Capítulo XIIIEncuentro peligroso
"El lobo se vestía con piel de cordero y el rebaño consentía el engaño".
—Mary Shelley.
Con el paso de los días, más sentía interés por mi supuesta habilidad. Según Chris, a medida que entrenara, mejor sería mi percepción del futuro y podría plasmarlo mucho mejor en mis lienzos. Sin embargo, no era muy sencillo controlar lo que mi mano hacía cuando entraba en el estado de trance. Tampoco era capaz de recordar alguna visión o cualquier otra cosa durante esos lapsos. Realmente era complicado dominar mi virtud.
Estando solo la mayor parte del día, tenía todo el tiempo del mundo para practicar en silencio. Pero mientras más tiempo pasaba solo, más me preguntaba los verdaderos motivos del chico para quedarse en este lugar. Podríamos ir a donde quisiéramos, cuando quisiéramos. Pero en cambio, nos manteníamos en ese sitio ruinoso y decadente.
No me sentía desagradecido ni tampoco molesto. Solo eran cosas que pensaba mientras estaba solo.
Aparte de la ligera incomodidad por estar tanto tiempo solo, me la pasaba bien cuando Chris estaba conmigo. Aun cuando hablara poco, su sola compañía me reconfortaba y me hacía sentir bien. Después de aquella noche desenfrenada, habíamos intimado muchas veces más, pero nada parecido aquella vez.
Tal vez fue por lo peculiar de aquella situación o por otras cosas. Pero aun así, lo disfrutaba al máximo. Nunca me había sentido amado ni deseado como él me hacía sentir. Para mí, él era todo lo que deseaba y quería; mientras para él, yo era un motivo para vivir sin penas.
Tras la llegada de la tarde, me preparé para salir a caminar un rato por las calles de la ciudad. Era un día de semana, por lo que la actividad no era tan intensa como en los fines de semana. Mi chico y yo quedamos en encontrarnos en la plaza cerca de las ruinas del castillo.
Tomé mi pequeño bolso donde guardaba mis dibujos importantes y me marché hacía la ciudad.
(...)
La noche apenas comenzaba. Las estrellas se preparaban para alumbrar solas el manto negro-azulado, ya que esa noche la luna estaría ausente.
No me apresuré mucho en llegar. Caminaba con la velocidad justa para contemplarlo todo y a todos. Por suerte, mi hambre se había mantenido casi inactiva desde aquella noche de frenesí y locura. Aunque no se mentía mal o culpable por haber matado a ese hombre, tampoco era motivo para asesinar a cada momento como si fuese una bestia salvaje.
Caso contrario era el caso del asesino de chicos que causaba la desaparición de tantos jóvenes. Por lo que me había dicho Chris, la gente empezaba a preocuparse, al igual que los institutos y universidades. Gracias a mi odio mejorado, alcanzaba a escuchar ciertas conversaciones y confirmaba los relatos de mi novio. La gente tenía miedo. Muchos estudiantes dejaron de asistir a clases, por temor a ser parte de la lista creciente de chicos asesinados o desaparecidos.
Sin embargo, las personas eran fuertes y el temor no impedía que la gente viviese con la mayor normalidad posible. Obviamente, con sus precauciones.
—Oye, chico —un hombre con acento ruso me detuvo mientras caminaba—. ¿Sabes dónde queda una iglesia por aquí?
Era una pregunta extraña, puesto que no parecía ser alguien muy religioso. Vestía con una chaqueta de cuero con cadenas plateadas colgando de sus bolsillos. Alcanzaba a ver muchos tatuajes y llevaba un cigarrillo encendido en su mano. Sin embargo, no tenía ningún motivo para negarme a ayudarlo.
—Al cruzar a la izquierda en la siguiente cuadra, podrá encontrar una —le indiqué.
—Muchas gracias, chico —dijo, luego se dirigió hacia donde le indiqué.
—¡Boris, espérame! —una chica corrió en la dirección que tomó el hombre. Pero éste no hizo caso al pedido de ella.
Parecía una supermodelo de alguna revista. Su piel era blanca bronceada y su cabello corto era negro y totalmente liso. Alcanzaba a cubrir sus orejas, además que un flequillo tapaba toda su frente hasta las cejas. Era ágil corriendo con tacones de punta muy altos y no parecía molestarle el hecho de cargar con una maleta muy grande y pesada. Si el hombre y ella andaban juntos, al primero no parecía importarle mucho el bienestar de la mujer.
Sin embargo, continué con mi camino. Por lo menos tendría algo interesante que contarle a Chris cuando nos encontráramos.
Me detuve a mirar a un artista callejero hacer un hermoso mural en una pared antes gris y vacía. Pintaba una imagen del castillo en ruinas, rodeado por la laguna poco profunda. Tal como yo me inspiraba en ella, también había otros que sentían fascinación por esa imagen.
—¿Cómo crees que está quedando? —preguntó el artista, al percatarse de mi fija atención.
—Oh... muy bien. Me gustan los colores que está utilizando para pintar el cielo. Es complicado hacer un degradado del cielo crepuscular ya que los colores no son muy compatibles. Pero usted lo está logrando a la perfección —dije mi humilde opinión.
—Vaya, vaya, parece que también pintas —aseveró el sujeto, luego extendió su mano para que yo la estrechara. Era una noche fría, por lo que no sospecharía de alguien con la mano fría—. Me llamo Shawn ¿Podrías darme una idea para este lado? Hasta ahora no sé que colocar allí para que armonice todo.
No dudé en sacar mi libreta de dibujos y mostrarle aquel que había hecho cuando conocí a Chris.
—Puede hacer una persona mirando las ruinas —le dije, mientras le enseñaba mi creación—. Así como está aquí.
El hombre ojeó mi dibujo durante un rato. Hacía gestos de todo tipo mientras miraba al derecho y al revés mi obra.
—Es perfecto. Tomaré esa idea —aseguró con entusiasmo—. Eres talentoso, deberías estudiar arte. Aquí hay un instituto muy bueno.
No sabía si reír o llorar por su sugerencia. Me entró cierta nostalgia al escucharlo hablar de la misma forma que lo hacían mis profesores en la preparatoria.
—Eso escuché. Puede ser que me atreva a hacerlo —le dije, fingiendo una sonrisa. Luego tomé mi dibujo y lo guardé apresuradamente en mi bolso—. Pasaré pronto a ver el producto final. Hasta luego.
—¡Oye, voy a poner tu nombre en el mural ya que me diste esa magnífica idea! ¡¿Cómo te llamas?! —escuché como me llamaba. Pero decidí no voltear y fingir que no escuchaba.
Sentía una molestia en el estómago por pensar de nuevo en mi vida humana. Había creído que era un asunto superado, pero tal parecía que mis sueños frustrados aun causaban mellas en mí. Anhelaba tercamente lo que no podía tener y soñaba despierto con lo que no podía ser.
Mis pinturas eran lo que mantenían esas esperanzas vivas, apenas. Por más que intensase convencerme de lo imposible de mis sueños, cuando dibujaba, alzaba la mirada hacia un futuro donde mis pinturas maravillaban al resto del mundo. Me imaginaba como despertaban fascinación, asombro, deleite; de la misma forma que aquel muralista desconocido miró mi dibujo fútil.
Mientras me torturaba con pensamientos filosos y dolientes, un potente olor a sangre inundó mis fosas nasales. Fue tal que tuve que llevarme la mano a la nariz, más para controlarme que por otra cosa.
Aquel olor era un poco conocido, pero no sabía de dónde. Por lo que decidí caminar en dirección de donde provenía.
Crucé en dirección a una parte de la ciudad donde había muchos edificios abandonados o en construcción. A pesar de no ser tan tarde, la ausencia de vida humana era absoluta. Recordé pues, sobre las muertes de los jóvenes y como encontraban a algunos totalmente desangrados.
Mi inerte corazón palpitó con fuerza al recordar el día que casi moría. Pero en vez de dar la vuelta y alejarme del peligro, continué caminando en silencio absoluto tal como Chris me había enseñado.
El olor a sangre era cada vez más intenso, así que ingresé a un viejo edificio que estaba construido a medias. Solo eran paredes desnudas, basura en suelo y muchos grafitis vulgares. Gracias a mi oído, escuché un gemido agónico, opacado por un gruñido siniestro que me erizaba los vellos de mis brazos.
Sin detenerme a pensar, di un paso hacia adentro y con la sutileza de un suspiro me acerqué hasta donde el ser inhumano cometía el crimen. Tal vez aun había oportunidad de salvar a aquella víctima, de la misma forma que me habían salvado a mí.
Los ruidos eran cada vez más claros. Podía escucharlos claramente sin la necesidad de usar mis sentidos superdesarrollados. Era claro lo que estaba ocurriendo y tras olfatear un poco el aire, supe inmediatamente de quienes se trataban. Tanto la bestia como la victima eran mis conocidas.
Un calor furioso comenzó a recorrer todo mi cuerpo. Mis garras crecieron, de la misma forma que mis colmillos. La ira me envolvía, mientras que el deseo de hacer algo casi nublaba mi cordura.
Di un paso hacia donde el desgraciado cometía su bestialidad. Vi en esa imagen la misma forma en la que yo fui atacado. Ni el autor ni la intención habían cambiado en nada.
A un lado había un cadáver pálido y sin vida. Solo con un rostro de horror y una marca carmesí en su cuello moreteado. Quien había sido mi profesor tenía encajado sus colmillos en el cuello de otro, cuya vida aun estaba fluyendo por sus venas.
—¡Suéltalo ya, maldito! —rompí en silencio absoluto con un grito iracundo.
El hombre se apartó por la sorpresa. Al girarse hacía mi, vi como tenía la boca cubierta de sangre y sus ojos encendidos por el carmín que recordaba. Tras entender quien era, esbozó una sonrisa perturbadora y burlesca.
—Vaya, vaya. Pero mira a quien tenemos aquí, Camilo —le dijo a mi antiguo compañero de clases. Apenas y era consciente, la falta de sangre estaba en un punto crítico—. Nada más y nada menos que Dan Cohen.
—¡Te dije que lo soltaras ya! —volví a gritarle, tanto o más amenazante que antes. Esta vez solo me miró con burla.
—Yo te hacía muerto. Pensaba que ese vampiro desgraciado me había robado la oportunidad de jactarme con tu dulce sangre. Pero veo que hizo algo más —me escaneó de pies y cabeza—. La inmortalidad se te ve muy bien. Pero prefiero verte cubierto de sangre, a punto de morir.
Sin previo aviso se abalanzó sobre mí, tomando mi cuello y alzándome del suelo. Por reflejo lancé un zarpazo por su rostro sonriente, haciéndolo soltar un alarido de dolor y rabia. Rápidamente me zafé de su agarre y corrí hasta Valderrama.
—Tranquilo, te voy a sacar de aquí —le dije. Luego me giré hacia el desgraciado y no encontré nada. Sin embargo, alcanzaba a sentir su presencia desagradable arrastrándose entre las sombras más oscuras, tal como las alimañas lo hacían.
—C-Cohen... —intentó vocalizar el chico. Aun entre la oscuridad que se cernía sobre nosotros, era capaz de ver su rostro suplicante, inundado por el miedo que yo también sentí. Prácticamente veía un reflejo perfecto de mí.
Mi antiguo compañero no merecía un destino igual o peor al mismo. Él podría vivir y cumplir con los sueños que yo no cumpliría.
En ese instante recordé una de mis pinturas recientes, donde se alcanzaba a ver sutilmente como una figura sostenía a otra, tal como yo lo hacía con Valderrama. Me enfoqué en esa imagen y recordé que también se alcanzaba a apreciar unan silueta encima de las dos primeras, a punto de caer sobre ellas.
Por acto reflejo me aparté de allí en un gran salto hacia adelante, cargando a mi compañero. Justo después de eso, el profesor Cuzatti cayó como una bestia justo donde estábamos. De haber tardado un segundo, probablemente estaría entre sus garras.
Después de su intento de ataque fallido, el vampiro volvió a perderse entre las sombras.
Era capaz de escuchar sus veloces movimientos y como de cuando en cuando soltaba una risa siniestra y burlona. Recordé entonces que se comportaba de la misma manera que cuando me atacó aquella fútil noche.
No lograba entender como había pasado tan desapercibido para el resto de la gente, si se comportaba tan inhumanamente. Aunque yo mismo caí en ese encanto engañoso. En un momento era el profesor que recordaba, siempre amigable y dando buenos consejos. En otro, se volvía el monstruo sediento de sangre, cruel y despiadado. Jekyll y Hyde. Afecto y horror. Cielo y abismo.
Por lo que podía ver en el lugar, allí era donde usualmente cometía sus crímenes. El olor a sangre, antigua y nueva, penetraba en mi nariz con fuerza y furia. La muerte residía gustosa en ese lugar, danzando con la oscuridad en un baile funesto de agonía y horror. Despertando pesadillas en los desgraciados que caían en la telaraña, que luego los arrastraría a la ruina de un fin que nadie merecía.
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