Capítulo 29 (Promesas de futuro)
Tío Honoris no estaba de acuerdo en que Earan y Koris se uniesen a nosotros, pero no tuvo más remedio que aceptarles en el grupo, o de lo contrario, tendría que arrastrarme a mí a la fuerza.
Aunque la acababa de conocer, sentía una gran empatía por aquella joven. Había perdido a sus padres y se sentía responsable del porvenir de su hermano, no podía abandonar a alguien así a su suerte. Más aún, sabiendo de primera mano lo que se siente al pasar hambre y no tener manera de paliar esa necesidad.
—Conozco un atajo para llegar a las proximidades de Alogna —aseguró Earan.
—Hablas de los túneles que conectan con la cantera, ¿verdad? —cuestionó el anciano.
Ella asintió con la cabeza y él se opuso firmemente.
—Esos pasajes se excavaron hace más de quinientos años, podríamos quedar sepultados en cualquier momento —advirtió—. No tenemos más remedio que cruzar el arenal.
—¿Y qué pasará con nosotros? —cuestionaron los refugiados—. Sin Earan, estamos condenados.
—Ese es el verdadero motivo por el que la queréis a vuestro lado —respondí enfadado.
La chica me ordenó callar y dio un paso hacia delante antes de dirigirse a ellos con rostro serio.
—Salid de aquí, marchaos —dijo sin titubear—. Ha llegado el momento de que emigréis hacia el norte.
—¡Nunca podremos llegar con vida! —se quejaron—. Nuestros hijos no pueden cruzar el desierto a pie.
Mientras los exiliados discutían entre ellos, Tío Honoris parecía mantener una conversación con el camello.
—Earan, sé que quizá no estés de acuerdo, pero... —la susurró cerca del hombro—. Egustam quiere guiar a tus paisanos, él se encargará de transportar a los más pequeños.
—¿Acaso puedes hablar con los animales?
El camello se acercó a ella y le golpeó suavemente con la cabeza.
—Hablaremos de ello en otro momento —respondió—. Ahora mismo, solo necesitas saber que, por tu bien, Egustam decide separar aquí vuestros caminos.
—¿Es eso cierto? ¿Vas a guiarles hacia el norte? —Earan se abrazó al camello y este la contestó con emocionantes ronquidos—. Demuéstramelo acercándote a ellos.
El animal le dio un lametazo en la cara y acto seguido se arrimó al resto de refugiados.
—Egustam... —murmuró entre lágrimas—. Nunca te olvidaré.
El ronquido enérgico del mamífero nos puso a todos los pelos de punta.
—¡Vamos, no hay tiempo que perder! —Tío Honoris aumentó el tamaño de la liebre ante la atónita mirada de todos los presentes—. ¡Debemos partir de inmediato!
Nuestros dos nuevos compañeros subieron al lomo del lepórido junto a nosotros, y tras despedirse de sus paisanos, salimos de la cantera a toda velocidad.
La noche era gélida y el viento aparente no ayudaba a paliar temperatura.
—¿No vamos a dormir? —pregunté entre temblores—. Koris y Earan están muertos de frío, creo que deberíamos pasar la noche junto a una de tus hogueras.
El gesto de Tío Honoris delató su malestar.
—Está bien, pero retomaremos la marcha antes de que amanezca.
Detuvo la liebre en mitad del valle de dunas y utilizó uno de sus hechizos para crear una fogata con la que pudiésemos calentarnos.
—No tardéis en conciliar el sueño, no me demoraré mucho en despertaros —dijo tajante—. Estaré vigilando los alrededores, el humo del fuego delata nuestra posición.
Sacó unas hogazas de su alforja y nos las entregó justo antes de subirse al montículo de arena más alto de la zona.
Las ansias con las que masticaban me hicieron recordar a mis amigos y familiares.
—¿Ocurre algo? —preguntó Earan mientras devoraba el pan.
—Es solo que echo de menos a mi gente.
La joven se acercó a mí.
—¿Tienes alguien que espera tu regreso? —cuestionó con ceño fruncido.
Yo asentí con la cabeza.
—En ese caso, deberías estar feliz —dijo sonriente—. Nosotros no tenemos a nadie.
Koris se acurrucó en sus brazos y le pidió que le tatarease la melodía con la que se dormía cada noche. Pero Earan, sonrojada por mi presencia, era incapaz de entonar la canción.
—No tengas vergüenza —murmuré—. Cuando era niño y me encontraba inquieto o angustiado, mi madre solía cantar para que me durmiese. Todavía hoy es el día en el que, si la recuerdo, me relajo.
Aunque el miedo te quiera abrazar,
no dejes que el mal logre triunfar.
Yo estoy aquí, siempre a tu lado,
tu fortaleza, tu refugio amado.
La vida soy yo, la vida eres tú,
juntos hallamos la fuerza y la luz.
El amor sincero nunca perderá,
ni siquiera la muerte nos separará.
Cuando crezcas y seas mayor,
canta conmigo esta canción de amor.
Yo soy tu madre, tu primer hogar,
y tú mi esperanza, mi razón de amar.
No dejes que tu corazón pierda su brillo o su color,
aunque el fracaso o el error te intenten llenar de temor.
Dentro de ti hay un fuego eterno,
valor y fuerza, un poder interno.
Nunca olvides lo que eres para mí,
mi orgullo, mi vida, mi eterno vivir.
El chico concilió el sueño al poco de comenzar a cantar.
—Qué letra más bonita, Éliar —Earan se secó con los dedos las lágrimas que resbalaban de sus mejillas—. Gracias por calmar a Koris.
—No hay de qué —contesté sonriente.
La muchacha me miraba con ojos brillantes.
—Ese pañuelo sucio que llevas atado en el brazo izquierdo... —musitó relajada—. Es especial para ti, ¿verdad? Puedo percibir el afecto que le guardas.
—Sí —respondí rotundo—. Es un símbolo de anhelo y amistad, cuando lo miro veo a mis amigos y al sueño por el que nos comprometimos a luchar.
Las estrellas que brillaban en el cielo despejado parecían observarnos.
—Estoy muy contenta de haberte conocido —murmuró emocionada—. Por primera vez desde que mi padre muriese, vuelvo a tener esperanza.
—¿Esperanza?
Earan se abrazó a mí.
—No sabría explicarlo con palabras —noté cómo sus manos me agarraban con fuerza—. Es una sensación extraña, pero siento que estando a tu lado, mi vida puede retomar un camino mucho más plácido que el que he recorrido hasta ahora.
En ese momento no sabía si eran imaginaciones mías, pero tenía la impresión de que su armonía tenía algo que ver con la conexión entre su brazalete y mi pendiente.
—¿Me prometes que nunca nos separaremos? —me preguntó tras apoyar su cabeza en mi hombro—. Llévame con tu familia, añoro un hogar.
Su llanto era natural y sincero.
—No puedo prometerte semejante compromiso, ni siquiera sé qué será de mí mañana —susurré mientras la acariciaba el pelo—. Pero sí puedo jurarte algo: os ayudaré a ti y a tu hermano a encontrar un hogar en el que podáis ser felices.
Earan me besó la mejilla derecha y posó su cara sobre mi pecho. Podía percibir el fantástico olor de su melena negra.
—El corazón te late muy deprisa.
—No voy a negar que sentirte tan cerca me pone un poco nervioso —confesé luego de suspirar.
La joven sacó una sonrisa a la vez que sus párpados se cerraban a consecuencia del cansancio.
—No me sueltes... —susurró instantes antes de quedarse profundamente dormida.
Una vez entró en sueño profundo, cogí las frazadas que Tío Honoris había sacado de su alforja y se las coloqué por encima, tanto a ella como a su hermano. Acto seguido, subí a la duna en la que Naile aguardaba sentado.
—¿No puedes dormir? —me preguntó tras dar un trago a su ya habitual botella.
Negué con la cabeza y le quité el frasco para atreverme a dar un sorbo.
—Dime una cosa —dije tras sentir el quemazón de garganta—. Ese lugar al que quieres que te acompañe, ¿es un lugar seguro?
—No tengo respuesta a tu pregunta, no lo sabremos hasta no cruzar su frontera.
Me tumbé sobre la arena con las manos entrecruzadas en la parte posterior de la cabeza.
—Te agradezco que hayas aceptado mi osadía de querer salvar a la hija de la mujer asesinada por esos bastardos —confesé—. Espero no haberme equivocado con mi determinación.
El anciano posó la botella sobre el sablón y sacó una pipa de su zurrón.
—El destino es la fuerza inquebrantable e invisible que construye nuestros caminos —murmuró mientras llenaba el hornillo con una plantiquina rojiza que nunca antes había visto—. La casualidad y el azar no son amigos míos, todo sucede por algún motivo. Los episodios vividos deben servirnos de aleccionamiento, ya sea en esta vida o en la siguiente.
—¿Qué quieres decir?
—No hagas caso a este viejo borracho. Lo que quiero que entiendas es que confío en ti plenamente —dijo entre risas—. Dejaré que tus decisiones nos guíen, al menos mientras sea la luz quien nos acompañe.
Las palabras de Tío Honoris eran demasiado confusas para mis entendederas.
—Oye, muchacho —murmuró tras encender la cazoleta de la pipa—. ¿Qué pretendes hacer una vez salvemos a esa pobre niña?
Le expliqué, sin dudar, que mi intención era llevárnosla con nosotros.
—De eso quería hablarte... —murmuró.
Le quité la boquilla y me la acerqué a la boca.
—No creo que tengas oposición a que se una a nuestro viaje —dije justo antes de dar una calada.
El sabor de aquella plantiquina casi me hace perder la cabeza con la primera chupada.
—Éliarag, si te soy sincero, ni siquiera sé si nosotros seremos bien recibidos en Anaiho —admitió—. No puedo asegurarte la custodia de nuestros nuevos amigos, el país de los cuatrobrazos es un lugar hostil para los humanos.
—Si ellos no entran, yo tampoco lo haré —dije una vez me recuperé de la calada.
Tío Honoris comenzó a reír a carcajadas.
—Eres aún más testarudo que tu abuelo —murmuró—. Haré lo que pueda, pero creo que todavía no has comprendido la magnitud de este periplo.
—Si te soy sincero, estoy cansado de tantos misterios y presagios —le aseguré—. Solo quiero ser yo mismo y no traicionar mis principios, aquellos fundamentos que me hacen ser lo que soy.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro