
𝘃𝗶𝗴𝗶𝗻𝘁𝗶 𝗾𝘂𝗶𝗻𝗾𝘂𝗲. un simple pánico.
Capítulo 25
Un simple pánico
Maratón 2/3
Podía sentir la mirada inquisitiva de mi amiga clavada en mi espalda, ella permanecía en las escaleras, su presencia casi olvidada en la sorpresa del momento. Por un instante, sentía como si sólo existiéramos el Sacerdote Felix y yo en este vasto espacio sagrado. Él se veía diferente, casi irreconocible, unas ojeras oscuras marcaban su rostro, testimonio de noches de insomnio y preocupaciones constantes. Su cabello grisáceo, que siempre había sido su orgullo, lucía ahora opaco y desordenado, caía sobre su frente de manera rebelde, añadiendo un aire de desaliño a su apariencia.
No obstante, lo que en verdad me golpeó fue su mirada, sus faros, normalmente llenos de amabilidad y entusiasmo, están ahora nublados por un velo de tristeza y confusión. Podía observar en ellos el reflejo de los problemas que lo agobiaban, los pensamientos que lo mantenían despierto por las noches, y parecía que el haber oído mi conversación con Kim Chae Hyun empeoró su estado debido a la gran necesidad de dar unos cuantos pasos más hacia mí.
—Sacerdote, ahora estoy ocupada.
Respondí, señalando a mi amiga que aún yace en las escaleras. La mirada de Chae Hyun oscilaba entre nosotros, como si fuéramos dos actores a punto de comenzar una escena dramática y cómica para iluminar su día, pero parecía que a Lee Felix eso no le importaba en absoluto.
—Respóndeme, Mi Sae.—insistió el sacerdote, ignorando mis protestas.
Tragué saliva, mi mirada se desvió a Kim Chae Hyun, buscando algún tipo de ayuda en su presencia. Sin embargo, ella parecía tan sorprendida como yo por la insistencia del sacerdote, pero aun así, decidió hablar.
—Sacerdote Felix, si no terminamos esto en diez minutos, la Hermana Superiora vendrá a arruinarnos el día. Estoy segura de que usted puede entender eso.—dijo Chae, intentando desviar la conversación y ganar algo de tiempo.
—Te buscaré.
Anunció el Sacerdote Lee Felix, su voz resonando en el silencio de la capilla. Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se alejó a pasos agigantados, su figura desapareciendo gradualmente de mi vista, verlo irse de esa manera únicamente intensificó la preocupación que había estado burbujeando en mi interior. Su comportamiento era inusual, casi alarmante, pero no tuve tiempo para reflexionar más sobre ello, ya que la presencia del Padre Kim Hyuck Ho se hizo notar de inmediato.
—¿Han terminado ya?—cuestionó, su voz firme y autoritaria rompiendo mis pensamientos.—Es hora de pasar a sus siguientes actividades.
No tuve más remedio que asentir y seguir adelante, aunque la preocupación por Felix seguía anidada en mi pecho.
—¿Puedes tranquilizarte?
Indagó el Sacerdote Eun Woo, su voz llena de ansiedad. Colocó una mano en mi hombro derecho, agachando su cabeza para encontrarse a mi nivel. Debido a que yo estaba sentado en uno de los asientos de madera del internado, mi mente un torbellino de pensamientos y emociones.
—No, no puedo, hyung.
Contesté nervioso, moviendo mis piernas demostrando aquello, ya que el miedo se enroscaba en mi estómago como una serpiente venenosa, su veneno se filtraba en mi sangre, haciendo que mi corazón latiera con fuerza en mi pecho. El terror se apoderó de mí, oscureciendo mi mente con pensamientos de lo que podría suceder si Cho Mi Sae se iba de aquí para siempre. ¿Y si estaba embarazada? ¿Qué pasaría con ella? ¿Y con el bebé? La preocupación se apoderaba de mí, amenazando con ahogarme.
No podía soportar la idea de perderla, de no estar allí para protegerla, el simple pensamiento de ella sola, lidiando con todo esto por su cuenta, era suficiente para hacerme temblar. Cerré los párpados con fuerza, como si de alguna manera pudiera borrar la realidad que se desplegaba ante mí.
Una oración silenciosa se formó en mi mente, un deseo desesperado de que lo que había escuchado fuera una mentira, una broma de mal gusto. Pero en el fondo, sabía que no era así, la verdad tiene una forma particular de resonar, de hacer eco en los rincones más oscuros de nuestra mente, y esta verdad era tan real y cruda como cualquier otra.
—Ella se irá, hyung.
Logré decir, intentando mantener la voz firme. Sencillamente que mi tono tembloroso y mis ojos llenos de lágrimas traicionaron mi intento de parecer impasible. Bajé la mirada al suelo, notando cómo mis manos blancas se entrelazaban entre sí, como si estuvieran rezando por su cuenta, mientras yo luchaba con la marea de preguntas y temores que amenazaban con ahogarme.
¿Qué pensaría Dios de todo esto? ¿Qué pensaría de las decisiones que estaba tomando, de los caminos que estaba eligiendo seguir? ¿Me vería como un hijo desobediente, que no ha aprendido nada de los valores y principios que mi madre trabajó tanto para inculcarme? El pensamiento me aterraba. La idea de que Dios pudiera estar decepcionado de mí, de que pudiera verme como un fracaso, me llenaba de una angustia insoportable. ¿Acaso tenía preparado un futuro desolador para mí como castigo por mis acciones? No podía evitar preguntarme si Dios me vería como un pecador, si juzgaría mi amor por Mi Sae como algo impuro.
¿O entendería mi miedo, mi desesperación, mi deseo de proteger a la mujer que amaba y al hijo que podríamos tener? Agh.
Mordí mis labios, tratando de contener todas las preguntas que mi cabeza se encontraba haciendo por sí sola, hasta que la figura de mi compañero de cuarto se coloca frente a mí, agachándose, Eun Woo colocó sus manos en mis brazos, obligándome a levantar la mirada para encontrarme con la suya.
Quería que lo escuchara, que no me dejara llevar por mis pensamientos.
—Felix, ¿de qué estás hablando?—preguntó, su voz llena de confusión.
—Escuché a Chae Hyun preguntándole si estaba lista para volver a casa, o si su hermana la quería allí. Todavía no entiendo muy bien lo que está sucediendo... ¿Y si está embarazada? ¿Y si...?—mis palabras se desvanecieron, incapaz de terminar la pregunta.
—No te hagas esto, Felix. Aún no sabemos si está embarazada o no. Lo que te dije esa noche fue solo un pensamiento pasajero.—dijo Cha Eun Woo, intentando calmar mis temores.—No lo sabremos hasta que un especialista en esa área lo dictamine.
—Aun así, hyung... Embarazada o no, lo que realmente me atormenta es la idea de que ella se vaya de aquí, de mi vida, para siempre. Todavía tengo pecados que expiar, no puedo salir de aquí sin estar completamente salvado. No puedo dejarla... pero tampoco puedo irme.—confesé, la desesperación tejiendo un nudo en mi garganta.
El Sacerdote Eun Woo se puso de pie, su expresión reflexiva mientras consideraba mi dilema. Después de un momento, sus ojos volvieron a encontrarse con los míos y con una mano en su mentón y la otra apoyando su codo, propuso una solución inesperada.
—¿Por qué no te vas con ella?
Fruncí el ceño, confundido.
—¿Qué? N-no, no creo que eso sea una buena idea, hyung. Tengo que resolver mis pecados primero, especialmente si quiero volver a ver a mi familia algún día.—mis palabras resonaron en el silencio que siguió, cargadas de la gravedad de mi situación. Me he criado en la fe, creyendo en el poder del arrepentimiento y la redención. Sabía que no podía huir de mis pecados, tenía que enfrentarlos y buscar la absolución.—En 1 Juan 1:9, la Biblia nos dice: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». Tengo que buscar esa limpieza, hyung. Tengo que encontrar la manera de reconciliarme con Dios antes de poder pensar en seguir a Mi Sae.
Expliqué, mi voz firme a pesar de la tormenta de emociones dentro de mí.
—Es complicado, Felix. Porque cuando llegue el día en que Cho Mi Sae tenga que dejar el internado, ninguno de nosotros sabrá a dónde irá o dónde vive. No habrá manera de encontrarla sin que la administración se entere. Harán muchas preguntas. Así que, ¿cuánto la amas realmente?
Eun Woo pareció considerar sus palabras por un momento antes de recitar un pasaje de la Biblia que parecía apropiado para la situación.
—Corintios 13:7 dice: «El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». Si realmente la amas, Felix, tendrás que estar dispuesto a soportar cualquier cosa por ella. Te seré directo para que me entiendas, a la mierda todo.
—¡Hyung...!—exclamé, atónito por su lenguaje.
—Sí, a la mierda el clero de tu ciudad, a la mierda los de aquí, a la mierda a tu familia si no te aceptan de vuelta porque no has purgado completamente tus pecados. ¡A la mierda todo! Tienes que encontrar una solución inmediata, porque si ella está embarazada... dudo que quiera enfrentarlo sola.—continuó Eun Woo, su tono vehemente y decidido.
Las palabras de Eun Woo golpeaban como un mazo, abriendo una fisura en la muralla de mi autoengaño. A pesar de lo crudo de su lenguaje, había una verdad en lo que decía que no podía ignorar.
No podía dejarla ir, porque la amaba como nunca.
Entonces, recordé que había prometido buscarla para hablar sobre todo lo que sucedió desde el momento en que se confesó y me dijo que se acostó con el nieto de la Madre Superiora. Porque si lo que Cha Eun Woo sospechaba era cierto, tendríamos que pensar muy bien en el futuro que tendríamos juntos. Traer a un niño al mundo no era un chiste, y no sabía si era la decisión que ella quería tomar, ya que apenas iba a cumplir 19 años...
Para entonces, la realización me golpeó como un rayo. Eso es, se iría porque ya tendría la mayoría de edad y el internado la despojaría.
Realmente lo odiaba, lo detestaba con cada fibra de mi ser.
Cada oleada de náuseas era un recordatorio cruel de mi situación. Mis rodillas se doblaban sobre el frío suelo de baldosas, mi frente sudorosa apoyada en el borde de la taza del inodoro. El sabor amargo y metálico en mi boca era insoportable, una constante que no parecía querer desaparecer. Cada arcada era un golpe, un golpe brutal a mi dignidad, a mi sentido de control, estaba atrapada en este ciclo interminable de malestar y miedo, y no sabía cómo salir de él. Mi anatomía, que una vez me había parecido tan fuerte y capaz, ahora parecía estar traicionándome.
Mis manos temblaban mientras me aferraba al borde del inodoro, el esmalte frío y duro contra mi piel caliente y sudorosa. Mi respiración era entrecortada, jadeante, como si nunca pudiera obtener suficiente aire. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué mi cuerpo estaba reaccionando de esta forma? ¿Podría ser algo grave? La idea me aterrorizaba, pero no podía evitar que se deslizara en mi mente, una sombra oscura que amenazaba con consumirme.
Tres golpes suaves y rítmicos en la puerta del baño individual del internado rompieron el silencio que me envolvía. Eran persistentes, pero gentiles, como un recordatorio de que no estaba completamente sola en este caos.
—¿Mi Sae, estás ahí? ¿Estás bien?—preguntó la voz preocupada de la Hermana Su Young desde el otro lado de la puerta.
Sus golpes en la puerta eran suaves, su tono era bajo y calmado. Era su manera de demostrar preocupación por las alumnas sin ser demasiado intrusiva, me encontraba recostada contra el inodoro, mis brazos envolviendo mis rodillas contra mi pecho. Mis ojos vagaban sin rumbo, mirando debajo del baño individual de al lado, quizás buscando alguna solución en el patrón de baldosas frías y grises. No tenía la menor idea de lo que me está sucediendo, y el miedo que me consumía era casi tan nauseabundo como las oleadas de vómito.
—¿Mi Sae?—volvió a llamar Go Su Young, su voz llena de una ansiedad contenida que reflejaba la mía.
—Estoy bien, Hermana.—logré decir, aunque mis palabras sonaban tan huecas y vacías como me sentía por dentro.—Solo... necesito estar un tiempo a solas. Por favor...
—De acuerdo, pero si necesitas algo no dudes en decírmelo. O si quieres que llamemos a uno de tus amigos, también dímelo.
—Gracias, Hermana.
Agradecí, antes de sumergirme de nuevo en el torbellino de mis pensamientos.
Mis pensamientos eran un torbellino caótico, saltando de una posibilidad a otra. ¿Podría ser una enfermedad contagiosa? ¿Me encontraba en el inicio de alguna nueva pandemia? ¿Había algo seriamente malo en mi anatomía? Cada pregunta solo añadía más miedo, más incertidumbre. Mi mente está en un estado de pánico, imaginando los peores escenarios posibles. Pero entonces, un pensamiento se abrió paso a través de la neblina de mi miedo, un pensamiento que me dejó sin aliento. ¿Y si estaba embarazada? La idea me golpeó como un rayo, dejándome atónita repentinamente. ¿Podría ser eso? ¿Podría estar esperando un hijo? Abrí mis párpados de inmediato, parándome.
Salí del baño, enjuagándome la boca una y otra vez hasta que el sabor metálico se desvaneció. Pero no importaba cuánto lo intentara, sentía que me estaba ahogando, como si cada lavado fuera una desesperada lucha por la normalidad. Supuse que la razón por la que me hallaba haciendo todo con tanta prisa era porque estoy entrando en una especie de pánico. Había permitido que un pensamiento, un miedo, se arrastrara en mi mente, y eso no podía ser posible.
No podía estar embarazada.
No, eso era impensable.
¿Yo? ¿Criar a un bebé?
La idea parecía tan ridícula que casi pude reír. ¡Ja! Eso era una locura.
Yo, una estudiante mediocre, apenas capaz de cuidar de mí misma, ¿cómo podría cuidar de un bebé? No tenía sentido. No podía ser posible. Sin embargo, a pesar de mis negaciones, de mi lógica, el pensamiento persistía, retumbando en mi mente como un eco constante. ¿Podría estar embarazada? Cada vez que lo pensaba, una ola de miedo me recorría, dejándome temblando. La pregunta se quedó allí, sin respuesta, mientras luchaba por reprimir el pánico que se estaba apoderando de mí.
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