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Capítulo 14

Anteriormente: 

Realmente se preguntaba que había pasado con el. Olvidándose completamente del otro demonio, al cual nunca volvió a ver.

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El sonido de la biwa resonó por toda la fortaleza, anunciando la apertura de las puertas. Apenas un segundo después, Tomioka fue arrojado a través de ellas, cayendo pesadamente al suelo. La caída no fue larga, pero fue precisa, diseñada para que aterrizara justo frente a los pies de su esposo, Muzan.

Giyuu sintió el impacto cuando sus rodillas y piernas chocaron contra la madera dura del piso. El dolor fue inmediato, pero no lo suficientemente fuerte como para desviar su atención del caos que dominaba su mente. A pesar de todo, no levantó la cabeza. Permaneció en esa posición, inclinado ante Muzan, sumido en un mar de pensamientos y emociones entrelazadas.

Había una sensación de pérdida que lo envolvía, pero al mismo tiempo, estaba el peso abrumador de su nuevo destino. Ya no era simplemente Giyuu Tomioka, el cazador de demonios, sino algo más oscuro, algo más profundo.

Muzan lo observaba desde arriba, inmóvil y en completo silencio. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad fría, casi como si estuviera analizándolo, estudiando cada aspecto de su postura, su respiración, su dolor. El estado en el que se encontraba Giyuu —tan vulnerable, tan roto— generaba emociones divididas dentro del rey demonio. Por un lado, sentía una profunda satisfacción al ver cómo Tomioka comenzaba a desprenderse de su vida anterior como cazador, a dejar atrás todo lo que había sido. Pero por otro lado, una pequeña parte de él, una parte que nunca admitiría, sentía una ligera tristeza. Era consciente de lo que Giyuu estaba perdiendo en este proceso, y aunque él lo había querido así, no podía evitar sentir una punzada de melancolía.

El silencio reinaba en la habitación. Ninguno de los dos decía una palabra. Muzan, con su expresión inmutable, permanecía de pie, mientras Giyuu seguía arrodillado frente a él, inmerso en sus pensamientos. Era como si todo a su alrededor hubiera desaparecido; el resto de la fortaleza, los demonios, incluso el tiempo, ya no existían en ese momento. Solo estaban ellos dos, atrapados en sus propios mundos interiores.

Para Giyuu, el silencio era ensordecedor. Las emociones que lo golpeaban eran demasiado intensas como para procesarlas. Había dolor, había culpa, pero también una extraña sensación de alivio, como si finalmente hubiera cruzado una línea que, hasta ahora, había temido. Y en algún rincón de su mente, una voz le decía que ya no había marcha atrás. Ya no era el cazador de demonios que una vez fue. Pero, ¿quién era ahora?

Mientras tanto, Muzan mantenía su mirada fija en Giyuu. Había estado esperando este momento, este punto de quiebre, en el que su "esposa" dejaría de lado todo lo que había sido para abrazar por completo su nueva vida a su lado. Y ahora que ese momento estaba aquí, lo observaba con una mezcla de triunfo y una melancolía que no se reflejaba en su rostro. Sabía que, aunque estaba ganando, también estaba perdiendo algo.

—Levanta la cabeza, Giyuu —dijo finalmente, su voz rompiendo el silencio con una suavidad que contrastaba con la frialdad de su mirada.

Pero Giyuu no respondió de inmediato. Permaneció inmóvil, sus manos apoyadas en el suelo y su mirada fija en la madera debajo de él. Estaba tratando de procesar las palabras, de encontrar la fuerza para responder, pero se sentía agotado, tanto física como mentalmente. Después de lo que parecieron minutos interminables, Giyuu lentamente levantó la cabeza, sus ojos aún vacilantes, pero llenos de algo nuevo. Una resignación, una aceptación.

Muzan sonrió, una sonrisa apenas perceptible.

—Bienvenido, mi reina —murmuró. Y en ese momento, ambos supieron que el cambio estaba completo. Giyuu ya no era el mismo cazador de demonios, ahora se había rendido por completo al oscuro destino que Muzan le había trazado.

Muzan, por primera vez en mucho tiempo, dejó escapar un suspiro casi imperceptible. Se agachó lentamente frente a Giyuu, la frialdad habitual en sus movimientos se suavizó por unos segundos, y tomó el rostro de Giyuu con ambas manos, envolviendo sus mejillas en un toque sorprendentemente cariñoso. Sus pulgares acariciaron la piel del pelinegro con una ternura que contrastaba con la crudeza de la situación.

Giyuu, aún algo perdido en sus propios pensamientos, sintió cómo el contacto lo anclaba de alguna manera. La calidez de las manos de Muzan era tranquilizadora, pero también inquietante. Algo dentro de él se estremeció, una mezcla de confusión y aceptación, mientras el rey demonio lo miraba directamente a los ojos.

—No tienes que temer más —murmuró Muzan, su voz era tan suave que apenas era un susurro. Sus ojos carmesíes parecían analizar cada pequeña reacción de Giyuu, buscando algún vestigio de duda o resistencia. —Yo te cuidaré, te protegeré y ya no estarás solo nunca más.

Por un breve instante, el toque de Muzan, la manera en que lo miraba, casi parecían genuinos. Había una ternura que podría engañar a cualquiera. Sin embargo, en lo profundo de la mente de Muzan, él mismo se repetía que todo esto era solo una fachada, una parte del proceso de asegurarse la lealtad absoluta de Giyuu. Pero al mismo tiempo, no podía negar que había una parte de él que realmente disfrutaba de ese momento, que deseaba que Giyuu se sintiera seguro a su lado, que lo viera como algo más que un amo cruel.

Giyuu, por su parte, estaba confundido. Había aprendido a reconocer el frío control de Muzan, pero en ese momento, el toque se sentía... diferente. Lo observó en silencio, sin palabras, permitiendo que Muzan guiara el momento. Y entonces, casi con una suavidad que desafió cualquier expectativa que Giyuu pudiera tener, Muzan se inclinó un poco más y presionó sus labios contra los suyos.

El beso fue lento, casi cauteloso, como si Muzan intentara transmitir algo más allá de las simples órdenes y expectativas que siempre cargaba. Giyuu, en lugar de resistirse, cerró los ojos y dejó que el beso lo envolviera. No era un gesto de amor, pero tampoco era vacío. Había algo nuevo en esa conexión, una promesa silenciosa que ambos parecían entender, aunque no pudieran ponerlo en palabras.

Cuando Muzan finalmente se apartó, mantuvo sus manos en el rostro de Giyuu, mirándolo intensamente, como si buscara algún tipo de confirmación.

El rey se bajo de su trono para estar igual que su reina.

—Te lo advertí —comenzó a decir Muzan, con una mezcla de regaño y suavidad en su voz —no quería que te fueras porque no quería que tuvieras que ver la realidad de tu cofradía.—

Giyuu bajó la mirada, recordando las veces en las que había dudado de su lugar entre los cazadores. Ahora todo eso parecía lejano, irrelevante. Ya no era uno de ellos.

—Puedes tenerlo todo conmigo. Yo no te llevo a ver la luna porque prefiero bajártela, para que la puedas ver mejor.

Las palabras de Muzan resonaron en el silencio de la fortaleza, profundas y sinceras, como si estuvieran conectadas a todos sus corazones, los que le daban vida y control. Había algo más en lo que decía, algo que Giyuu no había escuchado de él antes: honestidad. El demonio, que lo había manipulado desde el principio, estaba mostrando ahora un lado diferente. Un lado que, aunque aún oscuro, traía consigo una verdad innegable. Giyuu podía sentirlo en lo más profundo de su ser.

Muzan había logrado lo imposible: enamorarse.

Aunque aún no lo aceptaba por completo, Muzan ya tenía una idea de lo que pasaba por sus múltiples corazones y cerebros. Aquel cazador, al que inicialmente había "intercambiado" para corromperlo y destruir desde dentro a los cazadores, se había convertido en algo más que una simple pieza en su juego.

—Lidera conmigo a todos nuestros peones. Conviértete en la reina de mi tablero —dijo Muzan, levantándose lentamente y extendiendo la mano hacia Giyuu. Su voz no era autoritaria esta vez; era una invitación, una oferta para compartir su reino y su poder. —Levanta tu cabeza y límpiate esas lágrimas.

No era una orden dicha con dureza, sino con un toque de ternura que sorprendió a Giyuu. Aunque había lágrimas en sus ojos, sentía que no eran de tristeza. Eran el último rastro de su antigua vida que se desvanecía, las últimas gotas de lo que alguna vez fue su humanidad.

—¿Qué dices? —continuó Muzan, manteniendo la mano extendida—. ¿Aceptas convertirte en mi todo?—

Giyuu permaneció en silencio por unos segundos, mirando la mano de Muzan como si fuera la clave para una nueva vida. Y en cierto modo, lo era. Aceptar esa mano significaba dejar atrás todo lo que había conocido, aceptar que su destino estaba ahora inextricablemente ligado al rey de los demonios. No había vuelta atrás, y aunque una pequeña parte de él seguía queriendo resistir, ya no tenía la fuerza para luchar contra el abismo que lo había envuelto.

Finalmente, Giyuu alzó su mano temblorosa y la colocó en la de Muzan, sintiendo el calor de su piel. El destino quedó sellado.

—Acepto —susurró, su voz apenas audible, pero llena de decisión.

Muzan lo miró por un momento, una leve sonrisa curvándose en sus labios. La diferencia de altura entre ambos era evidente, pero no importaba. El rey demonio inclinó la cabeza y, sin pensarlo dos veces, volvió a besar a Giyuu. Esta vez el beso no fue solo un acto de posesión o control. Era un beso cargado de algo más profundo, una conexión que ambos ya no podían negar.

Giyuu, aún procesando todo lo que acababa de aceptar, se dejó llevar por el momento. Los brazos de Muzan se envolvieron alrededor de su cintura, tirando de él con más fuerza. No había más dudas, no más temores. Ya no era solo el cazador corrompido; ahora era el compañero del ser más temido del mundo. Y por primera vez, no sintió la necesidad de escapar de sus brazos.

Solo por una vez iba a ser egoísta.

Los suaves rayos del sol inundaban la finca, colándose a través del ventanal, cayendo directamente sobre el rostro del chico que se encontraba recostado, aún recuperándose de sus heridas. Sabito se removió con lentitud, buscando un rincón oscuro donde poder seguir durmiendo, pero no encontró tal refugio. Con pesadez, comenzó a abrir los ojos, tratando de adecuarse a la brillante luz que lo envolvía.

Cada parte de su cuerpo dolía. Su cabeza palpitaba, y sus brazos estaban rígidos, tensos. Supuso que era por el esfuerzo del combate reciente, aunque algo no cuadraba en su mente.

¿Con quién había peleado?

Esa pregunta revoloteaba en su cabeza, pero cuanto más intentaba recordar, más distante se volvían sus memorias. Como si el enfrentamiento fuera solo un sueño borroso y lejano. No lograba conectar los fragmentos de lo que sucedió, y antes de que pudiera hundirse más en sus pensamientos, una voz lo sacó de su ensimismamiento.

—¡Shinobu-sama, el pilar del agua ha despertado! —la voz vivaz de Aoi resonó en la tranquilidad de la habitación, tan clara que cortó el silencio como un cuchillo.

Unos segundos después, el sonido de pasos rápidos y constantes se escuchó acercándose por el pasillo. La puerta se abrió, y Sabito vio a Shinobu entrar con una sonrisa tranquila pero traviesa en el rostro.

—Ara ara, Sabito. Parece que has dormido bastante bien —comentó ella con su habitual tono juguetón, aunque en el fondo había un toque de preocupación.

Sabito parpadeó, su mente todavía lenta por el sueño. —¿Dormido bien? ¿Por qué dices eso? —preguntó con curiosidad, su voz ronca después de tanto tiempo sin hablar.

Shinobu lo miró con una ceja levantada y una sonrisa más amplia, como si estuviera a punto de soltarle una noticia que él no esperaría. —Porque, querido Sabito, has dormido durante tres días seguidos.— le confeso mientras se sentaba en un pequeño asiento al lado de la cama de su paciente.

El joven la miró atónito, su mente tratando de procesar lo que acababa de escuchar. ¿Tres días? No recordaba haber estado tan agotado. El enfrentamiento debía haber sido mucho más intenso de lo que había creído, aunque seguía sin poder recordar los detalles. Un leve sentimiento de inquietud se apoderó de él, como si una parte importante de su memoria hubiera quedado atrapada en algún lugar de su mente, fuera de su alcance.

—Tres días... —repitió en voz baja, casi para sí mismo, mientras se frotaba los ojos. —No me sorprende que me duela todo.

Shinobu asintió, manteniendo su sonrisa, pero su mirada mostraba un toque de seriedad. —Al aparecer fue una pelea algo dura, Sabito. Tus heridas sanarán, pero debes tomarte un tiempo para descansar y recuperarte por completo. El cuerpo necesita tiempo para curarse.

Sabito no la escuchaba, ya que era el mismo sermón de siempre, aun que eran discursos más profesionales, no como los que le daba Giyuu.

Giyuu

¿Giyuu?

¿Dónde esta Giyuu?

—Bueno, cambiando de tema —dijo Shinobu, su sonrisa transformándose en una expresión más curiosa, una señal clara de que quería saber algo importante. Esto llamó la atención de Sabito, que, aún adormilado, se incorporó un poco en la cama.

—Necesito saber con qué demonio peleaste para quedar así —le exigió, su tono suave pero directo. —Ya que tuvo que ser uno de rango mayor para dejarte tan mal.

Sabito la miró durante unos segundos, sus pensamientos eran una maraña confusa. —No lo sé —respondió con sinceridad, soltando un suspiro pesado, como si esas tres palabras cargaran todo el peso de su confusión.

Shinobu, sorprendida, lo observó detenidamente. Poco a poco, una expresión pensativa cruzó su rostro, como si estuviera sacando sus propias conclusiones.

—Puede que hayas perdido la memoria por el golpe en tu cabeza —dedujo, mirándolo con preocupación. —¿Recuerdas algo antes de tu pelea?

Sabito cerró los ojos, intentando enfocar sus pensamientos. Las imágenes borrosas comenzaban a surgir, aunque incompletas y desordenadas. —Estaba patrullando con Makomo. Nos encontramos con una persona en mitad de la noche, le advertimos que se retirara. Cosa que hizo, pero... antes de irse dijo mi nombre. Eso me pareció extraño, así que pensé que era un demonio y nos separamos para buscarlo. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño al esforzarse por recordar. —Después de eso... no recuerdo nada más.

Su voz era calmada, pero había una clara frustración en ella. Para un cazador, perder los recuerdos de una batalla era más peligroso que las heridas físicas. Sabito se sentía perdido, impotente.

—Entiendo... —dijo Shinobu con un tono tranquilizador, aunque su rostro se mantenía serio. —No parece que una técnica demoníaca te haya afectado, porque no encontré ningún rastro de veneno o habilidades que puedan causar ese tipo de amnesia en tu cuerpo. —Explicó nuevamente, esta vez con más calma. el peli durazno asintió, prestando atención a cada palabra.

Sin embargo, lo que dijo después hizo que Sabito la mirara con más atención, intrigado y preocupado.

—Lo que me inquietó —continuó Shinobu— es que mientras estabas inconsciente, susurrabas el nombre de Tomioka repetidamente. Te disculpabas, decías cosas sin mucho sentido.

Sabito frunció el ceño, claramente desconcertado. —¿Giyuu...? —preguntó en voz baja, como si tratara de procesar el significado de aquellas palabras.

—Sabito, tienes que superarlo.— Le recordó. 

—Kocho, yo se que el esta vivo en alguna partes. Es un humano fuerte, pero aun así... Ni yo se por que lo nombre estando inconsciente.—Confeso para luego recostarse de nuevo y fijar su mirada en el techo.

 —Por que aun lo extrañas, puede ser culpa o algo más—  Trato de sacar conclusiones del por que de su estado —Bueno, mejor te dejo descansar para que te recuperes.

Lentamente se paro del asiento para retomar sus pasos hacia la salida. Dejando a un Sabito con más dudas que respuestas.

¿Qué mierda había pasado? 

El salón estaba sumido en una atmósfera de poder y tensión. Los demonios más poderosos del reino se encontraban reunidos en torno a Muzan, la figura dominante cuyo simple aura llenaba el espacio con una energía densa y sofocante. La luz tenue apenas iluminaba sus rostros, proyectando sombras largas y ominosas sobre las paredes de la fortaleza.

—Así quee... —La voz de Akaza, que rompía el silencio, resonó, alargando la última sílaba mientras miraba de reojo a los demás. —¿Vamos a esperar un año más?

Muzan, sentado con autoridad detrás de su amplio escritorio, no apartó la mirada de sus manos mientras hablaba, su tono cargado de confianza y mando. —Exacto. —La pausa que siguió a esa palabra hizo que el aire pareciera más denso. —Puede que ataquemos antes, pero por ahora ese es el plan inicial. Nakime ya está buscando la ubicación de la sede de los cazadores, pero no es necesario apurarnos tanto. —Suspiró, sus dedos entrelazados frente a él, mientras una leve sonrisa se formaba en sus labios. —No ahora que Tomioka está completamente bajo mi control.

El ambiente se volvió más tenso, cada palabra de Muzan era absorbida por los otros demonios con una mezcla de admiración y cautela. Kokushibo, de pie en una esquina, mantenía su postura serena y su mirada fija en Muzan, mientras Douma sonreía con esa expresión alegre que escondía su inquietante naturaleza.

—Disculpe mi atrevimiento, Muzan-sama —dijo Douma, con su voz llena de curiosidad y ese tono juguetón que siempre lo acompañaba. Sus ojos de arcoíris brillaban con una felicidad irónica, lo que provocó que la sonrisa de Muzan desapareciera instantáneamente. —Pero, ¿por qué esperar tanto tiempo? ¿Eso no haría que ellos se fortalezcan más?

La expresión de Muzan se endureció, su paciencia agotada. —Se nota lo estúpido que eres, Douma —espetó con un veneno que electrizó el ambiente. Incluso Akaza, que solía enfrentarse a Douma en términos sarcásticos, se mantuvo en silencio, consciente del temperamento de su maestro. —Nosotros también nos haremos más fuertes. Y más aún con nuestro as bajo la manga. Solo tenemos que moldearlo un poco más, y será imparable a nuestro lado. Una victoria absoluta. —La emoción crecía en su voz, y de repente se puso de pie, caminando con calma pero firmeza detrás de su escritorio.

Kokushibo observaba en silencio, su mirada fija en Muzan, captando cada palabra y cada gesto. Él entendía mejor que nadie la visión de su Rey. Akaza, aunque en desacuerdo en su interior, no dijo nada, ya que sabía que cualquier comentario podría tener consecuencias.

Douma, sin embargo, no pudo evitar soltar una risa baja y juguetona, como si la reprimenda de Muzan no lo afectara en lo más mínimo. —Oh, Muzan-sama, siempre tiene una respuesta perfecta para todo. —Dijo, con una reverencia burlona, aunque sabía bien que no debía tensar más la situación.

Nakime -la ya ascendida superior 4- , tocando suavemente su biwa en la esquina de la sala, escuchaba cada palabra mientras sus dedos se movían meticulosamente sobre las cuerdas. Su atención estaba dividida entre la conversación y la búsqueda constante de la sede de los cazadores. Su presencia silenciosa añadía un toque siniestro al ambiente.

Muzan, con una sonrisa fría en sus labios, volvió su mirada hacia Akaza. —Tomioka será nuestro mayor aliado, el cazador convertido en demonio. Nadie se lo esperará. —Su voz, suave pero llena de convicción, era como una sentencia final. —Cuando llegue el momento, ellos no tendrán a dónde correr.

El ambiente en la habitación era palpable, las emociones fluctuando entre los presentes. Cada uno de ellos sabía que estaban a las puertas de algo grande, algo que cambiaría el curso de la guerra contra los cazadores para siempre.

—Ahora, quiero que cada uno de ustedes se prepare —continuó Muzan, con un tono más bajo pero igual de amenazante. —Este es solo el principio.

Muzan se quedó de pie, observando a los presentes con una mezcla de autoridad y confianza. El silencio en la sala era casi palpable, solo interrumpido por el suave rasgueo de la biwa de Nakime.

—Dentro de uno o dos días, convocaré una reunión —anunció de repente, su voz resonando con firmeza—. Será para presentar a nuestra nueva Luna Superior número 6.

Los ojos de Akaza se estrecharon ligeramente al escuchar esas palabras. Aunque respetaba la decisión de su rey, la curiosidad y una pizca de desconcierto lo llevaron a hablar.

—¿Por qué se ha tomado esa decisión? —preguntó Akaza, su tono respetuoso, pero con un interés genuino—Disculpe mi atrevimiento, Muzan-sama, pero... ¿va a bajar de puesto a Tomioka-sama después de todo lo que ha entrenado?

Muzan no respondió de inmediato, pero una sonrisa arrogante se formó lentamente en su rostro. Su mirada fría y calculadora recorrió la sala, deteniéndose por un segundo en cada uno de los presentes. Douma, siempre el más entusiasta, miraba expectante, mientras que Kokushibo permanecía en silencio, como era su costumbre, observando a todos con sus seis ojos.

Finalmente, Muzan habló, aunque no directamente en respuesta a Akaza. Su tono era lleno de una seguridad casi abrumadora.

—Hay cosas que no necesitas saber por ahora, Akaza. Todo se revelará a su debido tiempo. —Su sonrisa se amplió, claramente disfrutando del poder que tenía sobre sus subordinados—. Pero debo decir... No necesariamente el se tiene que ir de las lunas, todo cultivo da frutos en su época. 

El aire se tensó por un momento, pero nadie se atrevió a cuestionar más. La sonrisa de Muzan era todo lo que necesitaban para entender que, en su mente, ya había planeado cada detalle. 

Akaza, aunque intrigado, decidió no insistir. Si su superior lo había decidido, entonces no había más que hablar.

—Entiendo, Muzan-sama —dijo finalmente, inclinando la cabeza en señal de respeto, aunque su mente aún giraba en torno a la duda que Muzan había dejado flotando en el aire.

La habitación quedó en silencio nuevamente, solo roto por el eco de los pasos de Muzan que se alejaban hasta desaparecer, dejando atrás a sus subordinados para que reflexionaran sobre las palabras que acababan de escuchar

La oscuridad de la habitación envolvía a Tomioka, aislándolo en un ambiente que parecía tan profundo y denso como sus pensamientos. La ausencia de luz reflejaba lo perdido que se sentía, y cada rincón de la habitación parecía susurrarle la misma pregunta una y otra vez.

Su mente daba vueltas y vueltas, regresando al mismo punto de incertidumbre y culpa. Cuestionaba todo lo que una vez creyó con fervor, una batalla interna que había terminado por quebrar sus convicciones.

¿Realmente los cazadores fueron los malos todo este tiempo?

¿Y los demonios? ¿Acaso solo luchan por sobrevivir?

La oscuridad parecía reafirmar estas respuestas, ahogando cualquier duda que quisiera surgir. Tomioka había llegado a la dolorosa conclusión de que, si quería paz, debería erradicar a quienes había llamado sus compañeros.

Estaba a punto de hundirse más en sus cavilaciones, pero un sonido interrumpió sus pensamientos. La puerta corrediza se abrió lentamente, dejando entrar un tenue resplandor de la fortaleza y revelando la silueta imponente de alguien a quien conocía bien. Los ojos de Tomioka, cansados pero expectantes, se iluminaron por un instante. Se sentó en el futón y adoptó una postura casi reverente, esperando a su visitante como un perro leal espera a su amo.

—Veo que ya estás despierto —dijo Muzan con una sonrisa ladeada, sus palabras cargadas de una mezcla de autoridad y satisfacción. Caminó con paso lento y seguro hacia el futón. —Pensaba que dormirías más tiempo.

—Ya me siento mejor —confesó Giyuu, sin apartar la mirada de esos ojos rojos como la sangre.

Muzan lo miró de vuelta, evaluando su respuesta con la precisión de un depredador que analiza a su presa. Tras unos segundos de tensión, se inclinó para darle un beso fugaz, el cual Tomioka aceptó sin reservas, casi como un reflejo automático de su devoción.

—Posiblemente mañana tengamos la reunión que te mencioné, para subirte de puesto —comentó Muzan mientras se recostaba de espaldas en el futón, con la mirada perdida en el techo, como si sus pensamientos ya estuvieran planeando los próximos pasos.

—¿Oh? ¿Crees que estoy listo? —preguntó Tomioka, sorprendido, mientras imitaba la acción del pelinegro y se dejaba caer de espaldas en el futón. Sin dudar, buscó el pecho de Muzan, apoyándose en él en busca de esa calidez que tanto ansiaba.

Muzan no respondió de inmediato. En cambio, su mano se movió lentamente, acariciando el cabello oscuro de Tomioka. El silencio que los rodeaba era casi reconfortante, un espacio seguro donde podían permitirse existir juntos, aunque fuera por un breve momento.

Tomioka se sintió extrañamente reconfortado. A pesar de la frialdad que solía acompañar al rey de los demonios, en esos breves instantes había un atisbo de cercanía, de seguridad. Quizás eso era lo que lo mantenía a su lado, la promesa de algo más que simplemente poder o miedo: la posibilidad de pertenecer a alguien, de ser valorado.

Los dos permanecieron en silencio, pero era un silencio lleno de aceptación mutua, como si ambos entendieran que este era su nuevo mundo. La oscuridad que los rodeaba ya no era sofocante, sino casi acogedora, como si en ese espacio compartido encontraran un respiro de todo lo demás.

—Créeme, estás más que listo —respondió Muzan, rompiendo el silencio con una seguridad que no dejaba espacio para dudas. Su voz era suave, pero detrás de ella había un poder que imponía respeto. —Además, eres uno de los más capacitados para romper mentalmente a los hermanos Kamado, ya que están dando problemas.

Tomioka frunció el ceño, su confusión evidente en el brillo de sus ojos oscuros. Trató de procesar lo que Muzan le estaba diciendo, pero algo no encajaba en su mente.

—¿Quienes...? —empezó, su voz dudosa, como si estuviera tanteando las palabras que iba a decir. —¿Quiénes son los hermanos Kamado?

La pregunta resonó en la habitación, y por primera vez en mucho tiempo, Muzan se quedó quieto. Sus manos, que habían estado acariciando el cabello de Tomioka, se detuvieron. Lo miró fijamente, con una mezcla de sorpresa y algo más profundo que Tomioka no pudo descifrar del todo.

Las miradas de ambos se encontraron, una llena de confusión, la otra de asombro. Después de unos largos segundos de silencio, algo inesperado ocurrió: Muzan soltó una risa baja. Era un sonido extraño, casi irreal, como si ni él mismo creyera lo que estaba pasando.

—Los hermanos Kamado... —repitió Muzan entre risas, como si disfrutara el momento en el que su logro se hacía más evidente. —Son unos cazadores, no muy importantes pero sí molestos.

Tomioka lo miró, aún sin comprender del todo, pero ahora su pregunta iba más allá de una simple curiosidad. Si esos cazadores no eran importantes, ¿por qué les preocupaba tanto?

—Si no son importantes... ¿por qué dan problemas? —preguntó con serenidad, su tono reflejando un interés genuino pero desapegado, como si la respuesta no cambiara nada para él.

Muzan dejó escapar un suspiro, observando al hombre a su lado. Sabía que Tomioka ya no sentía ninguna conexión con su vida pasada. Había aceptado su destino junto a él, abrazando la oscuridad con la misma devoción con la que solía abrazar la luz. Esa transformación, ese completo desprendimiento de su antigua existencia, era un triunfo absoluto para el rey de los demonios.

—Porque no se rinden —respondió Muzan, volviendo a acariciar el cabello de Tomioka, su toque tranquilo y posesivo a la vez. —Es una cualidad irritante que algunos humanos tienen. A pesar de su debilidad, insisten en luchar, en arriesgar sus vidas por algo que, en su ignorancia, llaman esperanza. —Muzan rodó los ojos, con un tono ligeramente despectivo— Los hermanos Kamado tienen esa necedad en su sangre.

Tomioka parpadeó lentamente, procesando las palabras de Muzan sin un ápice de preocupación. Los nombres de esos cazadores no le decían nada, eran solo rostros borrosos en una vida que ya no le pertenecía. Lo único que le importaba ahora era cumplir el propósito que Muzan le había asignado y vengarse de la organización que esta destruyendo la paz entre ellos.

Como uno de sus nuevos mandos, no iba a dejar que le pasara nada malo a ningún demonio más, nadie más, nada más.

—¿Y qué se supone que haga con ellos? —preguntó Tomioka, su voz firme pero carente de emociones. No había miedo, ni duda, solo una simple necesidad de recibir instrucciones, de saber qué esperaba su rey de él.

Muzan sonrió, complacido por la frialdad en la voz de su pareja. Era la señal de que el antiguo cazador estaba completamente sometido, su voluntad rota y reconstruida bajo su dominio. No había vuelta atrás.

—Quiero que los quiebres, Giyuu. Quiero que vean a través de ti la inutilidad de su resistencia —dijo Muzan con voz seductora, sus palabras llenas de veneno disfrazado de dulzura. —Rompe sus esperanzas, destruye sus sueños. Muéstrales lo que significa enfrentarse a la verdadera fuerza de este mundo.

Tomioka asintió en silencio. Ya no tenía interés en cuestionar las decisiones de Muzan. Sabía que su lugar estaba aquí, en esta fortaleza, como el pilar que sostenía los deseos de su rey. Todo lo demás, su pasado, su moral, sus antiguas amistades, eran cosas que había dejado atrás.

Muzan lo observó durante un momento, complacido con lo que había creado. La figura ante él ya no era el cazador de antes, lleno de dudas y rencores. Era un ser reformado, listo para cumplir con su voluntad, y esa certeza le daba un placer casi abrumador.

—Muy bien —murmuró Muzan, su voz baja pero cargada de satisfacción. Se inclinó hacia Tomioka, sus labios rozando suavemente su frente en un gesto casi posesivo— Bienvenido al inicio de nuestra era.

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————続ける————
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Chismes y rumores de la era Taisho:

» Debido al golpe contra el árbol que recibió Sabito, tuvo una perdida de conciencia en el lapso de esos minutos. Aun que Kokushibo quería hacerle más daño.

» Tomioka ya no recuerda nada. Solo pequeños fragmento de las noches anteriores y el cuerpo de cazadores (Pero casi ni recuerda que estuvo ahí)

» Akaza se preocupo por Giyuu, ya que se había enterado que había pasado hace tres noches con Sabito, el encuentro desafortunado que tuvo y como Kokushibo tuvo que intervenir.

Datos:

OMG este capitulo se desarrollo de una manera que no pensé que me iba a gustar tanto. Hubo mucha trama y drama en pocas lineas.

¿Creen que haya batalla final? ¿Ganaran los demonios? ¿Ganaran los cazadores? ¿Giyuu volverá a ser humano? ¿O morirá cómo demonio? Uyyyyyy muchas ideas para este fanfic.

Saquen sus conclusiones y escríbanlas:

Igual quisiera a detenerme para dar las gracias a aquellos que siguen leyendo esto, los amo con todo mi corazón.

Espero que este capitulo les haya gustado a ustedes tanto como me gusto a mi.

Y para compensar que me tarde dos días más en subir este capitulo, rompí mi récord personal de palabras.

No se olviden dejar sus comentarios (me alegran el día leerlos) y su estrellita ★

Eso es todo por ahora, los amo demasiado <3

Se despide konavx

Palabras: 5137

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