Capitulo 8
Saint estuvo en ascuas durante los días que Perth lo dejó solo. Una parte de él se preguntaba si había estropeado por completo su oportunidad de acercarse al jefe de la mafia. Otra parte de él simplemente echaba en falta la presencia del hombre. Normalmente, incluso cuando Perth estaba atendiendo sus "negocios" o viajando, el hombre le llamaba o le mandaba mensajes, en muchas ocasiones simplemente para saber acerca del día de Saint. Sin embargo, Perth no lo había contactado en esos últimos días. No hubo llamadas telefónicas ni mensajes de texto y Saint sabía que Perth estaba en Los Ángeles.
Sospechaba que estaba enojado por el baile que tuvo con los dos hombres anónimos. Sin embargo, Perth no había hecho nada esa noche. Se había ido, dejándolo solo con Krist para que lo llevase a casa. Sólo quedaba la posibilidad de que hubiera averiguado su verdadera identidad. Pero Off no lo había llamado por teléfono para advertirlo, y ninguno de los hombres de Perth había venido a sacar a Saint a la fuerza del apartamento, y sacarle fuera de circulación para siempre. Eso lo dejaba solo y más confundido que nunca, no podía hacer otra cosa sino esperar y si tenía alguna habilidad esa era ser paciente.
Fue en el quinto día cuando Perth finalmente contacto con él, justo el día en que Saint se sentía más vulnerable. Porque era el aniversario de la muerte del padre de New. Saint sabía que los hombres de Perth le seguían a todos lados antes de convertirse en su hombre mantenido. Pero desde entonces, le habían dejado prácticamente solo. Sin embargo, después del incidente del club, se había percatado de que, dos hombres lo seguían cuando salía a hacer sus compras o a hacer sencillos recados.
No tenía ninguna duda de que eran los hombres de Perth. Saint no quería llamar la atención de Perth sobre el orfanato en el que creció, porque, si las cosas salían mal, no quería que el orfanato quedara atrapado en las represalias. Había recortado sus visitas desde que se comprometió con Perth. Y si no fuera por el aniversario de la muerte del Padre New, no iría ese día tampoco.
Saint suspiró cuando observó el sedán negro, que le había estado siguiendo de cerca, desde que dejó el apartamento. No podía quitárselos de encima sin llamar la atención sobre sus habilidades como agente del FBI. Si los perdía, significaría que sabía que estaba siendo seguido. Así que les permitió seguirlo mientras hacia sus paradas de una tienda a otra.
En el momento en que hizo su tercer viaje de regreso al coche, los asientos de los pasajeros estaban llenos de bolsas y bolsas de artículos que había comprado para los niños que vivían en el orfanato. Eso era lo menos que podía hacer por los niños huérfanos. Los libros, dulces y juguetes calmarían sus corazones doloridos, aunque sólo fuera por un rato.
La actual directora lo recibió en la puerta, con una amplia sonrisa.
—Ha sido un largo tiempo —dijo la Sra. Matthews.
Saint se frotó la frente, un tic nervioso que había tenido desde que era joven.
—Lo siento, señora Matthews. He estado muy ocupado últimamente.
—¡Oh, cállate!! No te estaba regañando. Has hecho más por los niños de lo que nunca sabrás, Saint Suppapong. ¿Y qué te dije acerca de llamarme a Amy? —Lo fulminó con la mirada, y Saint sonrió tímidamente a cambio.
Amy Matthews era la segunda persona que se hacía cargo de la casa desde que el padre de New falleció. Había estado con los niños por dos años, y los niños estaban floreciendo en sus manos. Saint estaba contento de tener a alguien como ella para cuidar de ellos.
—Todavía me siento mal por no poder venir más.
—Oh, no, Saint. Sabemos que tienes una vida fuera de esta casa. Los niños lo saben. A pesar de que te han echado de menos, en los últimos meses.
—Voy a ir a verlos después de visitar al padre New.
Amy asintió con la cabeza tristemente.
—Hubiera estado orgulloso de ti, sabes.
—¿Lo haría? —se preguntó realmente. Las cosas que había hecho como agente, aunque eran por el bien común, no siempre eran del todo respetables—. Ni siquiera sabe lo que hago, Amy.
—No importa, Saint. Eres un hombre bueno. Veo al hombre que busca tiempo para estar con los niños tan a menudo como le es posible, que compra cosas para ellos... Y no creas que no sé acerca de la las donaciones que has hecho a este lugar.
Saint se ruborizó ligeramente, bajo la mirada fija y demasiado intuitiva de Amy.
—Yo eeh... Iré a visitar al Padre New.
—Veo que sigues sin poder aceptar cumplidos. Bien, no voy a avergonzarte más hoy. Puedes ir a ver al padre New y a los niños. Pero no te vayas sin despedirte de mí, ¿me oyes?
—Sí, por supuesto. Um, tengo algunas cosas para los niños en el coche. Tal vez podrías ir a por unos cuantos primero. No puedo cargarlo todo yo solo.
Amy resopló.
—Por supuesto, como siempre compraste toda la tienda. Tú y tus saqueos. Mira, ¿ves que eres un buen hombre?
—No es mucho, Amy, realmente.
—Significa mucho para esos niños, y tú lo sabes —dijo Amy en voz baja, antes de salir y dejarlo solo.
Saint se dirigió a un rincón cercado del patio, donde se encontraban las tumbas de los sacerdotes y monjas que habían ayudado en el orfanato. Colocó el ramo de lavandas que había mantenido firmemente en sus manos, en el montículo donde el padre de New había sido enterrado y se sentó cerca con las piernas cruzadas, antes de empezar a hablar.
Perth escuchó a los dos hombres que había asignado para seguir a Saint. Cuando Mark se había enterado de lo que había hecho, le había dicho que era un desperdicio de recursos. Perth se había encogido de hombros ante las reprimendas de Mark. Además, tenía bastantes hombres para llevar a cabo sus órdenes.
Perth se había calmado en los últimos días que estuvo distanciado de Saint. Finalmente reconoció el hecho de que había comenzado a proteger, más de lo que debería, a su actual amante.
Ni siquiera pudo desear tener una aventura de una noche con un desconocido, y así poder olvidar Saint. Lo intentó una vez con un chico de pelo castaño que tenía los ojos color marrón chocolate, un tono similar al de Saint. La necesidad de follarse al desconocido estaba allí, pero luego le invadieron pensamientos de Saint, y Perth, simplemente dejó al hombre, maldiciendo a Saint cuando el chico se alejó.
—¿A dónde, jefe? —preguntó Singto, mirándolo con cautela por el espejo retrovisor. Perth sabía que su carácter había sido mezquino durante la semana anterior, maldiciendo y abroncando a todo el que se cruzara en su camino. Como resultado, sus hombres habían pasado de puntillas alrededor de él.
—Llévame al departamento de Saint, Singto —respondió Perth. Esperaría a que Saint regresara de su viaje al orfanato, y entonces hablarían.
Cuando Saint llegó a su casa, era de noche. Había jugado al baloncesto con algunos de los chicos del orfanato y luego a la rayuela con algunas de las chicas. Había estado más tiempo en el hogar de lo normal, a sabiendas que los hombres de Perth lo estaban esperando justo fuera, en las puertas. Una vena egoísta en él quiso que esperaran y desperdiciaran su tiempo que podrían haber aprovechado para hacer otro trabajo u otras cosas.
Pero, sorprendentemente, cuando abandonó el orfanato, y regresó a casa, no había ningún sedán negro que lo siguiera. Perth había retirado a sus perros guardianes. Así que no fue totalmente una sorpresa cuando llegó a su casa y encontró Perth sentado en el sofá, escribiendo algo en su portátil.
Lo primero que pensó Saint fue lo hermoso que se veía Perth bajo la suave luz. Sin embargo, notó que Perth se veía demacrado y se preguntó cuál sería la causa. Su segundo pensamiento fue que Perth había traído su ordenador portátil. Algo que nunca había hecho antes en sus seis meses juntos. Podía haber información en ese portátil que podría poner tras las rejas a Perth, de una vez por todas. Saint necesitaría distraer a Perth para acceder a la información sin ser detectado. Su cerebro se puso a trabajar en estrategias mientras sus pies lo acercaban a Perth.
—Entonces, ¿Qué te trae por aquí hoy? —preguntó Saint despreocupadamente.
Perth miró hacia arriba, su mirada fija en Saint mientras apagaba su ordenador portátil, colocándolo en la mesa.
—Estaba libre —respondió Perth, con indiferencia.
—¿Has estado muy ocupado esta semana? —Saint le preguntó sin poder evitar el tono defensivo en su voz.
Perth arqueó una ceja.
—¿Por qué? ¿Me extrañaste?
—Tal vez.
—Hmmm... Pensé que habrías ido a algún club a conseguir un poco de compañía. ¿No?
Saint se mordió la lengua para no decir lo que quería decir. Perth sabía claramente dónde exactamente había estado los últimos días, pero se tenía que hacer el tonto.
—¿Quieres que encuentre alguna otra compañía? — preguntó Saint en su lugar.
En un abrir y cerrar de ojos, el Perth tranquilo delante de él se esfumó. No se movió en absoluto del sofá, ni una pulgada. Pero a diez pasos de distancia, Saint se detuvo, observando la mirada casi depredadora que Perth le dio.
—Ven aquí, Saint —dijo Perth en voz baja, y algo en Saint quería rebelarse contra sus órdenes, pero sus piernas se movieron solas hasta que estuvo justo en frente de Perth. Haciéndole que inclinarse para subirse en su regazo—. Pienso que no te lo explique bien.
—¿Perth? —dijo Saint con cautela. Trató de moverse del regazo, pero sólo consiguió que los brazos fuertes de Perth le agarraran alrededor de su cintura, sujetándole con fuerza.
—Tienes que entender algo, Saint. Soy un hombre posesivo cuando se trata de los hombres con los que estoy... Pero cuando se trata de ti, soy muchísimo más posesivo.
—¿De qué coño estás hablando? —Saint se retorcía en el regazo de Perth, todavía tratando de escapar. Nunca imaginó que Perth fuera tan fuerte, y se preguntaba de dónde provenía esa fuerza. El hombre no parecía el tipo de ir al gimnasio. Saint querría ir, pero probablemente se plantearían algunas cuestiones que no quería responder, en ese momento.
—¿Te acuerdas de las condiciones establecidas antes de aceptar nuestro acuerdo?
Saint las recordaba. No sabía por qué le molestaba que Perth pudiese haber estado durmiendo con otras personas durante los momentos en los que estaban separados.
—Me acuerdo —dijo rotundamente.
—Nadie toca lo que es mío, Saint. Necesito que recuerdes eso.
—¿O si no qué? —preguntó Saint, tensando sus músculos.
—O si no...—Perth hizo una pausa—. Terminamos.
—Mira, Perth. Lo tengo, ¿de acuerdo? Mi culo es todo tuyo, y tú lo sabes.
—Lo hago. Sin embargo. No vayas por ahí bailando muy pegado con otros chicos en los clubes. Especialmente cuando no te puedo ver.
Saint miró a Perth, percatándose del ceño levemente fruncido en su rostro. Y de repente todo cobro sentido. Saint se echó a reír.
—Oh, mierda. Todo esto es por aquella noche en Pulso, ¿no? —La tensión dejó los hombros de Saint inmediatamente, mientras continuaba riéndose—. Joder, Perth, sabes que no pasó nada, ¿verdad? Estábamos bailando.
Perth gruñó.
—Además, ¿Quién querría a dos chicos calientes ...—Saint se inclinó para susurrarle al oído—. Cuando tengo a este tipo muy muy caliente para jugar. —Le lamió el lóbulo antes de morder la parte carnosa y dura.
—Joder, Saint —Perth apretó con fuerza su mandíbula. Una semana sin sexo lo había convertido en un perro cachondo. Alzó sus caderas, frotando su polla, que pasó de estar medio dura a estar totalmente dura en un segundo, contra el culo regordete de Saint.
—Llevemos esto al dormitorio, ¿de acuerdo? —Saint comenzó a retorcer su lengua en el hueco de la oreja de Perth.
—Uhhhmm, sí... sí... —Perth gimió cuando su polla creció increíblemente más grande.
Se alegró de que Mark no lo pudiera ver ahora. ¿Por qué, donde quedaría esa declaración acerca de no ser guiado por su polla? Tendría que rectificarse, mientras era jodido por una lengua de su amante en su oído.
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