Capítulo 41 (El Paso Eminente)
Continuamos recorriendo el desierto durante toda la noche, sin que el saurio tuviese la necesidad de parar a descansar.
—Aprovechad para conciliar el sueño —nos indicó el jinete—. Trueno no se detendrá hasta haber llegado a nuestro destino.
El descomunal tamaño del lagarto nos permitía permanecer holgados en la estructura de madera situada sobre su lomo.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Earan, preocupada.
Tío Honoris puso su mano en mi frente y suspiró.
—Tiene mucha fiebre. Espero que lleguemos a tiempo.
NiNi no se separó de mí en todo el trayecto, al igual que Koris de su hermana.
—¿Me cantas una canción para dormir? —le pidió con gesto cariñoso.
La joven negó con la cabeza.
—Oye, hermanita —Koris le movió la melena de la parte derecha de la cara—. Te han salido unas manchas en la frente. No vas a enfermar, ¿verdad?
—Por supuesto que no, tonto —respondió tras volver a colocarse el pelo—. Estate tranquilo y duérmete, yo cuidaré de ti.
Viajamos por el desierto durante todo el día.
No fue hasta la noche siguiente cuando Yagimi pudo ver a lo lejos la frontera que separaba el desierto del país de los cuatrobrazos.
—Ahí está —nos avisó—. El desfiladero que conecta con Anaiho.
Naile alzó la vista y observó maravillado la majestuosidad de la cordillera que flanqueaba la entrada. Las paredes de roca rojiza, erosionadas por el tiempo, se alzaban como colosos eternos, estrechándose hacia el cielo. El sendero que se adentraba en el desfiladero parecía absorber la luz, rodeado de arbustos espinosos y sombras profundas que anunciaban la dureza del camino por venir.
—Debéis tener mucho cuidado, se rumorea que esa abertura angosta y alargada suele estar custodiada por expertos vigías —advirtió el jinete—. Pronto amanecerá.
Una vez llegamos a orillas de la garganta, nos bajamos del reptil.
—¿Cómo vais a transportar al herido? —preguntó, preocupado.
El anciano sacó una misteriosa caja negra y cuadrada del interior de su faltriquera y la posó en el suelo.
—Estoy seguro de que sigue vivo; es un animal muy fuerte —dijo en voz alta—. ¡Neztah, isah neztah!
Acto seguido, el misterioso recipiente bruno se rompió, y en su lugar apareció mi caballo.
—¡Es una suerte que haya recuperado un poco de mis reservas de radni! —exclamó tras darle varias palmadas en el lomo—. Necesito que me ayudes a transportar a tu amo, está muy herido.
Los que presenciaron la escena se quedaron pasmados al ver cómo Tío Honoris hacía aparecer un corcel de su bolso.
—¿Qué harás ahora? —Naile se dirigió al jinete del reptil.
Yagimi acarició la cabeza de Trueno y suspiró resignado.
—Mi misión termina aquí —bisbiseó abatido—. Volveré al Cuartel Flama y trataré de recuperar los cuerpos de algunos de mis compañeros. Se merecen un funeral digno.
Luego de dar su respuesta, se despidió de nosotros y se marchó.
El anciano comenzó a caminar hacia el interior del desfiladero.
—Vamos, hemos de continuar nuestro viaje —giró la cabeza hacia Earan—. ¿Te gustaría llevar las riendas?
La joven cogió las cuerdas, pero el animal comenzó a relinchar.
—¿Qué ocurre? —le preguntó el anciano—. ¿Acaso no quieres que ella lleve el ronzal?
El cuadrúpedo movió la cabeza, y Naile agarró las cuerdas para calmarlo.
Yo apenas tenía fuerzas para abrir los ojos, pero en uno de mis parpadeos, me pareció ver un precioso bengalí rojo sobrevolando nuestras cabezas, seguido por un azulejo de las montañas. ¿Esas dos peculiares aves me seguían a todas partes? ¿O solo se trataba de mi imaginación?
—A este sombrío lugar se le conoce como el «Paso Eminente», y tiene una larga historia a sus espaldas —comentó el anciano—. Debéis estar muy atentos y avisarme de cualquier movimiento extraño que veáis.
—No te preocupes, no dejaré que nadie haga daño a Éliar —añadió la chica, segura de sí misma.
Tío Honoris le puso la mano sobre la cabeza.
—Eres muy valiente, pero será mejor que te mantengas al margen cuando entable conversación con los cuatrobrazos.
Continuamos avanzando sin pausa a través de la garganta, y por las palabras de Koris pude deducir que el paisaje era un tanto siniestro. No paraba de murmurar que estaba muerto de miedo.
La escasa luz que se filtraba desde el exterior proyectaba sombras alargadas que parecían moverse a nuestro paso. Las paredes parecían traer susurros provenientes de las grietas que formaban las fisuras de las rocas. El ambiente húmedo y cargado solo aumentaba nuestra incomodidad, y era difícil eludir la sensación de que algo o alguien nos observaba desde las alturas, donde la cima de los acantilados desaparecía en una neblina misteriosa.
—¿Estás seguro de que sabes cómo descifrar el encantamiento? —cuestionó Earan—. Juraría que hemos pasado más de cinco veces por este lugar.
—Eso es imposible, hermana, estamos caminando en línea recta —respondió el niño.
Naile, con mirada arrugada, se metió a la boca una espiga de trigo.
—En efecto, estamos dentro de un poderosísimo hechizo de radni ingenial creado hace cientos de años por los residentes de Anaiho —aclaró sonriente—. El encantamiento en el que estamos inmersos hace que veamos continuamente el mismo paisaje.
—¿Y qué tenemos que hacer para salir de aquí?
—Lo primero, tener mucha calma —aseguró—. Lo segundo, confiar en mí.
Earan, indignada, se detuvo en seco.
—¿Bromeas? —le recriminó—. ¡Podríamos estar vagando por este desfiladero hasta el fin de nuestros días y, aun así, no conseguiríamos encontrar nunca esa maldita puerta verde!
Tío Honoris no prestó demasiada atención a las palabras de la chica y continuó caminando junto a mi caballo.
—Vamos, hermana —Koris le agarró de la mano y la forzó a seguir.
Seguimos recorriendo la alargada garganta hasta que, por fin, poco antes de que el alba aclarase el cielo, Naile se detuvo.
—¿Ya está? ¿Hemos llegado? —Earan no parecía creérselo—. El panorama sigue siendo el mismo y el camino de piedras continúa.
El anciano sacó de la boca la espiga que masticaba y la arrojó al suelo, para, seguidamente, dar un buen trago a la redoma que guardaba a buen recaudo.
—El Paso Eminente esconde muchos más secretos de los que pueda parecer a simple vista —dijo tras eructar—. ¿Ves esos árboles de ahí?
Los dos hermanos miraron a izquierda y derecha.
—Son acebuches —aclaró—. Hasta ahora solo habíamos visto enebros aderezando el paisaje. Esta es la señal que nos indica el lugar donde se esconde la entrada a la región de los sònegans.
La chica dio unos pasos al frente con las palmas de sus manos extendidas hacia delante.
—¿Dónde está? No soy capaz de ver nada.
—Para que la Gran Puerta aparezca, es necesario efectuar el sello secreto y acompañarlo con las palabras correctas —Naile le agarró del hombro y le echó hacia atrás—. Ese es el motivo por el que, desde su creación, ningún foráneo, a excepción de unos pocos elegidos, han podido penetrar en su país.
—¿Cómo es posible que tú sepas la contraseña para ingresar en Anaiho?
—Es una crónica muy larga de explicar, dejémoslo para otra ocasión —concluyó—. Solo te diré que hubo una persona a la que le permitieron conocer el sello secreto y, gracias a él, sus descendientes han podido conservar el código traspasando su conocimiento de generación en generación.
La joven no podía disimular su asombro.
—Y seguro que todo eso tiene algo que ver con Éliar, ¿me equivoco?
—En efecto. Yo conozco el acceso gracias al abuelo de este muchacho, quien a su vez heredó la información de su padre —Naile juntó las yemas de los dedos, con una expresión solemne—. ¡Alejaos, puede ser peligroso!
Comenzó a mover las manos con rapidez, hasta que unió los índices y los pulgares formando un triángulo perfecto.
—¡Ama arutan! ¡Kin aza utakse(ko) eruz aeretob(ak)! ¡Kuz ztu(kin) neztras!
Todo a nuestro alrededor comenzó a brillar, y unos destellos glaucos dieron paso a un ligero temblor de tierra.
—Agarraos a mí —dijo, cogiendo las riendas del caballo.
Cientos de lianas surgieron de la nada frente a nosotros, serpenteando en el aire con una precisión casi sobrenatural. Se entrelazaron con armonía, como si una voluntad invisible guiara sus movimientos, hasta formar la imponente y legendaria puerta verde que custodiaba la entrada al misterioso país de los cuatrobrazos.
—¡Alucinante! —NiNi sacó la cabeza del bolso del anciano—. Esto supera cualquier historia que haya oído.
Cuando la entrada terminó de formarse, el suelo dejó de vibrar.
—Ojalá el destino esté de nuestro lado... Hasta ahora hemos tenido suerte de no cruzarnos con ningún centinela —murmuró Naile, dando un paso al frente—. El portón se cerrará pronto. ¡Vamos!
Sin más dilaciones, accedimos a Anaiho.
Una vez al otro lado, la puerta que teníamos a nuestra espalda desapareció sin dejar rastro.
Nos encontrábamos inmersos en una frondosa selva, donde los sonidos de los animales eran incesantes, como un vibrante concierto natural. La vegetación que nos rodeaba era exuberante, con una multitud de árboles desconocidos que se alzaban majestuosos, cubriendo el entorno con un manto de sombras entretejidas.
—¡Lo logramos! —Earan no pudo contener su alegría.
—No levantes la voz —le advirtió Tío Honoris—. Debemos ser cautelosos.
El anciano parecía inquieto, como si cada paso fuese una apuesta en un juego que no controlaba.
—Tengo miedo —dijo Koris, aferrándose al brazo de su hermana.
—No desesperéis —Naile le acarició el pelo—. Confiad en mí.
El anciano olisqueó el aire con exagerada concentración, y sus fosas nasales se ensancharon como si estuviese descifrando un mensaje oculto en los aromas.
—Percibo una presencia extraña en esa dirección —señaló con decisión—. Deben de ser ellos.
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