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𝗱𝘂𝗼𝗱𝗲𝘁𝗿𝗶𝗴𝗶𝗻𝘁𝗮. el infierno en el paraíso.

Capítulo 28
El infierno en el paraíso

Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

De repente, Min Yon A apareció, sus ojos recorriendo el lugar que había ocultado con tanto esfuerzo. Pero antes de que pudiera reaccionar, la Madre Superiora hizo su entrada, su rostro reflejando una sorpresa que rápidamente se transformó en ira. Exigió respuestas, amenazando a Yon A hasta que finalmente cedió y reveló que yo he estado con Lee Felix.

Lo último que recuerdo fue el ardor de la bofetada de la Madre Superiora y cómo me arrastraron a la capilla. Me empujaron al suelo, obligándome a arrodillarme sobre el frío pavimento. Pocos minutos después, sentí el agua bendita caer sobre mi rostro, mientras que la Madre Superiora pronunciaba palabras de condena. Mis faros están en el suelo.

—¿No sabes, hija mía, que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo?—comenzó, su voz llena de reproche.—Has pecado, has seducido a un hombre de Dios, has mancillado su pureza.

Continuó, citando versículos de la Biblia que hablaban de la tentación y el pecado. No obstante, yo no podía aguantarlo más, quería lanzar los primeros llantos, ya que esto jamás me sucedió, no pensé que esas mujeres fuesen capaces de hacerme algo así, aunque debía de suponerlo.

Quería que esto parara.

—La mujer sabia edifica su casa, pero con sus manos la necia la derriba. Has probado a un hombre, has llevado a la tentación a un siervo de Dios.—prosiguió, su voz resonando en la capilla vacía con la presencia de la Hermana Superiora.—La culpa es tuya, hija. Has permitido que el deseo te controle, has permitido que el pecado entre en tu corazón.

—Ya basta...

Rogué, las palabras se atropellaban en mi boca y las primeras lágrimas comenzaban a caer por mis mejillas. Podía oír murmullos a mi alrededor, voces susurrantes llenas de juicio y desprecio. Entonces, la Hermana Superiora me quitó la remera de mi pijama, seguida por la parte inferior.

Me dejó completamente desnuda, expuesta a la fría mirada de los pocos presentes.

Siguió lanzando sobre mí una gran cantidad de agua bendita, entre que continuaba pronunciando palabras de condena. Hasta que la puerta de la capilla se abrió de golpe, no levanté la cara, demasiado avergonzada para enfrentar a quienquiera que fuera que haya entrado a este asqueroso sitio.

Temía que fuera uno de mis amigos, temía que me vieran en este estado tan humillante.

La Madre Hwang rompió el silencio con su voz severa.

—Es por eso que debes de recibir un castigo doloroso. Solo a través del dolor y la penitencia podrás encontrar la redención.

Mis ojos pudieron ver un objeto que parecía más que nada un látigo, juraba que me saldría el diablo del pecho si una de ellas se atrevería a golpearme con esa cosa, de verdad lo decía. No obstante, antes de que pudiera reaccionar, una figura se interpuso entre la Madre Superiora y yo. Sentí unos brazos fuertes envolverme, protegiéndome del golpe que estaba a punto de venir. El calor de su cuerpo era un consuelo bienvenido, un contraste con el frío del agua bendita que aún goteaba por mi piel.

Intenté levantar la vista, pero él me mantuvo abrazada, manteniendo mi rostro oculto contra su pecho. La Madre Superiora reaccionó con sorpresa, su golpe fallido la dejó desconcertada, por un momento, la tortura se detuvo. Podía notar la consternación en la mirada de la Madre, su disgusto por haber golpeado a quien no debía. Empero, en ese instante, no me importaba, todo lo que importaba era el calor de la anatomía que me protegía, el latido constante de su corazón contra mi oído.

—¡Sacerdote Felix! ¡¿Qué está haciendo?!—la Madre Superiora exclamó, su voz llena de horror. Me apartó de su lado con un rápido movimiento.—Debe irse. Mi Sae debe ser castigada.

—No, eso no sucederá.

Ella parecía estar en shock.

—¿De qué está hablando? Ella lo sedujo, lo llevó a la tentación con sus encantos de mujer pecadora. No se toleran tales atrocidades aquí. Debemos purificar su alma. Váyase.

Felix se mantuvo firme.

—Ambos somos culpables. Si ella debe ser castigada, yo también debo serlo, Madre Superiora.

La Madre pareció sorprendida por su declaración.

—No puede ser posible... Está siendo muy buen hijo de Dios, pero usted sabe que todos necesitan aprender de sus errores, sacerdote.—sujetó de mi brazo con mucha fuerza, tanto que la estoy mirando con puro repudio.

—Me enamoré de Cho Mi Sae, y he estado teniendo relaciones sexuales con ella fuera del matrimonio.—lo miré asombrada ante la confesión que está diciéndoles.—Soy consciente de mis pecados y, sin embargo, continué cometiendo el mismo error una y otra vez. Por eso... estoy dispuesto a recibir el castigo por ambos.

Declaró Felix, su voz llena de una determinación tranquila. Me levanté del suelo después de que la Madre me haya empujado bruscamente al escuchar lo que su sacerdote decía, pero yo me encuentro incapaz de permanecer inmóvil, mientras que Lee Felix se preparaba para sacrificarse por mí.

—¡No, eso no va a suceder!—grité, pero la Madre Superiora me detuvo.

—Quédate donde estás, pecadora.

—No, no voy a quedarme quieta mientras que él... ¡Felix, con una mierda, detente!—exclamé, furiosa y aterrada al ver que comenzaba a desabrocharse su camisa negra.—No, no hagas eso, por favor.

Estaba decidida a no quedarme de brazos cruzados, no cuando Felix se sacrificaba por mí. Intenté avanzar, pero mientras él terminaba de desabrochar su camisa, levantó la vista hacia mí. Sus ojos celestes están llenos de una emoción que no pude identificar de inmediato, una mezcla de temor y resolución que me dejó sin aliento, sin poder avanzar.

—Jamás te dejé verme sin camisa porque...—comenzó, quitándose la camisa y manteniendo su mirada fija en mí.—no me sentía preparado. Tenía miedo de lo que pudieras pensar de mí después de verme así. No quería que me vieras como ahora...

La vergüenza en su voz era palpable, y pude observar la inseguridad en su mirada. Había una vulnerabilidad en él que nunca antes he notado, una parte de Lee Felix que mantuvo oculta hasta ahora.

—No sé de qué estás hablando, Felix. Y-yo...—intenté decir, empero, las palabras se quedaron atascadas en mi garganta cuando él se giró y arrodilló, exponiendo su espalda a los ojos de la Madre Superiora, solamente que desde donde yo me encuentro puedo verlo de igual modo, aunque sea de lado, se veía de todas formas.

Las cicatrices que marcaban su piel me dejaron más que en silencio, eran un testimonio mudo de un pasado doloroso, y cada una de ellas parecía contar una historia de sufrimiento. Los demás parecieron sorprendidos, sin embargo, tampoco parecía que él no fuese capaz de hacerlo, así que rápidamente se recuperaron. Yo, por otro lado, no podía apartar la vista de las cicatrices de Felix.

El sonido del látigo me sacó de mis pensamientos, y vi cómo golpeaba la espalda del peligris con tanto odio en sus miradas que me lastiman a mí.

Un grito se atascó en mi garganta, y la desesperación me llenó, mientras veía la sangre comenzar a correr por su espalda. Quise correr a él, pero la Hermana Superiora me agarró del brazo, impidiéndome avanzar, el Padre Kim Hyuck Ho hizo lo mismo, ambos formando una barrera entre Felix y yo. Mis gritos llenaban la capilla, rebotando en las paredes de piedra y creando un eco desgarrador. Las lágrimas caían por mis mejillas, cada una un testimonio de la impotencia que sentía por no poder hacer nada.

El dolor físico que le infligían en su espalda pálida se había convertido en un eco distante para Lee Felix, el antiguo sacerdote. Sus lágrimas, que caían silenciosamente por su rostro marcado por el sufrimiento, no eran por el flagelo que marcaba su piel, sino por los gritos desgarradores que provenían de Cho Mi Sae. Cada grito de ella era como un latigazo en su corazón, un recordatorio de la atrocidad que estaba permitiendo que ella presenciara, pero sabía que tenía que soportarlo.

Si mostraba cualquier signo de debilidad, si permitía que su dolor se mostrara, la Madre Superiora podría decidir dirigir su ira a Mi Sae. Así que, en un intento desesperado por escapar del horror de su realidad, Felix se refugió en los recuerdos de su pasado.

Las imágenes de su infancia se desplegaron ante él, cada una más vívida que la anterior. Recordó la severidad de su madre, la forma en que cada error, por más inocente que fuera, era recibido con castigos y reprimendas. Cada golpe, cada palabra dura, yace  grabado en su memoria como cicatrices de un pasado doloroso, sin embargo, hay un recuerdo que siempre volvía a él, un recuerdo que destacaba entre todos los demás. Era un recuerdo lleno de resentimiento, un resentimiento sano que ha cultivado a lo largo de los años, no era un odio ciego, sino un resentimiento nacido de la injusticia y el dolor que su madre le había infligido, pero en especial, porque esas palabras que decidió hacer uso ahora mismo se encontraba pasando en su triste vida.

—Cuando las luces de la gracia divina se apagan, todos los pecadores emergen de las sombras, arrastrándose en su vileza. Así que prepara tu lecho de muerte, hijo mío. Vendrán clamando justicia, sus voces resonarán con la furia del cielo, y todo será por la calamidad que has desatado.

—Pero madr...—su nombre murió en sus labios cuando un golpe en la mesa de madera interrumpió a Felix, que estaba al borde de la adultez.

—Lo que has hecho es un pecado imperdonable. Estás caminando por el sendero que conduce al infierno, Felix. Pero aún hay una posibilidad, una oportunidad para que tu condena no sea tan severa en la eternidad. Harás lo que te digo.

Felix cerró los párpados, permitiéndose un momento para alejarse de la realidad que se desplegaba ante él. Cuando los abrió de nuevo, una realización lo golpeó con la fuerza de un rayo. Su madre, a pesar de toda la amargura y el dolor que le había infligido, ha hecho una sola cosa que le trajo felicidad: fue ella quien lo envió a ese internado para jovencitas rebeldes, donde había conocido a Cho Mi Sae. A pesar del dolor que le están infligiendo, una sonrisa se dibujó en su rostro.

Conoció a la mujer con la que quería pasar el resto de su vida, y eso era algo por lo que estaba dispuesto a soportar cualquier tormento. Sencillamente que esa sonrisa se desvaneció tan rápido como ha aparecido. No quería decepcionar a Cho Mi Sae. A pesar de que todo lo que había hecho, lo ha hecho por ella, no podía evitar sentir que ya se hallaba condenado a pasar la eternidad en el infierno.

La visión de Felix, la persona a la que amaba con todo su ser, sufriendo de esa manera y sin poder hacer nada, fue demasiado para Mi Sae. Cayó de rodillas al suelo, sus ojos perdidos en un punto fijo en el pavimento, su mente en un torbellino de horror y desesperación.

No pasó mucho tiempo antes de que las puertas de la capilla se abrieran de golpe, revelando a un grupo de adultos que se quedaron paralizados por la escena que se desplegaba ante ellos. El Sacerdote Cha Eun Woo frunció el ceño al ver a Mi Sae, casi desnuda, en el suelo de la capilla, pero su expresión se volvió más severa cuando vio a Lee Felix, su espalda y mejilla sangrando, en el piso. La Madre Superiora había golpeado a Felix después de que él se volviera, y el sacerdote no podía ocultar su consternación y furia al ver a su amigo en tal estado.

—¡¿Qué demonios es esto?!

La furia era evidente en la voz, los ojos y los movimientos de Eun Woo. No había duda de que estaba decidido a hacer que alguien pagara por lo que le han hecho a Felix y a Mi Sae.

—Sacerdote, ¿desde cuándo tan grosero?—la Madre Superiora intentó mantener la compostura, pero la furia de Eun Woo la desequilibraba.

—Desde cuándo usted es tan bruja, ¿eh?—su voz era dura, y sus ojos reflejaban la ira que sentía.

—¡Sacerdote Cha! ¡Le prohíbo que me hable así! ¡Soy su Madre Superiora!—la voz de la Madre Superiora resonó en la capilla y Eun Woo no se dejó intimidar.

—Deme una explicación del por qué una alumna está desnuda y por qué el Sacerdote Felix está gravemente herido.

Mientras todo esto sucedía, la profesora Yoo Jeong Jeon salió de su estado de shock. Buscó con la mirada algo con qué cubrir a Mi Sae, y el profesor Min Ho le ofreció su suéter, lo colocó sobre la joven, cubriendo la mayor parte de su cuerpo, solamente que dejando sus muslos al descubierto porque no era tan largo para taparla. La Hermana Su Young, que hasta entonces había estado intentando mantener a las demás alumnas lejos de la escena, se acercó a Mi Sae.

Comprobó que se encontraba bien y, con la ayuda del profesor, la levantó del suelo. Mientras caminaban por el pasillo central de la capilla, los amigos más cercanos de Cho Mi Sae se acercaron, preocupados por su estado. Kim Chae Hyun la sujetó del brazo, intentando averiguar cómo estaba. No obstante, hay un problema: Mi Sae no podía hablar.

—Debemos llevarla a la enfermería.

—Creo que debemos llamar a la policía.

—Profesora Yoo, no harán nada. Esta es una institución muy conocida en todo Iksan, no harán nada. Tiene una buena reputación.

La profesora se enfureció aún más al escuchar eso. Abrazó a Mi Sae, que parecía estar en un estado terrible.

—¿Es una broma esto? ¿Acaso la estás mirando, Hermana Su Young?

—Mejor vayamos a respirar un poco de aire, chicos. Vayamos afuera.—el profesor Min Ho intervino, dirigiendo una mirada amable a los chicos y una mirada de desaprobación a las mujeres.

El Sacerdote Eun Woo luchaba por mantener sus emociones bajo control, una tarea monumental dadas las circunstancias.

Frente a él, tres personas insistían en que lo que habían hecho estaba bien, pero Eun Woo sabía que esta vez, la justicia divina estaría de su lado. Si los altos jerarcas de la Iglesia se enteraban de lo que ha ocurrido, no dudarían en tomar medidas drásticas. Mientras tanto, el Sacerdote Yoo Min Woo se había alejado un poco de la capilla, aunque permanecía en la puerta. Estaba realizando una llamada, sus ojos reflejaban el horror que sentía por lo que le han hecho a su amigo y hermano en la fe, Felix.

—Esa joven rebelde profanó la pureza sagrada del Sacerdote Felix. Teníamos que enseñarle una lección. Pero Felix, en su bondad y sacrificio, prefirió recibir el castigo en su lugar. Solo estoy impartiendo las enseñanzas de la disciplina y la corrección.

—¿Con golpes? ¿Esa es su forma de impartir las enseñanzas de la Iglesia? Esto es una abominación. Y usted sabe que la disciplina física ya no es aceptable. ¡Es contra los preceptos de nuestra fe!

La Madre Superiora se quedó sin palabras por un momento, la acusación del Sacerdote Eun Woo la había tomado por sorpresa. Pero rápidamente se recuperó y respondió con firmeza.

—Estoy haciendo lo que es necesario para mantener el orden y la disciplina.

Eun Woo sacudió la cabeza con incredulidad.

—No, Madre. Lo que usted está haciendo es abuso. No hay justificación para esto en ninguna de nuestras enseñanzas.

En ese momento, el Sacerdote Yoo Min Woo terminó su llamada y volvió a entrar a la capilla. Su expresión era sombría, y cuando observó a Felix todavía tendido en el suelo, su rostro se endureció aún más.

—Esto no quedará así, Hwang Bi Dan.—prometió, dándole a entender que ya no la veía como una Madre Superiora, sino todo lo contrario, fue todo con una determinación férrea.—No permitiré que este abuso continúe.

Y con esas palabras, el Sacerdote Yoo Min Woo se dirigió al Sacerdote Lee Felix, dispuesto a hacer todo lo posible para ayudar a su amigo y proteger a las jóvenes del internado. Para ese entonces, Cha Eun Woo le dijo en miles de miradas que debían de marcharse de la capilla ahora mismo, porque no tolerarían que sean capaces de hacerles algo más.

Min Woo tembló cuando se dio cuenta de que él había perdido muchísima sangre.

—Hay que llevarlo a un hospital.

—Sí, vámonos. Quiero que usted se quede, no confío en ninguna de las Hermanas, aunque Su Young se vea apacible...—elevó sus cejas, colocando un brazo de su colega sobre sus hombros, para que Min Woo haga lo mismo con el otro brazo.

—Ve con uno de los profesores.

Así, con una delicadeza que contrastaba con la dureza de la situación, colocaron al Sacerdote Felix en el asiento trasero del vehículo del sacerdote mayor. Eun Woo, con su rostro marcado por la preocupación y la determinación, le dedicó una última mirada a Min Woo, antes de que sus ojos se cruzaran con los de los adolescentes que rodeaban a Mi Sae. Intentaban, con una mezcla de miedo y esperanza, que ella pronunciara alguna palabra, cualquier indicio de que estaba bien. Pero no hay nada.

—No te preocupes por ella, nosotros estamos aquí. Lleva a Felix a urgencias.

La voz del mayor sonó firme, tratando de infundir confianza en medio de la incertidumbre. Cha Eun Woo asintió, su cara reflejaba la gravedad de la situación. Subió al vehículo del Sacerdote Min Woo, y el coche se alejó rápidamente del internado, dejando tras de sí un rastro de preocupación y miedo. Mientras tanto, la situación de Cho Mi Sae parecía empeorar..

Su cabello color naranja caía en cascada alrededor de su rostro pálido, y sus faroles, los cuales siempre se ven tan llenos de vida, comenzaban a nublarse. De repente, su fisionomía se desplomó, cayendo al suelo como una marioneta sin hilos.

—¡Mi Sae!—el grito de alarma de Chae Hyun resonó en el aire, llenando el silencio que se había instalado.

—¡Alguien! ¡Ayuda!

Otro de los adolescentes clamó, su voz llena de pánico, entre que buscaba desesperadamente a alguien que pudiera ayudar. Los párpados de Mi Sae parpadeaban débilmente, luchando por mantenerse abiertos. No obstante, con cada parpadeo, sus fanales se cerraban un poco más, hasta que finalmente, se cerraron por completo, sumiéndola en la oscuridad.

Qué tal vez no regrese.

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¡AAAAAAH! Al fin ya estamos a un solo capítulo de poder acabar con esta historia que me costó cada palabra del jodido mundo, solamente espero que lo estén disfrutando porque queda muy poco sobre la historia de Cho Mi Sae y Lee Felix.

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