Capítulo 15 (Deseo contenido)
—¿Por qué te interesa tanto ese libro? —pregunté, ya con los sentidos claramente nublados por el alcohol.
Finalmente, levantó la mirada hacia mí.
—Esto no es un libro cualquiera —Su tono serio me hizo enderezarme ligeramente—. Se trata del diario de Dorge Alonsuar.
—¿Dorge Alonsuar? —repetí, entrecerrando los ojos en un intento de concentración—. ¿Quién diantres es ese?
Naizy se frotó los ojos, visiblemente irritada por mi ignorancia.
—Fue uno de los compañeros más fieles de Álklanor durante la campaña contra el demonio —explicó con paciencia—. Estuvo a su lado hasta que lograron derrotarlo y fundaron el Reino de Félandan. Pero después de la coronación, Dorge Alonsuar le traicionó. Fue uno de los tres líderes revolucionarios que intentaron asesinarle y, por ello, fueron ejecutados.
Sentí un nudo en la garganta.
—¿Estás diciendo que...?
—Sí, Éliar —afirmó con solemnidad—. Esos tres líderes son los mismos por cuya infamia se creó la villa de marginados, tus antepasados.
Tragué saliva, asimilando sus palabras.
—Estos escritos podrían contener información crucial sobre las razones que llevaron a esos tres hombres a traicionar a Álklanor Núndior—prosiguió Naizy—. Mi padre me habló alguna vez sobre este diario, pero siempre asumí que la familia real lo había destruido.
Me acerqué para observar las páginas junto a ella.
—¿Qué dice exactamente? —pregunté, intentando leer por encima de su hombro.
Naizy pasó los dedos por las líneas con delicadeza, como si temiera que el texto pudiera desvanecerse de repente.
—Aquí narra las peripecias de Álklanor y los cien valientes que le acompañaron en su travesía, desde su partida en el Reino de Lauros, hasta la derrota del demonio en Ûnkkur —murmuró, absorta en el contenido—. Estoy segura de que, si revisamos esto con detalle, podremos hallar alguna pista sobre los motivos que llevaron a la posterior traición.
—¿Y has encontrado algo interesante a simple vista? —inquirí, con la mente dándome vueltas a consecuencia de todo lo que acababa de escuchar.
—He encontrado una parte en la que habla acerca de una oruga gigante que devora hombres, tal y como nos describió el sinsombra del bosque —respondió—. Escucha atento.
LA TRAVESÍA DE ÁLKLANOR
DÍA CUARENTA Y OCHO
Hemos atravesado la exuberante vegetación del oasis más grande del desierto. Estamos cansados y hambrientos, pero nos mantenemos firmes en la idea de alcanzar nuestro propósito. Tenemos que llegar al país de los cuatrobrazos cueste lo que cueste, o no habrá esperanza para los de nuestra especie.
Ochenta y nueve somos los fieles que seguimos los pasos de nuestro líder, de los cien bravos guerreros que partimos desde un inicio.
Hemos parado a pasar la noche en mitad del palmeral, cerca de la entrada de una misteriosa gruta. Estábamos durmiendo cuando, de pronto, el compañero que estaba de guardia nos advirtió de la presencia de unos extraños seres de piel albina. Afortunadamente, pudimos reaccionar a tiempo y no lamentamos la pérdida de ningún miembro de la compañía. Pero tendremos que estar alerta: esos engendros parecían peligrosos.
—Espera, es un poco más adelante —murmuró a la vez que avanzaba un par de páginas—. Aquí es.
LA TRAVESÍA DE ÁLKLANOR
DÍA CINCUENTA
El segundo encuentro con aquellos extraños de piel blanca nos ha revelado por fin el gran misterio.
En las faldas de las montañas que componen el Paso Eminente, hemos sido capaces de atrapar a tres de esos seres deformes con vida. Los hemos encerrado en resistentes jaulas de madera y les hemos interrogado con y sin violencia. Ninguno ha querido hablar, hasta que el amanecer ha comenzado a asomar por el horizonte. Nada más salir el sol, nos han suplicado que les cubriéramos con mantas, pero Álklanor solo ha arropado a uno de ellos.
Cuando los seres albos han tenido contacto con el sol, sus cuerpos han comenzado a chamuscarse como se abrasa la carne al ponerla al fuego. Sus gritos han sido desgarradores. Ha sido entonces cuando el superviviente nos ha proporcionado la información que precisamos.
Según su testimonio, antes de convertirse en engendros eran personas normales, pero asegura que una abominable oruga les ha arrebatado sus sombras, y ese es el motivo por el que no pueden exponerse a la luz del sol. Describe a la larva como un monstruo terrorífico capaz de hablar nuestro mismo idioma.
Tras escucharle, Álklanor está decidido a encontrar a la oruga, y mantendrá con vida al sinsombra para que nos ayude a localizarla.
—Comprobemos si fueron capaces de avistarla —dije intrigado—. Avancemos un poco más.
LA TRAVESÍA DE ÁLKLANOR
DÍA CINCUENTA Y CINCO
Hoy, por fin, la hemos encontrado. En las profundidades de una gruta infestada de seres sin sombra, hemos localizado un extraño líquido verde y viscoso. A pesar de las advertencias del prisionero, hemos decidido seguir el rastro de la baba, y sí, la oruga demoníaca existe. La hemos visto con nuestros propios ojos, su cuerpo es tan grande y largo que podría tragarse a más de una decena de hombres.
Álklanor, como no podría ser de otra manera, se ha abalanzado sobre ella. Sin embargo, para nuestro asombro, la monstruosa larva le ha derribado sin apenas dificultad. Ha levantado medio cuerpo del suelo y ha devorado a varios de nuestros compañeros.
Por suerte, Irgorn ha logrado salvar a nuestro líder antes de ser engullido por el monstruo, y hemos salido de la gruta a toda velocidad.
Espero no volver a encontrarme con esa oruga nunca más, ojalá no salga nunca de los túneles oscuros en los que habita.
Vamos a rendir funeral a los caídos antes de pasar la noche resguardados en un pequeño asentamiento rocoso. Mañana será otro día.
—¡Increíble! —exclamó Naizy, con rostro ilusionado—. ¡Este libro es fantástico! ¿Podría quedármelo?
Negué con la cabeza mientras apagaba el cigarrillo con un gesto lento.
—Lo siento mucho, pero es un recuerdo de mi abuelo. No puedo dártelo —respondí rotundo.
Naizy se mordió el labio inferior, como si estuviera evaluando alguna forma de persuadirme.
—¿No hay nada que pueda hacer o decir para que cambies de opinión?
—No —respondí con firmeza—, pero mientras estemos juntos, puedes leerlo todo lo que quieras.
Resopló, apartando con un soplido el cabello que caía sobre sus ojos.
—Está bien —Cerró el libro y cogió la otra botella—. Supongo que tendré que aceptarlo.
Dio un trago largo y me la ofreció.
—Creo que he bebido demasiado —confesé, con los ojos enrojecidos y una sonrisa adormilada—. Estoy empezando a marearme.
—¡Eres un debilucho! —exclamó entre risas—. ¡Aprovechemos para relajarnos! Quién sabe cuándo volveremos a tener un momento como este.
Seguimos bebiendo, fumando y charlando durante parte de la noche, como si nos conociéramos de toda la vida. Compartimos recuerdos y anécdotas personales, algunos dolorosos, otros llenos de risas. Por un momento, el peso de nuestras preocupaciones pareció desaparecer.
Naizy se recostó en la silla, pensativa, y de pronto se llevó una mano a la barbilla.
—Oye, Éliar... Ahora que lo pienso, cuando mencionaste la visión que tuviste al ser tocado por el rey, dijiste que habías visto una ciudad llena de banderas con el símbolo de la monarquía, ¿no es así?
Asentí, todavía con las palabras frescas en mi mente.
—Y un montón de molinos de viento en las colinas que rodeaban la ciudad —añadió ella, mirando al vacío como si tratara de formar una imagen en su mente.
—Sí —afirmé—, estaban ubicados sobre las colinas que flanqueaban la parte alta de la ciudad.
Naizy se quedó en silencio unos instantes, pensativa —Por casualidad... —comenzó con el ceño fruncido—, ¿los edificios y estructuras de esa ciudad que viste no serían de color blanco?
—Pues ahora que lo dices... —murmuré, intentando recordar con mayor claridad—. ¡Sí, creo que sí!
Sus ojos brillaron con entusiasmo.
—Entonces ya sé qué lugar viste en tu visión —aseguró, esbozando una sonrisa.
—¿De verdad? —pregunté, emocionado—.
—Sí, se trata de Álonar, también conocida como «la Ciudad del Concierto».
—¡Genial! —exclamé, lleno de entusiasmo—. ¿Está muy lejos de aquí? Quiero ir a comprobar si existe la casa que vi en mi visión. Si es así, tal vez el pequeño cofre cobrizo que mi abuelo candó con llave esté allí.
—A dos o tres días a caballo, si vamos a paso ligero —respondió ella—. El trayecto no es complicado, solo hay que avanzar hacia el sureste, en dirección a la costa.
—Entonces partiremos al amanecer. ¿Te parece bien? —pregunté, incapaz de disimular mi ansia.
—De acuerdo, cuenta conmigo.
Las palabras de Naizy me llenaron de alivio. Aunque, de haberse negado, habría ido de todas maneras, me sentía mucho más seguro teniéndola cerca. Su audacia y resolución eran cualidades que valoraba más con cada paso que dábamos juntos.
Con la botella vacía, Naizy se dejó caer en la cama con un suspiro largo y satisfecho.
—Deberíamos dormir, mañana será un día muy duro —dijo justo antes de bostezar.
—Sí, buenas noches —respondí.
Mientras ella se desvestía, me giré hacia la pared, intentando darle privacidad.
—No te importa, ¿verdad? —preguntó al notar mi incomodidad—. No quiero dormir con la misma ropa que usaré mañana.
Negué con la cabeza, tratando de mantener la vista en otro lugar.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, levantando una ceja al verme intentando encontrar una posición cómoda en el suelo.
—Voy a dormir —respondí nervioso.
Naizy soltó una risa ligera y dio un par de palmaditas sobre la cama.
—¡Ven conmigo, idiota! No muerdo... a menos que me lo pidas.
La sugerencia me dejó paralizado por un momento.
—¿Quiere que duerma con ella? —me pregunté para mis adentros—. ¿Está bromeando?
Me levanté lentamente y me senté en el borde del lecho, tenso como una cuerda de arco.
—¿Vas a dormir sentado? —bromeó, con una sonrisa que desarmaba cualquier intento de seriedad.
Tragué saliva y me tumbé con cuidado, intentando no ocupar demasiado espacio.
—Buenas noches —dijo, colocando suavemente su mano sobre mi abdomen.
El latido de mi corazón retumbaba en mis oídos. Era tan fuerte que temí que ella pudiera escucharlo.
—Relájate —susurró al oído con una dulzura que no esperaba.
Por un instante, pensé que estaba jugando conmigo, pero sus movimientos y miradas no dejaban lugar a dudas.
Hasta ese momento no tenía claro si eran imaginaciones mías o si Naizy realmente quería algo más. Pero cuando su mano se deslizó con decisión sobre mi pantalón, todas mis dudas se disiparon. El fuego en su mirada era inconfundible y no dejaba lugar a malentendidos.
Su aliento cálido rozó mis labios con una suavidad que me dejó sin aliento. Al principio fue un roce tenue, casi tímido, pero pronto el beso cobró fuerza, convirtiéndose en una danza ardiente entre nuestras bocas.
La manera en que su lengua exploraba la mía, con una mezcla de confianza y anhelo, hizo que cada músculo de mi cuerpo se tensara. Naizy, con movimientos fluidos, se acomodó sobre mi regazo, y el contacto de su piel cálida contra la mía hizo que un escalofrío de placer me recorriera de arriba abajo. Sus manos jugueteaban con mi cabello, mientras las mías se aventuraban a recorrer su espalda.
El beso se volvió más profundo, más intenso, hasta que la necesidad de aire nos obligó a separarnos por un breve instante. Naizy me miró con los ojos medio cerrados, sus labios ligeramente entreabiertos, y una sonrisa traviesa que prometía mucho más.
La forma en que se movía, cómo me buscaba, cómo me respondía, me hacía perder la noción de todo excepto de ella. Cada caricia, cada beso, era una promesa no dicha, una afirmación de que en ese momento éramos uno. Sus gemidos suaves pero intensos se mezclaban con los míos, llenando la habitación con el eco de nuestro deseo. La cama crujía bajo el peso de nuestra entrega, como si incluso los muebles no pudieran contener la fuerza de lo que estábamos viviendo.
Perdimos la noción del tiempo, atrapados en la intensidad de nuestro encuentro.
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