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Capítulo 17

Aún mucho antes de oír el pesado sonido que los pies del enano hacían al aproximarse a la puerta, sus nervios comenzaban a jugarle en contra. En su cabeza daban innecesarias vueltas las imágenes de realmente ver a su hijo encarcelado, sin tener siquiera una mera idea del estado en el que estaría, o si esperar que esto fuera todo una farsa y se lo estuviera guiando a una trampa segura...

Entre tantas vacilaciones, fue más que obvio el tremendo sobresalto que sus hombros evidenciaron cuando la puerta de roca maciza volvió a abrirse, dejando paso a Thorin, quien traía entre sus manos un bolso de tela. La entrada volvió a ser bloqueada con cerrojo después que éste se encontró dentro, y con un rápido movimiento, el bolso le fue arrojado al elfo en ese mismo instante.

Thranduil, después de tomarlo, se quedó mirando fijamente a su captor, con la esperanza de notar algún comportamiento que diera respuesta a alguna de sus sospechas más venenosas, pero no. No hubo alguna reacción más que una ligera sonrisa en el rostro del otro, lo cual no le decía nada. Entonces, se decidió a abrir el bolso al fin, topándose con la ropa que le pertenecía, efectivamente.

- ¿Precisas ayuda para cambiarte de ropa?-

Ante la provocación, Thranduil sólo lo miró de soslayo, pero no respondió. Su mirada lo decía todo, que no estaba de humor para jugarretas, -aunque en realidad, nunca lo estaba-. Thorin sólo pretendía molestarlo, por el simple hecho de hacerlo, porque tal vez estaba aburrido o le encantaba verlo enojado. En verdad que no sabía qué era lo que tenía pensado el enano, y eso lo mantenía en estado de alerta todo el tiempo, comenzando a sentir un leve entumecimiento en la espalda debido a la tensión de su cuerpo.

Con movimientos rápidos pero titubeantes, sacó de dentro del saco su túnica plateada y la extendió sobre la cama con sumo cuidado, con una prolijidad que asombraba. Luego, descubrió su cuerpo hasta la cintura, dejando que la bata cuelgue hacia abajo, protegiendo de la vista del enano la intimidad, -si es que aún quedaba algo que proteger-, de su cuerpo.

Acto seguido, volvió a tomar la túnica y se la colocó, cerrándola con cuidado. Después, poniéndose de espaldas, se bajó la bata de seda del todo, para continuar cerrando el atuendo que acostumbraba llevar, acomodándose los pequeños pliegues que pudieran haberse formado mientras la tela recorría la totalidad de su ser. Con un movimiento sorprendentemente natural, se quitó el cabello que había quedado atrapado dentro de su ropa, y el suave desliz del acto hizo bailar hacia arriba todas las suaves hebras doradas, situándose algunas sobre su pecho al continuar la corriente de movimientos que realizó con sus brazos mientras se ocupaba de la acomodarse también el cuello de la túnica.

Una vez terminado esto, sacó del bolso sus pantalones, los cuales se situó cuidadosamente por debajo de su amplio ropaje, dándole la espalda al enano para evitar que el otro pudiera verlo donde no debía.

Finalmente, se colocó las botas altas, sintiendo un total confort al volver a tener algo que suavice el tacto de sus pies en el suelo de roca, alivianando un poco la tensión de su cuerpo... Al verse hacia abajo y encontrar casi toda la ropa en su lugar, -ropa que realmente acostumbraba a usar y no una simple bata corta que podría serle arrebatada en cualquier momento-, una leve electricidad de nostalgia viajó desde sus pies hasta su cabeza, recordando aquel tiempo en que vivía una vida tranquila y autoritaria, donde no era un abusado esclavo sino el Rey del Bosque Negro... En un breve segundo, se preguntó cuánto tiempo había pasado desde que dejó su hogar para venir a este infierno.

Con su atuendo totalmente puesto, se dignó a darse la vuelta de nuevo, encontrándose con un par de ojos azules que parecían fulminarlo, desintegrarlo, desgarrarlo parte por parte. La contemplación de Thorin era tan extenuante que la incomodidad se hizo presente en él rápidamente, no sabiendo muy bien qué hacer para que el otro dejara de mirarlo de tal forma.

- Ya podemos irnos- Dijo al cabo, frunciendo el ceño en gesto de disgusto.

Al oír la voz grave del elfo, Thorin salió inmediatamente de su estado de admiración, parpadeando un par de veces. Por un momento, tuvo la recurrente idea de correr hacia él y arrojarlo a la cama, poseyéndolo violentamente con una ferocidad absoluta, corrompiendo lo poco o mucho que quedara intacto de su ser, mostrarle lo que significaba ser el causante de una pasión como la que despertaba en su mente, y verlo implorar piedad mientras entraba en su cuerpo... Pero no, se calmó. Debía mantenerse enfocado en lo que sucedía, más tarde tendría tiempo para eso.

Caminó hasta la cama y se arrodilló en el suelo, buscando algo debajo de ella. Thranduil, sorprendido, observaba todo lo que el otro hacía sin perder detalle, intentando averiguar lo antes posible qué se traía entre manos. Luego de unos segundos, el sonido particular de unos eslabones de metal chocando entre sí volvió a resonar en el cuarto, precipitando la mente del elfo completamente, revolviendo los turbios recuerdos que aquel ruido le traía.

En efecto, era el collar con la cadena que lo había mantenido aferrado a la cama anteriormente. Ante la visión de tal objeto, Thranduil se quedó pasmado, dando un paso hacia atrás cuando vio que Thorin le ofrecía la parte que sujetaba el cuello.

- Debes ponerte esto antes de que salgamos- Ordenó, acercándose a él mientras hablaba.

- ¿Por qué? No intentaré escapar, sólo quiero ver a mi hijo... Eso es todo- Inquirió Thranduil, apelando al asunto con el poco argumento que encontró en ese momento, evidenciando con sus expresivos ojos celestes que lo que decía era totalmente sincero. – Te doy mi palabra- Agregó después, al ver que Thorin no cedía.

- Tu palabra no vale nada ante tu señor, mi dulce elfo. Eres un simple esclavo aquí- Respondió el enano, adelantándose un par de pasos más hasta quedar frente a su presa. Después, elevó más sus brazos, los cuales sostenían el férreo elemento en cuestión. – Entiende que si no te pones esto no irás a ningún lado. Tú lo decides, por mí está bien si no quieres-

Ante los ojos divertidos de Thorin, el rubio se sentía desarmado esta vez. No importaba de qué forma se justificara, esto le parecía una deshonra tan grande como las anteriores. Porque lo que el pérfido de su captor quería era pasearse por ahí con él llevando esa bochornosa cadena como si fuese una mascota obediente, un simple perro al que podía humillar cuando quisiera... Se negaba rotundamente a la idea de salir con esa correa de metal puesta, pero era más que claro que Thorin no cambiaría de parecer, lo obligaría de todas formas a rendir términos a sus retorcidas condiciones.

Por mucho que le costara la, aparentemente, simple acción de colocarse él mismo el collar de su encierro, logró hacerlo pensando en que era un requisito necesario para poder ver a Legolas... Si es que así era. La cuestión se estaba volviendo de más sospechosa, y cada vez le olía más a trampa... Dando un leve suspiro, terminó de cerrar el gran anillo de metal sobre su propio cuello pálido, y mirando al enano, quien se regocijaba en su nueva victoria, le dio a entender que ya estaba todo listo.

Salieron finalmente, y al hacerlo, el recorrido de una suave brisa sobre sus mejillas le dio un vuelco en el corazón a Thranduil, sintiendo lo más cercano a "libertad" que conoció en estos últimos meses. Mas el paisaje no era para nada esperanzador; roca sólida cubriendo cada parte, cada pequeño rincón, en las murallas, en las paredes, en el suelo y en el techo, todo el lugar estaba encerrado de tal forma que realmente le extrañó que aquella brisa lo hubiera alcanzado.

Y la tenue oscuridad era peor que la que recordaba. El olor a humedad que se filtró por su nariz a medida que fue avanzando era terrible... No lo recordaba tan abandonado, tan... ¿triste? Y de repente tuvo la recurrente idea de preguntarse si su reino se vería igual, si estaría en tal estado de abandono tras su partida. Su mente divagaba pensando en eso, y verdaderamente no se había dado cuenta cuánto habían avanzado, o hacia dónde; sólo el leve sonido de un cuchicheo lo "despertó" de su estado disperso.

Elevó la mirada, viendo a los sirvientes del castillo a los lados del camino, observándolo con un claro gesto de asombro, y alguno tenían cierta chispa de burla en sus ojos... Apretó los labios en señal de desprecio. Ciertamente que detestaba a los enanos más que a ninguna otra cosa en ese momento; los odiaba, y esperaba que cada uno de ellos pagase por lo que se estaba cometiendo allí... No importaba que no fueran partícipes de su constante humillación, pero al verlo o saberlo y no hacer nada al respecto, se estaba siendo cómplice activo de un hecho de esta calaña, y eso no merecía ningún perdón.

Continuaron caminando por interminables pasillos, hasta llegar a uno particularmente largo y mucho más oscuro que los anteriores. Thranduil pudo sentir cómo se le erizaba la piel en el sofocado ambiente que era presente ahí, y por un segundo, tuvo la necesidad de correr. Pero no, inhaló profundamente un par de veces hasta que logró calmarse un poco.

Después de descender por el corredor, dos murallas de piedra a los costados se erguían frente a ellos, y los carceleros a los lados de estas columnas pudieron darle a entender al elfo que ya habían llegado a las mazmorras.

Hizo un ademán para adelantarse un par de pasos, pero el tirón en la cadena que se aferraba a él le indicó que no siguiera.

- Espera, te lo quitaré para que puedas ir solo- Explicó Thorin.

El rey elfo se quedó claramente extrañado con todo aquello; a estas alturas, no esperaba un gesto semejante de parte de alguien que disfrutaba verlo sufrir y ahogarse en su propio padecimiento. Mas, sin darle demasiadas vueltas al asunto, se inclinó para que el enano introdujera la pequeña llave que permitía que el collar de metal se abriera sin esfuerzo. Luego, cuando sintió su cuello libre otra vez, se incorporó y comenzó a adentrarse en el largo corredor de celdas.

Al dar unos cuantos pasos, se dio la vuelta para comprobar que Thorin no lo seguía. Efectivamente, su captor se había quedado allí charlando con los guardias de la prisión... No sabía bien por qué eso no lo tranquilizó.

Tras recorrer casi la mitad del largo total de la mazmorra, y ya comenzando a inquietarse al ver todas las celdas totalmente vacías, se propuso afianzar el paso, en pro de terminar con la tortuosa caminata. Pero el eco de una voz perdida entre la soledad del lúgubre lugar lo paralizó de pies a cabeza, perdiéndose su mente en un trance donde no sabía si debía o no darse la vuelta.

- ¿Padre?-

La voz era inconfundible, la pudo oír con claridad esta vez, sin el eco de sus propios pasos aturdiendo sus oídos. Giró la cabeza, encontrándose con una celda mucho más pequeña a su derecha, y a Legolas teniendo que arrodillarse para que su cabeza no golpeara el techo. La imagen del rostro de su hijo envuelta en barrotes le destrozó el corazón, lo que sea que quedase de él, humedeciendo sus párpados de repente.

Completamente aliviado de notarlo bastante bien pese a la situación, una especie de suspiro escapó de sus labios, relajando un poco sus hombros tensionados; a continuación, avanzó rápidamente hasta alcanzar los barrotes de metal fundido, y arrodillándose y aferrándose a ellos, quedó cara a cara con su hijo.

- ¿Estás bien? ¿No estás herido?- Le preguntó, revisando con la vista lo poco que podía ver de su cuerpo con la oscuridad presente.

- Yo estoy bien, ¿tú estás bien?- Respondió Legolas en un susurro, completamente sorprendido de verlo bien.

- Sí...- Fue todo lo que pudo decir. La expresión en sus ojos era claramente una contradicción a lo que afirmaba como cierto, y su hijo pudo notar eso. – Estoy bien- Completó al fin, bajando un poco la mirada.

Sus orbes de diamante titubearon en cuanto a si debían volver a mirar a Legolas o no, quedándose perdidos entre la negrura del ambiente detrás de su hijo, en la pequeñez de la celda enmohecida de roca y granito. La simple idea le desataba una furia inmensa en el pecho atrofiado ya por tantos desencuentros; no había sacrificado años de su vida, no había invertido tanto tiempo en la crianza de su hijo para que ahora éste estuviera oculto en aquella sucia celda, esperando que el miserable Rey Bajo la Montaña le tuviera misericordia... Apretó todavía más los barrotes, queriendo que estos se desvanecieran entre sus dedos para ponerle fin a esta locura de una vez por todas.

- Vine a buscarte...- Comenzó a decir Legolas, al percibir la falta de presencia de su padre. – Pasaron días sin saber nada de ti, ni siquiera una señal de qué estabas haciendo o si aunque fuese estuvieras bien...-

- No debiste haber venido solo- Respondió Thranduil, atreviéndose a mirar el rostro confuso de su hijo nuevamente. – No debiste haber venido- Sentenció.

- No vine solo, pero Thorin Escudo de Roble explicó que te tenía prisionero y que si atacábamos Erebor te daría muerte- Explicó, con un atisbo de enojo en sus rasgos. – Tuvimos que creer en su amenaza; tenía todas tus posesiones, aunque no había rastro de ti-

- ¿Y entonces cómo fue que terminaste aquí? Tendrías que haberte marchado de inmediato-

- Cuando arreglamos un intercambio, le ordené a mis acompañantes que regresaran y pusieran en aviso de lo que sucedía al resto. El rey enano aceptó tu libertad a cambio de la mía, pero por lo que veo, faltó impunemente a su palabra...-

- La densa ingenuidad que te cubrió debió haber sido de más grande para pensar que un intercambio arreglaría las cosas- El regaño de Thranduil fue tan inesperado que Legolas tuvo que apartarse un poco hacia atrás para no sentirse atormentado por el evidente enojo que estallaba en los ojos de su padre. - ¿De qué hubiera servido que me liberen si tú seguirías estando aquí? Inepto...-

El silencio fue redundante, apoderándose de ambos en ese momento, dejándolos a la deriva en una situación de la cual no atinaban a salir sin herirse el uno al otro. Finalmente, Legolas se atrevió a decir:

- No entiendo qué querías que hiciera... ¿Pretendías que te dejase aquí?-

- Pretendía que pensaras como el hijo de un rey, como un sucesor maduro y pensante- Contestó el mayor, haciendo una breve pausa para controlar su irritación. – Ya tienes edad para ser rey. No debiste aceptar ningún sucio trato con esta gente, debiste haber regresado y jamás volver a este corrupto castillo-

En ese momento, Legolas bajó la vista por la pesadumbre de la sentencia de su padre. A veces podía ser tal cruel, pensó el príncipe... Incluso consigo mismo, asumiendo que lo correcto era abandonarlo a su suerte allí.

Al bajar la vista, puso completa atención a las manos del rey elfo, sobre todo a las muñecas que asomaban debajo de la túnica. En ellas, un enrojecimiento leve estaba afectando el color natural de su piel pálida, extrañamente. Fue subiendo la vista de a poco, recorriendo la figura gacha de su padre, para notar, al llegar al cuello descubierto, una marca bastante particular que parecía exhibirse audazmente. Dicha marca no sabía muy bien cómo explicarse, pero frente a una detallada inspección, parecían ser hechas con la boca... ¿Con los dientes?

Completamente sorprendido por aquel insólito descubrimiento, Legolas acercó la mano al cuello de su rey, retirándole la túnica levemente de la piel, para notar otras marcas un poco más oscuras y otras menos notables cubriendo otras partes del cuello.

- Padre...- La voz se le escurría de los labios entre el asombro y la sensación de espanto que le recorrió el cuerpo repentinamente. - ¿Qué te sucedió?-

Thranduil fue golpeado de lleno por la verdad, la pesada verdad y el miedo que se apoderaron de él cuando entendió qué pudo haber descubierto su hijo cuando tocó su cuello. Perseguido por la vergüenza, se puso en pie de un salto, cubriéndose el cuello con su mano, para evitar que lo que sea que Legolas vio siguiera despertando sospechas en él.

- ¿Por qué Thorin Escudo de Roble te mantiene cautivo aquí? ¿Qué es lo quiere de ti?-

Las preguntas de Legolas bañaron el lugar con un eco estridente que no hacía más que marear la mente intranquila de Thranduil, quien comenzaba a dar pasos hacia atrás, no queriendo responder a ninguna interrogante, sintiéndose acosado por su propia conciencia.

- ¡Basta!- Exclamó cuando sintió que ya no podía seguir soportando tal aturdimiento. – Buscaré la forma de sacarte de aquí. Dame un poco de tiempo-

Su hijo no hacía más que mirarlo a través de los barrotes que ahogaban su espíritu. Con el miedo de que fueran marchitándolo de a poco, Thranduil comprendió que no le quedaba mucho tiempo, necesitaba comenzar a actuar.

Sus pies fingieron seguridad al comenzar a caminar hacia la salida, dándose la vuelta apenas para poder ver a Legolas de soslayo.

- Y una vez que seas libre de nuevo, quiero que aceptes tu responsabilidad de nacimiento. Hereda el trono, y bajo ningún concepto vuelvas por mí-

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