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Capítulo 54 (El anciano y su botella)

El frasco que lanzó explotó en el aire, liberando una onda de luz brillante que se extendió rápidamente, como un viento etéreo que desapareció al instante, sin dejar rastro alguno.

—¡No podrás conmigo! —gruñó el usurpador.

Naile esbozó una sonrisa tranquila, pero sus ojos brillaban con una intensidad feroz.

—Para tu desgracia, domino el radni elemental de agua a la perfección.

Tío Honoris empujó con fuerza las palmas de sus manos contra el suelo, y una grieta repentina se abrió delante de él. De su interior brotaron dos potentes columnas de agua, que se alzaron con furia y se dirigieron directamente hacia el enemigo.

El demonio, rápido en su reacción, se envolvió en una esfera de arena, pero el impacto del agua la desintegró al instante.

No había sabido hasta ese momento que los elementos podían tener fortalezas y debilidades entre ellos. La arena, fuerte contra el fuego, resultaba vulnerable frente al agua.

Aprovechando que ambos combatían, Àlowar aprovechó para acercarse a Sylewer. Aunque herido, el cuatrobrazos seguía con vida. Lo apoyó sobre sus hombros y lo llevó hasta la montura con esfuerzo.

—Nuestro tener que huir —dijo con voz nerviosa mientras me miraba fijamente.

—¡No! —grité con firmeza—. Puede que Naile necesite nuestra ayuda.

La cuatrobrazos intentó sujetarme, pero me zafé con un movimiento brusco.

—¡Suéltame! ¡No voy a abandonar a mi amigo!

NiNi, que parecía compartir mi decisión, voló hasta Àlowar y quemó su mano con un pequeño aliento de fuego, obligándola a retroceder.

Mientras tanto, la batalla entre el demonio y Tío Honoris se tornaba cada vez más feroz.

—Estoy seguro de que puedo derrotarte —dijo Naile, con la respiración agitada, pero una confianza implacable brillando en sus ojos—. Mi radni elemental de agua supera al de tu arena. Ahora que sé que perdiste tu condición de demonio, solo te queda confiar en una fuerza que jamás será suficiente para detenerme.

El antidiós dirigió su mirada hacia mí. Su intención era clara: alcanzarme.

—No dejaré que te acerques a él —advirtió Naile.

Tío Honoris levantó ambas manos con un gesto decidido, y frente a mí se formó una barrera translúcida que reflejaba la luz de una forma casi hipnótica. Inmediatamente la reconocí: era la misma barrera que nos había protegido de los remolinos furiosos del desierto.

Uchiro sonrió con malicia, levantando una mano envuelta en arena negra. De ella surgió un vórtice voraz, un remolino oscuro que se dirigió hacia Naile con la intención de envolverlo. Sin embargo, con un movimiento fluido, Naile giró un brazo, y un chorro de agua salió disparado, impactando contra la arena y deteniéndola en seco.

El anciano golpeó el suelo con ambas manos, y el agua a su alrededor se levantó en un torrente imponente. En un instante, el líquido se transformó en una prisión líquida que envolvió al demonio, atrapándolo en su interior. Las corrientes giraban a gran velocidad, aplastando la arena con su presión constante.

—¿Crees que puedes sofocar mi poder? — y con un estallido ensordecedor, una explosión de arena oscura lo liberó, rompiendo la prisión.

Naile se mantuvo firme, sin titubear.

—El agua no solo fluye —susurró—. También puede aplastar.

Con un movimiento circular, el anciano condensó toda el agua a su alrededor en una esfera brillante que flotaba sobre su cabeza. Entonces, con un grito que resonó como un trueno, la arrojó hacia Uchiro. La explosión fue instantánea, una cascada descomunal emergió de repente, engullendo al antidiós. El ataque atravesó el cuerpo usurpado de Earan, dejando un enorme agujero en el suelo que retumbó como un terremoto.

Mi corazón latía tan rápido que apenas podía respirar.

—¿Ha ganado? —pregunté, con los nervios a flor de piel y el pecho a punto de estallar.

—¿Ha ganado? —pregunté en un susurro, con los nervios a flor de piel y el pecho a punto de estallar.

Nos acercamos cautelosamente al cráter, y allí lo vimos: el usurpador agonizaba, su cuerpo deformado y quebrado era incapaz de sostenerse.

Naile, imperturbable, extendió una mano y utilizó un hechizo de radni ingenial para hacerlo levitar hasta dejarlo suspendido frente a él.

—Ni siquiera ha hecho falta que el guerrero de la profecía te derrote —dijo con voz firme—. Seré yo, un simple humano con mucho mundo vivido, el que ponga fin a tus días.

El demonio forcejeaba inútilmente, pero la fuerza de Naile era inquebrantable.

—No sé por qué abandonaste tu inmortalidad, pero al hacerlo, perdiste tu condición de demonio. Y con ella, los poderes que te hacían temible.

Aunque sabía que lo que estaba viendo no era realmente Earan, no podía evitar sentir una angustia profunda al contemplar su cuerpo en ese estado. Mis manos temblaban, y mi mente estaba inundada de recuerdos de nuestra amistad, pero la realidad se imponía: lo que tenía delante no era ella.

—¿Cómo es posible que tus cónyuges nunca supiesen de tu verdadera identidad? —preguntó Tío Honoris, con el ceño fruncido y el tono cargado de sospecha—. ¿O es que acaso sabían quién eras realmente y lo mantuvieron en secreto?

El usurpador mostró una sonrisa inquietante, ensanchándola hasta parecer grotesca. Incluso en su debilidad, conservaba ese aire de burla.

—Viejo, el ser humano es codicioso e insaciable por naturaleza —murmuró, intercalando ronquidos entre sus palabras—. Te sorprenderías de las atrocidades que vuestra especie es capaz de cometer a cambio de poder.

La respuesta hizo que Tío Honoris apretase los dientes, asqueado. Tragó saliva, apartando por un instante la mirada. Después, alzó la palma de su mano, en la que comenzó a concentrarse una esfera líquida.

—Ha llegado tu final —sentenció, con voz firme como el acero.

—¡Jamás! —rugió el demonio.

De repente, el usurpador abrió sus fauces de par en par, y para sorpresa de todos, comenzó a sacar un objeto oscuro que parecía atorado en su interior. Con manos temblorosas, tiró de la correa de tela áspera que sobresalía de su boca, hasta sacar un extraño farolillo que ocultaba en su interior. El objeto, cubierto de una capa ennegrecida y vibrante, parecía desprender una energía antinatural, mientras un brillo espectral brotaba desde su interior, proyectando reflejos siniestros a su alrededor.

La escena dejó a todos perplejos; nadie podía imaginar que algo tan extraño se ocultara dentro del cuerpo de Earan. Sosteniendo el candil con una mezcla de reverencia y rabia, el usurpador volvió a abrir las fauces. Un fluido negro, viscoso y antinatural, brotó de su garganta, y el candil comenzó a vibrar en su mano, emitiendo un último destello inquietante que pareció torcer las sombras a su alrededor. El objeto se desvaneció al fusionarse con la sustancia oscura, como si fuera absorbido por su energía. La masa viscosa se movió como si tuviese vida propia, dirigiéndose directamente hacia Naile.

—¡Has caído en mi trampa! —exclamó Tío Honoris, dejando que una fugaz sonrisa cruzase su rostro—. Esto es justo lo que quería.

Con una destreza que desafiaba su edad, el anciano atrapó el fluido entre sus manos. El cuerpo de Earan, que hasta ese momento parecía poseído, cayó pesadamente al suelo, inerte.

Para sorpresa de todos, el fluido comenzó a moverse por cuenta propia, retorciéndose y alzándose mientras tomaba forma.

—¡Maldito viejo! —bramó una voz desgarradora que emanaba de la masa negra.

Cuando la figura se solidificó, lo que vimos nos dejó sin palabras. El demonio había revelado su verdadera forma: un ser escuálido de tonos oscuros y rojizos, no más alto que Koris. Su cuerpo delgado y deforme parecía una burla de lo que debería ser un ente poderoso. La cabeza redonda, casi desproporcionada, estaba coronada por dos pequeñas orejas puntiagudas y un par de colmillos sobresalían de su mandíbula inferior. Una cola fina y afilada se extendía tras él, rematando su apariencia grotesca.

Colgado al hombro izquierdo, sujeto por correas desgastadas, llevaba el farolillo que antes había sacado de su boca y fusionado con el fluido negro. Ahora parecía vibrar con una energía espectral, como si compartiera su energía con el demonio.


—Así que este es tu verdadero aspecto... —musitó Tío Honoris, observándole con una mezcla de desdén y asombro mientras lo alzaba por el cuello con una sola mano—. Lo imaginaba. Has sobrevivido los últimos quinientos años gracias a tus usurpaciones. Pero me apuesto la vida a que, fuera de cuerpos mortales, no puedes sobrevivir mucho tiempo.

Uchiro se retorcía en vano, sus garras arañaban inútilmente el aire. Naile no cedía.

—Quería entender cómo te apoderas de los demás —admitió el anciano—. Pero aún no comprendo cómo posees semejante habilidad...

Un detalle llamó de pronto la atención de Tío Honoris. Sus ojos se abrieron desmesuradamente, y su expresión, que hasta entonces había sido desafiante, se tornó de puro terror.

—No... No puede ser... —susurró—. Ese extraño candil que llevas colgado en el hombro... Lo he visto antes.

La observación pareció alarmar al engendro, que comenzó a forcejear con más desesperación.

—Ese objeto es igual al que vimos en...

Tío Honoris no pudo terminar la frase. Un destello metálico cruzó la noche, y un arma curva se clavó en su espalda, atravesándole el pecho. El grito ahogado del anciano retumbó en mi alma, y mi cuerpo se quedó inmóvil mientras le veía desplomarse.

—¡No! —grité desesperado.

Con su caída, el escudo que me protegía desapareció.

Ante nosotros, como una sombra salida de nuestros peores temores, apareció el líder de los Púrpuras. La noche, que ya de por sí era sombría, pareció oscurecerse aún más.

El imponente cuatrobrazos desmontó de su colosal jabalí con un movimiento ágil y ordenó a sus secuaces que se detuvieran. Su envergadura superaba con creces la de cualquier sònegan que hubiera visto antes. Su melena oscura, trenzada con delicadeza, se balanceaba con cada paso, añadiendo un aura salvaje a su imponente figura. Además de la cuchilla que había arrojado a Naile, portaba otras tres en la espalda, entrecruzadas como si formaran una siniestra corona de acero. Cada avance suyo resonaba con fuerza, llenando el ambiente de una opresiva tensión.

—¡Aguanta, Naile! —grité con desesperación, lanzándome hacia mi amigo herido.

Me arrodillé junto a él, deslizando mi brazo bajo su cuello en un intento por reanimarlo. La gravedad de su herida me dejó sin aliento; el corte profundo en su torso dejaba al descubierto vísceras y fragmentos de hueso.

—Te pondrás bien... —murmuré, tratando de convencerme tanto como a él.

—Éliarag... —jadeó, con la voz rota y los labios temblorosos—. Lo siento... no podré protegerte por más tiempo...

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al ver la sangre brotar de su boca y salpicar mi rostro.

—A partir de ahora... —continuó con esfuerzo, apenas logrando respirar— deberás valerte por ti mismo...

Sus ojos, que poco a poco se apagaban, se clavaron en los míos con una mezcla de angustia y confianza.

—Confío... plenamente en ti...

—¡No! —grité, aferrándome a su mano con desesperación—. ¡Este no es tu final, Numaèl te sanará, ya lo verás!

Con un último esfuerzo, levantó ligeramente su mano, señalándome que me acercara.

—Uff... uff... —su respiración se entrecortaba débilmente mientras buscaba las palabras—. ¿Recuerdas el mural... en aquella cueva? En él se halla la...

No terminó la frase.

El líder púrpura arrancó de un tirón el arma que estaba incrustada en su torso, y la vida de Tío Honoris se extinguió al instante.

—Numaèl no poder salvar a suyo —declaró con voz grave el cuatrobrazos, clavándome una mirada de triunfo—. Mío derrotar a Gran Guardián.

El mundo pareció detenerse. Mis manos temblorosas seguían sujetando el cuerpo de mi mentor. Las pupilas de sus ojos, vueltas hacia atrás, reflejaban una paz inquietante, como si aceptara su destino. El pánico y la impotencia me dejaron paralizado; ni siquiera pude bajar sus párpados.


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