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Dos.

ANTES DE LEER; quiero aclarar algunos puntos.

1° El capítulo me quedo super largo, como siempre. xD

2° ADVERTENCIA; este capítulo me quedó especialmente fuerte, contiene partes que podrían herir la sensibilidad de alguien, así que ojo ahí. 

3° He puesto un vídeo con una canción. Esa canción es relevante en la historia, aunque no en este capítulo. Sin embargo la pongo para que puedan oírla, porque es esa canción con la que Phichit y Seung descubren que están enamorados. (saldrá en un cap. más adelante, pero igual la subo)

4° Tomen especial atención a algunas partes del capítulo, de forma implícita intento dar pistas de algunas situaciones que voy a descifrar más adelante.

5° Espero sea de su agrado. uvú

GLOSARIO.

1.- La doncella de Hierro. > Máquina de tortura en la edad media. Esta estructura era hueca y cabía una persona dentro, pudiéndose colocar en forma vertical. Dentro, la parte frontal tenía 8 grandes, filosas y mortales púas que penetraban fácilmente la carne de quien se colocaba allí. Al cerrar la puerta las púas se introducían en la carne y terminaban por matar a la víctima por un desangramiento. 

2.- Whitania Somnífera. >  Como su nombre lo indica, es una planta de propiedades somníferas y sedantes. Es conocida popularmente como la hierba del sueño o solano acarreador de sueño.

3.- Diamante, Zafiro, Esmeralda, Rubí y Piedra deLuna. > Piedras preciosas, o también, conocidas como gemas. Son de un gran valor. 

(Sé que los glosarios suelen ir al final de la lectura, pero a mí me importa que sepan de qué se trata cuando lean. Ahora sí, me retiro jeje). 

**********

Los primeros rayos del sol traspasaron aquellas cortinas sucias de su cuarto. Oyó a lo lejos, entre sus oídos entumecidos, pasos y voces que no le parecían familiares. Un ambiente extraño y una cama áspera. No sintió el calor de aquel hogar al despertar, encontrándose de frente, con paredes color durazno y una vela consumida por el fuego.

El día había comenzado. Era hora de iniciar con aquella incierta y tortuosa experiencia.

7:30 am. Verificó en el reloj.

Lentamente sacude sus ropas, saliendo de la habitación y dirigiéndose a los baños comunes, para así, asearse junto al resto de servidores. Mas, grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que, en realidad ya la mayoría de servidores no estaban allí.

Cuando entró, recogió agua de los tambores, para así, mojar su rostro y despertar, tratando de agudizar sus reflejos, los que aún se hallaban medios entumecidos.

—Con ese poco de agua no será suficiente.

Oyó Phichit a su lado. Y, lentamente, mira por el rabillo del ojo al emisor de aquellas palabras.

—Esa piel está oscura aún está sucia. Necesitarás más agua —emitió aquellas palabras, entre carcajadas burlonas.

Phichit rodó los ojos, ignorando aquellas palabras del joven que de forma incesante le molestaba cada vez que le veía.

—Baek, deberías dejar en paz al nuevo, no te ha hecho nada —regañó por detrás un joven más alto que éste.

—Cierra la boca, Jen, no es de tu incumbencia —dijo Baek, tomando sus cosas y retirándose del lugar.

Jen solo giró los ojos con molestia.

—¿Estás bien? —preguntó el joven a Phichit.

—Sí, gracias, estoy bien —respondió Phichit, sin hacer mucho caso al joven que ahora le acompañaba.

—Él es así con todos, no te sientas ofendido, solo debes aprender a convivir con él.

—Lo tomaré en cuenta, gracias —respondió Phichit, sin hacer mucho caso.

Jen miró confuso a Phichit, recordando que, se trataba del chico que anoche estaba con ellos compartiendo en la habitación de los servidores.

—Oye, ¿no eres tú el nuevo servidor personal de su majestad? —preguntó Jen, captando la atención del moreno.

—Sí, soy el servidor personal del príncipe —respondió.

Una gran sonrisa se dibujó en el rostro de Jen, lo que Phichit captó de inmediato.

—Ahora entiendo porque Baek te molesta tanto... —susurró.

Phichit le miró con atención, arqueando una ceja.

—Baek está enamorado del príncipe, desde que tengo memoria.

El tailandés abrió los ojos de par a par, totalmente perplejo ante aquello. Removió su cabeza cuando logró salir del trance.

—¿Q-qué has dicho? —preguntó intrigado.

—Es un secreto a voces. Por eso él es tan leal al príncipe, aunque su majestad nunca lo considere para nada. Él es el servidor más antiguo que tiene.

Una extraña sensación se posó en el estómago del moreno, se removió con una sensación de incomodidad.

—Y-y... ¿Cómo sabes que está enamorado del príncipe? —preguntó intrigado.

—Bueno, una vez le escuché masturbándose en una habitación, mientras jadeaba el nombre del príncipe. A veces, entre dormido susurra el nombre de su majestad, soñando quién sabe qué tipo de cosas.

Phichit se removió avergonzado, frunció el ceño.

—¿Pasó algo? —preguntó Jen, notando la expresión en el rostro de Phichit.

—N-no, no es nada, es solo que...

—¿Umh?

—N-no es nada... gracias por la información, Jen —dijo, intentando retirarse del lugar.

—¡Oye! —exclamó Jen, tomándole del brazo y deteniéndole.

Phichit le observó confuso.

—No vayas diciendo esto por los pasillos... si se entera el príncipe, un inquisidor no tardará en hacerse presentes... —susurró Jen, dibujándose en su rostro una expresión aterrorizada— Si alguien importante se entera de esto, matarán a Baek por ir en contra de la voluntad de Dios. Es cierto, es muy grosero, pero ninguno de los dos quiere que Baek sea asesinado, ¿verdad?

—N-no, claro que no... —susurró Phichit, igual de aterrado que Jen.

—Bueno, creo que nos hemos entendido entonces. Debo irme, adiós —dijo, retirándose del lugar con una gran sonrisa.

Phichit quedó paralizado por unos segundos en aquel lugar. Sintió como un aire frío recorrió su espina dorsal, y de un momento a otro, sintió mucho miedo.

¿Inquisidores? ¿Voluntad de Dios? —se preguntó angustiado.

¿Y si él ya había ido en contra de la voluntad de Dios? El hecho de pensar aquello le aterrorizaba, pues, Phichit al ser forastero, no compartía varias creencias predominantes en aquella sociedad, por lo que, quizá de forma involuntaria, ya había ejecutado ciertas conductas rechazadas por las imposiciones religiosas de aquel lugar.

Sacudió su cabeza nervioso al sentirse colapsado por un momento. Realmente, Phichit no era un hombre de creencias religiosas, pues, su vida siempre había girado en torno al arte, a lo que él, siempre creía en la superioridad del hombre como un ser divino, no tomando en cuenta jamás, la existencia de un ser abstracto del cual no pudiese probarse su existencia. Su forma de ver la vida en torno al arte, le había hecho forjar aquel pensamiento y prevalecer su desarrollo espiritual en torno a sus habilidades artísticas, en vez de sujetar su proceder a las imposiciones de un ser del cual jamás había recibido nada a cambio.

Si todo esta postura suya, fuese expuesta a un miembro del tribunal eclesiástico, seguramente Phichit hubiese sido asesinado de la forma más cruel posible, y él, lo supo desde aquel instante. Phichit, era un completo hereje.

—Debo ir a atender al príncipe... —pensó en un momento, saliendo abruptamente de sus tortuosos pensamientos.

Rápidamente salió de aquel lugar, dirigiéndose a la habitación del príncipe Seung. Una vez allí, golpeó la puerta de forma incesante, pero no recibió respuesta alguna.

—¿Su majestad? ¿Está despierto? —preguntó con un fuerte tono de voz, sin dejar de golpear la puerta.

Pero, no recibió respuesta alguna. Phichit, empezó a preocuparse.

—¿Dónde estará? —susurró extrañado.

Sin perder más tiempo, se dirigió a los comedores comunes, allí donde se hallaban todos los servidores. Para su sorpresa, estaban todos sentados comiendo, encontrándose con sus amigos al final de la sala, aguardando un lado para él.

—¡Phichit, acércate, te hemos guardado un espacio! —exclamó Emil, dibujando una gran sonrisa.

—¡Chicos! —exclamó el moreno, corriendo rápidamente a donde se hallaban ellos.

—Siéntate, llegas justo a tiempo —dijo Yuuri, entregando a Phichit algo de comer.

—Me gustaría sentarme, pero...

—¿Qué ocurre? —preguntó Guang

—Debo atender primero a su majestad, y no le encuentro por ningún sitio, ¿ustedes le han visto? —preguntó.

Todos negaron con la cabeza.

—Ha salido temprano por la mañana —dijo Leo, apareciendo por detrás y sentándose junto a Guang.

—¿Saliendo? ¿Y a dónde? —preguntó Phichit.

—Lo desconozco, pero lo vi a eso de las seis saliendo del palacio junto a un guardia. Al parecer iba con dirección a la aldea —explicó Leo, echando un trozo de pan a su boca.

Phichit agachó la mirada con preocupación.

—No te preocupes, Phichit. Ven, siéntate a comer, luego ve a buscarlo —dijo Yuuri, parándose de la mesa y tomando del brazo a su amigo, para dirigirlo a su lado.

Phichit no tuvo de otra, simplemente no podía negarse ante su amigo. Con una gran sonrisa recibió todo lo que le era ofrecido por sus compañeros, los que, realmente hacían de su estancia en aquel palacio, algo mucho más llevadero y agradable.

La comida estaba realmente buena, pues, entre los servidores, gozaban de la presencia de dos excelentes cocineros; Emil y Yuuri.

Phichit reía y degustaba de aquella buena compañía junto a sus compañeros, cuando de pronto, mira hacia un lado de aquella extensa y alargada mesa, haciendo contacto visual directo con otro de los servidores.

Mira por unos segundos a Jen, quien, le miraba fijamente desde el otro extremo de la mesa. El joven, sonríe a Phichit, para luego, guiñar un ojo al moreno. Phichit por su parte, sonríe de forma tímida, sin entender la reacción de Jen.

—¡Phichit! ¡Te estoy hablando! —exclamó Yuuri, con molestia.

—¡Ah! —exclamó Phichit, saliendo de aquel trance—, disculpa ¿Qué pasa? —preguntó.

—Te pregunté que, ¿cómo te ha tratado el príncipe?

¿Cómo me ha tratado el príncipe...? —resonó aquello por la mente del moreno, y recordó...

''Me equivoqué, Phichit. Quiero que sonrías cuanto tiempo sea necesario. ''

Al resonar aquello por su mente, y dibujarse la escena nuevamente ante sus ojos, sintió Phichit su cuerpo estremecerse. Un calor abrasador inundó sus morenas mejillas y su semblante se tornó nervioso.

¿Por qué el recordar aquella acción del príncipe le estremecía de tal forma? Aun no encontraba una respuesta lógica a eso.

—¿Phichit? —interrumpió Yuuri en sus pensamientos—. ¿Estás bien? —preguntó, al notar a su amigo fuera de sí.

—¡A-ah! —exclamó—, e-estoy bien... —susurró— El príncipe me ha tratado bien hasta ahora, además, no es como si yo le haya dado motivos aún para que me castigue.

Yuuri sonrió aliviado ante la respuesta de su amigo.

—Ni tampoco le des motivos, Phichit. Realmente el príncipe no titubea al momento de aplicar sus castigos.

—Sí, ya me lo advirtieron —dijo el tailandés, asintiendo.

Phichit observó la hora, y supo que ya era momento de retirarse, pues, el rey seguramente ya había regresado de la aldea, y podría estar merodeando por el palacio, en su búsqueda.

El moreno, amablemente agradece a sus compañeros aquel momento tan grato, levantándose de la mesa, y yendo en búsqueda del príncipe.

De forma veloz, nuevamente se dirige a la habitación del príncipe. Golpea la puerta y menciona su nombre, pero, al parecer el príncipe aún no había regresado.

Y fue entonces cuando, Phichit decidió que lo mejor era ir en búsqueda de éste por el resto del palacio. Recorrió los pasillos de forma incesante, llegando inclusive hasta la sala central, buscando con su vista la silueta de su majestad, pero no lo halló.

Resignado se dirige entonces hacia el patio exterior del palacio, en donde se divisaba un hermoso ambiente rodeado de naturaleza. El césped estaba húmedo e intensos rayos del sol iluminaban aquel lugar, acompañado de una pequeña laguna en donde nadaban peces y se refrescaban pequeñas aves, entre ellas, algunos patos.

Observó por los alrededores algún par de servidores que hacían labores de limpieza, y dos guardias reales que estaban estáticos en una puerta.

De forma ágil, con sus pupilas negras buscó la silueta de Seung entre aquel hermoso escenario. Resignado, intentó retirarse al verificar que tampoco estaba allí, cuando de pronto, a lo lejos, ve a alguien sentado en una pequeña banca, alimentando a los patos.

Era el príncipe Seung. Una pequeña sonrisa se dibuja en los labios del moreno.

Rápidamente se acerca a Seung por detrás, observando curioso como el príncipe sostenía un trozo de pan, lanzando comida a los patos de la pequeña laguna.

—Buen día, su majestad —murmulló Phichit por detrás, llamando de inmediato la atención de Seung.

—Ah, Phichit —respondió, volteando apenas y mirando al moreno por el rabillo del ojo—. Buen día.

—Príncipe Seung-Gil, le he estado buscando toda la mañana ¿Está usted hambriento? ¿Necesita que haga algo por ust...?

—Phichit —interrumpió  el príncipe a su servidor.

Phichit paró en seco, le miró atento.

—No necesito nada, gracias. Salí temprano por la mañana a una reunión con los banqueros del pueblo, y ellos me han atendido de la forma correcta. Por ahora no necesito de tus servicios —indicó el príncipe, lanzando otro pedazo de pan a las aves.

—Oh, está bien —respondió Phichit, sin más.

Por un par de minutos, Seung siguió con el semblante calmado, concentrándose únicamente en lanzar alimento a los patos.

Phichit, por su parte, solo se limitaba a quedarse estático, en pie por detrás del príncipe, observando en silencio como el azabache se entretenía con aquella acción.

De un momento a otro, el príncipe levanta una de sus manos suavemente, sosteniendo en ella un pedazo de pan, quedando con la mano alzada por un par de segundos.

Phichit le miró estático sin entender su accionar, posando su vista por largos segundos en la mano alzada del azabache.

—¿Vas a dejarme con la mano estirada? —preguntó el príncipe, volteando su vista hacia Phichit.

Y entonces, el tailandés entendió el accionar del príncipe, él, había extendido su brazo con el pan, para que Phichit igualmente diera pan a los patos.

—¡A-ah! —exclamó—, lo siento, su majestad —se disculpó, recibiendo el pan desde la mano del príncipe.

Ambos, empiezan a echar alimento a las aves en aquella laguna, divertidos. Los patos empiezan a emitir graznidos sonoros, los que resuenan por gran parte del patio exterior. Phichit, dibujó en su rostro una gran sonrisa, pues, por alguna extraña razón, aquello le parecía sumamente divertido y tranquilizador.

Seung, solo se limita a observarlo por el rabillo del ojo, sin ser capaz de mirarle de forma directa.

De un leve movimiento, Seung se mueve hacia un extremo de la banca, dejando a su lado, un espacio visible, en el cuál caía otra persona.

Phichit le observa nuevamente confuso, Seung solo queda estático, intentando dar a entender el mensaje al moreno, de forma muy implícita.

El tailandés, muy tímidamente se acerca al costado de Seung, y poco a poco, se siente primeramente en la orilla de la banca. El príncipe, posa una pequeña sonrisa en sus labios de forma involuntaria, Phichit lo percibe de inmediato.

Y aquella leve sonrisa, fue señal de que no estaba haciendo mal. Phichit, ya sin ataduras ni vergüenza, se sienta justo al lado de Seung, quedando ambos unidos en aquella banca, en el mismo nivel, a una misma altura, y sin ninguna aparente relación de subordinación.

Ambos, divertidos, siguen echando comida a los patos, los que no cesaban de emitir graznidos.

De repente, uno de los patos, emite un muy fuerte graznido, a lo que ambos, empiezan a reír a carcajadas, divertidos.

Aquel momento que, estaba repleto de tanta simplicidad, era algo totalmente nuevo y sublime para ambos. Muchas veces, las palabras no eran necesarias para transmitir confianza y entrelazar dos almas que, a pesar de provenir de dos lugares tan distintos, experimentaban y admiraban la hermosura de un momento tan simple y cotidiano.

Una apacible sonrisa se dibujó en los labios de Phichit, sus ojos se tornaron enternecidos. Seung, aún de forma tímida, sólo se limitaba a mirarle por el rabillo del ojo.

El azabache, sentía una gran paz interior al observar de aquella forma al moreno, tan apaciguador, tan sencillo, tan... ¿Hermoso?

—Phichit... —susurró Seung-Gil, quebrantando aquella silenciosa atmósfera, en la que solo resonaban los graznidos.

—¿Sí, su majestad? —respondió el moreno, sin quitar la vista de las aves que demandaban por más alimento.

—Cuéntame un poco sobre ti —susurró, en un apacible tono de voz.

Phichit pestañeó un par de veces, extrañado ante aquella petición del príncipe. Giró su vista hacia Seung, y entonces, pudo observar como una pequeña sonrisa se posaba en los labios del azabache.

¿Por qué alguien de tanta alcurnia y proveniente de alta cuna como lo era el príncipe, querría saber de alguien tan simple y de un bajo escalafón como lo era él? Simplemente no podía entenderlo, pero, tampoco es como si se negase a una petición del príncipe.

—¿A qué te dedicabas antes de llegar a este palacio? —preguntó el azabache, interrumpiendo aquella silenciosa atmósfera.

—Trabajaba como pintor y artesano, junto a mi padre —respondió Phichit, de forma tímida.

Ante aquella respuesta, Seung arqueó una ceja, sorprendido.

—¿Así que tienes habilidades artísticas? —preguntó su majestad, interesado.

—Sí, o bueno... es lo que la gente del pueblo me ha dicho. Solía retratar gente en lienzos y vender artesanías junto a mi padre.

—Interesante... —susurró Seung, con una idea en mente.

Phichit le observó atento, pues, notó en el príncipe que, algo le rondaba en su mente, al cambiar éste su semblante cuando Phichit mencionó ser un artista.

—Tengo una propuesta que hacerte —dijo seco el azabache, una vez que pensó lo suficiente.

—¿Umh? —Phichit le miró confuso.

—¿Podrías retratarme? —preguntó el príncipe, con una media sonrisa.

Phichit abrió sus ojos de la impresión, pestañeando un par de veces, agraciado ante tal propuesta.

—P-pero... —Un divertido bufido arrancó de su boca—. Necesitaré materiales para poder...

—Los tendrás, de eso no hay duda —interrumpió el príncipe—. A cambio, también te pagaré una buena suma de dinero por tu trabajo.

Phichit le miró confundido, sin entender para qué podría a él servirle dinero, pues, después de todo, él no podía salir del palacio, y no tendría como gastarlo.

—Entiendo tu reacción... —Asintió Seung con su cabeza—. Verás que el dinero lo vas a utilizar, mañana.

Phichit le miró aún más extrañado. Ante aquello, una pequeña risa arrancó de la boca del azabache.

—Mañana me acompañarás al pueblo. Debo retirar unas pertenencias muy importantes y no puedo ir solo, allí tendrás tiempo de gastar tu dinero en lo que te plazca —explicó el príncipe.

Un pequeño brillo se posó en los negros ojos de Phichit, dibujando de forma involuntaria una leve sonrisa en sus labios.

—Gracias, su majestad... —susurró de una forma casi inaudible.

—¿Y bueno?, ¿aceptas mi oferta? —preguntó Seung.

—Sí, cuando usted me de aviso yo le retrataré, gustoso —Sonrió.

—Perfecto. ¿Te parece si, terminamos de dar de comer a estas aves, y luego me retratas?

—¡Claro!

Ambos siguieron dando de comer a aquellos patos que, movían sus plumas gustosos de recibir el alimento. La atmósfera era apaciguadora y alegre;  Seung-Gil y Phichit, conversaban de algunos temas que, aunque parecieran irrelevantes para cualquiera, para ellos era una forma de ir forjando aquella progresiva confianza que iban edificando.

—Jamás había visto de aquella forma al príncipe —susurró Yuuri, viendo desde lejos a Phichit y Seung.

—¿Verdad que el príncipe está actuando muy extraño últimamente? —susurró Guang, viendo desde lejos, al igual que Yuuri.

—¡Hasta sonrió! ¡Y eso que él nunca sonríe! —exclamó por lo bajo Emil.

—¿De qué se sorprenden tanto, grupo de imbéciles? —susurró por detrás Baek, quien había aparecido sorpresivamente.

—¡B-Baek! —exclamó nervioso Guang—. ¿Q-qué haces aquí?

—Lo mismo que ustedes. Observando como ese sujeto ha lanzado un conjuro a mi señor —contestó, con el ceño totalmente fruncido.

—¿Un conjuro? —preguntó Emil, conteniendo una risa.

—¿Y qué si no?, no es normal que de un día para otro el príncipe actúe de esa forma, tan... tsk —se quejó por lo bajo, frustrado.

—Phichit es una persona muy dulce, le conozco. No es necesario un conjuro para caer bien a otra persona, aunque, puede que tú no sepas de algo como eso, Baek —espetó Yuuri, con molestia.

Una mirada desafiante fue dedicada al japonés de forma inmediata. El ambiente se tensó.

—¡Chicos! Tranquilos... ya sé que está pasando —susurró Guang, con un tono misterioso.

Todos dirigieron la vista al más pequeño.

—Si el príncipe está actuando de aquella forma, es porque está enamorad...

Pero el más pequeño no pudo terminar su frase.

—¡No te atrevas a decirlo! —exclamó Baek, empujando fuertemente a Guang, contra la pared.

Todos observaron atónitos ante la reacción del joven, socorriendo de inmediato al más pequeño, quien, se retorcía del dolor causado ante el fuerte impacto.

—¡Cierra la boca, pequeño hijo de puta! —exclamó Baek, totalmente furioso.

—¿A quién has llamado de esa forma? —preguntó alguien por detrás de Baek. Éste, se giró de inmediato para verificar de quién se trataba.

Leo, de un fuerte sopetón, gira el rostro de Baek, golpeándolo en seco. Todos miran perplejos la escena.

—Y la próxima vez que, hagas algo como eso a Guang, serán dos por cada mejilla —dijo Leo, fulminando con la mirada a Baek.

—Maldito hijo de...

Y de un movimiento, Baek se lanza en contra de Leo. Ambos, empezaron a pelear a puñetazos, creándose un gran alboroto en aquel lugar. Los guardias reales no tardaron en hacerse presentes.

—¡Ya, servidores, sepárense! —exclamó uno de los guardias, tomando a Leo.

—¡Dejen el alboroto, compórtense! —gritó el otro guardia, tomando a Baek.

Sin embargo, ambos seguían lanzando puños y patadas al aire, mientras gritaban improperios a los cuatro vientos, resonando éstos por todo el patio exterior.

—¿Qué es todo este alboroto? —se oyó un timbre de voz grueso e imperante en aquel lugar.

Al reconocer la voz, todos pararon en seco, incluido los guardias, Leo y Baek.

—M-m-mi se-señor... —balbuceó totalmente nervioso Baek, al ser testigo de la majestuosa presencia del azabache.

Seung-Gil, fulminó con la mirada a todos y cada uno de los servidores allí presentes, dando a entender que, aquella ridícula escena no le causaba ni la más mínima gracia.

Todos, bajaron su mirada de inmediato, evitando hacer contacto directo con los negros ojos del príncipe, los que, se clavaban de forma dolorosa en sus débiles y cansadas vistas.

—He hecho una pregunta, contéstenla —demandó, en un tono tan intimidante, que, era capaz de desollar hasta el más sólido metal.

Todos mantenían su mirada baja, ninguno de ellos se atrevió a articular palabra alguna.

Phichit, sólo observaba aquella escena por detrás del príncipe, como ocultándose, viendo como todos sus compañeros temblaban del miedo.

Baek, por un momento asciende levemente su mirada, haciendo contacto visual directo con el moreno.

Phichit le mira con cierto desconcierto, mas Baek, le fulmina con su mirada, extendiendo a través de sus ojos, todo el odio y desprecio que sentía hacia Phichit, como desollándole con la vista.

El tailandés, sintió un frío recorrer su cuerpo. Aquella mirada tan cargada de odio, le asustaba evidentemente, pues, Phichit jamás había sido odiado de tal forma. Esto, porque él acostumbró siempre a ser alguien de semblante muy dulce y apaciguador, por lo que, no había ganado nunca el odio de nadie.

—Leo y Baek, al calabozo —sentenció.

Y los ojos de Guang se cristalizaron por completo.

—N-no, su majestad, piedad... —susurró el pequeño, intentando acercarse al azabache.

—¿Quieres acompañarlos? —preguntó seco, desollando a Guang con su tensa mirada.

El joven chino paró en seco, no pudiendo articular palabra alguna, atragantándose del miedo.

Leo y Guang solo asintieron con la cabeza gacha, pues, sabían que no podían hacer nada al respecto. Los castigos que el príncipe imponía no eran negociables, ni mucho menos apelables a la piedad o su buena voluntad. Simplemente se hacía tal y como él ordenaba, sin peros.

—Guardias.

—Sí, señor.

—Lleven a ambos al calabozo. Quedan privados de agua y comida. Si vuelven a pelear durante el día, diez latigazos a cada uno.

—Sí, mi señor —respondieron ambos al unísono.

Y Guang, observó cómo Leo era llevado al calabozo. Sintió un nudo en su garganta y su vista nublarse. Una mano de Emil se posó sobre su hombro, haciéndole saber que todo estaría bien.

—¿Alguien más quiere acompañarlos? —preguntó Seung, sarcástico.

Todos bajaron sus miradas de inmediato. Ninguno de ellos se atrevía a siquiera dirigir su mirada al príncipe, por miedo.

—Bien, me encanta, realmente aprenden rápido —escupió con sarcasmo.

Phichit observó toda aquella escena desde la espalda de Seung, ocultándose entre sus ropas. Realmente el príncipe era como le habían advertido, muy severo y sin titubeos al momento de aplicar los castigos.

Por un momento, Phichit sintió extrañeza del hecho de que, él no sintiera miedo de Seung, a pesar de aquella escena tan terrible.

—Phichit —llamó el príncipe.

—¿S-sí, su majestad...? —respondió el moreno, reincorporándose atento.

—Vamos, tienes trabajo que hacer.

—Sí, señor.

Y ambos, se alejaron de aquellos servidores que, se mantuvieron con la cabeza gacha, hasta que, Seung-Gil se alejó junto a Phichit por completo, de aquel lugar.


Phichit siguió por detrás al príncipe, ingresando a su habitación. Ya dentro de ella, el príncipe abrió las cortinas, dejando entrar una fresca brisa y los intensos rayos del sol, iluminando toda aquella pintoresca habitación.

—He pedido a un servidor que traiga las herramientas con las que trabajarás, no debería tardar en llegar —avisó Seung-Gil a Phichit, mientras se despojaba de sus ropas.

—Está bien, su majestad.

Seung sin ningún tipo de pudor, se despojaba de sus ropas para vestirse con algo mucho más cómodo y ligero.

Por un momento, el príncipe se despoja de su ropa interior, y Phichit, desvía totalmente su mirada, avergonzado.

Se escucha alguien llamando a la puerta, Seung hace un ademán con la mano a Phichit. El tailandés procede a abrirla.

—He traído lo que ha pedido su excelencia —dijo un servidor, asomándose por la puerta con un montón de materiales.

—Está bien, puede entregármelos a mí —respondió Phichit, con una sonrisa.

Entre los materiales se hallaba un lienzo de tela, pinceles de diversos tamaños, pinturas y un soporte de madera.

—¿Está bien con esos materiales? —preguntó Seung, arropándose con una ligera túnica blanca.

—Más que perfecto, su majestad —asintió el moreno.

Seung se acomodó en una banquilla frente al tailandés, mientras éste, empezó a instalar el lienzo en el soporte de madera, para proceder a iniciar el retrato del príncipe.

Phichit miró al azabache un poco extrañado, pues, le llamaba la atención el hecho de que Seung, quisiera ser retratado con ropas tan sencillas.

—¿Ocurre algo, Phichit? —preguntó el príncipe, notando la inquietud del moreno.

—Bueno, su majestad... —se detuvo— ¿Quiere usted ser retratado con esas ropas? —preguntó.

Un pequeño bufido arrancó de los labios de Seung.

—Quiero ser inmortalizado de esta forma, Phichit.

Phichit le miró extrañado. ¿Por qué el príncipe querría ser inmortalizado en un cuadro con ropas tan sencillas? Él era un príncipe, y entre sus vestimentas, tenía un sin número de túnicas elegantes con las cuales posar.

—Quiero que me inmortalices de la forma en que realmente soy, del lugar del cual realmente provengo —susurró.

Phichit sólo asintió con su cabeza, sin atreverse a preguntar más sobre aquello, a pesar de que, no entendía a qué se refería el príncipe.

—Bien, su majestad, entonces quédese en esa posición, empezaré de inmediato. Tardaré unas dos o tres horas, podremos tomar un descanso entre medio —sonrió. Seung-Gil asintió con su cabeza.


De forma hábil Phichit movía sus manos. Sus ojos negros, de forma incesante vacilaban entre la silueta del príncipe y el blanco lienzo sobre el cual versaban sus suaves pinceladas.

El semblante del moreno cambió por completo, pues, cuando éste se dedicaba a pintar, era como si su alma desprendiera seguridad y mucho desplante, cambiando su dulce aura a una que desprendía confianza y decisión.

Phichit era un gran pintor, de aquello no había duda al respecto. Cuando éste trabajaba junto a su padre, solía retratar a muchas personas de distinta estirpe y condición, llegando a inmortalizar a un sin número de personas.

Retrató a niños, a mujeres y hombres, llegando incluso, a retratarles desnudos cuando éstos lo pedían, y Phichit, aceptaba sin objeciones, pues, para él, el desnudo era algo artístico, más no algo morboso o sucio.

Estuvo durante una hora retratando primeramente las ropas de su majestad, que eran túnicas blancas con material de seda, tan suaves y ligeras que, Phichit llegó a sentir por un momento, la textura de estas a través de sus negras pupilas.

—¡Listo! —exclamó Phichit, juntando sus palmas y dando un pequeño brinco.

—¿Has terminado? ¿Ya tan rápido? —preguntó Seung, con intriga.

Phichit sonrió.

—Aún no, su majestad. Sólo he terminado de pintar sus ropas blancas. Ahora mismo empezaré con su rostro —dijo Phichit, limpiando rápidamente los pinceles y combinando colores.

Seung le observaba desde la banquilla, con una tenue sonrisa.

El azabache, encontraba sumamente atractivo el ver a Phichit con ese desplante, pues, era notoria la pasión que ponía el tailandés a lo que amaba.

Era como sí, Seung se paralizara al ver el desplante del moreno, pues, a pesar de tener siempre un semblante tan dulce, una vez que tomaba un pincel en sus manos, se volvía otra persona, con un aura totalmente distinta.

Phichit hizo un ademán con su mano, y entonces Seung, comprendió que ya había comenzado a retratar su rostro, quedándose éste totalmente estático para facilitar el trabajo al moreno.

Phichit clavó su mirada en el rostro de Seung, perplejo y estático. Con las suaves cerdas del pincel fue retratando la pálida y tersa piel del príncipe. Sus negras pupilas recorrieron y analizaron cada facción de su armonioso rostro, revisando cada centímetro de piel con la vista, e inmortalizándole en el lienzo.

Phichit se sumió en un trance jamás experimentado, sentía como su cuerpo se entumecía en un sueño en vida, entre las pálidas mejillas y los negros ojos del azabache.

Todo el rostro del príncipe encajaba perfectamente, sus tersas mejillas, su respingada nariz, sus labios gruesos, sus ojos penetrantes y negros, sus marcadas y gruesas cejas, su cabello medio-ondulado y oscuro, el que, contrastaba por completo con su pálida piel.

Phichit estaba perplejo ante la hermosura del príncipe, sus ojos no podían alejar su vista de aquel rostro tan apaciguador y atractivo, sus manos se movían por sí mismas, de forma hábil e instantánea.

El tailandés, sin poder él notarlo y contenerlo, emite un pequeño suspiro placentero, mientras contempla el rostro del príncipe.

Phichit, había retratado un sin número de veces a muchas bellas damiselas desnudas y semi-desnudas, y nunca jamás, ninguna de ellas, había provocado en el moreno, lo que Seung estaba ahora mismo provocando con la perfección de su rostro y presencia.

Una última pincelada desliza Phichit por aquel lienzo, terminando de inmortalizar el bello rostro del príncipe. Al terminar aquello, el moreno siente como un calor abrasador inunda su rostro, lo que le provoca salir del trance.

—Perfecto... —susurró.

Y una pequeña sonrisa triunfante se dibuja en su rostro.

—¿Phichit? —interrumpió el azabache, notando a Phichit fuera de sí.

—¡Ah! —exclamó el moreno— S-su majestad...

—¿Está listo? —preguntó intrigado.

—¡Ah! Sí, está listo. —Asintió con su cabeza.

Seung, rápidamente se reincorpora, caminando hacia el lado de Phichit, mirando el cuadro.

—Oh...

Susurra perplejo, cuando ve su retrato finalizado. Pestañea un par de veces, totalmente sorprendido, dibujándose una pequeña sonrisa en su rostro.

—¿Cómo es que nadie de la realeza se ha enterado de tu gran talento? —preguntó, extrañado.

Phichit se encogió de hombros.

—Con este talento fácilmente podrías ser un pintor real... —susurró— Pondré este cuadro en el lugar de esa horrible abominación.

Y ante aquello, una pequeña risa arrancó de los labios de Phichit.

—¿Y qué hará con el otro cuadro, su majestad? —preguntó el moreno.

—Lo tiraré —respondió.

—¿Está seguro?

Seung dudó por largos segundos de aquella decisión.

—Bueno... aquel cuadro lo pintó un amigo mío, para mí... —susurró.

Phichit pestañeó un par de veces, confundido.

¿Un amigo? —se preguntó mentalmente, sorprendido ante la posibilidad de que el príncipe, pudiese tener un amigo, a pesar de su poca afinidad para sociabilizar.

—Sí, un amigo mío. Él mismo lo pintó y me lo obsequió para mi cumpleaños número veinte. Lo he tenido colgando de la pared de pura cortesía, porque no he querido herir sus sentimientos —suspiró.

—Es eso muy amable de su parte, majestad —sonrió Phichit.

—De todas formas sacaré ese cuadro, y en su lugar, pondré el tuyo. Estoy seguro que pondrá el grito en el cielo mañana, cuando vea que no está el suyo.

Phichit ladeó su cabeza, sin entender lo dicho por el azabache.

—¡Ah! —exclamó Seung— No te lo había dicho, pero, mañana viene a visitarme.

—Oh... —susurró Phichit, sin saber cómo reaccionar exactamente.

—Y no te lo había nombrado, tampoco, pero... tendrás que atenderlo, Phichit, por favor... —dijo, en un tono de disculpa— Él es el príncipe del reino del noroeste, por lo que, es también un noble.

El príncipe de un reino vecino... —pensó Phichit, llegando a la conclusión de que, se trataba de una persona de alta alcurnia, y por lo tanto, igual de importante que su majestad.

—Su nombre es Christophe Giacometti, el príncipe del reino del noroeste. Es un joven un tanto molesto, pero no es mala persona, en absoluto —dijo Seung, dirigiéndose a una pequeña caja en un rincón de la habitación.

Phichit sólo se limitó a asentir con su cabeza, mientras, seguía con su vista todo el accionar del príncipe.

Seung, saca de aquella caja una pequeña bolsa de tela, con tres monedas de oro, las que, extiende en las manos de Phichit.

—¿Es suficiente por tu trabajo, Phichit? —preguntó el príncipe.

Phichit solo abre sus ojos de la impresión, totalmente perplejo ante la buena remuneración que había recibido por parte del príncipe. Por lo general, él, en el pueblo, recibía diversos objetos, alimentos, ropajes y a lo más una moneda de bronce, pero jamás, pensó en recibir tres monedas de oro, ni en mil vidas.

—B-b-bueno, e-es... —balbuceó, totalmente perplejo.

—Si es muy poco, sólo debes decírmelo —dijo, extendiendo otras dos monedas en la palma del moreno.

—¡No! —exclamó nervioso el tailandés—. ¡Está bien! —dijo, devolviendo las dos monedas a Seung.

El azabache arquea una ceja, empieza a reír divertido ante la tierna reacción del moreno.

—¡Está bien, muy bien! ¡No necesito más! —exclamó Phichit, sonriente.

—Bien, me alegro que sea de aquella forma, tu gran trabajo lo vale, Phichit.

Phichit agacha su cabeza, haciendo una reverencia a Seung.

—Muchísimas gracias, su majestad, gracias... —susurró.

—Está bien, sólo te he pagado por tu trabajo.

Phichit se reincorpora ante el príncipe, y posando su vista en la pared, logra divisar la hora del día.

—¿Ya no hay nada más que pueda hacer por usted, alteza? —preguntó.

—Por ahora no, Phichit.

—Entonces iré a preparar su almuerzo, ya es hora de comer, con su permiso. —Se despidió, haciendo una reverencia.

Seung asiente con su cabeza, divisando a Phichit salir de su habitación.

Phichit camina ensimismado por los pasillos, entumecido en la extensión de sus pensamientos. Habían muchas cosas que no calzaban hasta el momento en su mente.

¿Por qué el príncipe le trataba de una forma aparentemente especial a él? Quizá solo era por ser su servidor personal... pero aún así, a Phichit, le llamaba la atención de que Seung cambiase tan de repente de la noche a la mañana.

Desde anoche. Desde anoche que el príncipe había tomado una postura totalmente distinta a su persona. Desde que... el príncipe le tomó el rostro de aquella forma.

Y Phichit volvió a recordar, y su rostro fue abrazado por un calor reconfortante.

Sintió unas intensas cosquillas en la boca del estómago. Una pequeña risa nerviosa arrancó de sus labios.

¡¿Qué está pasando contigo, Phichit? —se preguntó a sí mismo, con molestia.

Sacudió su cabeza fuertemente, intentando desvanecer todas aquellas interrogantes que se clavaban como sanguijuelas en su pensar.

—¡Phichit! —escuchó el moreno, por detrás.

—Yuuri... —susurró, reconociendo la voz de inmediato, girándose de igual forma.

—Hasta que te encuentro... —susurró, entre jadeos.

—¿Qué pasó? —preguntó el moreno, preocupado.

—Es Guang...

Una terrible sensación se posó en el cuerpo de Phichit, temiendo lo peor.

—¿Q-qué ha pasado con Guang?

Yuuri traga saliva, dibujándose en su rostro una expresión de desconcierto.

—No le hemos encontrado por ningún sitio, al parecer, él...

Phichit siente un frío recorrer su espalda.

—... Ha escapado del palacio.

Una expresión horrorizada se dibujó en el rostro de Phichit, y, sin pensarlo por más tiempo, empujó a Yuuri hacia un costado, corriendo rápidamente en busca del joven.

—¡Phichit! ¡Espera! —exclamó Yuuri, intentando alcanzarle.

—¡Guang, Guang, Guang! —exclamó de forma incesante, invadido por los nervios.

Phichit se hallaba completamente dirigido por sus impulsos, invadido por los nervios y el miedo de que, si el príncipe se enterase de aquello, Guang podría ser asesinado.

—¡Guan...!

Pero Phichit no pudo continuar. De forma brusca, Yuuri posa una mano suya en su boca, callándole.

—¡Phichit, silencio! —susurró—. ¡Si alguien más se entera de que Guang ha desaparecido, el príncipe se enterará! —le advirtió.

Y de forma instantánea, Phichit calla, relajándose por completo. Yuuri entonces le suelta.

—L-lo siento... —se disculpó, tembloroso.

—Entiendo que estés nervioso, todos lo estamos. Están todos ayudando a buscarlo, pero por favor, cálmate —dijo a su amigo, mientras apretaba fuertemente sus hombros.

—Sí, vamos a buscarlo...

De forma incesante, Phichit recorría cada rincón del palacio, pero de forma que, los guardias no se percatasen de que buscaban a alguien, pues de lo contrario, levantarían sospechas.

Buscó por la cocina, en los lavabos, el patio exterior, en las habitaciones e inclusive, en la sala central del palacio... pero nada.

Phichit comenzó a angustiarse, sus manos se tornaron temblorosas y empezó a sudar frío. De pronto, una mano se posa en su hombro, Phichit gira de inmediato a ver de quién se trataba.

—Hola.

—Ho-hola...

Se trataba de Jen, quien, miró extrañado de inmediato a Phichit, al observarle tan fuera de sí, con angustia.

—¿Ocurre algo? —preguntó preocupado.

—N-no... ¿Por qué lo dices? —intentó disimular.

—Estás temblando —espetó.

Phichit se removió nervioso, simplemente no podía ocultar la angustia que sentía por la desaparición de Guang, por lo que, él decidió decirle a Jen lo que ocurría, después de todo él podría ayudarles.

—Ha desaparecido Guang... —susurró de forma lúgubre.

—¿Guang? —preguntó Jen, extrañado.

—Sí, Guang. Es un chico muy pequeño, de cabello castaño, ojos rasgados, tiene pecas, y...

—¡Ah! —exclamó Jen, con una gran sonrisa en su rostro.

Phichit le miró atento, esperando una respuesta favorable de su parte.

—Sí, lo vi hace un rato atrás.

Phichit abrió los ojos de la impresión, una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡Por favor, por favor! —exclamó—. ¡Llévame con él, Jen!

—Claro, pero...

Phichit le miró expectante.

— ...Antes debes darme un beso —exigió, con una sonrisa pícara.

Phichit arqueó una ceja, extrañado ante aquella petición, alejándose un poco de Jen.

—¡Sólo estaba bromeando! —exclamó Jen, entre risas.

Phichit lanzó un bufido, divertido.

—Ven, te llevaré con Guang —dijo, tomando del brazo a Phichit y llevándole con dirección a uno de los sótanos en donde se guardaban las mercaderías.

Jen abrió una de las compuertas con una llave que sacó de su bolsillo. Acto seguido, bajó junto a Phichit por unas pequeñas escaleras, y allí, fue cuando el tailandés pudo oír pequeños sollozos provenir desde el fondo del sótano.

Un agudo suspiro arranca de los labios de Phichit, y rápidamente se dirige hacia Guang, que yacía con su rostro oculto entre sus brazos, acurrucado.

—Guang, Guang, Guang... —repitió el moreno de forma incesante, revisando rápidamente al pequeño, para verificar si estaba herido— ¿Alguien te ha hecho daño? —preguntó, angustiado.

Guang solo se limitó a levantar su rostro, apenado. Incesantes lágrimas se deslizaban por su tierno rostro.

—L-Leo... —susurró de forma casi inaudible, entre sollozos.

Y entonces Phichit comprendió de inmediato, Guang estaba herido... pero del alma.

—Ven aquí... —susurró el moreno, hundiendo el rostro de Guang en su pecho, sosteniendo toda su angustia.

De pronto, entran por la puerta con dirección al sótano, Yuuri y Emil, corriendo desesperados.

—¡¿Guang?! —exclamaron ambos, al oír los profundos sollozos del menor.

Phichit mira a ambos, asintiendo suavemente con su cabeza. El moreno posa su dedo índice sobre sus labios, dando a entender a ambos que debían guardar silencio, en respeto al dolor del menor.

Guang lloraba desconsoladamente, aferrándose al pecho del tailandés. Por su parte, Yuuri y Emil sólo miraban en silencio aquella escena, desconcertados al igual que Phichit, por la profunda tristeza del pequeño.

Una vez se reincorporó apenas un poco, emitió algunas palabras.

—Ne-necesito ver a L-leo, necesito... —susurró, tratando de reincorporarse y dirigirse hacia las escaleras.

—¡No! —exclamó Phichit, sosteniéndole— Guang, por favor...

Y el menor, a duras penas, forcejeando con Phichit, vuelve a sentarse en el mismo sitio, limpiando sus lágrimas.

—Leo estará bien, lo prometo...

—¡¿Y tú como lo sabes?! —gritó Guang, totalmente fuera de sí.

Phichit, Yuuri y Emil, abren sus ojos totalmente sorprendidos, ante la reacción del menor.

—¡¿Tú qué sabes de sufrimiento, Phichit?! —volvió a gritar—. ¡Eres el consentido del príncipe Seung! —exclamó, zafándose violentamente del moreno, el que, queda totalmente perplejo.

—Gu-Guang... escucha...

—¡Tú no sabes que se siente sufr...!

Pero Guang no pudo continuar, de un solo movimiento, Phichit se reincorpora, lanzando una mesa que había a su costado, provocando un violento estruendo en el ambiente, lo que provoca que Guang, pare en seco.

—N-no sigas, Guang... —murmulló Phichit, entre dientes y con la mirada baja.

Emil y Yuuri, sólo se limitan a observar perplejos a Phichit, el que, no se había mostrado nunca antes alterado.

—T-tú no sabes todo el sufrimiento que siento, Guang... —murmulló, apretando sus puños— Estoy atrapado en este palacio, mientras mi madre muere lenta y de forma agónica...

Y es entonces, cuando la voz de Phichit se torna quebradiza.

—Lamento haber sido amable contigo, Guang...

Susurra y, rápidamente, sale de aquel sitio, dejando perplejos a los tres. Guang se remueve nervioso, dirigiendo su vista hacia la salida de sótano, arrepentido de la forma en que había actuado con Phichit.

—Vaya, esa no es forma de tratar a quien se preocupa por ti, ¿sabes? —habló Jen, apoyado desde las escaleras, con una ceja arqueada.

—Cierra la boca, Jen —musitó Yuuri.

Guang solo baja su mirada, con tristeza.

—Ve ahora mismo a disculparte con Phichit, Guang —ordenó Yuuri, fulminándole con la mirada.

—¡S-sí! —exclamó el joven, nervioso, para luego, reincorporarse y salir corriendo de aquel sótano.

Y es que, la angustia que sentía Guang había sido tan grande por la ausencia de Leo, que, ésta la transformó en rabia a quien se le cruzare primero en su camino. Y la víctima, había sido precisamente Phichit.

Había transcurrido una hora, hasta que, Guang pudo encontrar a Phichit para disculparse.

El pequeño, sólo se limitaba a mirarle desde la puerta de la cocina, escondido y en total silencio.

Podía observar y sentir desde lejos el semblante del moreno, totalmente acongojado y angustiado. Su aura expendía una tristeza constante, en conjunto a su mirada, la que se perdía sin un rumbo aparente entre el vapor de los alimentos cociéndose.

Guang se sentía completamente avergonzado por su anterior comportamiento infantil, y de la misma forma, arrepentido, pues, Phichit había sido una de las pocas personas en interesarse en él, para protegerle. Y él... le había pagado de aquella forma.

Es verdad, no sabía absolutamente nada sobre Phichit, pues él, sólo tenía en conocimiento el hecho de que era el servidor personal del príncipe, pero, ignoraba su historia por detrás y la razón por la que estaba en aquel lugar.

Sin pensarlo más, Guang se acerca lentamente hacia Phichit, por detrás. Avergonzado posa sus manos en su espalda, y, tímidamente emite algunas palabras.

—P-Phichit... —susurró, de forma casi inaudible.

El moreno se gira despacio, pudiendo observar a un pequeño joven tembloroso y con la mirada baja.

—Yo... yo... —se detuvo, nervioso— Discúlpame, por favor.

Susurra con su voz en un hilo. Phichit sólo se limita a observarle estático y en silencio.

—Y-yo... realmente no pienso eso de ti, Phichit, yo... me comporté como un idiota, perdóname... —susurró, con una voz quebradiza.

A pesar de la actitud anterior de Guang, Phichit percibe el arrepentimiento de éste, notando cómo, Guang permanecía con su mirada agachada, en señal de vergüenza.

—Está bien, Guang... —susurró, enternecido.

El joven chino, de forma sorpresiva levanta su mirada, encontrándose de frente con la apaciguadora vista del moreno, la que, irradiaba dulzura y bondad.

—Entiendo cómo debes sentirte por lo de Leo, pero él volverá, debes estar tranquilo... —susurró, apoyando ambas manos en los hombros de Guang, en señal de apoyo.

El castaño, sólo se limita a sonreír reconfortado por el perdón de Phichit. Y ve, logra ver a través de los ojos de Phichit, la inmensa bondad que inunda el alma de su compañero. Un chico que, a pesar de estar angustiado al igual que todos, procura el bien de los demás sobre el suyo, acto digno y propio de las personas altruistas.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Guang, mirando por sobre el hombro de Phichit, al notar el cocimiento de unos alimentos.

—Ah, no... estoy bien Guang, gracias —sonrió.

El joven chino, sonriente, sólo se limita a asentir con su cabeza. El moreno, se voltea a seguir preparando los alimentos para el príncipe, cuando, un viento de osadía cruza la mente de Guang, atreviéndose a preguntar.

—¿Por qué estás en este lugar, Phichit?

El moreno tarda varios segundos en responder a aquella pregunta. Sólo siendo posible escuchar el sonido del vapor saliendo de las vasijas.

—He venido en lugar de mi padre, es todo...

Se limita a contestar. Y Guang, supo que no era bueno seguir insistiendo. El semblante de Phichit cambiaba por completo al recordar a su familia, hubiese preferido mil veces ser privado de su libertad por una deuda suya, a ser servidor por causa de una deuda de la enfermedad de su madre. ¿De qué había servido endeudarse con la realeza?, si su madre cada día había empeorado, y peor aún... ella no sanaba, y él... él estaba allí, atrapado, sin poder hacer nada mientras su familia se destruía, a las afueras de aquella muralla.

—Y tú ¿Por qué estás en este sitio? —interrumpió Phichit.

Guang alza su mirada, sorprendido. Y entonces... recordó. Recordó la razón por la que él estaba de servidor, y una tenue sonrisa se dibujó en sus labios.

—Yo y Leo escaparíamos de este reino... —susurró.

El tailandés se voltea curioso ante aquella respuesta, pudiendo observar en el rostro de Guang, una expresión de nostalgia, como sí, una horda de recuerdos apaciguadores reconfortaran su consciencia.

—Te lo contaré todo, Phichit...


Leo y Guang se conocían desde niños. Cuando pequeños solían ser amigos, muy buenos amigos...

El asesinato de los padres de Guang, por considerarles brujos, provocó que él quedase huérfano a tan solo la edad de cuatro años. Los inquisidores no tuvieron piedad con ellos, aunque... realmente ellos no ejecutaban actividades de brujería, sino que más bien... de curanderos de la aldea.

Por alguna extraña razón, la gente de la aldea jamás entendió la verdadera respuesta del por qué los padres de Guang habían sido torturados y fusilados, y... de la peor forma posible; con la doncella de hierro (1).

Tras aquello, Guang quedó totalmente desamparado, en una aldea en la que, no importa si eres un pequeño e inocente perdido sin comida o un abrigo, allí regía la ley del más fuerte, hasta que, un día alguien de él, se apiadó...

—¿Qué estás buscando entre la basura? —preguntó un pequeño niño, ladeando su cabeza confuso.

—¡Qué te importa! —gritó a la defensiva— ¡No seas fisgón! —exclamó, lanzando piedras al pequeño curioso que le observaba desde unos metros.

—Soy Leo —dijo amablemente, esquivando las pequeñas piedrecillas que eran lanzadas por el castaño.

—¡Y a mí qué me importa!

Y así era Guang. Un pequeño niño vestido de harapos y andrajos, su cabello estaba grasoso y su piel estaba tan sucia que la sarna era visible en su piel áspera y herida. Las llagas estaban infectadas y había sangre seca que rodeaba sus rodillas. A veces comía, la mayoría del tiempo no lo hacía. Entre las sobras lanzadas por las esquinas de las calles buscaba su merienda, muchas veces siendo herido por los propios animales que peleaban las sobras de comida con él.

Todo era un infierno para él, la ausencia de sus padres trajo su des protección y total aislamiento en una sociedad medieval cuya ley principal era la del más fuerte, y cuyas primeras víctimas eran los pequeños niños desamparados por la tiranía de la realeza e inquisidores.

Él actuaba de forma violenta y grotesca, su actitud era siempre a la defensiva. No confiaba en nadie, absolutamente en nadie. Él, siendo tan pequeño e indefenso, fue testigo y víctima de tantos abusos dentro de la época más oscura de la historia de la humanidad, siendo expectante a diario de los linchamientos a brujas, herejes y homosexuales. Muchas veces fue testigo de personas en estados agonizantes, los que eran lanzados a las afueras del pueblo una vez eran torturados por los inquisidores.

Él se había vuelto un pequeño monstruo, de una mentalidad frívola y desolladora, de un pensamiento oscuro y tan lúgubre, producto y efecto de todas las experiencias traumáticas de las que había sido testigo y víctima.

Hasta que un día conoció a aquel pequeño niño que, en un principio le pareció tan molesto y estúpido, pero que luego... se volvió su razón de seguir viviendo.

Conoció a Leo.

—¡Leo! —exclamó su madre—. ¿Qué haces cerca de ese sucio niño? ¡Aléjate! —dijo, alejando a Leo de un tirón.

—¡Pero mamá, ese niño tiene hambre, y...! —su voz se quebró— ¡Y está herido!

Y aunque, la primera impresión de la mujer fue ver a un pequeño bárbaro sin modales, lo que vio después al clavar su vista en aquellos ojos rasgados del pequeño, no era más que un desesperado llamado de auxilio.

Los ojos de Guang pedían ayuda. Su vista cansada y agónica, sumida en la desesperación y en la desilusión de la inexistente bondad humana. Unos ojos de niño transformados en cristales apagados entumecidos por la brutalidad de los tiempos... aquello eran los ojos del pequeño Guang.

Y ella pudo verlos. La bondad y empatía, cualidades tan escasas en aquella época, afloraron en su instinto maternal y necesidad de protección a un pequeño niño, que era similar a su pequeño Leo.

—¿Cómo te llamas, pequeño? —preguntó la mujer, arrodillándose a la altura de Guang.

El pequeño, solo le miró de reojo con desconfianza, como un perro mirando a quién le maltrató.

—¿Tienes hambre? —preguntó en un tono indulgente, extendiendo en su mano una manzana recién comprada.

Y Guang, impulsado por el hambre y la agonía, se lanzó sobre su mano, eliminando aquella fruta de tres mordiscos voraces. Leo y su madre quedaron perplejos ante aquello.

—Me llamo Guang —dijo con vergüenza, dando la espalda, cuán perro arrepentido de haber actuado de la forma incorrecta.

—Ahora serás mi hijo, Guang.

Y desde aquel día, Guang y Leo fueron inseparables. La inocencia y la pureza fueron devueltas a Guang por aquellos dos ángeles que aparecieron en su camino. La bondad de aquella mujer que, a pesar de ser una madre cargando sola con su hijo, tenía la fuerza suficiente como para extender su altruismo a aquel pequeño niño corrompido por la brutalidad humana.

Eran una pequeña familia, sin grandes lujos e instalaciones, pero, poseían algo que ninguna otra familia de la aldea poseía; mucho amor y bondad a cantidades impensables.

Leo y Guang fueron creciendo juntos y, jamás pudieron verse como hermanos. Fue en la adolescencia de ambos cuando, ellos se dieron cuenta de lo que realmente sentía uno por el otro.

Porque Leo había sido para Guang, lo que la esperanza y el amor es para el desasosiego entre la pesadumbre. Su constante sobreprotección, sus juegos, sus sonrisas, sus días junto a él... cuánto amaba a Leo, y Leo... cuánto lo amaba a él.

Pero no todo sería luego color de rosas. Aquella buena y altruista mujer, que cargaba con ahora sus dos hijos, fue arrebatada de su último aliento, cuando una noche un indolente cliente, sintió el derecho de asesinarla, por llevar ella con la venta de su cuerpo, alimento para sus dos hijos.

Y el mundo se les vino encima. Y no tenían a nadie. Sólo se tenían el uno al otro...

Y se prometieron a sí mismos huir de aquel infierno, en dónde, la agonía y la brutalidad del instinto humano carcomían las esperanzas. Huirían del reino, huirían hacia un lugar incierto, en donde, sólo ellos y su presencia, lejos de la civilización, lejos de los nostálgicos y tristes recuerdos, estarían...

Y así lo hicieron. A pesar del miedo, a pesar de la angustia de ser encontrados por la realeza, luego de que ellos, pidieron al rey una cuantiosa suma de dinero, con la promesa de devolverlo pronto, cosa que, nunca hicieron...

—¡Si no salen ahora mismo quemaremos esta maldita casucha! —exclamó uno de los guardias reales, golpeando brutalmente la endeble puerta de aquella cabaña, en medio del espeso bosque.

—L-leo... yo iré, iré en nuestro lugar... —susurró con nerviosismo Guang, caminando hacia la puerta.

Pero Guang no pudo continuar, pues, Leo le contuvo por detrás, aferrándose a su cuerpo, en un infinito abrazo.

—No dejaré que vayas solo... —susurró.

Guang sintió su alma desvanecerse. Sus castaños y rasgados ojos, se cristalizaron por completo.

—Tú me has devuelto la vida, Leo... —susurró, volteándose y acariciando suavemente la mejilla de su amado— Iré en lugar de ambos, ya has hecho suficiente por mí, no dejare que...

—¡No! —exclamó Leo, totalmente desconcertado— Yo iré en tu lug...

—No puedo dejar que hagas eso, Leo, yo...

— ¿Entonces qué haremos? —preguntó con el nerviosismo en su punto máximo.

Sus manos empezaron a temblar, pero Guang, las sostuvo gentilmente sobre las suyas, besándolas suavemente y conteniendo la angustia de su amado.

— ...Iremos ambos —susurró indulgente.


Cuando Guang concluyó de contar su historia, Phichit no cesaba de sollozar.

Aquello había tocado profundamente la sensibilidad del moreno, pues, jamás había pensado que, tras el semblante tan inocente y dulce de Guang, se escondería un pasado tan aberrante pero a la vez, de superación y resiliencia.

Y Phichit lo comprendió. Comprendió como la esperanza, amor, bondad y humanidad puede salvar el alma de las personas corrompidas por la brutalidad del instinto humano, y como es que las personas, merecen a alguien que les salve de tal calvario.

Y comprendió también, porque Guang lloraba por Leo. Y es que Leo, era el gran amor de la vida de Guang.

—Ahora entiendo porque... Leo es tan importante para ti —susurró Phichit, secando sus lágrimas.

—Lo es... más que mi propia vida —susurró, nostálgico.

Phichit de un movimiento, se acerca al menor, depositando un pequeño y tenue beso en su frente. El joven chino, pestañea un par de veces, sorprendido.

—Eres fuerte, Guang —sonrió—. Leo pronto saldrá del calabozo, todo estará bien.

—¡Sí! —exclamó Guang, dibujándose una gran sonrisa en su tierno rostro.

Y Phichit, lo comprendió aquella tarde. Realmente, las personas nacen al mundo en su estado más puro, invadidos de inocencia ante un mundo que se corrompe por el miedo, la soberbia y la avaricia. Y aunque, sin embargo, las personas con el tiempo contaminen sus almas con tan negativos sentimientos, el amor, siempre nos recompone, provocando que aflore nuevamente lo más puro y limpio de nosotros. Y así, había ocurrido con Guang, y todo... gracias a Leo.


La noche desplegó su oscuridad por los pasillos del Palacio carmesí. Resonaba de forma tenue la danza de las llamas en las velas, iluminando aquel ambiente en el que, de forma tímida se oía a lo lejos el cantar de los grillos.

Phichit yacía en su habitación recostado. Su mirada se perdía en el techo, entre las oscilantes luces que cambiaban su tonalidad, con la luz de la llama que expendía la vela, desde su velador.

Sus manos de forma inquieta palpaban y recorrían el borde de aquellas tres monedas de oro, las que, habían sido entregadas por el príncipe a Phichit, cuando éste lo inmortalizó en aquel cuadro.

Cada noche para Phichit, se volvía un mar de dudas y angustia. Los límites de sus pensamientos se desbordaban al caer la luz de la luna, cuando él, en silencio, podía analizar la terrible situación en la que se hallaba, en la soledad de su habitación.

De pronto, un suave golpe a la puerta interrumpe en sus pensamientos, sacándole de aquel trance.

—¿Quién es? —murmulló con cierta molestia.

—Phichit, soy yo.

Y el tailandés, de un brinco se reincorpora junto a su cama, al reconocer al emisor de aquella voz.

—Su majestad, dígame —dijo, apenas abrió la puerta.

—¿Estabas ya durmiendo...? —preguntó el azabache, con cierto tono de vergüenza.

—Oh, no... sólo estaba recostado.

—¿Entonces puedes hacerme un favor? —preguntó.

—Lo que usted ordene, su majestad —asintió Phichit, con una media sonrisa.

—Bien, verás... —dijo, mostrando al moreno algunos papeles que sostenía en sus manos— Hoy tendré que quedarme despierto hasta muy tarde —explicó.

—¿Sí...? —preguntó Phichit, sin entender él, en qué podría ayudar al príncipe.

—Estoy analizando algunas peticiones de los banqueros del pueblo y, mañana debo llevar la respuesta. Es por eso que, quería pedirte si puedes dirigirte a la cocina para traerme un té, precisamente.

Phichit asintió con su cabeza, sonriente.

—Si algún guardia real te sorprende, sólo dile que yo te he autorizado para salir a estas horas.

—Cómo usted lo ordene, majestad —asintió, con un divertido semblante.

—Te estaré esperando en mi habitación. No golpees la puerta, solo entra.

—Bien.

Y dicho aquello, Phichit salió camino a la cocina, la que, se encontraba relativamente lejos de aquel lugar.

Cuando Phichit estaba a pocos pasos de la cocina, pudo oír a lo lejos un alboroto proveniente de la habitación de los servidores. Muchas risas y conversaciones en voz alta. Un bufido arrancó de la boca de Phichit, divertido.

El tailandés ingresó en la cocina, pudiendo divisar que, el lugar se encontraba aparentemente vacío. Suavemente dejo el candelabro con la vela al borde de la mesa, para luego, prender fuego y echar a hervir un poco de agua en una vasija.

Mientras esperaba a que el agua llegase a su punto de ebullición, él delineaba con sus negros ojos las azulinas llamas que entumecían sus sentidos.

—Hola.

Aquella voz agudizó los sentidos de Phichit en una milésima de segundos, provocando que, el moreno diese un brinco de la impresión.

—Disculpa, no quería asustarte.

El tailandés se gira rápidamente, verificando al emisor de aquella voz.

Era Jen, quien, se encontraba en la cocina, desde antes que Phichit llegara. Había estado oculto en un rincón de la cocina, en donde la luz de la vela, no alcanzaba a esclarecer. Su rostro y semblante se notaban diferentes, y en su mano, sostenía una botella con frutas fermentadas en su interior. Aparentemente, Jen estaba bebido.

—Ho-hola —saludó Phichit tímidamente, notando el estado de Jen.

—¿Qué haces aquí a estas horas? —preguntó curioso.

—Supongo que lo mismo que tú.

Jen lanzó una carcajada sonora ante aquella respuesta.

—¿Ya se ha disculpado contigo ese pequeño niño ingrato? —preguntó, llevando torpemente a su boca otro sorbo de la fruta fermentada.

—S-sí, todo está bien, gracias... —susurró Phichit, un poco desconcertado al ver a Jen en ese estado.

El joven, se tambalea por un instante, dibujando una amplia sonrisa en su rostro. Phichit desvía su mirada, tomando nuevamente atención a la vasija con agua.

—¿Sabes, Phichit...? —preguntó Jen, de forma misteriosa.

Phichit sólo le ignora, guardando silencio y con la vista clavada en la vasija humeando.

—Hace tres años que estoy cautivo en este maldito lugar... —susurró— Y a pesar de que, solía vivir bien... no es a mi familia lo que más extraño —espetó.

El moreno, aún de espaldas a Jen, solo arquea una ceja, sin comprender la razón por la cual el joven decía ese tipo de cosas.

—Lo que más extraño es a las mujeres —murmulló—. Y en este sitio, no hay una sola mujer, y las que hay... son realmente feas. —Lanzó un bufido, divertido.

Phichit, aún de espaldas, se removió nervioso. Sintiéndose incómodo ante la situación, rogando que el punto de ebullición se aproximara lo más pronto posible.

—Y tú, Phichit... —susurró de forma lasciva.

El tailandés, siente una mano de Jen en su hombro. Su cuerpo se estremece.

—Eres lo más parecido a una bella mujer, dentro de este maldito palacio.

Phichit aprieta sus manos con nerviosismo. El tono de voz que ahora Jen empleaba, le angustiaba, y, aquella atmósfera se tornaba densa.

—Un culo ha de sentirse tan bien como una vagina, ¿no lo crees? —susurró en su oído. El cálido aliento del joven deslizó por el cuello del moreno.

Y fue en aquel instante, cuando Phichit se voltea sorpresivamente ante aquello, asqueado. Y ve... ve en los ojos de Jen la lujuria y la privación de su razón. El moreno, retrocede dos pasos de Jen, asustado.

—No te haré nada malo, lo pasaremos bien... —susurró, avanzando dos pasos hacia Phichit— Tengo las llaves del sótano, allí donde se escondió hoy tu amiguito, si vamos allí nadie nos sorprenderá, anímate. —Una sonrisa lasciva se dibujó en su rostro.

Un suspiro de desconcierto arrancó de los labios de Phichit, tembloroso.

—E-estás loco —espetó, volteándose hacia la vasija, cuando divisó el agua en ebullición.

—No lo estoy, es solo que... —se detuvo— Eres una belleza muy exótica para este lugar. Digo... ha de ser muy placentero tocar las partes íntimas de una piel como la tuya —dijo, desvistiendo a Phichit con la mirada, estando este aun de espalda.

Phichit con el miedo a flor de piel, sólo se limitó a dar la espalda a Jen, creyendo que, éste se cansaría de hostigarlo de aquella forma, si él solo le ignoraba.

Con movimientos torpes y el aliento agitado, Phichit vierte un poco de agua caliente en una taza, logrando preparar el té que el príncipe había solicitado.

Ya todo estaba listo, Phichit debía regresar a la habitación del príncipe y alejarse de Jen. Tomaría la taza para partir, cuando de pronto...

—No seas tan terco, niño... —susurró Jen en su oreja, posando una mano suya en el trasero de Phichit, apretando con fuerza.

Un fuerte alarido arranca de los labios de Phichit, invadido por el miedo y el nerviosismo. Pero, antes de que éste fuese escuchado por alguien más, rápidamente Jen obstruye su boca, con una de sus manos.

—Silencio, no exageres. Te parecerá divertido, vamos —susurró con cierta molestia, mientras intentaba arrastrar al menor fuera de la cocina.

Más Phichit, no se movió de aquel lugar, oponiendo resistencia. Con sus manos intentó golpear como pudo a Jen, pero éste, además de ser considerablemente más alto y corpulento, tenía también mucha más fuerza que el menor.

—¡Guarda silencio! ¡Deja de gritar! —masculló Jen, aprisionando cada vez más fuerte su mano en contra de la boca del moreno.

Pero Phichit no cesó. Seguía de forma incesante lanzando alaridos de ayuda, de forma desesperada, sus pies se movían intentando escapar, pero la corpulencia de Jen no le permitía.

Y fue cuando entonces, Jen perdió la paciencia y cordura, tomando en sus manos otra medida mucho más drástica, impulsado por la ceguera de su razón y el instinto criminal.

De un movimiento, pasa su antebrazo por delante del cuello de Phichit, intentando asfixiarlo. Mientras que, con su otra mano, baja a la entrepierna del moreno, masajeándola con brusquedad.

Y Phichit siente su respiración agotarse, apenas lanzando alaridos sordos al aire, los que se oían como susurros apagados. Sus débiles brazos intentan zafarse del musculoso y corpulento brazo de Jen, pero no tuvo éxito.

—A...yu...da... —susurró con su último aliento. Un hilo de saliva se desliza por la comisura de sus labios.

Su vista se nubla y sus ojos pierden el rumbo. Su respiración ya casi inexistente no resonaba más por sus narices. Sus débiles manos dejan de forcejear con el corpulento brazo de Jen.

Phichit siente desvanecerse, ya todo estaría perdido, Jen le mataría, hasta allí llegaba su existencia.

Pero él recordó.

Recordó que no podía morir allí, y que, debía socorrer a su familia. Que él, no había nacido para acabar de aquella forma, en manos de un salvaje...

...Recordó a su madre.

Y con sus últimas fuerzas, emanadas desde lo más profundo y recóndito de sus entrañas, Phichit, empuña su mano izquierda, alzándola, para luego, impactarla brutalmente en la entrepierna de Jen.

De un movimiento instantáneo, Jen suelta a Phichit del cuello, por puro reflejo. Phichit cae al suelo desplomado, junto a Jen.

El joven, se contrae en posición fetal, lanzando alaridos de dolor por el impacto en sus genitales, lo que le provocaba un dolor descomunal.

Phichit, aún aturdido y entumecido por la falta de oxígeno, torpemente intenta alejarse de Jen, quien, aún prestaba atención al terrible dolor que estaba sintiendo.

Jen alza su vista hacia Phichit, con profundo desprecio. El tailandés, tambaleándose, apenas puede divisar su rostro, en el que observa la mirada de Jen, la que se extendía hacia su persona llena de odio y rabia.

Phichit lanza un alarido sordo, intentando reincorporarse rápidamente, entre su desesperación. Jen, sin perder más tiempo, intenta reincorporarse junto a él, tomándole del tobillo al moreno fuertemente, intentando tumbarlo en el piso.

Mas Phichit, de un movimiento, agarra entre sus manos la vasija con agua caliente, lanzándola directamente en el pecho y parte del rostro de Jen.

Éste, lanza un grito desgarrador, al sentir su piel quemarse por el agua casi en estado de ebullición. Phichit le mira horrorizado, retrocediendo algunos pasos hacia atrás, con la boca entreabierta y los ojos perplejos, respirando agitadamente.

Sin perder más tiempo, Phichit toma entre sus manos temblorosas la taza del príncipe, la que desborda té, producto de los nervios del moreno.

Y Phichit huye despavorido de la cocina, a paso rápido e incesante, con la vista nublada y el corazón fuera de su pecho. Sus manos temblaban descomunalmente, lo que provocaba que la taza resonara en el platillo en el que estaba apoyado.

El camino hacia la habitación del príncipe se hizo eterno. La angustiada mente de Phichit, dibujaba siluetas macabras entre las luces que expendía la llama de las velas, en la pared.

Sintió miedo. Miedo de que Jen le alcanzara en el camino y le volviese a hacer aquello. Apresuró el paso, hasta que, por fin divisó la habitación del príncipe. Cuando llegó, entró despavorido por la puerta, encontrándose con el príncipe de espaldas en su escritorio.

Seung sintió la puerta abrirse bruscamente, lo que provocó que éste se girara, curioso.

—Te has tardad...

Pero Seung no continuó. Ninguna palabra pudo ser articulada por sus labios.

Cuando divisó la expresión en el rostro de Phichit, sintió una estocada en su corazón. La expresión horrorizada del moreno, sus ojos cristalizados, su respiración agitada, su cuerpo tembloroso y los débiles alaridos que de forma incesante se desprendían de su boca, en contra de su propia voluntad.

Seung por un movimiento casi instintivo, se levanta de su escritorio rápidamente, socorriendo al moreno.

—¡¿Phichit?! —preguntó completamente perplejo, tomando por los hombros al tailandés.

—Y-yo... —balbuceó apenas— S-su...t...

Phichit no podía articular palabra alguna. Sus ojos estaban al borde de humedecer y su lengua se enredaba. Seung, toma la taza entre sus manos y rápidamente la deja a un costado. Toma a Phichit del rostro, intentando hacer que el moreno fijara su mirada.

—Mírame —demandó—. Mírame a los ojos, dime que te pasó, Phichit por favor —exigió.

Mas Phichit, abrió y cerró su boca varias veces, nervioso. Las palabras no salían de sus labios y su respiración se tornaba entre-cortada, como ahogando un sollozo que luchaba por salir despavorido.

Y fue en aquel instante, cuando Seung divisó en el cuello de Phichit. Un color rojizo se asomaba de forma notoria entre la morena piel de su cuello, signo de haber sido herido y forcejeado.

Y Seung, sintió una rabia descomunal recorrer su espina dorsal. Sus negros ojos se abrieron de la perplejidad, sus dientes apretaron y empezaron a rechinar, signo del malestar e impotencia que sentía del solo hecho de pensar que alguien había hecho daño al tailandés.

Y ordenó.

—Dime ahora mismo quién te ha hecho esto —resonó aquello por la habitación, con un tono lúgubre y firme.

Mas Phichit, de un solo golpe ahogó todos los débiles alaridos que salían hasta entonces de sus labios. Negó despacio con su cabeza.

—Es una orden. Quién te ha hecho esto —espetó esta vez con la rabia al borde de su raciocinio— Quién fue. Lo mataré.

—Na-nadie... s-solo...

Intentó mentir, más no pudo continuar. Cuando en los ojos de Seung, él pudo divisar un instinto criminal luchando por salir, Phichit quedó aún más perplejo.

—Quién fue. Lo mataré. Lo despedazaré —masculló entre dientes, iracundo—. Dímelo, ahora.

El semblante de Seung se tornó totalmente sombrío y criminal. Phichit, sólo podía limitarse a observarle con desconcierto. Sintió miedo.

—¡Abre la maldita boca y dime quién fue capaz de hacerte esto! —gritó totalmente fuera de sí.

Phichit lanzó un alarido del susto ante aquel desgarrador grito. El semblante de Seung se tornaba terrorífico. Sus ojos azabaches desprendían un sentimiento de desasosiego y su boca tiritaba ligeramente.

El moreno intentó zafarse suavemente de Seung, impulsado por el miedo que provocaba aquella mirada penetrante del príncipe y su aparente ceguera de raciocinio.

Tsk... —susurró Seung por lo bajo, al percatarse de lo exaltado que estaba.

De forma suave suelta los hombros de Phichit, liberándole de su agarre. Ante aquello, Phichit retrocede dos pasos, asustado.

—Lo siento —murmulló, intentando tragar su espesa y amarga rabia—, perdóname, por favor. No he querido asustarte, Phichit —dijo, alzando apenas su mirada hacia el moreno.

Phichit, aun tembloroso, solo se limita a asentir con su cabeza. Los nervios los tenía a flor de piel, lo que Seung no tardó en percibir.

El príncipe, lanza un suspiro de lamento al aire, frustrado ante el escenario de la situación.

—Siéntate... —susurró, tomando a Phichit por los hombros y sentándole en el borde de la cama.

Phichit alzó su vista, con cierta vergüenza.

—Estás muy nervioso, te entiendo —susurró, agachándose a la altura del tailandés—. Te daré algo para que puedas relajarte, ¿bien?

—N-no es necesario, su majestad, le he causado muchos probl...

—No. Está bien —interrumpió—, quiero hacerlo.

Y Phichit sintió nuevamente el aura de Seung calmarse. Una sensación de tranquilidad volvió en el tailandés, ante la benevolencia del príncipe.

—Espérame, buscaré entre mis cosas algo que podrá ayudarte. —Phichit asintió con su cabeza.

El príncipe, se dirigió a una esquina de su dormitorio. Allí, sacó del interior de una pequeña caja aterciopelada, un diminuto saco de tela. Cuando sacó algo extraño de su interior, entonces Seung la devolvió al lugar en donde estaba escondida.

—Esto te ayudará —dijo el azabache, dirigiéndose a Phichit y extendiendo en su mano una pequeña flor.

—¿Qué es esto, su majestad? —preguntó con extrañeza.

—Una Withania somnífera (2) —dijo, desprendiendo un pequeño pétalo de la flor—. Ayudará a que tus músculos relajen y el nerviosismo cese. Abre tu boca, la pondré bajo tu lengua.

Phichit asintió con su cabeza. Acto seguido, abre su boca y Seung introduce en ella el pequeño pétalo.

—Hará efecto en un par de minutos. Ya verás que te sentirás mejor. —Sonrió de forma tenue.

—Gracias, su majestad... —susurró de forma enternecida.

—No es necesario que vayas a tu habitación. Espera aquí hasta que te sientas más tranquilo, luego podrás partir —dijo reincorporándose y dirigiéndose a su escritorio.

—Sí, muchas gracias, mi señor.

Y así, Phichit sentía que, con el pasar de los minutos, el dolor muscular cedía de a poco. Su respiración se tornaba tenue y suave, sus antes temblorosas manos, estaban totalmente pesadas y relajadas. Sus pupilas se dilataron y todo empezó a tornarse confuso. La última imagen que Phichit recordó antes de caer desplomado sobre la cama, fue al príncipe Seung de espalda, dedicando atención al montón de papeles que atendía. Y luego, no recordó más. Su consciencia se hallaba entumecida en el mundo de lo utópico y el sueño ganó completo terreno sobre su semblante.


El príncipe Seung se hallaba perdido entre lo angelical de su rostro. De rodillas en el suelo, y apoyado con sus brazos en la cama, le observaba de cerca a Phichit.

Sus azabaches ojos se perdían ante el ritmo incesante y pacífico de la respiración del moreno. Un sentimiento de añoranza y paz se posaron en su pecho. Los pocos días felices que tuvo en el pasado y sus bastos recuerdos del amor desinteresado.

« Eres mi pequeño hijo. No me importa si vayas en contra de su voluntad. Tú, siempre serás mi pequeño Seung Gil »

Sonrió. Una lágrima luchaba por desplomarse sobre las blancas sábanas. La retuvo.

« ¡Ese no es mi hijo, es un maldito bastardo! » 

Sintió su pecho destrozar. Su alma sangraba.

« ¡Es todo culpa tuya, maldita mujer! ¡Me has contaminado con tu falta de vida! » 

Apretó sus dientes. Sus negros ojos rebosaban de impotencia y rencor hacia aquel hombre que había desgraciado su vida, haciéndole sentir miserable cada segundo de aliento.

« ¡No golpees a Seung-Gil! ¡Déjalo en paz! ¡Déjalo en paz! » 

Y sintió el dolor de la carne desgarrando en su espalda. Un leve alarido de desesperación arrancó de sus temblorosos labios.

Y fue en aquel instante en que, un profundo suspiro es emitido por Phichit entre el sueño. Por causa de ello, Seung sale de su tortuoso trance, tomando atención al tailandés.

—Phichit... —susurró de forma suave.

Una de sus manos se posa sobre la cabeza del moreno, acariciando su cabello y enredando sus dedos entre las suaves hebras azabaches del tailandés.

Un brillo esperanzador se inmortaliza en sus pupilas. Una ternura indecible se asienta en su pecho. Una paz tranquilizadora calma las torrenciales aguas de su mente perturbada por sus horrorosos traumas y recuerdos.

Y sonríe.

—...Gracias.

Sus labios se depositan de forma sutil en la mano del tailandés.

—Tienes un alma demasiado pura para este lugar. Lo siento tanto.

'' 1:37 am.

Desde que murió mi madre me han enseñado sobre ti.

De forma incesante y tortuosa, el padre me ha predicado de tu palabra. Todo esto, siempre bajo el pretexto de que tus órdenes son los preceptos correctos para la sana convivencia de los hombres. Pero dime, Dios... yo, que he sido fiel a tus principios, que he sido un hombre de palabra y he seguido tus enseñanzas morales y espirituales, ¿por qué no he logrado sentir tranquilidad en mi consciencia?

A punta de golpes y humillaciones me han hecho entender que lo femenino es aberrante, que el amor es limitado y este tiene ciertas aristas, y, sin embargo... no he logrado encontrar que tu amor convencional calme mis heridas.

Siento paz en lo que llamas aberración, siento tranquilidad en lo que vuestros señores inculpan y juzgan a punta de torturas y muertes sangrientas.

Estoy empezando a dudar de la certeza en las palabras de tus hombres, de aquellos que son tu extensión en esta lúgubre tierra.

Quiero que bajes un momento y me lo digas, ¿qué pretendes?, no lo entiendo.

Intento ser un hombre de bien y digno de tu reino celestial. Pretendo ser un hombre merecedor de tu piedad y conmiseración. Pretendo ser lo que quieres ver, pero... ¿sabes?, empiezo a dudar de quienes entumecen en su boca del hecho de ser portadores de tus palabras.

No sé qué pretendes.

Yo no podré, no por más tiempo.

Él está trayendo a mi ser lo que tus enseñanzas no han podido curar durantes estos años.

Él, con tan solo una mirada, con tan solo una palabra, con tan solo una sonrisa...

Ha sanado más de lo que tú y tus hombres podrían en mil años.

Dios, perdóname.

Tus enseñanzas no tienen efecto sobre esta maldita aberración, anti natura y no merecedor de tu atención.

Estoy pecando y lo sé. Pero es el pecado más hermoso que he sentido.

No quiero pecar. Quiero ser salvado por ti y obtener tu perdón eterno. Dios, ayúdame a odiarlo, que él, cada segundo que pasa gana más y más terreno en mi alma.

No podré solo contra él.''


Al día siguiente, Phichit amaneció en su dormitorio. Un pequeño rastro de saliva seca palpaba en su almohada con su mejilla.

Los rayos del sol entraron de forma directa por la ventanilla de su habitación, impactando de lleno en su rostro. El calor terminó por despertarlo.

¿Dónde estoy? —se preguntó a sí mismo.

Aún con letargo, intentó reincorporarse de forma torpe en la cama. Con ambas manos refriega sus ojos, pretendiendo despertar de aquel anterior profundo sueño. Al poder divisar mejor su alrededor, verifica que se encontraba en su propia cama y habitación.

—¿Umh? —murmulló por lo bajo. Y recordó.

Recordó que la última imagen captada por sus ojos, fue al príncipe Seung de espaldas. Y entonces, cayó él desplomado sobre la cama del príncipe.

¿El príncipe me cargó hasta mi cama...? —pensó de forma instantánea.

Y del sólo hecho de pensar que, el príncipe le había cargado entre sus brazos, Phichit sintió estremecerse. Su rostro se acaloró y un leve cosquilleo sintió en su estómago.

¡No! Él no pudo haber hecho algo como e...

Y algo le sacó de forma sorpresiva desde sus pensamientos, cuando por el rabillo del ojo divisó una pequeña nota en el costado de su velador, que decía;

''Phichit; Por la mañana he partido al pueblo, pero tendré que volver nuevamente en la tarde. Recuerda que hoy llegará al palacio mi amigo, Christhophe Giacometti. Phichit, te lo encargo. No tardaré.

Seung-Gil''

Y al concluir con la lectura de aquella nota, Phichit, en menos de cinco segundos ya estaba en pie.

Una elegante tenida color granate había en el costado de su cama. Phichit la miró extrañado por largos segundos. Supuso que, había sido puesta allí por el príncipe, para él, pues, era de su misma talla.

Sin dar lugar a más pérdida de tiempo, rápidamente se vista con aquellas ropas, para luego, partir a atender al príncipe del reino del noroeste; Christophe Giacometti.

Phichit se acercaba a paso apresurado. Desde lejos, pudo observar en el comedor del salón central al mismísimo rey, quien, estaba sentado conversando junto a un muchacho, en la mesa.

—Buenos días, su excelencia —murmulló Phichit por lo bajo, ejecutando una gran reverencia al rey.

—Te has tardado, niño —respondió con un tono de desagrado.

—Disculpe mi insensatez, mi señor —se disculpó Phichit, en un tono tembloroso.

El Rey sólo rodó los ojos con molestia. Lanzó un bufido con desagrado.

—En fin, te dejo, Christophe —dijo, levantándose de aquel lugar y extendiendo su mano.

—Fue un gusto hablar con usted, majestad —dijo, atendiendo la mano del rey—. Y por favor, trate de convencer a Seung sobre lo que he hablado con usted.

—Lo haré, o mejor dicho... trataré de hacerlo. Sabes que mi hijo es duro de roer.

Una pequeña risa fue emitida por Christophe.

—Lo sé, señor, lo sé.

—No tardará en volver, nuestro servidor te atenderá correctamente. Siéntete libre de pedir lo que quieras.

—Sí, señor, muchas gracias —respondió Christophe con una gran sonrisa en su rostro.

A lo que el rey, contesta con la misma cortesía. Luego, se retira del lugar, perdiéndose por un largo pasillo.

Tras ello, el príncipe se gira rápidamente a Phichit, observándole directamente.

—Hola —saludó con una media sonrisa en su rostro.

—Buenos días, su señoría. Soy Phichit Chulanont, el servidor personal del príncipe Seung-Gil. Estaré a vuestra total disposici...

—¡Hey!

Exclama fuertemente, dibujando en su rostro una expresión de molestia. Phichit traga saliva, nervioso.

—¡Pareces una cotorra! —exclamó Christophe, divertido. Phichit sólo ríe por lo bajo, desconcertado.

—Soy Christophe Giacometti, un gusto —dijo, estrechando su mano hacia Phichit.

El moreno, sólo se limita a observarle incrédulo. El príncipe suspira divertido.

—No es necesario que seas formal conmigo, en lo absoluto. —Una gran sonrisa se dibuja en su rostro—. Solo llámame Chris, por favor.

Phichit, aún incrédulo, sólo asiente con su cabeza.

—¿Y? ¿Vas a dejarme con el saludo en la mano? —preguntó, arqueando una ceja.

—¡Ah! Lo siento... —susurró, estrechando su mano igualmente hacia Chris, fundiéndose ambas en un saludo.

Una vez concluye el saludo, Phichit se dirige hacia él.

—Su majestad, quisiera usted...

—¿Escuché bien...?

Y Phichit recordó.

—Digo, Chris... —susurró avergonzado, posando su mano por detrás de la nuca.

—¡Muy bien! —exclamó Christophe— Nos vamos entendiendo, Phichit. —Sonrió.

Y el tailandés, no pudo evitar reir ante aquello.

—¿Qué ibas a decirme? —preguntó curioso.

—Si es que usted quisiera comer algo, o descansar, o dar un paseo por los alrededores...

—¡Ah! —exclamó— Recuerdo que aquí cerca había un patio exterior, ¿no?

—Sí, es por la parte trasera del palacio.

—Bien, vamos allí.

Y ambos, partieron al patio exterior del palacio. Para su suerte, estaba en aquellos momentos totalmente vacío, sin siquiera, contar con la presencia de los guardias reales. Cuando divisaron de lejos la banca al costado del estanque, ambos se sentaron allí.

—Seung ha ido al pueblo con los banqueros, ¿no? —preguntó al tailandés.

—Sí, ha ido al pueblo con ellos. Ayer me lo ha dicho y hoy me lo escribió en una nota —respondió Phichit.

Ante aquello, Christophe sólo abrió sus ojos de la perplejidad.

—¿Sabes leer? —preguntó curioso.

Phichit le miró con incredulidad, asintiendo con su cabeza.

—¡Un servidor educado! —exclamó— ¡Seung se ha sacado la lotería!

Y es que, el hecho de que Phichit supiese leer, era algo que se daba de una entre mil personas. En la época, la mayoría de aldeanos eran ignorantes y poco educados, por lo que, prácticamente ninguno de ellos sabía leer, siendo totalmente analfabetos.

Mas Phichit y su familia, eran la gran excepción a la regla general. Ellos, se dedicaban al mundo de las artes, por lo que Phichit, siempre tuvo mucha cercanía a personas de alta cuna, pues ellos, demandaban seguido las habilidades del moreno para inmortalizarles en sus cuadros.

Muchas veces el menor recibió educación de las personas de alta cuna, entre ellos personas que ocupaban puestos altos del ejército, comerciantes importantes y familiares de banqueros, por lo que, no tardó él y su familia en aprovechar aquellas oportunidades para adquirir conocimientos intelectuales, a pesar de su modesta posición económica.

—Es muy extraño encontrar a un aldeano culto —replicó Christophe.

—Sí, lo sé —respondió Phichit.

—Oh... No te he ofendido, ¿verdad? —preguntó Christophe, con cierta incomodidad.

—¡En lo absoluto! —exclamó el moreno, divertido.

Ambos empezaron a reir.

—¿Desde hace cuánto tiempo estás en este palacio, Phichit? —preguntó curioso.

—Umh... —murmulló Phichit, posando un dedo índice sus labios— Desde hace muy poco, en realidad.

—Ya veo... —susurró el príncipe— ¿Entonces no le conoces bien aun?

—En efecto, aún no conozco a su majestad del todo.

Una extraña mueca se dibujó en el rostro del mayor. Phichit le miró con curiosidad.

—Él es un chico muy extraño —murmulló.

—¿Por qué dice eso? —preguntó Phichit.

—No suele demostrar emociones fuertes. Jamás le he visto furioso, o muy triste. Además, jamás ha demostrado afecto por alguien, a veces pienso que, no tiene sentimientos.

Phichit sintió cierta incomodidad ante lo dicho por el príncipe. Si bien es cierto que, Seung se había mostrado ante él como un hombre aparentemente frívolo, él, ya había demostrado tener sentimientos como cualquier otra persona.

—Jamás ha demostrado interés por otra persona, ni afecto, ni la voluntad de ayudar a alguien —musitó Christophe, con cierto escalofrío—. Me alegra el hecho de que, Sala Crispino esté dispuesta a ayudarlo —dijo.

Y Phichit, ante aquello, le mira con extrañeza, arqueando una ceja.

—¿Sala Crispino? —preguntó de inmediato.

—Princesa del reino al suroeste, hermosa damisela, perdidamente enamorada de Seung desde pequeños —repitió con un tono de voz lineal.

Y Phichit, al escuchar lo último, sintió cierto desconsuelo en su interior. ¿Enamorada de Seung? Aquello le parecía inaudito. ¿Quién podría enamorarse de un chico tan tosco e inexpresivo como el príncipe? Pensaba Phichit, sintiendo un cierto malestar ante aquello, aunque no sabiendo el por qué.

—Pues sí, quién lo diría... —Un profundo suspiro arrancó de sus labios—. Las hermosas damiselas terminan enamorándose de hombres tan toscos y frívolos como Seung, y uno que es tan atento, termina solo...

Susurró, estirando sus brazos. Phichit solo bajó su mirada, sintiendo una tristeza posarse en su pecho, sin una razón aparente.

—¿Estás bien? —preguntó Christophe, interrumpiendo en los pensamientos del moreno.

—A-ah... —susurró, saliendo de aquel trance— S-sí estoy bien, es solo que...

—¿Umh?

—... Me preocupa el hecho de que, el príncipe termine solo —mintió Phichit.

Christophe posa una mano en su barbilla.

—No terminará solo, te lo aseguro —dijo el príncipe, con un tono de seguridad total.

—¿Cómo lo sabe usted? —preguntó Phichit.

—Yo sé porque te lo digo. —Sonrió.

Y extrañamente, a Phichit eso no le reconfortó, al contrario. Sintió una punzada al interior de su pecho.

—Aquí estaban —resonó una voz familiar por detrás de ellos.

Christophe y Phichit, voltearon de inmediato. El tailandés, se reincorporó de inmediato, haciendo una pequeña reverencia al recién llegado.

—Seung, amigo mío, qué bueno es verte —dijo Christophe, parándose de la banquilla y atrayendo a Seung en un fuerte abrazo.

El azabache no reaccionó ante el abrazo de su amigo, como era de esperarse.

—Es un gusto poder verte también, Christophe —sonrió de forma tenue—. Phichit —llamó.

—Sí, su majestad —respondió el moreno.

—Puedes quedarte acá, yo y Christophe tenemos un asunto que tratar, no tardaremos, después de eso debes ir al pueblo conmigo.

—¡Sí, señor! —exclamó Phichit.

Y él, sintió su corazón salir del pecho. El hecho de poder volver a la aldea, y poder salir de las paredes de aquel palacio, hacia a Phichit un hombre inmensamente feliz.

*******

Christophe seguía a Seung, quien, le dirigía a su propia habitación. Cuando ambos entraron, Christophe dirigió su mirada de forma instantánea a la pared, en donde, antiguamente yacía el cuadro que él mismo había pintado para su amigo.

—¡¿Y el cuadro?! —exclamó despavorido, cuando verificó que en la pared, yacía otro cuadro en lugar del suyo.

—Lo tiré —respondió seco Seung-Gil.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! —exclamó su amigo, totalmente inquieto.

—Ese cuadro es una verdadera obra de arte, no podía decir lo mismo del tuyo —respondió.

—¡Seung! —exclamó Christophe, ofendido.

El azabache, sólo se limitó a soltar una pequeña risa ante la reacción de su amigo.

—¿Y bien? ¿Quién ha sido el pintor de tan bello retrato? —preguntó curioso, acercándose al cuadro y analizándolo de cerca.

—Phichit, mi servidor personal —respondió.

Y ante aquello, Christophe soltó un suspiro de sorpresa. Una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡Vaya! No solo es un servidor muy culto, sino que también, es un gran artista —articuló con admiración, analizando aquel cuadro en la pared.

Ante aquello, Seung arqueó una ceja, con cierta molestia.

—¿De qué han hablado tú y Phichit? —preguntó curioso.

Christophe, sólo se limitó a ignorar a aquello pregunta. De un movimiento, se acerca a su amigo, y con una voz y semblante serio, pregunta;

—¿Cuánto dinero me pides por él?

Seung, ante aquello, sólo se limita a arquear una ceja, sin entender la pregunta de su amigo.

—¿A qué te refieres? —preguntó con molestia.

—Sabes a que me refiero.

—No, no lo sé.

—Quiero que me vendas a tu servidor, Phichit.

Y aquello fue suficiente, para que en los ojos de Seung-Gil se divisara una rabia espesa e indecible.

—Él no está a la venta —espetó con un tono lúgubre.

—Oh, vamos, Seung...

—Te he dicho que no está a la venta —repitió en un tono agresivo.

Christophe sintió un pequeño escalofrío, cuando verificó la molestia en el semblante de su amigo.

—Te propongo algo... —susurró con nerviosismo— Pagaré la deuda que tiene contigo, y además, prometo pagarte una cuantiosa suma de diner...

—¡No! —exclamó Seung— ¡¿Qué parte de ''no está a la venta'', no entiendes?! —resonó aquel gritó por la habitación.

Christophe abrió sus ojos de la perplejidad, retrocedió un par de pasos de su amigo.

—¡Tranquilízate! —exclamó tembloroso— ¡Nunca te habías puesto de esa forma! —lanzó un pequeño bufido, divertido.

Seung, aún con la rabia en su tope, sólo lanzó un suspiro con molestia.

—¿A qué has venido al palacio, Christophe? —preguntó seco.

—A hablar un tema con tu padre.

—¿Qué has hablado con mi padre?

—Pregúntale a él —respondió igual de malhumorado que el azabache.

Ambos se miraron por largos segundos. El ambiente se tornó denso.

—Bueno, ¿hay algo más que quieras decir? —preguntó Seung, con una mano en su entrecejo.

—Sí —respondió—. ¿La próxima semana estoy invitado a la celebración de tu cumpleaños número veintiuno?

Otro silencio se apoderó de la atmósfera. Ambos se echaron a reír ante la pregunta de Christophe.

—Si fuera por mí, no vendrías a nada —dijo divertido.

—Oh, vamos... —murmulló— Soy el alma de la fiesta, ¿qué sería de ti sin mí? —sonrió.

Y Seung, no pudo evitar reir ante aquello.

—Supongo que tienes razón... —susurró el azabache.

—¡Siempre la tengo! —exclamó su amigo—. Y por esa misma razón... debes escuchar lo que tu padre deba decirte.

Y aquello, fue dicho con un tono totalmente serio y misterioso. Seung le miró con extrañeza.

—Bueno, amigo mío, no te quito más de tu tiempo —dijo, alzando sus brazos y rodeando a su amigo—. Debo partir, nos veremos la próxima semana. —Sonrió.

—Espero verte aquí para entonces —sonrió Seung de igual forma.

Después de aquella visita de su amigo, Seung y Phichit debían partir nuevamente a la aldea, no sin antes tomar un descanso.

Un carruaje les esperaba a la salida del palacio, en donde se divisaba a un hombre gordo y de baja estatura conduciéndolo, y un caballo negro relinchando, esperando a partir a la aldea.

Apenas Seung indicó a Phichit que debían partir, ambos subieron al carruaje, con destino al pueblo.

—Te has puesto las ropas que dejé en tu cama —dijo Seung, verificando que, Phichit se veía mejor de lo habitual.

—Sí, su majestad. Se lo agradezco mucho —respondió, agachando su cabeza en señal de agradecimiento.

—No, está bien. Quería que atendieras a Christophe con la ropa adecuada, y además, quería que fueras a la aldea bien presentado.

Y por una extraña razón, a Phichit aquello le pareció sumamente tierno. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

—Cuando estemos en la aldea nos dirigiremos primero a cobrar unas joyas a un banquero, tú te harás cargo de ellas hasta que regresemos al palacio, ¿bien?

—Sí, su majestad.

—Luego de eso debo dirigirme a un puesto de costureras, me harán la medición para las ropas que utilizaré en mi cumpleaños. —Bufó con molestia—. Después de eso podré acompañarte para que compres con el dinero que te pagué, todo lo que tu estimes conveniente.

—Es usted muy amable, gracias, majestad.

El viaje en el carruaje se extendió por unos cinco minutos más, cuando Phichit, empezó a divisar que ingresaban a la aldea.

Los puestos de los mercaderes, la gente transitando, los niños jugando y los animales merodeando por las calles. Todo era demasiado pintoresco, lo que provocó que, Phichit lanzara una pequeña risa, la que, pudo ser perceptible por Seung.

—Aquí es, mi señor —dijo quien dirigía el carruaje, deteniéndose a un costado de la muchedumbre.

—Bien, espéranos aquí. —Fue la orden del príncipe—. Vamos, Phichit.

—¡Sí! —exclamó el tailandés, inquieto por salir de aquel carruaje.

Cuando ambos salieron, pudieron divisar en frente de ellos una gran casona, la cual, era evidentemente de dueños que ostentaban grandes riquezas y dinero. Sin perder más tiempo, ingresaron en ella.

—Mi señor, su excelentísima majestad —saludó un hombre de elegantes ropas, apenas pudo divisar al príncipe.

—He venido hasta su casa para ya sabe usted qué —espetó el azabache.

—Sí, claro que sí, su majestad —musitó humildemente, agachando su cabeza—. ¡Criada! —exclamó aquel hombre, con fuerza.

Ante su llamado, apareció una vieja mujer de piel oscura y ropas blancas. En sus manos sostenía una pequeña caja aterciopelada.

—Aquí está el pago de mi deuda, mi señor —dijo el hombre, sosteniendo la caja entre sus manos y extendiéndolas hacia Seung—. Son las joyas más caras de esta parte del reino. Oro y plata, todo con incrustaciones de piedras preciosas y semipreciosas. Diamante, Zafiro, Esmeralda, Rubí y Piedra de Luna. (3)

Phichit abrió sus ojos de la impresión cuando aquel hombre abrió la caja ante sus ojos. Las joyas resplandecían fuertemente y las piedras preciosas, dibujaban en su rostro una danza de colores provocada por las luces traspasándolas.

Seung por su parte, solo miraba estático, sin mostrar una pizca de sorpresa ante aquello, pues, después de todo, las riquezas como esas eran comunes dentro de la familia real, por lo que no fue de su especial atención.

—Phichit —llamó seco.

—¿S-sí, su majestad?

—Toma la caja. Te harás cargo de ella, vámonos —dijo, dándose la vuelta hacia la salida, sin más.

—B-bien... —susurró, tomando entre sus manos aquella caja aterciopelada.

Y a Phichit, le sorprendió aquello. Le sorprendió el hecho de que Seung, dejara entre sus manos aquella responsabilidad tan grande. de modo tal, que debía él resguardar unas joyas millonarias, tasadas quién sabe en qué precio estratosférico.

Caminaron por un par de cuadras más hacia el centro de la aldea. Los pueblerinos se arrinconaban en las calles cuando divisaban al príncipe Seung pasar por sus lados. Cientos de ojos les seguían el rastro de forma incesante, lo que, provocaba que Phichit se escondiera entre sus hombros, sosteniendo fuertemente aquella caja aterciopelada llena de joyas de un valor indecible.

—Hemos llegado —dijo el azabache, parando en seco—. Ésta es la casa de las costureras —Volteó hacia Phichit.

El moreno solo asintió con su cabeza.

—Voy a tardarme mucho tiempo. Tienen que hacer la medición y además debo elegir el color de las telas, suele ser tedioso esto —explicó Seung— ¿Vas a entrar conmigo? —preguntó.

Phichit dudó ante aquella pregunta. Él, estaba hastiado de estar siempre entre cuatro paredes, por lo que, quizás esperar afuera al príncipe, no le parecía tampoco una mala idea.

—¿Puedo esperarlo aquí afuera, su majestad? —preguntó el moreno.

Ante aquello, Seung hizo una mueca de desaprobación en su rostro.

—No sé realmente... —susurró el azabache, con el miedo latente de que Phichit huyera de aquel lugar.

—Por favor, mi señor —insistió—, esperaré aquí afuera. Pasa que, quiero tomar un poco de aire. —explicó.

Y Seung, sorpresivamente entendió la postura de Phichit. Lanzó un bufido de resignación al aire.

—Pero prométeme que te quedaras en este sitio, por favor —dijo, en un tono apaciguador.

—Se lo prometo, su majestad. No me moveré de aquí, lo esperaré. —Una gran sonrisa se dibujó en su rostro.

—Bien, entonces espérame. Tardaré, así que puedes sentarte —musitó, con un tono tranquilizador, para luego, adentrarse en la casa de las costureras.

Seung confiaba en Phichit, y, sabía que él, sería incapaz de huir de su lado. No por nada había confiado incluso al tailandés, una caja repleta de joyas tasadas en cifras indecibles.


Phichit permanecía en aquel sitio, de pie. La gente pasaba y le observaba de forma extraña por sus ropas, las que eran, mucho más elegantes que las de los pueblerinos.

De pronto, una señora para en seco y le observa extrañada. De un momento a otro, la mujer se le acerca.

—¿Eres Phichit?

Y ante aquello, Phichit queda mudo, no sabiendo qué responder exactamente.

—B-bueno... s...

—¡Sí! ¡Eres Phichit! —exclamó la señora—. ¿Dónde has estado, muchacho? —preguntó, posando una mano en su cintura.

—Bueno, e-en casa...

—¿En casa? —arqueó una ceja— ¡No te he visto ni a ti, ni a tus padres, ni a tus hermanas! —exclamó la señora.

—¿C-cómo...?

—Mi hija Charlotte ha querido que le retrates. He ido muchas veces a vuestro puesto de arte, y no he visto a nadie, ¡¿qué han estado haciendo?! —preguntó con cierta molestia.

—L-lo siento, señora... prometo que volveremos pronto a abrir... —se disculpó el moreno, con un semblante nervioso.

—¡Eso espero! —exclamó—. La gente ha estado preguntando por vos, especialmente.

Phichit asintió con su cabeza.

—Bueno, yo debo irme. Fue un gusto poder verte —dijo— ¡Y mira qué ropas tan hermosas llevas! —exclamó con asombro— En fin, nos vemos, muchacho.

Phichit alzó su mano para despedirse de la mujer. Su semblante se tornó nervioso, y su vista, empezó a perderse entre el suelo.

El sonido de la gente transitando y los mercaderes ofreciendo sus productos. Todo aquello, empezó a tornarse confuso y se entumecía en su consciencia.

''... Voy a tardarme mucho tiempo''.

Resonó aquello por su mente. Sus pupilas se abrieron a la par, y un suspiro agudo arrancó de sus labios. Un aire de valor cruzó por su consciencia.

No volveré a ver a mi familia dentro de muchos años... —pensó.

Y sintió caer en un abismo. Sus manos temblorosas apretaban con fuerza aquella caja aterciopelada. Su semblante se tornó confuso y una lucha interna se desató entre su miedo y su valor.

¿Qué debía hacer? El valor de huir momentáneamente y visitar a su familia, y el miedo de que, el príncipe se enterase de lo que pensaba hacer.

Todo se revolvía dentro de su estómago, extrañas y desagradables sensaciones, el vacío de la incertidumbre y el miedo a la culpa por no intentar hacer aquello. Todo se unía en un solo punto.

Su madre. Pensó en su madre. ¿Cómo estaba ella? Él no sabía nada sobre el estado de su familia.

Y se arriesgó. El valor ganó terreno importante ante sus miedos y, sin pensarlo más, lo decidió.

El príncipe Seung declaró que todo aquello sería tedioso, que tardaría mucho tiempo y que, por mientras, Phichit debía esperar afuera.

Él, aprovecharía ese tiempo sin el príncipe, para huir a su casa, para así, poder visitar a su familia, a la que, extrañaba con toda su alma.

Pero volvería, aquella huida no sería eterna. Sólo un par de minutos para poder estar con ellos, y volvería al mismo sitio en donde el príncipe le dijo que esperara.

Sí, era un plan perfecto... ¿Por qué habría de fallar? Él volvería y el príncipe jamás sospecharía de que había huido por un momento.

Perfecto.

Y, guiado por su impulso, su necesidad e instinto, Phichit se echó a correr.

Corrió y corrió de forma incesante. Las personas en la aldea, le seguían el rastro con la vista por causa de sus extrañas ropas y su torpeza al chocar con la gente.

No tardó mucho hasta que estuvo parado frente a la puerta de su casa. Su respiración era agitada y sus manos temblaban de la adrenalina. No había más tiempo que perder.

Grande fue su sorpresa, cuando verificó que la puerta de su morada se hallaba entreabierta, por lo que, no le fue necesario llamar para poder ingresar.

Cuando ingresó en ella, pudo ver la desolación y decadencia de su hogar; ya no había muebles en ella, las despensas de alimentos estaban vacías y la suciedad, la suciedad se había apoderado de las paredes y los suelos, creando un ambiente insalubre.

Sintió un espeso nudo en su garganta. Sus ojos se cristalizaron.

—¿Hi-hijo...? —resonó débilmente, desde una de las esquinas del hogar—. ¿Hijo mío? —volvió a oír, esta vez en un hilo de voz.

Y Phichit, se volteó de inmediato. Sus ojos se abrieron horrorizados.

—¡Padre! —exclamó fuera de sí.

Y de forma instantánea, corre hacia su padre, abrazándole y aferrándose a él fuertemente.

Los sollozos hacían eco por toda aquella casa endeble. Sus miedos y angustias se desbordaban por su boca y resonaban como llanto.

—¿Q-qué haces aquí? —preguntó su padre, alejándose por un momento de su hijo— ¡¿Has escapado del palacio?! —vociferó horrorizado, mientras tomaba fuertemente el rostro de su hijo— ¡Él va a matarte, va a matarte! —repetía desconcertado.

—N-no lo hará, padre... —dijo Phichit, intentando retener el llanto— Él me ha traído al pueblo, está muy ocupado ahora, he aprovechado este momento para saber de ustedes, debo volver muy pronto con él.

Una expresión de desconcierto se dibujó en el rostro de su padre.

—Necesito ver a mi madre, por favor, padre... —suplicó, angustiado.

—Ella no ha cesado de preguntar por ti, no sabe aun que estás cautivo en el palacio.

—Por favor, déjeme ver a mi madre, padre —replicó con su voz en un hilo. Su padre asintió con la cabeza.

Y ambos, se dirigieron hacia el dormitorio donde yacía la madre de Phichit. Apenas él entró, se tumbó de rodillas al lado de su madre, con la presencia perpleja de sus hermanas.

Ambas quedaron boquiabiertas cuando le observaron. Éstas, miraron a su padre, exigiendo con el semblante de sus vistas alguna explicación al respecto, más el padre, sólo se limitó a hacer una mueca, en señal de que se callaran.

—Madre... madre... mi madre hermosa... —sollozó Phichit de forma agónica, besando de forma desesperada las manos de su madre.

Y Phichit, sintió su alma desollar. Una fuerte agonía punzaba en su pecho, cuando sostuvo frenéticamente las débiles y delgadas manos de su madre.

Y pudo ver. Pudo ver el estado en que su familia se encontraba. Prácticamente en un estado de indigencia. La suciedad en la piel de sus familiares, la sarna divisarse, sus hambrientos estómagos y su madre en estado de agonía.

Qué injusto...

—P-Phi...chit... —susurró su madre apenas, buscando con sus manos el rostro de su hijo.

—¡Madre! —exclamó él, tomando las manos de ella de inmediato—. ¡Aquí estoy, contigo! ¡Estoy con ustedes! —su voz se quebró por completo.

—Mi...hijo... —susurró ella apenas— M-mi querido...hijo... —su voz quebró.

Y Phichit, sintió la agonía acrecentarse. Estaba en un estado de profunda desesperación, atado de pies y de manos, siendo expectante y testigo del fin de su familia, de su agonía y sufrimiento. Siendo un simple expectante de la muerte de su madre.

Y miró.

Miró como ellos estaban rodeados de hambruna y suciedad, como sus hermanas y su padre pasaban las noches en vela, hundidos en los desperdicios de su mente perturbada. Y él... él estaba limpio, él estaba con esas ropas elegantes, él no estaba hambriento...

Sus ojos se abrieron de la impotencia. Una rabia y un desprecio indecibles se apoderaron de su mente. No había lugar al raciocinio.

No tenía miedo de lo que pasara...ya no.

De un movimiento brusco, Phichit hunde su mano en el bolsillo, sacando las tres monedas de oro que Seung le había pagado por su trabajo. Luego, no satisfecho con aquello, saca aquella caja aterciopelada de debajo de sus ropas. La abre y hunde su mano en el interior de ella, sacando puñados de aquellas hermosas y lujosas joyas de precios estratosféricos.

Un puñado tras otro, de forma violenta, cegado de las consecuencias que ello traería.

Su padre y sus hermanas miraban la escena completamente perplejos. Perplejos ante la acción de Phichit, quien, siempre se había mostrado como un joven tranquilo y de dulce semblante.

—¡Todo esto es para ustedes! —exclamó, totalmente fuera de sí.

—P-Phichit, eso no es tuyo, no pued...

—¡Utilícenlo en mi madre! —exclamó—. Compren todo lo que sea necesario —dijo, acariciando el cansado rostro de su madre, la que, yacía con sus ojos cerrados y su respiración apagada.

—Debes irte rápido, hijo... —susurró su padre, temblando.

—Lo sé, padre...

—¿I-ir...a...dónde? —preguntó su madre, pudiendo apenas articular las palabras.

—A ningún sitio, madre... —mintió— Me quedaré aquí cont...

Pero no pudo continuar. Un fuerte estruendo resonó en la sala exterior. Sus hermanas, asustadas lanzaron un alarido agudo. Una expresión horrorizada se dibuja en el rostro de su padre.

Phichit se reincorporó rápidamente. De un solo movimiento esconde nuevamente entre sus ropas aquella caja aterciopelada.

—Es hora de irme. Hermanas, cuiden de mi madre —dijo con su voz en un hilo.

Otro fuerte estruendo resonó en la sala exterior. Phichit se negaba a creer lo peor.

Rápidamente sale de la habitación, encontrándose de frente con un gran desastre en la sala principal.

—¡PHICHIT!

Aquella voz resonó con total desprecio y rabia por toda la sala. Podía sentirse, a través de su tono, la ira, exasperación y cólera.

Phichit siente su corazón salir del pecho. Sus ojos horrorizados se abren del miedo. Un fuerte alarido arranca de sus labios, en contra de su propia voluntad.

Y entonces, él le ve.

—¡¿Creíste que podrías escapar de mí?!

Resuena fuertemente por la casa. Sus ojos fulminantes y llenos de ira, se clavan en el asustado semblante del moreno. Un aura de ira desbordada se siente en la atmósfera.

.

.

.

.

—S-su...ma-majestad...

Me odio a mí misma por la extensión de los capítulos, pero es que, es inevitable. Yo sólo me dejo llevar y escribo hasta dónde salga xD.

Eeeen fin.

¡Espero que el capítulo haya sido de su agrado!, realmente tengo muchas expectativas en esta historia, inclusive la trama que hay detrás es mucho más trabajada que con  mis otras dos historias. (Cobardía y Contra el Prejuicio), así que, espero no desilusionarlas.

¡Espero lo hayan disfrutado! ❤❤❤

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