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XVII - Mi Alma

Spencer creía que podía desfallecer en cualquier momento, tenía tanta energía contenida, todos sus sentidos le decían que se dejará llevar, pero tenía miedo.
Detuvo un momento al contador, sujeto su rostro y beso su frente, tenían que parar por ahora.

Los dos sabían que no era el lugar correcto, especialmente Michael no quería meter en problemas a su acompañante, creía que en cualquier momento algún empleado podría entrar.

—¿Nos vamos de aquí?

—Por favor —respondió apenas en un hilo de voz—, que no tenemos mucho tiempo, hoy tengo el día programado sin espacios libres y quiero aprovechar el poco tiempo que tengo disponible a tú lado.

Ambos salieron del lugar, subieron al auto y estaban listos para partir.
El viaje fue silencioso, ninguno quiso romper el ambiente, lo único que sucedía era que Jonathan le daba a Michael pequeñas caricias y de vez en cuando lo besaba en el cuello.
Mientras que el abogado le correspondía acariciando suavemente su pierna en cada parada de semáforo o cuando el tráfico se ponía lento.

El destino elegido, el mismo de anoche, el camino hasta la puerta fue tortuoso, pero cuando entraron a la casa se repitió el ritual de la oficina.
Para esta ocasión Jonathan no quería solamente acariciarlo y llenar de besos su cuello, necesitaba conocer el sabor de los labios de Michael.

Así que los busco, iba a probarlos de una vez por todas. Sin embargo, parecía que el abogado lo estaba evitando.

—¿Qué pasa? ¿No quieres besarme?

—Necesito saber que no hay nadie más en tú vida, dime que solamente soy yo.

—Sólo tú, Michael, nadie más.

—Entonces sí, ven y bésame.

El primer beso fue lo que Michael esperaba, la sensación de plenitud, la electricidad recorriendo su espina dorsal, aquella falta de aliento, Jonathan era lo que llamaba «un todo».

Podía sentir ésa magia y los fuegos artificiales dentro de él.

El hombre de ojos color avellana quería explorar, deseaba tener una vez más la calidez del tacto de la piel del abogado, necesitaba poseerlo de nuevo e ir descendiendo poco a poco.
Sin embargo Michael no quería soltarle, se había enviciado con la textura de sus labios.
Lo único que quería era sentirse amado, aunque fuera con la persona incorrecta.
Conocer por un día lo que era probablemente el amor, la sensación de sentirse enamorado nuevamente de alguien, aunque acabará por hacerle daño.
Valía la pena pagar el precio con tal de probar sus besos, no importaba sí eran prohibidos, e incluso sabiendo que no le pertenencia.

Mañana probablemente serían gritos, decepción, desamor, corazones rotos.
Pero hoy elegiría otra historia, una dónde ninguno de los dos tenían pasado, una en dónde podría amarlo sin resentimientos, ni prejuicios.

Tan sólo esperaba que Jonathan realmente no supiera quién era él, de lo contrario aquello lo destrozaría aún más, no veía una forma en la que saliera bien librado después de contarle el por qué se acercó a él.

Hoy le daría lo que él quisiera, aprovecharía cada momento.
Sabía que no lo sentiría de nuevo encima, no volvería a probar sus besos, ni escuchar ésa melodiosa voz.

Estaba condenado. & no quería ser él, al menos hoy no.

—Debemos hablar ¿No?

—Mañana podremos hacerlo, te diré cosas de mí vida, responderé tus preguntas y me contarás cosas también.

—Me parece bien, pero no quiero que te vayas de aquí sin comer, dime sí te preparo algo, también podemos pedir comida a domicilio.
Yo tengo toda la tarde libre, pero tú no.

—Creí que irías a ver a tú ex.

—Voy a casa de sus padres a dejarle sus pertenencias, sin saco, sin corbata, nada llamativo.
Iré con el olor de tú perfume, con tus besos encima, pensaré en ti en todo el camino y te mandaré mensaje cuando venga de regreso.
Dime cariño ¿Qué piensas de ello?

—Hay que cumplirlo entonces, ven aquí, hagámoslo realidad.

Jonathan lo atrajo hacía el sofá y lo recostó en el, después subió.
Comenzó a besarlo de nuevo, mientras Michael entrelazaba sus dedos dentro de su cabello.
Amaba oírlo suspirar con cada toque, verlo cerrar los ojos cuando lo besaba, el roce de sus manos sobre su espalda, le estaba entregando su corazón.

No tenía forma de dudar de él.

—Te prometo que cuídare de ti, confiaré en cada paso que des, no dudaré, por que creo que en verdad me quieres.
Así que ve tranquilo con los padres de ella, estaré bien.

—Claro que te quiero, me encanta escuchar tú voz por las mañanas, me fascina la sonrisa tan hermosa que tienes y amo de verdad tus ojos, son tan enigmáticos. Indescriptibles, igual que tú.
Eres un todo, aquello que es perfecto, tan dulce, cálido y brillante.
No creo que pueda despertar más sin escucharte o al menos tener la seguridad de que estás del otro lado del auricular.
Tú cariño, eres todo lo que quiero, lo que necesito, no te apartes de mí.

—Michael...

—No, no me digas nada, te lo dije en la nota, estoy bien así, no te sientas presionado.
Es pronto para hablar de ésas cosas y el tiempo se esta acabando, no me perdonaré si te regreso al trabajo sin haber comido algo.

—Lo hablamos mañana con más calma. Te quiero, Michael.

—Y yo a ti, querido. Sólo quiero que sepas que no importa que pase mañana, eres especial, recuérdalo siempre.
Mereces el mundo, no te conformes con menos.

—Estaré esperando por ti, no te atrevas a dejarme plantado.

—Nunca.

Lo abrazo de vuelta y lo beso de forma lenta, quería grabar en su memoria el momento de forma permanente.

A Michael le dolía en el alma dejarlo ir, más cuando finalmente sentía que había tocado el cielo.
Ahora que conocía la sensación de sus besos, el tacto de sus manos, el color de su voz, el sonido de su respiración, no quería perderlo.

Sin embargo, no importaba que sucedería mañana, quería que él fuera feliz.

Y también a Sara su ex... deseaba que también fuera feliz.
“Los dos se merecían mutuamente”, al menos ésa era su percepción.

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