Capítulo 21 (Ecos del pasado)
Al escucharme, sus manos se aflojaron de inmediato. Su expresión pasó del enfado al asombro.
—¿Qué has dicho? —preguntó con ojos brillantes, retrocediendo un paso para permitirme incorporarme.
Una vez de pie, le revelé mi nombre y mi procedencia.
—No me lo puedo creer... —murmuró, frotándose la frente—. Creí que este día nunca llegaría.
Se dirigió hacia un aparador y sacó una botella de licor de avellanas. Con manos temblorosas, llenó dos vasos anchos y me ofreció uno.
—Dime, muchacho, ¿qué te ha traído hasta aquí? —preguntó, aún procesando la situación—. Creí que nunca saldrías de la villa de marginados.
—¿Acaso me conoces? —cuestioné sorprendido.
—Sé más de ti de lo que imaginas, Éliar.
Mantuvimos una breve pero intensa conversación, en la que aproveché para confesarle que había visto algunos de los documentos que tenía en el mueble del salón.
—¿Cuándo abandonó Ástbur mi abuelo? —le pregunté, intentando armar el rompecabezas—. ¿Y por qué firma sus cartas con un apellido distinto al mío?
El hombre suspiró profundamente, como si el peso de los años lo aplastara de repente. Se acercó a un mueble de dos puertas y sacó un tarro alargado.
—Es una historia muy larga, Éliar —dijo, colocando el tarro sobre la mesa—. Pero creo que es hora de que la escuches. Primero, llena el estómago. Unta esta mermelada en las rebanadas de pan.
Obedecí en silencio, mordiendo el pan mientras él llenaba su vaso de nuevo.
—Ahora dime —dijo tras sentarse frente a mí—, ¿qué te ha traído hasta mi casa?
Le relaté los eventos en la conferencia, las visiones que había tenido tras el contacto con el rey, y mi determinación por encontrar respuestas.
—Recuerdo perfectamente el cofre cobrizo que mencionas. Tu abuelo me lo confió hace muchos años, asegurándome que era algo de vital importancia. Me dejó claro que no debía abrirlo bajo ningún concepto y que alguien en quien confiaba plenamente vendría a recogerlo. No me dio más detalles, pero unos días después, esa persona vino por él.
Bebí un sorbo del licor mientras me frotaba la frente, tratando de mantener la compostura ante su pausa reflexiva.
—No sé por dónde empezar... —continuó con voz grave—. Pero dadas las circunstancias, creo que ha llegado el momento de que sepas la verdad.
Sus palabras cayeron como sobre mis hombros, anticipando algo que sabía cambiaría para siempre mi visión de mi abuelo, de mi familia, y quizá de mí mismo.
—Presta atención, Éliar. No será fácil de asimilar lo que voy a contarte.
Me desveló que, a lo largo de la historia, hubo marginados que lograron escapar de Ástbur y formar una vida lejos de la inmundicia. Entre ellos se encontraba uno en particular: Lireb, el padre de mi abuelo, es decir, mi bisabuelo. Con una mezcla de ingenio, valentía y astucia, hizo realidad su sueño de abandonar la villa de esclavos.
Consiguió ocultar su verdadera identidad, hasta el punto de cambiarse el apellido y construir una nueva vida. Sin embargo, todo ese esfuerzo estuvo a punto de venirse abajo por las decisiones de su hijo mayor, Frouran.
—¿Por qué? —interrumpí, impaciente—. ¿Qué hizo mi abuelo?
—Tu bisabuelo, por algún motivo que nunca llegué a comprender, decidió confesarle a Frouran la verdad sobre su pasado —respondió Urbirus, con un tono que oscilaba entre la nostalgia y la gravedad—. Desde aquel día, sus vidas cambiaron por completo.
Aunque me costaba aceptar las palabras de aquel hombre, continué escuchándole con atención.
—Tu abuelo, movido por esa revelación, decidió fundar una banda clandestina, de la que yo formé parte —confesó.
Urbirus prosiguió narrando la historia del grupo y su propósito: desentrañar la verdad sobre los acontecimientos ocurridos hacía más de cinco siglos. Frouran quería entender por qué los tres compañeros más leales de Álklanor conspiraron contra él tras la derrota del demonio.
—Esos tres líderes fueron: Irgorn Páradan, Dorge Alonsuar y Alen Sanos —explicó Urbirus—. Tras su ejecución pública, se ordenó la esclavización de todos los que se relacionaron con la revuelta y sus familiares. Así nació la villa de marginados.
Mi corazón latía con fuerza al escuchar aquel relato.
—Páradan... Es el apellido que está escrito en la carta de mi abuelo —agregué, nervioso.
—Exacto. En realidad, ese es tu verdadero apellido —confesó, tras beber un largo trago del licor—. ¿Ahora entiendes por qué Frouran formó el grupo? Quería descubrir qué llevó a vuestro antepasado a traicionar a Álklanor.
Urbirus continuó, detallando cómo Frouran logró reclutar a un pequeño pero dedicado grupo de aliados: Naile, Ylime y él mismo.
—Nos hacíamos llamar «Los Justos», pero todo cambió con la llegada de su joven primogénita: Kíria; y el misterioso viaje de tu abuelo al este. Fue entonces cuando adoptamos el nombre del «Escuadrón de Cinco Llamas».
Gracias a la inteligencia y perspicacia del grupo, consiguieron infiltrarse en la corte de Ordnasil, padre de Rockern, y monarca de aquel tiempo. Sus esfuerzos los llevaron a las bibliotecas reales, donde desenterraron un detalle peculiar: ningún heredero al trono había sido coronado sin haber tenido al menos tres hijos antes de su nombramiento.
—En algunos casos, eran cuatro o cinco vástagos —continuó Urbirus—, pero jamás menos de tres. Lo extraño era que, después de la coronación, ninguno volvía a tener más descendencia.
Aquello me dejó perplejo, pero no tanto como lo que Urbirus añadió a continuación.
—Naile fue el primero en notar algo aún más perturbador —dijo, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos—. Los guardias reales no envejecían. Pasaban los años, pero sus rasgos no cambiaban. Y, como si fuera poco, todos compartían una peculiaridad: tenían la lengua bruna, de un color antinatural.
Las palabras de Urbirus cayeron como piedras en mi mente, cada una más pesada que la anterior.
—Ese descubrimiento fue un punto de inflexión —continuó—. Era la prueba que necesitábamos para seguir investigando, pero nuestros movimientos empezaron a ser observados. El monarca sospechaba de nosotros, y comenzamos a sentir la opresión de su vigilancia.
—¿Mi abuelo se rindió? —pregunté, incapaz de contener mi curiosidad.
Urbirus negó con la cabeza, su expresión se tornó sombría.
—Nuestras vidas corrían un grave peligro; sabíamos que, si no nos deteníamos, terminaríamos siendo asesinados —aseguró con un tono cargado de gravedad—. Aunque, si algo estaba claro, era que Frouran no quería rendirse. Por eso viajó hasta Anaiho para buscar ayuda y consejo entre los cuatrobrazos. Sin embargo, algo ocurrió durante esa reunión, algo que lo cambió por completo... Regresó cabizbajo y sin esperanza.
Terminé lo que quedaba en mi vaso y suspiré profundamente.
—Todo esto es de lo más extraño —dije—. Desde que salí de mi pueblo, no han dejado de sucederme cosas raras.
Urbirus tomó la botella y volvió a llenar mi vaso antes de responder.
—Poco después, recibí una carta de tu abuelo informándome de que el escuadrón quedaba disuelto —reveló, encendiendo una pipa de plantiquina—. Por lo que cuentas, parece que la encontraste entre los papeles.
Asentí en silencio, mientras el humo espeso de su pipa se arremolinaba entre nosotros.
—Todo parecía haber terminado. Pero entonces ocurrió algo inesperado —dijo, mientras exhalaba el humo con lentitud—. ¿Has oído hablar de «la Ceremonia del Aventurado»?
—Sí, sé de qué se trata —respondí rápidamente—. Hace cinco años, varios guardias vinieron al pueblo para llevarse a los niños a la capital. Mi hermano era uno de ellos.
—¿Y se lo llevaron? —preguntó, frunciendo el ceño.
—No. Acababa de cumplir nueve años, pero estaba tan enfermo que decidieron no moverlo de la cama —expliqué—. Tenía tanta fiebre que, cuando le miraron a los ojos, se echaron hacia atrás, temerosos de contagiarse.
Urbirus frunció el ceño con incredulidad.
—Es el primer caso que conozco en el que un niño no es llevado. La obligatoriedad de esa ceremonia es extrema —dijo, pensativo.
—Créame, de habérselo llevado, no habría sobrevivido al viaje —insistí—. Apenas podía respirar.
—Sea como fuere, desde el año setecientos cincuenta y nueve, cada década se celebra este rito —continuó Urbirus—. Es una ceremonia en la que todos los niños nacidos en los últimos diez años son presentados ante el rey.
El hombre dio otra calada a la pipa antes de proseguir.
—En esa ocasión, no se había cumplido aún un año desde la muerte de Ordnasil y la investidura de Rockern, su primogénito. Era mediados del Periodo del Fuego, en el año mil doscientos ochenta y nueve, y tu abuelo fue quien te llevó a la ceremonia para presentarte ante el rey...
Me quedé perplejo.
—Nadie me ha hablado nunca de esto.
—¿Recuerdas algo de tu asistencia? —insistió Urbirus, con los ojos entrecerrados, como si tratara de estudiar mi reacción.
Negué con la cabeza, completamente perdido.
—Tal vez no sepas cómo funciona el acto —prosiguió, tomando un tono más pausado—. El rey saluda a cada niño, uno por uno, dándoles la bienvenida a nuestro mundo. Los recién nacidos y los menores de cinco años acceden a palacio acompañados por un familiar. A partir de esa edad, deben hacerlo solos. Los marginados, en cambio, son escoltados por los guardias, por supuesto.
—Eso ya lo sé —respondí, algo cansado—. Pero hábleme de mi presencia allí, por favor.
Urbirus se humedeció los labios y me miró con una mezcla de pesar y resolución, como si estuviera a punto de revelarme algo que no podría desoír.
—Tu abuelo fue quien te sostuvo en brazos durante aquella ceremonia —dijo, con voz firme—. Recuerdo que llevabas amarrado en un colgante ese pendiente que ahora portas en la oreja. Lo sé porque te vi esa misma noche, justo cuando os disponíais a partir hacia palacio, y me llamó mucho la atención. ¡Casi te ocupaba medio cuerpo! —Soltó una leve carcajada antes de volver a ponerse serio—. Ninguno de nosotros hubiese imaginado jamás el desenlace de tu presentación.
Mi intriga crecía con cada palabra suya. Tomé otro sorbo del licor y entrecrucé los brazos, dispuesto a escuchar lo que tenía que decir.
—Según Frouran, cuando se acercó al rey contigo en brazos, este comenzó a olfatear el aire de forma exagerada —explicó Urbirus, con un tono que parecía pesaroso y urgente al mismo tiempo—. Sus ojos se desencajaron, y tu abuelo creyó por un instante que el rey había reconocido su rostro, recordando que era uno de los herejes que había investigado a su familia.
Urbirus se detuvo un momento, como si dudase en continuar.
—Sin embargo, pronto se dio cuenta de que su extraño comportamiento no tenía nada que ver con él... sino contigo.
Me quedé sin palabras.
—¿Me estás tomando el pelo? —pregunté, con el ceño fruncido.
—Escucha, Éliar —insistió Urbirus, inclinándose hacia adelante—. Rockern le preguntó por tu nombre, y tu abuelo le respondió. Justo después, el soberano alzó su mano y te tocó el rostro. Fue entonces cuando ocurrió.
—¿Qué ocurrió? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
—Te provocó un profundo corte en la parte izquierda de la cara.
Tragué saliva mientras mi mano, casi por instinto, rozaba la cicatriz que siempre había creído una marca de nacimiento.
—¿Me estás diciendo que mi cicatriz me la hizo el rey?
—Frouran, asustado, no lo dudó ni un instante. Escapó de palacio contigo en brazos, huyendo de la capital mientras los guardias del rey le perseguían —continuó Urbirus.
Sentí que mi mundo se tambaleaba.
—¿He vivido engañado toda mi vida? —susurré, afligido—. Ya no sé qué pensar... Tal vez ni siquiera esté vivo y esto no sea más que un espejismo de mi alma.
Urbirus exhaló un largo suspiro, dejando la pipa sobre la mesa mientras el humo de su última calada se dispersaba en el aire.
—Poco después, tus verdaderos...
Un relincho de mi caballo interrumpió sus palabras. Ambos nos sobresaltamos. Había alguien tras la puerta.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Urbirus, con un deje de temor en su voz.
Antes de que pudiera responder, el pestillo de la puerta se desintegró con un chasquido, y el chirrido de las maderas al abrirse resonó como un grito que nos puso los pelos de punta.
—Poco después, tus verdaderos padres murieron —terminó la frase una voz grave y ronca.
Un anciano envuelto en ropas andrajosas apareció en el umbral. Su mirada era penetrante, y su presencia llenó la estancia de una extraña tensión.
—¿Abuelo, eres tú? —pregunté con la piel erizada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro