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Capítulo 44 (Crónicas de Anaiho)

Durante el tiempo que permanecí dormido, mi subconsciente fue capaz de captar los relatos que, con serena quietud, Numaèl narraba a Tío Honoris.

Hace más de mil años, cuando el continente de Tálwer aún no existía, una misteriosa isla flotante era lo único que se alzaba en medio del vacío. Todo cambió cuando las criaturas que habitaban aquel recóndito lugar encontraron, en los confines de sus montañas nevadas, un mineral inigualable: la Piedra Radnital, la más poderosa que haya existido jamás.

Gracias a ella, fueron capaces de concebir al primer dios, quien más tarde engendraría a otros siete hermanos. Juntos, los ocho dioses crearon un mundo nuevo alrededor de la isla flotante, al que bautizaron como Tálwer.

Sin embargo, para su desdicha, los todopoderosos no lograron convencer a las criaturas primigenias de que abandonaran sus montañas nevadas para habitar las nuevas tierras. Por lo que, decididos a poblar su creación, concibieron un nuevo tipo de criatura mortal. Aunque el proceso fue largo y complejo, finalmente tuvieron éxito.

Los sònegans fueron su primera creación, marcando el inicio del calendario y el año cero de Tálwer.

Los cuatrobrazos se adaptaron rápidamente a su entorno, aprendiendo a alimentarse de cereales, verduras y otros frutos que la naturaleza, generada por los dioses, les ofrecía. Sin embargo, lejos de explorar lo que había más allá de la selva donde se asentaron, se enfocaron en comprender y dominar su entorno. Establecieron su propio idioma y, además, descubrieron una fuente de energía interior que habitaba en sus cuerpos, a la que llamaron: radniturgia.

Reconocieron a Anuralba como su líder, quien había demostrado ser el más sabio y capacitado para guiarlos, y le otorgaron el título de Gran Guardián. A partir de entonces, sus descendientes serían conocidos como «los Sacros». Entre ellos, el más inteligente y benévolo sería elegido para ocupar el trono una vez falleciera el Gran Guardián. Esta tradición se perpetuaría a lo largo de las generaciones.

Los sònegans son criaturas de gran altura, dotadas de cuatro largos brazos y dos piernas, cuyas seis extremidades tienen tres dedos cada una.

Su piel escamosa se adapta al entorno que frecuentan, lo que hace que su pigmentación varíe notablemente dependiendo del hábitat.

Aunque el organismo de los sònegans se asemeja al de los humanos, en lugar de sangre, sus venas transportan un líquido cetrino llamado «kènkia». Este fluido, similar a la savia de las plantas, es más acuoso e inoloro.

Los cuatrobrazos carecen de órganos reproductores visibles. Las diferencias entre machos y hembras radican principalmente en el peso y la robustez, siendo las hembras ligeramente más pequeñas.

Otra característica destacable es la ausencia de orejas. En su lugar, sus cabezas tienen tres pequeños agujeros a cada lado, que les otorgan un oído cuatro a cinco veces más agudo que el de los humanos. Tampoco poseen cejas ni pestañas, y sus ojos, estrechos y alargados, les confieren una mirada enigmática. Sus narices, planas y sin relieve, cuentan con dos pequeños orificios situados encima de su áspera boca, que les permiten respirar y captar olores.

El cuero cabelludo, en cambio, es un elemento clave en su cultura. Los peinados extravagantes son un rasgo distintivo entre los sònegans, reflejando su identidad y posición social.

La esperanza de vida promedio de un sònegan ronda los ciento cincuenta años, aunque aquellos que llevan una vida profundamente espiritual pueden extenderla significativamente.

Sin embargo, su fertilidad es limitada. Los machos alcanzan la madurez sexual a los treinta y tres años, mientras que las hembras lo hacen a los treinta. Una vez alcanzadas estas edades, su kènkia produce unas hormonas sexuales únicas que desaparecen del cuerpo tras ser utilizadas, volviendo a generarse diez años después. Esto restringe su capacidad de reproducción a una vez por década.

El proceso de copulación es profundamente simbólico y dista mucho del de los humanos. Tanto la hembra como el macho deben hacerse un corte en la parte interna de sus cuatro manos y unir sus palmas mientras rodean el tronco de una ceiba. Estos árboles sagrados se encuentran en un denso y singular bosque llamado «El Bosque del Comienzo».

Cuando las linfas de ambos se mezclan, sienten una agradable y placentera sensación que puede durar desde unos instantes hasta casi medio día, dependiendo de la intensidad del amor que comparten.

Tras el acto, el árbol genera una pequeña rama nueva, de la cual, cinco días después, brota una diminuta vaina alargada. Este fruto, tras un proceso de gestación de cuatrocientos días, da lugar al nacimiento de un pequeño sònegan.

Los recién nacidos deben alimentarse exclusivamente de néctar durante sus dos primeros años de vida, hasta que les crecen las primeras muelas y pueden empezar a ingerir alimentos sólidos.

Aunque el carácter de los cuatrobrazos varía según su personalidad, por naturaleza son criaturas armoniosas. Durante siglos vivieron sin conocer la guerra, mientras que los humanos, desde nuestra aparición en Tálwer en el año 378, no hemos dejado de luchar por disputas territoriales, conflictos de pasión, engaños y dinero.

Sin embargo, esta idílica forma de vida se truncó en el año 738, cuando los demonios abrieron el portal que conectó el infierno con el mundo de los mortales. Fue entonces cuando los sònegans aprendieron que, en ocasiones, si deseas la paz, debes prepararte para la guerra.

Después de que los antidioses arrasaran y sometieran todos los territorios humanos, fijaron su mirada en Anaiho.

Por aquel entonces, el liderazgo de los habitantes de Anaiho recaía en . Ante semejante amenaza, se vio obligado a hacer el primer llamamiento a las armas en la historia de los sònegans.

Aunque carecían de armamento avanzado y no contaban con acero ni las aleaciones del enemigo, los cuatrobrazos lograron resistir los embates de los ejércitos demoníacos gracias a su extraordinario dominio del radni. Defendieron sus fronteras en numerosas ocasiones, pero, finalmente, en una de las tantas batallas que se libraron en el Paso Eminente, Korzak cayó en combate.

Tras la muerte de su líder, su séptima hija, Wekampa, fue elegida para ocupar el trono que había quedado vacío. Reconocida como la más inteligente de entre sus hermanos, Wekampa demostró su valía tomando una decisión que cambiaría el futuro de su pueblo para siempre.

Reunió a los mejores dominadores del radni ingenial en el Paso Eminente, justo donde su padre había sido asesinado. Allí, en el año 739, con el permiso y la ayuda de la Madre Naturaleza, generaron el mayor hechizo evasivo jamás conocido: la Gran Puerta.

Desde aquel momento, la frontera de su país quedó sellada para cualquier intruso que no conociera la contraseña y el sello secreto. El hechizo era tan poderoso que no solo ocultaba el acceso terrestre a través del desfiladero, sino que también protegía las entradas marítimas. Aquellos que intentaran acercarse a la costa sin la contraseña quedarían atrapados, navegando en un bucle interminable, incapaces de alcanzar el litoral.

La Gran Puerta no solo representó un avance sin precedentes en el dominio de la radniturgia, sino que también marcó un punto de inflexión en la historia de Anaiho, al garantizar su aislamiento frente a amenazas externas.

Graciasa su audaz actuación, el pueblo sònegan quedó protegido de cualquier amenazaexterior, y Wekampa se ganó el título de «la Salvadora».



 






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