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Capítulo 8


—Estás bromeando, ¿verdad? —cuestionó confuso. —No entiendo cómo es posible.

El hombre entallado de negro detuvo sus movimientos, volteándose a mirar al castaño con orejas de oso que estaba contándole semejante historia. Su máscara de cuatro caras rotó con rapidez cambiando las facciones atravesando no solo la consternación, sino también la incredulidad y por último el enfado, creyendo que el mayor estaba jugando con él.

—No sabría decirte —se encogió de hombros el oso pardo, las manos en el interior del bolsillo de su sudadera, apenas viendo a través de la oscuridad de la cueva en que encontró a su compañero minando. —Fui con el Juan del pantano que conocemos, solo porque no lo podía creer y... nada. Huelen distinto.

—¡Eso no me dice nada! —exclamó, al borde de una mini crisis por la información.

—A ti no, pero a mí sí cabrón. —explicó, recostándose contra la pared de piedra, riéndose internamente por el comportamiento del ente frente a él. —Soy un híbrido, el aroma es como una huella única.

—Okay, perfecto, pero ¿Spreen lo trajo él mismo?

—Sí. Se pone peor, si quieres saber todo —acabó burlándose Rubius, empezando a empujarla a la salida de la cueva. —Mejor volvamos a casa que ya llevas fuera tres días, ¡tienes que verlo!


—¿Cazar? —la voz de Juan, ladeando la cabeza al mismo tiempo, con la duda impregnada en sus facciones sosteniendo su espada se oyó.

—Y si wacho, ¿cómo creés vos que nos alimentamos? —se burló el híbrido, caminando al lado del hechicero armado con sus propios objetos, incluyendo la espada encantada entre sus manos que había hecho él mismo luego de Quackity le dijera, casi esperando lo peor, que le había entregado parte de sus piezas de armadura.

No le molestó, lo cual fue extraño, más bien su oso interno sintió una rara satisfacción y un alivio que ni siquiera fue capaz de registrar demasiado, sin darse cuenta él mismo de su reacción. Se limitó a hacerle una espada luego de ver la basura desgastada con la que andaba, robándose uno de los libros encantados de Shadoune para ponerle filo al arma. Ya le explicaría después.

Desde entonces, había pasado un día más. Además, era el primer momento luego de que lo hubiese traído del spawn en que estaba a solas con el supuesto hechicero, con Quackity siempre orbitando al chico y haciéndole preguntas. Hoy, encargados por el par de Quackity y Missa, eran responsables de traer la carne para la cocina, por lo que fue en compañía de Juan a las cercanías de sus terrenos.

Tenía la confianza suficiente para protegerse bien durante el día.

—No lo había pensado... —murmuró el hechicero, recordando que, a diferencia de esta dimensión extrema, él poseía sus propios cultivos para la mayoría de las comidas, y las más importantes, como las tortillas, las podía comprar.

A cada día que pasaba, era más clara la clase de privilegio básico que gozaba en su día a día a diferencia de este lugar desierto, que parecía absolutamente abandonado por los dioses...

Cierto.

¿Cómo haría para contactar a los dioses del todo desde este páramo alejado de su mano? No sabía si era respetuoso siquiera cuestionarlo, pero estaba muy sorprendido de como los dioses habían dejado que todo evolucionara en aquel lugar, obligando a sus habitantes a sobrevivir en condiciones casi inhumanas.

—¿Por qué? ¿cómo es de dónde venís? —preguntó con real interés el híbrido, mirándole de reojo, con suerte de que sus gafas oscuras cubrían completamente sus ojos platinados clavados en el otro.

—Es más... acogedor, creo. —empezó a relatar con cierto cariño el castaño, sus ojos miel perdiéndose en la hierba al rememorar. —Vivo en un santuario y ahí cultivo la mayoría, de hecho, no solo comida.

—Ah, ¿no? ¿qué otras cosas cultivás?

—¡De todo! Hago pociones y las vendo, así me gano la vida, de hecho. —sonrió con orgullo —La verdad, vendo cosas mágicas en general... incluidos libros encantados.

—Suenas como un estafador, boludo —se burló el oso, con una media sonrisa que hizo a Juan feliz por un instante, olvidándose de que aquel frente a él no era su Spreen.

—Mira quién lo dice, osito —le respondió con sarcasmo, antes de detenerse de súbito al recordarse lo obvio.

No es Spreen.

No es Spreen.

No es Spreen.

No es mí Spreen.

—Heeeey, ¿qué pasó, wacho? —Spreen le obligó a detenerse, ignorando su cortocircuito luego de ser llamado así, saliendo de su lapsus por causa del cambio rápido en el aroma de Juan.

Todavía no lograba entender como es que su animal interno actuaba con más rapidez que él, nublándole la consciencia antes de darse cuenta de sus acciones. No cambió, en cualquier caso, sosteniendo su mano en el hombro ajeno para llamarlo a la realidad. Honestamente, no es como que él pudiera hablar, de todas formas, ni siquiera al Juan de su dimensión lo conocía bien en realidad, pero podía notar los cambios drásticos en el ánimo del hombre a su lado, de forma tan repentina que era aterrador.

No fue bueno a lo largo de su vida con las emociones, e incluso así, en todos sus años de corta vida no conoció a nadie que pudiera mutar tan rápido sus emociones, lo cuál había sido un gran alivio, teniendo la sensibilidad a los aromas de todo el mundo, Spreen nunca fue fanático de estar en grandes multitudes. Juan era una excepción, y no estaba seguro de que tan bueno era aquello.

¿Qué pudiera pasar de la completa normalidad a un estado que delataba su desesperanza y confusión?

Y nuevamente...

En un par de segundos, en que los ojos miel del mayor volvían a enfocar, en que parecía tomar un momento más en analizar su entorno, volvía a estar bien.

—No es nada, estoy bien —respondió el hechicero, sonriéndole al otro, adelantándose para caminar en busca de su objetivo inicial: un par de animales para su caza.

Spreen lo miró alejarse, sin entender muy bien qué fue lo que pasó. Ser llamado osito por un completo desconocido lo haría hervir en ira si fuera cualquier otro... Juan ni siquiera le dio tiempo a reaccionar. Sin contar su duda... su propio aroma flotaba alrededor del hechicero, algo que rozaba lo perturbador para él.

Su aroma impregnado era casi como si... lo protegiese. Casi como si estuviera alertando a cualquier híbrido con su capacidad de alejarse.

¿Qué mierda era eso?

¿Cómo Juan podía tener un olor combinado? ¿Sería cosa de él? ¿Sería su olor natural?

El Juan del pantano que conocía olía igual, a madera húmeda y bergamota, pero no como él.

Tendría que... pensarlo un poco más, sí.

—¡Hay un par de vacas por allá! —alertó el hechicero, señalando con la punta de su espada la dirección en que veía. Efectivamente, entre un par de árboles había un pequeño ganado.

Bien, no está mal. El híbrido reconoció, largándose a correr para llegar hasta el lugar. Juan no tuvo ni tiempo de alcanzarlo en cuánto el híbrido ya cargaba consigo la cantidad necesaria de carnes para la cocina.

Mierda. Esta es la clase de hombre que Spreen era. Totalmente ágil, hábil, salvaje.

Era un aspecto más extremista del que él mismo conocía.

Se obligó a tragar pesado cuando el miedo le recorrió la espina al verle acercándose, bañado en sangre, perturbando su aroma de una forma él no quería imaginar...

¿Spreen estaba bien?


Al final, Shadoune llegó a su hogar junto a Rubius justo cuando Quackity y Missa terminaban de cocinar. Juan estuvo contento con el singular grupo, riéndose de las ocurrencias, compartiendo anécdotas y un montón de preguntas a su persona que trataba de evadir lo mejor posible. No por miedo, más bien por falta de ganas, sin ánimo alguno de recordarse los motivos por los que estaba allí en primer lugar.

Sin embargo, algo que le hizo feliz sin que lo supiese, fue ver que este Spreen no estaba solo. Tenía un grupo de amigos variados, y aunque la imagen de Rubius resultaba desencajadora para él, la relación amistosa y de hermandad de los cinco le hizo comprender que, por muy mal que las cosas estuvieran, esta red familiar se apoyaba, protegiéndose mutuamente de todas las adversidades de la dimensión.

Le encantaría hacer algo para solucionar su mundo.

—Yo... —Juan interrumpió la amena charla, apenado por la situación que él mismo iba a crear. —Hay un Juan en este mundo, ¿verdad? ¿Puedo conocerlo?

El súbito silencio, donde incluso el ruido de los servicios se detuvo, le dejó incómodo.

—¿Estás seguro de qué eso no es un problema? —Quackity cuestionó, rompiendo de una vez el momento, preocupado por la apariencia lamentable que el hechicero mostraba. —¿No se irá todo a la mierda si ustedes se encuentran?

—¡Eso es para los viajes del tiempo, idiota! —el oso pardo atinó a burlarse, con el chico de greñas sonrojándose por la vergüenza.

—No será un problema —mintió el hechicero, tratando de evitar el sudor que quería perlar su rostro por el lamentable engaño enfrente del grupo.

—Yo quiero ver eso —contestó el ente oscuro, que Rubius antes presentó a Juan como Shadoune, la máscara en su rostro con una sonrisa demasiado grande para su gusto. —Pero tendrá que ser mañana, ya viene la noche.

—¿Qué pasa en la noche? —no pudo evitar preguntar Juan, ansioso de saber que no podría ir a encontrarse a su contraparte dimensional de inmediato. El Sol no había terminado de bajar aún.

—Mobs —contestó Missa, luego de que el resto le mirase con incredulidad, olvidándose de que Juan, a diferencia de ellos, no sabía ni comprendía las condiciones en que vivían. Al menos, no todas. —Por la noche, los dioses invocan mobs, se pueden ensañar contigo si estás de noche fuera.

Oh. Juan quiso golpearse, Missa encogiéndose al mirar a través de la ventana, recordando sus anteriores muertes de forma dolorosa, contando únicamente con su última vida. Todos lo sabían. La presencia incómoda de la marca en sus brazos que les señalaba a todos sus intentos restantes, con él siendo el único de su grupo que a estas alturas poseía tan solo una.

Tenía que vivir.

Quería vivir.

El hechicero quizá no se había fijado, pero él también lo poseía, ese tatuaje indeleble que en su caso aparecía intermitente sobre su piel, marcando las tres franjas que cualquier integrante de ese mundo en su nacimiento poseía.

Las que él también podía perder, y de suceder, como el resto, moriría.

—Iré con vos mañana, boludito —sentenció el oso negro, cerrando el tema por fin. En su brazo, relucían las tres franjas de sus vidas, siendo uno de los únicos que a su edad, estaba intacto.

Rubius le observó en su retirada, consciente como su menor, del temblor y el aroma a nerviosismo que desprendía el hechicero, señal inequívoca de que mentía. ¿Qué pretendía Juan?


Hace dos días.

En el subterráneo de la gran capilla en pueblo central se hallaba el Profeta, su túnica chorreada de sangre que no había cambiado, al igual que el morado en uno de sus pómulos, caminando lento a través de los escabrosos pasillos que fungían casi como su guarida secreta. Se notaba el disgusto en su rostro, divagando en voz baja acerca del responsable actual de todos sus problemas.

El chico empresario, Spreen.

El híbrido de pueblo naranja había sido su socio, el Profeta quería recriminarse cuando recordaba como él mismo lo solicitó. Ahora no era más que una molestia, una que pensó que podría arrancarse fácilmente. Se equivocó. Cuando secuestró al chico de pijama azul, estaba confiado de que sería sencillo llegar al oso, extorsionarlo, y alejarlo de Juan...

Nada más lejos de la realidad.

Bien, para él, sería sencillo porque no podía pensar en Spreen en una relación seria y formal con su hijo. Era inconcebible. Si no era algo fuerte, ofrecerle dinero o amenazarlo era suficiente, el chico evitaría los problemas como siempre.

No lo hizo.

La cosa empezó mal desde que llegó, tiene que recordar, con el híbrido enfurecido por enterarse de que había faltado a sus acuerdos y actuado en su contra, llevándose a Carrera. Y si bien rozaba lo imposible hacerle daño a él, el gran Profeta, las heridas esparcidas por su cuerpo demostraban que no lo era, no para Spreen.

El chiquillo ese no estaba dispuesto a dejar a su hijo, así que... quizá tendría que hablar con Juan en su lugar.

No podía visitarle con ese aspecto miserable.

Tardaría un par de días.

Necesitaba más de su hijo, mucho más.


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¡Holaaaaaaa!

Nuevo capítulo uvu. Un poco tardado en llegar porque entré nuevamente a la u, además, no podía decidirme en que enseñar primero... al final, resultó un capítulo de transición... ¡Juro que lo que se viene lo vale! No podía dejar todo junto, así que... ¡Vemos un poco más de c!Jn en mc extremo! Además de por fin ver que pasa con el profeta... ¿Qué es lo que necesita de su hijo? ¿Por qué tan empeñado en quitarle todo lo que él no puede manipular de su vida? Lo averiguaremos jaja

Ya saben, comentarios, críticas, votos, ¡todo es bienvenido!

Nos vemos en el siguiente uvu.



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