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7. Añoranza

—¿Hola? —pregunté a la nada.

Silencio. Vacío. No veía nada.

Desde luego, no estaba en una vida pasada ni en La boca de luz. Me recordaba a cuando, a veces, mientras investigábamos quien podía ocultarse detrás de la máscara de La persona encapuchada, me quedaba atrapada en un túnel negro. A partir de un momento dado, escuché como algo o alguien picaba en la pared y que, al final, resultó ser Emily. Esas mismas en la que me atacaban los cuervos o tenía presagios de lo que sucedería en un futuro, por ejemplo, cuando los siete nos quedamos atrapados en la habitación y una silla subió de altura y Daniel se quitó la máscara.

Si estábamos así, no quería ni pensar como estarían las personas que no podrían volver a soñar, no, al menos, hasta que resolviéramos el problema que había creado Daniel, y en el que, me gustara o no, debía adentrarme en las profundidades de las reencarnaciones y averiguar el origen de daba lugar a todo esto. Además, los siete habíamos caído en aquel agujero viviente, y, igual que me encontré con él, en alguna parte estarían los demás; tenía que dar con ellos, así seríamos fuertes.

Unos pasos se acercaron a mí, cada vez más sonoros; había eco a alrededor. Apareció una corriente de frío haciendo que tuviera que abrazarme a mí misma para entrar en calor. Sola. Vulnerable. Si Daniel estaba aquí, fuera el plan que fuera que tenía planeado para nosotros, sería una presa fácil. Tenía la ventaja de la oscuridad sobre mí.

Algo me tocó y el sitio en el que me encontraba, brilló con luces de neón. El collar emitió una extraña luz. Mis pies se negaban a dar la vuelta y descubrir quién había sido.

Con el miedo controlando, poco a poco, mi cuerpo, me atreví a mirar lo que había a mis espaldas.

La luz del collar intensificó su color y disparó hacia todas las direcciones del lugar solitario y frío. Si alguien me dijera que podría tratarse de una cárcel, lo hubiera creído. Encerrada en mis propios temores y enfrentarme a un peligro que me acechaba desde las sombras sola.

El collar se apagó y me aclaró del ser o de la cosa que me había tocado. La oscuridad que me había envuelto, ahora se había convertido en pureza.

—¿Emily? —la abracé con toda mi alma.

Emily sonrió sin decir ninguna palabra. De repente, se apartó y me extendió la mano.

—¿Adónde quieres ir?

No contestó. Se limitó a observarme con esa energía positiva que siempre transmitía. Esa misma que me había levantado en los momentos más duros, la que sabía que palabras decirme para animarme, la que guardó mis espaldas pasara lo que pasara.

La conocía desde la infancia. Habíamos ido al mismo parvulario y desde que era capaz de acordarme, nada ni nadie nos había separado. Íbamos juntas a todos lados; éramos uña y carne, una sola persona en dos cuerpos.

Acepté su mano. Sin parar a mirarme, empezó a caminar hacia el fondo hacia algún destino que desconocía. Sus pasos eran seguros y firmes; me empezó a entrar un extraño temor. Algunos dirían era una corazonada, otros una intuición. Mi alma me susurraba que la dejara ir, pero ¿Cómo hacerlo con mi mejor amiga? Era como desprenderse de una parte de mi ser. Desearía volver a estar como antes; sabía que desde que nos quedamos atrapados en El Castillo de Morfeo, las cosas de entonces en adelante serían diferentes, y, para bien o para mal, me cambiarían.

—Suéltala —alguien me acarició el rostro. Fue una súplica y a la vez una orden.

Dejé que fuera libre, a pesar que una parte de mi pecho se oprimía y todos los recuerdos compartidos se esforzaban por salir a la luz. Emily siguió su camino sin mirar atrás ni una sola vez. En cuanto dio unos pasos más, se difuminó como si las personas estuviéramos hechas de aire.

Todo se volvió a oscurecer y como si estuviéramos en medio de un escenario, una luz iluminó al individuo de la túnica negra. Sus pies me señalaban, pero se limitó a observarme con la oscuridad y la capucha que le tapaban la cara.

—¿Cómo has...? —indicé con el dedo por donde había desaparecido mi mejor amiga.

El viento sopló y llenó algo del silencio que había entre los dos.

—No puedo decírtelo. Es parte de las reglas —me respondió con voz monótona.

Un flash vino a mi mente. "Es parte de las reglas" se le escapó en una ocasión a Daniel, después de salir de una de las vidas, cuando visualicé una cámara de seguridad en La Sala de Ensueño; poco después que Morfeo oyera un ruido y saliera de la habitación.

—¿Eres Daniel?

El individuo de la túnica negra se río, o sonó algo parecido a una risa.

—De ser Daniel, no creo que te estuviera poniendo en un aprieto y a la vez estuviera dándote consejos para reflexionar de ti misma y sacarte de líos —intuí una sonrisa.

—¿En que líos me he metido? —junté las cejas.

—Emily. No caigas en sus juegos, ni te fíes de lo que veas.

—¿Y cómo sabré cuando es un juego suyo?

—No puedes saberlo. Solo confiar en tu instinto

Entonces, El individuo de la túnica negra desapareció y la luz se apagó. Noté una caricia en el rostro y que me trasladaba a algún lugar y me dejé llevar por la dulzura de su tacto.

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