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Capítulo 14

Sonrió. Miles de dudas invadiendo su mente, y el bastardo de Thorin sólo le sonreía, y nada más; ni siquiera se esforzaba en mostrarse a la altura del momento... Era la peor de las escorias, ya lo había cerciorado del todo.

- ¡¿Por qué tienes esto?!- Le gritó, entonces, apelando a lo que sea que hubiese frente a él, puesto que ya ni siquiera parecía un ser viviente... Mas bien un demonio en estado puro. - ¡Contéstame, maldito! ¡¿Cómo obtuviste esto?!-

- Ya, tranquilízate un poco- Se bufó el enano, intentando aflojar un poco el agarre del rey élfico en él, quien se aferraba con sus dedos como pinzas sobre su abrigo de piel y lo asesinaba con su mirada ferviente.

- Si le has hecho algo a mi hijo, ¡te juro que--!- Quiso decir, pero fue interrumpido por la voz grave del otro.

- ¡¿Qué?! ¡¿Qué vas a hacer?!- Exclamó.

Los gritos fueron tan potentes que Thranduil tuvo que admitir que sus hombros sorprendidos dudaron de si echarse hacia atrás o continuar con la presión. Más que todo, fue inesperado. No tenía lógica... ¿Qué demonios estaba planeando la mente corrompida de Thorin?

De repente, y para aumentar su sobresalto, sintió las palmas de su captor sobre sus brazos, presionándolo con fuerza tal que la sangre dentro de él comenzaba a agolparse, intentando correr, pero sin mucho éxito. Se sacudió en un intento por soltarse, llevando lentamente y con mucho esfuerzo la daga que sostenía hacia el cuello del enano.

- Si no me dices ahora mismo de dónde has sacado esto te mataré, estúpido- Dijo el rubio, entre gruñidos, apretando sus dientes de tanta furia contenida.

El hecho era que de todas formas tenía pensado matarlo, no importaba qué dijera o hiciera el otro para intentar salvarse... Pero Thorin no sabía eso, podía poner el tablero de su lado al menos por esta vez... O así lo creyó.

- Bueno, mi dulce elfo...- Comenzó a decir el más bajo, sonriéndose cínicamente. – Puedes hacer eso si así lo quieres, pero la verdad es que si me matas, tu hijo correrá la misma suerte...- Cortó ahí la frase a propósito, sólo para evidenciar con completo detalle cómo el elfo abría sus ojos sorprendidos de tal forma que sus orbes celestes parecían hasta brillar en aquella cruda oscuridad que los rodeaba... Era, simplemente, algo delicioso de ver, pensó Thorin. - ... ¿entiendes?- Terminó al fin.

- ¿Qué dices?-

La voz de Thranduil parecía quebradiza en ese instante; tenía la mirada casi perdida, intentando evaluar lo que el otro le dijo, pero sin encontrar respuestas simples que no le hicieran pensar lo peor de la situación... No, no podía ser que...

- ¿Dónde está mi hijo?- Preguntó entonces, con la mirada aún perdida. – Él... ¿Él está aquí?-

- Así es. Está disfrutando de la hospitalidad del reino de Erebor...- Respondió Thorin, en tono burlón. -... en los calabozos, por supuesto-

Y ambos se quedaron callados en el mismo momento. Mirándose el uno al otro, analizando lo que sucedía. Thranduil tenía tanto asombro que le era casi imposible controlar sus emociones, -como estaba acostumbrado a hacer siempre-, y mostrarse sereno. No, no podía porque nunca se le había presentado este problema tan grande, tan pesado, tan desconcertante... Estaba habituado a controlar situaciones del reino, donde los elfos exponen sus vidas en peligro por un bien común, por el resto del pueblo, para defender su hogar y a aquellos que aman. Pero Legolas siempre había sido muy independiente, tanto así que ni siquiera lo dejaba preocuparse por él, aunque secretamente, lo hiciera de todos modos. Había presenciado todas las etapas de la vida de su hijo hasta ahora, cada momento de crecimiento, cada efecto de maduración, y nunca se le había presentado tal problema... Legolas nunca había corrido tanto peligro como ahora...

Entre tanto análisis, su mente se sentía estallar, pensando en todo lo que podría haber sufrido mientras él seguía encerrado allí... ¿Ante qué peligros se tuvo que enfrentar? ¿Estaría seriamente lastimado? ¿Lo habrán humillado como a él? ¡No! Cerró los ojos con fuerzas... Lo que sea, pero no eso...

- Entenderás que la vida de tu hijo está en tus manos ahora, ¿verdad?- Thorin interrumpió sus meditaciones de repente, cortando su concentración y sus preguntas sin respuestas. – Todo, TODO lo que sea que hagas a partir de aquí influirá en su bienestar, incluido el hecho de intentar matarme...-

- ¿Y cómo sé que es verdad lo que me dices?- Inquirió Thranduil, en un intento por lograr una inestabilidad de la situación. - ¿Cómo sé que no lo has matado ya? ¿Cómo sé que está bien y sólo lo has encerrado?-

- ¿Quieres una prueba de vida? Puedo traerte un dedo suyo si así lo deseas- Contestó el enano, sonriéndose. – O... puedes bajar esa daga, creer en lo que te digo y no seguir poniendo el pellejo de tu hijo en riesgo. Tú decides-

Thranduil maldijo para sus adentros. El otro sabía que él haría lo que fuese por Legolas... No tenía sentido seguir insistiendo; si era una mentira o no, no había forma de comprobarlo por ahora. No podía arriesgarse a que fuese verdad y Legolas se viera involucrado en todo esto.

- Si eres bueno y obediente, si haces exactamente lo que te digo sin chistar ni mostrarte rebelde, tal vez sea compasivo y te deje verlo en una semana- Dijo Thorin, quitándose al otro de encima y poniéndose en pie. – Pero si das un paso en falso y me matas, tu hijo se muere también, ¿comprendes?-

Ahora, esto sí se estaba poniendo mucho peor que antes. En un cálculo mental rápido, Thranduil especuló la idea de que Legolas estuviese cautivo en las mazmorras de Erebor, y que su vida dependiera de sus acciones y de la vida del mismo Thorin... Si asesinaba a su verdugo, Legolas moría... Si lo desobedecía, también ponía en riesgo la vida de su hijo... Entre tanto jaleo, soltó la daga, con un brote de resignación repentina. Con ambas manos se sostuvo la cabeza, a punto de estallar de tanto pensar. No había forma posible de revertir lo que estaba pasando, esto era un verdadero infierno.

- Tú...- Empezó a decir, casi en un susurro. Tenía tanto miedo de lo que iba a preguntar que no sabía si realmente quería saber la respuesta... Pero tenía que saberlo, tenía que saber si su hijo verdaderamente estaba bien. - ¿Tú lo has injuriado también?- Finalmente, la pregunta pudo formularse entre sus labios dubitativos y avergonzados.

- No- Respondió rápidamente el otro. Luego, llevó una de sus manos sobre la cabellera rubia del elfo arrodillado y recorrió con suavidad los mechones hasta llegar a la mejilla pálida, aprovechándose del estado de asombro que invadía a Thranduil y no le permitía reaccionar aún. – Sólo tú me interesas de esa forma-

"Esa forma...", "esa forma...", repitió la mente aturdida del rey elfo. Una holeada de espasmos recorrió su cuerpo entero al recordar velozmente cómo se había sentido al ser ultrajado la primera vez, con tanto descaro y violencia... Al igual que la segunda. Una humillación impune que no tenía cabida... Y la última vez, con todo ese placer indeseado poseyendo cada centímetro de su ser... No notó cuándo sus mejillas tomaron color, mostrándose levemente más rojizas. Después, un ligero malestar en el estómago se hizo presente... ¿Cómo podía Thorin pedirle semejante cosa? ¿Cómo podría él mismo entregarse a las garras del enemigo para ser sometido de "esa forma"? Apenas si podía retener el impulso de quebrarle la garganta, de desangrarlo con ayuda de la daga, de desfigurar su repulsivo rostro a golpes...

- ¡No me toques!- Reaccionó al fin, quitando la mano de Thorin de su cara con un manotazo firme. Sus facciones estaban repletas de odio, de rechazo ante la sola idea de sentir de nuevo el tacto perverso del otro sobre su piel.

De nuevo, ambos quedaron mirándose fijamente, estudiando lo que el otro hacía, la forma en que reaccionaba ante lo dicho, ante lo hecho. En un santiamén, Thranduil observó cómo los ojos azules de su captor se entornaron en un gesto de ira, y las enormes manos que fueron hacia él rápidamente y lo tomaron por los hombros le dieron la pauta de que su rechazo no le había caído en gracia. No, aquella mente retorcida jamás aceptaría la verdad de sus actos, la crueldad con que se dirigía hacia él, lo grave de su comportamiento.

- Vamos a dejar algo en claro...-

La voz de Thorin se oyó grave y apretada entre sus dientes furiosos. El primer impulso que tuvo el rey elfo fue ponerse en pie, pero el otro lo tenía tan fieramente sujetado que tendría que liberarse de él primero. Forcejearon por un tiempo, y la lucha seguía sin decidir un ganador, pues la debilidad de lo que tuvo que soportar el cuerpo casi agotado del rubio era todo un factor notable.

- Vas a comportarte ahora mismo o tu lindo hijo pagará las consecuencias, ¿qué decides?- Amenazó Thorin, mientras seguía queriendo doblegar a su contrincante. - ¡¿Qué decides?!-

- Si le pones una mano encima, ¡te mataré, maldito depravado!- Vociferó el elfo, con los ojos bien abiertos, mostrándose aún capaz de mantener una disputa de semejante nivel. Por más que no estuviera en las condiciones necesarias para defenderse, se sobre-exigiría de más si eso significaba salvar a Legolas de las garras del enano.

- ¡Si me matas a mí lo matas a él también! ¡¿O es que no lo entiendes?!-

Aquellos gritos le retumbaron en los oídos, con eco suficiente para que queda palabra fuera analizada por su mente enredada. Estaba en una encrucijada donde no sabía qué hacer, qué decidir, cuando lo que se ponía en juego era su propio orgullo, su porte real, su conciencia...

De repente, unos golpes se oyeron del otro lado de la puerta. Firmes, seguros y curiosamente pausados entre sí, como si quisieran esperar a escuchar qué más sucedía dentro de la habitación. Los dos continuaban intentando ganar terreno en el otro, pero absolutamente callados, hasta que una voz desde fuera se dejó oír, finalmente, rompiendo el silencio avasallador.

- Señor, ¿se encuentra todo bien?-

Thorin, en ese momento, miró de nuevo al elfo, aún de rodillas en el suelo. Apretó aquellos hombros que sostenía, y luego, llevó una de sus manos hacia la cabeza del otro, presionando y capturando varios cabellos pálidos. Tiró con fuerza de ellos, oyendo el quejido de su presa, quien intentaba quitárselo de encima, soltarse de su agarre, aunque todo fuera inútil. Después, Thorin lo obligó a inclinarse debido a la violencia ejercida sobre su cabeza y sus espaldas, y entonces gruñó:

- No lo sé, ¿se encuentra todo bien?- Le preguntó a Thranduil, al mismo tiempo que tiraba de su melena rubia apretando sus dedos, y lo hacía inclinarse todavía más. - ¡¿Se encuentra todo bien?!-

La cabeza le latía por tanta presión, no soportaba tanto dolor en su cuero cabelludo, pero no quería dar el brazo a torcer. Con los ojos cerrados de odio y padecimiento, su respuesta por el momento fue quejarse en voz alta, evidenciando su propia furia contenida. Sus uñas se clavaban en la áspera piel de los brazos de Thorin, para que lo soltara, pero ni aún así lograba librarse. Su mente, de pronto, quedó en blanco por un instante, y después, la imagen de su hijo encerrado en los calabozos lo acechó cruelmente... Repentinamente, comprendió que no podía seguir dudando sobre qué debía hacer. Estaba más que claro que iba en contra de todos sus principios arriesgar la vida de Legolas de tal forma sólo para salvar lo poco que le quedase de honor... No, tenía que hacer lo que considerara correcto, lo que sea correcto para asegurar el bienestar de los suyos, aunque le costase la vida.

- Sí...- Contestó al fin, en un leve susurro.

- ¿Qué? No puedo oírte, tendrás que hablar más alto- Dijo Thorin, con una larga sonrisa en los labios que saboreaban la victoria.

- ¡Dije que sí! ¡Está bien, haré lo que me pides!-

- Bien, bien. Veo que lo haz pensado al fin-

Habían llegado a un supuesto acuerdo, pero el agarre del enano no había cesado sobre él. Las uñas seguían clavadas en señal del malestar que le estaba produciendo semejante acto barbárico, pero el otro ni siquiera se inmutaba ante eso. Estaba demasiado ocupado celebrando lo que había conseguido con sus trucos sucios...

- ¿Señor?- Volvió a repetir el sirviente desde el otro lado, algo preocupado.

- Ah, sí, sí. No te preocupes. Ya está todo en orden. Puedes retirarte-

Y los pasos que se alejaban dieron a entender que nuevamente se encontraban solos. Cuando al fin Thorin se dignó a soltarlo, lo primero que Thranduil hizo fue alejarse un poco de él. Sus nervios se volvían inestables cuando pensaba en lo que se había decidido y en lo que fuera que el otro pediría, o en la forma en que usaría ese cruel chantaje... Sólo rogaba que se fuera de allí, que por hoy lo dejase tranquilo... Pero no fue así.

- Bueno...- Comenzó a decir Thorin, acercándose a él hasta quedar casi pegados, mientras elevaba una mano para acariciar el mentón del elfo. – Ahora necesito una prueba de tu aparente obediencia-

Ante esto, Thranduil ni siquiera se atrevió a levantar la mirada y verlo a los ojos. No, continuó con la vista enterrada en el piso, en sus laterales, pero jamás en el rostro de su captor, por temor a descubrir lo que se vendría.

- Di que eres mío-

La sentencia se oyó vertiginosa, bochornosa, descarada y horripilante. La mirada intranquila del rubio, la mandíbula apretada, eran señales de su total indignación ante lo que se requería de él... Debía estar bromeando, pero al mismo tiempo, sabía que lo pedía en serio. Ya anteriormente había escuchado ese disparate, pero ahora mismo no se encontraba en situación de eludir el pedido...

Elevó la mirada sólo para notar los ojos divertidos de Thorin para con él, y esa sonrisa taimada que tanto odiaba. Maldijo para sus adentros, pero aún así, eso no lo rescataría de esta vergonzosa decisión...

- Yo...- Las palabras dudaban, trancadas en su garganta para resistirse a salir. Tuvo que hacer un esfuerzo mayor al que pensaba para poder completar la repulsiva frase. -... soy tuyo-

- Tú me perteneces- Dijo Thorin, devorándose aquel rostro de mármol con sus ojos lujuriosos e impacientes. - ¡Dilo!- Ordenó, sosteniendo con rudeza el mentón del elfo.

- Yo te... pertenezco-

Se sentía tan sucio después de decir aquello, tanto así que tuvo que volver a bajar la vista. No podía consigo mismo en ese momento, sólo quería cavar una tumba y enterrarse vivo... ¿Cuánta humillación más debía soportar antes de verse bendecido con la muerte?

- Bien- La voz del enano interrumpió sus lamentos internos, sólo para volver a arrojarlo en el peor de los infiernos. – Ahora, súbete de nuevo a la cama-

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