfume que Thorin traía en su mano, la que seguramente usó para ayudarse a despertarlo. Sí, eso explicaría la extraña esencia que presintió mientras aún estaba dormido.

También pudo notar algo de lo más curioso y turbio. Vestía la bata blanca con detalles azules que el enano le había dado anteriormente, que no recordaba haberse puesto antes de caer en la inconciencia, pues si la memoria no le fallaba, en ese momento estaba desnudo. Y otro detalle, aún más inexplicable, era el hecho de que el collar de metal había vuelto a su cuello, y la cadena estaba siendo sujetada por Thorin, con su mano libre.

Frunciendo el ceño, en busca de una respuesta, miró al enano, sólo para descubrir la saña pura brotando de aquellos ojos azules. Quiso decir algo, pero no encontró la voz entre tanta maldad que lo rodeaba sin piedad, y sólo esperó a que Thorin se explicara.

- Sabes, últimamente las cosas han ido de mal en peor...- Comenzó a decir, acariciando el mentón del rubio con uno de sus dedos. – Ya no es ningún secreto tu estadía, ahora todos saben por qué estás aquí. Y la mayoría insiste en que debo dejarte libre-

Al pronunciar la última palabra, -con total desprecio, cabe decir-, la expresión en su rostro se oscureció completamente, iniciando una guerra interna consigo mismo, en donde se debatía entre lo que deseaba y lo que le pedían que hiciera. No era una decisión que a los demás les incumbiera, pensó él, pero tampoco le daban tregua para decidir lo que él quisiera... Le exigían, prácticamente, que lo dejase en libertad. ¡Se lo exigían! ¡A él!

- ¡A mí, que soy el rey!- Exclamó, pensando en voz alta. – Yo debería decidir qué está bien y qué está mal, nadie puede imponerme qué hacer... ¡Malditos desagradecidos! Después de todo lo que hice por ellos...-

Refunfuñaba consigo mismo, y Thranduil sólo lo observaba sin saber qué decir. Era claro que su locura había llegado a un punto clave, donde tal vez no había retorno...

De pronto, Thorin lo miró, y el elfo sintió cómo la sangre se detenía en sus venas. La codicia y el enojo puros en esos ojos que evidenciaban tanta mezquindad, tanta desazón... ¿A qué clase de tormentos internos se estaba sometiendo el enano para tener semejante mirada?

Y Thorin lo observaba en silencio. Examinaba aquel rostro que parecía casi irreal, casi intocable, pero que había tenido oportunidad de besar y de probar tantas otras veces. Miraba también la cercanía de sus cuerpos, el leve calor que desprendía el elfo cerca suyo, la piel sedosa que competía con la bata de seda blanca. No podía haber en el mundo algo mejor, pensó.

Entonces, ¿por qué debía dejarlo ir? No quería entenderlo, porque realmente no podía. Su mente estaba limitada por lo que sentía, por lo que su instinto deseaba. Y ese mismo instinto le decía, le gritaba que no lo dejase ir. Nunca. Jamás. Que jamás se separara de él...

Mas ya era tarde. Ya había tomado una decisión; después de tantas idas y vueltas, finalmente le pusieron las fichas sobre el tablero, y muy dentro de sí mismo, sabía que no podía continuar con eso. No podía, y no debía, pero ahora que había llegado la hora, deseaba extender el momento un poco más.

Como respuesta a su pensamiento, se oyó un golpeteo en la puerta pesada de piedra. Su sirviente había llegado, al fin, con la petición tan especial que le encargó. Aquello que decidiría por él, ya que se sentía tan incapacitado de poder hacerlo por cuenta propia.

Soltando un suspiro largo, se levantó de la cama, dejando a Thranduil allí con la pesadez de una fiebre que aún continuaba acechándolo, y la confusión de que la cadena hubiera vuelto a él. Thorin, por su parte, dándole la espalda, se dirigió hacia la puerta y la abrió. El sirviente detrás de ella, se notaba claramente nervioso, mientras le extendía a su rey una bandeja con dos copas llenas de vino.

- Gracias por tu servicio. Puedes dejarnos-

- M—Mi señor... ¿Está completamente seguro de esto?- Se atrevió a decir el sirviente enano, quien lo sostuvo del brazo mirándolo a los ojos con aflicción. - ¿No quiere pensárselo mejor?-

Thorin, observándolo con desprecio, de un tirón se deshizo del agarre, y luego, con gesto mezquino en la voz, dijo:

- No hay nada más que pensar. Déjanos-

La puerta se cerró sonoramente después, haciendo enfriar los nervios de Thranduil, que por alguna razón notó algo muy extraño y turbio en todo aquello. Haciendo su máximo esfuerzo, se incorporó; el dolor que sentía en sus extremidades era tal que su fuerza flaqueaba y buscaba hacerlo caer nuevamente, mas puso todo su empeño en no hacerlo. No, tenía que resistir lo más que pudiera.

Sorpresivamente, el enano se le acercó con la bandeja en la mano, ofreciéndole que tomase una de las copas. El rey elfo ya sabía de antemano que no podía confiarse, por lo que decidió rechazar la propuesta, mas Thorin volvió a insistir. Esta vez, exigiéndole que tomara una.

- Adelante. Hazlo- Ordenó, acercándole más la bandeja. – Elije bien-

La última advertencia le sonó demás rara. Encarnando una ceja, y ya cansado de la presión que ponía Thorin sobre él, se decidió por tomar una de las copas que se le ofrecían con tanto esmero.

Una vez entre sus dedos, algo en su interior le aseguró que allí había un detalle que no se le estaba contando... Uno muy importante. Sin embargo, cuando miró a su captor, éste sólo le sonrió como siempre, - con esa malicia tan característica ocupando cada rasgo de su cara-, y le habló:

- Brindemos-

- No tenemos motivos para brindar, y no quiero tomar esto- Respondió Thranduil, con el humor ya un poco irritado.

- Sí que tenemos. Brindaremos por lo que sea que nos depare el destino de ahora en más- Expresó Thorin, chocando su copa con la del elfo de repente. – Brindaremos por nuestra suerte, por el tiempo que he disfrutado de tu compañía...- Continuó, volviendo a chocar las copas y sonriéndose aún más perversamente. – Y por tu pronta liberación-

Ante esto, Thranduil tuvo que esforzarse más de la cuenta para que su mente corrobore que lo que oyó era cierto y no fantasía suya. Efectivamente, había oído bien... ¿Thorin había dicho que...?

- ¿Liberarme?- Dijo, mas su voz sonaba apenas debido a su debilitado cuerpo. - ¿Dijiste que vas a liberarme?-

- Eso dije- Contestó el enano, bebiéndose de sopetón el vino de la copa. – Y también a tu hijo. Lo digo antes de que me agobies preguntándomelo- Se bufó.

Por un breve momento, el elfo pensó que quizás había caído inconciente de nuevo y lo que oía era producto de su imaginación... Pero no, el dolor extremo en cada parte de su cuerpo le decía que esto era real... Mas por un motivo demás obvio, no podía confiarse del todo.

- Pero para eso, debes tomártelo- Habló de nuevo Thorin, acercándole la copa a los labios. – Si no, no habrá trato-

- ¿Por qué haces esto? ¿Qué te traes entre manos?- Quiso saber Thranduil, intentando alejarse del recipiente.

Por mucho que se enfocara en eso, no pudo evitar que la copa chocara con su boca y que, propiamente, el líquido se volcara dentro de ella, colándose en todos sus sentidos afilados. El gusto agridulce de un vino no añejo y descuidado se filtró por su boca hasta el estómago, revolviéndoselo de lleno, teniendo que hacer un máximo esfuerzo para que las náuseas que ya tenía con anterioridad le jugaran en contra.

Una vez que el líquido se hubiera vaciado del vaso en su totalidad, Thorin se separó del elfo, dejándole más espacio y retirándose de la cama, con su típica sonrisa triunfadora. Thranduil, a todo esto, cuando terminó de recuperarse del mal trago, lo observó confundido, buscando una explicación para todo lo que el otro acababa de decir y de hacer, pues carecían completamente de sentido para él. El enano tuvo la osadía de mirarlo a la cara, y sólo cuando sus miradas se enfrentaron mutuamente, confesó:

- Hemos dado nuestra elección. Pronto, nuestros destinos serán trazados como deben ser, sin marcha atrás-

- No entiendo...- Murmuró el rey élfico; la fiebre en su frente volvía a torturarlo violentamente mientras oía, y su visión se atrofiaba con una nube de niebla invisible que apenas le permitía ver a su captor. Eso reducía su fuerza considerablemente, notando el tremendo sobreesfuerzo que debía hacer sólo para poder mantenerse sentado. - ¿De qué estás hablando?-

- De nosotros- Respondió Thorin, después de pensárselo un poco. – De lo que nunca debió haber sido y fue, de lo que pudo habernos pasado y jamás pasará...- Mientras hablaba, sus ojos azules hacían tales gestos que confundían aún más a Thranduil. Casi parecía haber pena en ellos... Casi podía presentir cierto grado de... ¿arrepentimiento? – Ahora todo culminará, para tu bien y para mi mal... O viceversa-

Y una sonrisa melancólica escapó de sus labios como sentenciando un cruel final. Antes de que el tiempo demorado pudiera advertir a Thranduil de lo que estaba escuchando, de lo que le parecía totalmente irracional, y de que cuestionase lo que se le estaba diciendo, Thorin bajó la vista, observando detenidamente la copa que aún poseía en su mano, y dijo:

- Una de las copas, no sé cuál... poseía veneno junto con el vino-

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