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Seis.

ANTES DE LEER;

Capítulo más largo de lo habitual. (Ahí tienen todos los días en que demoré actualizar jeje xD)

El video con música que subí, es la música del pueblo, cuando hago una descripción de los instrumentos.

Leer las notitas del final, hay cositas que debo decir al respecto.

GLOSARIO;

1° Chacal. > Mamífero cánido parecido al lobo, pero de menor tamaño y con el pelaje pardo rojizo o gris amarillento. (Estos animalitos, suelen tener sólo una pareja en su vida, digo esto porque, esto tendrá un sentido romántico en el capítulo)

2° Trovadores. > Músicos y poetas medievales, que componían sus obras y las interpretaban.

3° Hereje. > Hereje es el nombre dado a la persona que profesa una herejía, es decir, que cuestiona, con un concepto controvertido o novedoso, ciertas creencias establecidas en una determinada religión.

Espero puedan disfrutar del capítulo~ uvú

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Una tenue sonrisa se hallaba inmortalizada en sus labios. Entre sus manos, sostenía aquella carta, aferrándose a ella fuertemente, como sí, sus esperanzas desprendidas por la ausencia de su familia, volviesen a florecer, apaciguando el dolor que yacía en su alma.

Viktor.

Susurraba despacio su nombre, como sí, aquella palabra acariciara el borde de sus labios.

Yuuri, no podía dejar de leer una y otra vez aquella carta. Cada palabra, extendía un sinfín de sentimientos abrazadores dentro de él, llenando por completo el malestar que le ahogaba por el encierro en el palacio.

Y lo hizo, otra vez.

Nuevamente, con sus pupilas delineó cara borde de la escritura. Su corazón, nuevamente empezó a palpitar en su pecho, con frenesí.

Sintió hundirse en un mar de sentimientos, cuando, nuevamente leyó;

''Yuuri. Mi querido Yuuri.

Ha sido tan sólo una noche, pero...

Dejaste en mi alma una huella de fuego.

Nunca nadie, había provocado tal revuelo en mí.

Ayer, tuve que dejarte atrás, en el palacio, muy a mi pesar...

Con cada paso al alejarme, el dolor desollaba más y más fuerte en mi pecho.

Yuuri, tu sonrisa y tu voz, me sumieron en lo más profundo, durante mis oscilantes sueños.

Quiero verte, Yuuri. Deseo verte, nuevamente.

No quiero que esto sea algo efímero. No quiero que esto sea algo pasajero, de una sola noche.

Quiero volver a verte. Quiero volver a sentirte. Quiero volver a admirarte.

Yuuri, necesito estar a tu lado, por favor.

Es por ello que, he tomado una decisión.

Dentro de poco, me apersonaré en el palacio.

Yuuri, después de mi visita, tú serás un hombre libre, lo juro.

Poco tiempo deberás esperar para poder nuevamente respirar la fresca brisa.

Para entonces, esperaré por ti, con el alma rebosando de ansias.

Yuuri, sólo espérame.

Te quiere.

Viktor. ''

Ya había perdido la cuenta de la cantidad de suspiros emitidos. Cada vez que, sus ojos delineaban aquellas palabras, una sensación de paz se extendía por el horizonte de su alma. Una sonrisa esperanzadora se estampaba en su rostro, con la ilusión desbordando de él.

— ¿Yuuri?

Oye a sus espaldas. Y, de un movimiento sorpresivo, el japonés se voltea, escondiendo la carta por detrás de él.

—  ¿Phi-Phichit? — balbuceó Yuuri, arqueando una de sus cejas.

— ¡Pues claro! —  exclamó el tailandés, dibujándose una radiante sonrisa en su faz.

— ¡¡Me asustaste!!

— ¡¡No exageres, Yuuri!!

Y ambos, se echaron a reir divertidos.

Phichit, ladea su cabeza apenas, intentando reconocer el objeto que su amigo escondía por detrás de su espalda. El japonés, se percata de ello de forma inmediata.

— ¿Qué escondes allí detrás? — preguntó el moreno, arqueando una de sus cejas.

—  ¿E-eh?, nada...

—   Yuuri...

Susurró Phichit, dibujándose en su rostro una expresión de evidente molestia. Cruzó sus brazos y un bufido fue emitido por sus labios.

— ¿Vas a contarme que dice esa carta?

Y Yuuri, ante aquella pregunta, sólo pudo tragar saliva, nervioso. Realmente, él no podía ocultar nada a Phichit, al fin y al cabo, éste terminaba por percatarse de alguna manera.

— Bu-bueno...

Yuuri, con el nerviosismo acrecentando en su interior, ladea su cabeza inquieto, verificando la presencia de alguna otra persona cerca del establo. Luego de unos segundos, logra constatar que nadie rondaba por las cercanías.

— E-es la carta del... del chico que te hablé. — susurró, con su voz pendiendo de un hilo. Una tenue sonrisa avergonzada se desliza por sus labios.

— Oh... — susurró el tailandés, posándose en su faz una pequeña expresión de sorpresa. — ese chico... ¿cómo es que se llamaba?

— Viktor. — respondió, con un tono enternecido.

Y Phichit, pudo darse cuenta en aquel instante...

La expresión en el rostro de su amigo, le delataba por completo. El brillo que se posaba en sus pupilas, el dulce semblante que se configuraba al musitar el nombre del muchacho, el carmín que pigmentaba sus mejillas, la paz que le abrazaba con el sólo hecho de sostener aquella carta...

Realmente, Viktor provocaba buenos sentimientos en Yuuri. Y aquello, fue suficiente para que Phichit, supiera que él era un hombre indicado para su amigo.

— ¡¿Y?! — preguntó Phichit, dibujándose en su rostro una radiante sonrisa — ¡¿qué te ha escrito en la carta, Yuuri?!

Una dulce expresión invadida de añoranza se extiende por la faz del joven japonés.

— Me ha dicho que... me sacará del palacio. — susurró.

Y, al decir aquello, Phichit ahoga un alarido de sorpresa en su garganta. Ambas manos se posan en su boca, signo de la impresión ante tal noticia. Con vehemencia, empieza a sacudir sus manos, saltando de puntillas, divertido.

— ¡¡Eso es genial, Yuuri!! — exclamó, aferrándose de forma frenética a su amigo, quien, reía por la divertida reacción del moreno. — ¡serás libre!

— S-sí...

— ¡¡Me encanta, Yuuri!! — exclamó — ¡él te quiere!, ¡no sabes lo feliz que me hace que cosas buenas te ocurran!

Y al oír aquello, Yuuri, siente su corazón rebosar de alegría. El tener a Phichit como amigo, era algo simplemente impagable. Él, siempre estaba a su lado, apoyándole, socorriéndole, animándole. El tailandés, era quizá la persona más dulce de alma que Yuuri conocía.

— Gracias, Phichit... — susurró, dibujándose en sus labios una sonrisa revestida de cierta tristeza.

Y Phichit, no tardó en percatarse de aquella leve tristeza en la faz de su amigo.

— ¿Qué ocurre, Yuuri...? — musitó, acercándose levemente a su amigo. Yuuri, desvía su mirada con cierta vergüenza.

— Ayer te hice llorar, Phichit. — susurró — discúlpame, no he querido hacerte sentir m...

— Descuida. — le interrumpió el tailandés. — está bien, Yuuri... — susurró, posándose una tenue sonrisa en sus labios.

Yuuri, levanta apenas su mirada hacia Phichit. Una radiante sonrisa tenía el moreno sobre sus labios, restando importancia a lo dicho por su amigo.

— Ya pasó, Yuuri. No te atormentes por aquello.

—  Phichit...

— E-es más... — susurró el moreno, desviando la mirada avergonzado. —  hay algo que... debes saber.

El japonés, arquea ambas cejas ante el repentino cambio en la expresión de su amigo. Rápidamente, dobla aquella carta que sostenía entre sus manos, para luego, guardarla en uno de sus bolsillos.

— ¿Qué ocurre? — susurró, con la intriga acrecentando en su interior.

— Fu-fue en este mismo sitio, a-ayer... —  balbuceó Phichit apenas, dirigiendo su atención a uno de los caballos en el establo, acariciando su pelaje.

—  ¿Ayer?, ¿en este mismo sitio? — replicó Yuuri, extrañado, sin entender los balbuceos del moreno.

El tailandés, siente como el nerviosismo va ganando terreno importante en su interior. Sus manos que, acariciaban el suave pelaje del equino, empezaron a tornarse temblorosas.

Y Yuuri, no tardó en percatarse de ello.

— ¿Qué pasó, Phichit? — espetó el japonés, posando firmemente una mano en el hombro de su amigo.

Phichit, siente un frío recorrer su espalda. El tener que decir aquello a Yuuri, le provocaban unas ansias indecibles, pero, por otro lado, él no podía ocultar algo a su amigo, después de todo, ellos eran como hermanos.

— Yo y el príncipe nos besamos, aquí, en las caballerizas...

Susurró sin titubeos, pasando por alto el miedo que punzaba en su interior.

Yuuri, abrió sus ojos de la perplejidad, y, un alarido de la impresión se ahogó en su garganta. Phichit, apenas dirige la mirada hacia su amigo, quien, le observaba con total consternación ante lo dicho por el moreno.

— ¡¿C-cómo que tú y el príncip...?!

— Él me ama, Yuuri...

Interrumpió a su amigo. Phichit, sentía como una paz desbordante se extendía por el horizonte de su alma. Los juegos en el riachuelo, las palabras, las miradas, el beso...

Todo aquello se dibujaba nuevamente en sus recuerdos. Un tenue carmín pigmentó sus morenas mejillas. Una suave sonrisa se deslizó por sus labios.

Recordar al príncipe, traía a él un sinfín de sentimientos hipnotizantes.

— Phichit...

— Él me lo dijo ayer, Yuuri. —  dijo, con su voz pendiendo de un hilo — dijo que me amaba, que estaba enamorado de mí, y yo...

Se detuvo, intentando retomar valor para lo que diría. Sus labios apretaron temerosos. Un leve temblor invadió en sus manos.

— Yo también lo estoy de él...

Musitó suavemente. Sus manos, se deslizaban con decoro por el hocico del equino, intentando imitar las caricias que anoche, su mano y la del príncipe, entrelazadas, daban al animal.

— P-Phichit, no sé qué decirt...

— ¿Sabías que, los caballos lloran la muerte de sus compañeros? — le interrumpió.

Aquellas palabras emitidas por el moreno, habían sido las mismas dichas por el príncipe la noche anterior. Recuerdos. Los recuerdos llegaron nuevamente a su mente, invadiendo por completo los sentidos del tailandés.

Con la vista perdida en la extensión de la atmósfera, Phichit, sube una mano hacia sus labios, palpando apenas con la yema de sus dedos, en la parte inferior de éste.

El beso.

Recordó. Y, un sentimiento abrazador rodeó el umbral de su alma. Se dibujó nuevamente en su mente la escena. Sintió el calor de los labios del príncipe en los suyos. Sintió las firmes manos de su majestad rodeando su cintura. Sintió su dulce voz resonar nuevamente por el umbral de sus sentidos.

— ¿Phichit?

Resonó la voz a sus espaldas, interrumpiéndole de aquel trance.

— ¿A-ah? — respondió el tailandés, volteando su vista apenas hacia su amigo, quien, le miraba totalmente consternado.

—  ¿Tienes idea de la gravedad de lo que me has dicho...?

Preguntó Yuuri, en un semblante totalmente perturbado. Phichit, arqueó ambas cejas, extrañado ante la reacción de su amigo.

— Yuuri, ¿por qué no puedes estar feliz por m...?

— ¡¡Porque no!!

Exclamó el japonés, totalmente consternado. Sus ojos se cristalizaron, y, una expresión de desasosiego se posó en su faz. Phichit, sintió malestar ante aquella reacción.

— No lo entiendo... — musitó Phichit, acercándose levemente hacia el japonés. — no entiendo porque reaccionas de esa forma, Yuuri. ¿Acaso no tengo yo también derecho a enamorarme?

Lo último, fue dicho con notoria irritación. Phichit, mantenía su vista clavada en Yuuri, con el ceño fruncido. El japonés, sólo mantenía su semblante con total perturbación.

— N-no es eso, Phichit, es-escucha...

— ¿Entonces qué es? — interrumpió el tailandés, totalmente irritado.

Yuuri, apenas bajo su vista hacia el suelo. Guardó silencio por un par de segundos. Sus labios se tornaron temblorosos, y Phichit, no tardó en percatarse de aquello...

— Yuuri... ¿estás bie...?

— Tengo miedo.

Dijo, con su voz pendiendo de un hilo. Un notorio temblor se oía en su timbre. Sus ojos temerosos, se alzaron hacia el rostro de Phichit. Sus labios torcidos, intentaban retener los alaridos de angustia.

— Yuuri...

— ¡¡Tengo miedo, Phichit!!

Exclamó. Y, su voz no tardó en quebrantar.

Yuuri, sentía miedo ante la seguridad de su amigo. Phichit, era la única familia que él tenía en aquellos momentos. Era su compañero, era su amigo, era su...

Era su hermano.

El solo hecho de pensar que, Phichit podría ser asesinado por aquella situación, traía en Yuuri un mar de espesa agonía.

Sí, sentía felicidad al ver que Phichit era amado por el príncipe. Le llenaba de dicha ver a su amigo sonreír cada vez que, recordaba al noble. Sentía alegría al ver que, al fin alguien correspondía de forma honesta a los pulcros sentimientos de su amigo.

Pero, sin embargo...

La brutalidad de los tiempos traía a él un terrible temor reverencial. Los inquisidores, el mismísimo rey...

¿Cuál de ellos podría ser más sádico e inhumano?, Yuuri no tenía idea de cuál era el límite a la bestialidad de sus acciones.

Phichit, era demasiado inocente e ingenuo para aquellos tiempos, tanto que, él de cierta forma, seguía creyendo en la inherente bondad en el corazón de las personas, sin excepción. Él, aún no lograba comprender que, no todos los seres humanos gozaban de un alma pulcra y revestida de sensibilidad.

Y Phichit... pronto sería testigo de ello.

— A-anoche... —  susurró el japonés, intentando retener sus alaridos. — ... anoche fui testigo como... como el rey ordenó la ejecución de dos de sus servidores que mantenían una relación amorosa...

— ¿Q-qué...?

— Eran dos hombres. — musitó, con su voz pendiendo en un hilo — dos... dos hombres. — replicó — a la hoguera...

Phichit, abrió sus ojos horrorizados ante lo dicho por su amigo. Sintió como el pavor se extendía progresivamente en su interior, paralizando su cuerpo y mente.

— N-no quiero... — balbuceó Yuuri, apenas controlando lo tembloroso de sus manos — no quiero q-que nada te ocurra...

— Yuuri...

— No quiero que te maten...

Resonó entre ambos. Y Yuuri, no pudo evitar agachar su mirada con desasosiego, intentando ocultar la perturbación que acrecentaba dentro de sí mismo.

El tailandés, sintió como una espesa tristeza desperdigaba por su pecho. Yuuri, era su mejor amigo, y su reacción... no, no era por egoísmo.

Al contrario.

— Yuuri... — musitó el moreno, acortando distancia con su amigo.

El japonés, apenas alzó su vista hacia Phichit, aún con sus ojos revestidos de tímidas lágrimas que no atrevían a surcar en sus mejillas.

— ¡Todo estará bien!

Exclamó. Y Yuuri, sintió de forma instantánea una paz desplegar por el horizonte de su alma.

Como de costumbre, Phichit, con tan sólo una sonrisa, lograba tomar control de la situación.

Él, con la ingenuidad e inocencia que siempre le caracterizaba, lograba apaciguar cualquier calamidad o desasosiego en quien fuese. Porque, sí... Phichit, era peligrosamente ingenuo.

Y, peligrosamente...

Porque esa misma pulcra y hermosa ingenuidad, sería la causa de una terrible pesadilla que, dejaría una marca permanente en el alma de Phichit.

O quizás...

Fuera de ella.

— No quiero que estés triste, Yuuri... — susurró, mientras que, llevaba una mano hacia la cabeza de su amigo, revolviendo de forma graciosa sus cabellos.

— ¡Phichit! — exclamó el japonés, divertido ante el accionar de su amigo.

— ¡Si vuelves a ponerte así, me molestaré contigo! — exclamó el moreno, llevando ambas manos hacia el vientre de Yuuri, para luego, hacer cosquillas en la zona.

Yuuri empezó a emitir fuertes carcajadas ante las incesantes cosquillas de su amigo. Phichit, sonreía de forma radiante al percatarse de la felicidad en Yuuri.

Ambos, como dos niños pequeños, empiezan a emitir sonidos divertidos, ignorando a cualquier posible testigo de sus locuras.

— ¡Ya, ya! — suplicaba el japonés, moviéndose de forma divertida para zafarse del cosquilleo. — ¡me voy a orinar, Phichit!

— ¡Ay! — dio Phichit un gran respingo al oír aquello — ¡no quiero que te orines, no pienso limpiarte!

Y ambos, empezaron a reír ante la divertida situación.

Yuuri, dio un par de pasos hacia un costado de las caballerizas, sacando desde un saco, unos cepillos que, aparentemente, eran para los equinos del establo.

— ¿Qué harás, Yuuri? — preguntó el moreno, ladeando su cabeza.

— El príncipe me dio órdenes de cepillar a los caballos. — respondió, mientras que, acortaba distancia con uno de los equinos, para proceder a cepillar. — también debo ir a realizar labores de limpieza a la sala principal, así que, debo terminar rápido. — un gran suspiro de resignación fue emitido desde sus labios.

— Yo te ayudo. — dijo Phichit, acercándose a su amigo, para luego, tomar un cepillo y proceder él a cepillar a uno de los equinos. — tú ve a realizar la otra tarea, yo me encargaré de los caballos.

— Pe-pero el príncipe... él no te ha dado órdenes de eso, Phichit...

— ¡No importa! — exclamó el moreno, dibujándose una tenue sonrisa en sus labios. — quiero ayudarte, así que, déjame esto a mí.

El japonés, emite un gran suspiro de alivio. De forma fugaz, abraza a Phichit en señal de agradecimiento.

— Gracias, no sé qué haría sin ti... — susurró enternecido.

— ¡Ve! — exclamó el tailandés — ¡o el príncipe se molestará si no terminas con tu tarea!

— ¿Cómo es que él podría enojarse con el mejor amigo de su novio? — susurró Yuuri, arqueando ambas cejas con picardía.

— ¡¡Yuuri!! — exclamó Phichit, golpeando despacio a su amigo en la espalda, avergonzado.

— ¡Ya, ya! — reía el japonés de forma divertida — ¡me voy, me voy!

— ¡Nos vemos, Yuuri!

Exclamó Phichit, alzando su mano con fervor hacia su amigo, quien, le correspondía con la misma alegría. El tailandés, vio entonces a Yuuri alejarse y salir de las caballerizas.

Y entonces Phichit, sonrió para Yuuri una vez más.

Y Yuuri...

Pudo ver esa hermosa y radiante sonrisa en el rostro de Phichit.

Aquella sonrisa que siempre iluminaba a quien la recibiera.

Aquella sonrisa que...

Cerraría sus puertas por un tiempo, clausurando de forma momentánea aquella calidez que solía repartir de forma gratuita a muchas personas.

Con gran esmero, el tailandés cepillaba el pelaje de los caballos. Una apaciguadora melodía era emitida por un silbido desde sus labios. Su mente, era un océano tranquilo, revestido de calmadas aguas que acariciaban la paz que le invadía.

Los caballos no cesaban de emitir relinchos. El moreno, sonrió enternecido ante la aparente felicidad de los caballos al ser cepillados y acariciados.

De pronto, sorpresivamente, Phichit siente un fuerte agarre por su cadera. Un gran respingo y un alarido de sorpresa es emitido desde sus labios.

— ¡¿Q-quién e...?!

— ¡Sorpresa!

Y Phichit, cuando divisó de cerca el rostro del responsable de aquel pequeño susto, sonrió.

Sus ojos abrieron un poco, y, un brillo se desplegó por la extensión de su faz. Un leve carmín pigmentó sus morenas mejillas.

Phichit, sintió una alegría inconmensurable extenderse por el umbral de su alma. Su boca abrió, signo de la emoción que le invadió al divisar a aquella persona delante de él.

— ¡¡Majestad!! — exclamó fuertemente, soltando de forma imprevista el cepillo que sostenía entre sus manos.

— Buen día, Phichit... — susurró el príncipe, entrelazando suavemente una de sus manos a la de su servidor. — ¿Cómo has amanecido hoy? — preguntó, dibujándose una tenue sonrisa en sus labios.

— ¡Bi-bien!  —  exclamó Phichit, con las ansias desbordando de su faz.

Seung, sintió una paz abrazadora dentro de sí. Para él, no existía forma más hermosa para comenzar el día, que contemplando aquella sonrisa tan pulcra que anhelaba proteger con todas sus fuerzas.

— Me alegra tanto que, hayas amanecido bien hoy. — musitó, depositando un fugaz beso en la frente del moreno. Phichit, sintió estremecer ante el contacto de los labios del príncipe con su piel.

— Y-y... ¿y usted, cómo amaneció? — preguntó, con un notorio temblor en su voz, por causa del nerviosismo.

— Después de lo de anoche, dormí con el alma llena. — dijo, dibujándose una tierna sonrisa en su faz. Un tenue carmín pigmentó sus pálidas mejillas.

— ¿Lo... lo de anoch...?

— Nuestro beso. — le recordó.

El tailandés, abrió sus ojos al oír aquello. Agachó su cabeza de forma instantánea, en un intento por ocultar el color que le subía por el rostro. Una sonrisa nerviosa se plasmó en sus labios.

—  ¿No te habrás olvidado de eso, o s...?

— No. — Interrumpió. — No lo olvidé. — Replicó. — Jamás podría olvidar... olvidar nuestro beso.

Susurró con suavidad. Una expresión de dulzura se desplegó por su faz. Seung, sintió su corazón estallar de una ternura inconmensurable ante la expresión de Phichit.

El príncipe, sin meditar de forma previa su accionar, se aferra a Phichit en un fuerte abrazo.

— Ma-majestad...

Susurra el moreno, con los nervios a flor de piel. El azabache, posa una mano por detrás de la nuca de Phichit, aprisionando el cuerpo del menor hacia el suyo. Sus ojos cierran, en un intento de ignorar cualquier distracción posible que, entorpeciera el cariño que desbordaba de él en aquellos momentos.

Phichit, sintió un calor abrasador en sus mejillas. Sus ojos abrieron de la perplejidad, sorprendido ante el impulso del noble.

— A-alguien puede vernos, ma-majestad... — susurró inquieto, separándose despacio del noble. Seung, sólo pudo limitarse a mirarle con ternura.

— Lo siento, tienes razón... — respondió apenado. Una tenue sonrisa se deslizó por sus labios.

Phichit, miró de soslayo a un costado del príncipe, notando que, allí a su lado se posicionaba un pequeño saco, el que al parecer, había sido traído por el noble.

— Majestad, ¿qué es eso? — preguntó curioso, dirigiendo su vista de lleno hacia el objeto.

— Ah, esto. — levantó el saco a la altura de Phichit, para que éste pudiese observarlo. — Lo traje para ambos.

— ¿Para ambos? — ladeó su cabeza, como un pequeño niño curioso.

— Sí, es porque quiero que me acompañes a la aldea.

Phichit, arqueó una de sus cejas, escéptico a lo que el príncipe se refería. Seung, emitió una pequeña risa ante la divertida expresión del tailandés.

— Hoy por la mañana me apersoné en la aldea. — comenzó a explicar. — todo es una fiesta, Phichit.

— ¿Una... fiesta?

— ¡Sí! — exclamó Seung, dibujándose una amplia sonrisa en sus labios. — un grupo de juglares y trovadores, han estado viajando por los reinos aledaños. Hoy, han llegado hasta este lugar. En la aldea las gentes están danzando, cantando y celebrando. Muchas personas inclusive están vistiendo divertidas ropas y máscaras.

Un intenso brillo se posó en las pupilas del moreno. Una sonrisa revestida de emoción desbordante se deslizó por sus labios.

— ¡Genial!, ¡genial! — exclamó fuertemente, empezó a dar pequeños aplausos, emocionado de tan sólo pensar en la divertida atmósfera del lugar.

— ¡Vamos! — exclamó el príncipe. — ¡acompáñame!

Phichit asintió rápidamente con su cabeza. Un fuerte carmín pigmentó sus mejillas, signo de la emoción que provocaba en él todo aquel ambiente artístico que habría de estar inundando la atmósfera del pueblo.

Pero...

Algo le detuvo. La expresión de felicidad en su rostro, cambio de un segundo a otro, cuando recordó que, no podía aparecer en el pueblo junto al príncipe, pues, alguien se percataría de la presencia suya en el lugar, levantando sospechas de su relación con el noble.

— ¿Qué pasa, Phichit...? — preguntó Seung, percatándose de inmediato en el repentino cambio de faz en el moreno.

— Creo que... — se detuvo — ... no podré acompañarle. — susurró, bajando su mirada. La tristeza empezó a desplegarse dentro de él.

Seung, arqueó ambas cejas al oír aquello. Una expresión de desconcierto se posó en su rostro.

— ¿Por qué n...?

— Porque alguien podría vernos en la aldea. — musitó, levantando su vista hacia el príncipe, con congoja.

— Respecto de eso...

— Alguien podría descubrirnos, y...

— No te preocupes.

Susurró el príncipe, posando ambas manos suavemente en los hombros de Phichit. El tailandés, miró con extrañeza la situación.

— Es por eso que traje este saco. — dijo.

— ¿El saco?

—  Sí, quiero que revises que hay dentro de él.

Phichit, dubitativo tomó el saco entre sus manos. Al abrirlo, rebuscó con torpeza, logrando dar con los objetos varios. Asomó su vista hacia dentro, logrando divisar en su interior. Entonces, Phichit abre sus ojos con sorpresa. De forma instantánea, levanta la vista hacia el rostro del príncipe, exigiendo con la mirada, alguna explicación al respecto.

— ¿Qué pasó? — preguntó Seung, divertido ante la reacción de Phichit.

— E-esto es...

— Sí. — respondió él. — ya había pensado en la situación que mencionaste. Me aseguré de que, podamos salir tranquilos del palacio y así disfrutar plenamente en el pueblo, sin preocupaciones.

Una expresión de ternura se dibujó en el rostro de Phichit. Sintió desplegar por su pecho, un fuerte ímpetu de aferrarse al príncipe, por tal hermoso y significativo detalle.

Y, obedeciendo a aquel impulso, Phichit se aferra con fuerza al príncipe en un pasional abrazo, ignorando cualquier posible consecuencia negativa por tal accionar.

— Gra-gracias... — susurró, con un leve temblor en su voz.

— No tienes que agradecérmelo... — respondió el noble, deslizando suavemente una de sus manos, por los suaves cabellos del tailandés. — Sé que, eres un amante del arte, así que, supuse que te encantaría ir al pueblo en esta oportunidad. — susurró, acariciando con ternura una de las mejillas del menor.

Phichit, sentía su corazón inundar de alegría. Sí, él amaba el arte. Amaba la alegría, las danzas, los cantos, la gente riendo, celebrando, los intensos colores e instrumentos. Todo ello, llenaba de dicha el alma de Phichit.

Y Seung, a pesar de no ser un joven muy amante de todo ello, él iría junto al moreno, sólo para poder complacerle y admirar nuevamente, aquella hermosa curva en los labios de Phichit, la que, llenaba de ternura su alma, que por tantos años había sido hundida en la más espesa agonía, por causa de la brutalidad de su vivir.

Dos largas capuchas y dos divertidas máscaras, ambas de chacales. Aquellos objetos eran los que Seung había traído desde el pueblo. Así, ambos podrían ir tranquilamente y mezclarse entre la gente, sin levantar ni la más mínima sospecha de sus identidades.

Así ambos, pasarían un grato momento en la aldea, rodeados de música, risas y una desbordante alegría.

Así, ambos...

Pasarían hermosos momentos que, entrelazarían cada vez más sus almas, hundiéndoles en lo cada vez más pasional de su romance prohibido ante los ojos de Dios.

Una última bella tarde.

Una última bella tarde, antes de que, aquel suceso cambiase en ellos la gentil curva de sus labios.

Antes de que...

La brutalidad de los tiempos, desplegara su sadismo en lo pulcro e inocente de su romance, convirtiendo todo en un pantano de incertidumbre.

... De la más terrible incertidumbre.

Con los labios resecos y la vista estática en el techo. Así, se mantenía la joven en el lecho de su cuarto. El incesante llanto por la noche, había humedecido por completo la superficie de su almohada. Los cabellos revueltos y la tristeza inundando como aluvión en su alma. Así, se mantenía Sala en la oscuridad de su habitación.

— ¡Has nacido una mujer, Sala!, ¡para lo único que nos eres útil, es para que entregues tu vida al príncipe, de lo contrario, seguirás siendo un estorbo!

Resonaba por su mente las dolorosas palabras de su padre.

— Piensa en tu reino, Sala. La gente, está muriendo de hambre por las calles, las enfermedades están desplegando sus terribles efectos en los pobladores. Los niños mueren rodeados de ratas y familias enteras están revestidas de la sarna. Sala, nuestro destino está en tus manos. Cásate con ese príncipe y pon en alto a las mujeres de la familia Crispino, por lo que más quieras, hija mía.

Las palabras de su madre desollaban por completo su alma. Un aguijonazo de espesa agonía cruzó por su pecho, hiriendo por completo dentro de ella.

Una lágrima. Una solitaria lágrima surcó por el costado de su sien. Ella lo había prometido. A su padre, a su madre, a su hermano...

A su reino.

La gente moría de la hambruna. Niños se divisaban por las sucias calles, mendigando alimentos invadidos de moho. Mujeres... las mujeres de su reino sufrían especialmente las consecuencias de la brutalidad de los tiempos. Muchas de ellas eran intercambiadas por alimentos, quedando muchas veces, a disposición de inescrupulosos que las explotaban para servicios sexuales.

Todo ello.

Todo ello pesaba en los hombros de Sala. El destino de su reino, el destino de miles de vidas, de esperanzas, de niños y niñas, de expectativas.

No podía fallarles, simplemente no podía...

Un fuerte sollozo es emitido desde lo más profundo de su alma. Signo del profundo dolor que le desgarra en el alma. Porque no... ella no quería que las cosas fuesen de aquella forma, realmente no lo quería...

Pero, a veces...

Las situaciones en la vida no se eligen, simplemente se dan.

Y Sala, sabía muy bien de ello.

Un pequeño crujido proveniente desde la puerta, resuena en el ambiente de su habitación. Sala, no parece inmutarse por ello, permaneciendo completamente estática en su cama, sin reacción alguna.

— ¿Hola...?

Susurra suavemente, la persona responsable del crujido en la puerta. De puntillas y, con el menor ruido posible, va acortando distancia hacia Sala, quien, aún permanencia estática en su cama, con la vista hacia el techo.

— Sala...

Musita, intentando llamar la atención de la joven. Sala, apenas gira su vista hacia la persona que susurra su nombre.

La joven, al percatarse de la identidad de quien irrumpe en su habitación, abre sus ojos de la perplejidad. Sus labios se separan, signo de la fuerte impresión que le impacta en aquel momento. Su corazón, en una cuestión de milésima de segundos, da un vuelco, empezando a latir con una fuerza desenfrenada.

— ¡¡Mila!!

Exclama fuertemente, saltando de la cama y lanzándose a los brazos de su amiga. Ambas, caen al suelo fuertemente, signo del ímpetu con el que Sala, corre a los brazos de Mila.

Una gran sonrisa se extiende por la faz de su rostro. Una paz y un sosiego inconmensurable cruza por el umbral de su alma, llenando de felicidad el antes acongojado sentir de Sala.

Sollozos de felicidad arrancan desde los labios de la joven. Con vehemencia, empieza a repartir besos en las mejillas de su amiga, la que, no podía cesar de reír ante las cosquillas causadas por el accionar de Sala.

— ¡Mila, Mila, Mila! — exclama, totalmente fuera de sí — ¡te extrañé tanto, Mila!

— ¡Sala! — las carcajadas eran emitidas con mayor fuerza — ¡deja de hacer eso, me provocas cosquillas!

Ambas, después de pasar largos segundos en el suelo, deciden reincorporarse. Luego de, varios abrazos y saludos, las dos pasan a sentarse junto a la mesa de la habitación, con la sonrisa inmortalizada en sus rostros.

— No sabes lo feliz que me haces al venir aquí, Mila... — susurró Sala, con las lágrimas revistiendo en sus pupilas.

— Mi querida Sala... — susurró — necesitaba verte. — con una de sus manos, tomó un pequeño mechón de cabello de su amiga, acomodándolo por detrás de su oreja.

— ¿Cómo te han dejado entrar aquí? — preguntó la joven, mientras que, con una de sus manos, intentaba secar las lágrimas que luchaban por surcar en sus mejillas.

— Fue fácil. — respondió su amiga, sacando desde su bolso un abanico. — sólo tuve que guiñar un ojo a uno de los guardias, así me dejó entrar, sin objeciones.

Ambas empezaron a reír agraciadas ante la torpeza del guardia real. Mila, quedó ensimismada en el rostro de Sala, cuando ésta dibujó una radiante sonrisa en su faz.

— Traje mazapán, leche y miel. — dijo Mila, sacando desde su bolso lo antes mencionado, extendiéndolo en la mesa, frente a su amiga.

— ¡Son mis alimentos favoritos! — exclamó — ¡y justo tenía hambre!

— Lo sé, hermosa. — respondió ella. — te conozco mejor que la palma de mi mano, sabía que te gustaría.

Y Sala, de forma apresurada, empieza a comer gustosa de los alimentos traídos por su amiga. Mila, sólo se limita a observarle con la ternura desbordando de su rostro.

— Déjame adivinar. — dijo Sala, aun masticando la comida — ¿te ha traído tu primo?

— Así es. — asintió, dibujándose una gran sonrisa en sus labios. — pedí a Viktor un lugar en una de sus embarcaciones. Las ganas de verte me obligaron a tener que pedir algo a ese chiquillo.

Ambas empezaron a reír divertidas. La dicha inundaba por completo sus corazones, pues, cada vez que ellas se relacionaban, una paz abrazadora surcaba por el umbral de sus almas.

—  Y dime, Sala... —  susurró la joven, entrelazando una de sus manos a la de su amiga. — ¿cómo te ha ido con Seung-Gil?

Al oír aquello, la expresión en el rostro de Sala cambió por completo. Su mirada bajó al suelo, intentando esconder la pesadumbre y vergüenza que sentía al recordar lo de anoche. Mila, no tardó en percatarse de la situación.

—  Sala, ¿ocurre algo? — preguntó preocupada, intentando hacer contacto visual con su amiga. Mas Sala, sólo desvió su mirada, evitando contestar a la pregunta.

— Con Seung-Gil... — susurró, siendo notorio un temblor en su timbre — ... todo está bien.

Sonrió forzadamente, intentando dispersar las sospechas de su amiga. Sin embargo, Mila conocía perfectamente a Sala, después de todo, diez años de amistad en ellas no eran en vano, por lo que, la joven no se tragaría aquel teatrito barato.

— Dime la verdad. — demandó molesta. — ¿ese idiota te ha hecho algo?

— N-no, claro que no, to-todo está bien, Mil...

— Sala. — interrumpió, con la molestia acrecentando. Sala, apenas levantó su vista hacia Mila, pudiendo notar la preocupación en la faz de su amiga. — dímelo, ¿qué está pasando? — replicó.

Y Sala, sintió que ya no podía más. Mila, era quizá la única persona junto a Michele, que realmente se preocupaban por ella. Sintió como, sus labios se tornaban temblorosos y sus ojos comenzaron por cristalizarse. Un aluvión de recuerdos vino dentro de ella.

Su prometido abrazado a otro hombre. Su prometido siendo indiferente con ella. Su prometido rechazándola en la cama. Su prometido diciendo que...

No la deseaba.

Y entonces, un alarido arrancó de sus labios. Un alarido tras otro, convirtiéndose en una horda de sollozos desesperados. Las lágrimas de forma incesante surcaban por la extensión de su rostro, dejando en evidencia la terrible desesperación y amargura que se asentaban en su pecho.

Y Mila... ella, sintió que su alma era desgarrada. Abrió sus ojos perplejos, desconcertada ante el amargo llanto de su amiga. Y, sin pensarlo dos veces, Mila la contiene, la contiene en un fuerte abrazo, intentando socorrer sus miedos.

— Mi Sala, mi pequeña Sala... — susurra Mila, acariciando el cabello de su amiga. — ¿qué te ha hecho ese estúpido príncipe?

— Na-nada... — balbucea ella, entre sollozos.

— ¿Cómo que nada? — pregunta exasperada. — ¡mira cómo te tiene!

Sala, después de largos segundos, logra controlar sus sollozos. Despacio, se separa del abrazo de su amiga, para luego, limpiar las lágrimas que humedecían su rostro.

— No le gusto. —  susurró Sala, sintiendo como la vergüenza acrecentaba en su interior.

— ¿Cómo que no le gustas? — replicó su amiga, desconcertada.

— Quiere a otra persona...

Un silencio lúgubre invadió la atmósfera entre ambas. Mila abrió sus ojos de la sorpresa. Una expresión de enojo se dibujó en su faz.

— ¿Cómo lo sabes, Sala? — preguntó — ¡quizás estás imaginand...!

— No. — interrumpió ella. — los vi.

Otro silencio incómodo se asentó entre ambas.

— ¿Q-qué...?

— ¡Los vi! — exclamó, reincorporándose en la habitación. — l-lo vi con...

— ¿Con quién...?

Sala sintió como la vergüenza golpeaba en su rostro. Tener que decir aquellas palabras, desgarraban por completo su dignidad. Mas, no titubeó al momento de rebelar el secreto a su amiga.

— ... Lo vi con su servidor.

Mila, de un solo movimiento se reincorporó. Abrió sus ojos de la perplejidad, y, separó sus labios, signo de la sorpresa que había causado en ella tal revelación.

— Sa-Sala...

— El día de su cumpleaños, defendió a su servidor, delante de todos. — recordó con pesar. — hubieses visto como él, defendía a ese muchacho. Lo defendió con dientes y garras, con la más ferviente rabia, por causa de las burlas de un juglar.

Mila, se acercó a ella. Suavemente, desliza una de sus manos por la mejilla de Sala, intentando consolar la terrible expresión en el rostro de su amiga.

— Lu-luego... — balbuceó — los vi en el patio exterior. Allí estaban, bailando, acurrucados, abrazados...

— Sala...

— ¡Seung-Gil ama a su servidor! — exclamó, totalmente fuera de sí.

— Quizá sólo está confundido... — intentó Mila apaciguar la situación.

— No, no lo está. — afirmó. — la expresión en el rostro de Seung-Gil, esa expresión en su rostro... — se detuvo, al borde del llanto. — la forma en que le miraba, como acariciaba su rostro, la sonrisa en sus labios... él jamás, habría actuado de esa forma conmigo. —  concluyó.

Sala, pudo sólo limitarse a retener las lágrimas que, nuevamente luchaban por surcar en sus mejillas. Mila, por su parte, sólo lanzó un suspiro de exasperación.

— Si él está enamorado de su servidor... —  se detuvo. — no hay nada que tú puedas hacer, Sala...

— No me digas algo como eso, Mila, una relación entre ellos no puede ser posibl...

— Te lo digo, porque...

Sala arqueó ambas cejas, ante la extraña expresión en el rostro de su amiga.

— ... Porque yo también estoy enamorada de alguien imposible. — susurró. — a pesar de que, sé que no podrá concretarse, el amor que siento hacia esa persona, jamás podrá dispersarse.

Sala, pudo sólo limitarse a bajar su mirada. Una terrible tristeza se desplegó por su alma. No. No podía siquiera pensar en la posibilidad de que Seung, pudiese pertenecer a otra persona. No, no podía ser de esa manera.

— Ayer me rechazó en la cama. — musitó. — ¡¿por qué, Mila?!, ¡¿acaso no soy la suficientemente hermosa?!, ¡¿acaso soy tan indeseable?!, ¡¿acaso realmente no soy lo suficiente para nadi...?!

— ¡¡No!!

Exclamó Mila, totalmente exasperada. Y, de un movimiento fugaz, toma el rostro de su amiga entre sus manos, para luego, depositar sus labios en los de Sala, fundiendo a ambas en un beso.

Mila, cierra sus ojos de inmediato, al hacer contacto con la suave piel de los labios de Sala. La princesa, por otra parte, abre sus ojos perplejos, totalmente pasmada ante el sorpresivo accionar de su amiga.

Ambas, por largos segundos se mantienen de aquella forma, hasta que, es Mila quien, decide separar sus labios de los de Sala. Un silencio incómodo se extiende por la atmósfera.

— ¿P-por qué has hecho eso? — quebrantó el silencio Sala, con un evidente tono de molestia.

— Quería que supieras que, no eres indeseable. — respondió Mila, apenada.

— No vuelvas a hacerlo, por favor. — replicó, alejándose un par de pasos de Mila.

— Sala... escúchame...

— Yo ya deje este tipo de prácticas hace mucho tiempo. — afirmó Sala, abriendo su abanico, para luego, airear su rostro. — ahora soy una mujer correcta.

— ¿Estás tratando de decir que lo nuestro fue incorrecto?

— Basta, Mila.

— No. — replicó ella, molesta. — ¿realmente amas a Seung- Gil? — preguntó. — ¿realmente estás dispuesta a aguantar que él, mientras esté contigo, tenga a su servidor siempre latente en su corazón?

— Basta.

— Él jamás podrá amarte como deseas. Tú no lo amas. Sólo deseas casarte con él para apaciguar la incompetencia de tu padre. Él jamás te dará el lugar que mereces, Sala, recapacit...

— ¡Basta!

— ...Él jamás te amará.

Una bofetada en seco impacta en el rostro de Mila. La joven, no muestra sorpresa alguna ante el golpe recibido, limitándose sólo a acariciar con su mano la parte de su rostro dañada.

— Ba-basta, Mila. — susurró la princesa, con un notorio temblor en su voz. — ¿para eso es que viniste?

— Te amo...

— Basta... basta...

— No he podido dispersar de mi alma tu recuerdo. No he podido olvidar de mi mente lo nuestro, Sala...

— Mila, por favor...

— Me duele llamarte amiga. — susurró, con su voz pendiendo de un hilo.

— No me hagas esto, por favor... — murmulló igualmente, con sus ojos cristalizados.

De pronto, un fuerte golpe se oye en la puerta de su habitación. Ambas, sin embargo, no pueden despegar su vista de la otra, quedando sumidas en la extensión de su mirar.

— ¿Señorita Sala Crispino?

Suena una voz varonil desde el exterior. Aun así, Sala y Mila no pueden quitar su vista de la otra, ignorando por completo la situación.

— Majestad, ha llegado una carta desde el reino Crispino. Es de su padre.

Sala, da un gran respingo al oír aquello. Y, de un movimiento rápido, abre la puerta al guardia.

— ¿Qué ha dicho? — pregunta con exaltación.

—  Una carta de su padre. — respondió, extendiendo a la dama el sobre.

— Gracias. Puede retirarse. — el guardia hizo una pequeña reverencia, para luego, retirarse del lugar.

Sala, rápidamente abrió el sobre con sus manos temblorosas. Luego, procedió a leer la carta.

Un par de minutos demoró en leerla. Mila, sólo le observaba totalmente incrédula desde una distancia prudente. Cuando por fin al parecer, Sala había concluido con la lectura, Mila se atrevió a articular;

— ¿Qué ha pasado...?

— Mi padre... — un profundo suspiro es emitido por ella. — ... quiere que vaya al reino junto a Seung-Gil. Espera que partamos hoy en la noche.

Ya habían salido del palacio a través de la salida subterránea. Se posicionaron por detrás de un grueso tronco de un viejo árbol, en el que, pudieron proceder a vestirse tranquilamente.

Las máscaras de chacales y las capuchas, ya estaban puestas en sus cuerpos. Con lo holgadas que eran las prendas, era difícil poder divisar la silueta de sus figuras, por lo que, nadie podría sospechar siquiera su verdadera identidad. Por otra parte, las máscaras de chacales cubrían cada facción de su rostro, dejando sólo a la vista, sus ojos a través de los agujeros que se situaban en la parte superior.

— Listo. Ya somos dos chacales. — una divertida carcajada arrancó desde los labios del príncipe.

— ¿Ya podemos irnos al pueblo? — preguntó Phichit, sintiendo como las ansias acrecentaban desde su interior.

— Claro que sí, ¡vamos! — exclamó el príncipe, tomando de la mano a Phichit y corriendo en dirección a la aldea.

Desde lejos, ya podía advertirse el divertido ambiente en la aldea. Fuertes risas y bramidos resonaban en un eco, inclusive hasta los terrenos aledaños que rodeaban el pueblo.

— ¡Apresurémonos, majestad! — exclamó Phichit, tomando a Seung por uno de sus brazos, jalándole hacia la entrada del pueblo.

— ¡Ya voy, ya voy! — respondió divertido.

Apenas se adentraron en el pueblo, pudieron divisar lo divertido de la situación. Las mujeres emperifollaban coloridos vestidos. Sus largos cabellos estaban trenzados de diversas flores de intensos colores. Los hombres, cargaban en sus manos varios brebajes destinados al consumo recreativo. Los caballeros y las doncellas, caminaban de gancho por las cercanías de la plaza, muy melosos.

— Quizá deberíamos imitarlos. — susurró Phichit, mientras que, pasaba su brazo por el del príncipe, imitando el accionar de los caballeros y las doncellas.

Seung, sintió un calor abrasador en su rostro. Un carmín pigmentó sus mejillas por debajo de la máscara.

— Me parece bien... — respondió, deslizándose una tenue sonrisa por sus labios.

A lo largo de la caminata hacia el interior de la aldea, podía divisarse a varios mercaderes. Muchos de ellos vendiendo alimentos, textiles y promocionando juegos recreativos. El aroma de los alimentos cocinados, entumecían los sentidos del tailandés. Era exquisito, podía divisar a perdices y pavones asados, los que, desplegaban el intenso aroma por la atmósfera. Por otra parte, se observaba a los hombres tomar vino refrescado con hielo, el que, desprendía un fuerte olor a canela y miel.

Caminaron por un par de minutos más, hasta que, por fin pudieron divisar la plaza de la aldea. Aquel punto de reunión en el que, las gentes danzaban alrededor de los trovadores, juglares y acróbatas, los que, eran el alma de la fiesta en aquel lugar.

Los trovadores entonaban una alegre melodía. Flautas dulces, ocarinas, tambores, guitarras, panderos y salterios, resonaban de forma armoniosa por el lugar. Las personas tomadas de las manos, formaban un gran círculo alrededor de los responsables de tal espectáculo.

Los juglares a su vez, entonaban alegres cánticos junto a los pobladores. Los acróbatas, ejecutaban piruetas, además de, adiestrar a algunos animales que ejecutaban divertidos saltos.

La gente, estaba totalmente encantada con la colectividad de trovadores, juglares y acróbatas que habían llegado hasta la aldea. Las risas incesantes resonaban por todo el lugar. Hombres, mujeres y niños estaban invadidos de bienestar, algo que, era inusual en la brutalidad de aquellos tiempos.

Seung, sintió su alma ser invadida por una paz. Así que... aquello era vivir en la aldea. Las personas felices, compartiendo con sus amigos y sus familias, riendo, disfrutando...

Viviendo...

Y, por un momento, Seung sintió un terrible pesar en su alma. Y pensar que él... había quitado la vida en más de una oportunidad, a muchos de sus servidores.

Servidores que, tenían un propósito, que tenían familia, amigos...

Servidores que, eran personas, que pudieron estar igual de felices en aquella celebración de la aldea...

Pero que, no pudieron por su causa.

— ¡¡Bailemos, majestad!! — exclamó Phichit, tomando al príncipe por ambas manos, arrastrándolo hacia el centro, junto al resto de pobladores.

— ¡N-no!, ¡Phichit! — exclamó nervioso. — ¡no sé bailar!

— ¡Yo le enseñaré!

Y rápidamente, Phichit entrelaza una mano a la del príncipe, posicionando la otra, en la cintura del noble. De forma divertida, empieza a ejecutar pasos de baile. Seung, solamente puede limitarle a intentar seguir la corriente al menor, ejecutando movimientos torpes, por su poca habilidad para el baile.

El moreno, no puede evitar reír ante los divertidos movimientos del azabache. El príncipe, por su parte, ríe con vergüenza al percatarse de lo torpe que era. Sin embargo, a pesar de su torpeza, decide no quedarse atrás, y con fuerza, aferra una de sus manos alrededor de la cadera de Phichit, atrayéndolo hacia su cuerpo.

— El príncipe no piensa quedar en vergüenza... — susurra al oído del moreno. Phichit, siente estremecer ante tal acción.

Y, rápidamente, aunque no de forma muy hábil, Seung empieza a tomar el control de la situación. Ahora, era él quien llevaba a Phichit por la extensión de la plaza, bailando a la par de los pobladores.

Phichit, queda pasmado ante la osadía del príncipe. Seung, dibuja una sonrisa burlona bajo su máscara, divertido ante la rigidez en el cuerpo de Phichit.

— ¡Aprende rápido, majestad! — exclamó el moreno, siguiendo ésta vez el paso al príncipe.

Y ambos, empezaron a bailar por la extensión de la plaza. Sus pasos encajaban perfectamente, como si, ellos pudiesen anticipar lo que el otro haría.

No podían notarlo, pero, bajo sus máscaras se dibujaban radiantes sonrisas repletas de alegría. La presencia del otro, hacía bien a sus vidas. Sus manos se entrelazaban con mayor vehemencia, y, sus cuerpos movían de forma armoniosa.

Phichit, impulsado por la magia del momento, apoya su cabeza en el pecho del príncipe, para luego, cerrar sus ojos y limitarse sólo a experimentar el sentir de aquel único momento.

Un sentimiento revestido de ternura desplegó por el corazón del príncipe. Tener así al hombre que amaba, entre sus brazos, apoyado en su pecho, era una de las cosas que anhelaba mantener por siempre.

Y proteger...

Aunque, en aquellos tiempos, lo último no siempre era posible.

De pronto, la música detiene. Los trovadores y juglares hacen una pequeña pausa para poder disfrutar del resto de atracciones. Los pobladores que bailaban en la plaza, imitan el accionar.

Seung y Phichit, quedan abrazados en medio de la plaza, sin percatarse de la situación. Ambos, totalmente sumidos en las aguas de lo utópico, pueden limitarse sólo a aferrarse con fuerza, con la paz desbordando por el umbral de sus almas.

— Majestad... — susurra el tailandés, al percatarse de que, solo ellos permanecían en medio de la plaza.

— ¿Umh? — pregunta Seung, aún entumecido por lo pasional del momento.

— Ya todos dejaron de bailar... — murmulló Phichit. Ante ello, el príncipe se separó levemente del abrazo, mirando hacia su alrededor.

Y así era. Ya todos habían dejado de bailar. Los aldeanos estaban ahora poniendo atención a otro tipo de actividades. Seung, lanzó una pequeña risa, agraciado por el accionar de ambos.

— Creo que soñábamos despiertos.

— Así es, majestad.

Ambos, se echaron a reír divertidos por la situación, para luego, fundirse nuevamente en un estrepitoso abrazo.

La tarde pasó rápida para ambos. Junto a los pobladores, se unieron a otro tipo de actividades. Pudieron ser expectantes de las historias de juglares, escuchar los cánticos de los trovadores, ver los espectáculos de los animales a cargo de los acróbatas, y, al último, decidieron comprar algo de comer, para así, poder degustarlo cuando salieran del pueblo.

La tarde empezó a desplegar sus colores fantasmales por los cielos. El viento empezó a tornarse gélido, y, sin embargo, ambos decidieron entrelazar sus manos, para dirigirse a las afueras del pueblo. Allí, en los terrenos aledaños, donde nadie pudiese observarlos, donde nadie los enjuiciara por lo que sentían, en los lugares en donde no había alma alguna.

Allí...

Sólo allí, ellos podían sacar a relucir lo pulcro de sus almas. Sólo allí, ellos podían amarse sin ningún tipo de atadura.

Allí, en donde no llegaba la visión del sanguinario inquisidor. Allí, donde no llegaba la ignorancia del común aldeano que habría de acusarlos. Allí, donde no llegaba el sadismo del rey.

Allí, y sólo allí, ellos podrían amarse sin límite alguno.

Porque, el amor no tiene límites. Y pronto... muy pronto, uno de ellos pondría a prueba tal aseveración.

Ambos, se asentaron en la base de un árbol centenario. Se despojaron de sus máscaras de chacales, pero, permanecieron con las capuchas puestas, esto, por causa del viento que cada vez, se volvía más gélido.

El príncipe y su servidor, sacaron desde un bolso, los pastelillos de miel que habrían comprado en la aldea. Empezaron a comer gustosos, pues, las múltiples actividades en el pueblo, les había dejado con sus estómagos hambrientos.

De pronto, Seung mira a Phichit de soslayo, notando que, un poco de miel escurría por la comisura de sus labios. En un suave movimiento, el príncipe acorta distancia con su servidor, para luego, limpiar con la yema de sus dedos la miel que escurría por los labios del moreno.

— Eres un poco desastroso para comer. — susurró divertido, dibujándose una tierna sonrisa en su faz. Phichit, siente estremecer ante el contacto de sus labios con los dedos del noble.

— E-es que... tenía hambre.  —  respondió, con la vergüenza golpeando en su rostro.

Seung, no puede despegar su vista del rostro de su servidor. La ternura e inocencia que, se extendía por cada centímetro de su faz. Sus negros ojos, revestidos de largas pestañas. Sus cejas gruesas. Su pequeña nariz. Sus cabellos lisos. Su piel morena. Sus labios gruesos.

Todo.

Absolutamente todo de él, le sumía en lo más profundo de su inconsciente.

Un sueño.

Así lo sentía Seung. Como en un sueño.

Él, jamás había experimentado tal cosa. Phichit, no sólo era perfecto por fuera, sino que, lo era completamente también por dentro. Esa inocencia y pureza que, tanto le caracterizaba. Esa ingenuidad, esa confianza en el ser humano que, a pesar de la brutalidad de los tiempos, Phichit seguía sintiendo.

Una hermosa ingenuidad, pero, a la vez letal.

Seung, no pudo contenerlo más. Y, de un movimiento tenue, toma a Phichit por su barbilla, obligándole de cierto modo, a hacer contacto visual con él.

Phichit, abre sus ojos de la incredulidad. De forma instantánea, un carmín pigmenta en sus morenas mejillas.

Después de unos segundos, el tailandés entiende las intenciones del príncipe, y, sin oponer resistencia alguna, cierra sus ojos, esperando lo que se avecindaba.

Y así fue.

Un tenue beso es depositado en sus labios.

Un tierno beso, revestido de inocencia y cariño. Tan suave como la seda, y, tan tierno como su amor.

El príncipe, con su lengua, remueve la miel que quedaba en la comisura de los labios de su servidor. Una pequeña sonrisa se posa en los labios de Phichit, conmovido ante la acción del noble.

— Ma-majestad... — susurra divertido. — eso me ha provocado cosquillas.

Seung, no responde ante aquello, pudiendo sólo limitarse a observar de cerca el tierno rostro de Phichit. Él, se hallaba totalmente sumergido en la extensión de sus sentidos.

— ¿Majestad...?

— Te amo...

Puede sólo limitarse a decir. Aquella frase; ''te amo'', tan corta pero, expresiva. Allí... allí iba todo su mensaje.

Lo amaba. Amaba a Phichit. Lo amaba por ser capaz de cambiar tantas cosas en él. Su forma de ser, su percepción de la vida, la cosmovisión del mundo.

Por eso le amaba, y... por eso pretendía protegerle.

Phichit, sonríe enternecido al oír aquello. De un movimiento suave, el tailandés coge ambas manos del príncipe, para luego, depositar fugaces y tiernos besos en ellas. Seung, no puede evitar sonreír ante tal acción.

— Lo suave de sus manos me recuerda a mi madre. — susurró Phichit. El príncipe, arquea ambas cejas, curioso ante tal referencia.

— Me alegro, porque ella es una mujer muy dulce. — responde Seung.

— ¿Ha conversado con ella? — preguntó Phichit, intrigado.

— Claro que sí. — afirmó. — tuve la oportunidad de conversar con ella. Es una mujer muy dulce. No me extraña que tú también lo seas.

Una gran sonrisa se dibuja en los labios de Phichit, sintiendo como, una fuerte añoranza cruzaba de forma fugaz por su pecho.

— Majestad...

— ¿Sí?

— ¿Y usted...? — se detiene. — ¿no tiene una madre...?

Aquella pregunta caló profundo en Seung. Una sonrisa, revestida de una notoria tristeza, se posa en su faz. Phichit, no tardó en percatarse de ello.

— L-lo siento... — se disculpa — no... no debí preguntar eso, majestad, perdónem...

— No... — musitó el príncipe. — está bien...

Un silencio incómodo se acentúa entre ambos. Phichit, deposita un tierno beso en la mejilla del príncipe. Seung, emite una pequeña risita, conmovido ante ello.

— Mereces saber la verdad. — dijo el azabache.

— ¿La verdad...?

El noble, sólo asintió con su cabeza. Una sonrisa revestida de confianza, se desliza por su faz. Phichit, le mira con cierta incredulidad.

— Jamás he confiado todo esto a alguien. — susurró tembloroso.

— Majestad...

— Eres la primera persona a la que contaré esto.

Phichit, sintió una profunda dicha en su alma. Él, que tan sólo era un simple servidor, ahora mismo, era quizá la persona más importante en la vida del príncipe. El noble, estaba allí, junto a él. Le amaba, y... ahora mismo, le confiaría su más grande secreto.

Sí, ahora mismo Phichit estaba convencido. Él, era una persona importante para el príncipe. Y el príncipe... era una persona sumamente importante para él.

— Confíe en mí... — susurró. — puede usted confiarme lo que quiera. Yo, siempre estaré a vuestra disposición, así mi vida esté en peligro, así tenga que dar mi último aliento a cambio, yo siempre...

Se detuvo por un momento, intentando retener la vehemencia que le invadía de forma progresiva.

— ... Yo siempre estaré a su lado. — concluyó.

Y Seung, sintió una paz abrazadora desplegar por el horizonte de su alma. Phichit, hacía bien a su vida, tenerlo allí, justo frente a él, le hacía quizás el hombre más afortunado del mundo.

— Todo pasó hace muchos años atrás... — comenzó. — cuando yo era tan sólo un niño.

Phichit, empezó a oír atento al príncipe. Sus manos, se aferraban con fuerza a las de Seung, intentando contener lo temblorosas que éstas se hallaban.

— Fue un día en el que, mamá me tejió una muñeca de trapo. Yo, no sé por qué razón, prefería jugar con ese tipo de cosas a que con armas. — recordó, sintiendo como una tristeza progresiva se extendía por su pecho.

Phichit, contuvo las manos del príncipe entre las suyas, depositando de vez en cuando fugaces besos en ellas.

— El rey, mi padre, entró en nuestra habitación, y fue allí, cuando entonces, descubrió lo que mamá estaba haciendo. La agarró por los cabellos, y, sacó una gran daga de uno de sus bolsillos...

Un ligero temblor de hizo notorio en su timbre. Phichit, miraba con perplejidad tal escenario.

— La mató. — susurró apenas, con su voz pendiendo en un hilo. — rajó su cuello de forma salvaje, asesinándola ante mis ojos.

Phichit, abrió sus ojos del horror. Sus labios separaron, intentando emitir alarido alguno, pero, su impresión fue tan fuerte, que sólo pudo limitarse a observar estático al príncipe.

Ciertamente, aquello era terrible. Quizás, eso explicaba la razón del por qué el príncipe solía ser de aquella forma, después de todo, vivir situaciones de abuso desde niño, sólo generaba más violencia a largo plazo.

— Mi madre agonizó por un par de minutos ante mis ojos, yo no pude hacer nada. Cada día de mi vida, me maldigo por haber sido tan débil e inútil...

— No. — replicó Phichit, logrando salir de su shock. — no es su culpa, majestad, no lo es...

— No pude protegerla... no pude...

— Usted era un niño, usted no podía hacer nada...

Seung, cabizbajo, sólo pudo limitarse a asentir con su cabeza. Phichit, se aferró al príncipe en un fuerte abrazo, intentando contener los miedos de Seung con aquella acción. El príncipe, correspondió al abrazo, hundiendo su rostro en el hombro de Phichit.

— Lo que ha hecho su padre, ciertamente es horrible, pero... usted es distinto a él. — susurró Phichit, intentando apaciguar la desesperación del príncipe.

— Él me odia...

— ¿Por qué su padre habría de odiarlo, majestad?

Seung, calló por unos segundos. Había una razón por la que el rey le odiaba, claro que lo había... pero aquello, era algo que sólo él y el rey sabían, nadie más.

Pero...

Se trataba de Phichit. Y él, tenía todo el derecho del mundo a saberlo. O eso, es lo que Seung creía.

— Ha-hay una razón al respecto...

Phichit, levantó su vista hacia el príncipe, totalmente escéptico al oír aquello.

— Odiaba a mi madre, y me odia a mí. Nos aborrecía con lo más profundo de su alma.

— ¿P-por qué...?

El príncipe, traga saliva, nervioso ante la revelación que se aproximaba. Toma una bocanada de aire, intentando retener la angustia que escapaba por su semblante. Empuña ambas manos, decidido a articular dichas palabras.

Y...

Así fue.

— Yo no soy hijo del rey.

Se atreve a decir. Y Phichit, abre su boca de la sorpresa. Por unos segundos, queda en completo shock, sin poder dilucidar las palabras recientemente dichas por el príncipe. Después de unos minutos, el tailandés logra salir de aquel trance, pudiendo notar, como en el rostro del príncipe, se desplegaba un fuerte sentimiento de alivio.

— ¿Q-q-qué usted no es su hijo...? — balbuceó apenas.

— No. — negó con su cabeza. — no soy su hijo.

El moreno, emitió un pequeño alarido de la sorpresa. Con ambas manos, cubrió su boca, perplejo ante tal revelación. Eso, sólo quería decir una cosa...

Seung, no era completamente un príncipe.

— Mi madre, tuvo un desliz con uno de sus servidores, fue entonces cuando ella, pudo concebirme. — explicó. — apenas el rey, se enteró de ello, mi padre biológico fue torturado y asesinado. — añadió.

— E-eso es terrible...

— Lo es. — aseveró. — esa es la razón por la que, mi padre nos ha odiado a ambos, siempre. A mi madre, por ser una adultera, y a mí, por ser un bastardo.

Phichit, no podía entender nada. No lograba comprender, como es que la maldad humana podía tener tales consecuencias. ¿Adultera?, ¿bastardo?, ¡los seres humanos cometen errores!, ¡y no por ello merecen sufrir de aquella forma!, es lo que Phichit pensaba.

Su pulcra e inocente mente, no podía dilucidar la brutalidad y el sadismo humano. ¿Por qué las personas eran capaces de hacer sufrir al resto?, la vida era algo demasiado frágil como para manipularla con tan poco cuidado.

Phichit, sintió una rabia descomunal recorrer por su espina dorsal. Su antes perplejo rostro, se desfiguró en uno invadido de la cólera. Seung, no tardó en percatarse de ello.

— ¿Phichit...? — preguntó el príncipe, preocupado ante la expresión en el rostro de su servidor.

— N-no lo entiendo... — balbuceó, en un intento por mantener su compostura. — no lo entiendo...

— ¿Qué no entiendes?

Y Phichit, no pudo reprimir más su sentir. Y, desconcertado, exclamó;

— ¡No entiendo cómo es que existen personas con tales comportamientos!, ¡¿por qué los seres humanos no son capaces de vivir en armonía?!, ¡¿quiénes somos nosotros para privar de algo tan hermoso como la vida al resto?! — exclamó, totalmente fuera de sí.

— P-Phichit...

— Estoy harto del sadismo de esta época. Dios, Dios y Dios. Todos hablan de Dios. Pero, ¿y en dónde está él?, los inquisidores, ellos también asesinan gente inocente en nombre de él, ¡estoy harto! — Rompió en llanto. Aquel sentimiento de injusticia que invadía en su alma, se volvía cada vez más intolerable. — ¡quiero vivir en un mundo donde los hombres, las mujeres y los niños podamos ser libres!, ¡en dónde cada persona pueda hacer de su vida lo que estime conveniente!, ¡en dónde los frutos de nuestros esfuerzos sean para nuestros hijos y familia, y no para aquellos que se enriquecen en nombre de una figura abstracta!, ¡quiero tener derecho sobre mi cuerpo, y no que ellos puedan torturarme haciendo que yo confiese algo de lo que no he sido culpable!, ¡quiero poder amar a quién se me plazca, sin que el resto crea tener el derecho de matarme por amar de una forma distinta!

— Phichit...

— ¡¡¡Estoy harto!!!

Aquello resonó fuertemente entre ambos. Phichit, respiraba con dificultad después de todo lo dicho. Su alma, antes invadida del sentimiento de injusticia, ahora rebosaba de una aparente calma.

Sí, él ya había dicho todo lo que sentía. Aquel sentimiento tan dañino de injusticia y cólera, al ser testigo de los abusos de aquella época, en contra de los más débiles y desfavorecidos.

Seung, quedó perplejo por largos segundos. Todo lo que había articulado Phichit, era propio de los herejes de la época.

Sin embargo...

Eso a Seung le gustaba. Él, empezaba también a cuestionarse sobre el sistema imperante. Empezaba a cuestionar el orden de las cosas, el fundamento de lo establecido, la última respuesta, la razón de todo.

Despacio, toma a Phichit por su barbilla, levantando de forma leve su rostro, para así, poder hacer un contacto visual con él.

— Es por eso que me gustas. — susurró enternecido.

Phichit, sintió dar un vuelco en su corazón. Una tenue sonrisa se dibuja en sus labios.

— Pensé que... se espantaría de mí, majestad...

— Eso nunca...

Ambos, se aferran en un fuerte abrazo. Seung, comienza a acariciar de forma suave los cabellos del tailandés, masajeando las finas hebras de su cabeza. Phichit, cierra sus ojos al sentir el tacto. Una sonrisa de satisfacción se dibuja en su faz.

El ulular de los búhos comienza a oírse junto al resonar de los grillos. El viento gélido empieza a mecer las hojas de la vegetación. La luna ahora arriba en el cielo, empieza a desplegar su albina luz sobre ellos.

La noche.

La noche comenzó, y, junto a ella, la aproximación de algo incierto.

— Majestad... — susurra Phichit, con su rostro aún hundido en el pecho del príncipe.

— ¿Umh...?

— ¿Por qué usted...? — se detiene, avergonzado ante la pregunta que articularía. — ¿... se enamoró de mí?

Seung, abre apenas sus pupilas al oír la pregunta. Un leve suspiro es emitido por sus labios. Un sentimiento de añoranza se desperdiga por su interior.

— ¿Por qué... me enamoré de ti?

— S-sí...

El azabache, acuna la barbilla del moreno entre sus manos, contemplando de cerca aquel bello y tierno rostro que, robaba sus sueños por las noches.

— Por infinitas razones, pero... —  se detiene. — ... fue principalmente, por lo pulcro e inocente de tu alma.

El tailandés, siente como un calor abrazador inunda su rostro. De un momento a otro, su corazón comienza a palpitar deprisa.

— Es por eso que, deseo ser un hombre nuevo. — susurró. — quiero dejar atrás todo en lo que mi padre me convirtió.

— Majestad...

— Quiero ser alguien digno de ti.

Así es.

Seung, estaba dispuesto a cambiar por Phichit. Él, ya no quería ser aquel joven frívolo y sádico del que todos temían. El príncipe, deseaba ser alguien digno del hombre de su vida. Tenía ansias de poder dejar un legado después de sus días, dejar bellos recuerdos a quien cambio su percepción del mundo, ser merecedor del amor más pulcro e inocente que jamás había conocido...

... Del amor de Phichit.

El moreno, totalmente conmovido ante las palabras del príncipe, rápidamente se abalanza sobre él, depositando sus labios en los del noble.

Ambos, se unen en un suave beso. Tan terso e inocente que, podía ser comparado al aura de un ángel.

— Lo amo...

Susurró Phichit. Y Seung, sintió su corazón detener por un par de segundos. El oír aquello desde los labios de su servidor, traía a él un sinfín de sensaciones.

— Y yo a ti...

De pronto, una fuerte ráfaga de viento cruza por la atmósfera. El aire, cada vez se vuelve más violento y gélido, no siendo suficiente el grosor de las capuchas para capear el frío.

— Tengo frío... — musitó Phichit, tratando de acurrucarse con la capucha.

— Creo que, es hora de que volvamos al palacio.

— Sí.


Rápidamente ambos se inmiscuyen por las estrechas y oscuras calles del pueblo, en dirección al palacio. Ya no había nadie merodeando por los alrededores. Todas las personas ya estaban en sus hogares, esto, por causa de las fuertes ráfagas. Seung y Phichit, nuevamente llevaban las capuchas y las máscaras de chacal.

De pronto Phichit, mira de soslayo a uno de los callejones lejanos. Allí, él pudo ver a dos personas que, aparentemente discutían. Seung, sin embargo, no parecía percatarse de ello, por lo que, siguió caminando.

El tailandés, se detiene por unos momentos. Entrecierra sus ojos, pudiendo así, divisar de mejor manera que es lo que ocurría en aquel oscuro callejón.

Y, al fin logra percatarse de lo que ocurría.

Cuando él, divisó claramente la situación en el callejón, sintió una rabia descomunal recorrer por su espina dorsal. Sus ojos abrieron de la perplejidad y, de un impulso, se echó a correr en dirección al callejón.

Seung, sin embargo, no logró percatarse de aquello.

Hey, chiquilla, no seas terca. Ven, podrás divertirte conmigo. — decía un hombre, mientras que, arrinconaba a una joven contra el callejón.

¡Déjame en paz, no quiero, suéltame! — exclamaba la muchacha, con el miedo desbordando en cada palabra que entonaba.

¡Que terca eres, ven!  —  replicó, tomando a la joven de forma brusca, por una de sus muñecas. — ¡te va a encanta...!

El hombre, no logró concluir su frase. De un movimiento, cae al suelo de forma brusca, impactando fuertemente.

— ¡¡DEJA A MI HERMANA EN PAZ, MALDITO!!

Exclamó Phichit, lanzándose sobre él. El tailandés, comenzó a propinar patadas y golpes con las manos. La muchacha, cayó de trasera hacia atrás, impulsada por la sorpresa. Ella, sólo pudo observar atónita la lucha entre ambos.

— ¡Aléjate, maldito mocoso! — exclamó el hombre, reincorporándose sobre sí mismo.

— ¡No la toques, maldito enfermo, déjala en paz! — volvió Phichit a exclamar, lanzando golpes diversos, aunque torpes, pues él, no acostumbraba a pelear nunca.

¿Her-hermano...?

Pensó la chica, totalmente perpleja. Sí, aquella era la voz de su hermano. Pero... ¿qué hacía el allí?

— ¡¡Ya me tienes harto, maldito mocoso!! — exclamó el hombre, y, de un fuerte movimiento, agarra a Phichit por el cuello, estrangulándolo y alzándolo con fuerza. El moreno, empieza a toser de forma desesperada.

— ¡¡HERMANO!!

Exclama en un grito desgarrador la joven. Y, es cuando entonces, Seung logra escuchar de lejos aquello. El príncipe, gira sobre sí mismo, dirigiendo su vista hacia atrás.

Phichit no estaba.

Fue lo primero que pudo divisar. La desesperación empezó a apoderarse de él.

De un movimiento rápido, dirige su vista hacia el callejón del cual provino aquel terrible grito, y entonces, allí pudo ver...

Phichit...

El gran amor de su vida, siendo asfixiado por un hombre en un callejón. Eso, fue todo lo que él pudo ver, ignorando por completo la presencia de la joven en un rincón.

Y entonces, una cólera inconmensurable se apodera de su psíquis. En una cuestión de tres segundos, Seung ya está en el lugar, y, de un movimiento fugaz, golpea en la cabeza al hombre, totalmente fuera de sí.

— ¡¡DÉJALO EN PAZ, DÉJALO, TE MATARÉ, DÉJALO EN PAZ!!

Exclama totalmente fuera de sí. El hombre, producto del intenso dolor, suelta a Phichit, impactándole con fuerza en contra de la pared. Seung, siente una rabia desbordar por sus sentidos.

— Voy a matarte. — amenazó, arrancando su máscara de chacal y bajando su capucha, dejando en evidencia su verdadera identidad.

El príncipe Seung.

— Ma-ma-majestad... — balbuceó el hombre, completamente temeroso ante la presencia de su autoridad. — lo... lo siento... yo...

— ¡¡Voy a matarte!! — exclamó, tomando fuertemente al hombre de sus ropajes. — ¡¡Voy a matart...!!

— Ma-majestad...

Escucha el príncipe a sus espaldas. Un leve alarido, seguido de una intensa tos. Phichit, había llamado la atención del príncipe.

Seung, de un movimiento rápido, lanza al hombre fuertemente en contra de la pared, ignorándolo por completo, para luego, tomar especial atención en Phichit.

— ¡¡Phichit!! — exclamó el príncipe, totalmente angustiado por el estado de su servidor. — ¡¡Phichit, Phichit!!

El hombre, no duda en huir despavorido del lugar, no tomando importancia al escándalo que había armado.

— Mi amor, mi amor, mi amor... — repitió el príncipe de forma incesante, angustiado ante la intensa tos del moreno. — un médico, un médico, por favor... — replicó angustiado.

Sin embargo, Phichit, a duras penas, logra controlar su tos, logrando al fin regularizar su respiración. Al percatarse de aquello, Seung dibuja una gran sonrisa en su faz, para luego, depositar un frenético beso en los labios de su amante.

— Phi-Phichit... — balbuceó, con los nervios desbordando. — me asusté, yo... mi amor...

La hermana de Phichit, quien, estaba siendo testigo en primera fila de aquel escenario, sólo puede limitarse a observar boquiabierta la situación.

— Ma-majestad... — susurra el tailandés, reincorporándose apenas. — por favor...

— ¿Q-qué ocurre...?

— Mi hermana...

— ¿Qué?

Seung, gira apenas su vista hacia el costado del callejón, pudiendo divisar entonces, a una joven muchacha observándoles, totalmente perpleja. El príncipe, le observa totalmente estático, igual de perplejo.

— Es... es mi hermana...

El azabache, sólo puede limitarse a observar a la muchacha. Ambos, mantenían la mirada fija en el otro, completamente anonadados.

— ¿Majestad...?

— Nos vio. — dijo seco. — ya se ha percatado de lo nuestro, Phichit... — susurró, no quitando la vista a la muchacha, la que, aún permanecía muda ante tal escenario.

Phichit, lanzó un profundo suspiro, consternado. A duras penas, se reincorpora por completo desde el suelo, sacudiendo sus ropas. Seung, se levanta junto a él.

— De pie, Areeya. — musitó Phichit, extendiendo la mano a su hermana. Areeya, corresponde a ello, levantándose del suelo. — tenemos que hablar. — dijo seco.

Areeya, sólo asiente con su cabeza hacia el suelo, no atreviéndose a mirar al príncipe a los ojos. Phichit, gira su vista hacia el príncipe, haciendo un pequeño ademán con su mano.

— Ella ya nos vio, creo que... — se detuvo. — ... necesita una explicación al respecto, majestad.

— Les daré su espacio. — replica Seung. — me alejaré un poco, me da miedo de que alguien les vuelva a hacer daño.

— Está bien, muchas gracias.

Seung, asiente apenas con su cabeza. Consternado, camina hacia el sitio en donde estaba anteriormente, antes de percatarse de toda aquella situación.

Phichit, gira su vista hacia su hermana, la que, ahora mantenía la mirada en alto, directamente hacia su rostro.

— Areeya...

— ¿Qué es todo esto? - interrumpe ella, con un evidente tono de molestia.

Phichit, torce sus labios temblorosos. Sus manos se empuñan, signo de los nervios que le invadían.

— Creo que, merezco una explicación...

— Te la daré, hermana...

El tailandés, emite un gran suspiro, para luego, tragar una gran bocanada de aire, intentando tomar valor para proceder a revelar a su hermana la verdadera situación.

— Y-yo... — balbuceó. — y... y el príncipe... — se detuvo. — ... somos amantes.

Areeya, sólo puede limitarse a mantenerse estática al oír aquello. Sin expresión alguna en su rostro, así es como ella, observaba a su hermano, el que, se mostraba completamente angustiado por la situación.

— Her-hermana... escucha... yo...

— ¿Cómo pudiste? — le interrumpió.

— Areeya, yo...

— ¿Cómo has sido capaz, Phichit?

— Lo sient...

— ¡¿Cómo has sido capaz de conquistar a un hombre tan guapo como el príncipe?!

Exclamó, totalmente consternada. Phichit, abrió sus ojos de la perplejidad. Una expresión de incredulidad se posó en su faz.

— ¿Q-qué...? — musitó Phichit, extrañado.

— Di-digo... — balbuceó la joven. — ¡Phichit, has enamorado al príncipe! — exclamó — ¡al prín-ci-pe!

Phichit, abre y cierra su boca varias veces, intentando articular palabra alguna, mas, nada salió de ella.

— ¡Por Dios!, ¡el príncipe es el hombre más guapo del reino!, ¡Phichit! — exclama, ejecutando divertidos movimientos con sus manos. — ¡¿cómo lo hiciste?!

— Bu-bueno... no lo sé...

— ¡Y yo que, intento siempre encontrar a un chico guapo!, ¡y tú te adelantas, y todavía con el príncipe!, esto es tan injusto...

Reclama la joven, rascando por detrás de su nuca. Phichit, no puede evitar reír ante la divertida reacción de su hermana.

— Pe-pero Phichit... — balbuceó, viniendo un recuerdo a su mente. — ¿a-acaso él... no estaba comprometido con la princesa Sala?

— S-sí... - respondió el moreno, con cierta tristeza.

— ¡Oh, por Dios! - exclamó Areeya. — ¡esto es demasiado extremo!, ¡es como las historias que cuenta Keko el juglar!

Una fuerte risa es emitida por Phichit. Areeya, no puede evitar reír junto a su hermano.

— Hermana, escucha... — susurró el tailandés, intentando mantener su compostura. — esto... necesito que guardes silencio.

— No te preocupes, hermano mayor. — dijo ella. — soy una tumba. No diré nada al respecto.

— Ni a mamá, ni a papá, ni a nuestra hermana.

— A nadie, hermano. ¡Lo juro!

Exclamó ella, dibujándose una gran sonrisa en su faz. Phichit, sintió una gran añoranza desplegar por su pecho.

— Confío en ti.

— Jamás te defraudaría, hermano. — susurró ella. — yo te amo.

— Y yo a ti, hermanita.

Ambos, se fundieron en un fuerte abrazo. Un abrazo revestido de total ternura y amor. Amor de dos hermanos que, podían confiarse los más grandes secretos del universo y, aún así, ellos jamás romperían su pacto.

Porque Areeya y Phichit, eran familia. Y la familia, siempre está allí para apoyar en todos los momentos, sean estos de luz u oscuridad.

Aquel peso, había sido puesto por una mera casualidad sobre los hombros y consciencia de Areeya. Una joven de quince años, la que, soñaba con convertirse en una juglar, para repartir por todos los países del mundo, historias románticas y de fantasía, como las de su hermano y como las que ella soñaba vivir.

Soñaba, vivir...

Aquellas palabras que, extienden sobre nuestro futuro nuestras más grandes expectativas.

Lo que nadie sabía, era que...

Aquel secreto confiado a Areeya, traería a uno de ellos un último aliento.

... Un último aliento.


Después de aquella conversación, Seung y Phichit, acompañaron a Areeya por las cercanías de su hogar, para así, asegurarse de que ella llegara sana y salva hasta el lugar.

La caminata hacia el palacio carmesí no duró mucho más. Ambos, entraron por el subterráneo, procurando evitar ser vistos por algún guardia real.

Entre la oscuridad del palacio, ambos se inmiscuyeron en sus respectivas habitaciones. Seung, antes de poder ir a sus aposentos, regaló un último beso en los labios a su servidor, para así, poder tener dulces sueños con el hombre al que amaba. Phichit, por su parte, imitó la misma acción, siempre, guardando el mayor cuidado posible.

El príncipe entonces, partió a su habitación. Una vez en ella, empezó a despojarse de sus ropas, decidido a descansar después del ajetreado día.

Sin embargo...

Un fuerte golpe en su puerta le advierte que, aquello no ocurriría. No al menos por ahora.

— Majestad. — llamó un guardia real, por el exterior.

— ¿Qué? — respondió el príncipe, con los peores de los ánimos.

— Su padre ha estado esperándolo, dice que, desea verlo ahora mismo, es un tema urgente.

Seung, rueda sus ojos con impaciencia. Un bufido de molestia es emitido desde sus labios, con la mayor pesadumbre posible.

— Voy.

— ¡Sí, señor!


Cuando el príncipe, se apersonó en el despacho de su padre, pudo ver a una persona acompañándole. Entrecerró sus ojos, desde la entrada, y entonces, él pudo reconocer de quién se trataba.

Era Sala, su prometida.

— Te estuvimos esperando, Seung. — musitó el rey, totalmente exasperado.

— ¿Dónde estuviste?, estuviste desaparecido todo el día... — reprochó la joven, notoriamente disgustada.

— Eso no importa. — respondió él, emitiendo un profundo suspiro de desconcierto. — ¿ocurre algo?, ha de haber alguna razón para llamar a mi presencia.

El rey, asintió con la cabeza. Con un ademán, indica al guardia real cerrar la puerta, para así, dejar a los tres conversar tranquilos.

— El padre de Sala, desea que vayas de visita su reino, junto a tu prometida.

Seung, arquea ambas cejas, sorprendido. Una expresión de disgusto se posa en su faz. Sala, nota de inmediato aquello.

— Es una invitación, Seung. - dijo ella, tomando a su prometido por una de sus manos, entrelazándola a la de ella.

— Realmente no me apetece su invitación. — respondió él, zafándose suavemente del agarre de la mujer. — padre...

—  No es una opción, Seung. — dijo seco. — es una obligación.

— Pero...

— El compromiso de ustedes, ya ha sido presentado formalmente en este reino, es hora de que, lo hagan formalmente en el Reino Crispino.

Un profundo suspiro de disgusto es emitido por Seung. Sus ojos cierran, intentando contener el desasosiego de aquello.

— Bien... — susurró él. — ¿Cuándo debemos partir?

— Hoy mismo. — respondió su prometida.

— Entonces arreglaré mis cosas. — se reincorpora de la silla. — daré aviso a mi servidor personal para que, pueda también arreglar las suyas.

— ¡¡No!!

Exclama Sala fuertemente. El rey y el príncipe, dirigen su vista hacia ella, totalmente extrañados ante tal reacción.

— Di-digo...

— ¿Estás diciéndome que, no puedo llevar a mi servidor personal? — pregunta Seung, totalmente consternado.

— N-no es necesario...

— Sala... — susurró el rey, de forma apaciguadora. — Phichit, el servidor personal de Seung, es su hombre de confianza. Es natural que, mi hijo tenga deseos de llevarlo.

Sala, siente una furia acrecentar en su interior. No. Ella, no permitiría que ''el servidor personal de Seung'', que, en realidad no era más que el amante de su prometido, se inmiscuyera nuevamente en sus planes.

No. Ella no lo permitiría.

— Me niego. — aseveró la princesa. — me niego a que mi prometido lleve a alguno de sus servidores.

—  No puedes prohibirme llevar a mi hombre de confianza, Sala. — respondió él, fulminándole con la mirada.

— Majestad. — susurró Sala, dirigiéndose al rey. — mi padre, ha dicho que, él dispondrá de todos los servidores posibles para mi prometido. Él, no quiere que sean enviados servidores desde este reino. Mi padre, desea recibirnos con el mayor esmero posible, por lo que, sería grosero de nuestra parte llevar a alguien de la servidumbre.

Aquello, tenía bastante sentido. El rey, dubitativo, empieza a analizar dicha situación. Seung, sólo pudo limitarse a observar totalmente consternado.

— Tienes razón. — aseveró el rey.

— Padre, escucha...

— No. — respondió seco. — tu prometida tiene razón. Si aquello, es el deseo del rey de la familia Crispino, entonces no debemos contradecirle. Esto, es una alianza entre reinos, debemos llevar las cosas en paz. — concluyó.

Seung, emite un bufido con total exasperación. De soslayo, observa el rostro de su prometida, con total rencor por lo dicho.

— Sólo serán cuatro días. — dijo ella, desviando a duras penas su vista de Seung. — no será mucho.

— Bien. — respondió el rey. — Entonces, adelante. Seung, ve a arreglar tus cosas, dentro de diez minutos, habrá una carroza esperando a las afueras del palacio. Desde allí, partirán al Reino de la familia Crispino.

El príncipe, con furia lanzaba sus cosas sobre la cama. Sentía total consternación por la situación. Del sólo hecho de pensar que, debía pasar cuatro días lejos del palacio, generaba un terrible sentir en él.

Cuatro días.

Cuatro días lejos de Phichit.

Porque sí. En realidad, esa era la razón por la que su malestar era tan grande. Si tan sólo, él pudiese llevar a Phichit junto a él, no estaría sintiendo tanta rabia por la situación.

Sin ningún tipo de cuidado, y, sin tomar importancia a lo que llevaba, Seung empaca sus cosas, para luego, salir de su habitación con la peor disposición posible.

Pero, antes de poder salir al exterior del palacio, Seung se dirige hacia la habitación del tailandés.

— ¿Phichit? — susurró, mientras que, con suavidad golpeó la puerta de la habitación.

Para su buena fortuna, el moreno no tarda en abrir la puerta. Una tenue sonrisa se dibuja en sus labios.

— Majestad, pensé que... usted ya estaba descansando...

— ¿Puedo pasar? — susurró, mirando a sus alrededores, comprobando la presencia de algún posible testigo.

— Claro que sí.

El príncipe, se adentra de forma rápida en la habitación de Phichit. De un solo golpe, lanza su bolso hacia un costado, sin tomar importancia al aparente daño que podrían sufrir sus pertenencias.

— ¿Ocurrió algo...? - preguntó el moreno, temeroso.

— No, nada realmente... — respondió el príncipe, intentando apaciguar la situación.

El azabache, suavemente se aferra a la cintura de su servidor, quedando ambos, a tan sólo unos pocos centímetros. Seung, con la delicadeza de una flor, comienza a acariciar el bello y terso rostro de Phichit, admirando cada centímetro de tierna facción.

— Debo irme... —musitó apenado.

— ¿Q-qué...? — preguntó el moreno, dibujándose una expresión de angustia en su faz. — ¿c-cómo que debe irse...?

— Tranquilo... — murmulló, depositando un leve beso en la frente del joven. — no será por mucho, sólo cuatro días.

—  ¿A dónde...?

— Debo ir al reino de la familia Crispino. Están demandando una presentación formal de mi compromiso con Sala.

— ¿No puedo acaso acompañarle? — preguntó el tailandés, dibujándose en su rostro una expresión de amargura. Seung, desvió su mirada por un momento, apenado ante tal situación.

— No... —  murmulló con tristeza. —  ellos, han pedido de forma encarecida la ausencia de mis servidores, lamentablemente.

Phichit, baja su mirada con desasosiego. En un movimiento suave, aferra su rostro hacia el pecho del príncipe, fundiéndose en un fuerte abrazo.

— Voy a extrañarlo... — susurró con suavidad.

— Y yo a ti, demasiado... — respondió igualmente.

El príncipe, toma el rostro de su servidor, con suavidad. Por largos segundos, ambos hacen contacto visual directo, admirándose el uno al otro, con total detenimiento y con los sentidos entumecidos en las facciones del otro.

Ambos, van acortando distancia de forma progresiva, hasta que, ambas bocas, se funden en un profundo beso.

Un beso pasional, el que, revestía el infinito amor que cada uno sentía por el otro. Un beso que, anticipaba la infinita lealtad que ellos sostendrían a pesar de las adversidades. Un beso que, advertía desde ya que, incluso, si el aliento llegaba a su límite, ellos jamás doblegarían la mano al opresor.

Al opresor...

Al mismo que, con el mayor de los sadismos querría verlos derrotados. Al mismo que, con la ofrenda de riquezas, querría corromper el pulcro amor que ellos sentían.

Al opresor que... no tenía idea de cuál era el límite del amor que ellos experimentaban. Porque, nadie, ni siquiera ellos, conocían tal límite.

Ambos, se separaron apenas un poco. Sus respiraciones agitadas y acaloradas, golpeaban la faz del otro, sumergiendo a ambos en lo más profundo de lo utópico.

Seung, deposita un pequeño beso en la nariz de Phichit, en una acción revestida de ternura. Phichit, imita la misma acción, aferrándose fuertemente a Seung, como si...

Como sí no quisiera dejarle ir.

— Ya es hora... — susurró el príncipe, acariciando el cabello del moreno.

— Sí... — respondió Phichit, muy a su pesar.

El príncipe, regala un último beso fugaz en los labios de Phichit, para luego, dedicar una radiante sonrisa al amor de su vida.

— Nos veremos en cuatro días.

— Sí, majestad...

— Cuídate, por favor, por lo que más quieras... — se detuvo. — cuando vuelva, quiero encontrarte sano y salvo.

— Así será... — respondió él, besando le mejilla al príncipe.

Seung, a duras penas y, muy a su pesar, se dirige hacia la salida de la habitación.

—  Te amo.

— Y yo a usted.

Phichit, regala una gran sonrisa al príncipe. Una sonrisa invadida de ingenuidad e inocencia.

Aquella misma sonrisa que, fue la responsable de causar tal alboroto en el príncipe. Aquella misma sonrisa que, le tenía totalmente embobado, hasta en lo más profundo de su inconsciente.

Una última sonrisa.

Una última sonrisa antes de que, la bella curva de Phichit, clausurara por un tiempo la magia de ella.

Una última sonrisa antes de que, el sadismo y la brutalidad, se encargaran de destruir el bien más preciado del príncipe.

El bien más preciado del príncipe...

El que, sería corrompido ante la monstruosidad e irracionalidad de los instintos más bajos del ser humano...

En la época más oscura de la historia de la humanidad...

La noche no tardó en desvanecerse, para luego, dar lugar al alba.

El Rey, permanecía en su despacho temprano por la mañana, a primera hora. A pesar de su aparente calma, la verdad era que, el rey tenía un caos por dentro. No dejaba de generar ruido en él, la aparente homosexualidad de su hijo.

Él, no sabía aún con exactitud si Seung, había vuelto a ''enfermar'' de lo mismo, aunque, las sospechas eran cada vez más y más fuertes.

— Mi señor.

Interrumpe un guardia real en el despacho. El rey, da un pequeño respingo, para luego, dirigir su vista hacia el hombre.

— ¿Qué ocurre?

— El señor Snyder Koch ya está aquí, ¿le hago pasar?

— De inmediato.

No pasó gran tiempo hasta que, un hombre de contextura delgada y alta, apareció por el despacho del rey. El hombre, vestía ropajes propios de los clérigos. Su cabeza, estaba revestida de largas canas, las que, estaban perfectamente peinadas.

— Rey Jeroen.

— Señor Snyder.

El rey, extendió una silla ante el inquisidor. Éste, tomó asiento sin chistas palabra alguna. El noble, hizo un ademán con la mano al guardia, exigiendo se retirara del lugar.

— Me disculpo por haberme apersonado en este palacio días después de su llamado, majestad. Sabe usted que, la labor de un inquisidor es extenuante. En estos momentos, estoy a cargo de varias labores investigativas y juicios inquisitoriales.

— No se disculpe, señor Snyder. — dijo el rey. — entiendo que, es usted un ocupado hombre de Dios.

— ¿En qué puedo yo serle útil, señor?

— Hay algo de lo que, quisiera hablarle...

Un silencio lúgubre se acentúa entre ambos. El inquisidor, carraspea su garganta, en un intento de quebrantar aquella atmósfera.

— Es sobre mi hijo, Seung-Gil. —  se atrevió a decir.

— Claro, el príncipe. — replicó él. — ¿qué ocurre?

El rey, desvía su mirada. Una terrible vergüenza desolladora penetra en su orgullo.

— Recuerda usted que... cuando Seung-Gil era un niño, él... estaba enfermo.

— Sea más específico, majestad.

— ... Él, gustaba de los hombres.

Otro silencio desollador se acentúo entre ambos. El inquisidor, arquea ambas cejas, completamente asqueado ante lo dicho por el rey.

—  Claro, como olvidar algo como eso.

— Creo que... — se detuvo. — ... ha vuelto a enfermar.

— Eso es imposible. — protesta con molestia. — las palabras del evangelio han de ser suficientes para curar al príncipe de tal asquerosa aberración.

— Lo sé, pero...

— Está usted poniendo en duda la palabra de Dios, majestad. — protestó con enojo. — ha usted de ser el rey, pero poner en duda la veracidad del evangelio, no es más que un acto de herejía.

— Señor Snyder. — interrumpió el rey, entre dientes, conteniendo la rabia desbordante. — no estoy poniendo en duda el evangelio, sino que... —  se detuvo. —  es quizás alguien externo el culpable, y no mi hijo ni el evangelio.

—  ¿Qué está diciendo? — preguntó.

— Necesito saber si, hay alguien en la vida de mi hijo. Alguien que, produzca tal alboroto en él, tanto que, ha sido corrompido.

— ¿Tiene usted pruebas claras de que su hijo ha vuelto a enfermar de lo mismo?

— No. — respondió el rey. — no las tengo por ahora.

—  Majestad, no puedo nada hacer yo al respecto. —  musita. — mis labores investigativas residen sólo para la potestad eclesiástica, lo que usted me pide no sería más que una labor fuera de mi competencia.

— Lo sé. — asintió el rey. — es por eso que, yo me encargaré de buscar pruebas, sin embargo, cuando las encuentre, necesito que usted, se haga cargo de la interrogación.

— Oh... — susurró con sorpresa. — bien, eso es razonable. Sin embargo... ¿qué gano yo a cambio de tales labores interrogativas?

El rey, de un movimiento rápido, agarra un saco desde bajo de su mesa, para luego, extenderlo ante el inquisidor.

— Quinientas monedas de oro, señor Snyder. — dijo fuertemente, mientras, extendía en las manos del inquisidor el pesado saco.

— Vaya... — murmulló. — no podía esperarse menos de usted, majestad.

—  Encontraré las pruebas necesarias. Luego de ello, demandaré su presencia en este palacio.

—  Perfecto.

—  Entonces nos vemos, señor Snyder Koch. 

—  Nos vemos, Rey Jeroen.

Después de unos minutos de aquella conversación, el inquisidor volvió a sus labores habituales. Sin embargo, el rey demandó de inmediato la presencia de Baek en su despacho.

— ¿Me ha usted llamado, mi señor? — preguntó el joven, ladeando su cabeza por el borde de la puerta.

— Entra, Baek. — ordenó. — Y cierra esa puerta, ahora mismo.

— Sí, mi señor.

El joven, se adentra en el despacho del rey, para luego, proceder a tomar asiento.

— Tengo una tarea sumamente importante que darte. — dijo de forma lúgubre, cruzando sus manos a la altura de su rostro. Baek, siente su cuerpo estremecer.

— ¿De qué trata, mi señor?

— He traído hasta el palacio al inquisidor Snyder Koch.

Baek, siente como una horda de desesperación se acentúa dentro de él. ¿A un inquisidor?, ¿a Snyder Koch?, ¿no era acaso ese mismo inquisidor el más temerario y sanguinario del reino?

— Tranquilízate. — dijo el rey. — él no hará daño a Seung, bajo ninguna circunstancia.

— ¿Está seguro, majestad...?

— Sí. — replicó él. — tengo otra idea en mente, es por eso que, necesito de tu ayuda.

Baek, asintió con su cabeza, para luego, proceder a escuchar con atención al Rey.

— Necesito que consigas pruebas. Dame alguna prueba clara que, deje en evidencia que Seung, ha vuelto a enfermar de lo mismo.

—  ¿Cómo consigo algo como eso, mi señor...?

—  No lo sé. — respondió. —  tienes todo mi permiso de ejecutar las acciones que estimes pertinentes, pero, consigue las pruebas. Si requieres inmiscuirte en la habitación de Seung, entonces hazlo.

Baek, abre sus ojos de la perplejidad al oír aquello. El rey, estaba dando a él muchas atribuciones.

— Haz lo que tengas que hacer. — replicó. —  sin embargo, necesito que ningún servidor vea lo que estás haciendo, ¿lo entiendes?

— Sí, majestad.

— Sabía que, siempre podía contar contigo, Baek.

—  ¿Está usted seguro, mi señor, de que ese inquisidor no hará daño al príncipe?

—  Baek... —  susurró el rey, de forma apacible. — yo jamás podría hacer daño a mi propio hijo, sabes tú cuanto amo yo a Seung-Gil.

El joven, sólo se limita a asentir con su cabeza.

— Esto es por su propio bien. — añadió. —  ahora, por favor, ve y busca pruebas. Hazlo por Seung.

—  Sí, majestad.

Baek, tenía ya una idea en mente respecto de aquello. Él, se inmiscuiría en la habitación del príncipe, pero, aquello no podría hacerlo él sólo...

Y Baek...

Ya tenía a alguien en mente. Sabía perfectamente, quien podría ayudarle en su tarea. Él, no perdería más tiempo al respecto, apenas maquinó su plan, éste empezó a andar.

Phichit, aquel día no despertó temprano por la mañana. La ausencia del príncipe, le hacía sentir todo muy monótono y aburrido, así que, ese día, permaneció en la cama más de la cuenta.

De pronto, siente como alguien llama a la puerta. Phichit, con la ingenuidad que siempre le caracterizaba, abre ésta sin ningún tipo de miedo o sospecha.

Sin embargo...

Miedo fue lo que sintió, apenas divisó quien era el responsable de tal llamado. Rápidamente, intenta cerrar la puerta, sin éxito.

La persona que, provocó tal miedo en Phichit, se adentró en la habitación de un solo movimiento, cerrando la puerta tras de sí, quedando con el tailandés dentro de la habitación.

Phichit, se arrinconó en una esquina, observando totalmente perplejo la escena. Sus ojos cristalizaron y su boca emitía pequeños alaridos del susto.

Sintió como su cuerpo paralizaba del miedo.

— ¿Qué pasó? — habló el individuo, divertido. — ¿te has congelado del miedo?

Dijo, con un divertido tono de voz. Phichit, sentía que iba a desvanecer.

— J-J-Je...Jen... — balbuceó, con su voz temblando por completo.

No. Phichit, simplemente no podía creer lo que sus ojos divisaban ante él.

Era Jen.

Con sus ojos aguados, delineó el rostro del joven, el que, se hallaba desfigurado por causa de aquella noche. Jen, parecía totalmente divertido ante el aterrado semblante del moreno.

— ¿Cómo estás, Phichit? — dijo, acercándose hacia el moreno.

Phichit, lanzó un fuerte alarido del susto. Jen, se acercó a él rápidamente, tapando su boca con fuerza.

— Cierra la puta boca, ahora. — ordenó. — cierra la puta boca, o te mato.

El tailandés, trataba de arrancar las manos del joven por todos los medios. Su vista aterrada, sólo podía limitarse a observar el rostro herido de Jen.

— ¿Qué pasó? —  preguntó. — ¿te gusta mi rostro, Phichit? — murmulló entre dientes, aprisionando con más fuerza la boca del moreno, para luego, soltarlo de un solo golpe.

Una gran bocanada de aire es soltado por el moreno. Un pequeño hilo de saliva escurre desde sus labios, signo de la asfixia que había sufrido.

— ¿Q-qué ha-haces aquí? — preguntó aterrado, arrastrándose hacia el rincón de la habitación.

— Vine a cobrar lo que quedó inconcluso la noche pasada, ¿lo recuerdas?

Una terrible expresión de angustia se pasmó en la faz de Phichit. Fuertes carcajadas empezaron a ser emitidas por Jen.

— ¡Hubieses visto la expresión de tu rostro! — exclamó. — no, no vine a cobrar lo de la noche pasada, aunque, las malditas ganas no me faltan.

— ¿E-entonces... q-qué...?

— Phichit... —  susurró Jen, acercándose nuevamente hacia el menor. Phichit, retrocedió con el miedo desbordando. — no sólo seré yo quien me encargue de ti.

—  ¿Q-qué...?

—  Estás a punto de vivir un verdadero infierno, pequeña mierdecilla. ¿Recuerdas la noche en que quemaste mi rostro?

— ¡¡Yo no quería hacerlo!!

— ¿De qué me sirven tus lamentos?, nada borrará esta maldita cicatriz de mi piel.

— ¡¡Si tú no me hubieses intentado violar, nada de eso te habría ocurrido, yo sólo intenté defenderm...!!

— ¡¡Cállate!! — exclamó Jen, totalmente fuera de sí. Phichit, soltó un agudo alarido. — si tú... si tú no te hubieses resistido, nada de esto habría pasado.

— ¿Q-qué...?

Phichit, sintió un terrible asco invadirle. ¿Acaso él estaba diciéndole que, nada de eso habría ocurrido si no hubiese opuesto resistencia?, eso era algo sumamente descabellado, es decir... ¿al final él, era el culpable de tal situación?

— Conocerás el verdadero sufrimiento, te lo aseguro.

Dijo Jen, para luego, retirarse rápidamente de la habitación. Phichit, sintió como la puerta era bloqueada por fuera. De forma desesperada, Phichit intentaba abrirla, sin embargo, no tuvo éxito alguno.

—  ¡¡Ayuda, por favor, auxilio!!

Exclamaba desesperado, suplicando que, alguien pudiese oírle. Sin embargo, nadie estaba en aquellas cercanías, por lo que, eran inútiles sus esfuerzos.

Jen permanecía en aquel lugar, vigilando que, nadie se acercara hasta aquel sitio. Por otro lado, Baek se encontraba ya en el interior de la habitación del príncipe, registrando de forma incesante, para así, hallar alguna pista al respecto.

Por debajo de la cama, en sus ropajes, en los muebles, e inclusive, entre las joyas... pero nada.

Baek, por más esfuerzos que hiciera, no podía hallar nada que constituyera una pista lo suficientemente clara.

— ¡Eh! — exclama Jen, desde el exterior de la habitación. — ¡Baek, apresúrate, pueden venir algunos servidores!

— ¡Maldita sea! — responde Baek. — ¡Ya!, ¡estoy haciendo lo que puedo!

Rápidamente, empieza a hurgar entre algunas cajas que yacían en el tocador de la habitación. De pronto, por causa de un torpe movimiento, una de las cajas cae al suelo, desparramando por allí todo lo que yacía en su interior.

Baek, mira por el rabillo del ojo aquellos objetos, sin tomar alguna importancia alguna. Sin embargo, un fuerte brillo azulino encandila los ojos del joven, provocando que, forzadamente él tomara atención en aquel sitio.

Y entonces Baek, se percata del objeto responsable de aquel atrayente brillo.

El joven, escéptico, toma el objeto entre sus manos, acariciando suavemente, como sí, aquello constituyera un verdadero enigma.

— Un cuadernillo.

Susurra de forma casi imperceptible. E, impulsado por la curiosidad e intensidad del momento, Baek, abre aquel cuadernillo, admirando por completo el contenido de su interior.

''... Ayúdame a tomar control sobre mí, no dejes que él gane más terreno sobre mí.

Él, se está apoderando de mi alma.

Él, se está apoderando de mis pensamientos.

Él... se está apoderando de mi amor.''

De mi amor...

Fue tan sólo un fragmento que Baek pudo leer, antes de que, sus mejillas estuviesen empapadas de incesantes lágrimas. Con sus manos temblorosas, sostenía apenas el cuadernillo, intentando contener la frustración interior que acrecentaba con brutalidad.

— Seung... ¿por qué...? 

De pronto, un fuerte grito saca a Baek desde sus pensamientos.

— ¡Baek, maldita sea, apresúrate!

Exclama Jen, con una evidente molestia en su tono de voz. Baek, rápidamente seca sus lágrimas, para luego esconder el cuadernillo en sus ropajes. Una vez logrado el propósito, el joven sale de la habitación, procurando como si, nada hubiese ocurrido.

El cuadernillo fue llevado de inmediato al rey, y éste, no pudo creer todo lo que podía leer en el cuadernillo de su hijo.

El rey, empezó a romper todo a su camino. Los adornos de cristal explotaron cuando, una de sus grandes manos azotó la extensión de la pared. Fuertes bramidos de ira eran perceptibles inclusive fuera del despacho. Baek, sintió un miedo inconmensurable recorrer por su espina.

—   Vayan a la aldea y busquen al inquisidor, rápido. — demando de inmediato, con su mirada desbordando de furia.

—  Sí, se-señor... — respondió uno de sus guardias, para luego, salir despavorido de la habitación.

Baek, sólo podía limitarse a agachar su mirada, aterrorizado ante la reacción del Rey.

— Baek. — llamó el rey fuertemente. El muchacho, levantó apenas su vista.

— Dímelo ahora. — musitó. - dime ahora todo lo que sepas de esto.

El rey, fulminó a Baek con la mirada. El muchacho, bajó su mirada de inmediato, invadido del pavor que acrecentaba dentro de sí.

— N-no sé nada al respecto, se-señor...

— ¡¿Cómo que no sabes nada, maldita sea?! — exclamó en un bramido.

— Pe-pero... — se detuvo. — Sé de alguien que... podría tener valiosa información.

El rey, se reincorpora de inmediato de su despacho, dando un gran respingo. Con la mirada, intimida a Baek, para luego articular;

— Dime ahora, quién es esa persona que tiene valiosa información.

Una leve sonrisa se dibuja en los labios del joven, para luego articular;

—   Phichit Chulanont, señor. — murmulla. — él, tiene valiosa información respecto de su majestad. El príncipe, confía todo a él, inclusive lo que usted menos podría imaginarse.

Phichit, ya se había resignado a seguir gritando por ayuda. Con pesadumbre, se reincorporó en la cama, esperando a que alguien, pasara por allí cerca. Quizás así, él podría ahorrar energías y suplicar por asistencia cuando oyese a algún servidor pasar por fuera.

— Phichit.

Oye el moreno decir a alguien desde el exterior. Rápidamente, da un gran respingo, para luego, articular.

— ¡Ayuda, por favor!

El bloqueo de la puerta, es arrebatado, para que posteriormente, ésta abriese de par a par, dejando ver a contraluz, la silueta de un gran y corpulento hombre.

— ¡¿Ma-majestad?!

Exclama Phichit, totalmente consternado ante la presencia del rey, quien, le miraba de soslayo.

— ¿Estás bien? — preguntó el mayor.

— S-sí, majestad, muchísimas gracias. — contestó el moreno, ejecutando de forma incesante, varias reverencias al rey.

— Vine a verte porque, necesito de tu ayuda. — murmulla el rey. Phichit, arquea una de sus cejas.

— Claro majestad, estoy a sus órdenes.

— Debes dirigirte a mi sector del palacio. Estarás a cargo de la limpieza de un cuarto. — ordenó sin titubeos. — acompáñame ahora, no pierdas el tiempo.

— ¡S-sí, señor!

Era una habitación subterránea. Al parecer, allí se guardaban las distintas indumentarias para los fines de aseo en el palacio. Phichit, comenzó por barrer las esquinas, las que, estaban acumuladas de telas de arañas.

Abrió las cortinas, dejando entrar en el lugar la luz solar. Miró hacia el exterior; vio el riachuelo al fondo. Entonces recordó.

Recordó cuando, el príncipe confesos sus sentimientos hacia él, por primera vez. Una tenue sonrisa se dibujó en sus labios. Un gran sentimiento de añoranza y paz se extendió por el horizonte de su alma.

Phichit, comenzó a entonar una divertida canción que, había sido oída por él en la celebración del pueblo. Con divertidos movimientos, Phichit empezó a ejecutar los mismos pasos que recordaba de los trovadores. Una tierna risita arranca de sus labios.

— Hey.

Escucha apenas Phichit por detrás de él. Era una voz masculina, la que, ya parecía serle demasiado familiar. Despacio, Phichit ladea su cabeza, para así, poder ver al responsable de aquel llamado.

.

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Bienvenido al infierno, Phichit.

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Un fuerte crujido resuena en su cabeza. De un solo golpe, impacta seco en el suelo. Gotas de sangre escurrían por su nuca, empapando por completo sus negras hebras.

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Phichit despierta al tiempo después. Todo le da vueltas. Su respiración se torna pesada y descontinuada. Un dolor insoportable se acentúa en su cráneo, producto del terrible golpe.

Sus ojos están completamente abiertos, pero, sin embargo, él no puede ver nada. Phichit, logra escuchar a su lado dos antorchas de fuego ardiente y rebosante, pero, aun así, con sus ojos abiertos, él no logra divisar nada.

Sólo oscuridad...

Una espesa oscuridad...

Porque, claro... entonces Phichit, pudo apenas entender lo que ocurría.

Se sentía ahogado, sus ojos abiertos, no podían divisar nada, no podía mover ni sus extremidades. Ni el más mínimo músculo.

Porque Phichit...

Él...

Estaba en el calabozo de los ciegos.

.

.

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¡Hola!, espero que, este capítulo haya sido de vuestro agrado, dentro de lo posible, claro... xD

¡Tengo algunas cosas que decir al respecto!

1° ¡Rayos!, disculpen la demora ;v; estuve muy ocupada estas dos últimas semanas, eso además, afectó en mi inspiración, asi que, pls, perdónenme.

2° Desde ahora en adelante, las actualizaciones del Palacio Carmesí serán más dispersas. Es muy posible que, ya no sea todos los fines de semana, sino que, cada dos semanas o más, esto porque, ahora se me pone más difícil (de lo que ya es) la vida académica x-x

3° ¡El Palacio Carmesí será traducido al inglés!, estoy trabajando con una persona muuuuy dulce que, me ofreció su ayuda para esto, así que, dentro de poco deberiamos tener ya el primer capítulo traducido uvú.

4° Los próximos dos capítulos, son de alto impacto. Así que, dejo desde ahora el aviso, no me digan que después no les avisé.

5° ¡Y no por ello menos importante!, este capítulo va dedicado a NewYorkBlues, ¿por qué?, porque estoy muy agradecida y honrada. Leí el otro día tu entrevista que diste para una página de facebook, cuando te preguntaron sí, tenias algun fanfic de YOI favorito, entre dos que nombraste, nombraste esta historia. Realmente, me sentí muy feliz y dichosa, por eso, por la felicidad momentánea que me has hecho experimentar, es que este capítulo va para ti, con todo mi kokorito. <3

No hay nada más que deba agregar, por el momento. Espero como siempre, que haya sido de vuestro agrado, un abrazo a todas, lectoras bonitas.

¡Nos leemos en la próxima actualización!

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