Capítulo 1.
Era un nuevo día en el condado de Greene, en Arkansas. El cielo, si bien parecía a punto de romperse en un fuerte aguacero. No dejaba de ser perfecto a los ojos de aquél que estuviese agradecido por esa tormenta próxima. Para aquél alma que con gran apreciación, suspiraba la alegría de un tan ansiado dominio proveniente de las manos de Dios.
La mañana comenzaba para todos los habitantes del lugar. Qué, aunque el clima no estuviera a su favor, retomaría sus actividades como todos los días.
Pero algo estaba por cambiar, alguien nuevo se presentaría ante los pueblerinos y daría de si lo mejor que pudiera retribuir en el lugar.
En las inmediaciones de Greene, un automóvil de color negro había ingresado a al condado. El camino se tornaba un poco complejo de transitar, pues la lluvia había generado barro por todas partes y eso hacia que las ruedas del vehículo tuvieran dificultades al transitar.
Dentro de aquél auto, un hombre en solitario manejaba con total seriedad. Observando con cuidado y fijando su vista en el parabrisas al cual, con brusquedad, era azotado por el diluvio. Haciendo que de esa forma, forzara su mirada para poder visualizar parte del paisaje que decoraba el pueblo.
El césped y las demás plantas parecían un poco secos. Era evidente que aquella lluvia le serviría para dar vida nuevamente al lugar.
El camino estaba despejado, no había persona alguna que estuviera rondando el lugar. Las nubes parecían cada vez más enfurecidas, no había ánimo alguno de cesar por parte de ellas.
Quizás, al final, nadie cumpliría su rutina. No se veía persona alguna por las calles, todo parecía desolado.
Un poco más adelante, empezó a notar casas y tiendas que daban la bienvenida al pueblo. Eso parecía reconfortarlo de cierta manera. Aunque los nervios no desaparecían del todo. Su trabajo iniciaría por primera vez y aún habían cosas por las cuales no se sentía del todo firme ante su oficio.
Siendo atento al recorrido, un poco más delante de este había dado con la imagen de una mujer que iba caminando por un costado de la calle barrosa. Cargando consigo un par de bolsas aparentemente pesadas, en cada una de sus manos. Su mirada estaba centrada en el camino, y nada mas.
Al notar aquello, no dudo demasiado y decidió parar el auto a un costado de la calle.
— ¡Oiga!. — Exclamó el hombre en un pequeño grito.
La mujer, sorprendida, miro rápidamente hacia todos lados. Buscando de donde había salido aquel grito, hasta dar con aquél hombre dentro del auto negro. Quedó paralizada, mirándolo asustada.
— Creo que la tormenta la alcanzó, ¿No es así?. — Preguntó el hombre, siendo gentil con ella. — ¿Me permitiría darle una mano?. — Consultó rápidamente, al ver qué sus vestiduras estaban empapadas, la falda y calzado estaban manchadas de lodo y su cabellera totalmente mojada.
— Disculpe, tengo prisa. — Respondió la joven, dejando entre escuchar un sutil acento poco común, mientras rápidamente volvió a retomar su camino.
El hombre, al notar aquello, no iba a dejar que eso pase de lado, ante de su atención. Estaba decidido a ayudarla, ya que podía notar la dificultad en la que la mujer se veía involucrada.
Ella, comprendiendo así que aquél hombre no le iba a aceptar un no como respuesta, intentó apresurar su paso. Buscaba desaparecer de allí, no era simpatizante con las personas y ese día no habría excepción.
— ¡Señorita, tenga cuidado o caerá!. — Exclamó el hombre.
La joven intentó mantener el equilibrio lo mejor que podía, evadiendo baches de lodo y piedras lustradas por el agua. Pero, las suelas de sus gastados zapatos la traicionaron en el peor momento.
Cuando creía que había logrado zafar de allí, un paso en falso hizo que su tobillo se inclinara hacia afuera. Ejerciendo un desequilibrio, logrando de esa manera resbalar y caer torpemente sobre el barro de la calle, arrojando por inercia las cosas que llevaba dentro de aquellas bolsas.
— ¡Dios!. — Se logró escuchar desde lejos.
Ante el sorpresivo accidente, la persona que se había ofrecido a ayudarla apresuró sus pasos, maniobrando lo mejor posible para no caer. Poco le importaba si él terminaba sucio, solo quería asegurarse de que la muchacha estuviera bien.
— Déjeme ayudarla, señorita. — Exclamó el extraño, quien se había agachado para tomar de los costados a la mujer.
— N-no es necesario. Por favor, no se moleste. — Respondió la muchacha, quien intentaba ponerse de pie por si sola, aunque al final fue él quién le había dado una mano.
Una vez de pie, frente a frente, el hombre se percató de que él era mucho más alto que ella. Parecía tan pequeña y frágil a simple vista.
La mujer, un poco intimidada, levantó la vista hasta el rostro de quién la había ayudado. Algunos cabellos mojados estaban pegados en su rostro pálido, estaba desarreglada y algo mareada para ser exactos.
Él la observó a los ojos por un momento, pero la necesidad de asegurarse de que ella estuviera bien, era más fuerte que cualquier otro impulso. Inclusive que el de observarla por completo. Su preocupación era evidente, el corazón cálido que tenía no le permitiría dejarla allí, bajo la lluvia y sola.
— ¿No sé lastimó, verdad?. — Consultó rápidamente el hombre. Entregándole una mirada con cierta inquietud.
— S-solo fue una caída. — Contestó la joven, aludiendo a que estaba bien, aunque su ropa estuviera cubierta de mugre.
Una vez de pie, el hombre miró con cuidado a la joven, quien se encontraba ligeramente aturdida por la caída. Sus manos estaban cubiertas de barro, su cabello se había desacomodado un poco, pero ella no parecía tener rastros de alguna herida por ningún lado.
La joven, por su parte, se había ruborizado rápidamente, al notar como el sujeto miraba con suma atención su horrible estampa. Era desprolija, poco agraciada y muy penosa por las circunstancias en las cuales ella se encontraba.
Con extrema vergüenza, bajó la mirada. Sus ojos verdes, apagados y sin brillo no querían ser vistos por nadie. Destellaban pena de si misma, sobre todo de su descuidado tropiezo.
— Soy muy tonta. — Comentó la mujer, en un pequeño susurro cargado de pena y enojo.
Rápidamente se agachó para poder juntar todo lo que se había desperdigado. Ella sabía que aquello iba a ser un gran problema cuando llegaba a su destino.
El hombre hizo lo mismo, intentando ayudarla a toda costa. La lluvia no cesaba y muy probablemente ella atraparla un resfriado si seguía por más tiempo fuera.
Poco a poco, cada artículo que se había caído estaba de nuevo en las bolsas. El silencio alimentaba el ambiente entre ambos, pues la joven no emitía palabra alguna. Parecía estar bastante nerviosa ante la presencia de aquél señor.
— Escúcheme un momento, por favor. — Dijo con gentileza el hombre. Olvidando por un momento todo lo que había venido a hacer al pueblo, tratando a esa desconocida como si él fuese alguien mas del montón, y no un sacerdote. — La lluvia está empeorando, déjeme darle una mano y llevarla hasta su casa. No puedo permitir que usted siga a pie en estas condiciones. — Insistió.
— Lo siento, debo irme. — Respondió la mujer, sin ánimos a darle pie a seguir la pequeña discusión con ese extraño. — Le agradezco su ayuda y su intención, pero debo llegar pronto o sino…
— ¿O sino qué?. — Preguntó el hombre, con seriedad y cierta curiosidad. La joven parecía preocupada, como si tuviese miedo a lo que sea que estuviera pasando ajeno a él.
— Debo irme. — Volvió a insistir la muchacha. Quién, sin mirar atrás, comenzó a caminar nuevamente.
El sujeto quedó perplejo. No esperaba una reacción así ante su gentil deseo de ayudar. Por un instante pensó que quizás su nuevo trabajo allí sería difícil de llevar a cabo, pero no quería precipitarse. Entendía que no todos podían tener un buen día.
Algo le había llamado poderosamente su atención, quizás era la prisa con la que ella se había desvanecido de allí, su curioso acento pueblerino o tal vez el hecho de que al verla, por un instante, pudo notar ligeramente una mirada cargada de tristeza y cansancio.
El hombre respiró profundamente y, sin pensarlo dos veces, volvió a meterse en su auto para poder terminar su recorrido.
Era evidente, estaba completamente empapado por la llovizna que aun caía desde el cielo.
Se recostó un segundo sobre el respaldo de su asiento, y mirando hacía el volante dio un suspiro.
Elevó lentamente su mirada hacia el frente, apreciando como las gotas chocaban con el vidrio y viajaban por este, hasta caer.
El instante se volvió minutos, en los que él había quedado hipnotizado en un punto fijo. Perdiendo la noción de lo que pasaba a su alrededor. Un sinfín de pensamientos se habían enredado en su mente. Recuerdos, dudas y certezas trataban de atormentarlo, el ruido de la lluvia lo aturdía y las voces que surgían como fantasmas, solo empeoraba la situación.
El hombre sacudió su cabeza varias veces, intentando dispersar esos miedos que se incrustaban en él. Estaba seguro, o eso quería creer, de que lo que sentía no era nada más que un simple ataque de ansiedad.
Llevo rápidamente sus manos al volante y tan solo le tomó unos minutos hasta poder encender nuevamente el motor de su vehículo. Una vez ya de nuevo tomando rumbo, no se detuvo.
✝️❤️🔥✝️
Hola a todos. 😌
Aquí les traigo el comienzo de esta hermosa historia
En lo que le hago unos arreglos a la publicación de esta historia, espero que les sea de su agrado.
¡Un saludo!.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro