Capítulo 10
—¡¿Se puede transformar en oso?! —Quackity gritó al observar semejante criatura enorme, parada en dos patas, que apenas tenía regazos de la ropa rota de su compañero entre el pelaje, habiéndola destruida por causa del crecimiento repentino de su cuerpo.
Era un oso negro, demasiado grande para su especie natural, que gruñía salvaje mientras daba cortos pasos en dos patas, como si él mismo no entendiese como andar. Sus rugidos aumentaron su volumen en tanto el esqueleto en el rincón de la cueva que había disparado la flecha al hechicero seguía disparando en su dirección.
Nada lo detuvo. Incluso las flechas envenenadas parecían incapaces de atravesarle la piel, porque caían a sus costados inútilmente. El ente, no con la mejor inteligencia, permaneció disparando sus flechas hasta que Spreen, en su forma de oso, destrozó su cuerpo de un solo zarpazo.
Eso los hizo palidecer.
Quackity tragó con fuerza, demasiado incómodo y asustado con el oso negro de ojos oscuros que volteó a ellos cuando acabó con el mob. Los charcos de sangre en el suelo marcando sus torpes pasos en su avance. Todo en su ser le alertaba del peligro, como queriéndolo hacer reaccionar, pero sus piernas se sentían débiles y no estaba seguro de estar temblando.
Shadoune era el más cercano, aunque él estaba a las espaldas del oso, mientras Rubius, Missa y el mismo Quackity parecían ser el nuevo objeto de interés del animal.
El otro híbrido fue el más rápido, interponiéndose entre el camino del oso hacia ellos. —Iros a buscar a Juan al spawn, yo me encargo de él —ordenó, sin quitar sus ojos verdes de los de Spreen, que no parecían esconder ningún rastro de consciencia.
—¡¿Qué?! —rechistó Quackity, casi forzándose a ir en dirección al híbrido de oso café, siendo detenido por Missa, que aunque estaba aterrorizado, no pretendía dejar que otro compañero se arriesgase. —¡¿Cómo te vamos a dejar con un animal salvaje solo?!
—Hazme caso —respondió, con voz clara y casi de amenaza ante la falta de tiempo. No podía permitir que el resto corriese peligros al intentar lidiar con un híbrido fuera de control, además de la preocupación por el hechicero que reaparecería en las tierras desiertas en el centro de su mundo, sin nada para protegerse.
—¡De qué est-...!
—Volveremos con Juan —Shadoune sentenció, el halo alrededor de su cabeza intercambiado sus expresiones, aprovechando su posición para agarrar en corto las pertenencias que dejó el hechicero al perder la vida, intercambiando rápidas miradas con Missa, que supo entender sus intenciones y obligó al menor a correr de regreso.
Quackity no quería abandonar al castaño en una situación de peligro, pero no tuvo más opción.
Cuando los otros tres desaparecieron de la visual y el sentido mejor desarrollado del olfato de Rubius dejó de sentir sus aromas con la misma intensidad, por fin se concentró en su totalidad en Spreen.
Era enorme, probablemente el doble de lo que él medía, lo cual ya era extraño para una raza que debía ser más pequeña, tenía enormes garras que acompañaban patas enormes recubiertas de pelaje negro. Jamás, en todos los años que llevaban conociéndose, había visto la forma animal de su compañero-hermano antes. Dudaba que Spreen supiese que podía hacerlo, lo sabía, porque cuando lo conoció, era apenas un huérfano que no tenía idea acerca de su propia especie.
Rubius, por la época, fue el responsable de acogerlo, sabiendo que un híbrido osezno no sobreviviría en aquella dimensión por demasiado tiempo. Fue él también quién más tarde encontró a Missa y Quackity, volviéndose en algo similar a una familia, con Shadoune, que había sido gracia de Spreen traerle.
Fue una mala decisión dejarlo en la ignorancia acerca de su especie, pensando que podría hablarlo a medida que las situaciones se presentasen al crecer. No imaginó que apareciese un extraño de otra dimensión portando una marca o lo que fuese de Spreen, mandando a la mierda el control y el instinto de su animal interno.
—Spreen... —empezó a llamarle, tratando de mantener el tono grave de su voz para hacer reaccionar primero al animal, quién seguía enloquecido, probablemente por el aroma de sangre del hechicero en el aire.
Nada. El oso volteaba a todos lados, como si buscase algo o a alguien, luego de que sus ojos perdiesen la figura del castaño de ojos miel una vez el rayo cayó a la tierra, anunciando su muerte. Olisqueaba el aire, enseñando los dientes a forma de amenaza cuando Rubius se interponía en su camino de avanzar a dónde el rastro de olor permanecía más fuerte.
No sabía como enfrentarlo. No creía que Spreen tuviera comprensión al respecto, pero ¿cómo hacer entender a su animal que lo que asimilaba como pareja no había muerto? O mejor, ¿cómo le hacía entender que no era su pareja? Si actuaba por mero instinto, pensaría que algo impregnado con su propia esencia era suyo, como cualquier animal salvaje. Distinto a un Spreen consciente, al que podría explicarle sus reacciones, sus emociones, la causa del descontrol de su oso para prevenirlo.
Necesitaba traer a su amigo devuelta.
—Spreen —repitió, con más severidad, esforzándose por dejar escapar su aroma para molestar el olfato del oso negro, con tal de que dejase de buscar el aroma de Juan.
Sopesaba la posibilidad de dejarse controlar por su animal, pero su oso era más pequeño, y eso inevitablemente acabaría en una pelea territorial.
Idiota. Lo recordaba, mientras controlaba su respiración para mantenerse paciente, el desinterés del chico de aprender más nada que no fuese blandir una espada, aprovechándose de su olfato, oído y visión superior. Eso lo convirtió si es que no el mejor entre todos los habitantes de ese páramo en cuanto a pelea se refiere.
Con su propio olor, fuerte, dominante y sus ojos clavados en la criatura, consiguió al menos que el oso entendiera su oposición, dejando su postura de ataque en dos patas, viéndose por fin más normal cuando cayó sobre sus cuatro extremidades. Bien, al menos podía verle a su altura. Los ojos negros todavía no se fijaban por completo en él, un rostro de animal lastimado mirando a su alrededor desesperado.
—SPREEN. —finalizó, su volumen mucho más alto para acabar con su oído.
Si era como él creía, por más que el joven no fuese su familia, el oso interno de Spreen lo entendería como tal. Lo había acogido de niño, sin que este supiese más nada que verse diferente al resto de infantes, por sus curiosas orejas decorándole la cabeza tal como él, pero prácticamente le había criado, y aunque no fuese consciente de ello, su animal interno había estado ahí siempre. Era probable que este le entendiese como una autoridad o le viera como a un guardián.
Por suerte para él, fue así. Las orejas del oso se pegaron a su cabeza, señal inmediata de comportamiento sumiso, el mismo que un osezno exhibiría ante su madre oso, dejándose caer hacía atrás sentado, su trasero y patas delanteras apoyándose a la piedra. Era gigante, y si la situación no rozara su límite como lo hizo, se habría reído de Spreen. No era el momento, por supuesto.
Soltó un pequeño gruñido antes de inclinar el hocico, esperando por lo que sea que fuera a decirle el híbrido de oso mayor, similar a un niño esperando su regaño.
—Spreen, levanta la cabeza —pidió, sus ojos verdes intentando encontrarse con los del otro, que habían recuperado poco a poco su color platinado más claro.
El oso volvió a soltar un sonido, un ruidito de una respiración exasperada, antes de obedecer a su mayor. Al hacerlo, el castaño le miraba sonriente, la imagen aliviaba del mayor al saber que al menos había recuperado su temple. En corto, elevó su mano por lo alto antes de dejarla caer en la cabeza del oso.
No fue lo mejor que se le pudiera haber ocurrido, pero sí la manifestación de todo el estrés acumulado del último par de minutos cuando estuvo a punto de atacar a su propio grupo. Rubius por fin había vuelto a respirar, y en lugar de estar actuando con cautela, estaba cabreado con el oso frente a él.
—¡Eres un imbécil! —se quejó, la irrisoria imagen del oso negro levantando su enorme pata para llevarla como podía al lugar golpeado. —Ahora apúrate y cambia, hijo de puta —ordenó, volteándose a recuperar algunas de las mochilas cargadas que llevaban para su excursión.
Fue capaz de escuchar un par de gruñidos cortos de parte de su compañero, antes de que poco a poco la imagen fuera distorsionándose, sus extremidades acortándose mientras perdían el pelo, dejando ver la piel levemente bronceada con marcas en ella, heridas cerradas pasadas de momentos en que estuvo en peligro, su cabeza recuperando los risos negros a su vez.
—¡¿QUÉ MIERDA FUE ESOOOOO?! —gritó, una vez la transformación acabó y se vio nuevamente en su apariencia normal, cuando sus cuerdas vocales le permitieron expresar algo más que rugidos.
Estaba confundido, la sensación nueva de cambiar por completo, la negrez de su consciencia, saberse despierto, pero incapaz de manejarse dejándole un terrible mal sabor de boca, asustado de sí mismo y lo que podría haber hecho cundo no podía despertar. Solo tenía recuerdos del momento antes de ser golpeado por Rubius, como si eso hubiera sido suficiente para entregarle el control nuevamente.
Su respiración estaba agitada, su piel se perló rápidamente en sudor y empezó a mirarse las manos, como si no creyese que las enormes patas se hubiesen ido. Eso había sido demasiado para él. ¿Es qué acaso eso se podía hacer? ¿LITERALMENTE podría transformarse en animal?
—Bienvenido —largó con sarcasmo su mayor, extendiéndole su sudadera y pantalones de repuesto, luego de que hubiese roto su ropa por completo la primera vez. —Vístete, tenemos que hablar
—Va boludo, ni que me gustase andar con la pija al aire —masculló el menor, obligando a su cuerpo a reaccionar para lograr vestirse. Volvió a dejarse caer al suelo una vez terminó, intentando procesar en algo las ideas y las sensaciones que quedaban como imágenes borrosas de lo sucedido.
Rubius le vió, sintiendo lástima por el chico, acompañándole sentado al suelo. Estaba seguro que el resto tardaría un poco más en traer del spawn a Juan, así que era la oportunidad perfecta para hablar con él en privado.
—¿Me volví un oso posta, boludo? ¿Eso se podía hacer?
—Se puede —afirmó el castaño, soltando un suspiro de resignación. —Todos los híbridos podemos
—¿Vos también podés? ¿Por qué jamás me dijiste eso, wacho? —reclamó, esta vez viéndole indignado, pensando vagamente en las posibilidades que pudo tener en una pelea de saber que podía volverse una enorme criatura.
—Puedo —contestó, por fin fijando sus ojos verdes —pero no es sencillo y honestamente, solo sucede por primera vez cuando pierdes la cabeza —explicó, recordando la propia ocasión en que él lo experimentó —No suele ser algo de querer repetir cuando sucede por eso. Puedes intentar controlarlo, cuesta al inicio porque tu animal interno suele ganar en esa forma.
—No recuerdo nada hasta que me golpeaste —Spreen confesó, omitiendo cuestionar más acerca de ello, priorizando en su lugar lo que todavía lo mantenía preocupado e incómodo —¿no les hice daño?
—No. —Rubius le aseguró con rapidez. —Perdiste la razón cuando Juan perdió una vida, el resto fue a por él al spawn.
Eso. La imagen del hechicero, lastimado, magullado, rodeado de un charco de sangre mientras el resto le brotaba de la boca con él sonriente estaba grabada sobre su retina, causándole un inmediato dolor de cabeza, su oso interno quejándose con él. Fue perturbadora la escena, le resultaba molesta de una forma que todavía no comprendía del todo. No es la primera vez que había visto caer a cualquiera frente a él, incluso a su propia familia, quiénes eran a los que más guardaba aprecio. Era normal en el terrible mundo en que vivían, incluso estando conscientes de que revivías, ver la muerte de sus compañeras jamás fue agradable, pero tampoco lo llevó a tal grado de crisis.
—No sé... —divagó, entrecerrando los ojos y reteniendo las ganas de llorar que no sabía de dónde venían. —No sé por qué reaccione así...
—Spreen —llamó —Juan tiene tu olor, ¿verdad?
—Eso... sí, aunque yo jamás lo impregné ni nada —se defendió rápidamente, sin comprender como las cosas se relacionaban o porque le cambiaba el tema tan drásticamente.
—Juan no está "impregnado" con tu olor, Spreen —explicó, resignado, dejándose caer su espalda sobre la piedra. —Juan está marcado, o al menos eso creo
—¿Marca? ¿De qué me hablás? —le miró con confusión, ganándose una mirada casi de reproche de parte del otro híbrido quién no podía creer lo ignorante que era.
Era su culpa, de todas formas.
—Joder —rechistó la lengua, tomándose un momento para organizar la maraña de pensamientos que tenía, pensando en cuál sería la mejor forma de explicárselo. —Entre los híbridos, existe algo llamado marca cuándo muerdes a una pareja. Es para simbolizar una unión, el resto de híbridos perciben los aromas mezclados y no se entrometen.
—Qué... —tartamudeó, los párpados abiertos en exceso, las ideas en su cabeza uniéndose sin querer aceptarlo. —¿qué tratás de decirme?
—Pues que ese Juan está marcado por el tú de esa dimensión, o por alguien con tu aroma —sentenció, encogiéndose de hombros. —Por supuesto, la primera es la real, si quieres vivir en la mentira te sugerí la segunda.
—Boludo... qué mierda...
—Puede ser perturbador, raro, bueno, no lo sé —Rubius se fijó en la expresión en blanco del menor, quién ahora solo permanecía en estado de shock. —Estas cosas solo te pasan a ti, la verdad
—¿Por eso me volví oso o...?
—En parte. —Rubius interrumpió, sintiéndose incómodo por el tema y rascándose la nuca. —Es probable que tu animal interno, por puro instinto, entendiese que Juan era tu pareja incluso si no fuiste tú quién lo marcó. Cuando lo viste morir no creo que tu oso interno pensara en que iba a revivir, solo reaccionaste, perdiste el control.
—Ese pelotudo no me gusta... —negó de inmediato el híbrido, porque aunque no le desagradaba el tipo con la apariencia del chico pantano, ni siquiera le conocía demasiado.
—No se trata de qué te guste en este caso, porque no fuiste tú quién lo marcó. Tu oso simplemente no iba a entender eso, él pensó en pertenencia solo por el olor y ya.
—Sigue pareciéndome imposible que yo lo marcase, aunque fuese el yo de otro universo. —rugió Spreen, en la absoluta negación, pero pensando no en el hechicero extraño que llegó un día y encontró en el spawn, si no más bien en el pequeño chico que vivía en el pantano, el Juan de su dimensión, quién era un debilucho, el que apenas si sabía manejar un arma, que probablemente ya le quedaba tan solo una vida, una de las cuáles perdió en un estúpido reto, el que era constantemente protegido, el chico que se aterrorizaba hasta de los mobs más comunes... Ese.
—Qué te puedo decir, te gustan. —se burló el castaño, colocándose de pie cuando el aroma de Shadoune, mucho más fuerte que el del resto de integrantes, empezó a sentirse en las cercanías. El olfato más agudo del oso mayor era muy útil en estos casos. —Subamos, el resto está llegando.
El oso negro, sin salir de sus propios pensamientos acompañó al otro subiendo rápidamente el barranco. Luego de lo sucedido, sería mejor esperar al resto en un lugar seguro y no en dónde la oscuridad permitiese a los dioses obstaculizarlos.
El cuarteto llegó en apenas unos segundos luego de que alcanzaron la cima, enteramente sudados y agotados. —Wey, eso fue demasiado hasta para mí —se quejó Quackity con el ente oscuro, reclamándole la alta velocidad a la que habían avanzado para volver con rapidez. Shadoune solo se burló de la mala condición de los otros, y si bien no lo notó nadie, su expresión se alivió cuando comprobó por sí mismo el estado de Spreen luego de abandonar a ambos osos.
Juan también estaba allí, vestido con la armadura que le hizo el de las alas rotas, agarrándose el cuello mientras se encorvaba en sí mismo, intentando recuperar la respiración. A Spreen, verle le hizo volver a sus pensamientos acerca de la marca de la que habló Rubius.
¿De verdad?
¿Marcarlo a él?
¿Al chico enclenque que vivía en el pantano?
¿Al pequeñito del que todos se burlaban? ¿Alguien como él marcaría a una persona así?
¿Qué es lo que un Spreen podía ver en un Juan?
Por eso el hechicero flasheaba confianza. Por eso los apodos extraños... Pero le molestaba. Esa mirada lastimera que le daba, esa expresión de incomodidad, la forma en que evitaba sus ojos, su extraña costumbre de perderse en sus pensamientos y luego sonreírle así.
Si esta era la cara del hombre que el hechicero amaba, ¿por qué le miraba con tanta tristeza?
¿Por qué él tenía que cargar con ese molesto sentimiento en su pecho de su animal interno?
¡No quería preocuparse!
¡No quería interesarse en él! ¡Ni sentir curiosidad!
Era suficiente. En este horrible mundo dónde el peligro de muerte estaba a la orden del día, donde franjas en tu brazo marcaban tus oportunidades para volver, donde en cualquier instante podía perder a aquellos que conformaban su pequeña familia para siempre... Ya no más. No estaba dispuesto a preocuparse por nadie más. ¡No por el idiota frágil del pantano!
¿Qué...?
Sus pensamientos estaban enredados, sobreponiendo imágenes, el rostro de ambos igual... Estaba confundido, no lograba ponerse en orden, encima esa mezcla que ahora revoloteaba alrededor por causa del hechicero...
—Perdón por el susto, soy terrible con los saltos largos —dijo el hechicero al recuperar la respiración, fijándose en particular en el oso negro. —Lo siento si te asusté, como ya estaba en las últimas, pensé que era mejor que fuese yo... —pidió, dirigiéndose en particular al de rizos negros.
Solo que él... no tenía su cabeza en ese lugar, ni en su voz, ni en nada de lo que estuviera diciéndole. Spreen tenía sus ojos clavados en el lugar cubierto de tela en su hombro que era el punto exacto dónde la mezcla de sus aromas se sentía más fuerte. Le resultaba cada vez más molesto, ya no estaba seguro de sí pensaba en el hechicero frente a él o en el otro Juan, no tenía ni idea de nada, solo sabía que su ira surgía de lo profundo de su ser, como si fuera incapaz de entender que no fue él quién lo marcó, como si se recriminase la primera regla que estableció para sobrevivir, no permitirse amar a nadie, no ocasionar esa clase de sufrimiento a ningún ser, no comprometerse cuando su arriesgada forma de vida lo podía acabar en un instante. Era suficiente peso en su consciencia su familia, no podía ser...
¡No era posible...!
—¿Spreen? —Juan le llamó luego del largo rato en silencio, con los otros cuatro a su alrededor sin comprender muy bien la falta de reacción el híbrido de oso negro.
Su llamada, en lugar de despertarle como pensó, ocasionó que este se acercarse con repentina hostilidad al hechicero, tan rápido que no logró prevenirlo, sus garras sujetando sin cuidado al hechicero, con una de sus manos rasgándole la tela que sobresalía a la armadura que era parte del ropaje que usaba, dejando al descubierto de sus ojos eso.
La marca.
El golpe de su propio aroma junto al del hechicero emanando de esa zona, con la clara marca pequeña que quedó de colmillos clavados en la piel. Eso lo sentenció. No importaba que no lo quisiese creer, la evidencia estaba ahí, ante sus ojos.
—Vos no me dijiste... —reclamó sin sentido, sin entrar en razón con el pobre castaño que había estado espantado cuando su garra cortó la ropa y dejó al descubierto aquello que parecía ocultar.
Contrario a lo que su iracundo ser esperaba, en el instante en que Juan se dignó a mirar como podía su hombro, este empezó a sollozar, sus ojos llenándose de un montón de lágrimas que rápidamente le convirtieron en un desastre de hipidos, el aroma de su alivio llenando todo el espacio alrededor, haciendo especialmente conscientes a Rubén y él de sus emociones.
—Spreen... —lloriqueó el castaño, sus manos aferrándose sin pensar en el cuerpo que tenía delante, apretujándole. —¡Spreen...!
Juan no lloraba por el hombre frente a él.
Juan lloraba porque su marca estaba bien. No había nada negro ahí.
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¡HOLAAAAA!
Para los que leen mis comentarios randoms... ¿se acuerdan que dije que intentaría traer durante la semana? Bueno, este es el capítulo, así que hasta el próximo finde... NO ME AGUANTÉ. Casi que yo misma estoy ansiosa de que avance para saber qué pasa... como si no lo tuviera todo planeado SFDJKKDFJS. También es el regalo para todxs lxs que tienen clase mañana, ¡mucho éxito! capítulo de llegada rápida de este ff uvu.
Sigo queriendo que veamos la dimensión original, pero que les puedo decir, me gusta también la línea en mc extremo y me cuesta siempre decidir que ver primero. Ya vendrá, ya vendrá...
¡Bueno! En este cap, c!Sprn de mc POR FIN sabe de la marca, ¡pero está confundido! no puede evitar pensar en el chico del pantano... ¿cómo es que se llevan ellos? todavía no conocemos al c!Jn del pantano, falta todavía. En una dimensión en que sabes que perderás a todos pronto, encariñarse con nadie es buena idea, c!Sprn está enojado por la marca porque todavía no puede pensar bien del todo... su cabeza vaga a otro pj con el que interactúa poco, con el que no quiere convivir por miedo.
Y c!Jn está muy aliviado, luego de días asustado de ver su marca por sí mismo, pensando en la posibilidad de haber sido abandonado...
EN FIN. Ya saben, comentarios, críticas, votos, ¡todo es bien recibido!
¡Nos vemos en el siguiente!
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