Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 22 (El peso de la verdad)

El anciano dio unos pasos hacia adelante y se posicionó frente a nosotros.
—No, pero soy quien sucede su voluntad —respondió con firmeza, subiendo ligeramente la parte delantera de la boina que llevaba sobre la cabeza.

No podía creerlo. Era el mismo viejo solitario que solía pasar el tiempo bajo los tilos a la entrada de la arboleda que rodeaba Ástbur, el hombre que había causado el incendio en la taberna cuando los tres forasteros me perseguían.

—¡Naile! —exclamó Urbirus, dando un bote de alegría—. ¡Cuánto tiempo sin verte!

—A mí también me satisface verte, bribón, pero no hay tiempo para nostalgias —contestó Naile, con voz baja y grave—. Debo llevarme a este muchacho antes de que los guardias lo encuentren.

Me froté los ojos con las manos y arrojé al suelo la botella y los vasos vacíos.

—¡Ya basta! —grité, mientras el estruendo del cristal roto se expandía en la sala—. ¡Quiero saber de una vez por todas el significado de todos estos sucesos dementes!

—Cálmate, somos tus aliados —aseguró Urbirus, levantando las manos en señal de paz.

—¡No! —exclamé, con la voz quebrada por los nervios—. ¡Quiero saber si mi abuelo sigue vivo!

Naile se acercó y colocó su mano en mi hombro.

—Mi nombre es Naile Lébasi. Fui un amigo cercano de Frouran y miembro del escuadrón que capitaneó —dijo suavemente—. Escúchame, aquí hallarás algunas respuestas que tanto buscas.

Con un soplo delicado en la palma de su mano, unos polvos áureos comenzaron a brillar, transformándose lentamente en un cofre cobrizo.

—Es el mismo... —murmuré, con la voz cargada de incredulidad, acariciando la superficie de la caja—. Es el objeto que vi en mi visión.

—Tu abuelo me lo entregó entre lágrimas, poco antes de marcharse —añadió Naile—. Por favor, ábrelo. He esperado mucho tiempo para este momento.

Urbirus, que observaba la escena con atención, se adelantó.

—Un momento, Naile, ¿cómo sabías que el muchacho estaba aquí?

Naile dirigió una mirada apacible a su viejo compañero.

—He cuidado de él desde que su abuelo fingió su muerte y lo abandonó en Ástbur —confesó—. Lo encontré siguiendo el rastro del hechizo aromático que le implante hace casi dos décadas.

Las palabras de Naile apenas penetraron mi agotada mente. Todo lo

que podía hacer era observar el cofre.

—Coge la caja, muchacho —me instó Naile, antes de mirar a Urbirus—. ¿Ya le has hablado de su pasado?

—Estaba en ello... —respondió Urbirus, algo incómodo.

Finalmente, me decidí a sujetar la caja cobriza con ambas manos. Su peso parecía mayor de lo que imaginaba, pero su textura era familiar y reconfortante. Con cuidado, levanté la tapa.

—¿Un papel...? —murmuré, con la voz impregnada de desconcierto al descubrir el contenido del cofre.

Querido nieto:

Siento haberte ocultado la verdad. Quiero pedirte disculpas, pero al mismo tiempo, deseo que comprendas los motivos que me llevaron a mentirte.

Todo comenzó el día en que te llevé a la Ceremonia del Aventurado. El evento transcurría sin contratiempos hasta que llegó tu turno. Fue entonces cuando el rey empezó a olisquear el aire, observándote con ojos llenos de una furia inhumana. Me preguntó por tu nombre, y, acto seguido, te causó un profundo corte en la parte izquierda de la cara. Sí, ese es el origen de tu cicatriz.

Por algún motivo, Rockern quería adueñarse de ti. No tuve más remedio que huir del castillo contigo en brazos. Fui perseguido por los guardias, y cuando finalmente logré despistarlos, regresé a Quinnata, el pueblo donde tus padres te esperaban.
Sí, naciste fuera de la villa de marginados. Mi padre, tu bisabuelo, logró escapar de Ástbur y construir una vida lejos de la inmundicia. El verdadero apellido de nuestra familia es Páradan, pero al poco de salir de Ástbur, tu bisabuelo asesinó a un ganadero solitario y usurpó su identidad para ocultarse.

Cuando llegué a Quinnata, pedí a tus padres que huyeran contigo lejos de allí, pero lamentablemente, los guardias habían seguido mi rastro y llegaron al pueblo poco después. Fue entonces cuando me confiaron tu vida. Ni tu padre ni tu madre eran buenos jinetes, y sabían que no podrían garantizar tu seguridad.
Con el corazón destrozado, me vi obligado a abandonar a mi hijo y a mi nuera, sabiendo perfectamente lo que ello significaba.

Los vasallos del rey irrumpieron en la casa y tus padres fueron asesinados. No sé qué ocurrió exactamente, pero estoy seguro de que los habitantes de Quinnata presenciaron algo aquella noche que los guardias no querían que saliera a la luz. Por esa razón, quemaron el pueblo entero.

He deseado durante años saber qué fue lo que condenó a todos los vecinos de Quinnata. Aunque tengo mis sospechas, no voy a precipitarme en mis conclusiones.

El papel temblaba entre mis manos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y mi corazón latía desbocado. La conmoción era tan grande que no pude continuar leyendo. Incapaz de articular palabra, se lo entregué a Naile, quien tomó el escrito con delicadeza y retomó la lectura.

A sabiendas de que irían a por nosotros, decidí llevarte a Ástbur. Aunque ello suponía echar por tierra todos los esfuerzos que hizo mi padre por salir de allí, pensé que era el lugar más adecuado para que pasases desapercibido con otra identidad. Una pareja joven te acogió con amor, aún siendo conscientes del peligro al que se exponían. Te puse un nuevo nombre: Éliarag. De esa manera evitaría que te reconociesen por el que te pusieron tus padres de sangre: Léinad. Había revelado tu verdadero nombre al rey durante la Ceremonia del Aventurado, debía hacer todo lo que estuviese en mi mano para evitar que te encontrase.

Poco después de la tragedia de Quinnata, la casa real aseguró que existían indicios para sospechar que, el demonio que derrotó Álklanor hace más de quinientos años, se había reencarnado en un bebé. Utilizando esa conjetura como excusa, el monarca ordenó asesinar a cientos de recién nacidos, y es que al supuesto bebé demonio, le hacían responsable del incendio que había arrasado nuestro pueblo.

A ese desgraciado no le importó acabar con la vida de niños inocentes, y todo por tratar de encontrarte.

Han pasado siete años desde entonces, en los que he estado dándole muchas vueltas a lo ocurrido. En ese tiempo, Rockern descubrió nuestro verdadero apellido, y repartió carteles de recompensa con mi retrato y el de mis antiguos camaradas.

Traté de pasar junto a ti todo el tiempo que pude, pero cada vez era más difícil mantenerme oculto de los guardias que patrullan la villa de marginados. Por ese motivo decidí marcharme y simulé mi muerte, no me perdonaría ponerte en peligro, ni a tus padres adoptivos tampoco.

Entrego esta nota a mi gran amigo Naile, quien cuidará de ti en mi ausencia. Por favor, cuando llegue el momento y leas este escrito, confía en él y obedécele, sabrá guiarte hacia el camino correcto.

Te hablará acerca de una antigua profecía, la cual los Núndior han borrado de la historia con el paso de los años. Escúchale, porque si mis presagios son ciertos, podríamos estar cerca de descubrir la verdad acerca de lo ocurrido hace quinientos años. Tu año de nacimiento podría ser la clave que he estado buscando.

Te pido que no dudes en seguir el camino que te he trazado. Mis decisiones, aunque no siempre fueron las más sabias, fueron tomadas con todo mi corazón, y todo lo que hice, lo hice por ti.

Éliarag, no olvides nunca quien eres, ni reniegues jamás de tu apellido. Te quiero mucho, un abrazo enorme de tu abuelo, Frouran Páradan.

Me quedé mudo, sin habla. La sacudida emocional había sido devastadora. No había duda, esos escritos estaban redactados por mi abuelo. Recordé las muchas noches en que se acostaba a mi lado, repitiéndome que nunca debía renegar de mi apellido.

—Tu abuelo fue más que un simple hombre de fe. Su vida, su historia, estaba entrelazada con la de un mundo mucho más grande que el que conoces —agregó el anciano—. La conexión entre tu linaje y aquellos que lucharon contra el demonio hace siglos es más profunda de lo que imaginas.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Urbirus al ver que las lágrimas brotaban de mis ojos.

Pero no podía responder. Negué con la cabeza mientras los sollozos me ahogaban.

—¡Éliarag, no es momento para mostrar debilidades! —exclamó Naile, con dureza—. ¡Debemos partir de inmediato!

—Ten un poco de empatía —le reprochó Urbirus—. No es fácil asimilar todo esto.

Me limpié la nariz con la manga de mi chaqueta y alcé la vista, aún empañada de lágrimas.

—¿Por qué? —pregunté entre gimoteos—. ¿Por qué no he podido leer antes esta carta?

Naile me miró con ojos sinceros.

—Lo cierto es que dudaba del augurio de tu abuelo. Pero después de lo que vi en la conferencia de Dárasen, no me queda ninguna duda de que Frouran tenía razón.

—¿Estuviste en la conferencia? —cuestioné confuso—. ¿Y de qué demonios trata ese presagio?

El anciano soltó un suspiro.

—Claro que estuve allí. ¿Quién crees que provocó el temblor de tierra y la niebla que te ayudaron a escapar? —dijo con calma, pero con un leve destello de orgullo.

Me sequé las lágrimas y suspiré.

—¿Y sobre el augurio?

—Te lo explicaré durante el camino.

—¡Un momento! —interrumpí—. ¿Qué significa eso de que mi año de nacimiento es clave? Y, más importante aún, ¿dónde está mi abuelo?

Naile sacó una espiga de trigo de su bolsillo y la masticó antes de responder.

—Debes confiar en mí, tal como escribió tu abuelo. Pero te responderé a lo que pueda —murmuró, bajando el tono—. La verdad es que hace muchísimos años que no sé nada de él. La última vez que supe de Frouran fue hace trece años, cuando un mensajero trajo su carta. En ella, me advertía que había sido traicionado por alguien de confianza y que pronto lo capturarían. No quiso darme más detalles, seguramente para protegerme.

—A mí me llegó el mismo aviso —añadió Urbirus—. ¿Sabes a quién pudo referirse?

Naile negó con la cabeza.

—No tengo la menor idea. Si sigue vivo, ahora tendría noventa y dos años. Ojalá me equivoque, pero no creo que le volvamos a ver.

La incertidumbre sobre el destino de mi abuelo me golpeaba con fuerza. Las dudas se entrelazaban en mi mente, y la mezcla de esperanza y temor me hacía temblar. Pero antes de que pudiera asimilarlo, otro pensamiento aún más aterrador se apoderó de mí

—¿Y si el ejército descubre que soy un marginado? —pregunté, sintiendo cómo el miedo me invadía—. ¡Irán a Ástbur y matarán a mi familia!

Naile se giró hacia mí con una expresión grave.

— Tranquilo, antes de venir aquí me aseguré de informarles sobre lo ocurrido en la conferencia. Además, sé que alguien con experiencia les está ayudando a salir del pueblo. No tienes de qué preocuparte

—¿Salir? —grité, alarmado—. ¿Me dices semejante barbaridad y pretendes que me quede tranquilo?

Naile me puso una mano firme en el hombro.

—Si actuamos rápido y llegamos al lugar que tu abuelo me indicó, es posible que puedas volver a verlos. Pero si nos demoramos o no logramos nuestro objetivo, no puedo garantizarte ningún reencuentro.

—¿Quién es esa persona que les está ayudando? —pregunté con desesperación—. ¿Cómo puedes estar seguro de que están a salvo?

—Eso no importa ahora, muchacho —respondió tajante—. Lo único que importa es que confíes en mí y hagas lo que te digo. Es tu mejor oportunidad de volver a ver a tu familia.

—Entonces... ¿me prometes que si te obedezco podré verlos otra vez? —pregunté, intentando no quebrarme.

—No te garantizo nada, pero te aseguro que tendrás muchas más posibilidades —respondió con franqueza.

Mi semblante cabizbajo lo hizo reaccionar.

—¡Muchacho, despierta! —exclamó con una intensidad que me heló la sangre—. ¿Qué opciones tienes? Si no vienes conmigo, el ejército te encontrará tarde o temprano. Y cuando eso ocurra, nunca más volverás a ver a tus padres, ni a tus hermanos, ni a tus amigos.

Naile tenía razón: no tenía más opciones.

—De acuerdo... te seguiré —dije con voz apagada, mientras la imagen de mi familia me llenaba la mente y me daba fuerzas.

—Entonces no hay tiempo que perder —respondió Naile, con determinación—. Prepárate para partir.

—¿Hacia dónde os dirigís? —preguntó Urbirus, arqueando una ceja.
—Al país de los cuatrobrazos —respondió Naile, girándose hacia la salida.

El hombre de barba se quedó atónito.

—Ojalá tengáis suerte. Se rumorea que han comenzado a atacar algunas aldeas del desierto. No bajéis la guardia.

—Lo sé, descuida.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro