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Capítulo 3


Horas más tarde, cuando el Sol se acercaba a su punto más alto, el joven hechicero despertaba hallándose solo entre sus cobijas. Su sentido un poco más desarrollado para percibir únicamente a Spreen no encontró su aroma en las cercanías, como huella inequívoca de que estaba, por el contrario, su olor empezaba a desvanecerse, lo que le hizo comprender que Spreen había abandonado su hogar hacía un tiempo ya.

¿Habría ido por un encargo?

¿Alguna emergencia en su negocio o ciudad? Sería inusual, Spreen jamás permitiría que lo molestasen en su día libre.

Por más que revisó entre sus mensajes, no había nada. Ningún texto, ni del híbrido ni alguno de sus amigos, que pensó podrían haberle dicho algo si fuera el caso de tratarse de una emergencia.

Decidió llamarlo, y nada. Envió mensajes, uno tras otro, e incluso llamó repetidas veces. Spreen no le respondió. Con un nudo en la garganta, buscó por toda su casa alguna nota, cualquier cosa que hubiera dejado para explicarle por qué se fue, pero no había nada. Su ropa no estaba.

No podía ser...

Spreen no le haría eso, ¿cierto?

No lo abandonaría en un día especial como este, ¿verdad?

No lo iba a dejar en la cita que habían planeado con anticipación, la cita que llevaba semanas en preparación para darle aquel regalo que preparó con tanto esmero...

Spreen... Spreen no era capaz.

No. Él no le abandonaría sin motivo.

¿Verdad?

¿No es así?

¿Sí...?

Solo que... la tarde llegó. El cielo dejó sus colores celestes para dar paso al anaranjado del atardecer. Tenía los dedos levemente hinchados de presionar teclas, caminando en círculos mientras continuaba enviándole mensajes al híbrido esperando impaciente la respuesta. Empezó a considerarlo seriamente. El oso no volvía, quizá no iba a volver, lo había dejado solo en su día, en un día que él planeó con esmero que comenzase temprano por la mañana para enseñarle ese lugar tan especial que descubrió en pueblo central cuando estudiaba sus hechizos.

Ya no pudo contener las ganas de llorar. Todavía en su desaliñado pijama, enrollado sobre sus cobijas para darse algo de conforte, no tenía voz mientras las lágrimas se derramaban por sus mejillas, creando un salado camino hasta la comisura de sus labios que le impedía ver el aparato entre sus manos, el mismo que llevaba todo el día observando.

De pronto, su infinita tristeza se vio opacada cuando empezó a hiperventilar, con una creciente preocupación que surgía de lo más profundo de sus pensamientos. Era una sensación extraña, molesta, que lo hacía sentir dividido, como si no fuese suyo. Se sentía asfixiante y su cabeza parecía querer reventar del dolor, pero su maraña de confusión se interrumpió cuando por fin, luego de todas estas horas esperando, el sonido como timbre de su comunicador sonó.

¡Era un mensaje!

Aunque... No era de Spreen, como quiso que fuese, desesperado por saber de su pareja a este punto. En su lugar, fue Drako.

—"Juan, ¿podemos hablar?" —estaba escrito. Una punzada dolorosa que pareció atravesarle el ojo le quitó la respiración, antes de que el siguiente mensaje apareciera en la pantalla. —"Te espero en casa de Zorman"

No se negó. No entendió el porqué. Sentía ira acumulada, mucha tristeza, estaba confundido y adolorido, debió negarse, no estaba en condiciones de sostener una conversación racional con el otro monaguillo, al que, si bien agradecía su ayuda cuando estuvo a punto de morir, no podía decir que se llevase en particular bien.

Sin hacer casos a sus propias advertencias, su propia consciencia pidiéndole descansar, negarse, dispuesto a hacer lo que fuera que le distrajese de la idea de que había sido abandonado...

No supo cómo, pero fue capaz de abrir un portal hasta las cercanías de la casa de su amigo.

Lo que sea.

Él no lo abandonó.

Él no lo iba a abandonar.

Esto tenía que ser una equivocación.

Spreen no podía haber desaparecido hoy.

No hoy.

Él no se había ido.

No.

Eso no pasó.

Juan estaba seguro de que no había sucedido.

No era ese día, ¿verdad?

¿Realmente era domingo? ¿No se había equivocado simplemente al despertar?

Era probable.

Quizá Spreen solo estaba trabajando.

No es que hoy fuera su cita, él simplemente se equivocó.

Fue su error.

No vio bien el día.

Había estado molestando a su pareja inútilmente.

Era un idiota.

¿Cómo pudo equivocarse?

Spreen se iba a enojar con él.

Se enojaría porque había estado llenándolo de mensajes para nada.

—¡Juan! —Zorman, parado en el umbral de su puerta esperando por su amigo a sabiendas de lo que su pareja tenía la intención de hacer, acabó por exclamar cuando los ojos desenfocados de su amigo y su paso tambaleante no pareció ir a ningún lado.

El hechicero volvió a la realidad al mirarle. A ojos del científico, era claro que había algo mal. Juan tenía los ojos enrojecidos, la pupila nublada, por alguna razón uno de los cristales de su lente estaba roto y apenas si venía envuelto en una cobija sobre lo que él conocía como su pijama.

¿Qué le pasaba a éste? Zorman le había visto de esa forma solo una vez... pero habían pasado años.

—Hola, ¿está Drako? —consiguió preguntarle el más joven. El de ojos verdes se limitó a asentir, mirándole con cierta cautela en cuánto le guió a través de su hogar.

Lo notaba incluso en su andar, había algo mal con su amigo... Era extraño, no parecía él. Se veía igual que cuando Rubí lo abandonó luego de su boda. Spreen no haría eso, ¿verdad? Era imposible que el híbrido se hubiese apartado de la nada de su amigo, además la marca parecía en buen estado por lo que parecía ver...

Justo antes de hacerlo pasar a la pequeña sala en que Drako estaba, le dejó fuera para poder hablar rápidamente con el azabache mayor, sin notar que tan ido como andaba, Juan ni siquiera podía seguir una petición sencilla como esa.

—Drako, creo que deberías dejarlo para otro día —le sugirió el científico cuando llegó a su lado, prácticamente susurrando.

Tarde se dio cuenta de que los ojos marrones de su pareja no estaban puestos en él, si no en la figura pequeña del hechicero que estaba parado detrás del científico.

—Zorman, ¿nos dejarías solos? —pidió, sin tomar en cuenta la sugerencia de su pareja, casi como si no la hubiera ido cuando todo el nerviosismo regresó a su ser en cuánto la realidad le cayó de golpe al ver a su hermano, al que estaba a punto de confesarle su verdad.

—Drako, te dij- —intentó, pero fue rápidamente interrumpido por la súplica en los ojos del hombre.

—Por favor, peluchita, si no me arrepentiré —suplicó. La duda y el resigno inundaron a Zorman, que abandonó la sala a petición de su pareja.

Y aunque había visto mal a Juan, no pensó que lo suficientemente como para en realidad interrumpirlos. Fue su error, porque de haberlo observado un poco mejor, lo hubiese notado.

Era tarde, sin embargo, cuando Drako le invitó a sentarse frente a él.

—Juan, te invité aquí porque necesitaba decirte esto —la voz indecisa del mayor se hizo oír. El hechicero menor parecía vagar entre escuchar lo que le decían y perderse en sus pensamientos, mirando casi de forma atontada su alrededor. Drako no lo notó. No lo hizo, porque su vista estaba enfocada en sus manos, incapaz de verle a la cara después del tiempo que tardó en decidir a hacer esto. —Yo... yo sé que tú quieres a tu padre, quieres que todo resulte, pero créeme, ¡él no es lo que tú crees! ¡Me mintió y te mintió! —su voz se elevó, la rabia creciendo en su interior al recordar cómo llegó a su verdad. Juan pegó respingos que desencadenaron un violento temblor. El volumen alto lo había alterado.

—¿D-de qué me hablas? —le preguntó. Su voz estaba quebrada, la mención de su padre distrayéndolo momentáneamente de sus pensamientos confusos.

—Juan... él nos usó. Me usó. —Drako pareció atragantarse con sus propias palabras, herido de como el único que pareció darle su apoyo, por el que trabajó y estudió tantos años, por el que dio todo, realmente le había apuñalado con su secreto. —Somos hermanos, Juan. Él también es mi padre. Ya que yo no era útil por no tener poderes, me desechó. Tu fuiste el producto perfecto y te perdió.

¿Qué?

—De qué mierda estás hablando...

—Es lo que dije. Somos hermanos. Cuando te recuperó, sabía que no lo apoyarías porque ya los había tratado mal para entonces, así que me trajo devuelta. Él quería que nos enfrentáramos, quería que tú mejorases tu poder, y yo era el canalizador. Fui un imbécil.

—Drako, que película de mierda te estás montando... —la voz histérica de Juan se hizo oír. Se paró con premura, tratando de llegar hasta el azabache quién no se dignaba a mirarle hasta ese instante, en que el marrón de sus ojos conectó por fin con el miel herido de Juan.

—No te odiaba, él me enseñó a hacerlo. Solo fui el elemento que te provocaba. —confesó, demasiado metido en su historia como para parar por el bienestar de su menor. —Caíste en mis provocaciones, te empeñaste en tu papel como hechicero, recuperaste tus poderes, empezaste a tener más poder... ¡Eso es lo que él quería! Fui un idiota, yo no lo supe...

—Basta. —intentó detenerlo, apuntando su índice contra el mayor, harto de toda la historia y mareado por el exceso de información. —Drako, esto es bajo hasta para ti. Sé que no quieres que mi relación con daddy sea buena, que lo envidias...

—No seas estúpido, ¡despierta! —le detuvo el mayor. —No estoy haciendo esto porque quiera recuperarlo o algo así, estoy tratando de prevenirte. Él nos usó, Juan. Probablemente solo quiere usar tu poder. Cuando ya no resulté útil yo, me abandonó de nuevo.

—¡Estás mintiendo! —negó el hechicero, enloquecido, apretándose la cabeza con fuerza cuando el dolor de su cabeza azotó desde su nuca, repartiéndose por todas partes y martillando.

—TRABAJÉ... ¡Trabajé día y noche, incansable, para lograr ser su mano derecha! ¡Él me mantuvo cerca aunque me botó a la calle luego de nacer solo por si era de utilidad! Pensé que era lo que yo quería, dediqué mi vida, Juan. ¡Viajé, estudié, leí todo para poder ayudarlo, para llegar con él porque yo lo admiraba! —gritó el mayor, su voz rasposa quebrándose entre sus brazos, con un llanto descontrolado en forma de más lágrimas. —Yo no sabía... ¡Nunca lo supe, que yo era su hijo, yo solo era TU REEMPLAZO! Y al estar tú... yo ya no era útil. Me abandonó otra vez.

—Estás enfermo, ¡NO PUEDES HACERME ESTO! —contraatacó el hechicero. —¡NO TE CREO!, NO PUEDO, NO PUEDO, ¡NO PUEDO!

—Él te va a tirar cuando logre lo que quiere, Juan. —zanjó Drako, dolido del rechazo incluso si fue la reacción que esperó. Había tardado demasiado, había dejado crecer esa relación enferma sin saber qué hacer, convencido de que hacía lo correcto, pero no. —No eres tú lo que está buscando. Es tú poder.

—Deja de mentirme. —le rogó el menor, sus piernas débiles de pronto. —¡NO MIENTAS MÁS! —gritó con fuerza, la sorpresa en el rostro de Drako cuando empezaron a caer rayos no solo fuera de la casa de Zorman, sino también alrededor de Juan.

El científico ingresó a las prisas devuelta a la sala cuando el estridente sonido de los truenos lo asustó lo suficiente.

—¡Juan! ¡Cálmate! —le pidió, asustado de que pudiera herirse a sí mismo o herir a su pareja.

El hechicero no lo vio igual. —¡¿NO ES SUFICIENTE CON BURLARSE DE MÍ?! —reclamó, convencido de que todo el espectáculo que le había montado el mayor era solo una tetra para burlarse de él como lo había hecho en numerosas ocasiones.

—Juan, podemos hablar si te calmas, pero por favo-

—¡NO, YA CALLA! —interrumpió al científico, sus ojos tornándose de un tono verde extraño al tiempo que parecía brotar de él una estela verde que rodeaba su cuerpo.

Zorman fue capaz de verlo antes de que sucediese, el amuleto verde en su cuello levitando, trizándose. El cuerpo menudo de su amigo también se despegó del suelo, y la preocupación brotó cuando supo que el artefacto que había hecho para él no iba a resistir más.

—Drako... —murmuró cuando vio a su pareja al otro lado de la sala, cegada por la luz que emitía su hermano, intentando alcanzarlo para detener lo que sea que estuviera pasando.

No fue lo suficiente, en cualquier caso. Un portal de tonos azulados y violáceos apareció por encima de la cabeza de Juan, despedazando a su paso el techo de su vivienda. Zorman apenas fue capaz de apreciar como los ojos verdes que parecían hipnotizados de Juan tocaron por fin el extraño portal que se abrió, absorbiéndolo al instante, dejando tras de sí una onda de choque que empujó a los otros dos restantes a lados opuestos de la sala antes de quedarse en la nada.

Juan se había ido.

—¡JUAN! ¡JUAN! —gritó el científico cuando fue capaz de recuperarse del golpe. No había nada allí donde antes estaba el más joven.

Tras de sí, lo único que dejó fueron las partes fracturadas de su artefacto.

Mierda, mierda, mierda.... ¡Él lo sabía, fue un imbécil!

—No puede ser... ¡No puede ser! —se desesperó el científico, tomando con pánico las piezas que quedaron de su trabajo, asustado de saber que es lo que podría sufrir su amigo en ausencia de éste.

Lo había visto, cuando vio sus ojos, Juan no estaba bien. ¡Debieron esperar! ¡Lo que sea que hubiera estado pasándole al hechicero solo que fue otro catalizador para su inestabilidad! ¡Y ahora ya no estaba!

—Hay que traerlo... ¡Hay que traerlo! —empezó a gritarle Zorman, tomando por la camisa al hombre mayor que había permanecido mudo hasta ese instante.

No hacía falta que se lo dijeran.

No había cómo. Juan era el único con tal poder.

Y no estaba.

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¡Holaaaaa! Tercer capítulo, completado. Estos tres primeros son realmente la introducción a todo, y por fin se llegamos al final del epílogo y más allá...  c!Juanito se nos fue:c Sabremos luego a dónde, ¿cierto? Aunque creo que ya es esperable;;

c!Juan tiene problemas y creo que se nota:( no quiere desconfiar de c!Spreen, pero no está realmente bien uu. En fin, ¿en qué estará c!Spreen? ¿Estará bien? 

¡En fin! ¿Qué les pareció el capítulo? Comentarios, críticas, votos, ¡todo es bien recibido! Publico en la madrugada porque estamos en días de squid y pues *desaparece* 

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!

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