2. Caras conocidas.
El aire frío llena mis pulmones de frescura, el clima tan característico de Londres se basa en lluvia, nubes y frío, pero lo único que veo en eso son sentimientos, miles de emociones que recorren su cuerpo y que la hacen empaparse de vida.
Desde pequeña había soñado con viajar a la capital inglesa.
La gente camina por las calles, todos metidos en sus propios mundos, muchas veces me pregunto qué será de sus vidas, ¿serán felices? ¿habrán cumplido sus sueños o se quedaron en el camino? Es una pregunta tan complicada que nadie la sabe responder.
Cojo mi maleta y me subo en el metro, según el mapa que me han dado en el aeropuerto, el lugar a donde voy no está muy lejos.
Desde que había llegado ya había recibido al menos veinte mensajes de mi madre, preguntándome si el avión aterrizó con éxito en todos ellos. Yo le respondí que sí.
El metro se detiene y todo el mundo sale, última parada, la mía.
Camino sin saber muy bien a dónde ir, gracias a mi padre tengo un buen inglés, se mudó a Valencia por estudios y desde que conoció a mi madre nunca ha pensado en regresar a Inglaterra. Tampoco me imagino una vida diferente a la que tengo, sin mi familia en Valencia, sin mis amigos en Barcelona, y muy probablemente sin la música.
Porque Barcelona es música para mi.
Llego a la ubicación que quería, un edificio alto y con muchos adornos pijos, demasiados para mi gusto. Suspiro y entro sin saber si esta experiencia me va a cambiar la vida o estropearla.
Dentro hay mucha gente, algunos son famosos bastante conocidos, otros no tanto, pero según voy avanzando más y más me doy cuenta de lo mucho que desentono con el ambiente, todos llevan ropa de marca, peinados sofisticados y accesorios ultra caros. Yo en cambio, llevo unos vaqueros de hace varios años y una sudadera que le robé a Enzo y que jamás le pienso devolver.
Soy bastante conocida en España, pero no tengo tanto dinero como estas personas, parece como si fueran el reflejo de la vida de lujos que jamás voy a poder tener.
La cosa está en destacar, y yo destaco, pero soy demasiado mediocre como para pertenecer a la extraordinariedad. Siempre tan cerca y a la vez tan lejos.
— Hola, tierra llamando a chica, tierra llamando a chica. - Escucho una voz a mi lado.
Enfrente de mí veo a una chica de tez morena, pelo rizado y una sonrisa de oreja a oreja.
— Hola, me llamo Maia ¿y tú?
— Paula. - Sonrío algo nerviosa.
— ¿Es tu primera vez? La mía también, nunca me imaginé que estaría en un lugar como este, ¿te lo puedes creer? Es un sueño.
Maia empieza a hablar sin parar de manera inconsciente, yo me río y contesto alguna que otra palabra de vez en cuando. Puede parecer algo pesado pero, el efecto es el contrario, me siento mucho más relajada y mis piernas ya no tiemblan tanto como antes.
Un hombre de mediana edad se nos acerca para indicarnos cuáles serán nuestras habitaciones por esta noche, mañana nos llevarán al castillo donde se celebrará el evento en sí.
Casualmente la habitación de Maia está en la misma planta que la mia aunque está en otro pasillo.
— ¿Y tú qué haces? Te pega mucho el teatro.
— Yo canto, me da pánico actuar.
— Ya veo, ¿te da miedo actuar pero no cantar en un escenario?
— Es raro, lo sé, pero la música me da un refugio, algo cómodo en lo que apoyarme. - Me coloco la casaca de mi guitarra que llevo colgada en el hombro. - ¿Tú qué haces?
— Yo escribo poesía, me ha gustado leer desde siempre, y bueno, se me da bien jugar con las palabras.
— Supongo que ya somos dos.
Ambas reímos. Hay algo de ella que me hace sentir cómoda, quizás sea su naturalidad al hablar y la manera en la que se expresa.
— Me han dicho que esta noche presentarán a uno de los pianistas más importantes de todo el país.
— ¿Harán un baile o algo así?
Maia se encoge de hombros y suspira. Nos detenemos en una puerta, mi habitación es la primera en el recorrido. Me despido de ella y entro a la habitación.
Es grande, mucho más grande de lo que creía. Hay una cama enorme colocada justo en el medio de la habitación, el baño tiene tanto bañera como ducha y lo más impresionante son las cristaleras del balcón, el cual tiene las mismas magnitudes que el piso, grande. Desde ahí se ve toda la ciudad, o casi toda.
El viento es leve, pero fresco, todavía no me acostumbro al clima londinense.
Saco mi guitarra de su funda y me siento en una de las sillas del balcón, rasgueo las cuerdas levemente y toco una melodía que lleva rondando mi cabeza desde hace semanas. Es mi nueva canción, esa que tanto me está costando sacar adelante por falta de inspiración. Intento pensar en una mínima letra, pero es imposible, no sale nada.
Dejo la guitarra en el suelo frustrada. ¿Que voy a hacer si no consigo componer nada nuevo?
Decido darme una ducha para despejarme, según tengo entendido la ceremonia de esta noche se celebrará sobre las diez de la noche, son casi las ocho.
Me ducho rápido y me pongo un vestido simple, lamento no haber traído ropa más arreglada. Mi maleta está llena de jerséis y pantalones vaqueros, alguna sudadera y un vestido.
Me arreglo el pelo en un semi recogido y me pongo un poco de rímel en las pestañas.
Al abrir la puerta Maia está esperándome afuera.
— ¿Vamos juntas, verdad?
Me mira con una sonrisa, pero yo solo me puedo fijar en lo guapa que va con un vestido largo de color burdeos, el pelo recogido en una coleta alta y un pinta labios del mismo color que el vestido.
Me ofrece su brazo para irnos a lo que yo acepto.
— Ese vestido te hace un cuerpazo, nena.
— Tampoco es para tanto. - Rio un poco nerviosa.
Tomamos el ascensor, al llegar al gran salón hay bastante gente ya sentada.
No me esperaba ver una cara tan conocida.
— ¿Pedri? - Me acerco para asegurarme de que es él.
— Paula...¿Qué haces aquí?
— La pregunta es qué haces tú aquí, que yo sepa sigues jugando al fútbol.
Está nervioso, puedo notarlo en su expresión, es raro, él nunca ha sido nervioso, ni mucho menos conmigo.
— Oh...el espectáculo está por empezar, hablamos luego, ¿vale?
Entrecierro los ojos mientras veo que se aleja, vuelvo con Maia y me siento a su lado.
De pronto, las luces se apagan a excepción de un foco que ilumina el escenario, en concreto un piano de color negro, todo el mundo comienza a callarse cuando se escuchan unos pasos. Un chico de pelo negro, traje blanco y una máscara en la cara sale al escenario y hace una reverencia ante el público.
Se sienta en el piano y estira sus manos.
Siento que algo en mí se enciende cuando escucho que empieza a tocar, la melodía es sofisticada, pero al mismo tiempo tiene rastros de cercanía. Jamás había escuchado algo así.
— El que dijo que era un buen pianista tenía razón. - Maia susurra a mi lado.
— ¿Quién te lo dijo?
— El chico con el que hablabas antes, pensé que le conocías de eso.
Le busco con la mirada, Pedri sonríe, y yo solo me lleno de preguntas sin respuesta. ¿En qué momento sabe tanto de música? Es imposible que en cuatro años haya despertado su pasión por la música.
El piano sigue sonando, ahora un poco más lento, como si estuviera llorando, la melodía es pausada y con notas muy graves. Sin duda el que está tocando sabe muy bien lo que hace.
La canción termina y todo el mundo se levanta para aplaudir.
El pianista se levanta del piano y vuelve a hacer la misma reverencia que antes. Yo me levanto y siento que por un momento el pianista solo me mira a mi.
Levanta su mano y se toca la máscara para quitársela.
Mi corazón se para.
Por eso Pedri está aquí. Lo busco con la mirada y veo que ya me está mirando. Si las miradas mataran él ya estaría bajo tierra.
No esperaba volver a verlo, no después de la manera en la que me fui, la manera en la que abandoné Valencia y a su vez toda la historia que tuvimos juntos y que por desgracia no quise desarrolar más, esos años en Mestalla y esa vida que arriesgué por mi sueño.
Sabía que le gustaba la música, pero el fútbol era su todo.
Lo era, ¿verdad Ferran?
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