I - Ciénaga
Agar estaba impaciente, miraba el reloj a cada instante, mientras un puñado de preguntas y recuerdos se acumulabanen su mente. No tenía idea de lo que podría venir ahora, todo era desconocido para él.
—Tranquilo —dijo Thedery, golpeándole suavemente con el codo.
—No puedo —respondió Agar—. Nunca antes he hecho algo como esto.
—¿¡Cómo!? —exclamó Fariaz—. ¿Y todas las cosas que hemos hecho, qué?
—Pero no se comparan a esto —replicó Agar—. Jamás he desobedecido a mi padre de esta manera.
—Aún puedes arrepentirte —dijo Thedery. Su voz sonaba algo suplicante, sus ojos brillaron.
—¡No! No puedo —aseguró Agar con decisión—. He trabajado demasiado en esto como para renunciar ahora.
—Pero piénsalo —replicó Thedery, apretujando el polerón de Agar por el brazo—. Ni siquiera sabes dónde están ellas.
—Al menos tengo una pista —respondió Agar, tratando de convencerse más a sí mismo que a la chica—. De alguna manera las voy a encontrar.
—¿Y si se mudaron? ¿O terminaron en otro planeta? ¿O cambiaron sus nombres? —se cuestionó Thedery, tratando de persuadirlo—. Cualquier cosa puede haber pasado.
—¡Ah! Ya hemos hablado de esto, Thedery —dijo Agar—. Por favor, no me hagas dudar ahora, se supone que eres mi amiga y me apoyas.
—Lo sé, lo sé... pero ahora tengo miedo —respondió Thedery con una expresión lastimosa.
—¿Por qué? —preguntó Agar, fingiendo valentía—. Si preguntan, solo digan la verdad. —En el fondo él también estaba aterrado.
—Sabes que nos castigarán por tu culpa, ¿verdad? —interrumpió Fariaz, pero antes de que Agar alcanzara a responder, la voz de la operadora se dejó escuchar a través de los viejos parlantes de la estación: llamaba a todos los pasajeros a dirigirse a la zona de embarque con su ticket en mano.
—Y aquí vamos —susurró Fariaz de manera nerviosa.
Los tres entrecruzaron sus miradas huidizas, había una mezcla de temor y nerviosismo en sus ojos. Habían estado sentados en un banco del aeropuerto, simulando ser tan solo unos críos que mataban el tiempo comiendo golosinas. Y es que Puerto Cristo era pequeño, un lugar donde la mayoría de las personas se conocían, aunque fuera de vista. De seguro más de alguien ya había advertido su presencia, y llegarían contándoles a sus padres por lo bajo que los habían visto jugueteando por allí, cosa que ocurría bastante a menudo cuando los descubrían en sus travesuras. Fariaz levantó disimulado un bolso gris que habían ocultado bajo el asiento. En él, Agar llevaba lo poco de valor que tenía.
—Tu bolso. —Se lo alargó Fariaz.
—Gracias —respondió Agar.
Un vaivén de emociones asaltó su cuerpo en cuanto pronunció aquella última palabra. Era el anuncio de lo que probablemente sería su último momento juntos, su último momento de complicidad. Algo que entre amigos siempre había resultado reconfortante, esta vez les parecía una dolorosa carga.
—No te olvidarás de nosotros, ¿verdad? —preguntó Fariaz un tanto melancólico. No pudo evitarlo, le dolía esa despedida.
—Nunca —respondió Agar—. Lo prometo, ustedes serán mis mejores amigos por siempre.
—Prométeme que volverás —dijo Thedery mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus brillosos ojos-. ¡Prométemelo!
—Lo prometo —contestó Agar, tratando de reunir coraje.
Thedery se lanzó a sus brazos y lo besó tiernamente en la mejilla. Agar le correspondió gustoso.
—Tranquila —dijo—. Volveré. Aquí es donde pertenezco.
—Pero conocerás a otras personas y... —Thedery sollozó—. Prométeme que no cambiarás nunca.
Agar no pudo evitar sentirse triste. Quizá cuánto pasaría hasta volver a verlos. También recordó a su hermanito, pero prefirió no pensar mucho en eso.
—Te lo prometo —aseguró Agar.
Fariaz observó cabizbajo. Habían sido amigos desde muy pequeños y por primera vez se separarían. Thedery se secó las lágrimas y apartó la vista de Agar, intentando mitigar la pena. Mientras tanto, Fariaz y Agar se dieron un enorme abrazo. La amistad que los unía era sólida y el hecho de separarse los hería a ambos. Sin embargo, los dos disimularon, tratando de contenerse.
No había mucha gente alrededor de ellos, y es que desde Ciénaga no eran muy habituales los viajes interestelares. Mucho menos desde Puerto Cristo, donde un transbordador recogía pasajeros cada cuatro semanas. Debido a su clima cambiante y sus constantes problemas sociopolíticos, Ciénaga no solía ser un destino para nadie; solo acudían hombres de negocios, algunos científicos y uno que otro arriesgado aventurero en busca de emociones.
—Nos vemos —dijo Agar, esbozando una sonrisa.
—Nos vemos —respondieron Thedery y Fariaz, casi a coro.
Agar comenzaba a girarse, cuando de pronto Thedery se abalanzó sobre él y en tan solo un instante le robó un suave ytímido beso.
—Te quiero —dijo.
Agar quedó perplejo y confundido, solo atinó a darse la vuelta y encaminarse a la puerta de embarque, como si todo aquello no estuviese sucediendo realmente. Mostró su ticket y luego fue revisado por un precario detector de metales que apenas notó. Se dejó llevar por el proceso, casi como si fuera un sonámbulo. En unos minutos estuvo arriba del transbordador. Había seis pasajeros más aparte de él, pero Agar apenas reparó en ellos: se entretuvo mirando por la ventana, allá en la distancia y tras las rejas que mantenían libre y segura la pista deaterrizaje pudo ver a Thedery y Fariaz, que parecían conversar acaloradamente. Agar les hizo señas con las manos, pero enseguida se dio cuenta de lo ridículo que era; estaban tan lejos que parecían dos puntitos que se movían. De seguro serían incapaces de divisarlo tras los gruesos vidrios del transbordador.
El viaje fue veloz, de Puerto Cristo a Magushu arribaron en un santiamén, pese a que a ambos puntos los separaba medio continente. Agar hizo un esfuerzo para no perderse detalle, pero el clima de Ciénaga era tan húmedo que solo podía ver densas nubes y microclimas. Estaba asustado, a menudo había escuchado que los zorgos solían derribar naves y transbordadores en medio de la selva, y si eso llegaba a ocurrir, las posibilidades de supervivencia eran casi nulas.
El transbordador arribó al puerto interestelar unas cuatro horas después de su salida de Magushu, en donde habían recogido unos pocos pasajeros más, para luego abandonar la atmósfera de Ciénaga. Y es que viajar desde Ciénaga era caro y sin duda peligroso, había poca demanda y solo un par de empresas estaban dispuestas a asumir el riesgo. La primera solo operaba desde Cielo, lugar acomodado con buenas universidades y centros de investigación, pero quedaba al otro lado del mundo. La otra era la opción barata: un maltrecho transbordador recogía pasajeros cada cuatro semanas desde los principales asentamientos, para hacerlos arribar al puerto interestelar en algunas horas. Agar, naturalmente había tomado esta segunda opción.
El puerto interestelar no era muy grande, pero contaba con lo necesario, ya que antes de embarcarse de manera definitiva hacia Megápolis debían pasar por un chequeo exhaustivo. Megápolis era el planeta capital de la Alianza y, como tal, las medidas de seguridad para migración eran exageradas. Fue el único momento en el que Agar tuvo que esperar más de la cuenta. Antes que ellos habían llegado los pasajeros provenientes de Cielo, la mayoría de mirada arrogante y bien vestidos; en Cielo estaba la alcurnia y como tal se hacían notar.
Los registros y chequeos fueron un tedioso trámite que, a pesar de todos sus esfuerzos, lo mantuvieron en todo momento con el corazón martillando. Su mayor temor era que le rechazaran la entrada, pues tenía claro lo que pasaría si aquello llegaba a ocurrir. Para el momento en que inmigración lo llevase de vuelta a Puerto Cristo, su padre ya habría notado su ausencia, y dado el poco aprecio que este solía mostrarle, estaba seguro de que sería capaz de matarle. Jamás había olvidado aquel día en que le confesó que deseaba irse con su madre: la golpiza había sido tal, que pasó tres días agonizando en una cama. Desde que ella se había marchado, fue un tormento tras otro, por lo que ahora prefería lanzarse de cabeza a la selva antes que volver a aquella choza a la que había llamado hogar.
El problema era que Agar, según la Alianza, aún era considerado menor de edad, por lo que su padre seguía teniendo un enorme control sobre su destino, y poco era lo que Agar podía hacer para cambiarlo. En Megápolis cualquier tipo de abuso era considerado un grave delito, pero Agar no había nacido en Megápolis, y a pesar de que Ciénaga formaba parte de la Alianza, era un planeta tan distante y olvidado que la mayoría de las leyes vigentes no aplicaban, o derechamente se hacía la vista gorda.
Había sido una verdadera odisea sacar los permisos del viaje a espaldas de su padre, pero después de más de un año cienagano y con algo de ayuda, lo consiguió. De cierta forma sentía que aquella era su única oportunidad: si llegaban a notar que algo no estaba en regla, su viaje sería inmediatamente rechazado; Agar sería retenido e investigado a fondo, quitándole la oportunidad de escapar de Ciénaga para siempre. Viajar y falsificar información era un asunto que la estación interestelar se tomaba con mucha seriedad. Cada pasajero era debidamente registrado, chequeado, interrogado y muchas veces investigado a fondo, casi no había excepción. Agar sintió que aquellos trámites eran interminables, pero confió en su suerte. Después de todo, ¿por qué dudarían de las palabras de un chiquillo?
Para su sorpresa, empatizó naturalmente con la funcionaria designada, que al conocerlo no vio mayor amenaza. Mintió en su declaración, por supuesto, lo había ensayado lo suficiente como para no equivocarse. Tras husmear un poco y terminar con su debido registro, confirmando su identidad, se le otorgó la entrada a Megápolis en calidad de turista. Podría permanecer allí por tiempo limitado, sin embargo, eso le bastaba.
Una vez realizado el check-in, se dirigió a embarque según las instrucciones. Aún no se podía quitar el nerviosismo de encima, todo era nuevo para él y se sentía pequeño e insignificante, fuera de lugar, pero para su suerte la mayoría de los pasajeros estaban ensimismados en sus propios asuntos como para reparar en su presencia. Una vez en embarque, se llevó por primera vez una grata sorpresa, una imagen que guardó en su retina mucho tiempo, y que para alguien que hasta ese entonces solo había podido soñar con mundos nuevos e inexplorados, le fue tremendamente significativo. El sector estaba hecho de unavanzado material transparente y por primera vez en su vida pudo ver el espacio estelar, algo que hasta entonces solo había podido ver en imágenes. Allá, muy por debajo, se apreciaba con increíble claridad el vasto y verdoso planeta Ciénaga y algunos de sus bellos satélites. Ciénaga era el mayor y más extenso planeta selvático conocido, con extensos mares y lagos, interminables pantanos y plagado de selva virgen e inexplorada; el conteo de su biodiversidad era tan amplia, variada y peligrosa, que hasta ese entonces la mayoría permanecía incierta. A pesar de contar con dos centros de investigación en Cielo, poco le importaba a la Alianza descubrir Ciénaga. Habían llegado principalmente por el piracuru y algún otro recurso que pudiera servirles, y ya llevaban más de cuatro décadas de ocupación y extracción.
La espera en embarque fue breve, uno a uno los pasajeros abordaron la Frontis, una enorme y tecnológica nave interestelar. Desde Ciénaga solo había una ruta posible: hasta Akitaru, a través de los asteroides de Palas y las nebulosas de Tártaro y Mixacoatl. En Akitaru solían descargar pasajeros y reabastecerse según la situación, para luego moverse a H-8, o Upi, como lo llamaban los nativos. Finalmente arribaban a Megápolis, planeta considerado el centro del universo y la capital de la Alianza. El viaje solía durar de cinco a seis semanas y todos los pasajeros, sin excepción, eran inducidos a la criogenia, por lo que Agar nunca se enteró de los pormenores que pudieron haber acaecido durante la travesía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro