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Capítulo 47 (La profecía olvidada)

Día 50, Periodo del Viento, año 1314.

Al sexto atardecer, desperté.

—¿Dónde estoy?

Traté de incorporarme, pero un dolor punzante en la cabeza me obligó a recostarme de nuevo. Estaba tumbado sobre una cama hecha de ramas y hojas que, a pesar de su aspecto rústico, resultaba sorprendentemente cómoda. Mi torso estaba cubierto por un vendaje limpio y ajustado que parecía desprender un delicado perfume de hierbas, como si su fragancia acompañara su propósito curativo.

Miré a mi alrededor y noté que me encontraba en una habitación octogonal, con paredes marmoladas en tonos claros. Una puerta corredera adornaba uno de los lados, mientras que un ventanal atildado ofrecía vistas al exterior.

Con esfuerzo, logré levantarme.

—¡Éliarag, qué alegría! —La voz de Tío Honoris resonó desde el otro lado de la cristalera. Se apresuró hacia la puerta, seguido de un imponente cuatrobrazos.

—¿Te encuentras bien? —El anciano me envolvió en un abrazo cálido—. Por un momento creí que te perdía.

—No debería haber despertado aún —interrumpió el sònegan, con tono sereno—. La intervención que realizamos requiere de diez días de reposo absoluto.

—Ya le dije que este muchacho no es un humano corriente —añadió Tío Honoris con una sonrisa orgullosa.

El Magnánimo se acercó a mí, colocando una de sus manos en mi pecho con delicadeza.

—Su sistema respiratorio se ha estabilizado por completo —aseguró con autoridad—. Está fuera de peligro.

—¿Quién es este tipo? —pregunté, aún aturdido.

—Es Numaèl, líder de la tribu de los Verdes —respondió el anciano, con seriedad—. Debes dirigirte a él con respeto.

El sònegan golpeó suavemente su bastón contra el suelo y me dedicó una sonrisa cordial.

—No es necesario —dijo, con una voz agradable que inspiraba calma—. Puedes hablarme como desees. Es un honor conocerte, Éliarag.

Sacó unas bayas de color violeta de su túnica y me las ofreció.

—Son muy nutritivas, saciarán tu hambre —explicó mientras también me entregaba un recipiente con agua—. ¿Sabías que tu nombre tiene un significado en mi idioma?

Negué con la cabeza.

—Éliarag, en nuestra lengua, significa «ganador» —reveló, con un destello de satisfacción en sus ojos—. Frouran eligió ese nombre para ti con un propósito claro.

—¿Conociste a mi abuelo? —pregunté, aún masticando, sin poder ocultar mi sorpresa.

Numaèl asintió con solemnidad, al tiempo que acariciaba el pendiente que colgaba de mi oreja.

—Sí —respondió sin rodeos—. Recuerdo bien esta joya, pues también la llevaba. Según los escritos que redactaron mis antepasados acerca de Irgorn Páradan, este pendiente ha pasado de generación en generación.

Al escuchar aquello, llevé la mano al pendiente, sorprendido por su valor y antigüedad.

Tío Honoris y Numaèl comenzaron a hablarme del libro sagrado que los cuatrobrazos habían custodiado durante más de quinientos años. Me explicaron la profecía que contenía y cómo mis antepasados habían estado relacionados con ella desde el principio.

—¡Mi pañuelo! —exclamé, interrumpiendo la explicación—. ¡¿Dónde está?!

Naile, como de costumbre, masticaba una fina espiga de trigo mientras rebuscaba en su bolsa.

—Gracias —murmuré al recibirlo—. Sé que, a simple vista, puede parecer un trozo de tela roto y sucio, pero para mí significa mucho más.

Cogí el pañuelo y lo até a mi brazo izquierdo, sintiendo el peso emocional que llevaba consigo.

Numaèl frunció el ceño y nos miró con seriedad.

—Quiero que comprendáis bien la situación —dijo con voz grave—. Si os permito acceder a la sala secreta y tratáis de sustraer el Mitólor, la tribu de los Verdes desaparecerá para siempre. Mi pueblo no me perdonaría otro error como el que cometí antaño.

Terminé de tragar las bayas y me limpié la boca con la mano.

—Perdona, pero sigo algo perdido —le interrumpí, sintiéndome un tanto abrumado—. ¿Qué es el Mitólor?

—¡Muchacho estúpido! —gruñó Naile, dándome un leve golpe en la cabeza—. ¿Acaso no escuchas cuando te hablamos? Es el nombre del libro que anuncia la llegada del salvador y que, por alguna razón, solo reacciona a los miembros de tu linaje.

Me rasqué la cabeza y pasé la mano por mi cara, tratando de despejarme.

—¿El salvador de qué?

Tío Honoris, visiblemente exasperado, me atizó de nuevo con suavidad.

—Eres más cazurro de lo que imaginaba —espetó—. ¡Te lo hemos dicho varias veces! Es un libro escrito por el dios supremo en persona. En él se habla de la llegada de un héroe destinado a derrotar al demonio y devolver la paz al mundo.

Tal vez era la debilidad acumulada tras haber permanecido dormido durante seis días, pero sentía que mi mente sufría pequeños vahídos, como si las palabras se difuminasen antes de entenderlas por completo.

—Hablad despacio, por favor. Aún me duele un poco la cabeza —pedí, frotándome las sienes con los dedos.

—Es normal que sientas confusión y cierto agotamiento —intervino Numaèl, con calma—. Como he dicho antes, no deberías haberte despertado aún. Trata de escuchar con atención, seremos pacientes esta vez.

El Magnánimo se cruzó de brazos.

—Cuando alguien de tu linaje sostiene el libro, este se despliega en la página doce, y el segundo párrafo del apartado seis resplandece —continuó, con un tono pausado pero firme—. Ese fragmento parece estar vinculado directamente con la identidad del salvador.

—¿Y quién escribió ese libro?

—¡El dios supremo, idiota! —bramó Naile, exasperado—. ¿Es que no escuchas nada de lo que te decimos? ¡No podemos seguir perdiendo el tiempo!

Numaèl levantó una de sus manos con un gesto sereno, calmando a mi compañero.

—Naile, paciencia. Todos necesitamos un momento para comprender algo que trasciende nuestra experiencia.

—Déjame encargarme de esto —dijo Numaèl con serenidad, moviendo sus cuatro brazos alrededor del zafiro incrustado en su bastón.

Posicionó el báculo frente a mí, y su voz, profunda y autoritaria me hizo obedecer sin dudar:

—No apartes la mirada.

Fijé mis ojos en la gema azul, que brillaba con una intensidad hipnótica. El sònegan comenzó a recitar palabras en su lengua ancestral, un cántico que parecía expandirse en las paredes mismas de la habitación. En poco tiempo, sentí como si un torrente de conocimiento se desbordara en mi mente. Toda la información sobre el Mitólor y la profecía se grabó en mi memoria, como si las páginas mismas hubieran sido tatuadas en mi interior.

—¿Cómo lo has hecho? —pregunté jadeando, tratando de asimilar todo lo que acababa de aprender—. Ahora lo entiendo todo...

Numaèl soltó una carcajada que retumbó en la sala, vibrando en el aire como un eco profundo.

—¡Jaojaojao! —rio, con una expresión satisfecha que me recordó a Tío Honoris cuando estaba complacido—. Soy descendiente del gran Anuralba. La poderosa kènkia de los Sacros corre por mis venas.

Naile asintió con respeto, inclinando ligeramente la cabeza hacia el líder.

—Mis hechizos de radni ingenial no son comparables a los suyos, Éliarag —me explicó con admiración—. Estás frente al que posiblemente sea el mortal más poderoso del mundo.

—Podrías haberlo hecho desde un principio... —murmuré, aún aturdido por el hechizo.

Numaèl negó lentamente, apoyando su báculo en el suelo con un movimiento firme.

—No es correcto interferir con la mente de otros mediante hechizos —explicó con gravedad—. Hacerlo puede tener consecuencias impredecibles a largo plazo. Solo lo empleo cuando no hay otra opción.

Mientras lo escuchaba, mis dedos buscaron el pendiente que colgaba de mi oreja. Ahora, más que nunca, sentía que el destino estaba tejiendo una trama complicada, y yo no era más que un hilo en su vasto telar.

Parpadeé varias veces, intentando recuperar el equilibrio mental tras el impacto del hechizo.

—Mi abuelo pensaba que su primogénito era el guerrero de la profecía, porque la frase que brilla cuando un Páradan coge el libro, está situada en la página doce, pertenece al apartado seis y corresponde al segundo párrafo. ¿No es así?

—Exacto. Creía que la reacción estaba vinculada al año de su nacimiento, el 1262 —confirmó Tío Honoris, ajustando su boina hacia delante con un gesto pensativo.

—Pero se equivocó —dije, mientras las piezas del rompecabezas encajaban en mi mente—. Después de lo que ocurrió en la Ceremonia del Aventurado y la matanza en Quinnata, se dio cuenta de que tal vez el año de mi nacimiento era la clave para resolver el misterio.

Numaèl asintió con solemnidad.

—Así es. Al parecer, Frouran memorizó los escritos hasta tal punto, que recordaba que el párrafo que brilla al contacto con los Páradan es el número mil doscientos ochenta y nueve del total.

—Increíble... —murmuré, impresionado por el nivel de detalle que mi abuelo había alcanzado.

Tío Honoris y Numaèl intercambiaron una mirada significativa antes de volverse hacia mí con la misma seriedad.

—Ahora que lo comprendes, ¿estás listo para descubrir si la intuición de tu abuelo es correcta?

Me puse de pie lentamente, sintiendo cómo mi cuerpo recobraba fuerzas. Mis muñecas crujieron al moverlas, como si también se prepararan para lo que estaba por venir.

—Creo que os estáis dejando demasiados cabos sueltos —comenté, con un tono deliberadamente desenfadado—. ¿Cuántos humanos más, aparte de ellos tres, han tocado el Mitólor?

Mi pregunta los tomó por sorpresa, dejando desconcierto en el aire.

—Que tenga constancia, solo Álklanor —respondió Numaèl tras una breve pausa.

—¿Entonces cómo puedes asegurar que el libro solo responde al contacto con los de mi linaje? —pregunté, dejando escapar un suspiro mientras cruzaba los brazos—. Ni siquiera sabes si tuvo algún tipo de reacción con el rey de Félandan en aquel entonces.

El Magnánimo se quedó en silencio, y Tío Honoris comenzó a mirar al suelo, como si buscara una respuesta oculta entre las baldosas.

—Es normal que el tomo no reaccione con vosotros, los cuatrobrazos —agregué, mientras mis pensamientos se organizaban a medida que hablaba—. Al fin y al cabo, los escritos se refieren al elegido como un humano, no como un sònegan.

Numaèl apretó los labios.

—¡Mis antepasados lo tenían claro! —exclamó finalmente, alzando su bastón con fuerza—. Eso me basta para confiar en su criterio. Estoy seguro de que ya habían considerado esa posibilidad y, aun así, concluyeron que los Páradan son especiales.

Tío Honoris, con una mezcla de nervios y determinación, hizo ademán de ofrecerse para tomar el Mitólor él mismo, dispuesto a resolver la incertidumbre. Pero antes de que pudiera actuar, levanté una mano para detenerlo.

—Todavía necesito respuestas a mis preguntas —dije, mirando fijamente al sònegan y a mi anciano compañero—. ¿Qué hay de ese tal Álklanor? Según el libro, solo el salvador puede derrotar al demonio. Y, al parecer, él lo logró durante la gran batalla hace quinientos años.

—No puedo darte una respuesta clara a ese interrogante —admitió Numaèl con serenidad, aunque su tono reflejaba años de escepticismo—. Mi clan siempre ha creído que tanto Álklanor Núndior como sus descendientes, son unos farsantes. Sin embargo, no tenemos pruebas de que el demonio siga vivo.

Tío Honoris frunció el entrecejo antes de tomar la palabra.

—Perdone mi intromisión, Gran Guardián, pero si nunca habéis salido de Anaiho, ¿cómo podríais tener la más mínima pista sobre si el demonio sobrevivió?

Su pregunta dejó un breve silencio en la sala, roto solo por el sonido de los pasos de un guardia en el pasillo cercano.

—Buena apreciación, anciano. Digamos que nuestra curiosidad no tiene fronteras —Numaèl respondió con una sonrisa pícara que contrastaba con la gravedad de la conversación—. He de deciros que estoy al tanto de todo lo que acontece en el mundo. Mis halcones pechirrojos sobrevuelan Tálwer constantemente. Ellos me informan de lo que ocurre más allá de este país, a excepción de las Montañas Primigenias y Niake, donde el frío y la arena, respectivamente, les impiden acceder.

Mis pensamientos se agolparon al recordar algo: en la conferencia de Dárasen, había visto un ave de esas características posada en lo alto de una de las torres que rodeaban la plaza.

—¿De verdad creíais que confiaría sin más en unos forasteros que aparecen de repente? —continuó Numaèl entre risas, con una chispa de ironía en su tono—. Llevo observando a Éliarag desde el suceso de la conferencia. Me llamó la atención la reacción del rey, por lo que advertí a mis halcones que no te quitasen el ojo de encima.

Tío Honoris, atónito ante la revelación, alzó las cejas con sorpresa.

—¿Por eso no había guardias en el Paso Eminente?

El cuatrobrazos asintió con serenidad.

—Exacto. Varios de mis guerreros generaron una revuelta cerca de Kyara para distraer al enemigo. Lo que aún no sabía era el lugar exacto en donde apareceríais después de cruzar la puerta. Pero, una vez entrasteis, os localicé y mandé al batallón de Sylèwer en vuestra busca.

—Entiendo... Entonces no fue casualidad que nos salvaran de aquellos Púrpuras... —murmuró, con un matiz de asombro en su voz.

Numaèl, sin decir nada, se dio media vuelta y se posicionó frente al ventanal, contemplando el paisaje exterior.

—Hay algo que me preocupa —musitó, con voz cargada de intención—. Estoy tratando de localizar a Rockern Núndior, pero hace más de diez días que mis halcones no dan con su paradero. La última vez que le vieron fue en la capital de Félandan.

—Creo que puedo darte información al respecto —intervino Tío Honoris con seriedad.


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