Capítulo 16
Sudor y lágrimas humedecieron el extraño momento del que ambos eran partícipes. La voz del elfo estaba como apagada, ahogando los quejidos más audibles con la almohada cuando hacía realmente falta, aunque a la mayoría los contenía mucho antes de que llegaran a intentar salir. Se aferraba a la almohada con uñas y dientes, descargando toda la poca fuerza que sentía en su resquebrajado cuerpo, por ver si así al menos lograba no pensar tanto en la humillación que estaba soportando. Pero no, ni siquiera eso lo ayudó, ni el intentar recordar algo que lo alejara de la situación, crear un puente mental que lo transportara... Nada de eso lo ayudó a afrontar el hecho de que estaba siendo utilizado como un objeto, sólo para satisfacer una "necesidad" de lo más básica, de lo más bestial.
Thorin, por otra parte, cambiaba de ritmo cada tanto, sólo por ver si lograba provocar alguna reacción alterada del elfo. Embestía rápidamente aquel cuerpo delicioso que poseía entre sus manos, para luego detenerse antes de comenzar a sentir el clímax, y luego volvía a empezar. Fácilmente, repitió el mismo accionar más de cuatro veces, pero la voz de su presa seguía sin escucharse.
- ¿Por qué te niegas a mostrarme tu fragilidad?- Inquirió entonces, con palabras que raspaban su garganta en síntoma del deseo ferviente que recorría su ser por completo. – Recuerda que ya he visto a través de su máscara, ya conozco tu estado más bajo y puro... He observado lo que llevas debajo de tu armadura, y conozco cada pequeño rincón de tu cuerpo... No tiene sentido seguir ocultándose. Ya te he encontrado-
Thranduil hizo oídos sordos al veneno que aquel falso discurso le enviaba. Con tanto dolor físico, no tenía mucho interés en sentir, además, el dolor mental. Estaba tan agotado que rogaba por caer desmayado de una vez por todas, maldiciéndose a sí mismo por ser tan resistente a la tortura... Con cada día que pasaba allí, y por extraño que sonara, su cuerpo se iba haciendo más y más acerado a los daños, curándose con mayor rapidez, soportando más injurias que antes, evitando el desmayo que siempre salía a su encuentro cuando sentía que ya no podía continuar... Ahora, llevaba prácticamente una hora soportando todo esto, y la pérdida de conciencia no se hacía presente de ninguna manera.
Ante la decepción de que su pedido no fuera escuchado, y el elfo siguiera acallando sus quejidos, Thorin sostuvo ferozmente las caderas del rubio, clavándole las uñas a la piel delicada y blanquecina, mientras que aumentaba el ritmo de las embestidas, moviéndose ahora sin piedad dentro del otro. El vaivén frenético provocó que la piel que intentaba acaparar el miembro extenso del enano se irritara de tal forma que la herida hecha volvió a abrirse y el desgarro fue inminente. Thranduil, por su parte, hundió totalmente el rostro en la almohada que estrujaba, mojando la funda con las abundantes lágrimas cálidas que despedían sus ojos cristalinos ante la injuria interna.
Así y todo, tuvo una suerte de alivio al sentir sólo dolor esta vez, y nada parecido a aquella noche anterior que aún lo avergonzaba terriblemente. Sí, prefería mil veces soportar el dolor, porque ya era algo a lo que estaba, ciertamente, acostumbrado... Pero no lo otro, no; aquello debía ser olvidado, enterrado, el secreto moriría con él.
Un escalofriante calor inundó el interior de su entrada en ese momento, y junto con el gemido gutural de Thorin, dieron por hecho que el acto había terminado al fin. El enano, sin embargo, lejos de darle a su presa un breve respiro siquiera, en lugar de quitarse de su interior, se recostó sobre el cuerpo tendido del elfo, completamente exhausto.
Acarició con sus manos los costados de aquella espalda perfectamente tonificada, sintiendo el sudor presente en la totalidad de la piel que tocaba.
- Tu cuerpo se siente muy cálido- Susurró Thorin, continuando con la caricia posesiva por el lateral derecho de la espalda descubierta. – Eres tan perfecto, mi dulce elfo...-
Y dicho esto último, dio un pequeño y suave beso al cuerpo sobre el cual estaba recostado. Thranduil comenzaba a sentir náuseas que llegaban por el malestar de tener a su verdugo aún dentro de él. Intentó moverse un poco, dándole a entender lo incómodo que se sentía, pero no hubo mucho éxito. Sólo cuando el otro realmente quiso, fue que se levantó, dejándolo libre al menos de la sensación dolorosa y fatigosa.
Después, Thorin se recostó al lado del elfo, y con una mano firme y segura, lo tomó de un hombro y lo obligó a darse la vuelta completamente, para poder observarle la cara. La expresión que obtuvo fue más que exquisita. Entre la visión vidriosa, Thranduil apenas podía ver lo que tenía frente a él, mientras que Thorin se maravillaba del gesto de aquellos ojos claros que se mostraban tan dolidos, esas cejas surcadas en la amplitud de la frente, y la boca apretada con recelo... Todo en él era perfecto, era deseable, y lo mejor de todo, era natural. El rubio no tenía que esforzarse para llamar su atención; con sólo ser como era despertaba en él los más oscuros pensamientos, la más pérfida locura, el placer más avasallante.
A la vez que admiraba el rostro de mármol, arrimó a él una de sus amplias palmas para acariciar el perfil del elfo, pero éste, al verlo cercano, elevó un manotazo que alejó cualquier intento de roce entre ambos, mirándolo de soslayo con una furia evidente.
- ¿Hasta cuándo piensas seguir con esto?- Le preguntó, masticando cada una de sus palabras, con la quijada apenas moviéndose debido al odio creciente que se acumulaba en su pecho. - ¿Es que tu estupidez no tiene límites? ¿No te das cuenta de la gravedad de tus hechos?-
- Seguiré hasta que yo quiera seguir. Y no me importa nada más que estar contigo, ésa es la verdad- Respondió el enano, mirándolo amenazadoramente. – Y las represalias no me interesan, porque a cualquiera que se interponga entre tú y yo no dudaré en darle la muerte, tal como hice con tus guardias reales-
- ¿Qué?-
Su sorpresa fue tanta que no pudo evitar quedarse con la mirada impactada. La confesión que Thorin hizo era de lo más enfermiza, y lo peor de todo era que ni siquiera se mostraba arrepentido, ni una pizca... Los ojos desentonados daban el reflejo de un hombre enloquecido, de una mente que ya no parecía tener arreglo... Ahora, por fin entendía que la vida de los suyos podía estar realmente en riesgo...
- ¿Asesinaste a mis guardias?-
- Así es- La respuesta rápida no dejó dudas en el asunto. Y ante los ojos del elfo que padecían incomprensión de culpa, Thorin agregó: - No sé qué te sorprende. ¿Acaso esperabas que estuvieran encerrados en algún lugar de Erebor? Tú mismo has pedido la muerte a gritos antes que este encierro... ¿Por qué no debí habérsela concedido a ellos? Fue un mero acto de compasión, si lo ves de esa forma-
Y se sonrió. Los pérfidos labios volvían a reírse de su desgracia una vez más, y él sólo podía increparse de odio...
Tuvo que soportar unos minutos más de las jugarretas de su captor, donde los besos falsos bañaban su cuello, -incluso dándole mordidas bastante fuertes-, y su rostro sin ninguna otra explicación que la locura misma, hasta que finalmente, él decidió irse, dejando que la lúgubre soledad del encierro lo consuma nuevamente.
Mas así lo prefería el elfo. Sí, aunque nunca se hubiese imaginado en una situación semejante, de las pocas opciones que se le habían presentado, prefería estar solo. A solas con sus pensamientos, con su pesada conciencia, con sus culpas y reproches, con su preocupación creciente... Cualquier cosa era mejor que compartir el lecho con Thorin. Cualquier cosa.
Con cada día que pasaba sometiéndose a la humillación por cuenta propia, Thranduil fue comprendiendo lo que el otro pretendía de él. Cuando despertaba se encontraba con abundante comida a su alrededor, y la sonrisa pícara de Thorin le indicaba que sólo podía contar con eso como mérito por su "obediencia"; del mismo modo, al permitírsele nuevas libertades, como pasearse por el cuarto y el baño a su disposición, pudiendo bañarse cuando él así lo quería, y proveyéndolo de una bata al menos, para que no anduviera desnudo. Todo lo que se le proporcionaba sólo estaba ahí cuando él se comportaba, cuando hacía "bien" las cosas, cuando no se "rebelaba contra su destino", como así lo llamaba Thorin.
Y por mucho que se maldijera, las pequeñas cosas que se le iban otorgando representaban un gran alivio en su aprisionamiento. El leve peso que se le quitaba de encima era magistral cuando se ponía a pensar en lo que había soportado antes, las ataduras, los golpes, y la terrible hambruna y abandono físico que sufrió... Si de algo servía su propio sometimiento, aunque debiera maldecirse por siempre, entonces lo haría.
La semana, entre jadeos y pequeñas sesiones de humillación diarios, fue pasando lentamente, como la visión de un atorado reloj de arena que se negaba a terminar. Pero al fin pasó, y entonces, Thranduil esperó a que su torturador llegase a su encuentro, y una vez que éste lo hizo, con la mirada demandante, dijo:
- Quiero ver a mi hijo-
- Qué malos modales tienes, mi dulce elfo- Se bufó el enano, terminando de cerrar la puerta, apenas.
- Me dijiste que podía verlo en una semana. Cumple tu palabra- Demandó, poniéndose en pie.
La figura del elfo, elegante, con aquella bata de ceda blanca puliéndole los contornos de su cuerpo, condujo a Thorin a un estado de éxtasis y admiración. Sólo cuando apartó la vista para parpadear, pudo verse libre del efecto que su presa causaba sobre él.
- Sí, tal vez tienes razón... Pero... Ahora que lo pienso, no sé si sería lo mejor- Dijo entonces, con malicia.
Ambos se miraron. Los ojos de Thranduil reflejaban la inconformidad de la respuesta que recibió con total descaro, mientras que la mirada de Thorin sólo mostraba exceso de burla. Sin embargo, el elfo lo conocía lo suficientemente bien como para saber qué estaba exigiendo de él con todo aquello. Quería verlo sucumbir a la desesperación, y deseaba que se doblegue ante él, de nuevo, como hasta ahora no lo había hecho... Quería verlo rogar.
Sin pensarlo demasiado, -puesto que si lo pensaba un poco, jamás lo haría-, se dejó caer de rodillas al suelo, y bajando un poco la mirada, murmuró:
- Por favor, déjame verlo. Sólo necesito saber si se encuentra bien-
- ¿Qué? ¿No confías en mi palabra?-
La risa socarrona que soltó después de decir aquello fue contestación total para lo que Thranduil estaba diciéndole con su silencio. Por supuesto que el elfo no confiaba en él, eso cualquiera lo podía ver. Necesitaba asegurarse con sus propios ojos que lo que el otro le decía era realmente verdad.
- Está bien. Te permitiré verlo, para que notes la benevolencia que puedo tener cuando haces lo que te dice tu señor- Dijo Thorin, en tono de soberbia pura. - ¿Quieres ir ahora mismo?-
- Sí- Contestó el elfo, rápidamente. Pero luego, al ponerse en pie de nuevo, un detalle que no había tenido en cuenta antes se hizo presente en su mente. – Sí... pero...-
- ¿Pero...?- Inquirió el enano, sorprendido del titubeo repentino.
- No puedo ir a verlo vestido así-
Y al cabo de decir eso, extendió sus brazos, dejando ver la totalidad de su atuendo. La bata de ceda le daba un aire extraño a su persona, una clase de comodidad que jamás se había permitido, pues el largo de la tela no llegaba ni a cubrirle por arriba de las rodillas, sino mucho antes. Incluso el color parecía sospechoso, demasiado blanco, demasiado brillante... De no haber sido por las líneas azules que adornaban las terminaciones en los brazos y la parte inferior, no se adecuaría a él para nada.
- ¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo?-
La voz burlona de Thorin estaba realmente sacándolo de sus casillas, acabando con su paciencia.
- ¿Podrías devolverme mi ropa? ¿Qué has hecho con ella?-
El enano se quedó mirándolo. Así que hasta ahí quería llegar... Interesante. Después de mucho tiempo, consideró que tal vez no sería demasiado bueno consentirlo de aquella forma... Pero por otra parte, él había hecho todo lo que se le pidió, reprimiendo su personalidad por completo algunas veces.
- De acuerdo. Te la traeré- Respondió después que terminó de pensarlo, abriendo la puerta nuevamente. – Pero deberás devolverme este favor con creces-
Y luego de que una sonrisa pervertida se asomara en sus labios, cerró la puerta sonoramente y tan sólo quedó esperar.
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