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Capítulo 39 (Bajo el peso de la muerte)

—He escuchado toda vuestra conversación —dijo, avanzando hacia ellos sin titubear—. No podrás impedir que Koris y yo los acompañemos.

Kénfer se acercó a su sobrina.

—Earan... —murmuró, al tiempo que levantaba una mano para acariciar su rostro—. No sabes cuánto me recuerdas a tu madre...

La joven no apartó la mirada, sus ojos reflejaban determinación.

—Prometiste regresar, y no lo hiciste. Pero ahora que estamos juntos, no dejaré que vuelvas a dejarnos atrás.

—Ir al país de los cuatrobrazos es demasiado arriesgado —murmuró Kénfer, con un tono cargado de preocupación—. Ahora que nos hemos reencontrado, no permitiré que nadie os haga daño.

Earan le sostuvo la mirada, tomó aire y se confesó.

—¡He mantenido una conversación con el rey de Félandan! —gritó, como si alzando la voz pudiera liberarse de la carga que llevaba dentro—. ¡El anciano tiene razón, ese chico no es un humano corriente!

Sus palabras hicieron que un silencio sepulcral envolviera la habitación. El arquero y el anciano se quedaron inmóviles, procesando la impactante revelación.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Kénfer tras un instante de incredulidad—. ¿Por qué ibas tú a haber hablado con el monarca?

—Es cierto lo que dice —intervino Tío Honoris, con seriedad—. Antes de que vosotros llegaseis al asentamiento, tuve que rescatarla. Ha estado encerrada con Rockern en un cuartel de Ugmalu.

El rostro de Kénfer mostraba una mezcla de confusión y desconfianza.

—Earan, por favor, cuéntame lo que has hablado con el rey —rogó Naile, apoyando una mano en su hombro—. Es de vital importancia.

La joven asintió con la cabeza y, como buscando consuelo, corrió a abrazarle.

—Me preguntó si sabía la localización del muchacho con la cicatriz en la cara —dijo, entrecortada por la agitación de su respiración—. Yo negué con firmeza, pero él insistió. Me aseguró que aquel a quien buscaba era el causante de las desgracias de los habitantes del desierto.

—¡¿Qué?! —exclamó Tío Honoris, separándola ligeramente para mirarla a los ojos—. ¿Te dijo que Éliarag es el culpable de la sequía y las tormentas que rodean Niake? No te creerías semejante barbaridad, ¿verdad?

Earan le miró con ojos llenos de lágrimas, y su voz tembló al responder.

—Me dijo que Éliar es el demonio reencarnado... —admitió, con un hilo de voz—. Según él, cuando solo era un bebé, quemó su pueblo natal y asesinó a sus padres y a todos sus vecinos.

El impacto de aquellas palabras dejó a todos sin aliento. Incluso Kénfer, que hasta ahora había permanecido en silencio, parecía sumido en un profundo conflicto interno.

—¡Earan, por favor! —dijo Tío Honoris, zarandeándola levemente por los hombros—. ¡Trata de pensar fríamente con la cabeza! Rockern te ha engañado. El motivo por el que busca a Éliarag es muy distinto.

El anciano soltó un suspiro tenso antes de girarse hacia Kénfer.

—No sé cómo ni por qué, pero el rey, al igual que yo, sospecha que este chico puede ser el guerrero de la profecía —dijo con firmeza—. Es posible que quiera matarle antes de que el mundo conozca esta información, ya que eso pondría en peligro la reputación de Álklanor, su antepasado.

Kénfer estrechó los ojos, evaluando sus palabras.

—No tiene sentido, piénsalo bien —replicó—. Si el fundador del Reino de Félandan no hubiese sido el elegido que anuncia el libro sagrado, jamás habría podido derrotar al demonio.

—¿Y si no lo derrotó? —Tío Honoris dejó que la pregunta resonara en el aire, con una mirada que parecía atravesar la misma realidad—. ¿Acaso podemos estar seguros de que aquel a quien no se debe nombrar murió en la batalla?

Kénfer tragó saliva, las implicaciones de aquella idea eran demasiado grandes para procesarlas en un instante.

—En cualquier caso, el rey volverá en busca de Éliar —interrumpió Earan, con un tono de advertencia.

—No sabemos si ha muerto en el incendio que tu tío provocó en Ugmalu —murmuró Naile, intentando sonar más optimista.

Pero la joven negó con la cabeza con una certeza alarmante.

—Yo estuve mirando sin descanso la entrada del cuartelillo por el que te vi salir —aseguró Tío Honoris, con la voz impregnada de convicción—. Y doy fe de que él no lo abandonó en ningún momento.

—Rockern se marchó mucho antes del asalto —declaró Earan con firmeza—. El cuartelillo del que hablas poseía un paso secreto que conectaba directamente con las galerías subterráneas. Yo misma lo vi con mis propios ojos.

Naile apretó los dientes, su frustración evidente.

—¿Por qué no nos has hablado de esto durante el camino al fortín? —cuestionó con un deje de reproche.

—Tenía miedo —confesó la joven, bajando ligeramente la mirada—. No estaba segura de cómo os ibais a tomar toda esta información. Sin embargo, tras hablar contigo, creo que tienes razón. Éliar no puede tener el demonio en su interior. El rey trató de engañarme.

Kénfer crujió los nudillos de ambas manos.

—Earan, si toda esta conversación es una artimaña para que acceda a dejarte marchar al país de los cuatrobrazos, lamento decirte que no te valdrá de nada —afirmó con un tono seco y autoritario—. No quiero escuchar más tonterías acerca de demonios y elegidos. En cuanto este chico se recupere, se irán de aquí, y Koris y tú permaneceréis bajo mi custodia.

Con un gesto de disgusto, el pelirrojo abrió la puerta de la habitación y se marchó, cerrándola con fuerza tras de sí.

Earan, en silencio, se quedó mirando por la ventana, visiblemente afectada. Fue entonces cuando rompió el silencio.

—Oye, Tío Honoris, tú eres un radniturgo —murmuró, buscando una solución—. ¿Por qué no aumentas de tamaño al primer pájaro que encontremos y nos marchamos de aquí?

El anciano sacudió la cabeza con aire cansado.

—En primer lugar, aún no he visto aves en este desierto —respondió—. Y, en segundo lugar, el hechizo que posibilitó nuestra huida a través de las montañas agotó mis reservas de radni.

—No sabía que esos poderes se agotaban —contestó, frunciendo el ceño.

Tío Honoris sacó una espiga de trigo del bolsillo y se la metió en la boca antes de responder.

—Solo se agotan en casos excepcionales —explicó, masticando lentamente—. Cuando el usuario utiliza una gran cantidad de energía interior para la confección de un hechizo. No te preocupes, en un par de días estaré recuperado.

Earan, que hasta entonces había permanecido en silencio, giró la cabeza para mirarme, y una tenue sonrisa apareció en su rostro antes de volverse hacia el cristal.

—Naile, si no es indiscreción, me gustaría preguntarte algo —susurró, casi como si temiera la respuesta.

—Adelante —respondió el anciano con seriedad.

La joven suspiró.

—¿De verdad crees que serás capaz de entrar en Anaiho? —preguntó con voz entrecortada—. No me mientas, por favor, sé sincero.

Tío Honoris escupió los granos de trigo que había acumulado en su boca y respondió con firmeza:

—Sí. De hecho, soy de las pocas personas capaces de atravesar la frontera. Tal vez el único. Probablemente no lo sepas, pero el acceso al país de los cuatrobrazos está protegido por un poderoso encantamiento.

—¿Y a pesar de ello estás convencido de que puedes penetrar en su interior? —insistió Earan, girándose para mirarle.

Naile asintió.

—Por cierto —añadió el anciano, mirándola con curiosidad—, ¿dónde está tu hermano? No es habitual en ti dejarle solo.

Earan suspiró y volvió su atención al cristal, evitando el contacto visual.

—Está durmiendo en el edificio de enfrente —respondió con tono apagado—. Necesitaba ver a Éliar... Estoy muy preocupada por él.

Con la puesta de sol, Kénfer entró en la habitación acompañado por dos curanderos.

—Su estado no ha mejorado —dijeron al poco de comprobar mis constantes vitales—. A decir verdad, el ritmo de sus pulsaciones ha mermado.

—¡¿Qué quieres decir?! —Earan no pudo contenerse—. ¡Suministradle más antídoto!

Kénfer agarró a su sobrina, que parecía fuera de sí.

—Hacer eso provocaría su muerte inmediata. El organismo humano no está preparado para soportar más antitóxico del que ya le hemos proporcionado —respondió uno de los curanderos—. Lo único que podemos hacer es esperar.

Tío Honoris se echó las manos a la cabeza.

—¡Maldita sea! —exclamó cabreado—. ¡Debimos haber continuado nuestro viaje a Anaiho en lugar de desplazarnos hacia Alogna!

NiNi no se separaba de mi lado en ningún momento.

—Oye, Naile, los cuatrobrazos tienen un conocimiento de la medicina muy superior al nuestro —dijo la joven—. ¿Por qué no partimos hacia allí de inmediato? Tal vez ellos puedan salvarlo.

—Anaiho está muy lejos de aquí y todavía no he recuperado mis reservas de radni —contestó cabizbajo—. Además, aunque pudiese aumentar de tamaño a nuestra liebre, tardaríamos cinco o seis días en atravesar el desierto.

El pelirrojo se acercó a su sobrina.

—Tú no vas a acompañarlos a ninguna parte, tu madre nunca me lo perdonaría —la aseguró—. Te quedarás aquí, junto al Escuadrón de Ocho Llamas, hasta que tengamos permiso para regresar a Nuevo Lauros.

—Oye, Kénfer —el anciano no pudo contener la intriga por más tiempo—. Ayer mencionaste que tu futura esposa pertenece a un batallón llamado: Escuadrón de Tres Llamas.

—Así es.

—Y ahora hablas del Escuadrón de Ocho Llamas.

—En efecto, yo soy su capitán —afirmó—. ¿Ves este bordado dibujado en mi hombrera? Es una llama con ocho puntas, cada compañía tiene el diseño correspondiente.

Tío Honoris se acercó y le clavó la mirada.

—Dime una cosa, ¿existe un Escuadrón de Cinco Llamas dentro de tu organización?

El hombre se quedó unos instantes en silencio.

—Hace más de dos décadas que ese batallón desapareció, y desde entonces, los líderes de la Orden del Fuego no han vuelto a asignar uno nuevo —respondió.

—No puede ser... —murmuró nervioso—. ¿Cómo se llamaba el capitán de dicho batallón?

Kénfer se rascó la cabellera.

—No sé mucho sobre aquel escuadrón y sus miembros, pero he oído hablar sobre su líder —contestó mientras se sujetaba la barbilla—. Frouran, el bravo.

Aquella revelación dejó al anciano sin habla.

—Nadie conoce el motivo concreto de su desaparición, pero se rumorea que él y su equipo traicionaron a los reyes de Nuevo Lauros —añadió.

Tío Honoris tuvo que sentarse a consecuencia del impacto que aquella información le había generado. No podía ser casualidad; el Escuadrón de Cinco Llamas al que él mismo había pertenecido, era en realidad el batallón de una organización secreta situada al otro lado del mar.

—¿Por qué nunca nos dijo nada? —preguntó en voz baja.

—¿A quién te refieres? —Kénfer se agachó y le miró de frente.

El anciano se rascaba la frente con mirada perdida.

—¿Acaso quiso protegernos de algo? —continuó bisbiseando—. No logro comprenderlo...

Justo en ese instante, la campana situada en lo alto del torreón comenzó a repicar con fuerza.

—¡Nos atacan! —los gritos de los vigías pusieron a todos los pelos de punta—. ¡Nos atacan!

Kénfer abandonó el habitáculo de inmediato y se apresuró por subir los escalones de la torre a la carrera.


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