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Capítulo 16

Trataron de bajar las escaleras con la mayor cautela posible, pero, Amy hacía ruido con cada paso que daba. Por tal motivo, Oliver tuvo que darse la vuelta y colocar el índice sobre los labios para que hiciera silencio.

—Si entrara un ladrón a la casa, ya nos hubiera descubierto —encendió la linterna del celular tras volver la vista hacia delante.

—Lo siento —su amiga le miró apenada y se cuidó de no pisar fuerte.

No notaron ningún cambio aparente en la sala, por lo que fueron directos a la cocina. El estruendo que antes los despertó a todos volvió a escucharse.

—¡Amy! —se abrazó a su amiga como acto reflejo, el sonido del trueno le puso los pelos de punta.

Ella buscó con la mirada lo que le asustó.

—No veo nada que dé miedo.

Oliver no se lo podía creer.

—¿No escuchaste ese trueno? Menos mal que apagamos la computadora, sino...

Otro trueno, más fuerte que el anterior, interrumpió lo que iba a decir. Amy soltó una exclamación y se abrazó a él.

—¡Dios mío! Ahora entiendo tu miedo.

—Sí, también resolvimos el motivo del estruendo anterior.

Amy no parecía convencida.

—¿Tú crees? Una vez me dijiste que por la puerta trasera se cuelan gatos. Quizás uno de ellos trató de entrar.

—¡Que va! No hacen tanto ruido, a no ser que maúllen sin parar.

Su amiga asintió con la cabeza, comentó que no quería estar más aquí y lo mejor era regresar al cuarto. Se retiraron del sitio e iban a subir cuando un último estruendo les sorprendió.

—Parece el ruido de un camión.

—Lo más seguro es que fuera eso.

Hallaron la puerta de la recámara cerrada, la dejaron así para que el frío del aire acondicionado no escapara. Su amiga giró la manija, lo intentó un par de veces antes de hablarle.

—Oliver, la puerta no abre.

—¡Niña, como que no abre! ¡Empuja, empuja! ¡Forcejea ahí! ¡¿Cómo tú me va' a decir eso?!

—Que raro todo —su amiga tocó la puerta, nadie respondió.

Unos instantes después pudieron girar la manija y acceder, como si nada hubiera pasado en primer lugar. Se detuvieron delante de las camas, Karen y Franchis se habían apoderado de todo el espacio.

—¡Míralos! ¡Ellos se piensan que están durmiendo solos! —le susurró indignado a Amy, quien se río en respuesta.

Tuvieron que moverlos para poder acostarse, su amiga lo hizo justo al lado de Ra. Cayeron todos en un sueño profundo y al fin, sin interrupciones. A las dos horas, la alarma que puso para que Franchis se levantara sonó. No tenían las fuerzas, ni los deseos para detenerla. El sonido recorrió el cuarto un par de minutos, hasta que Oliver rezongó y la apagó.

—Franchis, acaba de levantarte —se pasó la mano por el rostro —Dale que te tienes que ir temprano, si no quieres que tu mamá te regañe.

Este le dió la espalda.

—¿Qué hora es?

—Las ocho en punto, levántate ya.

Pese a las pocas ganas que tenían de hacerlo, ambos chicos dejaron la cama al mismo tiempo. Sus tres amigas tardaron más, según ellas, la cama no quería soltarlas. Una vez abajo Karen fue la primera en entrar al baño, mientras que Franchis tomó su mochila de la mesa.

Oliver abrió el refrigerador, como siempre, no encontró nada más que “croquetas de agua" y “hamburguesas de hielo". En otras palabras, era un milagro que tuviera algo para comer con pan.

—Amy, ve a buscar el pan —cerró el refrigerador, sabía que ella estaría detrás suya.

La conocía a la perfección, se imaginaba que vendría a preguntar por el desayuno.

—Mijo, no me he ni peinado.

—Tampoco has comido y nos hace falta el pan.

Su amiga suspiró hondo, aceptó a regañadientes salir de la casa para ello. Entró al baño en cuanto Karen salió, pese a que la apuró Amy deseaba salir lo más decente posible. Casi una hora después regresó con el pan, explicó mientras lo comían con jamón y queso que la cola le pareció interminable.

Sus cuatro amigos dejaron la casa a la vez, soñolientos debido a lo poco que durmieron.

***

Días después de aquella divertida pero llena de sustos pillamada, debía de asistir a la escuela. Tratar de evitar, por todos los medios, llorar por los comentarios de sus compañeros de aula. Gracias a estos, no era capaz de olvidar todo aquello que la hacía sentir inferior.

Amy sabía que no tenía el cuerpo de una modelo, tampoco poesía una belleza arrebatadora. Resultaba incómodo mirarse al espejo, le dolía recordar las burlas que hacían a espaldas suyas. Ahnelaba volar lejos, gritar hasta quedarse sin voz. Envidiaba a las aves, capaces de surcar el cielo sin ataduras. Al cerrar los ojos, podría fingir no hallarse en su propio cuerpo mas, solo eran sueños que a veces tenía despierta. Meras ilusiones, que pronto comenzaron a contarle historias y evitó plasmarlas en papel.

Consideraba una locura dejarse llevar, tenía la sensación de que escribiría una mediocridad tras otra. La vergüenza que la jueza de un concurso literario, en el que participó cuando niña, le hizo pasar se guardó en su corazón. Que la acusaran de no escribir aquel cuento, que trataba sobre el daño que los humanos hacían a la naturaleza, la enfadó muchísimo.

—Una niña de nueve años no puede tratar un tema tan serio. Estoy segura de que esto, lo escribió tu padre —jamás olvidaría aquellas palabras, la mujer lo decía con total convicción.

Desde entonces, Amy temía a esos momentos en que perdía la noción del tiempo y el espacio. Cuando tal cosa sucedía, dejaba de escuchar o atender a clase. Solo estaban ella, el papel en blanco y todo lo que veía en la mente. Fue uno de esos instantes, en los que a su vida llegó lo que removería la monotonía. Trató de resistir con todas sus fuerzas la necesidad de escribir, la extraña abstracción en la que caía. Solo hicieron falta unos segundos, para que la clase de español dejara de ser prioridad.

Cuando regresó a la realidad y dejó atrás cualquier pensamiento, a Amy le costó ubicarse en donde se encontraba.

—Amy —Oliver, sentado siempre a su lado, le sonrió —Te noté en las musarañas durante toda la clase.

Amy río de forma nerviosa.

—Me abstraje porque la clase estaba aburrida.

—A mí me pareció que escribías algo.

—¡Mijo, no! Estaba haciendo garabatos.

El brillo en los ojos ámbar de Oliver, decían lo mucho que deseaba ver lo que escribió. Amy le miró fijo, dejó de taparla con las manos y le pasó la libreta. El corazón le latió a toda velocidad, las manos le sudaban en demasía. La opinión de a quien veía como su mejor amigo, podría destruirla o devolverle la vida. Tal incertidumbre la instaba a clavarse las uñas en las palmas, a arañarse los brazos en la soledad de la habitación.

Dos individuos desconocidos entraron al aula, mostraron sonrisas deslumbrantes antes de hablar.

—Buenas tardes, solo pedimos unos minutos de su tiempo.

Uno de los hombres comenzó a repartir volantes, por suerte no tardó en llegar a su fila. Al tener uno de estos en sus manos, tuvo la sensación de que la vida recobraba el color.

—Somos la Academia de Arte Teatral, “Bebo Hernández" y hoy tendremos una reunión. La dirección del sitio la tienen en el papel que les dimos.

—Esperamos que la mayoría de ustedes asista —el hombre de antes le dió el último volante a una chica de delante y sonrió.

El timbre que marcaba el fin del día escolar sonó. Los alumnos comentaban al respecto, mientras recogían y formaban en el pasillo. La salida le pareció larga, aburrida, quería ir cuanto antes al *Parque Maceo. El banco en el que siempre se sentaba durante la educación física, se hallaba vacío. Solo el cruce de la calle San Lázaro la separaba de la secundaria.

—¡Amy! —Oliver no cabía en sí de la emoción —¿Estás viendo la oportunidad que tenemos entre manos?

—Deja que Ra y Franchis se enteren, se van a alegrar mucho —Amy suspiró y pegó la espalda al banco.

Oliver la miró preocupado.

—¿No te alegra?

—¡Claro que sí! Pero no estoy segura de que la actuación sea mi vocación.

Su amigo iba a responder pero uno de los chicos del salón, hizo una aparición sorpresa.

—No pienses así, esta es una oportunidad única en la vida.

El aire agitó las hojas del suelo, el árbol frente a ellos y el cabello de Oliver.

—A veces, la vida nos manda oportunidades que es mejor no rechazar —el chico seguía de pie, hablaba emocionado —Mira a la del dorama Miss Corea, ella tuvo dudas y al final decidió arriesgarse.

Que justo este chico, fan de las novelas coreanas y ladrón del aula por excelencia, la animara le pareció gracioso.

—Él tiene razón, Amy, vamos a ir juntos a la reunión —Oliver colocó las manos sobre las suyas, tal cosa le inyectó seguridad.

Al llegar a casa, encontraron a Ra y Franchis juntos en el balcón. Tras mostrar los volantes, asistió con todo el grupo de amigos e incluyó a Lara y a su padre. Se inscribieron solo Oliver, Franchis, su hermana y ella, no hubo forma de lograr que las demás se unieran. Era entendible, tenían que pagar unos diez dólares para inscribirse.

La primera clase le pareció emocionante, no durmió nada el día anterior por tal motivo. Les hicieron rodar por toda la azotea de ladrillos en la clase de teatro. Sintió pena pero ello no le quitaba la diversión. La de danza fue bastante interesante, no tanto como la anterior. A la salida, Amy notó que el edificio en donde se ubicaba la academia era de tres pisos. Estaba pintado de azul y había además un estudio fotográfico, especializado en fotos para chicas de quince años.

Una semana después, el segundo día, las clases de música y teoría acabaron por cautivarla. Sin embargo, nada de aquello terminaba por ser su vocación. La escritura no dejaba de llamarla, cual necesidad latente como lo era respirar.

***

Se encontraron a Lorena, la prima de Oliver, en aquella academia. Al parecer, se inscribió minutos después de ellos hacerlo. Comenzaron a irse con ella a partir de entonces, hasta que cierta situación tuvo lugar.

De todas las clases, su favorita era la de canto. Hacían primero ejercicios de calentar la voz, luego algunos de respiración. Uno de ellos servía para practicar el *pianísimo, término musical que los profesores de ese sitio desconocían. No obstante, la profesora sabía reconocer el talento. Le dijo que fuese días específicos a recibir clases extras, estaba encantada con la voz de Ra. Le aconsejó además que tomara la de actuación y baile, que tenía el cuerpo perfecto para ambas cosas. Por tal motivo, comenzó a interesarse más en esta última.

Justo el tercer día en que asistían, se dividieron en dos grupos para las clases de teatro. A uno de estos le tocó la habitación del segundo piso, en el que estaban su hermana mayor y Oliver. El otro se quedó en la azotea, así que Ra se hallaba en compañía de Franchis y Lorena. Una vez bajó el primer grupo, les hicieron sentarse de tal forma que formaran un círculo.

—Vamos a hacer un ejercicio de mímica —el profesor, un hombre con espejuelos circulares y pasado de peso, habló —El alumno o alumna que suba a este estrado, tiene que usar movimientos corporales para interpretar lo que quiera. Los demás tendrán que adivinar que se supone que hace.

Entre murmullos de espectación Ra subió al pequeño estrado, fingió que sostenía un micrófono y que cantaba sin voz. No fue tan difícil de adivinar qué hacía, a diferencia de Franchis. Este realizó contorsiones, aprendidas en las clases del circo en el que estaba. Uno que, cabe destacar, tenía su cede en la *Casa de la Cultura del barrio al que pertenecían. Otra chica desconocida interpretó a un elefante y luego, vino el turno de la prima de Oliver.

Esta lo que hizo fue bailar, cosa que impresionó al profesor. Lorena levantó con suavidad una mano, luego la pierna contraria. Se agachó, brincó y cuando dió un giro el cabello se le soltó.

—¡Que artístico! Mira que lindo se le soltó el cabello —Franchis estaba encantado con el baile. En cambio, a Ra le pareció una buena interpretación del personaje que hacía.

Tras balancearse de un lado a otro, Lorena acabó el baile entre aplausos. Ra notó de reojo a su hermana mayor, que se quedó quieta unos instantes y venía en compañía de una profesora.

—Tú eres bailarina, ¿verdad? ¿En qué escuela estudias? ¿Desde qué edad bailas? —el profesor interrogó a Lorena, quien respondió con tranquilidad mientras se amarraba el pelo.

—Sí, bailo desde los diez años. Estoy en la escuela del Vedado, la que se encuentra a tres cuadras del *Coppelia.

Tras una felicitación del profesor, la prima de Oliver se sentó junto a ellos. Horas después salieron del sitio, añadieron al grupo de cuatro a Lorena y una chica llamada Alexia. Esta última era compañera de aula de Ra, además de impertinente por excelencia. Nadie la invitó a irse con ellos, se sumó por voluntad propia.

En el camino de vuelta a casa, cantaron a todo pulmón e hicieron algún que otro chiste. La pequeña bocina de Lorena reproducía canciones de Selena Gómez, Katy Perry e incluso de Jason Derulo. La prima de Oliver compró rositas de maíz, lanzaba algunas hacia atrás para que las atraparan.

Los gritos y quejas de protesta de una desconocida les llamó la atención. Un grupo de dos chicas y dos chicos, se hallaba a una distancia considerable de ellos.

—¿Y esa por qué está gritando? ¿Alguien entiende lo que dice? —Amy puso en palabras sus pensamientos.

—No sé, pero eso no debe de ser con nosotros —Lorena subió el volumen de la música.

Ante tal acción de ella, decidieron *darla por loca. Continuaron la fiesta que tenían montada en plena calle e hicieron una parada en el *Hola Ola para tirarse fotos. En la parada de guaguas que había entre la iglesia La inmaculada y el Parque Maceo, el grupo de antes les alcanzó.

—¡Miren a ver! Una de esas rositas me dió —reconocieron enseguida a Mamota, una chica que vivía cerca.

—¡Niña! ¿¡Pero que tú estás diciendo!? ¿Cómo te va a dar si estás lejos de nosotros? —Franchis la miró como si estuviera loca.

Al parecer, Mamota se ofendió por ello.

—Eso fue por culpa del viento, una salió volando y me dió.

Ante tamaña muestra de ignorancia, Ra y los otros del grupo comenzaron a reírse. ¿Qué cálculo matemático hizo esa chiquita para llegar a tal conclusión?

—Rubia, tú eras la de las rositas. La culpa es tuya, mira a ver qué tú va' hacer. Veo que te crees cosas.

Mamota y compañía se acercaron a ellos.

—Yo no me creo nada, yo solo reconozco que no soy Anacleta; la que no tiene culo, ni teta.

Mamota la miró enojada, a la vez que se plantó frente a ella.

—Pero, ¿quién tú te crees? ¿Shakira o Beyoncé?

Lorena se rió en su cara y Mamota le propinó una galleta con la mano derecha. Ra y compañía ahogaron una exclamación, no se esperaban en eso en absoluto.

—Ustedes son de la misma academia, no se peleen —Oliver trató de calmar la situación, cosa que no sirvió de nada.

La expresión de Lorena, cuando giró la cara tras recuperarse del golpe, era de enojo. Una pelea que no olvidarían, acababa de comenzar.

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