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XIII: Primer círculo, quinto sello


¿En serio funciona de esta forma?– Un joven de cabello rubio se dejó caer contra la paja que se encontraba en el suelo de aquel establo.

Algo así. Sólo es una resumen de la forma en la que funciona,realmente el estilo cambia de acuerdo a cada persona– Le respondió Arodace desde lo alto de una de las vigas de madera. –No porque todos sean descendientes del mismo linaje, significa que sean idénticos en cuanto a habilidad.–

Sigo sin entender cómo funcionan, ¿Por qué tres círculos y no sé cuántos sellos?–

–Te lo pondré de una forma más simple, existen tres círculos: el círculo de lo corporis, el círculo de lo mentis y el último es el círculo de lo spiritualis .Cada uno de ellos tiene sellos, estos sellos tienen como único objetivo amplificar ciertos aspectos del portador, sin embargo el número de sellos cambia de acuerdo a cada descendiente, todos tienen un límite y cada uno de ustedes tiene que llegar a el solos mismos.–

¿Y qué pasa si vamos más lejos del límite?

Tu alma se corrompe, ese es el final, de tu vida y de tu linaje.– Se oyó un pequeña y Arodace miró hacia abajo, para encontrar a aquel chico rubio, con ese pesada armadura de metal, riendo como nunca antes. –¿A qué viene esa risa?–

Aquel chico sonrió. –Bueno ahora hay dos cosas que debo evitar, pasar mi límite y hacerte enojar.– Hubo un pequeño silencio mientras aquel chico se levantaba del montón de paja y comenzaba a sacudir su armadura. –Aunque si lo piensa bien, ambos tienen las mismas consecuencias. Nadie quiere ver a la chica de la capa verde enojada.–

Arodace no contuvo su risa y simplemente se tapó la boca con su mano libre. –Creeme, prefieres pasar tu límite que verme enojada.– Dicho eso bajó de la viga y una vez en el suelo golpeó el hombro derecho del rubio con una sonrisa. –Sería menos doloroso.–

Y luego hubo risas.


–Segundo círculo, segundo sello– Dijo Vilda con una voz dulce mientras sostiene la muñeca de Arodace en su mano, los ojos de Vilda emitía un fino brillo azul y plata –Cicatrices– Vilda pasó dos de sus dedos por la palma de la mano de Arodace, donde antes habían estado incrustados una enorme cantidad de vidrios rotos. La piel de Arodace comenzó a unirse nuevamente cuando los dedos de Vilda, con su característico juego de colores pasaban sobre la herida. Desde el punto de vista de Arodace siempre le había parecido sumamente útil la habilidad de Vilda, pero admitía que era sumamente dolorosa. Un pequeño quejido se escapó de los labios de Arodace cuando Vilda por fin terminó con su calvario.

–Gracias–

–Sí –Vilda mientras pasaba sus dedos por la palma de Arodace, mirando con atención la reciente cicatriz; cuando Arodace escuchaba ese tono de Vilda y miraba sus manos temblar, era cuando Arodace reconocía la sangre de Judas, correr por la venas de la mujer.

No hubo más palabras, Arodace quitando su mano del alcance de Vilda. Suspiró y miró la puerta cerrado a su lado –Voy a mi habitación–

–Arodace ,debemos habla–

–Ya hablaremos después –

–Como quieras.– Vilda suspiro mientras Arodace se ponía de pie y tomaba rumbo a su habitación. Dejando aquel lugar en silencio unos minutos, mientras vilda se ponía de pie y comenzaba a recoger aquellos pedazos de vidrio por el suelo y a buscar algo con que limpiar el rastro de sangre que Arodace había dejado.

Arodace giró el picaporte de su puerta, sintiendo como la piel recién unida se jalaba al hacer aquel movimiento, cuando la puerta se abrió,suspiro y pateó un caja que estaba a un costado suyo mientras cerraba la puerta detrás suyo.

Miró de nuevo esa puerta al costado de la ventana, preguntando si debía intentar dormir un rato más o buscar algo más que hacer. Se rasco la nuca mientras intentaba decidir. –Supongo que tengo algo de trabajo que hacer por ahí.– Se dijo así misma convenciendose para cruzar esa puerta por segunda ocasión en el mismo día. Suspiro y saltando el resto de cosas tiradas por el suelo simplemente volvió a cruzar aquella puerta, el pasillo infernal que separaba el escritorio de la puerta principal para finalmente dejarse caer en la silla vacía y fría que había frente a ese desastre de hojas de papel, algunas blancas, otras llenas de rallones y un montón más de bolas de papel por ahí, en el suelo o cerca del bote de basura, practicamente vacio.

De entre todo ese desastre tomó un par de hojas que estaban por encima de todas.–Supongo que no era para menos– Aquellas palabras salieron de su boca sin mucho ánimo, observando cada palabra de aquellos documentos con detalle.


La casta:

Líder: Karou. (Se sabe que trabaja dentro del Vaticano, alguien de alto mando)

Objetivo: Iniciar una nueva religión a nivel mundial

Aliados: Edman. Identificado

¿Ekaitza? Bajo investigación

Múltiples líderes políticos. Sin identificar.

¿El inframundo? Bajo investigación

Edad: Desconocida

Sexo: Masculino (No se está 100℅ seguro)

Habilidades: Sin registro.

Nacionalidad: Desconocida

Rostro: Sin identificar.

Peso: 69 kilos

Altura: 1.72

Una mezcla de emociones recorrían las entrañas de Arodace, por una parte se alegraba de obtener un poco de información extra y por otro le daba una especie de impotencia ver tan poca información. Ella conocía su rostro a la perfección, su vida de arriba a abajo pero, era imposible que se lo contara a alguien, después de todo, para el mundo y la iglesia ella no existía.

Suspiro e hizo una bola de papel con las hoja y las lanzó al suelo, miró la pared en frente suya, tomó un lápiz que se encontraba sobre la mesa y caminó de regreso por el pasillo.

–Algún día, algún día.–

El lápiz salió disparado desde la mano de Arodace hasta terminar clavado en una foto pegada sobre la pared, donde la fotografía de tres personas se encontraba, una chica castaña sonriente junto a un joven de cabello rubio que la tenía rodeada por la cintura y un hombre con una cicatriz en la mejilla que se encontraba sonriendo a la cámara y abrazando al par. El lápiz quedó justo sobre el rostro del joven de cabello rubio – No vas a poder huir por siempre Karou.– Metió sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón.


El sonido aturdidor del tráfico insoportable que se oía desde la calle lateral al gran Vaticano, hacía que el hecho de pasar desapercibida para Arodace, fuera más sencillo de lo habitual. No había ninguna ciencia, solo debía usar la misma cazadora de siempre y traer la capucha puesta.

La guardia Suiza no hacía preguntas, sólo seguía órdenes de los altos mandos. "Busquen a una mujer con esta descripción y arrestenla", habían sido las órdenes recibidas. Arodace sabía que cuando la encontraran el trato no sería ni dulce ni amable, pero era una parte más del trabajo.Un par de brazos la tomó por los hombros y una mano firme la tomó por la capucha, con tal fuerza que, puedo jugar que le había arrancado la piel de aquella parte.


–Lo siento mucho, señorita, pero la requieren ahora mismo.–

Eso fue todo, lo siguiente que Arodace sintió, fue ser arrastrado por la calle hasta un callejón cercano, Arodace permaneció siempre con la cabeza abajo y sin decir nada. De un momento a otros los hombre se detuvieron y una voz grave le indico a los guardias que se alejaran y así fue.

–Lamento el trato tan amable que mis guardias te han dado, pero no tengo otra opción.–

Arodace levantó la cabeza y se quitó lo que la cubría –Lo sé, hace mucho tiempo lo aprendía, no es como que puedes decirles quien soy, y a todo esto ¿Para qué me llamaste?–

–A veces desearía hacerlo Arodace –Dijo el hombre con un tono más amable.

– Pero sabes que no puedes hacerlo, Agaton– Arodace miró al hombre, vestido con el uniforme de la guardia suiza, el cabello negro bajo el sombrero, la piel blanca, casi amarilla, unos ojos azules de brillo amable y con un rostro serio. Casi no podía creer que aquel hombre,había sido un niño enclenque y chaparro un par de años atrás.

–Te tengo una misión.– Agaton le tendió un par de papeles a Arodace y ella los miró mientras él seguía hablando. –Necesitamos rapidez y discreción. Preferentemente gran distancia.– Arodace termino de leer aquellos papeles y se los regreso.

–Si fallo, estoy sola. Ya lo sé.–

Agaton asintió con la cabeza y le dio un pase de avión. –Tu vuelo sale en 3 horas, cuando estés de vuelta, alguien de arriba quiere verte.–

Arodace solamente tomó el pase y dando la media vuelta, se alejó. –Diles que cuando vea un deposito en mi cuenta estaré encantada de verle.–


El aire frío chocaba contra el rostro de Arodace, quien miraba con recelo a aquella familia, jugando como si no sucediera nada, como si ella no estuviera desde lo alto de aquel edificio lista para disparar. El hombre se encontraba sentado sobre una manta con su hijo a su lado y su mujer sirviendo un poco de helado en un par de copas.

La chica se colocó en posición desde el último piso de aquel edificio.

–¿Está seguro que ella será capaz de hacer un tiro desde aquella distancia?–Preguntó intrigado un guardia a Agaton.

–Por algo es el arma secreta de nuestra iglesia –Le respondió Agaton con una voz casi amable.

–Lo sé señor, pero...–

–No hay pero que valga, ella es la hija de Iscariote. No hay forma de que falle, por su sangre corre la habilidad de mentir, engañar, asesinar y planearlo todo a sangre fría.–


Arodace fijó la mira del arma sin ver nada por la mirilla. La chica suspiró –Primer círculo, quinto sello– Las llamas de color púrpura y rosado invadieron sus ojos –Mira– Murmuró mientras su visión se afinaba mediante un círculo plateado y lograba enfocar a su objetivo con la misma claridad que teniéndolo frente a frente.

Arodace respiró mientras preparaba el disparo, la mujer aun sentada a un lado del niño, el hombre en el mismo sitio sosteniendo una copa y el niño en el centro. Los tres de color y con el cabello negro, la mujer parecía ser alta y delgada, el hombre con el traje negro parecía ser un poco más alto y regordete mientras, que el niño no figuraba más de 6 años

–Lo siento.–

El sonido del aire siendo cortada por la velocidad de aquel disparo, hizo que la familia dirigiera por una milésima de segundo la mirada hacia el proyectil. Un nuevo sonido, el del cráneo siendo perforado y el grito de desesperación de la mujer le indicó a Arodace que su misión había terminado.

Se puso de pie mientras tomaba el arma y la ponía sobre su hombro, avanzaba con el viento chocando contra su cara.

El llanto de aquellos padres desconsolados y el olor a sangre invadiendo el lugar lentamente.

–Lo siento mucho.– Murmuró Arodace, miró sus manos y siguió su camino.

–¿Tan rápido te iras?– Le reclamó una voz familiar. Un escalofrío recorrió toda la columna vertebral de Arodace. Dio media vuelta y detrás suyo, se encontraba Edman con una sonrisa victoriosa.

–Digamos que tengo asuntos que terminar–Contestó Arodace.

–¿Haciendo el trabajo sucio como siempre?– 

–No tengo muchas opciones.–

–La podrías tener, la tuviste antes, fue tu decisión quedarte con ellos.

–No lo creo, al final ellos nunca me dejarían ir tan fácil.–

Edman se encogió de hombros. –¿Quién fue esta vez tu víctima?–

–El hijo del Dalái lama de India– Respondió mientras exhalaba y daba una vez más la media vuelta.

–Ni que decir– Edman suspiro y dio media vuelta también –Sabes, Karou quiere verte.–

–Dile que sabe dónde buscarme–Edman sonrió y sacó un arma de uno de los bolsillos de su gabardina. Miro a Arodace y se la lanzó.

–Es un regalo de su parte– Concluyó Edman y miró de reojo a Arodace.

Arodace sonrió y guardó el arma en su cintura.

El sonido de las hélices de un helicóptero rompiendo el silencio, Edman se acercó a aquel vehículo y subió en el de un brinco.–Por cierto Arodace – La voz de Edman se escuchaba difícilmente desde el interior del helicóptero. Arodace miró de reojo al hombre –Linda chaqueta.–

El nuevo sonido de un arma detuvo el comentario de Edman. El vapor salía desde el arma en la mano derecha de Arodace y con una sonrisa respondió.

–Hasta luego Edman.–

El hombre rió e hizo una señal al piloto para que siguiera –Suerte.– Una vez más el lugar quedó en silencio, lo único que se escuchaba era su respiración.

Arodace miró el arma que acaba de usar, era de color blanco brillante y en la empuñadura tenía grabado el símbolo característico de Karou, era una silueta simple de un pez con un punto en el medio. –Idiota.– Dijo con una sonrisa mientras el aire lanzaba los mechones de su cabello castaño sobre sus ojos, guardó el arma una vez más en su cintura, tomó el francotirador, lo colgó en su espalda y siguió su camino.


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