XVIII - Querer
Los dos estaban lo suficientemente cómodos estando unidos, el abogado era feliz, por qué a medida que su acompañante lo besaba... le decía que lo quería.
Podía llorar de alegría, se sentía amado por el chico que le atraía.
—Jonathan fui por ti para invitarte a comer, déjame llevarte a un sitio cerca de aquí.
—Y yo vine para poder besarte a ti, no quiero irme.
—No te tienes que ir, me hace feliz tenerte aquí conmigo.
—¿Ya te he dicho qué me gustas? Quiero llenarte de besos, caricias, todo, déjame marcarte el alma para que no te olvides de mí.
—Me gustas también. Y cariño, tú, puedes hacer todo lo que quieras.
«Me tienes...», le susurró en el oído para después besar su mejilla, ése chico merecía todo de él.
Llegó un momento en el que fue algo difícil quitárselo de encima, pero quería prepararle una cosa para comer, el amor no llena el estómago.
Esta era la rutina que deseaba, una vida en la que Jonathan lo despertará todos los días con su voz, y en la tarde comer con él, viendo t.v abrazados, justo como ahora.
Lo quería en su vida de forma permanente, no importaba como fuera.
Lo quería a él.
Se acurrucó un poco más a su lado, esta vez tomando la iniciativa de ser él quién lo besará, mientras mantenía una mano sobre su pecho.
Le gustaba la sensación de sentir su pecho subir y bajar.
Él le correspondía besándolo de vuelta, rodeando con una mano sus hombros y de vez en cuando acariciando su cabello.
El insulso novio de su ex, hoy era suyo.
Desprenderse de él no fue sencillo, incluso creía que se habían pasado de tiempo.
Lo único positivo es que realmente aprovecharon el tiempo libre del contador.
Subieron al auto de nuevo, pero esta vez ambos entrelazaban sus manos cada tanto y existían besos fugaces en los semáforos.
Al final de un rato llegaron al gimnasio, Jonathan no creyó que Michael quisiera despedirse de él con un beso, pero estaba totalmente equivocado, éso fue lo primero que hizo. E inevitablemente el contador tuvo que sonreír en medio del beso.
Spencer abrió la guantera del carro y le entrego el oso que había ganado el día del festival.
—Quería dártelo ese día, sólo que creí que era demasiado pronto.
Lo gane para ti, siempre fue tuyo.
Te quiero, te llamaré en cuanto llegue allá.
—Gracias, te quiero igual, y estaré esperando tú llamada.
—Quédate tranquilo, voy a estar pensando en ti.
—Lo sé, Michael.
Un último beso.
Después el hombre de ojos avellana salió del auto y entro de nuevo a su lugar de trabajo.
Era hora que el abogado se marchara.
En el camino rumbo a la casa de los padres de Sara no pudo evitar recordar la última vez que los vió.
Ellos probablemente habían conocido una versión de la historia muy diferente a lo que sucedió aquella noche, no debían de conocer la verdadera razón por la que terminaron.
Ya habían pasado 6 meses, casi siete, a estas alturas no tenía caso dar explicaciones, el recuerdo de su relación con ella parecía tan lejano.
No podía seguir posponiendo una verdad, no quería vivir así.
Era hora de empezar a decir verdades, deshaciendose del pasado, y volver a renacer.
Debía renunciar al pasado.
Tomó el celular al llegar a su destino, seguido de ello mando un mensaje; «He llegado cariño, te hablaré al salir, no tardaré demasiado», después bloqueó el celular.
Bajo del auto, tomo la caja y se dió prisa para terminar con todo cuánto antes.
Y para su buena suerte el Sr. Adams lo recibió de manera agradable.
—Michael, hijo ¡Qué sorpresa!
—Sr. Adams, aquí molestándolos de vuelta, estuve limpiando mí ático y encontré cosas de Sara, así que vine a traerlas.
—¿Vienes a ver a mi niña?
—No. Sólo vengo de entrada por salida, me esperan en casa y tengo trabajo pendiente.
Un gusto volverlo a ver, que esté bien.
—¿Seguro? Sara esta aquí, vino de visita, ya sabes como es ella.
Ustedes dos sí que siguen conectados.
Un «no» de nuevo, sonrió de forma forzada tratando de safarce del asunto, pero una llamada lo salvo.
Era Jonathan.
—Disculpe.
—Amor ¿Llegaste?
—Sí, cariño. Y ya voy de regreso, espérame un momento.
Puso la llamada en pausa al escuchar la voz de Sara a lo lejos, era inconfundible.
Llevó el teléfono hacía su pecho, miró a su ex suegro y el hombre pareció entenderlo.
—Papá ¿Quién es?
—No es nadie, es el cartero, ya voy enseguida.
El padre de Sara bajo la voz un poco más, observó a Michael de vuelta y le dijo unas palabras.
—Vamos vete antes de que se de cuenta, yo me haré cargo. Y gracias por no guardarle rencor a mi niña.
Mucha suerte, Michael.
—Gracias, cuídese.
Le dió una sonrisa en complicidad y volvió a tomar el móvil; «voy caminando hacía el auto, termine aquí», seguido de ello lanzo un suspiro de alivio.
No sabía por qué pero sentía que se había quitado un gran peso de encima.
A Sara nunca le agrado visitar a sus padres, no entendía el motivo, ellos vivían cerca del mar, y en un tiempo pensó en mudarse a este sitio.
Le gustaba el sonido del agua, la brisa del viento, era un lugar mágico.
Ojalá su ex algún día se parara justo dónde estaba situado y viera la belleza que tenía la casa de sus padres.
No podía quedarse más, entro al auto, encendió la cámara y oprimió la opción de cambiar a videollamada para seguir hablando con Jonathan.
—Prometí que no tardaría, ya voy de regreso a casa.
Jon —dijo suavemente su nombre—, no creí que fueras de ésos chicos.
—¿Qué clase de chico?
—Los que marcan territorio.
—Te juro que creí que ya habías salido de ahí.
Dime ¿Cómo te fue con ella?
—Vi a mi ex suegro, no hable con ella, pero escuché su voz a lo lejos, parece que nos dió por ir al mismo sitio.
E igual, no hay nada que decirnos, por lo que deje sus cosas con su padre, me dí la media vuelta y te llamé.
Cerremos este capítulo cariño, háblame de ti ¿Ya vas de salida?
Iría por ti, pero estoy bastante lejos.
—Sí, además llevo una parte de las rosas conmigo, las otras estarán en mi oficina, así podré pensar en ti todo el tiempo.
«Siempre lo hago».
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