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⭐Capítulo 10⭐

El pequeño hotel de las delicias

Desde la última vez que habían tenido aquella conversación sobre la temporada de verano y que ella no sabía qué iba a hacer después, que posiblemente regresaría a su país, habían pasado tres meses y medio.

La apertura del hotel había sido un éxito, aquel fin de semana romántico tuvo miles de parejas disfrutando de las instalaciones, las comidas y los paisajes que le ofrecía tanto el establecimiento como el centro de la ciudad y sus alrededores.

Los huéspedes estaban muy contentos y satisfechos con la atención que habían recibido, y Estrella le ofreció a cada pareja dejar un mensaje en el libro del hotel que estaba en la entrada de la recepción, tanto de sugerencia para mejorar como lo que habían experimentado en aquel fin de semana.

Aquella noche, los padres y nonnos de Valerio habían llegado al hotel para cenar con él en el jardín de invierno que daba en la parte trasera con vistas a una pequeña parte del océano y matas con flores que habían abierto sus pétalos para recibir la primavera desde hacía unas semanas atrás. El jardín externo tenía farolitos colgantes y el techo del invernadero colgaban lucecitas tenues para hacer más agradable el lugar. Sobre la mesa había tres pequeños buqués de flores con velas individuales encendidas y la vajilla completa estaba puesta como así también el lindo mantel de color verde claro.

—Qué linda está la mesa —dijo contenta Estrella—, ¿suelen venir a cenar con vos?

—De vez en cuando sí —le mintió un poquito.

Era al revés, él era quien hasta el año anterior visitaba a sus abuelos y a sus padres en el hotel. Y, aquella noche iba a ser la primera vez que se cambiarían los roles, y Valerio ya le había advertido a su familia que no tocaran el tema del dueño del lugar porque su empleada no sabía nada del asunto.

—Qué lástima que no viene tu amigo, por lo menos para que vea cómo de lindo está su hotel y que pruebe también las delicias que cocinas —sonrió feliz y lo miró levantando la cabeza hacia él.

—Otra vez será —admitió—, incluso creo que es mejor que no venga, así no tengo competencia —rio, confesando algo que había tenido casi atorado desde que la vio por primera vez dentro del avión.

Estrella quedó muy sorprendida ante su sinceridad, no había sido una declaración directa, pero estaba bastante segura de saber que Valerio gustaba de ella, porque de otra manera no habría dicho lo que le acababa de escuchar de su propia boca.

—Voy a darme una ducha y a vestirme decente —fue lo único que le dijo y giró en sus talones para salir del invernadero y cruzar el tramo al aire libre que conectaba el recinto con el pasillo de las habitaciones.

Aún dentro del jardín de invierno, Valerio se auto insultaba por ser un imbécil en no decirle la verdad y declararle lo primordial, que gustaba de ella.

Estrella con pasos ligeros llegó a la puerta de su cuarto y cuando la abrió recargó la espalda en esta. Trató de respirar con normalidad, pero su corazón iba desbocado por lo que su amigo, porque lo consideraba como tal, le había dicho algo que no esperaba escuchar de él y lo peor era el contrato. Tenía grabado en la memoria la cláusula que para ella era fundamental y la base para mantener el empleo, no confraternizar entre empleados y Valerio se lo estaba poniendo muy difícil.

Con un suspiro, comenzó a desvestirse para entrar al baño y darse una ducha. No le llevó mucho tiempo en donde pronto se secó y se puso la bata de toalla para ir al cuarto y llamar a su mamá.

—Hola, mami.

—Hola, Estrellita. ¿Cómo estás? —le preguntó escuchando a su hija con la voz un poco rara.

Desde hacía meses la relación era buena entre las dos, habían limado las asperezas y Catalina entendió que su hija tenía que hacer su vida lo mejor que podía, apoyándola cuando debía de hacerlo y dándole los consejos que necesitara, aunque en el fondo la extrañaba y no podía evitar sentirse triste al no tenerla cerca de ella.

—Todo bien, mamá, ¿y ustedes?

—Bien, estamos bien.

—¿Les va bien con la plata que les mandó o necesitan más?

—No, estamos bien con lo que nos das, no te preocupes, con los trabajos de tu papá vamos bien, de a poco repuntando.

—Me alegro. En un rato vienen los familiares de Valerio a cenar en el hotel, es la primera vez que me van a conocer, aunque su abuela ya me conoce.

—¿Y cómo te sentís?

—¿A qué te referís con eso? —Frunció el ceño ante su pregunta un tanto extraña.

—Estrella, conozco tus tonos de voz, Valerio te gusta, ¿no? —lo afirmó.

La argentina cerró los ojos ante la confesión de su madre y luego volvió a abrirlos.

—Sí, pero se me está prohibido confraternizar con algún empleado, el contrato que firmé así lo dice.

—Madre mía —dijo sorprendida—. ¿A quién se le ocurre semejante pelotudez? Dejemos de lado una universidad, ¿pero un hotel?

—Al pelotudo del dueño se le ocurrió por miedo a que los empleados no hagan bien su trabajo o que lo terminen descuidando, no sé, pero me parece una pavada la verdad —emitió exasperada.

—¿Y lo conoces?

—No, anda de incógnito siempre.

—¿Nunca lo viste? —formuló sumamente intrigada su madre.

—No, nunca. Valerio habla con él, pero yo jamás hablé con él.

—¿Y no tenés un teléfono como para llamarlo? Digo —hizo una pausa y pensando—, es un poco raro que hayas firmado el contrato, el dueño no te vio, pero confía en su amigo, aunque confíe, un dueño siempre se da una vuelta por el lugar.

—Ahora que lo decís, voy a fijarme en el contrato, creo que había un número.

—Fijate y ya me contarás, te dejo, así te preparás tranquila por si necesitas arreglarte, que seguro que allá es de noche.

—Sí, son casi las nueve y creo que venían a las nueve y media.

—Entonces, nos hablamos mañana. Te mandamos un beso grande.

—Gracias, mamá. Otro beso grande para ustedes, buenas tardes.

—Buenas noches.

Apenas la chica cortó la llamada y dejó el celular sobre la mesita de luz, buscó el contrato que tenía dentro del cajón y lo revisó dando con el número de celular. De inmediato marcó los números en el teclado digital y una voz masculina la recibió de la otra línea. Era idéntica a la del chef y tragando saliva con dificultad, habló:

—¿Valerio?

La llamada se había cortado y ella abrió los ojos con desmesura mirando la pantalla y sintiéndose la chica más tonta del planeta. Los nervios pudieron con ella durante varios minutos, pero trató de calmarse lo más que pudo y vestirse para la cena. Estaba enojada, decepcionada y desilusionada también, no podía creer que Valerio le había mentido todo aquel tiempo que habían pasado juntos.

«¿Quién era realmente?», pensó Estrella.

Tenía claro una sola cosa, Valerio era el verdadero dueño del hotel.

Una vez que se miró al espejo de cuerpo entero, decidió salir del dormitorio para encararlo dentro de la cocina de ser posible, no quería esperar tanto tiempo.

Casi a las corridas fue al lugar y cuando llegó a la puerta intentó normalizar la respiración y arreglarse el vestido corto que había decidido ponerse para la ocasión. Ni siquiera golpeó la puerta, la abrió y pasó al interior.

Viéndolo de espaldas con un saco negro al cuerpo, confirmaba más lo que Estrella dudaba al haberse hablado por teléfono con el supuesto dueño. Un golpe de tacón contra el piso se escuchó para oír varios más hasta quedarse ella casi frente a él. Estaba con corbata también y a la chica le embargó una bronca terrible.

—Le queda mejor la corbata que la chaqueta de chef, señor Crovetti —lo escupió de tal forma que él de inmediato clavó los ojos en ella.

Valerio vio la expresión de decepción en la cara de Estrella, mantenía la boca apretada por miedo a decirle algo más.

—No sé si hacerle una reverencia o partirle la cara. ¿Quién mierda es Giuliano? —la pregunta sonó colérica y él la ignoró dándose la vuelta para terminar de poner un plato limpio dentro de la alacena.

Pero Estrella se puso frente a él y lo sujetó de la corbata haciendo que el plato cayera al piso.

—¿Me va a contestar o no? —Lo fulminó con la mirada.

Necesitaba explicaciones y cuanto antes mejor porque iba a comenzar a pensar cualquier otra cosa de él.

—Deja de tratarme con formalidad, te lo pido por favor, para ti soy Valerio.

—Para mí vos sos... —Su respiración era pesada por el enojo que tenía encima—, sos un pelotudo —largó con bronca—, que me estuvo mintiendo todo este tiempo.

—No te mentí porque quise, tuve mis razones.

—Habla porque te estoy teniendo en una mala consideración, porque ante mis ojos seguís siendo un mentiroso que prefirió ocultarme que en verdad es el dueño del hotel por miedo a que me aproveche de la situación o, mejor dicho, de su posición en el lugar —dijo con sarcasmo.

—No es como piensas —negó con la cabeza—, tengo razones personales para no haberte dicho la verdad, no ha sido nunca por ti... Y Giuliano, no existe —le respondió tratando de tocarle el brazo para que se calmara.

Voces se escucharon fuera de la cocina sin que los dos se dieran cuenta, estaban tan metidos en su discusión que no escucharon tampoco que las voces estaban cada vez más cerca de la puerta y las dos mujeres los encontraron en una situación rara cuando abrieron la puerta. Estrella y Valerio estaban frente a frente, ella sujetándole la corbata aún y él teniendo su mano en el brazo femenino.

Su nonna carraspeó y ellos miraron en dirección a la voz. Quedaron incómodos y se soltaron de inmediato.

—Buenas noches, por la situación, está claro que hay algo que quieren contarnos, ¿verdad? —sugirió la mujer de edad avanzada.

—Hola, señoras, buenas noches, se nos rompió un plato —acotó la chica arrodillándose para juntar la cerámica rota.

—Vamos afuera —comentó Valerio sacando a ambas de allí.

—A mí no me engañas, jovencito —manifestó su nonna mirándolo a los ojos.

—Se enteró quien es el dueño. —Confesó y la madre de Valerio vio lágrimas en los ojos de su hijo.

—Val... —su madre le acarició la mejilla—, y no se lo tomó nada bien, ¿no?

—Se lo dije hace tres meses atrás que debía decírselo, pero parece que no quiso hacerme caso —contestó su abuela.

Nonna, no es nada fácil, asumir una responsabilidad como la de manejar un hotel está fuera de mis manos.

—¿Y te crees que el mundo se hizo en un día? —cuestionó dándole a entender las cosas.

—Por lo que tenía entendido el fin de semana del día de los enamorados fue muy bien —anunció su madre.

—De tan bien que tuvimos que agregar dos días más al paquete que habíamos diseñado.

—¿Y después no llegaron clientes de manera esporádica hasta la semana pasada? —reanudó la pregunta su nonna.

—Sí.

—Entonces, ¿de qué te quejas, hijo? —Frunció las cejas—. Eres inteligente, no necesitas estar solamente en la cocina, puedes administrar el hotel sin problemas y mostrarle esa cara de buenmozo que tienes al mundo. No le debes explicaciones a nadie Valerio, solo a ese encanto —admitió la señora con una sonrisa—. A menos que quieras que le deje el hotel a tu tío. Que —hizo una pausa—, justamente ese sinvergüenza hoy me llamó para decirme que aún seguía en Tropea —se quejó—, es raro que todavía no se presentó por aquí o nos vino a visitar.

—No pienso dárselo a él —sonó molesto.

—No te ahogues en un vaso de agua, Val —le dijo su madre con cariño y una sonrisa.

Valerio simplemente asintió con la cabeza y les comentó se fueran a sentarse en el invernadero porque allí era donde iban a cenar. Él por su parte entró a la cocina y no vio a Estrella. La única dirección que tenía aquella segunda puerta iba directo al pequeño jardín con sombrillas y sillas donde se encontraba la piscina.

La encontró con los brazos puestos en la baranda de vidrio y mirando hacia el mar.

—Te estamos esperando para cenar —expresó detrás de ella sin acercarse.

No le respondió, se giró en sus talones, caminó para entrar de nuevo en el hotel y él la siguió por detrás como si fuese su escolta.

Para cuando estuvieron todos en el jardín de invierno, la chica se presentó frente a la familia de Valerio porque era la primera vez que se veían, cayó su tío también sin ser invitado a la reunión.

—¿Cómo está tanto tiempo mi querida familia? —su pregunta fue con sorna y todos se quedaron callados—. ¿Había reunión y nadie me avisó? Qué mal.

—No vamos a tener la cena en paz —murmuró la anciana sentándose con ayuda de Estrella en una de las cabeceras de la mesa.

Trataron de ignorar sus comentarios malintencionados y tanto Valerio como la argentina fueron sirviendo los platos, luego el italiano dejó una fuente con tapa en el centro de la mesa para que se sirvieran.

—Sobrino, tú siempre tan servicial y dándole el toque decorativo a los platos.

Valerio ni siquiera le respondió. Estaba en el medio, entre su tío y la chica, porque su nonna había decidido tenerla a su lado.

—¿Y quién es la señorita? No recuerdo haberla visto antes —se adelantó para mirarle el perfil.

El italiano puso los codos sobre la mesa uniendo las manos para que no tenga tanta visión de ella.

—Soy la recepcionista y la encargada del marketing del hotel.

—Una joyita —emitió chasqueando la lengua.

—Se te va a enfriar la comida, tío —giró la cabeza para mirarlo a los ojos con frialdad.

—Ya veo por qué no le dieron el hotel —susurró Estrella.

La madre de Valerio, Emma, observó a la joven y luego miró a su hermano y le habló también.

—Es mejor que cenes y te vayas, o te quedes en alguna de las habitaciones, pero no molestes, por favor.

—Sí, hermana, tú siempre intentando calmar las aguas. Solo vine para saber cómo estaban y claro, para saber si mi sobrino me va a ceder el hotel —metió un poco de comida en su boca y masticó mientras lo miraba con recelo.

—Creo que esta conversación no me corresponde escucharla —acotó Estrella intentando ponerse de pie, pero Innocenza, la nonna del dueño le sujetó la mano para que no se fuera de ahí.

—No tienes porqué irte. Mi hijo cerrará la boca —contestó poniendo los ojos en él llamándole la atención como si fuese un crío—, porque nadie le cederá nada. Los papeles ya se firmaron, Ettore, no te corresponde nada, solo una cuarta parte de nuestra fortuna. La misma que le corresponde a tu hermana. El resto es para nuestro nieto. No eres hombre para cargar con una responsabilidad tan grande como la de este hotel, a tu padre y a mí nos lo dejaste claro desde hace años cuando lapidaste lo que te dimos de dinero para que compraras un lindo velero y se te ocurrió irte a gastarlo en fiestas poco decentes —su voz denotaba frustración.

Ettore quiso cavar un pozo y meter la cabeza, donde nadie lo viera. Era verdad, su madre tenía toda la razón, era un irresponsable y le gustaba gastarse el dinero.

La cena transcurrió lo más normal posible a pesar de las contestaciones poco agradables entre la familia.

Poco tiempo después, hicieron unos minutos de sobremesa mientras bebían café y té junto con algunas masitas, los padres de Valerio y su nonna, conversaban con Estrella ya que habían quedado encantados con la señorita.

Más tarde, la familia Crovetti decidió retirarse del hotel, aunque el primero que se había ido de mala gana y avisando que no lo verían más porque prefería seguir disfrutando de la buena vida había sido Ettore. El coche se alejó cuesta abajo y quedaron a solas.

—Buenas noches —le emitió tajante y girándose en sus talones para entrar y dirigirse hacia su cuarto.

Todavía continuaba ardida y decepcionada por cómo había actuado Valerio frente a ella durante todo aquel tiempo, y ante aquella mentira, prefería irse de ahí sin trabajar en la temporada de verano que estaba a días de comenzar y que el hotel ya tenía más de la mitad de las habitaciones sin disponibilidad.

Valerio aprovechó en seguirle los pasos a la chica porque quería explicarle la razón personal por la cual había tenido que mentirle.

Abrió la puerta no sin antes golpear esta y cuando no obtuvo una respuesta, empujó despacio para no incomodarla si se encontraba semi desnuda, pero la vio aún vestida y mirando hacia la ventana que daba a los pies de la cama. Entró cerrando la puerta a sus espaldas.

—Estrella... —la llamó acercándose a ella.

—Te dije buenas noches antes —manifestó molesta y mirándolo—, ¿qué parte de esas dos palabras no entendiste? —volvió a hablarle—. No quiero que me expliques, me siento una estúpida.

—No es lo que estás pensando —unió las cejas con preocupación estando frente a ella.

—¿Y qué crees que pienso? —cuestionó enojada—, no era manera de mentirme así, ¿qué te creías que era? ¿Si me decías quien eras iba a cambiar algo? ¿O me iba a aprovechar porque sos importante? ¿O creíste que era una trepadora y por miedo nunca me dijiste quien eras en verdad? —Tragó saliva con dificultad y sintió los ojos con lágrimas de la impotencia que estaba teniendo en aquel momento.

—No, no es como piensas —dijo desesperado—, por favor, tienes que creerme, Estrella.

—Te jodes ahora —apretó los dientes—. Me siento una pelotuda.

La argentina lo evadió y se sentó en el borde de la cama para sacarse las sandalias.

—No te lo dije porque no quería vincularme del todo con el hotel y con lo que implicaba tener una de las joyas más preciadas de mis nonnos —le habló mirando el paisaje que se veía por la ventana—, no quería hacerme cargo, solo quería ser chef sin tanta responsabilidad.

—Lo siento, pero no te quiero escuchar. Me mentiste todo este tiempo —dijo con la voz trémula—. Ni siquiera sé quién sos —se quejó sacándose las lágrimas de las mejillas.

—Valerio Crovetti. Ese es mi verdadero nombre, no te mentí con mi nombre.

—Ya dejame tranquila —respondió molesta—, no quiero hablar, me mentiste en la cara, cuando yo siempre fui sincera con vos, te conté todas las cosas que me pasaron cuando estuve trabajando en el bar, te conté de mis papás, de mí y vos nunca fuiste capaz de decirme que eras el dueño de esto —se levantó de la cama y quedaron frente a frente sin darse cuenta los dos—, ¿creíste que me iba a deslumbrar tanta pomposidad si me decías que eras el dueño? Pienso que me consideras una interesada por no contarme la verdad.

—No, eso nunca pensé de ti. Jamás se me cruzó por la cabeza pensar algo así de ti —insistió desesperado—, lo hice por mí, porque no quería tanta exposición. Porque no estoy acostumbrado a la exposición, siempre estuve en la cocina porque es ahí donde me siento cómodo, pero cuando mis nonnos me regalaron el hotel, intenté que no se supiera casi nada de mí.

—Y ahí apareció tu amigo Giuliano —escupió con bronca—. Y la tonta de Estrella se lo creyó todo porque terminó confiando en el hombre amable que le contaba las cosas porque pensaba que eran verdad, y porque... —frenó en seco y se dio cuenta que iba a hablar de más—, es mejor que te vayas a dormir, como te dije antes, la corbata le queda mejor que el uniforme de chef —respondió un poco ardida de nuevo y con formalidad.

A Valerio fue como si le hubieran encendido la mecha y quedó con los puños apretados a los costados de su cuerpo y su mandíbula tensada también.

La chica se dio media vuelta y caminó hasta la cómoda para sacar el camisón mientras sentía los ojos llenos de lágrimas. Valerio se mantuvo quieto y sin tener intenciones de salir de su cuarto, todo lo que tenía pensado decirle se lo iba a decir esa misma noche y de no creerle del todo, le arrebataría besos para que se derritiera en sus brazos.

Una cosa tenía bien claro y era que no quería ser tratado con formalidad y con respeto, quería que conociera al hombre y no al sello del apellido.

Estrella cuando salió del baño creyó que se había ido, pero estuvo equivocada, todavía estaba dentro del dormitorio y sintió que el interior se había reducido más de lo normal. En la penumbra era intimidante y alto, esbelto, pero bien proporcionado.

—Hay algo que es verdad y nunca te dije.

—Ya empezamos de nuevo —revoleó los ojos—. No quiero hablar, no te quiero escuchar tampoco —su modo de hablarle lo estaba cabreando.

—Me gustaste desde hace meses.

—Bravo por la confesión —dio palmaditas en tono de burla—, no se puede confraternizar, señor Crovatti, su amigo lo dejó claro, ¿o no se acuerda de lo que decía la letra chica? —inquirió con ironía en su voz volviendo a tratarlo con formalidad—. Ah, es cierto, su amigo es imaginario —continuó con la ironía.

—Quiero que me faltes el respeto —declaró y ella arqueó una ceja sin entenderlo del todo.

No sabía qué hacer y atinó a darle un sopapo.

—¿Te pareció bien esa falta de respeto? —formuló mordaz.

—Es un avance —admitió y la vio desarmar la cama.

Valerio supo que aquel momento era el indicado para contarle aquella razón personal del porqué no quería ser el dueño.

—Empecé como chef desde bastante joven, se me daba bien la cocina, fui a un instituto, me gradué y empecé a trabajar, pero mis nonnos siempre me decían que tenía que hacerme cargo del hotel, su intención siempre fue regalármelo y no dárselo a su otro hijo porque sabían que iba a tener otro fin el lugar, ya pudiste ver con tus propios ojos cómo es —confesó, pero ella siguió con sus cosas y él siguió hablando—. El año pasado me lo cedieron por completo, con papeles firmados, soy el único dueño del establecimiento por decisión de mis nonnos, incluyendo una casa antigua en Positano. Mi tío quiere este hotel para venderlo y tener el dinero para gastarlo en vicios. Yo siempre preferí estar en el lugar donde no había exposición, donde nadie me prestaba atención, no me gusta ser el centro de atención, no me gusta que se dirijan a mí con formalidad y respeto, no me considero un hombre importante, pero... —hizo una pausa y luego continuó contándole su razón de la mentira— obteniendo esto, me fue imposible mantener la mentira, sino era por mi descuido de poner el número personal en el contrato, te ibas a enterar por mi tío esta noche, por eso inventé a Giuliano, porque quería evadir el papel del dueño del hotel, algo que no reniego, pero que no me gusta del todo porque no quería que me vieras como el hombre de un apellido importante, sino como Valerio a secas, el hombre —expresó con total honestidad en su voz y el silencio reinó en aquella habitación.

Estrella luego de escuchar todo, suspiró con resignación.

—Tenías que decirmelo y no guardartelo.

—Lo sé.

—Lo que hizo estuvo mal, señor Crovetti, me siento usada.

—Me llamas por mi nombre, te diriges a mí con informalidad y después vuelves a tratarme de usted en algunas ocasiones. No te entiendo —negó con la cabeza y frunciendo el ceño.

—No puedo dirigirme a usted de otra manera, es el dueño del hotel, ya es diferente, la cosa cambió y peor sabiendo que el contrato dice claramente que no se pueden tener relaciones sentimentales entre los empleados, usted mismo lo pensó —le dejó saber la trastada que se había mandado cuando se giró para enfrentarlo.

—Sí... mañana mismo rompo ese contrato de mierda —replicó con sinceridad y acercándose a ella con decisión.

La tomó de la nuca y se inclinó para besarle los labios.

—La chispa se intensificó más desde que llegaste al hotel —respondió contra sus labios y volvió a besarla teniéndola sujeta de las mejillas.

Se separaron y ella lo miró a los ojos.

—Si rompes el contrato ya no tengo manera de tener el sueldo o de conseguir algo rápido, esto no nos va a durar siempre, Valerio.

—¿Por qué crees que no? —cuestionó tocándole el pelo.

—No sé, pero acá no tengo nada seguro.

—Estrella —le acarició de nuevo las mejillas e hizo que lo mirara—, yo soy tu puerto seguro —le confesó con honestidad y la besó una vez más.

—No digas pavadas —le respondió entre un beso y otro—. Ni siquiera un año nos conocemos.

—¿No sentiste esa conexión que tuvimos dentro del avión y que duró en todo momento cada vez que nos veíamos? —se lo declaró una vez más.

—Lo nuestro es fugaz, si se puede llamar nuestro.

—Una conexión tan grande como la que tuvimos cuando cruzamos nuestras miradas no puede ser fugaz, Estrella. Me niego a que sea así.

Ante las sinceras palabras de Valerio, ella no pudo objetarle nada y todo lo que sucedió a continuación fue porque los dos lo querían. Desde el momento en que habían vuelto a unir sus bocas el deseo pudo más que la razón y el cariño mutuo que se tenían había podido más que la lógica. Si la lógica y la razón serían parte de los amores, nadie amaría con tanta intensidad.

Habían pasado dos horas y algo más de lo que hicieron con tanta pasión y todavía se sentían extenuados, satisfechos y suspirando. Valerio le acariciaba la espalda desnuda mientras la contemplaba en la penumbra del dormitorio, lo había vuelto loco aquel día en el avión y lo fue volviendo loco un poco más cuando aceptó trabajar junto a él en el hotel y esa noche la locura tenía nombre de mujer: Estrella.

—Mi nonna era cocinera de este hotel y mi nonno el dueño... Y si bien el puesto no es igual al tuyo, ella era una jovencita que buscaba trabajo también y a pesar de las posiciones sociales, se gustaron, se amaron y se casaron, para algunos no fue bien visto, pero a mis nonnos no les importó nada, y estoy hablando de una época en donde pisaba más fuerte una clase social que otra, ante esto, ¿no te parece que piensas de manera errónea? —Intentó hacerla entrar en razones—, estamos en una época moderna, donde lo que piensas sobre las clases sociales que no deben mezclarse es como si fuese un chiste.

—No es lo que yo pienso, es lo que podrían llegar a pensar los demás, no conozco esta ciudad y su gente.

—En cualquier país hay gente así, no vas a poder conformar a todos.

El italiano la abrazó por la cintura tapándola con la sábana y atrayéndola hacia su cuerpo para depositarle un beso en el hombro y otro en la sien.

—Gracias por esta noche —habló otra vez Valerio.

Se quedaron dormidos, ambos boca abajo y sintiendo la respiración acompasada del otro. Por la mañana siguiente se despertó primero Valerio, quien preparó el desayuno para ella y para él, y lo llevó a la cama.

La despertó por su nombre y le dio un beso en los labios. Estrella fue abriendo los ojos y enfocó la vista para verlo. Parecía recién duchado, pero solo por el pelo que estaba mojado y bien acomodado.

—Buenos días, Estrellita —su voz sonó como si estuviera diciendo dos veces la i latina en vez de la doble ele o en todo caso la sh y le resultó muy simpático al oído.

—Buen día, Val —sonrió sentándose en la cama y tapándose el cuerpo—. ¿Te bañaste? Estás tan prolijo que lo parece. Vos tan prolijo y yo tan espantapájaros.

Él se echó a reír sosteniendo la bandeja y ella se tiró en la cama tapándose hasta la nariz.

—No, solo me acomodé un poco el pelo, ni siquiera me lavé los dientes —rio y le entregó una taza de moca en sus manos cuando dejó la bandeja sobre el colchón—. Y no me lo pareces, estás linda, es normal que estés así, a mí no me molesta.

Entre charlas banales y otras un poco más importantes, como por ejemplo qué esperaba cada uno de ahí en adelante, Valerio tuvo el error de decirle algo que tuvo que habérselo quedado para él solo.

—El día en que conociste a mi nonna, ella y yo tuvimos una charla, principalmente me regañaba por mentirte y no decirte la verdad, y cuando me preguntó si tú no me perdonabas y seguías enojada qué iba a hacer, le dije que te despedía —admitió con franqueza.

—¿Y ahora? ¿Todavía pensás despedirme? —preguntó y al levantar el italiano la cabeza y mirarla supo que estaba sorprendida, y un poco decepcionada.

—No, fue una estupidez de mi parte decirle eso —bebió un sorbo de su ristretto—. Normal que te enojaras, era con justa razón y hubiera sido desubicado de mi parte despedirte cuando sabía que necesitabas el trabajo.

—Me habría enojado y decepcionado porque en ese punto, si pasaba, no estabas separando las cosas, pero sé que el dueño puede hacer lo que quiera.

—El asunto es que en ningún momento me sentí el dueño, era y sigue siendo como administrarle el hotel a alguien más, y sinceramente me gusta, a pesar de lo que renegaba, me gusta.

—Te gustara o no, ibas a tener que hacerte cargo de esto.

—Lo tengo claro ahora —respondió y continuaron desayunando.

Cuando terminaron de comer, Valerio se metió de nuevo en la cama y volvió a hacerle el amor, esta vez sin luces apagadas, con la iluminación que traspasaba las ventanas se miraron al detalle y exploraron cada centímetro de la piel del otro.

Al culminar, él salió de la cama para buscar el contrato que ella guardaba dentro de la cómoda cuando el italiano le preguntó dónde se encontraban los papeles, por la respuesta que le había dado, lo rompió en cuatro pedazos de la misma manera que había hecho antes con el contrato original que él tenía.


☆ ☆ ☆


Dos días después, la pareja aún seguía organizando los últimos detalles del hotel para la próxima apertura de la temporada de verano, donde según las noticias iban a tener casi un número récord de turistas ese año en toda Italia, pero a pesar de lo bien que le estaba yendo a Estrella con Valerio, no solo en la relación entre ambos sino desde que se habían conocido, algo la inquietaba aún. El no poder sentirse la pareja del dueño, los contratos estaban rotos, él le había dicho que gustaba de ella, pero todo podía esfumarse de un día para el otro y ella no obtendría nada, y ante aquella conclusión, no tenía el puerto seguro como se lo confesó Valerio la primera noche que durmieron juntos.

Mientras él estaba hablando con algunos de los empleados que estaban realizando su trabajo, aprovechó en comprar un pasaje de regreso a Buenos Aires, siempre estando atenta desde el ventanal que Val no entrara en la recepción, imprimió el boleto de avión y se lo guardó en el bolsillo del blazer que llevaba puesto. Tenía un vuelo para mañana.

Sin avisarle, caminó hacia el dormitorio y de a poco fue guardando en la maleta las prendas y sus productos personales, dejando algunas cosas a la vista para que no sospechara. Cuando la cerró, la escondió debajo de la cama.

Durante la noche de ese mismo día, Estrella trató de actuar lo más natural posible con él, cenaron en el jardín de invierno mientras conversaban y luego se fueron a dormir.

Alrededor de las dos de la madrugada, el italiano se estiró y se despertó de repente cuando comprobó que estaba solo en la cama y no había ruido en el baño, salió de la cama en ropa interior caminando por el pasillo hasta llegar a la recepción donde no la encontró allí tampoco. Buscó cada rincón y volvió al dormitorio, abrió los cajones de la cómoda dándose cuenta de que se había ido.

Le embargó la desesperación inmediata, se vistió lo más rápido que pudo poniéndose la camisa en el camino y abrochándosela. Antes de meterse en el auto se abrochó la cremallera y el botón del pantalón, entró al vehículo, encendió el motor y mientras conducía fue llamándola, no le contestaba y se cabreó más.

El único lugar donde sabía que iba a estar era en el aeropuerto de Lamezia Terme, el más cerca de Tropea y manejó hasta allí. Solo esperaba que no fuese tarde para alcanzarla.


☆ ☆ ☆


Aeropuerto internacional de Lamezia Terme

Estrella estaba esperando por su vuelo desde la una de la madrugada, sentada con un bolso de mano mientras había despachado su valija en el otro avión, no les había avisado a sus papás que llegaría por la tarde a Buenos Aires.

Decidió aquel horario de vuelo porque creyó que era lo mejor, sin que Valerio se diera cuenta, porque estaba segura de que viajando muy de noche él no iba a enterarse de nada y no iría a buscarla.

Cuando su vuelo se anunció para ser embarcado, todos los pasajeros fueron mostrando su pasaje y pasando por diferentes detectores antes de abordar el avión.

Cada persona iba acomodándose en sus asientos y poniendo bolsos y pequeñas maletas en los baúles individuales arriba de los asientos, ella dejó su bolso entre medio de sus pies.

La puerta de abordaje se cerró en menos de cuarenta minutos, y ella aprovechó en pasarse en el asiento de al lado para ver por la ventanilla, dejando el bolso en el asiento que había ocupado antes.

Quitaron la manga y el avión carreteó hacía la pista de despegue y aterrizaje. Antes de que el capitán y el comisario de abordo recibieran la autorización desde la torre de control para volar, en el aeropuerto estaba Valerio hablando con una de las empleadas de venta de pasajes, preguntándole por algún vuelo que estaba por salir hacia Buenos Aires.

—En estos momentos hay un solo avión que se encuentra en la pista a punto de despegar, ya tiene la autorización de la torre de control.

—Necesito que le digan al capitán que demore el vuelo, por favor.

—No podemos realizar ese pedido, señor.

—Se lo suplico, por favor, la chica que se encuentra en ese avión es el amor de mi vida, no puedo dejar que se vaya —le dijo con desesperación.

—Señor... es algo que no se puede hacer —lo miró con atención—, pero que no es tan imposible de realizar. Aguarde un segundo.

Se comunicó con otra persona para que pudiera avisarle a alguien de la torre de control para que demorara el despegue.

—Me están avisando desde la torre de control que no pueden demorar más tiempo el vuelo porque debe llegar a horario a la ciudad de Buenos Aires.

La mujer lo miró y Valerio sacó de su billetera una tarjeta del hotel.

—Dígales que les regalo un fin de semana en El pequeño hotel de las delicias a los que se encuentran en la torre de control, al capitán y comisario de abordo, a las azafatas del vuelo y a usted —le dejó la tarjeta sobre el mostrador—, en el momento que quieran, ese fin de semana les incluirá las cenas gratis también, pero por favor, demoren el vuelo para yo ir a buscarla.

—El lugar de la pista de aterrizaje está vallado y tiene seguridad.

—Que la torre de control le avise a los de seguridad para que me habiliten el acceso, por favor. Dígales que ellos también tienen un fin de semana gratis y con cenas sin cargo.

La mujer lo observó con fijeza sin saber el porqué de su actitud.

—Parece un loco, señor.

—No lo estoy, la persona que se encuentra en ese avión es todo para mí y no puedo dejar que se vaya de mi lado. No sé si tiene alguien a quien amar, pero yo me estoy arriesgando a que, si me dejan que suba a ese avión, me rechace de todas maneras y será un riesgo que correré, pero por lo menos lo intenté sin quedarme con la incertidumbre del «qué hubiera pasado si habría hecho tal cosa».

La fémina escuchó por el auricular del teléfono lo que le estaban diciendo y luego se dirigió al hombre que tenía frente a ella.

—Puede ir, tiene habilitado el acceso, los de seguridad le estarán abriendo la valla de la zona restringida solo para usted.

—Se los agradezco mucho —le dijo con una sonrisa.

—Le convendría salir por la puerta derecha, lo llevará directo a la pista de despegue.

—Gracias, gracias de verdad, los espero cuando quieran en el hotel.

Valerio no podía más de la felicidad que estaba sintiendo en aquellos momentos. Se subió al coche y emprendió el camino hacia donde le había indicado la empleada de una de las compañías aéreas de venta de pasajes.

Cuando divisó a dos hombres de seguridad en el medio de la valla, ralentizó la velocidad y les dio las buenas noches cuando lo dejaron pasar sin olvidarse de darle las gracias y de decirles también sacando la cabeza fuera de la ventanilla que los esperaba en el hotel y que la empleada que lo atendió tenía instrucciones suyas de avisarles a los demás.

Las llantas del vehículo rechinaron cuando tocaron el pavimento y aceleró hasta llegar al avión y estacionar el coche de manera transversal.

—¿Quién es ese loco? —cuestionó el comisario de abordo mirando hacia la ventana.

—El hombre que le pidió a la torre de control que demoremos el vuelo —le contestó el capitán, levantándose de la butaca.

Valerio salió del vehículo y se acercó levantando los brazos y moviéndolos.

El empleado que indicaba con las luces el aterrizaje de los aviones y otras personas más, trajeron una escalera y el capitán abrió la puerta de embarque para recibirlo.

Adentro del avión los pasajeros que estaban del lado donde estaba ocurriendo todo, miraban expectantes y Estrella frunció el ceño sin entender mucho.

—Ay qué lindo —dijo una pasajera—, ¿será que busca a alguien?

—Yo creo que se olvidó de que tenía que viajar —dijo otro hombre riéndose.

Una de las azafatas le echó a un lado la cortina para que buscara a la persona y Valerio terminó encontrando a su estrella fugaz.

La chica cuando lo miró quedó petrificada sin pensar que iba a cometer una locura semejante en presentarse ahí.

—¿Vas a bajar o me voy contigo? —formuló clavándole la mirada en ella.

La mayoría murmuraba sabiendo quién era el hombre que había subido al avión para buscar a la mujer. Otros aprovecharon el momento para sacar fotos y subirlas a las redes sociales etiquetando el hotel donde pertenecía el italiano.

—¿Qué haces acá? —preguntó incómoda—, pensé que no ibas a darte cuenta. Valerio, es mejor que me dejes ir, no lo hagas más difícil.

—Yo no quiero que te vayas. Estábamos muy bien, ¿qué pasó?

—La gente está atenta a nosotros, prefiero evitar esto —comentó un poco avergonzada.

—Que se enteren que te amo. ¿Lo escuchaste bien eso? ¡Te amo! —gritó dentro del avión para que lo escucharan todos—. No necesitas irte, no entiendo por qué te vas.

—Porque... —miró a los demás a su alrededor esperando una respuesta y tragó saliva con dificultad—, porque pensé que vos no me querías tanto, nos conocemos desde hace unos meses, pero recién hace poco empezamos a tener algo amoroso, no creí que... que me amabas —susurró—. Y no quiero atarte a algo que capaz después no sientas de verdad o lo dejes de sentir.

—Te amo, me gustaste desde que te vi la primera vez arriba del avión en Brasil, me seguiste gustando cuando nos quedamos encerrados dentro del hotel por el vendaval, y más me gustaste cuando te llamé para que trabajaras en mi hotel. Por favor, quédate conmigo —la tomó de las manos y se las besó.

—Te amo yo también, Valerio —expresó abrazándolo por el cuello cuando se puso en puntas de pie y lo besó en los labios.

Los pasajeros aplaudieron y silbaron.

Valerio volvió a besarla y luego le depositó un beso en la frente para después tomar su bolso y echárselo al hombro. Antes de que ambos bajaran el italiano les avisó a todos que estaban invitados a la boda para el siguiente mes.

—¿Estás loco? ¿Pedirme casamiento? —Abrió más los ojos Estrella quedándose incrédula.

—Estoy loco, pero por ti, Estrellita —nuevamente la llamó de esa manera tan particular, pronunciando dos veces la i latina y le dio un beso en la boca una vez más.

Se tomaron de la mano y salieron del avión bajando las escaleras. Pronto entraron al coche y salieron de la pista, alejándose de allí para regresar al hotel.

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