I - Sara ✔️
Sara Adams Levitt, la mujer, aquella a quien había amado con locura, la que lo abandonó por otro. Esa chica perfecta, con la sonrisa magnífica y los ojos enigmáticos, no encontraría a otra como ella.
Michael Spencer estaba mirando su ordenador, viendo una foto de ellos dos, preguntándose qué había sido de ella, teniendo la esperanza de que la aventura que los había separado hubiera finalizado.
Aún recordaba la ruptura.
Esa noche decidió darle una sorpresa. Compró rosas para ella y luego ambos se irían a una cena romántica. El tiempo pasaba y Sara no respondía. El frío se estaba colando entre sus huesos. Era momento de empezar a preocuparse y hacer algunas llamadas.
Fue entonces cuando la vió llegar. Estaba despidiéndose de un chico.
Lo besó, le sonrió, y Michael solamente se quedó estático, sintiéndose un completo extraño.
La vió sonreír y observó con detenimiento sus ojos brillantes, por lo que sintió que el tiempo se detuvo en ese momento.
Su chica estaba con otro.
Tenía varias opciones: ir y golpear al tipo, enojarse, discutir e incluso perder la cordura. Apretó el ramo de rosas contra su pecho, suspiró, dió media vuelta y se fue.
El día siguiente fue particularmente doloroso. No supo cuánto bebió, ni siquiera dónde estaba su teléfono, absolutamente nada. Hasta que este sonó.
Escuchó el sonido particular de cuando ella le llamaba, trató de componerse, aclaró su voz y le habló. Pero recomponerse no le resultó nada sencillo.
—Perdóname, cariño. Me excedí con los tragos, ayer bebí un poco.
—Lo siento también. Ayer me quedé dormida. Lamento no haber respondido tus llamadas.
—Quisiera verte, necesito hablar contigo de algo en particular. ¿Crees que tengas algo de tiempo esta noche?
—Sí, por supuesto. ¡Me muero por verte! Nos vemos hoy a las 08:00 en mi departamento. Me tengo que ir, te amo.
«Yo también», dijo con un susurro. Luego volvió a caer en cuenta de lo sucedido anoche. Entonces miró el piso de su departamento: vidrios rotos, pétalos regados por todas partes, junto con botellas vacías.
Limpió su rostro, fue al baño y se vio en el espejo. Se apoyó en el lavabo, gritó, lloró de nuevo, cuestionándose por qué. Quería entender qué era lo que había sucedido. ¿En qué momento su relación de cuatro años acabó en esto?
A las 07:00 p.m. comenzó a arreglarse. No supo cómo se puso en pie de nuevo, pero tomó el valor de tomar el estuche que contenía el anillo con el que le propondría matrimonio a Sara, su amada novia. Se subió al coche como pudo, compró un ramo de rosas y luego fue directamente al departamento de su novia.
Ella lo recibió con un beso y una sonrisa aparente, pero no era la misma que vio anoche. Incluso comenzó a pensar que quizás nunca había ganado su corazón.
A pesar de todo, la sostuvo entre sus brazos, aspiró su aroma, sabiendo que probablemente sería la última vez que la tendría, aunque desde hace tiempo había dejado de ser suya.
Besó su mano, le entregó el ramo de rosas rojas y la atrajo de nuevo hacia sus brazos. Luego, un sentimiento de amargura inundó su ser.
—Quería que fuéramos a bailar ayer, deseaba tener una noche especial contigo, decirte cuánto te amo y cuán agradecido estoy de que estés conmigo.
Eres la mujer con la que soñé toda mi vida, la que quería formar una familia, tener hijos, casarme.
Quería que fueras la mujer que hiciera realidad todos mis sueños, pero temo que nunca pregunté.
Hoy me doy cuenta de que probablemente yo era el único que tenía estos sueños. Perdóname
—¿Por qué me dices estas cosas?
—Deseo pedirte una última cosa. ¿Bailarías conmigo otra vez? Como cuando nos conocimos, la noche en la que me juré a mí mismo que nunca te dejaría ir. Sabes, querida, te adoro.
Ella le sonrió, puso una pista y bailó con él. A medida que avanzaba la música, él se aferraba más a ella, deseando que todo lo de anoche fuera una pesadilla, deseando proponerle matrimonio y estar juntos para siempre.
—Desde que nos conocemos, siempre te he dicho una cosa, cada vez que tengo la oportunidad.
Dime que sabes de qué hablo, por favor, Sara, mi vida, necesito escucharlo.
«En el fin de las cosas, cuando todo termine...».
—[...] Aunque no estemos juntos, tú puedes llamarme.
—“No importa dónde esté, ni con quién esté, puedes llamarme, siempre que me necesites, yo iré por ti”. Es algo que te voy a cumplir, puedes contar conmigo.
—Michael...
La abrazó de nuevo, besó su frente, tomó su rostro y luego se separó de ella, incapaz de contener las lágrimas. Tomó las manos de ella y le entregó el estuche, luego puso sus propias manos encima.
—Te vi anoche, con él.
—Quería decírtelo —confesó—, solo que no sabía por dónde empezar o cómo explicarte.
Ella lloró, él se quedó estático de nuevo.
—Solamente quiero saber ¿Cuándo empezó todo esto? ¿Cómo se llama? ¿Dónde lo conociste? Y sobre todo, ¿Por qué? Es lo que más me ha torturado desde anoche, entenderlo, replantearme qué demonios hice mal para que me engañaras.
—Hace tres meses, Jonathan, en el gimnasio, y el resto no lo sé.
—¿Lo amas?
—Michael, es suficiente.
El silencio reinó en la habitación, él lanzó un suspiro.
—Ya se acabó, pero por favor, necesito saber, necesito entenderlo.
—Sí.
—¿Por qué? Quiero que me digas qué hay de malo conmigo —dijo con la voz quebrada—, dime qué hice mal durante estos años. Yo solo deseo entenderte, por favor dime. Sara, no te estoy pidiendo que te quedes atrapada conmigo, no quiero estar contigo si no me amas, tampoco voy a obligarte a estar a mi lado. Jamás haría algo como eso. Solamente te pido una razón, un motivo, para cerrar de una vez por todas esta situación y no estarme preguntando todos los días lo que pude haber hecho mal.
—Rutinario, demasiado perfecto, que hasta parece mentira. No hay emoción y somos aburridos juntos.
Él cerró los ojos, sabiendo que Sara le había dicho lo primero que se le vino a la mente.
Sonrió con amargura y se dispuso a marcharse. La observó una última vez, se veía tan pequeña, tan frágil. Sara, su vida entera, estaba llorando frente a él y no podía hacer nada.
No supo de dónde sacó valor para contenerse, no tenía ni idea. Lo único que sabía era que esa mujer frente a él lo había hecho ser el hombre más feliz de la tierra y, al mismo tiempo, el más desdichado.
Un último beso en la frente, un último abrazo. Esa fue la última vez que sentiría su calidez.
Traspasó el umbral de la puerta, dejando a Sara detrás.
Ella lo alcanzó con lágrimas en los ojos, sosteniendo el estuche que contenía el anillo y se lo entregó.
—Michael, esto es tuyo. Perdón.
—Lo compré para ti, está hecho a tu medida. No creo que alguien más encaje en él. Puedes venderlo, Sara.
—Te quiero, Michael.
Esa fue la última vez que la vio.
Y que escuchó su voz.
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