Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 18 (La voz del níscalo)

Tras romper el encantamiento, Katheo Peteo salió apresuradamente de la celda.

—¡Muchísimas gracias! —exclamó mientras sus pies tocaban el suelo. En ese instante, algo extraordinario sucedió: sus iris negros pasaron a un vibrante color verde brillante. Con un simple movimiento de sus brazos, liberó a sus dos compañeros de las celdas restantes, desintegrando los candados con un chasquido de energía.

—Soy un experto usuario de radni ingenial —anunció con orgullo mientras sus dos camaradas salían de las jaulas tambaleándose—. Mi padre insistió en que aprendiera de los mejores radniturgos de nuestro reino.

—¿Radni qué...? —pregunté, incapaz de ocultar mi confusión ante aquella palabra que jamás había oído.

Antes de que pudiera obtener una respuesta, el ruido provocado por Katheo atrajo la atención de los encapuchados. Sus cantos cesaron al instante, y todos se giraron hacia el lugar donde habían dejado a sus prisioneros.

—¡¿Cómo se han escapado?! —bramó el líder del grupo, corriendo hacia nosotros—. ¡Es imposible romper ese encantamiento desde el interior!

No tardaron en notar mi presencia, y en ese momento, el que parecía ser el líder del grupo giró su rostro hacia mí. Mi sangre se congeló al descubrir que no era humano: su cabeza era la de un jabalí, con ojos penetrantes que parecían atravesarme y colmillos afilados que asomaban por los lados de su hocico. Su expresión, feroz y dominada por una furia contenida, me paralizó al instante.

—¡Insolente! —rugió, plantándose frente a mí. Su rostro bestial era una pesadilla hecha realidad. Sentí cómo cada músculo de mi cuerpo se paralizaba por el miedo—. ¡No tienes idea del caos que has desatado!

—¡Adelante, pequeñines! —interrumpió Katheo, levantando una mano llena de pequeñas criaturas que habían surgido de su propia palma. Eran diminutos hongos que parecían estar vivos, cada uno moviéndose con una energía inquietante. Con un gesto rápido, el príncipe Peteo los lanzó hacia los encapuchados—. ¡Haced vuestro trabajo!

Los pequeños níscalos se aferraron a las ropas de los animales humanoides, soltando al instante una nube de veneno púrpura. Los atacantes comenzaron a retorcerse y a toser violentamente mientras caían al suelo. En un abrir y cerrar de ojos, dejaron de moverse.

Me quedé boquiabierto, incapaz de procesar lo que acababa de presenciar.

—¿Estoy soñando...? —murmuré, observando los cuerpos ya inertes de los encapuchados. Desde sus bocas abiertas brotaba espuma blanca, que se deslizaba lentamente por sus mejillas hasta el suelo. Sus músculos aún parecían tensos, como si la ponzoña hubiese congelado sus cuerpos en un último espasmo.

—Buen trabajo, amigos —dijo Katheo, mientras los pequeños hongos regresaban a su palma. Los observó con afecto y añadió—: Os llamaré cuando vuelva a necesitaros.

Tragué saliva mientras daba un paso cauteloso hacia los cuerpos caídos, pero antes de que pudiera acercarme más, Katheo levantó una mano en señal de alto.

—Espera un poco, la ponzoña aún no se ha disipado por completo. Podrías inhalarla y sufrir las consecuencias —me advirtió con tono firme, aunque su semblante se suavizó al verme tan afectado—. Sé que esto debe ser abrumador para ti. Entiendo tu confusión, pero dado que me has salvado, siento que te debo una explicación, aunque tal vez no sea prudente.

—Príncipe Peteo, con el debido respeto —intervino uno de sus camaradas, cruzando los brazos con visible disgusto—, creo que basta con que le permitamos seguir vivo. Esa debería ser la única compensación que reciba por su ayuda.

—¡Exacto! Su padre jamás aprobaría esto —añadió el otro con un tono más enérgico, clavándome una mirada llena de recelo—. ¡Nuestra existencia debe permanecer en secreto! No podemos arriesgarnos a exponernos.

Ambos murmuraron palabras en un idioma extraño, y unas lanzas negras, alargadas y retorcidas, surgieron en sus manos como si hubieran brotado del aire mismo. Me apuntaron con ellas, y mi respiración se quedó atrapada en mi garganta.

—¡Alto! —bramó Katheo, alzando su voz por encima de la tensión. Sus dos guardias obedecieron de inmediato, bajando las lanzas con un gesto de resignación—. Yo asumiré las consecuencias de mis actos. Pero quiero que este joven tenga la oportunidad de entender lo que acaba de presenciar.

Se giró hacia mí y, con un gesto sorprendentemente gentil, me tendió su mano.

—Ven, sígueme, hay algo que debes ver.

Con recelo, acepté su invitación. Su tacto era cálido, lo que me transmitió una extraña mezcla de confianza y desasosiego. Me llevó hasta los cuerpos de los encapuchados, ahora inmóviles y parcialmente envueltos en la niebla que la ponzoña había dejado en el aire.

—Ya no hay peligro de aspirar el veneno —aseguró Katheo, observando el aire a su alrededor con una calma extraña—. Su fuerza ya se ha disipado, el aire está limpio. Obsérvalos bien—. Ninguna de estas criaturas pertenece a tu especie. Todos son seres del Continente Perdido, conocido por nosotros como «Aniplania».

Mis pensamientos eran un torbellino de dudas y preguntas. Nada de lo que estaba escuchando tenía sentido, y, sin embargo, no podía apartar la vista de él. ¿Era esto el mundo real? ¿Acaso todo lo que había conocido en la villa de marginados era una pequeña burbuja, ajena a lo que realmente existía allá afuera? O quizá... ¿estaba soñando? La extraordinaria presencia de Katheo y su relato, me hacían cuestionar todo lo que creía saber sobre la realidad.

—El territorio del que te hablo no pertenece a Tálwer, por eso nunca antes habías oído hablar de él —añadió con firmeza.

—¿Tálwer...? —repetí, intentando recordar—. Ese nombre me resulta familiar... Creo que mi abuelo solía mencionarlo cuando hablaba sobre historias de antaño.

Katheo ladeó la cabeza, con una mezcla de incredulidad y diversión.

—¿Estás de broma? —exclamó—. ¡Tálwer es el nombre del mundo en el que vives! ¿De dónde diantre has salido?

No estaba seguro de si debía confiar en él, ni hasta qué punto podía conocer la verdad sobre los marginados, por lo que decidí actuar con cautela.

—¡Ah, claro, discúlpame! —dije con una risotada nerviosa—. Creo que vuestra presencia me ha dejado un poco aturdido.

El hongo soltó una carcajada, aguda y algo contagiosa, antes de acercarse al cuerpo de uno de los mercenarios caídos. Con un movimiento firme, agarró la cabeza del cadáver y me lo mostró.

—Fíjate bien —Giró el rostro del fallecido hacia mí—. Como puedes ver, se trata de un jabalí humanizado.

Mi estómago se revolvió al ver los colmillos y las facciones híbridas del mercenario. Sin darme tiempo a reaccionar, Katheo procedió a retirar las capuchas de los otros tres cuerpos.

—Mira sin miedo, ya no pueden hacerte daño —me aseguró.

Frente a mí, yacían los rostros de un bisonte, una rana y un ganso, todos con cuerpos humanoides.

Un escalofrío recorrió mi espalda al ver aquellas caras, eran grotescas y fascinantes a partes iguales.

—Los cuatro eran mercenarios de Aniplania —prosiguió Katheo, su tono ahora teñido de desprecio—. Me secuestraron para chantajear a mi padre, uno de los tres reyes que componen la Triarquía de nuestro continente. Pretendían negociar mi libertad a cambio del gran tesoro de mi familia.

—¿Tesoro...? —pregunté, cada vez más atrapado por su relato.

Katheo me miró de reojo, pero en lugar de responder, se giró hacia los cadáveres. Con un simple gesto de sus dedos, conjuró una pequeña llamarada que envolvió los cuerpos. El olor a carne quemada llenó el aire mientras las llamas consumían los restos.

—Es mejor no dejar pruebas de nuestra presencia aquí —murmuró, casi para sí mismo.

Antes de que pudiera procesar lo que acababa de presenciar, Katheo me tomó de la mano y me condujo hacia un árbol cercano, donde un pequeño arroyo serpenteaba con tranquilidad.

—Siéntate —ordenó, señalando un espacio bajo la sombra del árbol.

Todavía conmocionado, me dejé caer al suelo. Saqué parte de la plantiquina que llevaba en mi talega y me hice un liadillo, intentando calmarme. Mi mente estaba hecha un nudo, y la visión de aquellos seres seguía persiguiéndome.

—Estoy desconcertado —admití mientras me colocaba el cigarrillo en la boca—. ¿De verdad acabáis de incinerar a esos tipos usando únicamente vuestras manos? —Solté una risa nerviosa—. ¿Podrías encenderme esto con uno de esos trucos?

Katheo chasqueó los dedos, y al instante, el extremo del cigarrillo se encendió con una pequeña llama.

—¿Eres un mago o algo así? —pregunté, casi sin pensar—. ¿Esto es... magia?

Katheo soltó una breve risa.

—Es radniturgia —contestó con firmeza—. Podrías llamarlo magia, pero estarías equivocado. La palabra «magia» no es más que una invención humana, un término que usáis para explicar fenómenos que no entendéis. Fue Álklanor, el fundador del Reino de Félandan, quien popularizó esa palabra para ocultar la existencia de la radniturgia y sus doctrinas.

La información que estaba recibiendo era demasiada para mi mente.

—¿Cómo te llamas, chico? —preguntó Katheo, con una curiosidad inesperada.

—Éliarag Andrer —respondí tras unos segundos de duda—. Aunque todos me llaman Éliar.

Katheo asintió lentamente, como si saboreara mi nombre. Después, con un tono más sereno, comenzó a relatar la historia del Continente Perdido, Aniplania, y de los secretos que allí se escondían.


NOTA DEL ESCRITOR:

NOTA DEL ESCRITOR:

Si aún no lo has hecho, te recomiendo que eches un vistazo al mapa titulado «Tálwer Año 1314», disponible en el apartado «Mapas».

Aquí tienes la imagen para facilitarte el acceso, pero te agradecería que apoyaras con tu voto dicho apartado.

En caso de que no puedas visualizar las ilustraciones con claridad, he dejado en los comentarios un enlace a la imagen en ImgBB, donde podrás abrirla en alta resolución.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro