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Capítulo 53 (Cinco siglos de engaños)

—No sé cómo lo hizo, pero ese demonio tomó posesión del cuerpo de Álklanor justo antes de que este lo derrotara —prosiguió con voz firme—. Ni los dioses ni los demonios deberían ser capaces de usurpar un cuerpo mortal. No entiendo cómo pudo lograrlo.

El usurpador comenzó a aplaudir lentamente.

—¡Felicidades, viejo! —exclamó con sarcasmo.

Dio tres últimas palmadas antes de sonreír con malicia.

—La repentina aparición del libro sagrado me devolvió la esperanza —confesó, dejando a todos atónitos—. Era mi oportunidad de recuperar la inmortalidad que me vi obligado a sacrificar.

El silencio que siguió fue denso, mientras esperábamos que continuara.

—Si lograba beberme la sangre del elegido anunciado en la profecía, podría recuperar mis gloriosos poderes —Su voz se tornaba cada vez más aterradora—. Sin embargo, aquel que todos creían que era el guerrero divino, nacido de las entrañas del primer dios, no era más que un hombre valiente... demasiado valiente, quizá, pero mortal, al fin y al cabo.

—Interesante... —murmuró Naile, con los ojos entrecerrados—. Al perder tu condición de inmortal, tu plan era beber la sangre del supuesto elegido para recuperar la vida eterna.

El usurpador comenzó a morderse las manos con desesperación, arrancándose la piel hasta dejarlas en carne viva.

—Probablemente, de no haber sido por su ayuda, Álklanor y sus ejércitos me habrían derrotado —confesó con rabia—. La alianza que ese cretino formó con los sònegans y las criaturas primigenias me dejó desconcertado.

—¿Su ayuda? —preguntó Tío Honoris con el ceño fruncido—. ¿A quién te refieres?

El cuerpo de Earan comenzó a moverse de forma antinatural. Sus hombros se dislocaron con un crujido seco mientras ella negaba repetidas veces con la cabeza.

—Eso es un secreto que no puedo revelarte —respondió con voz espectral, antes de encajar sus huesos luxados con un movimiento brusco—. Solo diré que aparecieron en mi bastión pocos días antes del ataque de la alianza formada en el Pacto del Concilio. Gracias a ellos, pude ver el desenlace de...

El demonio hizo una pausa, dándose cuenta de que estaba a punto de decir más de lo que pretendía.

—¡¿Ellos?! —grité, con voz cargada de frustración—. ¡¿De quiénes hablas?!

El usurpador soltó una carcajada, ignorando mis palabras.

—Pude ver que Álklanor no era el guerrero anunciado en la profecía —continuó, cambiando su tono como si intentara desviar el tema—. Así que tuve que ingeniar un plan para sobrevivir a la batalla.

—¡Responde a mi pregunta! —le exigí, incapaz de contener mi desesperación.

Pero el usurpador simplemente se limitó a reír, una risa llena de burla y arrogancia que repicaba como un eco infernal.

—Entiendo —asintió mi compañero con gesto sombrío—. Una vez supiste que él no era el elegido, la posibilidad de robarle su sangre para recuperar tu inmortalidad se desvaneció, y corrías el riesgo de ser asesinado por los ejércitos de Álklanor.

Mientras Naile hablaba, el usurpador hizo algo que me congeló el alma: se sacó el ojo izquierdo con la mano, lo sostuvo frente a sí y lo observó absorto, como si reflexionara mientras estudiaba aquella mirada arrancada.

—Así que te apoderaste de su cuerpo y fingiste tu propia muerte —prosiguió Naile—. Ahora entiendo por qué Álklanor erradicó las cuatro antiguas monarquías y prohibió la radniturgia. Querías asegurarte de que los humanos se rigieran bajo tus órdenes. Además, intentaste recuperar el Mitólor traicionando la promesa que Álklanor hizo a los cuatrobrazos.

—Ese maldito libro contiene el último fragmento de Piedra Radnital —gruñó el usurpador, nervioso—. Con ella en mi poder, podría abrir un portal al infierno y traer de vuelta mi ejército.

Tío Honoris intervino con gravedad, mientras los ojos del demonio seguían fijos en el suyo.

—Irgorn Páradan descubrió tu artimaña y por eso organizó el grupo de revolucionarios que trató de matarte. Lamentablemente, no lograron su objetivo, y tú no solo los ejecutaste, sino que condenaste a sus familias y seguidores a una marginación eterna.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar sus palabras. Álklanor no había sido el verdadero responsable de la marginación que sufrimos en mi pueblo.

—Sí... Todo estaba bajo control. Solo tenía que esperar a que apareciera el salvador de la profecía para beber su sangre y recuperar mi inmortalidad. Pero lo admito, con el paso de los siglos, mi paciencia y mi esperanza comenzaron a agotarse —confesó, con su voz transformándose en un susurro melancólico—. Me acostumbré a vivir en el cuerpo de los humanos. Tanto, que a veces olvidaba cuál era mi verdadero propósito.

—¿Cómo has sobrevivido quinientos años? —preguntó Naile, con la mirada fija en el usurpador—. No me digas que has ido usurpando a todas las generaciones posteriores...

El demonio estalló en una carcajada que resonó de manera escalofriante.

—Afortunadamente para mí, Álklanor ya tenía un hijo cuando tomé su cuerpo —dijo, mientras volvía a encajarse el ojo en su cuenca tras relamerlo grotescamente—. Solo tuve que asegurarme de que su linaje continuara. Cuando nació el tercer hijo de su descendencia, me apoderé de su cuerpo y heredé el trono, consolidando mi dominio sobre su legado.

—Repetiste ese acto durante medio milenio... —murmuró Tío Honoris, quitando el tapón de su botella con los dientes y tomando un sorbo—. Por eso los herederos desarrollaban esas dos manchas en la frente cuando eran investidos.

—No siempre seguí el mismo patrón —admitió el usurpador, con una sonrisa retorcida—. A veces esperé al cuarto o quinto hijo. Pero, con el tiempo, desistí de buscar al guerrero de la profecía. Asumí que había nacido y muerto sin siquiera cruzarse en mi camino.

—Todo cambió tras conocerme en la Ceremonia del Aventurado —intervine, con un tono seco y cargado de determinación.

El usurpador giró hacia mí y clavó su mirada oscura en la mía.

—Así es... Tú me salvaste del delirio en el que estaba sumido —asintió con una sonrisa torcida—. Cuando te vi aquel día, recordé cuál era el verdadero motivo de mi existencia en Tálwer.

Sus fosas nasales se expandieron grotescamente mientras aspiraba con fuerza.

—Ahh... —resopló con un escalofrío visible—. Ese olor es inconfundible. Posees sangre de los dioses.

Tío Honoris y yo cruzamos miradas, y una idea comenzó a tomar forma en nuestras mentes. Sus palabras podrían ser la clave para resolver el enigma que conectaba el libro con mi pendiente y brazalete. Ambos recordamos el párrafo que tantos dolores de cabeza había causado a mi abuelo:

«La tinta arcana de la que se compone este escrito reaccionará al tener contacto con el elegido, pues podrá oler la sangre divina que corre por sus venas.»

No había duda. Las alhajas estaban hechas con sangre divina.

—Ya basta de charla... —dijo el demonio, con una voz cargada de maldad mientras su cuerpo se tensaba—. Te degollaré y beberé hasta la última gota de...

—¡¿Por qué no me mataste en Ugmalu?! —le interrumpí, con la voz cargada de frustración mientras daba un paso al frente—. ¡O mientras estaba herido en el cuartel! ¡No te hubiese supuesto ningún esfuerzo!

Antes de que el usurpador pudiera responder, Naile tomó la palabra.

—Éliar, creo que yo puedo responderte a esa pregunta —Giró hacia mí y sostuvo mi mirada—. Estoy seguro de que cuando te olió el cuello en aquel asentamiento, estaba a punto de morderte. Pero fueron mis palabras las que lo frenaron.

El demonio se mordió los labios, parpadeando con un gesto ansioso.

—Cuando dije que debíamos retomar nuestro viaje al país de los cuatrobrazos, sus planes cambiaron por completo —prosiguió Naile, mientras su mente parecía unir las piezas del rompecabezas—. Hacerse con el Mitólor es otro de sus objetivos. Por eso se preocupó tanto por saber si yo sería capaz de abrir la puerta escondida en el Paso Eminente. No sé cómo no me di cuenta antes... Supongo que nunca pensé que el antidiós pudiera usurpar cuerpos mortales.

Tío Honoris comenzó a ver con otros ojos los eventos que habíamos vivido desde nuestra salida de Ugmalu.

—Seguro que también fuiste tú quien ordenó atacar el Cuartel Flama —añadió—. Cuando Kenfer se negó rotundamente a dejarte marchar con nosotros, te diste cuenta de que tu plan para robar el libro sagrado corría peligro.

El usurpador esbozó una sonrisa orgullosa.

—No vale de nada que encajes ahora las piezas —dijo con voz arrogante—. ¡Claro que fui yo! ¡Puedo comunicarme con mis esbirros mediante la telepatía!

—¡¿Esbirros?! —Tío Honoris abrió los ojos de par en par—. ¿Acaso todos aquellos que poseen lenguas de color negro son en realidad tasûnas?

El demonio levantó la mano derecha y me apuntó directamente con su dedo índice.

—Esto ya ha durado demasiado —susurró, eludiendo la pregunta—. Recuperaré mi inmortalidad con tu sangre y traeré de vuelta a mis secuaces del infierno gracias a la Piedra Radnital del libro.

Un chorro de arena en espiral salió de su mano con velocidad descomunal, dirigiéndose hacia mí como un rayo. Era tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar. Cerré los ojos y me cubrí la cara instintivamente, esperando lo peor.

—No tengas miedo, Éliarag.

La arena chocó contra un muro de agua que se levantó justo delante de mí. Cuando abrí los ojos, vi a Naile con las manos extendidas, el semblante firme y la mirada serena.

—No dejaré que este engendro te haga daño.

A pesar de la tensión, la seguridad que irradiaba su rostro me provocó una pequeña sonrisa. Dio un último sorbo a su botella antes de lanzarla directamente hacia el usurpador.

—Bueno, ya es momento de enmendar mi error —dijo con voz tranquila pero decidida. Luego se agachó, colocando las palmas de sus manos en el suelo—. Me quedan muchas dudas e interrogantes, pero no creo que vayas a responderme a ninguna de ellas.


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