Así comenzó la Guerra de Poder, un conflicto titánico que duró dos años y que marcó la historia de Tálwer para siempre. Los combates fueron tan violentos que sacudieron los cimientos del mundo, generando terremotos que partieron continentes y dieron origen a nuevas islas en el vasto océano. Las montañas más altas se derrumbaron bajo el peso de la batalla, y los cielos se tiñeron de rojo mientras relámpagos sobrenaturales iluminaban el horizonte.

Los dioses lucharon con todo su poder, enfrentándose a las huestes demoníacas que parecían inagotables. Sin embargo, los demonios no cedieron fácilmente: Zhûlu y Khûndur, fortalecidos por la esencia oscura del Infierno, desataron poderes que rivalizaban con los de los mismos dioses. La batalla alcanzó tal intensidad que incluso los morsen, las antiguas criaturas de piedra, despertaron de su letargo para presenciar el choque de estas fuerzas titánicas.

Finalmente, los dioses prevalecieron, logrando encerrar a los demonios en prisiones arcanas, y sus huestes fueron expulsadas de vuelta al Infierno. Zhûlu, Khûndur y Uchiro, el tercer demonio, fueron capturados en sellos imbuidos de la esencia divina, diseñados para confinarlos por toda la eternidad. Uchiro, quien había traicionado su naturaleza divina y se había alineado con las fuerzas oscuras, resistió con toda la furia que podía desatar. Pero ni siquiera su dominio sobre la arena y su nuevo poder demoníaco pudieron igualar la fuerza combinada de los dioses. Su encierro fue un acto de justicia que resonó en todo Tálwer, un castigo a su traición y al caos que desató.