Capítulo 13
Habían pasado apenas un par de horas desde que salió de la bañera con agua helada. La fiebre en su piel no se había calmado, no importaba cuántas veces se sumergió en la cuenca llena de ese insoportable líquido congelado.
Intentó también comer algo, distraerse con lo que fuera, pero le era imposible. Después de pensar tanto, se dispuso a levantarse de la bañera, ponerse una bata y salir de allí.
Apenas volvió a encontrarse en el cuarto, sus pies traicioneros lo llevaron directo hacia la cama, donde su prisionero estaba recostado. Su rostro completamente sereno, con los párpados cerrados y su boca entreabierta levemente, le daban un vistazo desolado a su magnífica figura tendida.
Cada centímetro de él parecía llamarlo, invitarlo a que se reunieran, a que se volvieran uno de nuevo. Las manos comenzaron a sudarle con alevosía, y pronto comprendió que esto no era algo a lo que pudiera resistirse; aquí ya no cabía su anterior persona, no había nada que pudiera hacer para salvarse a sí mismo... Sólo debía relajarse y disfrutar esto que ahora poseía ante él, lo que tanto había anhelado, el resultado de un plan profundamente maquinado en su mente, en sus fantasías, y ahora todo era realidad.
Al dar un par de parpadeos, su mente se aclaró de las dudas que no eran comunes en su persona. No, debía dejar de perder el tiempo razonando tanto, ya estaba harto de pensar... Decidido a despejar su cabeza, se subió a la cama y comenzó a abrirse la bata de nuevo.
Se situó entre las piernas del elfo, y la facilidad con que pudo separarlas no era más que otra evidencia de que el otro estaba totalmente indefenso e incapacitado de defenderse a causa de su inconciencia presente. Luego, se quedó unos pocos minutos mirándolo desde donde estaba, observando ese rostro durmiente, con esas largas pestañas adornando sus cuencas cerradas, los mechones de cabello revueltos casi artísticamente a los lados de su cabeza, la oreja que dejaba a la vista al estar su cara perfilada hacia la derecha, la musculatura de sus brazos aprisionados en las ataduras que aún estaban presentes, el vientre plano, y... y su esencia masculina que aún estaba derrochada ahí, sobre la piel blanquecina y tentadora.
Thorin llevó la mano hacia el abdomen del rey elfo, y untó la yema de sus dedos con el abundante semen que su presa derramó al explotar de tanto placer, anteriormente. Después, se quitó el lazo de la bata que llevaba puesta aún, y cuando la abrió, pudo observar su miembro completamente erecto de nuevo, que se alzaba en busca de un poco de atención. Mojó la punta de éste con el líquido espeso que se hallaba en sus dedos, y sujetándose de las caderas del elfo dormido, lo penetró nuevamente.
Ante la invasión, las piernas que lo rodeaban intentaron cerrarse inútilmente, chocándose con la silueta que tenían en medio, aferrándose, moviéndose de manera lenta entre las sábanas, queriendo empujar lo que sea que causaba su malestar. Tras un par de estocadas, el enano consiguió notar cómo las cejas del otro se arrugaban en la amplia frente, girando su perfil hacia el otro lado, quejándose en un leve susurro de algo inentendible para él y buscando la movilidad en sus brazos.
Después de varias embestidas, el elfo se mostraba más impaciente; su cabeza ya iba y venía sobre el colchón, de un lado al otro, quedándose poco tiempo en una misma posición, buscando arquear su cuello cuando se tensaba su espalda. Cada pequeño gesto era una cuota más que aumentaba el placer de Thorin, pero lo que más lo incitaba eran aquellos gemidos no controlados que salían raspando la garganta y se oían sin filtros en el ambiente. El hecho de que el otro estuviera dormido presentaba la ventaja de que no se retendría y expresaría exactamente lo que estaba sintiendo; soltaría sus gemidos dolorosos cuando él estuviera metido de lleno dentro de su cuerpo, y sus quejidos serían audibles y desmedidos... El rey enano se relamió los labios frente a su disfrute, y sujetando más fuerte aquellas preciosas caderas, decidió que ya era momento de aumentar el ritmo.
La mente de Thranduil se sentía perturbada incluso antes de haber recuperado la conciencia. Sus oídos adormecidos alcanzaron a escuchar una queja en voz alta que parecía haber salido de su propia boca. Estaba confundido, sin poder explicarse por qué se sentía tan miserable si apenas estaba despertando nuevamente.
De repente, sintió un tirón agudo en su cintura, y el endurecimiento de sus extremidades, incluso de su espalda adolorida; y ya todo dejó de ser tranquilidad. Comenzó a abrir los ojos, recuperando la visión, sólo para notar que el techo ante él parecía sacudirse extrañamente. Cuando recuperó de a poco la sensibilidad en el resto de su cuerpo, entendió que lo que se movía no era el techo precisamente, sino él, a causa de otro movimiento que estaba empujándolo...
Bajó la vista rápidamente, y ante su visión borrosa por las lágrimas que humedecían sus ojos, observó la figura de Thorin, haciendo uso de su cuerpo con total descaro, aprovechándose hasta de su indefenso ser inconciente... Esto ya era caer demasiado bajo, pensó entonces, temblando de enojo.
Reunía todo su coraje para insultar a su atacante, pero un leve roce en su nervio de estimulación lo hizo tragarse sus palabras y atragantarse con un gemido a medio salir. Era increíble cómo algo tan repugnante podía apoderarse del raciocinio de su propio cuerpo de tal forma. Estaba en una delgada línea donde casi se odiaba a sí mismo. Era insoportable.
Lo peor de todo era que él creía que ni siquiera tenía edad para esto. Habiendo vivido miles de años, habiendo soportado todo lo que soportó, las vivencias, los engaños, las muertes cercanas, acechándolo en la oscuridad del pensamiento todo el tiempo, ya se sentía satisfecho, ya no quería experimentar nada más... Era suficiente, ¡ya no más!
- ¡Tienes que parar!- Gritó, sin estar conciente realmente de lo que decía; sólo fue un canalizador para lo que su mente agotada pedía, nada más. - ¡No lo soporto, ya no...!-
La lucha interna de su cabeza se mareaba entre su voz entrecortada que deseaba seguir gritando pero que no hallaba las fuerzas necesarias y los gemidos vulgares que Thorin soltaba, cada vez más seguidamente. El vaivén se fue haciendo más rápido y después de evidenciar todo su placer con una exclamación inentendible, finalmente su verdugo llegó a su clímax.
Ni siquiera cuando Thorin quitó su miembro del interior de su cuerpo pudo volver a tranquilizarse. El cansancio no era un consuelo esta vez, no podría quedarse inconciente de nuevo; lo único que le quedaba era soportar la dura realidad: Era un juguete, un prisionero siendo castigado por algún extraño motivo que todavía no podía entender.
Después de que el cruel acto hubo acabado, Thorin volvió a cubrirse con la bata y se encaminó a la salida, sin decir nada, sin dirigir ningún tipo de contacto visual. Estaba más que claro que para él era "algo normal", era un pasatiempo, mera diversión... La ira del rey de los elfos se evidenciaba en su mirada, pero no encontró fuerzas para decir nada. ¿Para qué? ¿Con qué finalidad le dirigiría la palabra a un demente sin conciencia?
Cuando la puerta se cerró con estrepitoso estruendo, Thranduil pudo intentar relajarse. La espalda le dolía por tanto entumecimiento para evitar el abuso, sus piernas sufrían la misma suerte. Las fue estirando de a poco, evitando acalambrarse mientras lo hacía, hasta que de a poco lo logró. Lo peor de todo era la sensación pegajosa que sentía en su trasero, tanto afuera como dentro. De sólo pensar que la esencia del otro se encontraba en su interior, su estómago se revolvía.
Una vez "superado" el desagrado corporal que lo acosaba, se dio la vuelta y se arrodilló en la cama, pegándose a la pared prácticamente. Lo que tenía en mente era comenzar a idear cómo soltarse de los amarres que ya lo tenían más que cansados. Quería su libertad de vuelta, a cualquier precio, o se volvería loco lentamente.
Tiró de la cuerda con ambas manos; jaló, rasguñó, maldijo y hasta hizo palanca con sus largas y fuertes piernas. Pero el nudo no cedió... ¿Qué tanto podía odiarlo el destino? ¿Por qué sus planes fracasaban a tal nivel que siempre debía permanecer cautivo, siendo un muñeco de Thorin Escudo de Roble? ¡No, no pasaría de nuevo! Quería ser libre... ¡Debía ser libre!
Se incorporó nuevamente. No lo vencerían esta vez. Volvió a jalar de la cuerda, a tirar de ella hasta que casi podía sentir el desgarro en sus músculos. No le importó; estaba más que decidido y sólo la muerte podría quitarle el anhelo de obtener una mísera victoria. Su rostro comenzó a acalorarse de tanta fuerza empleada, la espalda se sentía entumecida cada vez más, y los brazos, -sobre todo sus muñecas- estaban a punto de ceder, sintiendo que ya había sobrepasado su límite. Pero él continuaba incansablemente.
Finalmente, un leve sonido, apenas audible, se oyó, proveniente de las ataduras. Entusiasmado, no le importó su cansancio y reunió todas las fuerzas que encontró en cada rincón de su cuerpo, y las depositó en sus brazos. A medida que iba escuchando más y más claro el sonido que producía la soga, sus ojos cerrados visualizaron el Bosque Negro... Su reino, su responsabilidad yacía sola, desprotegida, al igual que los elfos que vivían allí... Aquellos que habían confiado en él para que los protegiera, para que los gobernara... Soltó un alarido bestial, y cuando tiró la última vez, la cuerda finalmente se rompió, dejándolo en libertad, al menos de la cama.
El impulso que había tomado para hacer la fuerza necesaria lo hizo caer al colchón, pegándose su espalda sudada en las brillosas sábanas que ya lo habían cansado. Se tomó un buen tiempo para recuperar el aliento, mientras mantenía sus manos libres alzadas sobre él para poder observarlas. Una marca, simulando un lazo rojizo, estaba presente en ambas muñecas lastimadas, y la visión se le hacía insoportable.
Bajó, entonces, ambos brazos a su alrededor, obligándolos a ayudarlo a incorporarse. Luego, se deslizó de la cama, y finalmente pudo poner sus pies sobre el suelo otra vez... Se sentía bien estar de pie por su propia cuenta, estirar las piernas de nuevo, sentirse un poco más libre que antes... Sin embargo, algo comenzó a ofuscarlo en ese momento, arruinando su minúsculo segundo de gloria.
Primero, sintió un breve calor bajando por su interior, aflorando desde el interior de su entrada. Después, la misma sensación incómoda fue saliendo, recorriendo ahora el interior de su muslo y deslizándose sobre su pierna... Thranduil abrió grande los ojos, forzado a tensar todo su cuerpo de repente, sintiéndose colérico y, mayormente, enfermizo. La extraña e insoportable sensación que iba recorriendo su piel era tal, que inconcientemente llevó una mano hacia allí y quitó un poco de aquel líquido inquietante para saber de qué se trataba.
Cuando levantó la mano de nuevo, observó un líquido transparente y pegajoso... La visión era totalmente asquerosa, y un hedor lamentablemente familiar inundó sus cuencas olfativas. El asco punzó su estómago al descubrir lo que era y entender por qué salía de su entrada. Agitado, buscó limpiar sus dedos, secándolos con el colchón y maldiciendo sonoramente.
Mientras se encontraba ocupado insultando su mala idea, el ruido de la puerta al abrirse detrás de él lo petrificó. Thorin, al verlo de pie y con las manos sueltas, también se sorprendió, y esta misma sorpresa fue lo que lo mantuvo dubitativo de qué haría a continuación. Pero luego se sonrió para sus adentros, y adentrándose en la habitación nuevamente, cerró la puerta y le puso el cerrojo.
Thranduil se dio la vuelta, encontrándose con unos ojos lujuriosos y pícaros que estaban recorriendo su alta figura desnuda con excesivo detenimiento. Su primer impulso frente a esto fue recoger las sábanas de seda que yacían en la cama y rodear su cintura con ellas, protegiendo algo de su desnudez al menos.
- ¿Por qué te cubres, oh, Señor del Bosque Negro?- Habló Thorin, sonriéndose de lado. – No hay nada en ese cuerpo que posees que yo no haya visto, tocado o saboreado-
- ¡Silencio!- Sentenció el elfo, completamente furioso. – Te has burlado de mí todo este tiempo, me has usado como quisiste, me humillaste incansablemente, y todo para alimentar un enfermo deseo tuyo... ¡Pero esto se acaba hoy, maldito bastardo! Así sea mi último día de vida, no me importa, ¡pero acabaré contigo!-
Y dicho esto, se lanzó a correr hacia Thorin. Éste seguía sonriendo, incluso cuando las feroces manos del otro lo alcanzaron y lo hicieron chocar fuertemente contra la puerta de roca maciza. Presentó una breve lucha con el rubio, donde las manos iban y venían intentando refrenar la furia contenida, sin mucho éxito, claro está.
Entre tanta riña, ambos cayeron al suelo helado, aferrándose el uno al otro, con motivos totalmente distintos. El simple roce de las manos de Thorin le erizaba la piel a Thranduil, quien, con el rostro desfigurado de enojo, intentaba asestarle un golpe en la cara a su rival. Mas siempre era sujetado cuando elevaba su puño para intentar dárselo, y el accionar de ambos se repetía una y otra vez. Lo peor era que la sonrisa del enano no dejaba de mostrarse en su sínico rostro oscurecido.
Finalmente, Thorin decidió que ya era suficiente, y para sorpresa del elfo, sujetó los hombros desnudos con una firmeza arrulladora y le dio un ligero empujón que hizo perder el envión al otro, alejándolo un poco pero sin quitárselo de encima. Después, buscó algo entre sus abrigos con una sola mano y, una vez que lo encontró, rápidamente se lo ofreció al rubio.
- Toma. Mejor usa esto-
Lo que le ofrecía era una daga brillante, con el filo resplandeciendo peligrosamente entre tanta oscuridad. Thranduil, en ese momento, estaba demasiado furioso como para poner demás atención a lo que ocurría; sólo se dignó a tomar el arma entre sus manos y empuñarla con fuerza. Justo cuando se iba a decidir a ponerle fin a la miserable vida de su contrincante, su raciocinio le advirtió de un detalle que no lo había preocupado antes...
La daga que sostenía era la misma que él le hubo regalado a Legolas hacía ya unos cuantos años atrás, para celebrar su cumpleaños... Extrañado, bajó su brazo y observó aquel objeto tan fino con detenimiento. Lo admiró por todas partes, como si nunca lo hubiese visto... Efectivamente, ésta era la daga de Legolas, no cabían dudas...
- ¿Por qué...?- Atinó a decir, con la mente confusa y los ojos aún pegados a la daga ante él. Cuando pudo quitarse el asombro del momento, fijó la mirada en Thorin, -quien mostraba una extraña sonrisa de victoria-, y volvió a reformular la pregunta que acechaba sus incertidumbres: - ¿Cómo conseguiste esto?-
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