Capítulo 10
Era usual (al menos eso se veía en las películas o series) que el tan conocido bullying fuera entre alumnos. La típica “guapita" o el típico “guapito" se creían con el derecho de hacerle la vida imposible a otros. De meterse con el aspecto, destruir los bienes materiales y sí, ¿por qué no? Convertir a la víctima en el apestado del colegio e inspirar terror en los demás para que no interviniesen.
Tal vez, este tipo de personas tenían alguna clase de vena sádica.
Por desgracia, casi que Ra lo hubiese preferido. ¿Qué demonios podía hacer, cuando una figura de autoridad era su maldita condena? Al tener en contra suya a la maestra guía y esta recibir el apoyo de quien se supone habría de defenderla, no pudo evitar pensar que la escuela era lo más parecido al purgatorio.
Asumió su nueva posición —impuesta— de Jefa de limpieza, por lo que todos los días iba con una dichosa libretica al colegio. Se esforzaba por llegar temprano, bueno, lo suficiente para poder entrar unos minutos antes. En el camino, se tomaba el tiempo de contemplar las casas derruidas alrededor, las calles siendo barridas por lo tan infravalorados “barrenderos". Vivía a solo unas cuadras y aunque unos años atrás se mudó, todavía le quedaba cerca. No entendía a esos alumnos que se mataban por llegar temprano para al final, esperar con mucha paciencia a que los demás arribasen.
Nada más llegar a la escuela le correspondía ordenar el barrido del salón, anotar además el nombre de la persona que lo hiciese. Durante los primeros días realizó tales labores con suma diligencia. Ra aceptó esos deberes con resignación, sorteó cada obstáculo que sus compañeros de aula le imponían. Muchos de los niños no querían barrer y ello le dificultó el trabajo, justo como ella predijo antes de empezar.
Hizo todo lo que estuvo en sus manos pero al final, los compañeros hacían lo que les apeteciese. No se preocupó en absoluto por este problemita. Si no deseaban ocuparse de la limpieza lo haría ella misma, después de todo, le convenía perfeccionar su manera de barrer.
En ello se encontraba uno de los tantos días escolares, perdida en el mundo interior mientras barría sola, hasta que su paz fue invadida.
¿Por quién? por la presencia de Yumisisleidis.
—¿A quién le toca barrer hoy? —cuestionó esta nada más entrar al salón y clavó los ojos en Ra, mirándola de arriba abajo.
Ra detuvo lo que hacía, botó unos papeles que recién había recogido y prestó total atención a la maestra.
—Ellos no quieren barrer profe, no me quedó más remedio que hacerlo yo —explicó con calma y resistió las ganas de suspirar hondo.
A Yumisisleidis no le complació la respuesta, sin previo aviso zarandeó a Ra y exigió al mismo tiempo que le mostrase la libreta que usaba para anotar. Cuando la maestra la soltó esta fue búsqueda para tomarla de una mesa cercana.
Los ojos oscuros de la profe escrutaron cada rincón de la libreta, una vez la tuvo en las manos. Se mantuvo un rato en silencio, con los labios convertidos en una fina línea, buscaba cual ave rapaz el más mínimo error.
—¡Eso está mal! —gritó y rompió la quietud que momentos antes se había instaurado —¡Tú, tienes que mandar a la gente a barrer! —chilló y provocó una desagradable sensación en Ra.
Esa voz invadió sin piedad sus pobres oídos, retumbó y causó un dolor de cabeza inquietante. ¡Que molesto! ¡Que sensación tan horrible! Ra anhelaba hallarse en la comodidad del hogar, no ante una figura de autoridad tan tirana. No pudo soportar más y dió rienda suelta a su enojo.
—Profe, no puedo hacer nada si mis compañeros no desean limpiar —afirmó con dureza.
Two Faces bufó con desdén.
—Debes de imponerte más.
—No profe, no es cuestión de imponerse. Yo, no puedo obligar a nadie a realizar algo que no desean ¿Comprende? —Ra dejó en claro su postura —Si tanto quiere imponer su criterio, no la detendré.
La maestra le fulminó con la mirada, ofendida por su actitud.
—¡¿Cómo me vas a decir eso?! Me estás faltando el respeto, niña insolente.
En ese instante a Ra le hubiese encantado estamparle la libreta en el rostro. Luego de esa escena, tan típica de Yumisisleidis, hubo de soportar sus reproches en absoluto silencio. Pese a que la ira le desbordaba de cada poro de la piel.
***
¿Qué era la felicidad sino una emoción? Ese estado de satisfacción tan grato pero a la vez efímero y tan fácil de quebrar. Como llegar a lo más alto, sentirse bien, tener un día perfecto y que al final salga mal.
Oliver sintió un sabor amargo en la boca durante, tras y antes de esa llamada. La que destruyó los días felices, la que acabó para siempre con esas salidas. Escuchó la voz temblorosa de Amy, los hipidos por el llanto, la tensión que transmitía su voz. Se preocupó, por supuesto que lo hizo, porque las palabras de Amy eran certeras e hirientes.
«Nos descubrieron, Oliver»
«Lo siento, pero no puedo hablarte más»
Cualquier cosa que escribieses en la arena se desvanecía, el viento y el mar se encargaban de que no durase para siempre. Cual castillo de arena, su amistad fue tan fácil de pisotear. Tan doloroso, el hecho de que la madre de Amy le tratase con tal dureza y colgase. Tras esa llamada se enojó muchísimo, al día siguiente habló con su amiga.
Enserio, Amy se comportó como una cobarde. ¡Que fácil le resultó culparle a él de las escapadas! No asumió ninguna responsabilidad, le usó como un maldito chivo expiatorio. Fueron meses de veneno entre ellos, en los que fueron amigos de otras personas. Quizás fuese el orgullo, tal vez lo mejor fue darse un tiempo y aún así resultó terrible.
La añoranza les carcomía el corazón y la reconciliación les devolvió la alegría, regresaban a casa tras meses sin hallarla. Amy le hizo llorar, sintió lo agridulce que resultaba estar enojado, con rencor y triste al mismo tiempo. Lloró de tristeza, de agradecimiento mas al menos las tormentas no fueron eternas.
El corazón le coleccionó para siempre muchas reminiscencias a su lado y junto al grupo de amigos.
***
Tragarse la dignidad no era sencillo, soportar tampoco. Ra —como tal vez la mayoría de personas— se habituó a traer puesta una máscara en el colegio.
¡Que estupidez! Asistía a la escuela para soportar humillaciones dirigidas a ella, apretaba los puños con impotencia durante cada amonestación de Two faces. Cualquier cosa era motivo para esto: una silla mal puesta, algún papel en el suelo o motas de polvo en cualquiera de las mesas. Eran todas razones válidas para que la profe le llamase la atención.
Al caer la tarde se volvía obligatorio regresar a la escuela y ella debía de realizar la limpieza sin falta. A veces era ayudada por una chica del aula que vivía al doblar de la su *cuadra, otras lo hacía sola. Durante el proceso dejaba la realidad por unos instantes, distraída por las mundanas conversaciones con esta. Eran pequeñas burbujas de felicidad, esos pocos instantes en que podía permitirse respirar sin la máscara y no pretender sentirse de cierta manera. Entonces las palabras cargadas de veneno de Two Faces la devolvían a la realidad, para que no olvidase nunca su maldita vida escolar.
Sí, una vida confortable, cómoda y sencilla, como no.
La hora de salida, con ese timbre que anunciaba la libertad, sería su momento favorito de la escuela. En compañía de Franchis y algún que otro compañero recorría las calles, acostumbrada a las particularidades de estas. A los baches, a la suciedad creada por las mismas personas o a los perros callejeros. A las ropas que bailaban con el viento tendidas en los balcones. A las brujerías en cada esquina. A las mujeres, quienes salían con *rolos puestos en su cabello luego de limpiar el hogar y echaban el agua en la misma calle.
Tenía la oportunidad de contemplar el día a día alrededor, hasta llegar a su edificio. Al subir las —a veces limpias, a veces no— escaleras Ra soltaba un gran suspiro de alivio y acto seguido, lograba relajarse.
Su querido hogar era el lugar idóneo para deshacerse de la máscara, donde podía ser ella misma sin necesidad de mantener un escudo de titanio. Allí, la esperaban ansiosos sus seres queridos: su madre, padre, hermano, hermana e irremplazables amigos. Todos eran esa luz al final del camino, el faro que cual barco la guiaba hacia esta.
En ocasiones coqueteaba con la tristeza, la impotencia y se ahogaba en esas emociones. Estas surcaban las profundidades de su corazón, anhelantes de desbordarse y destruir la realidad. Tal vorágine de sentimientos oscuros solo se mantenía en el colegio, una vez en casa la caja de pandora personal regresaba a su sitio. Estática, oculta, esperaba ser abierta de una vez.
—¡Llegaron las lluvias! —la recibía su madre con una sonrisa en el rostro y los chismes del día.
Por supuesto, no se olvidaba nunca de preguntar cómo le fue. Aunque, no debía culparla ya que no comentaba nada de su situación actual.
***
Oliver recreaba ese pasaje de su vida en la secundaria con dulzura. El corazón se le calentaba con las palabras y las acciones de Amy. Ella le cautivó más de una vez y ese, fue uno de esos días.
Sin pensarlo, su amiga estuvo dispuesta a enfrentar a quien se atreviese a tocarle un solo pelo. Contra viento y marea o el maldito mundo si fuese necesario, contra cada chico presente en ese salón.
Amy actuaba un poco genial en estos casos. Tal pareciese que había nacido para pelear, cuando fuese necesario proteger...
La sensación de no hallarse en el sitio correcto, la necesidad de que los minutos y segundos pasarán más rápido le atormentaba. Los ojos color café se posaron en Amy, prestó total atención a sus palabras.
—¡Que aburrida estoy! —exclamó ella —¿No puede pasar más rápido el tiempo? Quiero ver Fairy Tail —confesó y se cruzó de brazos.
Oliver río con lo que dijo.
—No eres la única, estoy cansado de estar entre los zombis —hizo alusión al hecho de lo que sus compañeros de aula eran para ellos. Todo gracias a ese famoso juego, aquel llamado Plants vs Zombies.
La conversación dió un giro, en el momento en que un desagradable olor llegó hasta sus narices.
—¿Hueles eso? —preguntó él.
Amy asintió con la cabeza.
—Alguien necesita con urgencia un baño, ese estómago está podrido —comentó en voz baja, al mismo tiempo se tapó la nariz con el dedo índice y el pulgar.
Oliver hizo un gesto de desagrado. Un peo era lo más natural del mundo, sí, pero nadie podía negar lo desagradable que resultaba el olor.
Amy se mantuvo en silencio unos minutos, momento que Oliver aprovechó para observar cada rincón del salón. Murmullos provenientes de los chicos a su alrededor se tornaron en risas, los comentarios sobre el peo no se hicieron de rogar. Con ello siempre venía la búsqueda del culpable, el comprobar si las orejas de cualquier persona se hallaban rojas. Esta vez, para su sorpresa, la “exhaustiva investigación" no duró mucho.
—¡Todos los estudiantes de la tercera fila, salgan ahora mismo! —gritó el profesor guía y señaló el marco que ostentaban por puerta.
Entre risas crueles y palabras mezquinas —dirigidas con toda seguridad al desgraciado o desgraciada que expulsó el gas— los estudiantes se alzaron de los asientos, caminaron sin ningún apuro hacia la puerta. Una vez fuera el maestro dió un breve discurso sobre higiene personal, lo desagradable que era para los demás la expulsión de un gas y que el culpable sería castigado. No obstante, en caso de que este no fuese encontrado toda la fila lo sería.
¡Allí sí que se formó! Todos se culpaban entre sí, gritaban e insistían que el culpable saliese de una vez. Oliver escuchó ese gallinero durante un rato, luego fue al encuentro de su amiga. No tenía interés en participar en algo que consideraba una burda estupidez. Unos minutos antes de que sonara el timbre y el profesor había decidido empezar esta caza de brujas. Seguro se hallaba aburrido, no habría otra explicación para esto.
—Erza muere en la batalla que viene ahora, ya verás. Esa parte es muy triste porque ella es de mis personajes favoritos —le dijo a su amiga, él siempre veía los capítulos de Fairy Tail primero y algunos los miraba en su compañía.
La expresión serena de Amy se tornó un poco triste.
—Vaya, con lo que me gusta a mí Erza. Le he tomado cariño gracias a su personalidad.
—Se sacrificó por sus amigos, lo mismo que harías tú si estuvieras en esa situación, Titania —afirmó orgulloso, le dió más fuerza a lo dicho al mencionar el apodo que le puso.
—No soy tan bella o tan genial como Erza —musitó Amy apenada.
—Lo eres, solo debes adelgazar un poco.
Amy sonrió con lo que dijo, aunque tuvo la ligera impresión de que esta sonrisa fue un poco débil. Abrió la boca para refutar la afirmación y fue interrumpida.
—Tú —la señaló el *comepinga de Álex y, por desgracia, el novio de su prima Lorena —¡Tú fuiste la que se tiró el peo! Estoy seguro.
Ella le miró atónita, todos alrededor rieron con malicia. Esto parecía un plan maquiavélico en contra de su mejor amiga.
Ella se señaló a sí misma, nerviosa por ser de manera repentina el centro de atención.
—¿Yo? ¿Pero yo por qué? —preguntó y causó más risas en los demás por esto.
—Se lo diré al maestro, así podremos terminar de una vez con esto —sentenció Álex y sonrió de forma victoriosa.
Su amiga se quedó quieta, Oliver podía notar como la indignación la dominaba. Tan bien como la conocía diría que había cierta furia en la mirada y en los gestos.
La rabia tomó el control, él no permitiría que su mejor amiga fuese castigada por este comepinga.
—¡Titania, *despíngalo! —gritó con todas sus fuerzas.
Y, casi al mismo tiempo que lo dijo, la mano de Amy impactó en el rostro de ese anormal e impidió que este terminase de voltear el rostro hacia ella. Por dios, no tuvo la necesidad de tomar impulso para que esa cachetada le callase la boca a todos. Esta resonó en el pasillo y seguro en las aulas próximas.
Por un segundo el mundo se congeló, nadie reaccionó o dijo palabra alguna. La sensación de un frágil equilibrio pululaba en el ambiente y le precedió el caos.
Sin que el profesor lo ordenase todos los de la fila entraron al salón, liderados por un asombrado Álex. Este, por supuesto, aprovechó la atención ganada para quejarse sobre la cachetada recibida. No se esperó para nada el golpe, según él no lo merecía. Para rematar tanta anormalidad, Oliver era la causa del actuar de Amy.
A Oliver, ganas de darle una bofetada a Álex que le enderezase la cara no le faltaron, a todos los anormales que le siguieron la rima también. La masa de zombis que era esa miserable aula se alzó a favor del estúpido mayor y clamaron porque fuese castigado. Alegaron que tenía a Amy de perro guardián, que ella no podía pensar por sí misma gracias a él.
—Estoy seguro que no puedes hacer nada solo —afirmó el delincuente del salón, el que era conocido por haber estado en una *escuela de conducta —Es más, si yo te golpeo ahora mismo no podrás hacer nada —cargó una silla cercana para cumplir con la amenaza.
Tal como si se hallase en un largo letargo —en donde no dijo nada respecto a lo que pasaba ante sus ojos— Amy reaccionó, se interpuso entre la silla alzada y un temeroso Oliver. Ella antepuso los brazos para recibir el golpe, acto seguido tiró la silla a un lado.
—¡No te escondas tras ella, cobarde! —gritó el delincuente mientras daba un paso al frente.
Su mejor amiga se cruzó de brazos.
—Da un paso más si te atreves, tendrás que pasar sobre mí si quieres golpearlo —dijo Amy, con frialdad y desprecio incluido.
El delincuente la miró asustado, otros alumnos se quejaron de esto.
—Si tan dispuesta estás, no luches solo contra hombres —dijo una chica, aquella que no paraba de meterse siempre en lo que no le importaba.
Más personas tomaron actitudes idénticas, mas solo se aproximaban con la intención de amenazar. Jamás se atrevieron a dar el primer golpe.
El sonido de una silla al chocar contra la pared atrajo la atención de Oliver. Era ese chico, que trataba de cumplir con su amenaza.
—Anda, hazlo otra vez —lo instó su amiga —Como la silla roce a mi amigo, voy a estampar tu cabeza contra la pared.
Su casi hermana enfurecida era de temer. No tanto para Oliver, pues sabía que esa furia nunca sería dirigida hacia él. Por ello, mostró una sonrisa triunfal.
El timbre que anunciaba el final del día escolar sonó. Amy cumplió con su promesa, mantuvo a raya a toda la clase. Luego de tanta tensión pudo respirar tranquilo, todo sucedió con suma rapidez. El profesor apareció para dar la salida, los alumnos recogieron sus cosas y sin siquiera mirarle se esfumaron. Cada uno tomó su camino, olvidaron por entero la situación.
Oliver agarró con fuerza el asa de su mochila. Pese a que hace minutos abandonó ese infierno, todavía el miedo calaba en sus huesos.
—Si te hubiesen herido —habló Amy, quizás para que se diera cuenta de que estaba a su lado —Les habría partido los huesos —musitó ella, incapaz de verle a los ojos por la vergüenza.
No la podía culpar, él también apartó la mirada porque no deseaba que le viese llorar de felicidad.
Nota de autora:
¡Hola, personitas pacientes! Mira que hay mejores nombres para fandoms de lectores o lo que sea y vengo yo con este. No lo tomen a mal, es un chiste interno al hecho de que esperan por un nuevo capítulo, sin mostrar signos de querer llevarme a la hoguera 😅.
Estoy agradecida por su paciencia y comprensión. Si mis personitas, incluso en el instante en que publico este capítulo, no me siento bien. Y podría darles una descripción detallada sobre mis malestares mas no lo haré. Solo les diré que tengo una cosa llamada Lupus eritematoso sistémico y una osteocondritis con la que nací en la rodilla.
La vida me quiere golpear como a todos, pero no lo voy a permitir 🤪
No os preocupéis, asumí totalmente las dos enfermedades y estoy acostumbrada 😊.
A ver, hablemos de temas alegres.
Esta es una de las que planeo terminar, así que veréis nuevos capítulos más seguido. Hasta ahora solo estaba reescribiendo viejos capítulos, ahora se viene el dramón fuerte.🤣
Por cierto, les comento que estoy haciendo un cómic o manga de esta novela pero no puedo mostrarlo todavía. Tengo grandes planes para esta novela y ese cómic, si se da les diré al respecto.
Besos o lo que sea, Titania.
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