🎹 Cuatro 🎹
En ese momento, siente un gélido aliento que congela cada terminación nerviosa de su cuerpo.
Y cuando quiere moverse, no puede aunque trate con todas las fuerzas que le restan.
Su cuerpo le pesa...
Inaudito, se ciñe a su débil garganta mientras abundantes lágrimas le brotan sin ninguna esperanza de calmarlas.
Y cuando un incrementado terror lo acorrala, cierra con fuerza sus orbes aguadas mientras piensa en una maravillosa jornada.
A esta altura de su diaria, no sabe dar por cierto lo que es real o creación del imaginario de su trastocado cerebro.
Y aún así, no deja de promover un exacerbado sentimiento de terror que lo acorrala en cuanto el repelús de su pelleja va en aumento al compás de la respiración superficial que lo acompaña.
Por un instante, pierde conexión de lo real o lo palpable, sintiendo como el manto renegrido se apodera -lentamente- de cada fibra tendinosa de su soma.
Y a medida que los segundos transcurren, las percepciones se opacan mientras se interna en esa cueva de murmullos y sonidos que emulan el final de nuestras dádivas.
Quedando a merced de esa sombra que impune, recorre el mapa de su soma mientras continuos murmullos lo aturden, y otras veces, lo aprisionan.
Quiere gritar y no puede...
De algún modo siente que la bruma lo cobija aún con el terror recorriendo cada fragmento de su dermis.
Y se libera, se entrega a lo que deba darse por cierto cuando una débil melodía resuena sangrante en sus pabellones auditivos.
Entonces, abre con fuerzas sus ojos y observa el reflejo que le devuelve el espejo...
Allá, a lo lejos, un hombre impecable en su porte, acaricia cada tecla con destreza divina a medida que la niebla se disipa.
Aseverando que no es real lo que el pavor solicita, pero a la misma vez, creando más incertidumbres y dudas.
¿Cómo puede ser real escuchar el divino llamado de ese noble pianista si, supuestamente, ahora está en su oficina?
Entonces, exhala suspiros derrotados a medida que desliza sus manos por el níveo y frío mármol, buscando esa sustancia cristalina que puede dar final a lo que sea que le pasa.
Y se empapa... Recubre su trémulo rostro en abundante agua a medida que ingresa un compañero de oficina y consulta que le pasa.
Desorientado, observa para todos lados al darse cuenta que no hay nada. Que todo fue una simple jugarreta de su malsana cabeza.
Y en vez de sentirse aliviado, lo invade una repentina tristeza... ¿Cómo puede ser que en sus adentros, prefiera vivir en tinieblas?
Disociada realidad que no sabe de otra cosa más que buscar entre vivaces, aquella conjetura que es objeto de su afecto.
Y, seguramente, un invento distorsionado de su débil y patético cerebro.
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