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Capítulo 55 (Desesperación)

El sònegan rebuscó entre las pertenencias de Naile y, con un suspiró de satisfacción, sacó el Mitólor.

—¡El libro! —exclamó Uchiro con un brillo codicioso en sus ojos—. ¡Lo tenía el viejo todo este tiempo!

El cuatrobrazos alzó el libro hacia el cielo y dejó escapar un rugido tan ensordecedor que retumbó en toda la selva. Su séquito respondió con vítores, coreando su nombre con una devoción fanática:

—¡Kàrkyan! ¡Kàrkyan!

El sònegan volvió a fijar su atención en mí, esta vez con una expresión de desprecio. Con una de sus enormes manos, me levantó como si no pesara nada.

—¡No lo mates! —gritó Uchiro—. ¡Lo necesito!

Kàrkyan frunció el ceño, claramente disgustado.

—Mío no perdonar vida de humanos —replicó con frialdad, apretando su agarre sobre mi torso—. Tuyo deber marchar ahora.

El demonio apretó los dientes, furioso.

—¡Teníamos un trato! —vociferó con rabia—. Yo me encargaba de los espinos para facilitaros el asalto, ¡y tú me entregabas al chico!

Las palabras del engendro hicieron que Kàrkyan tensara la mandíbula. Aunque su mirada estaba cargada de desprecio, asintió con brusquedad, reconociendo su obligación de cumplir el acuerdo.

—¡Tuyo no deber entregar a humano! —La voz de Sylewer, que a apenas parecía haberse recuperado de sus heridas, nos sorprendió a todos—. Si suyo beber sangre de elegido, suyo volver más fuerte.

El ambiente se llenó de un tenso silencio.

—¿Tuyo ser elegido por dios supremo? —preguntó Kàrkyan, con los ojos entrecerrados mientras me examinaba con detenimiento—. Tuyo parecer humano débil.

—¡No lo escuches! —Uchiro, arrastrándose sobre el suelo como una sombra escuálida, intervino con desesperación. Estaba tan debilitado que ni siquiera podía sostenerse en pie—. Entrégamelo y ábreme la puerta para abandonar la frontera. Te juro que nunca más volveremos a vernos.

Kàrkyan arrugó los ojos, aún evaluándome, como si intentara desentrañar algún secreto oculto en mi interior.

—Mío no poder correr riesgo —zanjó con firmeza—. Si suyo ser elegido y tuyo beber sangre de suyo, tuyo convertir en gran peligro para raza de nuestro.

Uchiro apretó los dientes con rabia y sacó su lengua de forma inquietante, bufando como un animal acorralado.

—No me dejas otra alternativa —susurró con un tono lúgubre que erizaba la piel—. Me quedaré con el chico y el libro a la fuerza.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, Uchiro abrió sus fauces y liberó de ellas aquel abominable fluido negro que ya había intentado usar contra Tío Honoris. Al mismo tiempo, el farolillo que llevaba colgado al hombro izquierdo comenzó a brillar con un resplandor espectral, proyectando siluetas inquietantes a su alrededor.

El viscoso vapor oscuro se abalanzó hacia Kàrkyan, entrando por su boca y envolviendo su cuerpo en un aura inquietante.

—No... No puede ser... —murmuré paralizado.

El cuerpo escueto del demonio desapareció en cuanto el extraño fluido terminó de invadir las entrañas del cuatrobrazos.

—Ahh... ahh... —jadeó Kàrkyan, mientras sus ojos se abrían de par en par. Pero ya no eran suyos; el brillo del usurpador relucía en ellos—. Por fin te tengo.

Con una rapidez aterradora, me agarró del cuello. La presión era insoportable, y creí que mi tráquea cedería bajo su fuerza.

—Este recipiente es magnífico —declaró con una sonrisa torcida, admirando el cuerpo del sònegan como si fuera una obra maestra.

Los secuaces Púrpuras, aterrados al presenciar lo que había ocurrido con su líder, huyeron despavoridos. Pero Uchiro no les prestó atención. En cambio, clavó sus dientes en mi costado derecho, desgarrándome la piel.

—¡No te lo permitiré! —Àlowar se lanzó con valentía sobre su espalda, intentando apartarlo de mí.

La confusión ensombreció su rostro. Era evidente que, aunque percibía el aroma divino, no entendía su procedencia. La palabra "kéfala" caló con una resonancia especial; así se refirió el demonio a la sangre de los dioses, una esencia poderosa capaz de otorgar habilidades sobrehumanas. De nuevo, se abalanzó sobre mí y hundió sus dientes en mi carne, esta vez bebiendo con avidez. Mis vendajes se desataron bajo la presión de sus mandíbulas.

—¡He dicho que le sueltes! —Àlowar, con una tenacidad admirable, volvió a arremeter contra él, pero el usurpador la lanzó al aire una vez más, como si no pesara nada.

Tras un prolongado sorbo, me dejó caer al suelo, con el semblante ensombrecido por la frustración.

—¡¿Qué significa esto?! —rugió, inspeccionándome con furia—. ¡¿Dónde tienes la kéfala?! ¡Puedo percibirla!

La desesperación comenzó a apoderarse de mí. Si el demonio descubría la verdad sobre el pendiente y el brazalete, sabía que no dudaría en arrancármelos.

Me inspeccionó de pies a cabeza, hasta que algo pareció encajar en su mente. Su mirada se fijó en mi oreja.

—¡El pendiente! —exclamó con asombro—. Lo llevabas colgado al cuello en la Ceremonia del Aventurado. ¿Por qué ese objeto contiene sangre de mis hermanos en su interior?

Su voz se tornó gélida mientras extendía la mano hacia mí. Sin embargo, antes de que pudiera tocarme, un silbido cortó el aire. Una flecha disparada por Àlowar se incrustó en la nuca del demonio, obligándolo a retroceder con un rugido de dolor.

—¡Deja de molestarme! —gruñó el usurpador, mientras lanzaba una de las cuatro cuchillas que llevaba en su espalda.

El sonido de la carne siendo cortada hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo.

—¡Sylewer...! —murmuró Àlowar con horror al ver que el comandante se había interpuesto en el camino del arma. Sus dos brazos derechos, mutilados por completo, cayeron al suelo con un ruido seco.

Por primera vez desde que le conocí, vi a Sylewer sonreír.

—Àlowar... —dijo con una voz cargada de emociones, aunque débil—. Mío siempre pensar que tuyo ser ejemplo a seguir.

Las palabras del comandante hicieron que las primeras lágrimas rodaran por el rostro de Àlowar.

—Tuyo deber huir —añadió él—. Mío no creer que Nùmael estar muerto. Tuyo deber encontrar. Solo suyo poder arreglar situación de nuestro.

Àlowar permaneció inmóvil, el torrente de emociones reflejado en sus ojos la mantenía paralizada. Su boca tembló al intentar responder, pero las palabras parecían atrapadas en su garganta.

—¡Tuyo dar prisa! —gritó Sylewer, con un rugido que resonó como un último llamado a la valentía—. ¡Mío no poder aguantar mucho contra demonio!

Finalmente, la fémina apretó los dientes, su mirada se endureció con determinación y, en un gesto cargado de una ternura que solo podía venir del más profundo respeto, rodeó el cuello del comandante con sus brazos superiores.

—Mío siempre amar a tuyo —susurró, dejando caer un beso suave en su frente mientras acariciaba sus mejillas con las otras dos manos.

Sylewer se quedó sin palabras; cerró los ojos lentamente, como si intentara grabar en su alma cada matiz de aquel instante.

——Espero que tuyo poder perdonar a mío... —murmuró Àlowar, y por un momento, su sonrisa luchó contra las lágrimas que caían sin cesar. Sin vacilar más, alzó una de sus manos y, con un golpe rápido y certero en la nuca, dejó al comandante inconsciente.

El comandante cayó como un árbol derribado, y Àlowar, con los ojos inundados en lágrimas, se dio la vuelta para enfrentar al demonio.

—Si mío ha de morir... mío lo hará con digni...

No tuvo tiempo de terminar su frase. El usurpador se abalanzó sobre ella con la ferocidad de una bestia, movido por una rabia desmesurada. En un instante, una de sus afiladas cuchillas perforó su rostro con una precisión brutal. La vida de Àlowar se apagó al momento, pero su mirada, aún abierta, parecía desafiar al demonio hasta su último aliento.

—Eres... —balbuceé, temblando de pies a cabeza—. Eres un monstruo...

El demonio se giró hacia mí y asintió lentamente con una sonrisa torcida.

—Soy el Monstruo —dijo con una voz tan maquiavélica que helaba la sangre.

Con pasos lentos pero seguros, comenzó a avanzar hacia mí. Cada pisada aplastaba la tierra con un ruido que repercutía en mis oídos como tambores de guerra.

—¿Por qué... por qué mis piernas no responden? —me pregunté, paralizado por el miedo.

—¡Despierta, pendiente de mierda! —grité desesperado mientras golpeaba el pequeño objeto con mis manos—. ¡Por favor, haz algo!

Pero mis súplicas eran en vano. Ni el pendiente ni el brazalete mostraban el más mínimo signo de responder a mi llamada.

—¡Huye, Éliar! —NiNi saltó de mi hombro con valentía, exhalando su aliento de fuego contra el enemigo. Sin inmutarse, el usurpador blandió una de sus cuchillas y cortó al caloto de un solo tajo.

—¡NiNi! —grité, viendo cómo mi fiel compañero caía al suelo, herido de muerte.

Cada uno de mis amigos caía uno tras otro. Mi impotencia crecía sin control, devorándome por dentro.

—Éliar, yo ganaré algo de tiempo para que puedas huir —La voz del pequeño Koris se clavó en mis oídos cómo un murmullo desgarrador, difícil de asimilar.

—¡No! ¡Koris, no puedes! —grité, con el pánico estampado en mi rostro.

El niño apretó los puños, con una determinación que no debería caber en un cuerpo tan pequeño.

—¡Éliar, vete de aquí! —voceó con una rabia que partió mi corazón—. ¡Escapa antes de que sea demasiado tarde!

Su entereza ante semejante situación me dejó completamente desconcertado. ¿Por qué todos encontraban el coraje necesario para enfrentarse al demonio, mientras yo no podía ni siquiera ponerme de pie?

—Este monstruo es el verdadero culpable de la muerte de mis padres —dijo Koris, enrabietado. Sus pequeños puños estaban apretados con tanta fuerza que la sangre brotaba de las marcas que sus uñas dejaban en la piel—. Y, además, ha asesinado a mi querida hermanita.

Sus palabras se clavaron en mi corazón como un puñal oxidado. La culpa y la impotencia me atenazaron.

—Earan... —musité, con los ojos abiertos de par en par.

El demonio se posicionó frente al niño y dejó escapar una carcajada incesante.

—Esa asquerosa niñata era más fuerte y tenaz que todas las mujeres que he conocido a lo largo de mi existencia —dijo el usurpador, mientras observaba la palma de su mano con un gesto teatral, cerrándola después en un puño—. Quise obligarla a que me revelara tu paradero...

Giró la cabeza lentamente para mirarme.

—Pero su lealtad hacia ti era tan grande que no me quedó más remedio que perder el cuerpo de Rockern para apoderarme del suyo —confesó, con una risa seca que retumbaba en mis oídos—. He hecho sufrir a muchas mujeres, pero ninguna soportó tanto el dolor como ella.

Koris, incapaz de contener su rabia, se lanzó contra las piernas del demonio y le propinó media docena de puñetazos. Mientras tanto, yo permanecía inmóvil, sumido en la espiral de pensamientos que solo me recordaban lo desgraciada que había sido mi vida desde el día en que nací.

—Y tú, repugnante humano cobarde —continuó Uchiro—. ¿No sientes la necesidad de vengar su muerte? —Su tono era hiriente, cargado de desprecio—. ¡Ni siquiera la de tus padres, que perecieron en las llamas de Quinnata! Incluso este crío se merece más respeto que tú...

Un sonido seco interrumpió mis pensamientos. Un golpe sordo siguió al eco de la cuchilla cortando el aire. Antes de que pudiese reaccionar, sentí un ligero contacto en la rodilla. Bajé la mirada y mi mente se negó a aceptar lo que veía.

—Ko... Ko... —balbuceé entre temblores.

La cabeza de Koris yacía frente a mí, separada de su cuerpo.

—Koris...

El demonio no me dio tiempo para procesar lo ocurrido. Con un movimiento rápido, me agarró de la cara y me levantó en el aire como si fuese un muñeco de trapo.

—Por fin recuperaré mi inmortalidad y mis poderes —jadeó, con el rostro deformado por la avaricia.

En ese instante, las caras de mis seres queridos inundaron mi mente: mis amigos, mi familia, mis compañeros caídos, y Kinóbol... Cada recuerdo se encendía como un faro en la oscuridad.


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