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Creación del mundo

Los orígenes de la vida son un enigma tan misterioso que ni siquiera las criaturas más sabias han logrado desentrañar sus secretos. En el principio, antes de que los dioses existieran y el vasto mundo de Tálwer surgiera, solo existía un vacío infinito, un espacio sin límites donde todo y nada coexistían en un equilibrio primordial. En medio de ese abismo inmutable, se alzaba una isla solitaria, cubierta por nieves perpetuas y coronada por colosales montañas que parecían desafiar la eternidad misma.

En aquel rincón inhóspito habitaban los morsens, enigmáticas criaturas de piedra cuya existencia desafía toda comprensión. Estas entidades, nacidas del misterio, gobernaban su helado dominio con precisión inquebrantable, aunque carecían de reflexión o propósito.

Durante eras incontables, los morsen habitaron aquel gélido paraje, forjando su vida en armonía con la dureza del entorno. Sin embargo, su destino cambió el día en que un grupo de sus mineros descubrió un cráter que albergaba un material tan extraño como fascinante: la prodigiosa «Piedra Radnital».

Este mineral, inmensurablemente poderoso, despertó una curiosidad dormida en aquellas criaturas. Entregaron la piedra a sus zahoríes más dotados, quienes, mediante ritos extraordinarios y ancestrales, desataron un poder que transformaría el destino del cosmos. De su arte y sacrificio surgió el primer dios elemental: Kórnrak, el Señor de la Tierra, una entidad de poder absoluto, también conocido como el Señor Supremo.

La llegada de Kórnrak marcó el comienzo de una nueva era. Con un fragmento de la misma Piedra Radnital que le dio origen, forjó tres seres de poder similar al suyo y les otorgó el dominio sobre los elementos primordiales: Éndili, la Señora del Agua; Proudon, el Señor del Fuego; y Zylo, el Señor del Viento. A estos nuevos dioses los llamó hermanos, pues todos compartían un mismo linaje: la eterna y mística Piedra Radnital.

Juntos, los cuatro dioses se embarcaron en una grandiosa hazaña: expandir el mundo más allá de las Montañas Primigenias. Así nació Tálwer, la vasta superficie terrestre. Crearon el sol y la luna, tejieron cordilleras, esculpieron océanos y encendieron volcanes. Cada rincón del mundo fue diseñado con la esperanza de convertirlo en un paraíso digno de los seres que les habían dado la existencia.

Cuando la obra estuvo terminada, los dioses descendieron de sus alturas y presentaron su creación a los morsen. Pero, para su consternación, las criaturas de roca no mostraron emoción alguna. Permanecieron inmóviles, indiferentes, como si aquella magnífica obra no fuera más que un espejismo. Kórnrak, profundamente perturbado, juró que lograría cautivar sus almas. Con esta intención, concibió dos nuevos dioses: Núrddab, la Señora de las Plantas, y Algintaro, el Señor del Rayo. Con el poder de estos hermanos, transformaron Tálwer en un lugar rebosante de vida. Surgieron selvas imponentes, praderas doradas y bosques infinitos. Los cielos se llenaron de tormentas, los ríos cobraron fuerza, y el mundo comenzó a respirar.

Satisfechos con su creación, los dioses intentaron de nuevo ganarse la admiración de los morsen. Sin embargo, algo oscuro había ocurrido durante el último ritual. Dos entidades deformes y aberrantes escaparon de las profundidades de la Piedra Radnital. Cuando fueron atacados por las dos criaturas nacidas accidentalmente, Kórnrak sintió la tentación de usar su supremacía para eliminarlas, pero su ética se lo impidió. Aunque eran abominaciones, también eran hijos de la misma piedra que les había dado vida. Tras una profunda reflexión, decidió usar su poder para crear un mundo paralelo, una prisión en la que estas entidades quedarían confinadas para siempre. Así nació un lugar oscuro y apartado que los dioses llamarían el Infierno.

La aparición de estas criaturas obligó a los dioses a reflexionar profundamente sobre el inmenso poder de la Piedra Radnital y las terribles consecuencias de haberla utilizado. Todos los seres creados a partir de este material, incluidos los propios dioses, portaban en su interior la kéfala: una esencia líquida de un rojo carmesí que otorgaba inmortalidad y un poder inconmensurable.

Sin embargo, no todos compartían este poder en igual medida. Kórnrak, al haber sido formado con un fragmento mucho mayor de la Piedra Radnital, era el único con la capacidad de destruir a sus semejantes si así lo deseaba.

Con las dos criaturas apresadas, los dioses volvieron a presentar su obra a los morsens. Les mostraron el esplendor de Tálwer, ahora lleno de mares, montañas, bosques y ríos. Sin embargo, al igual que antes, permanecieron inmóviles, indiferentes, aferrados a las frías montañas nevadas que consideraban su único hogar.

Ante la obstinación de las criaturas de piedra, los dioses comprendieron finalmente que, si querían ver su creación llena de vida, tendrían que poblarla con seres mortales, entes diferentes a los morsen. Así comenzó una larga búsqueda, un proceso lleno de intentos y fracasos. Probaron cientos de maneras de crear vida, pero sus esfuerzos no dieron frutos. Los seres concebidos eran vacíos, meras formas huecas incapaces de albergar propósito.

Tras innumerables debates, los dioses llegaron a una conclusión: necesitarían algo más, algo que diera sentido a las formas físicas que habían creado. Un elemento inmaterial y eterno, capaz de insuflarles vida verdadera. Aunque aún temerosos de repetir los errores del pasado, los dioses se unieron en un último esfuerzo y convocaron una ceremonia sagrada. Fue así como dieron existencia a sus dos últimos hermanos: Uchiro, el Señor de la Arena, y Úwel, el Señor de la Roca.

Esta vez, el ritual transcurrió sin contratiempos, y con la ayuda de sus nuevos hermanos, los dioses lograron forjar una sustancia intangible y prodigiosa: el alma. Este poder inmaterial era la chispa necesaria para animar los cuerpos que antes habían sido meras formas vacías. Gracias al alma, los dioses pudieron crear seres mortales con estructuras complejas, capaces de realizar funciones vitales, aprender y evolucionar.

Tálwer, el inicio de su gloriosa era y el principio de la historia.


Kórnrak, el Señor de la Tierra

Éndili, la Señora del Agua

Proudon, el Señor del Fuego

Zylo, el Señor del Viento

Núrddab, la Señora de las Plantas

Algintaro, el Señor del Rayo

Uchiro, el Señor de la Arena

Úwel, el Señor de la Roca

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